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Colección "PROPUESTAS"

Directores de la colección:
Eduardo Pavlovsky (Coordinación General)
Hernán Kesselman, Gregorio Baremblitt
y Juan Carlos De Brasi

Primera edición: abril de 1989

© AYLLU S.R.L

Sede: México 355, Capital Federal

Postal: Casilla 227, Sucursal 1


1401 Buenos Aires

Todos los derechos reservados


Impreso en la Argentina
Hecho el depósito que marca la ley 11.723

I.S.B.N. 950-560-061-5
Vera Lucia Batista - Armando Bauleo
Heliana Conde - Juan Carlos De Brasi
Ana M. Fernández - Carolina Pavlovsky
Marcelo Porcia - Osvaldo Saidón

LO GRUPAL 7

EDICIONES BUSQUEDA
de AYLLU S.R.L.

BUENOS AIRES - ARGENTINA


INDICE

HORIZONTE, J. C. De Brasi - E. Pavlovsky 7

I. LABERINTOS, LINEAS, MULTIPLICIDADES. Un


más allá de lo instituido y lo instituyente
VIOLENCIA Y TRANSFORMACION. Laberintos
grupales e institucionales en lo social-histórico, Juan
Carlos De Brasi 11
Hacia una clínica institucional, Osvaldo I. Saidón.. 33
La dimensión institucional de los grupos, Ana María
Fernández 49
Introducción al pensamiento grupalista en la Argenti-
na y algunos de sus problemas actuales, Marcelo
Percia 65
La disciplinación de la marginalidad, Carolina Pav-
lovsky 97

II. ORIENTACIONES INSTITUCIONALES. Institu-


cionalización de una práctica y crítica de la profesio-
nalización.
Corredores terapéuticos, Armando Bauleo 107
La idea y la práctica de "los corredores terapéuticos",
A. Bauleo, J. C. Duro, R. Vignale 115
El análisis institucional y la profesionalización del
psicólogo, H. de Barros Conde Rodrigues y V. L.
Bautista de Souza 121
HORIZONTE
En el campo de las producciones subjetivas y de las for-
maciones grupales, siempre nos hemos guiado por una idea
sencilla: cuanto más sepamos sobre la complejidad de lo da-
do, más eficaces seremos para actuar. Casi una perogrulla-
da, aunque sea, en realidad, un doble desafío. Por un lado,
manejar la multiplicidad de situaciones, sus ocurrentes co-
nexiones, sus relaciones constantes, sin restar fuerza a las
peculiaridades que la caracterizan. Por otro, ir señalando
los diferentes estratos por los cuales se deslizan los movi-
mientos de análisis, sus direcciones posibles y las distin-
tas creaciones instrumentales apresadas en un inestable
acontecer. Desde él suena, como una vía para la investiga-
ción y el recuerdo, la admonición de Bachelard: "Una medi-
da precisa es siempre una medida compleja". Vale sólo co-
mo una, lejana señal de humo, porque aquí no se trata de
"medir", sino de algo más elemental: para nosotros, en es-
tos tiempos de betunes y tinieblas, es más importante seguir
pensando, que pensar de manera exacta, o sea: correcta, es
decir, aséptica
Hacia ese horizonte tiende "lo grupal", y el "7", como ca-
da volumen anterior, lo ex-tiende en imprevisibles deveni-
res.

J. C. De Brasi - E. Pavlovsky
LABERINTOS, LINEAS, MULTIPLICIDADES.
Un más allá
de lo Instituido y lo instituyeme.
VIOLENCIA Y TRANSFORMACION.
Laberintos grupales e
institucionales en lo social-histórico

por JUAN CARLOS DE BRASI

Si Kafka hubiera nacido en la Argentina, sería


un costumbrista.
Alguien
"Lo que se reivindica y sirve de objetivo es la vi-
da...La vida, mucho más que el derecho, es lo
que ahora está en juego en las luchas políticas,
incluso si éstas se formulan a través de las afir-
maciones de derecho. El derecho a la vida, al
cuerpo, a la salud, a la felicidad, a la satisfac-
ción de las necesidades..., ese derecho tan incom-
prensible para el sistema jurídico clásico".
Michel Foucault
"Todo parece obvio.
Si parece obvio, no lo es. Su obvio, en cambio, es
lo que parece: una coartada para la resigna-
ción".
Jeancha Sibrade

