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Introducción al humanismo
renacentista

Edición a cargo de
JILL KRAYE
Warburg Institute

*
Edición española a cargo de
CARLOS CLAVERÍA
Traducción de Lluís Cabré

CAMBRIDGE
UNIVERSITY PRESS
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PUBLICADO POR THE PRESS SYNDICATE OF THE UNIVERSITY OF CAMBRIDGE


The Pitt Building, Trumpington Street, Cambridge, United Kingdom Índice

CAMBRIDGE UN!VF.RSITY PRESS


The Edinburgh Building, Cambridge CB2 2RU, UK
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40 West 2Oth Street, New York, NY 100 1 1-4 2 1 1, USA Ilustraciones 7
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1O Stamford Road, Oakleigh, Melbourne 3166, Australia
Colaboradores 9
Ruiz de Alarcón, 13, 28014 Madrid, España Prefacio 11
Título original The Cambridge Companion to Rrnaissance Humanism (ISBN O 521 43 624 9)
publicado por Cambridge University Press 1996 Prólogo a la edición española 15
© Cambridge University Press 1996
Orígenes del humanismo 19
2 La erudición clásica 41
3 El libro humanístico en el Cuatrocientos 73
Edición española como Introducción al humanismo renacentista
4 La reforma humanística de la lengua latina
Primera edición 1998
Traducción española © Cambridge University Press, y de su enseñanza 93
Sucursal en España 1998 5 La retórica y la dialéctica humanísticas 115
ISBN 84 8323 O16X rústica 6 Los humanistas y la Biblia 137
7 El humanismo y los orígenes del pensamiento
político moderno 159
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, 8 Filólogos y filósofos 189
bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra
por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografia 9 Artistas y humanistas 211
1

y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella 10 La ciencia moderna y la tradición \ \ '·


mediante alquiler o préstamo público.
del humanismo 243
r¡/ "
11 El humanismo y la literatura italiana
Producción YELTES SOLUCIONES GRÁFICAS S.L.
269 \l
12 Humanismo en España
Compuesto en ]oanna 1O pt, en QuarkXPress™ por F. Risco 295
c~~~J Impreso en España por C+l. S.L.
Depósito legal: M-1.729-1998 Bibliografía de consulta 331
,A?) ~ibliografía española de los autores citados
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Indice onomástico 353

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ooioA()
Introducción al humanismo renacentista

de clásicos y humanistas contemporáneos que daban dinero y fama en


Europa, ni eran coincidentes en gusto [Clavería, Eisenstein, Hindman, 1
Petrucci]. Orígenes del humanismo
Para comprobar que el humanismo generó especialistas no sólo filológi-
cos y que hubo otros detallistas buscadores de modelos y de erudición artís-
tica pueden consultarse Bonet [1993] y Cortés [1994], donde se justifica la
importancia que tuvo trasladar cierto procedimiento humanístico al terreno
del artista. Y con ello la invitación a rebuscar en otros campos hasta qué
punto los procedimientos y los trabajos de los humanistas italianos se repro-
dujeron entre los intelectuales españoles y si la sociedad y los estamentos NICHOLAS MANN
(universitarios, religiosos, profesionales) que a veces los cobijaron, aceptaron Toda interpretación del pasado está acotada por las ideas preconcebidas, las
de buen grado o con distancia hacerse dúctiles y presentarse permeables a aspiradones y, sobre todo, el conocimiento o la ignorancia del estudioso que
la oleada de tradición clásica o pagana [Ynduráin 1994, de nuevo], al nue- la lleva a cabo. Para ordenar la materia que investiga, para explicarla, el histo-
vo rigor investigador (insobornable al capricho de lo ya establecido) , al riador recurre a palabras y a conceptos que ni están exentos de crítica ni son
nuevo modelo cosmológico [Granada], a la nueva belleza y a los nuevos des- impermeables al cambio, sino más bien al contrario: con frecuencia se trata
cubrimientos. Esto es, a la tarea de Nebrija, Vives, Arias Montano, Sánchez de de elementos en buena medida subjetivos, términos que evolucionan a medida
las Brozas, Servet, Valverde de Hamusco, Sagredo, Pérez de Vargas, Jarava, que nos vamos acercando a una mayor comprensión de los tiempos que nos
Palmireno, Laguna, Antonio Agustín, Cano, fray Luis ... y otros muchos que precedieron. Etiquetas como Edad Oscura en referencia a las supuestas tinieblas
hubieron de verse publicados fuera de sus fronteras quizá tanto por su cali- de la primera Edad Media, o Renacimiento, aplicadas a toda una etapa de la
dad intelectual como por lo carpetovetónico de la sociedad española y gracias historia europea, aunque útiles en el marco de una exposidón historiográfica,
al carácter pan europeo, ya pasado el año 15 25, del humanismo. puede que refieran sólo parte de la verdad del periodo que pretenden carac-
terizar. Cuanto más aprendemos sobre la etapa que siguió al crepúsculo del
c. c. imperio romano, menos oscura y poco cultivada nos parece; cuanto más pro-
fundizamos en todo aquello que volvió a nacer en los siglos XVI y xv, más
cuenta nos damos de su relación con el pasado.
La historia del humanismo muestra dé manera ejemplar esa noción de
continuidad y a la par un espíritu de renovación. El término mismo debe su
origen a la voz latina humanitas, que Cicerón y otros autores usaron en la época
clásica para significar el tipo de valores culturales que procederían de lo que
podríamos llamar una buena educación o cultura general. Los studia humanitatis
consistían, pues, en el estudio de unas disciplinas que hoy consideraríamos
propias de una formación de letras: lengua, literatura, historia y filosofia moral.
S¡ bien es cierto que Cicerón no fue lectura ampliamente divulgada en la Edad
Media, algunos hombres instruidos del siglo XIV (sobre todo Petrarca, para
quien Cicerón era autor de cabecera) conocían bien su obra y su vocabulario.
Tras ellos, el nuevo siglo ya pudo contar con la firme incorporación de los stu-
~w humanitatis al currículo universitario. Así, en el lenguaje académico de la Ita-
0la cuatrocentista la voz umanista devino habitual para referirse a quien enseñara
estudiara la literatura clásica y las disciplinas que la acompañaban, inclu-

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Orígenes del humanismo
Introducción al humanismo renacentista