"Violencia y transformación" es un texto que se acopla


tenazmente con "Apreciaciones sobre la violencia simbóli-
ca, la identidad y el poder"1. En éste indagaba la violencia
en algunas constelaciones de las prácticas significantes,
así como ciertas formas de su credibilidad e institucionali-
zación. En la actualidad intento situarla en oposición a

1 Publicado en "Lo Grupal 3"


otro fenómeno, a través de los laberintos congelados e insti-
tuyentes de los más ocurrentes dibujos sociales.

Como un Alud

Estamos viviendo tiempos en que "hasta los perros son


desgraciados", como diría Paul Eluard.
Creímos sacar el monstruo por la ventana, pero se había
instalado en el lugar central de la casa, una casa, semi-hos-
picial, cuyo "orden" existía sólo en el tono persuasivo de
una voz y en las "órdenes" atronadoras de las "voces de
mando". Mientras tanto la realidad visitaba los andurria-
les de la miseria, a los niños escupidos por las mesas de di-
nero, las escuelas de cara al firmamento, a los hogares fati-
gados. Y la gente sufría las retorcidas volteretas de la sobre-
vivencia y los grandes caudales reducidos a pocos bienes-
tares, la "especulación" con la que Hegel (o filósofo algu-
no) jamás pudo soñar, el "cholulismo", la ostentación del
mandato como fin en si por representantes "de derecho" (y
derecha). Y contemplaba atónita el "carnaval genocida",
el traslado obsceno de la "acción comiteril" a la "gestión
institucional", con el alto costo negativo que eso implica pa-
ra los 'verdaderos generadores de recursos, las ocurrencias
lastimosas confundidas con el "pragmatismo", la sordera
con una estricta voluntad de (des) información y la indife-
rencia con el estilo de funcionamiento. Y padece hasta hoy
las modalidades y tipos subjetivos —casi intactos— que se
produjeron durante la dictadura militar, y la vigencia de
los mismos en los espacios públicos e institucionales con su
mentalidad de saqueo, arbitrariedad y feudalidad. Etcéte-
ra. Todo ello actualiza la reflexión sobre violencia y trans-
formación, sus deslizamientos, tramados, hibridaciones y
discriminaciones necesarias para evitar que el escepticis-
mo sea el arma de dominación más eficaz. O algo peor
aún, que, de manera indeseable, la vida se convierta en des-
tino.
Convergencia

Una mirada que intente abordar estos fugaces y perma-


nentes fenómenos, en sus múltiples constelaciones (institu-
cionales, grupales, interpersonales, etc.) exige ubicar, en
primera instancia, su "matriz" generadora, las conexio-
nes privilegiadas que mantiene con procesos de cambio,
sus dimensiones imaginarias y sus repercusiones mitoló-
gicas.
Coincidimos en este espacio, figura de un diálogo posi-
ble, para hablar conjuntivamente de violencia y transfor-
mación. Pero asimismo de aquello que constituye el "sopor-
te" de cualquier variante autoritaria.
Ignoro si todo está debidamente acotado, si emergió una
provocativa sugerencia o un título para reflexionar.
Seguramente podríamos jugar en infinitas especulacio-
nes con los términos, sus estimologías y pregnancias^ No
creo que este ajedrez nominalista sea muy serio. Y serio es
lo opuesto de lo grave, carece de su peso y opacidad.

Ligazones inciertas
Quizás la relación propuesta aquí no sea tan prístina, ni
tan segura la conexión causa-efecto que más de uno supon-
dría.
Es probable que nos encontremos ante una forma enig-
mática, que debe haber desesperado a más de un historia-
dor, quitándole de paso el sueño a muchos psicólogos, soció-
logos, politólogos y ciudadanos del mundo.
La conjunción desde sus inicios aparece como una rela-
ción cifrada. La Y más que unir cifra, esperanzas, disyun-
ciones, implicaciones, rechazos, posibilidades e imposibili-
dades, exclusiones e inclusiones, lo deseable y lo legítimo,
lo abominable y su exorcismo, o sea, las ramificaciones
inagotables que una cifra encierra. Y más ésta que nos po-
ne siempre en el camino de una historia vivida, trágica o
grotescamente, en común.

/
De ahí la necesidad de elaborar, descifrar y emitir un
juicio que no deja impune ninguna proposición ni circuns-
tancia vital. Sirvan esas metáforas, para marcar un sus-
cinto espectro (disparador sin mayores fundamentaciones,
para pensar en común) de !o que la relación condensa.

Interrogantes y Puntualizaciones

Dejo planteadas algunas interrogaciones y puntualiza-


ciones. Ellas pueden servirnos para aludir a un intercam-
bio todavía en reposo.
1- ¿La violencia, se equipara a la transformación so-
cial?
A menudo un cierto imaginario compartido concibe a
los procesos de transformación colectiva como producto-
efecto de la violencia, mientras ésta es considerada motor
de todo cambio estructural.
Si la equiparación es reductiva y unilateral, es decir,
sin observar la complejidad del ámbito donde se actúa, se
cae en una posición ingenua (mecanicista) que supone a la
"acción directa" como clave de las metamorfosis posibles.
Esos mecanismos pierden su carácter "mecánico" sólo
cuando funcionan como un movimiento repetido de desgas-
te, mediante contradicciones palpables (de explotación, ra-
za, etc) y vienen encabalgadas en largas temporalidades
históricas. Es el caso de la violencia que ejercen, justa y ne-
cesariamente, las mayorías sojuzgadas de Sudáfrica. O
también en un nivel distinto es la canalización de duras
tensiones y bloqueos de intensidades durante un trabajo
grupal; o la forma de suponer las "cristalizaciones" con
que somete una institución esclerosada a sus componentes.
Situaciones todas donde sólo los diversos modos del accio-
nar directo producen las reversiones buscadas.
En cambio si lo esperado por el sistema en su globalidad
y los distintos aparatos represivos, es la acción inmediata,
responderá a ella con operaciones de mayor calibre para
justificar una "cirujía" de todos aquellos elementos que ha-
cen peligrar la elemental "seguridad nacional", el "carac-
terístico estilo de vida local", las "tradiciones intocables" o
cualquier otra entelequia. Desde esta perspectiva la violen-
cia sin mediaciones juega para fortalecer lo que parecería
desarticular.
2- ¿Es la violencia una elección excluyente?
Como contracara de la anterior, innumerables orienta-
ciones perciben a la violencia como enemiga de las muta-
ciones sociales, pues su ejercicio conduciría a la disolución
misma de la sociedad.
Esta "butología negativa" de la violencia no resuelve el
problema, ya que sólo lo plantea para anular su positivi-
dad. Los estados anímicos que la caracterizan son "reacti-
vos", la argumentación de base apunta a que "se destruiría
la naturaleza humana misma, si algún tipo de violencia la
justificara", y el corolario que la define es totalmente "re-
accionario" ya que los cambios se darán de una u otra ma-
nera en la historia, pero en una historia sin sujetos, distin-
ta a la de las funciones y poderes que realmente la van cons-
tituyendo.
3- ¿Es la violencia una operación inclusiva?
En ella se estima la validez parcial de la violencia en la
metamorfosis de lo social. Pero tal violencia exige ser con-
ceptualizada en términos de su dirección, propuestas, capa-
cidad para revertir un estado de cosas, legitimidad, bloqueo
en el uso de mecanismos existentes, única salida que dejan
ciertos poderes, opresión absoluta de un estado clasista, de
casta o de rasgos imperiales, etc., sobre el conjunto de la so-
ciedad.
A estos esbozos siguen otras preguntas que no intentan
agotar cuestiones cuyo listado sería lo suficientemente
grande como para quitarnos el aliento. Sólo anoto algunas
antes de delinear el asunto primordial. ¿Con qué noción de
' social, sociedad, estamos operando? ¿Cuál es la categoría
de violencia que ponemos en juego? ¿Qué concepto de trans-
formación aplicamos? Quedan abiertas a completamientos
diversos, sin que ningún cierre sea probable.
La cascada de interrogantes que se precipitó, quizás pro-
duzca, asimismo, las reacciones esperadas. La más conoci-
da sería aferrarse a la seguridad de las definiciones. Sin
embargo, ¿a qué definición de la definición (destino tautoló-
gico de la misma) nos atendríamos?
Una nominal de sociedad por aquí; otra estipulativa de
lo social por allá; o una contextual de violencia que nos per-
mita interpretar de manera limitada el problema Obvia-
mente nada de esto podría satisfacernos, pues donde una
certidumbre se instala, un nuevo interrogante se ocupa de
quitarle consistencia. Dejemos, entonces, la afinación de
tales empresas para los sociólogos del conocimiento o sus
partenaires empiristas, o quienes desmenucen "la socie-
dad" —objeto mimado del siglo XIX—, y cuyas resonancias
siguen vigentes en las preocupaciones actuales.