capítulo pretende trazar los rasgos fundamentales de ese recorrido, desde sus
yendo la retórica. Su equivalente en español («humanista») apareció a media- presuntos inicios en el siglo IX hasta finales del XIV: un periodo en el que la
dos del siglo XVI con parecido significado, pero no fue hasta el siglo XIX, pro- erudición se centró en gran medida, aunque no en exclusiva, en la cultura de
bablemente en Alemania por primera vez ( 1809), cuando el calificativo dio Roma y en la literatura latina.
lugar al sustantivo («humanismo») para designar la devoción por la literatura La prueba de que esos pasos iniciales son sólo supuestamente los prime-
de la antigüedad grecorromana y los valores humanos que de ella se puedan ros, y de que ya contaban con el anónimo esfuerzo de una etapa anterior, que
derivar. En suma: el volumen que ahora echa a andar se ocupa de un concepto a su vez descansaba sin duda en intentos todavía más tempranos por mante-
relativamente reciente, aunque tal concepto, como se pretende mostrar en este ner con vida el espíritu de Roma y sus autores, se puede encontrar en un de-
capítulo inicial, atañe a una actividad de larga y venerable trayectoria, practi- talle revelador de la transmisión de un texto clásico: el De Chorographia, de
1
cada durante siglos antes de que alguien osara siquiera bautizarla . Pomponio Mela, geógrafo del siglo 1. Sabemos que Petrarca adquirió uno de
A pesar del recelo expresado a propósito del valor de las etiquetas histo- los raros ejemplares de esta obra en Aviñón a mediados de la década de 1330.
riográficas, se impone la necesidad de contar con una definición de huma- Aunque no conservamos ese manuscrito, algunos de sus descendientes reco-
nismo que permita operar en las páginas sucesivas. Pero precisamente porque gieron las anotaciones textuales de su privilegiado lector y transmitieron el
primero fue una práctica y no un concepto es posible adelantar sin reparos una resultado de sus sabios afanes a los estudiosos posteriores. Petrarca trabajaba
descripción que justifique el hecho de dedicar un libro entero a la cuestión. sobre un ejemplar copiado casi con seguridad en el siglo XII, y que con segu-
El humanismo es aquel desvelo por el legado de la Antigüedad -el literario en ridad procedía de un manuscrito del siglo IX copiado a su vez en Auxerre y
especial pero no exclusivamente- que caracteriza la tarea de los estudiosos por anotado por el maestro carolingio Heiric. Por su parte, Heiric debía su cono-
lo menos desde el siglo IX en adelante. Por encima de todo, supone el redes- cimiento del De Chorographia a una miscelánea compilada en el siglo VI por Rus-
cubrimiento y el estudio de las obras de los clásicos grecolatinos, la restitu- ticius Helpidius Dornnulus en Ravena, un importante foco de cultura ya desde
ción e interpretación de sus textos y la asimilación de las ideas y valores que la Antigüedad tardía. En este caso (y no es el único) se puede trazar una línea
contienen. Puede abarcar desde el interés arqueológico por los restos del de descendencia textual que conduce directamente de Roma al Renacimiento,
pasado hasta la más minuciosa atención filológica por el detalle de cualquier una línea establecida por medio de un tipo de actividad erudita típica del
tipo de testimonio escrito, desde inscripciones hasta poemas épicos, pero llega humanismo.
a impregnar también, como veremos, casi todas las áreas de la cultura pos- El trabajo de Heiric en Auxerre da la medida del llamado Renacimien-
medieval, a saber: la teología, la filosofía, el pensamiento político, la juris- to carolingio, vale decir una rea.iperación de la práctica académica en los siglos
prudencia, la medicina, las matemáticas y las artes. Enraizado en lo que hoy vm y IX que presenta muchos de los rasgos que configurarían más tarde el
se consideraría labor de alta investigación, el humanismo pronto halló expre- oficio del humanista. Durante el reinado de Carlomagno, Auxerre fue uno de
sión en la docencia, y así se convirtió en la encarnación y el vehículo de la tra- los centros monásticos de relieve donde floreció la redacción y copia de li-
dición clásica, que es tanto como decir en la principal avenida por la que bros y se crearon bibliotecas importantes; a su lado figuraban los de Tours,
transcurre la continuidad de la historia cultural e intelectual de Europa. Este Fleury y Ferrieres en Francia; Fulda, Hersfeld, Corvey, Reichenau y Saint Gall
en áreas germánicas, así como Bobbio y Pomposa en el norte de Italia. A un
erudito y maestro influyente como Heiric debemos la transmisión de unos
1 Dos aproximaciones bien distimas a los problemas historiográficos que envuelven a los cuantos textos clásicos además del de Pomponio Mela, entre los que destacan
términos «humanismo>>y <<Renadmie nto>>, en W K. Ferguson, The Renaissance in Historical Thought:
Five Centuries of lnterpretation (Cambridge MA, 1948) , y P. Burke, The Renaissance (Londres, 1964) [*].
algunos fragmentos de Petronio. Fue discípulo de Lupo de Ferrieres, el estu-
Véanse también el capítulo de Burke «The spread of ltalian humanism>> , en A. Goodman y A. dioso de mayor enjundia del siglo IX y, en verdad, el primer filólogo clásico.
Mackay (eds.), The Impact of Humanism on Western Eurape (Londres, 1990), págs. 1- 2 2; C. Trinkaus, The A zaga de Lupo, Heiric no sólo reunió una biblioteca muy respetable, sino que
Scope of Renaissance Humanism (Ann Arbor MI , 1983); y M. McLaughlin, <<Humanist concepts of
intentó conseguir, sin escatimar fatigas, códices de obras que ya poseía para
Renaissance and Middle Ages>>, Renaissance Stud1es, 2 ( 1988), págs. 13 1-42 . Sobre Jos términos
«humanismo>> y «humanista>> , P. O. Kristeller, <<Humanism>> , en C. B. Schmitt, Q. Skinner cotejarlos con los propios y así enmendar o ampliar el texto de sus ejempla-
y E. Kessler (eds.), The Cambridge History of Renaissance Philosophy (Cambridge , 1988), págs. 113-37 .

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Introducción al humanismo renacentista Orígenes del humanismo

res. Más de una docena de manuscritos anotados de su propia mano, inclu- terra normanda, los hombres doctos aplicaron su erudición clásica no sólo a
yendo obras de Cicerón, Valerio Máximo y Aulo Gelio, dan fe en la actualidad las letras sino a fines más prácticos y, anotémoslo, ya plenamente seculares.
de su quehacer filológico. Cuatro o cinco siglos más tarde, manuscritos como Además de literatos y filósofos, la sociedad necesitaba juristas, médicos y fun-
éstos ofrecieron a los humanistas italianos los materiales con que llevar a cabo cionarios, y para éstos el estudio de los textos antiguos tomaba el cariz propio
de una instrucción profesional. El repertorio de obras disponibles se había
su recuperación de los autores clásicos.
Otro aspecto bien distinto del periodo carolingio proyecta su sombra, hasta extendido notablemente en materia de literatura, gramática y lógica, pero
cierto punto, sobre el posterior renacer de las humanidades en Italia. El régi- ahora avanzaba en el campo de las traducciones al latín de textos científicos y
men centralizado del Sacro Imperio creó la necesidad de contar con adminis- filosóficos griegos: tratados de medicina, Euclides, Ptolomeo y algunas obras
de Aristóteles.
tradores instruidos fuera de la restringida esfera monacal. La solución de
Carlomagno fue llamar, en el año 782, al rector de la escuela de York, en aquel El hecho de que incluso la literatura vernácula muestre las huellas de la
entonces la más importante de Europa, para que le aconsejara en materia edu- clásica indica hasta qué punto las letras antiguas impregnaron la cultura fran-
cativa. Alcuino trajo consigo de Inglaterra un método pedagógico eficaz, basado cesa del siglo XII. En sus tres últimos decenios, tres romons (Roman de Thébes, Eneas
en la lectura de textos clásicos, y un resultado significativo de sus consejos fue y Romon de Troie) y muchas obras breves se cimentaron directamente con mate-