En el mismo "Soclus"

La noción "simple" que atraviesa este escrito se puede


enunciar así: tanto la violencia rasa (y arrasante) como la
violencia simbólica (que atraviesa las prácticas discursi-
vas) son inmanentes y operantes en los diversos planos
donde transcurrimos.
Es por ello que la idea de violencia y violencia simbóli-
ca, van implicadas en la misma definición de "sociedad",
o más precisamente de formación social, que estemos utili-
zando. Si borramos una borraremos, en consecuencia, la
otra; o de forma inconsistente, renunciaremos deliberada-
mente a entender la composición -de las "realidades" que
padecemos, sea en nombre de las "ficciones" íntimas o del
velo que "un profundo deseo de paz" arroja sobre la historia
como fábrica de infinitas desventuras.
Es decir, la crudeza de las situaciones vividas, las conce-
siones habituales para sobrevivir, una angustia omnipre-
sente por la falta de direcciones, la frustración permanente
de casi cualquier proyecto, el acentuamiento de la domina-
ción y la dependencia, y tantos otros fenómenos no ocasio-
nales, pueden empujar a que el analista (interdependiente)
en el dominio de la historia de las ideas, o el operador técni-
co-profesional en un campo determinado, se convierta en
odalisca; breve lapsus que nos transporta de occidente a
oriente y a distintas formas de concebir la violencia, sus
asociaciones pertinentes o sus delicados equilibrios.