el edicto imperial por el que se establecían escuelas no sólo en los monasterios, rial que remontaba al mundo grecolatino. El aumento en los mismos años de
sino también en las catedrales, a beneficio del clero secular. Aunque su función la producción de florilegio, es decir, antologías de extractos de los viejos auto-
se limitaba probablemente a garantizar la difusión de las letras más elementa- res, confirma la impresión de que sus obras (las obras antiguas o, cuando
les, las escuelas catedralicias contribuyeron a la formación de una clase letrada menos, algunos retazos) llegaban a un público cada vez más numeroso, aun-
que no siempre muy cultivado 3 .
fuera del claustro monacal y generaron una creciente demanda de libros que
2 Juan de Salisbury, uno de los intelectuales más sobresalientes del
amplió el círculo lector de las obras así difundidas .
Pese a que el florecimiento de las letras en el momento cumbre de la cul- momento, ilustra ese estado embrionario del humanismo. Se educó en Char-
tura carolingia no sobrevivió al ocaso del Imperio, el establecimiento de un tres y en París a comienzos del siglo XII y llegó a poseer, no cabe duda, un
sistema que extendía la enseñanza a las ciudades tuvo consecuencias de gran conocimiento de la literatura latina impresionante, si bien un tanto desigual
magnitud. Naturalmente, los principales monasterios siguieron siendo cen- (en parte dependía de florilegio y no de originales); elogió, además, la elo-
tros de estudio y producción de libros, y no dejaron tampoco de promover la cuencia y propugnó el estudio de las letras en su Metologicon, y fue diestro en el
afición por la literatura clásica; por citar el ejemplo más notable, varios manus- empleo de su saber entresacando ejemplos de la historia antigua con que ilus-
critos espléndidos, así como la conservación de diversos textos capitales, se trar juicios morales que proyectaba a los problemas de la época. Por otra parte,
deben al monasterio fundacional benedictino de Monte Casino, especialmente Juan de Salisbury no da muestras de haber percibido la vieja cuestión de la
a su labor en tiempos del abad Desiderio. Pero el futuro residía en las cortes, relación entre retórica y filosofia, ni tampoco de haberse adentrado hasta el
en las escuelas catedralicias y en las ciudades. A lo largo del siglo XII, se abrió fondo de las obras espigadas: sus exemplo valen como ornamentación del dis-
paso un nuevo resurgir del saber clásico, en esta ocasión etiquetado como curso más que como parte esencial del pensamiento que lo vertebra. Fue un
Renacimiento del siglo xn. En las cortes y en las escuelas catedralicias (llama- latinista excelente, pero más por gramático que por filólogo. En pocas pala-
das a ser universidades en más de un caso) del sur de Italia y de Sicilia, de la
Península Ibérica, de Bolonia y Montpellier, del norte de Francia y de la Ingla-
- 3
Para el Renacimiento del siglo xn, C. H. Haskins, The Renaissance of the Twelfth Century;
M. de Gandillac y E. Jeauneau (eds.), Entretiens sur la renaissance du 12' siide (París, 1968): C. Brooke,
The Twelfth Century Renaissance (Londres, 1969): R. L. Benson y G. Consrable, eds., Renaissance and Rene-
1 Un excelente resumen sobre la práctica filológica y los estudios en el periodo
Waitn the Twelfth Century (Oxford, 1982), esp. págs. 1-33 . Sobre los romans d'antiquité en francés anti-
carolingio, en L. D. Reynolds y N. G. Wilson, Scribcs and Scholars: A Guide to the Tronsmission of Greek and
guo, A Fourrier, L'Humanisme médiévaJ dans les littérotures romanes du XII' ou XIV' siicle (París, 1964) .
Latin Literoture (Oxford, 1991 3) [*], cap. 3: véase también Trinkaus, Scope, cit., págs. 4-6.

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Introducción al humanismo renacentista Orígenes del humanismo

bras, su figura representa lo mejor a que pudo llegar el clasicista medieval: un de las raíces del humanismo, profundamente arraigada en el pasado: la epís-
viajero de salón bien informado, pero que aún no ha pisado personalmente el tola llegaría a convertirse, en gran parte gracias a Petrarca, en uno de los géne-
terreno que los humanistas italianos habrían de explorar detenidamente hasta ros de mayor fortuna durante el Renacimiento; un género versátil, que dio
hacerlo suyo 4 . cabida al discurso personal y al político, a la investigación erudita y al ensayo
Los factores que impidieron que la lectura de los clásicos en manos de un filosófico, así como a toda una gama de tareas literarias.
Juan de Salisbury llegara a la plenitud de los studia humanitatis eran males endé- En esa misma Italia trescentista se puede entrever otra de las raíces del
micos en una sociedad como la del norte de Francia, en la que privaba el inte- humanismo, entrelazada y a veces inseparable de la actividad de los dictatores:
rés de la Iglesia. La enseñanza clerical se sustentaba en los pilares del derecho el estudio del derecho romano en sus vertientes filológica y práctica. Al pala-
canónico (el corpus de leyes eclesiásticas impuestas por la autoridad en mate- cio real de Pavía, y a fecha tan temprana como el siglo rx, se remontan lastra-
ria de fe, moral y disciplina) y de la nueva lógica de Aristóteles; dentro de los zas de notarios que aplicaban el Corpus iuris civilis (la regulación del derecho
límites de la teología escolástica, dificilmente podía la cultura pagana dejar oír romano compilada en el siglo VI a solicitud del emperador Justiniano) a situa-
su auténtica voz. Tiempo después algunos tacharían al escolasticismo de pura ciones de actualidad, anticipando en cuatro siglos la figura del funcionario con
antítesis del humanismo, aunque tal actitud, a decir verdad, supone una sim- formación jurídica, el letrado laico por antonomasia, que habría de desempe-
plificación excesiva de la cuestión. Lo cierto es que en Italia se había impuesto ñar un papel tan esencial en la vida ciudadana. Efectivamente, en las comunas
un modelo social urbano, muy diferente de la sociedad básicamente agraria y urbanas italianas del norte, independientes y en fase de rápido desarrollo, la
feudal de los países transalpinos, de modo que la conveniencia de la adminis- actuación de los juristas en asuntos de orden político y económico fue crucial.
tración civil y del comercio terminó por ganarle el pulso a la Iglesia, espe- A partir del siglo XII, por lo menos, y de modo muy notable en la Universidad
cialmente en las ciudades-estado del norte peninsular. Así se originó una nueva de Bolonia, la enseñanza de las leyes cobró nuevo vigor, de suerte que la glosa
clase de letrados compuesta por laicos bien preparados, principalmente juris- y la interpretación de los grandes textos del derecho romano, el Código y el
tas y funcionarios. Digesto, aplicadas a los problemas legales del momento y combinadas con una
conciencia de los orígenes históricos (sin duda reforzada por la presencia fisica
En Francia, el estudio de los textos clásicos, habitual hasta bien entrado el Tres- de numerosas reliquias de la Antigüedad), alentaron el sentimiento de que la
cientos, nunca dejó de centrarse en la gramática en cuanto herramienta que civilización clásica aún estaba viva, y este sentir despertó a su vez el deseo de
permitía la comprensión y a veces la imitación de los autores latinos. Al sur de conocerlas .
los Alpes, en cambio, esa dedicación siguió otros derroteros y se encaminó Así fue como los juristas que estudiaban textos legales y adaptaban los
hacia la retórica, entendida como una capacidad válida para la vida del pre- preceptos del derecho romano a las necesidades de una sociedad comple-
sente. En Italia, pues, el estudio de lo que fue en la época clásica el arte de tamente distinta ampliaron su interés a otras facetas de la herencia clásica,
hablar en público se conyirtió en el ars dictarninis, el arte de escribir cartas, y sus en particular a la historia y a la filosofía moral; y así fue, también, como
practicantes, los dictatores, en expertos dominadores de un instrumento puesto llegaron a entretener sus ocios componiendo versos en latín . El notario y
al servicio de sus protectores o de la profesión jurídica. En un principio, los luego juez Lovato Lovati fue el primero en dar ejemplo de tales inclinacio-
dictatores no eran estudiosos de lenguas clásicas a carta cabal, sino rétores que nes, para más señas en Padua, donde se rodeó de un cenáculo, afín a sus
extraían de los viejos autores la elocuencia para sus cartas y discursos. Ocupa-
ban, eso sí, puestos influyentes como maestros, secretarios o cancilleres de un
gobernante o de una comuna urbana, por lo que intervinieron (y su presen- 5
Sobre el papel de dictatores y juristas en este contexto, R. Weiss, The Dawn of Humanism in Italy
cia se dejó notar) en la esfera política. En el dictamen se puede reconocer una (Londres, 1947), págs. 3-5; P. O. Kristeller, Eight Pl¡ilosphers of the Renaissance (Stanford, 1964),
págs. 147-65 (*); Kristeller, «Hurnanislll>>, en C. B. Schmitt et alii., págs. 127-30; Trinkaus, Scope,
págs. 9-1 1; R. G. Witt, <<Medievalltalian culture and the origins of humanism as a stylistic ideal»,
en A. Rabi! (ed.), RenaissanceHumanism: roundations, rorms, and Legacy, 3 vols. (Filadelfia, 1988),
4 Vid . Gandillac , Entretiens, págs. S3-84; Brooke, Twdfth Century Renaissance, págs. S 3-7 4. l, págs. 29-70;]. E. Seigel, Rhetoric and Phiiosaphy in Renaissance Humanism (Princeton, 1968), cap. 6.

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Introducción al humanismo renacentista Orígenes del humanismo

intereses, cuya actividad permite hablar de esa ciudad como uno de los El más conspicuo de los discípulos de Lovato, y elemento clave de este
focos más tempranos del protohumanismo. Lovato estaba familiarizado con retorno de las letras, fue Albertino Mussato, jurista, político y patriota, cuya
un amplio espectro de textos clásicos, muchos todavía raros en aquel reputación como diplomático y escritor fue mucho más allá de los confmes de
momento, como las tragedias de Séneca y la lírica de Catulo, Tibulo y Pro- su ciudad natal. Era hombre leído, como su maestro, y tales lecturas fructifica-
percio; probablemente halló algunas de estas obras en la abadía benedic- ron en sus versos latinos, en gran parte escritos con talante polémico. Compuso
tina de Pomposa y en la biblioteca capitular de Verona, dos centros famosos una defensa de la poesía y la historia, De gestis Henrici VII Cesaris («Las gestas del
por haber almacenado los escritos de los viejos autores. Fue asimismo un emperador Enrique VII»), bajo el modelo de Tito Livio, pero su fama se
hábil intérprete de textos epigráficos y tampoco le faltó pasión de anticua- cimentó sobre todo en su tragedia en verso Ecerinis. Y con razón, pues se trataba
rio por el pasado local, como demuestra el hecho de que en 1283-84 iden- de una pieza dramática fundida en el molde del metro clásico, a imitación de
tificara como pertenecientes a Antenor, el mítico fundador de la ciudad, los Séneca: la primera en su género desde la época antigua. Contenía, además, un
restos encontrados en un sarcófago cristiano primitivo excavado en el curso mensaje político de largo alcance, ya que relataba la caída del tirano de Padua
de unas obras. Por decisión común y harto elocuente del clima cultural, la Ezzelino da Romano y advertía contra el peligro de dominación que entrañaba
supuesta reliquia gloriosa de la Padua antigua se incorporó a un monu- Cangrande della Scala, gobernante de Verona. En reconocimiento a ese dechado
mento de presunto estilo clásico con un epígrafe en latín escrito por el de poesía y patriotismo, los paisanos de Mussato lo laurearon en 1315. Ochenta
mismo Lovato. años después, este episodio (entre otras razones) movió al humanista floren-
Sin embargo, por más revelador que resulte, el episodio no hace justicia tino Coluccio Salutati a otorgarle un lugar entre los predecesores de Petrarca,
al saber del notario. A juzgar por lo que queda de su producción, los auténti- según afirma al repasar el elenco de los padres del saber restaurado 7 .
cos logros de Lovato deben buscarse en sus epístolas latinas en verso, donde La investigación reciente ha rescatado del olvido a buen número de auto-
se percibe la impronta de los poetas antiguos, así como en un breve pero nada res secundarios que vivieron en Padua o en sus alrededores. Por lo general, se
desdeñable comentario de las tragedias de Séneca, fruto de una esmerada lec- trata de hombres formados en el estudio de las leyes, cuyo entusiasmo por la
tura personal y un no menos notable intento de redactar el primer tratadito de cultura clásica les llevaba a establecer lazos con el mundo antiguo (como en el
métrica clásica. En estas obras se aprecian en embrión tres de las característi- epigrama de Benvenuto dei Campesani, de Vicenza, celebrando el regreso a
cas que definirían el desarrollo posterior del humanismo: sed de textos clási- Verona de su hijo Catulo) y a emular la epistolografia o la historiografia lati-
cos, preocupación filológica por enmendarlos y determinar su sentido, y nas. En parte debido a su notable biblioteca capitular, qué duda cabe, Verona
anhelo de imitarlos. Estos rasgos, más o menos acusados, se distinguen tam- devino otra de las cunas del protohumanismo. Giovanni Mansionario, por
bién en una serie de figuras menores del círculo paduano de Lovato. Cabe seña- ejemplo, entre 1306 y 1320 recurrió a esos fondos de manuscritos para com-
lar a su sobrino Rolando de Piazzola y a Geremia da Montagnone, quien pendiar una Historia imperialis (ca. 131 O) que destaca por la colación y evalua-
compiló uno de los florilegio medievales de más éxito, el Compendium moralium ción crítica de las fuentes históricas. En otra de sus obras, Mansionario probó
notabilium («Antología de ejemplos notables de conducta virtuosa») o, según que el Plinio conocido en la Edad Media como autor de la Historia natural no era
reza la edición de 15 05, Epitoma sapientiae («Epítome de sabiduría»), un vasto el mismo que compuso una serie de epístolas, y que, por consiguiente, exis-
conjunto de extractos de autores clásicos y medievales cuidadosamente iden- tieron dos escritores homónimos en época clásica. También en Verona, Benzo
tificados6. d' Alessandria, el canciller de Cangrande, dio forma a una vasta enciclopedia

6 Sobre los paduanos y otros humanistas de la primera época, además de las obras
7
En una carta a Bartolomeo Oliari del 1 de agosw de 1395; vid. Coluccio Salutati,
citadas en la nota anterior, vid. R. Weiss. ll primo stcolo dell'umanesimo (Roma, 1949), esp. cap. 1, y
Epistolario. ed. F. Novati, 4 vols. (Roma, 1891-1911 ). III , pág. 84: «el primero que cultivó la
The Renaissance Discomy ol Classical Antiquity (Oxford, 1988 2 ); N. G. Siraisi. Arts and Sciences at Padua:
elocuencia fue tu compatriota Mussato de Pa:dua>>. Sobre Mussato, M. T. Dazzi. ll Mussato
The Studium ol Padua belore 1350 (Toronto, 197 3). págs. 42-5 S; y los capítulos de G. Billanovich,
preumonista 1261-1329: 1'ambiente e !'opera (Vicenza, 1964) .
R. Avesani y L. Gargan en Storia della cultura veneta, 6 vols. (Vicenza, 197 6-86). II, págs. 19-1 70.

26 27
Introducción al humanismo renacentista Orígenes del humanismo

histórica, la Cronica ( 13 l 3-2 O), basada en un nutrido repertorio de obras anti- figura intelectual que emergió de este ambiente fue Francesco Petrarca, con-
guas que había ido desenterrando, en bastantes ocasiones personalmente, a lo siderado con frecuencia el padre del humanismo y, sin duda alguna, el eru-
largo de sus viajes. La búsqueda de textos, tanto como la agudez crítica de Man- dito y escritor más brillante de su generación 9 En su actividad tanto como en
sionario, son signos inconfundibles del avance en el camino de la erudición. sus escritos, las varias tendencias en la ruta del saber hasta aquí reseñadas lle-
Por lo menos en Padua, Vicenza y Verona, parece como si este progreso gan a la plenitud; no se debe olvidar, sin embargo, que sus logros no hubie-
llegara a desplegarse en un ideal literario y estético común: el redescubri- ran sido posibles si otros no hubieran allanado el terreno.
miento de textos antiguos y, por ahí, el establecimiento de lazos, a veces míti- El padre de Francesco, un notario florentino, tuvo que exiliarse de su ciu-
cos, con la civilización de Roma, así como la reimplantación de géneros y dad natal en 1302, pocos meses después de que lo hiciera Dante (ambos eran
estilos clásicos. En el resto de Italia, en cambio, las trazas de un reviva! similar conservadores y cayeron víctimas de un cambio de poder favorable al sector
son mucho más tenues y suelen partir de la iniciativa de individuos aislados. radical), y en la coyuntura dirigió sus pasos a la curia papal en busca de
Uno de ellos fue Giovanni del Virgilio, contratado en 13 21 como profesor de empleo. No sorprenderá, pues, que anhelara una formación de jurista para
poesía latina en la Universidad de Bolonia. Pese a limitarse, por lo que sabe- su hijo y que con tal propósito lo enviara seis años a Bolonia cuando éste
mos, a la obra de Virgilio y Ovidio, los poemas en latín que dedicó a Mussato había cumplido los dieciséis. No obstante, según cuenta el mismo Petrarca,
y a Dante contienen una de las más tempranas muestras de égloga a la manera la voluntad paterna tuvo que ceder ante la pasión por los autores clásicos que
virgiliana. En Florencia, otros, y no pocos, tomaron asimismo parte activa en el joven Francesco había alimentado desde temprana edad con la lectura de
la tarea de reavivar e imitar la literatura clásica, como en el caso de Francesco todo cuanto caía en sus manos, en particular las obras de Cicerón y Virgilio.
da Barberino y de Geri d' Arezzo, a quien Coluccio Salutati concedió un lugar Del primero, aprendió un dominio de la retórica y el estilo que lo elevaría
parejo al de Mussato 8 ; no obstante, en este periodo no hay indicio alguno que muy por encima de los dictatores; del segundo, la dilección por la poesía que
apunte a un concierto de intereses por la cultura antigua comparable al de habría de marcar toda una vida dedicada a las letras. En la formación jurídica
Padua y sus alrededores. y retórica de los primeros años se descubre un reflejo de aquellos notarios
paduanos del tiempo de Lovato: Petrarca nunca abandonó el mundo secular
Otros dos focos trescentistas de saber libresco merecen aquí una especial aten- y prestó sus servicios en calidad de político y diplomático a los magnates que
ción. El primero es la corte angevina de Nápoles, testimonio entre los más lo protegieron.
madrugadores del renacer de la lengua griega; a él volveré en la parte fmal del La primera mitad de la vida de Petrarca transcurrió en Aviñón y sus inme-
capítulo. El segundo es la curia papal de Aviñón, estrechamente vinculada a la diaciones, sobre todo en Vaucluse, lo que significa que tuvo acceso al mece-
corte napolitana, en particular durante el reinado de Roberto I (1309-43). El nazgo, la cultura y la vida intelectual que brindaba la curia, así como a los
llamado «Cautiverio babilónico» del papado (resultado de la presión ejercida libros que conservaba la ciudad: los de la biblioteca papal y los que otros
por los reyes de la omnipotente Francia) transformó a Aviñón en la capital habían traído consigo. A pesar de la aversión que llegó a sentir, andando el
diplómatica y cultural del Occidente a lo largo de los tres primeros cuartos del tiempo, por los negocios de la curia y las costumbres disolutas de la ciudad
siglo XIV. Poco a poco, la biblioteca papal fue adquiriendo un fondo impor- pontificia, para él Aviñón supuso una plataforma ideal en más de un sentido:
tante de obras clásicas, mientras la curia, es decir, el principal centro de mece- allí pudo llevar a buen puerto sus primeros cometidos filológicos y desde allí
nazgo, atraía a hombres doctos y con formación literaria de toda Europa, pudo viajar en busca de otras empresas.
proporcionando empleo a juristas cultivados y a dictatores. Quizá la más ilustre

9
El compendio canónico de la biografía de Petrarca es E. H. Wilkins, Life of Petmrch
8 En la carta citada en la nota anterior, inmediatamente después de mencionar a (Chicago, 1961 ); véase también M. Bishop, Petmrch and His Worid (Bloomington, 1963); para un estu-
Mussato, Salutati, Epistolario, III, pág. 84, afirma : <<también Geri d'Arezzo, el más grande de los dio introductorio que presta atendón a la vertiente humanística y contiene una bibliografia de obras
imitadores del orador Plinio el joven>> . Yestudios, N. Mann, Petmrch (Oxford, 1984) . Véase también Trinhus, Scope, págs. 6-7, 1 1-1 5.

28 29
Introducción al humanismo renacentista Orígenes del humanismo

En Aviñón, sin ninguna duda, Petrarca supervisó, en torno a 1325, la con- las tareas capitales de los humanistas que siguieron sus pasos, comenzando por
fección de un manuscrito de Virgilio para su padre, y también allí, una docena su discípulo Giovanni Boccacdo. La consecuencia más inmediata, sin embargo,
de años más tarde, el artista sienés Simone Martini agregó un frontispicio al fue el rápido incremento de la biblioteca personal de Francesco. Gracias a
códice a instancias de Francesco. En Aviñón aún, y con la ayuda de los manus- la lista de obras predilectas que compuso poco antes de 1340, sabemos que
critos que halló en la ciudad y con los que seguían llegando, Petrarca pudo las arcas del humanista ya cobijaban en aquella fecha una cifra proporcional-
recomponer y restaurar el texto de la Historia de Roma de Tito Livio, combinando mente alta de textos clásicos (catorce de Cicerón entre ellos); a su muerte,
un testimonio incompleto de la tercera década , copiado en el siglo XIII, con daban cabida a la mayor colección de literatura latina existente en manos
uno que contenía la primera (transcrito en gran parte de su puño y letra) y de un particular, incluyendo un buen número de códices que había rescatado
aun con otro de la cuarta que Landolfo Colonna había traído de Chartres. Hada persona1mente 11 .
13 3 O o poco antes, Petrarca estaba en condiciones de ofrecer el texto de Livio Aunque esta valiosísima biblioteca se dispersó, muchos de los volúmenes
más completo hasta la fecha y de deducir cómo debía ser la obra original en han sobrevivido. Cabe destacar, quizá por encima de todo, el ya mencionado
su integridad. Por si fuera poco, mejoró el texto de modo-sustancial, colacio- de Virgilio, conservado en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, y la copia de
nando cada década con la lección de otros manuscritos. Sus notas y enmien- Livio de mano de Petrarca, hoy entre los códices Harley de la British Library 12 .
das a la tercera década resultan especialmente valiosas, puesto que recogen En los márgenes de manuscritos como éstos se puede apreciar cómo el huma-
variantes de un códice, probablemente también debido a Colonna y hoy per- nista dialogaba de tú a tú con los autores antiguos: sus notas a los versos de
dido, que. descendía de una rama muy distinta de la tradición. Aunque en rea- Virgilio y al comentario anexo de Servio atestiguan su penetrante atención por
lidad no hay pruebas de que Petrarca sopesara críticamente el valor que debía detalles prosódicos o de carácter histórico y descubren una tupida red de refe-
atribuirse a cada una de las fuentes cotejadas, su celo y su sagacidad de filó - rencias a otras obras clásicas. Su notable dominio de este corpus le permitió a
logo, así como su fervor por la literatura clásica, resultan indiscutibles. menudo rectificar las interpretaciones de Servio e incluso probar (en una carta
Tal entusiasmo se refleja así mismo en la búsqueda de nuevas obras. La pri- posterior) que el pasaje donde Virgilio relata los amores de Dido y Eneas era
mera muestra remonta a un viaje por el norte ( 13 3 3), durante el cual descu- una patraña, históricamente hablando, puesto que Dido vivió unos trescien-
brió en Lieja un manuscrito del olvidado Pro Archia de Cicerón y en París uno tos años después de la muerte del héroe troyano 13 . Por su parte, las notas y
de Properdo procedente del erudito del siglo xm Ricardo de Foumival. Petrarca correcciones al texto de Livio dan fe de la entrega con que Petrarca quiso fijar
estudió ambos textos minuciosamente y legó a la posteridad sus anotaciones y correctamente no sólo la letra sino los hechos del pasado. Su extrema familia-
enmiendas, al igual que lo haría en el caso ya mencionado del De Chorographia de ridad con esta obra le proporcionó además un inmejorable conocimiento de
Pomponio Mela. En ese sentido, el humanismo de Petrarca cuenta con el mérito la historia romana, aplicado luego a la enmienda de otros escritos, como la
añadido de su contribución personal a la transmisión de textos clásicos here- traducción de la crónica de Eusebio debida a San Jerónimo. A tales fuentes
dados de las generaciones precedentes. Una parte importante de los estudios agregó la inspección personal de los monumentos de Roma durante su visita
posteriores no hubiera sido posible sin esa mediación, y es muy probable que de 13 3 7, y aun el estudio de monedas antiguas. La calidad de su saber le capa-
debamos la existencia actual de ciertas obras a sus indagaciones y a sus afanes 10 .
Otros compartían su entusiasmo, por supuesto. La historia de la restaura-
ción de Tito Livio seguramente le debe tanto a Landolfo Colonna como al
mismo Petrarca. Con todo, es la búsqueda activa de manuscritos de obras clá-
- 11
Para los libros favoritos de Petrarca en Yaucluse, P. de Nolhac, Petrarquc ct l'humanismc, 2
vols. (París, 19072), II, págs. 293-96; para la historia posterior de la biblioteca, M. Pastore
Stocchi , <<La biblioteca del Petrarca», en Storia dclla cultura vcneta, II, págs. 536-65.
12
sicas lo que claramente apunta el desarrollo de lo que luego constituyó una de Ambos manuscritos disponen de facsímil: el ms. S.P. 10.27 de la Biblioteca Ambro-
siana de Milán, en Petrarca, Vcryilianus codex, ed. G. Galbiati (Milán, 1930); el ms. Harley 2493
1
de . a British Library de Londres, en Giuseppe Billanovich, Lo tradizione del testo di Livio e le origini
dell Umane:simo, 2 vols. (Padua, 1981), II: 11 Livio del Petrarca e del Valla.
10 13
Véase la valoradón de la tarea filológica de Petrarca según Reynolds y Wilson, Scribes Petrarca, Seniles IVS, en sus Opera (Basilea, 1554), pág. 872 Para una antología de las
and Scholars, págs. 128-34 [*). ScntJe:s V p . .
· er ctrarca, ed. F. R1co, pags. 2 99-3 22.

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31
Introducción al humanismo renacentista Orígenes del humanismo

citaba para identificar edificios (como el Septimonium, cuyas ruinas forma- rnentos, las monedas y la historia de Livio. No importó que el ideal distara
ban parte del monasterio de San Gregario al Celia) o para señalar que durante de ser impecable, ni que las llamas de la revolución se apagaran tan rápida-
siglos se había confundido al Terencio autor de comedias en verso (Terentius mente como habían prendido, comprometiendo seriamente al Papa y al
Afer) con un personaje homónimo (Terentius Culleo). Su breve biografía del rnisrno Petrarca. La restitución del mundo antiguo en su sede capital, en
primero pasó a formar parte de casi todos los manuscritos humanísticos de las aquel momento lamentablemente postergada en ausencia del pontífice, era
comedias terencianas. En una ocasión, en 13 61, incluso fue llamado a con- un objetivo por el que Francesco estaba dispuesto a sacrificar incluso el más
sulta, a título de experto, por el emperador Carlos IV para que analizara un prestigioso de sus empeños literarios: la composición del Aphrica sive de bello
documento de dudosa autenticidad. Basándose en referencias históricas y en punico (1337-1345), un poema épico que celebraba las virtudes romanas de
rasgos lingüísticos y de estilo, Petrarca dictaminó que se trataba de una falsi- Escipión el Africano.
ficación y no de un privilegio concedido por Julio César y Nerón, como pre- Era este proyecto, probablemente, lo que le había hecho merecedor de los
tendía Rodolfo IV de Habsburgo con vistas a justificar el derecho de Austria a laureles en una celebración que llevó también (si hemos de confiar en su pro-
ser un estado soberano independiente dentro del Imperio 14 . La erudición, pio relato) el sello inconfundible del renacer de Roma: tras un minucioso exa-
pues, se puso al servicio del estado. rnen oral en Nápoles a cargo del rey Roberto, el día de Pascua de 1341 Petrarca
No se debe ocultar, por otra parte, que Petrarca no siempre acertó en sus recibió la corona en el Capitolio de manos de un senador romano y pronun-
juicios. Muchos detalles de los monumentos romanos que examinó le pasa- ció un discurso, basado en un texto de Virgilio, que abundaba en el valor del
ron por alto, de suerte que, por poner un ejemplo, atribuyó a Trajano el arte poético 16 . Es muy posible que tanto en el ceremonial como en la defensa
Ponte Sant' Angelo pese a la clara inscripción con el nombre de Adriano. de la poesía el laureado evocara a sabiendas el ejemplo de Mussato; también
Como Lovato, creyó también que la tumba de un liberto llamado T. Livius, era consciente, eso no admite reparos, de que en el mundo antiguo se conce-
descubierta en Padua a principios del siglo XIV, era la del gran Tito Livio. día el honor a emperadores y a poetas mediante la coronación. En todo caso,
Algo de candidez política se trasluce en el detalle: el deseo de recomponer el renovado interés por la poesía y, aun más, por fabricar versos de buena
los lazos de unión con la antigua Roma fue más fuerte que el sentido crítico hechura clásica son aspectos arquetípicos del humanismo. En el Aphrica, con-
que podría haber impedido el error. A idéntica ingenuidad se podría atri- cebido a imitación de la Eneida, así como en el Bucolicum carmen («Églogas»), tan
buir la admiración y soporte incondicional que prestó a Cola di Rienzo, un influidos por las Églogas virgilianas, se halla un proceder característico de
notario de Roma con un pronunciado gusto por las reliquias del pasado que Petrarca: no ya el hecho de componer obras de inspiración señaladamente clá-
intentó reimplantar la república de los tiempos clásicos. Cola di Rienzo tomó sica, sino cada detalle del modo en que adaptó los modelos sin caer en la copia
parte en las revueltas populares que agitaron Roma en la década de 1340 y servil da la medida de esa aleación, profundamente suya, entre el pertinaz estu-
llevaron a su nombramiento primero como rector y luego como tribuno de dio erudito de la Antigüedad y la recomposición de ese mismo mundo en una
la ciudad; más tarde fue armado caballero en una ceremonia que incluyó el forma nueva y esencialmente original.
baño ritual en la fuente de Constantino; finalmente, el15 de julio de 1347, Hoy se conoce más a Petrarca por su poesía vernácula, sobre todo por el Can-
fue coronado Tribunus Augustus en el Capitolio con toda solemnidad 15 . Según zoniere (1348-1359-1366), el gran ciclo de sonetos que celebra el amor por una
parece, Petrarca quedó deslumbrado ante tamaño despliegue de pasión apli- dama de ficción llamada Laura 17 . Incluso ahí, la huella de los poetas antiguos
cada a todo aquello que él mismo tenía en la más alta estima: el ideal de resulta evidente. Pero fue ante todo su producción latina la que estableció su

-
Roma compuesto por los múltiples reflejos de las inscripciones, los monu-

16
• Vid . E. H. Wil.kins, The Making of the Canzoni<re and Other Petrarchan Studies (Roma, 19 S 1),
pags. 9-69; el discurso pronunciado en tal ocasión lo traduce Wilkins en sus Studies in the Life and
14 WorksofPetrarch (CambridgeMA, 1955), págs. 300-13 .
Petrarca, Seniles XVI. S, en sus Opera, págs. 1055-58 .
17
15 Sobre el conocimiento que Petrarca tuvo de Roma, y sus relaciones con Cola di Para una edición bilingüe del Camoniere, vid . Francesco Petrarca, Cancionero, ed. Jacobo
Rienzo, vid. Weiss, Renaissance Discovery, págs. 32-42 . Conines (Madrid, 1984).

32 33
Introducción al humanismo renacentista Orígenes del humanismo

reputación de humanista. Los cimientos históricos que habrían de sostener el Algunas de estas afirmaciones, con su nota de autocomplacencia, no represen-
Aphrica se fraguaron ya en el Yitarwn virorwn illustrium epi tome ( 13 3 7) («Sobre hom- tan tanto la materia propia de un carteo cotidiano como la sustancia de unos
bres célebres»), una obra donde Petrarca recurrió especialmente aLivio y a Sue- escritos de carácter polémico y didáctico que Petrarca dirigía a quienes sentían
tonio y en la que relataba las vidas de romanos ilustres, en particular las de más de cerca sus mismas inclinaciones. Entre los de su generación, probable-
Escipión el Africano y Julio César, ambas reelaboradas y ampliadas conforme mente fue Boccaccio quien compartió más estrechamente la pasión por desen-
aumentaban los conocimientos del autor. Por otra parte, pero sin alejamos dema- terrar códices singulares y por escribir conforme al canon de los viejos textos
siado, cabe apuntar también los Rerwn memomndarwn libri N («Cosas memorables»), que transmitían. También compuso una obra en parte dedicada a la historia clá-
escritos a modo de réplica a los Factorwn et dictorum memorabilium libri IX de Valerio sica, así como un manual sobre los dioses paganos que tuvo gran repercusión;
Máximo y con el afán de ilustrar las virtudes cristianas con numerosos ejemplos como se verá en breve, confraternizó con Petrarca en los primeros intentos serios
sacados de la historia de Roma. por reanimar el estudio del griego.
Las epístolas merecen capítulo aparte. Seguramente Petrarca las venía guar- El interés a la vez por la forma y el contenido de la literatura antigua,
dando desde la primera madurez al paso que las escribía. Pero fue en 1345, tras ampliamente atestiguado, se refleja de modo muy idiosincrático y algo medie-
descubrir en la biblioteca capitular de Verona un manuscrito de las cartas de val en el tratado más ambicioso de la madurez de Petrarca: De remediis utriusque
Cicerón a su amigo Ático (Ad Atticurn), cuando halló inspiración para empezar fortune («Sobre los remedios para ambas fortunas», 1366), vale decir una enci-
a moldear una colección propia, los Epistolarwn de rebus farniliaribuslibri VIII («Car- clopedia moral que ofrece curas para los efectos nocivos de la buena fortuna
tas familiares»), reordenada y pulida incesantemente hasta finales de los cin- y consuelo para los golpes de la desdicha. Con el modelo de las Disputaciones tus-
cuenta. El resultado que vio la luz en aquel momento (sucesivas revisiones llegan culanas de Cicerón, el tratado se desarrolla como serie de diálogos entre una
hasta 1366) constituyó el primer epistolario humanístico. La concepción y la fac- Razón de carácter estoico y las cuatro emociones condenadas por esta escuela
tura se debían a Cicerón (así como gran parte del contenido, dada la admira- filosófica (Alegría y Esperanza, Tristeza y Miedo), y da cabida, además, a un
ción de Petrarca por el estadista romano), pero no obedecían menos al cuidado enorme acarreo de materiales inconfundiblemente clásicos: más de quinien-
con que el autor cultivó la proyección de su propia imagen a través de las car- tos ejemplos procedentes de la cantera antigua y un número elevado de refe-
tas. Algunas de ellas, en particular las dirigidas a Boccaccio, versan específica- rencias implícitas a escritores romanos. Por todo ello, el De remediis podría llegar
mente sobre la imitatio, un tema crucial para la siguiente generación de a considerarse la cumbre de la producción de Petrarca, pero se echa en falta la
humanistas. Petrarca describe el impacto que le produjo la literatura clásica y su capacidad de síntesis. A lo largo del discurso filosófico-moral no hay más hilo
íntimo trato con ella. Ofrece sus opiniones sobre la licitud de explotar la mina conductor que el manido desprecio cristiano por los dioses terrenos y el con-
de los grandes autores del pasado, al tiempo que subraya la necesidad de hacerlo suelo contra la adversidad en la tradición de Boecio. El componente clásico
de modo discreto y nunca servil: el escritof .puede andar tras la huella de otro, pierde así su aguijón; los ecos del estoicismo de Cicerón y Séneca se disuelven
pero no debe reproducir exactamente sus pasos. La semejanza ideal no será la en una masa de materiales que prestan apoyo a opiniones más ortodoxas. En
que media entre retrato y modelo sino la de hijo a padre: similitudo non identitas ésta su obra más popular internacionalmente durante más de dos siglos,
(semejanza no igualdad). La imagen procede de Séneca y es elocuente del talante Petrarca no muestra atisbo alguno de la renovación filosófica que podría haber
práctico que Petrarca nunca abandona, ni siquiera en plena discusión teórica. llevado a considerarle el fundador de aquella corriente humanística más honda
Tanto es así que incluso trae a colación ejemplos de pasajes concretos del Buco- que ya deja atrás la simple lectura y manejo de los textos 19
licum carmen en los que, antes de mejorarlos, había percibido ecos demasiado
próximos, para su gusto, a los versos modelo de Virgilio, Ovidio y Horacio 18 19 De remediis utriusque fortune fue la obra más popular de Petrarca y se conserva en
centenares de manuscritos. La primera edición es de 1474 y se puede consultar en Petrarca,
Opera, o en traducción fragmentaria en Obras, ed. F. Rico, págs. 41 1-465. Para una breve relación
18 Vid. Petrarca, Lefamiliari, ed. V. Rossi, 4 vols. (Florencia, 1933-42). Las cartas que de las actitudes estoicas que presenta, N. Mann, << Petrarch's role as moralist in fifteenth-century
hacen particular referencia a la imitatio son: Familiarts 1.8 ; XXI1.2; y XXIII.19. Algunas Familiarts France>>, en A. H. T. Levi ( ed.), Humanism in France at the End of the Middle Ages and in 1he Early Renaissance
han sido traducidas en Petrarca, Obras, ed. F. Rico, págs. 238-297. (Manchester, 1970), págs. 6-1 S.

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Introducción al humanismo renacentista Orígenes del humanismo

La única ocasión en que se enfrentó abiertamente a un tema filosófico fue a trave's del norte de África y la Península Ibérica, donde se llevaron a cabo un
en el De sui ipsius et rnultorurn ignoran tia («Sobre su propia ignorancia y la de . ero sustancial de versiones al latín entre los siglos XI y XIII. A principios
nurn
muchos otros», 13 6 7), un texto de controversia que contiene una acerada res- del siguiente, sin embargo , el griego aún era prácticamente desconocido en
puesta a cuatro aristotélicos que habían afirmado que Petrarca era un hombre Italia (al igual que en el resto de Europa), pese a su ininterrumpida presencia
de bien pero con pocas letras. Para empezar, el autor censura la ignorante sabi- oral corno lengua vernácula en Sicilia y en el extremo sur de la Península, y a
duría de quienes lo acusan, lo que es tanto como decir la filosofia escolástica, pesar tarnbién de los habituales contactos comerciales entre Venecia y Bizan-
cuya doctrina -arguye- acaso pueda conducir a la verdad, pero nunca a sen- oo. No existió, en consecuencia, una tradición de estudio análoga a la que
tir amor por ella. A continuación, Francesco defiende la causa de los studia hurna- hernos visto en el caso de las letras latinas 21 .
nitatis, el saber al que había entregado toda una vida, alegando que el estudio Retazos de información sugieren que en Padua, a mediados del Trescien-
de la literatura, en particular la clásica, es senda de perfección y fuente de bon- tos, algunos maestros y juristas poseían manuscritos griegos y que incluso los
dad. Retórica y filosofia moral quedan, por consiguiente, hermanadas bajo podían descifrar. Otros signos indican que, durante el reinado de Roberto I,
una sola bandera. El mejor ejemplo -no podía ser otro- lo proporciona Cice- la corte angevina de Nápoles fue un centro de traducciones al latín de los tex-
rón, presentado en la obra como una figura protocristiana. Y así, de la mano tos griegos que se hallaban en los manuscritos de la biblioteca real reunida por
del De ignorantia, se cierra un círculo completo: volvemos al autor que inspiró Carlos I de Anjou (el conquistador del Reino de Sicilia en 1268) y sus suce-
a Petrarca desde el comienzo y le acompañó a lo largo de su carrera, ofre- sores. En un momento dado, el rey Roberto llegó a contar con no menos de
ciéndole textos que estudiar y, todavía más, un modelo literario y un patrón tres traductores trabajando a un mismo tiempo, entre ellos el calabrés Niccolo
ético que configuraron su vida y su obra 20 . da Reggio, a quien se deben versiones de algunas obras médicas de Galeno.
A fmal de trayecto se podría concluir que Petrarca no fue enteramente un Fue otro nativo de Calabria, sin embargo, un monje basilio, de nombre Bar-
innovador, que su brillante erudición se desplegó en un campo desbrozado laam, que había pasado un cierto tiempo en Constantinopla antes de transfe-
por el esfuerzo de generaciones anteriores, y que formó parte, en definitiva, rir su obediencia a la iglesia occidental y trasladarse a la corte napolitana, quien
de una cadena sin rupturas. Pero estas consideraciones no deben limitar en ejerció el primer influjo en los humanistas que ya conocemos.
absoluto el reconocimiento del ímpetu extraordinario que transmitió a esa tra- Al parecer, en 1342 el rey Roberto envió a Barlaam en misión diplomá-
dición: por el extraordinario aliento de su saber; por su sentido de la distan- tica a la curia papal de Aviñón, donde enseñó griego durante aquel verano.
cia histórica real que mediaba entre su época y la Roma antigua; por la calidad Petrarca, con su entusiasmo habitual por todo lo clásico, recibió clases parti-
del latín y la influencia de los escritos que legó a la posteridad; y por el pres- culares algunos meses hasta que el monje partió con destino a un obispado en
tigio que confirió a la actividad del erudito. A aquella imitación de los clási- Calabria tras la recomendación de su flamante pupilo. Dificilmente se puede
cos que predicó tanto como practicó, y que en 1341 tomó cuerpo en su otorgar al episodio una gran trascendencia , ya que Petrarca no fue capaz de
coronación con laureles all'antica, se debe atribuir el primer impulso de calibre leer el manuscrito de Homero que le regaló a principios de 1354 Nicolás
que recibió el humanismo renacentista, y el buen nombre de su fama. Sigero, un legado de Bizancio en la curia pontificia a quien había conocido en
Verona en 1348. Sin embargo, nada de esto impidió que más adelante solici-
Un componente esencial del desarrollo humanístico no ha recibido hasta aquí tara a Sigero obras de Hesíodo y Eurípides, ni que siguiera a la caza de otros
la debida atención: la restauración del estudio del griego clásico. Una parte manuscritos homéricos. Sabemos que examinó y rechazó uno en Padua a fina-

-
considerable de la producción científica griega, en especial una buena porción
del corpus aristotélico, se había traducido al árabe y había llegado a Occidente
21
Sobre la restauración de la lengua griega, Weiss, The Dawn, págs. 19-20; Kristeller,
«~edieval antecedents», en su Eight Philosophers of the Italian Renaissance (Stanford, 1964),
pags. 147-6S ( 1S 7-S9)[*), y «Renaissance humanism and classical antiquity>>, en Rabi!,
w Petrarca, De ignorantia, en sus Opere latine, ed. A. Buffano , 2 vals. (Turin, 197 S), Re.naissance Humanism, ! , págs. S- 16 ( 10-14 ); Reynolds y Wilson, Scribes and Scholars,
11, págs. 1025-1 S 1. Hay edición castellana en Obras, ed. F. Rico, págs. 238-297. Pags 146-49[*) ; G. di Stefano, La Découverte de Plutarque en occident (Turin, 1968), esp. cap. 1.

36 37
Introducción al humanismo renacentista Orígenes del humanismo

les de 1358 y que por aquel tiempo conoció allí a otro calabrés y discípulo de ¡3 73 23 . Los primeros traductores con una preparación seria no llegaron hasta
Barlaam, un hombre de mal carácter, según parece, que respondía al nombre más tarde y directamente de Bizancio, inicialmente a título de emisarios en un
de Leoncio Pilato 22 momento de gran actividad diplomática entre Constantinopla y la Europa occi-
En marzo del año siguiente, Boccaccio visitó a Petrarca en Milán. Durante dental, cuando la amenaza turca, cada vez más inminente, se cernía sobre el
su estancia, departieron sobre el Bucolicum carmen y sobre algunos aspectos de imperio griego. Treinta y siete años después del mal comienzo de Pilato, un
la imitatio que darían origen a la epístola ya comentada. También hablaron diplomático bizantino llamado Manuel Crisolaras llegó a Florencia para tratar
de Pilato, y el resultado final de esas conversaciones fue que Boccaccio per- unos negocios y allí instituyó un curso de griego que habría de mantenerse
suadió al calabrés, cuando éste se detuvo en Florencia camino de Aviñón, para durante varios años.
que se quedara a enseñar griego a sueldo de las autoridades florentinas. Así, La enseñanza de Crisolaras se caracterizó por favorecer el mérito literario
pues, al año de 1360 le corresponde el honor de registrar la primera muestra de las versiones latinas a expensas del viejo método de la traducción palabra
conocida de enseñanza oficial del griego en una ciudad de Italia. Aunque por palabra que tanto maniataba el estilo de Pilato y Atumano (método en
resulta difícil determinar cuánto tiempo permaneció Pilato en Florencia, su parte debido, quizá, al hecho de que la exactitud se creía adecuada en el caso
paso dejó rastros palpables: la traducción parcial de Homero y de unos cua- de la traducción de un texto científico). En su anhelo por facilitar una mejor
trocientos versos de la Hécuba de Eurípides, por encargo de Boccaccio, así como comprensión del griego, Crisoloras también escribió un libro de gramática
de parte de las Vidas de Plutarco a petición de Coluccio Salutati. (Erotemata, «Cuestiones»). el primero de su género en llegar a la imprenta, ya
La actividad subsiguiente de Pilato está mal documentada. Sabemos que a fmales del Cuatrocientos; su éxito entre los discípulos de Crisolaras fue más
en 1 3 6 3 permaneció tres meses al lado de Petrarca en Venecia y que Boc- que considerable. y todavía alcanzó a Erasmo y otras figuras del humanismo
caccio se sumó a ellos por algún tiempo. Aquel verano Pilato decidió volver posterior.
a Constantinopla, lanzando improperios contra Italia y los italianos. Poco Por todo ello, 13 9 7 es una fecha clave en la historia del humanismo e
tardó, sin embargo, en dirigir sus invectivas contra la ciudad bizantina y sus incluso de la cultura europea. Entre los pupilos de Crisolaras se contaban algu-
habitantes y planear su retorno a Italia. Murió al naufragar en el viaje de nos de los hombres de letras más brillantes de una nueva generación, Leonardo
regreso en 1365. En la primavera de aquel año, Petrarca había preguntado a Bruni y Guarino de Verona en la primera fila. Con ellos, y con la llegada del
Boccaccio acerca de un pasaje de la traducción de Homero; a finales del siglo xv. el griego recuperó el lugar que le pertenecía dentro de los studia huma-
siguiente recibió por fin un manuscrito con la Odisea y la Ilíada vertidas al nitatis, y el humanismo entró sin duda en una nueva etapa.
latín, y al cabo de un par de años su amanuense Giovanni Malpaghini ya
había sacado copia de ambas obras.
Todos esos contactos nacidos de la corte angevina significaron, a lo sumo,
los inicios titubeantes de la historia de la recuperación del griego. Las traduc-
ciones de Pilato eran desmedidamente literales, por lo que cobraron peaje
cuando Salutati intentó traducir su tanto de Homero en un latín más feliz. Lo
mismo se puede decir de otro texto que quiso mejorar unos años más tarde:
una versión aún medio griega del tratado sobre la ira de Plutarco, fatigosa -
·mente pergeñada en Aviñón por el arzobispo de Tebas Simón Atumano en

lZ Sobre las relaciones entre Petrarca, Barlaam y Pilato, vid . Wilkins, Lile of Petrarch, págs.
33-34, 162-64, 169, 190-92, 200; y N. G. Wilson, From Byzantium to ltaly : Greek Studies in the ltalian
Renaissance (Londres, 1992), págs. 2-7. Para la influencia de Barlaam y Pilato en Boccaccio, ver su
Genealog~e deorum y la edición castellana (Madrid, 1983) . - 23
Para esta traducción, Di Stefano, Dicouverte, caps. 2-3 .

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