Hendiduras

Anclemos para ponernos en movimiento. Las formacio-


nes sociales en que vivimos están atravesadas por múlti-
ples separaciones, asincronías, combinaciones y cambian-
tes mixturas. Existen divisiones fundamentales que ope-
ran en una constelación determinada de acontecimientos,
tales constelaciones son las que aparecen, para quien las
analiza, como niveles discriminados y diferenciados unos
de otros. Pero los niveles no son más que simulacros de con-
tinuidades perdidas, que reniegan del armado explicativo
causa-efecto, o sobredeterminación con causa jerarquiza-
da, o de cualquier causación unificada. Sin embargo no es
la dispersión de aconteceres—garantía deseante en otra di-
mensión— lo que importa establecer aquí, sino el hecho de
que nuestras sociedades son paradigmas de cortes y desi-
gualdades básicas, cuyas "suturas" son las vías regias pa-
ra el esbozo de una teoría de las ilusiones. Son las mismas
que alimentan ciertas formaciones grupales en sus redes
metafóricas (el grupo análogo al "sueño" o captado como
un "organismo viviente") y faníasmáíicas (el grupo como
una "boca", un "pecho" o algo de ese registro). Pero más ilu-
sionadas que nunca cuando tales formaciones son vividas
y concebidas dentro de una "totalidad" unificada en sí mis-
ma, denominada "grupo", siendo esta la ficción que la ma-
yoría se traga al hablar de grupos estatuidos y precisamen-
te respetados porque se les atribuye el saber de su propia
constitución, es decir, de la eficaz promoción de sus fantasí-
as consumadas. Lo que se busca, a partir de ahí, es que sus
productos imaginarizados sean consumidos. Al "hecho con-
sumado" se le alucina como contrapartida el "hecho consu-
mido". El primero caracteriza el mecanismo clave de todo
"poder de facto" (e infatuado). El segundo a los que "de fac-
to" han sido arrojados de cualquier poder de decisión. Por
eso la clave será tanto en un grupo, institución o coyuntura
social-histórica reflexionar sobre las maneras en que los
"hechos" —sean cuales fueren— deben ser "des-hechos" en
el momento justo de su circulación e intentos de sacraliza-
ción. El asunto reside en que el acontecer no se paralice en
los glaciales de la creencia. Evoquemos un ejemplo inquie-
tante y revelador por lo cercano. El conjunto de patéticos sol-
dados amotinados en diciembre de 1988 en Buenos Aires
surge como una "totalidad auténtica" que expresa un "fun-
damento idéntico" (fundamentalismo), y cuya última e in-
finita fuerza reside .en excluir cualquier rasgo diferencial.
La verdad es, entonces, sólo aquella que pasa, como leit-mo-
tiv, por la "boca" de algunos de sus integrantes reales o po-
tenciales, adscriptos o simpatizantes, y desde ella se emite.
Así los que no se pliegan a ese "espíritu de cuerpo" (donde
aparece la condensación "orgánica" del grupo-secta iniciá-
tica y de la institución-corpo-rativa) o sea: todos los demás,
pueden, según la expresión de los carapintadas, "joderse
por haber votado a los radicales", a los peronistas que "son
peores", a los "liberales o comunistas" entre los cuales no
hay distinción porque ambos "son ateos". Y la salvación so-
cial general vendrá cuando ellos sean dirigidos por un "ti-
po con huevos, que no sea chupamedias, ni manejados por
un civil boludo que no sabe siquiera lo que es un FAL...".
Pero ahí no termina el asunto. Toda la potencia del argu-
mento reside en hacer de la exclusión un mecanismo sin fi-
suras (como corresponde a una postura integralista). Ya
quedaron fuera de concurso millones de votantes, los prin-
cipales partidos políticos, el gobierno y sus funcionarios
que no merecen el nombre de tales puesto que no funcio-
nan. Enseguida le toca el tumo a los sectores que parecían
estar alejados de la iracunda enumeración. Las "figuras
eclesiásticas" y los medios de comunicación quedan bajo
la "mira" de un fusil imaginario, "Estos curas siempre
chupando el culo. A esos también hay que barrerlos" y el
miedo de la gente no es causado por el alzamiento militar,
sino "porque el periodismo la engaña" respecto de las ver-
daderas intenciones que guian la asonada. Los otros, en es-
ta falta de pensamiento, siempre son desconfiables o exter-
minares, simplemente por ser diferentes y no extensión de
uno mismo.
Sin embargo en el ejemplar de interlocución sin diálo-
go 2 que acabo de señalar no se carece de estrategias, ni de
una lógica específica. Las primeras anticipan en el lengua-
je mismo las acciones de "choque" físico por venir (en espe-
cial bajo la forma de "represalia" por no haberse compren-
dido el mensaje "esencial"). Por eso los intercambios son
escuetos, terminantes, y los puntos de vista están despoja-
dos de todo intento defiindamentación,pues responden a un
"fundamento" que no requiere explicitación alguna. Se su-
pone como tal, y como tal se impone. Ese es su único objeti-
vo. Así las estrategias referidas son operaciones concretas
de una lógica "soldada", donde el número de sus elementos
y combinaciones está fijado de antemano. Lógica "solda-
da" —y no sólo "cerrada" o "formal"— carne misma del
"soldado mesiánico", sea del ejército o de cualquier otra
M ti
causa .

2 Cuya estructura es homóloga —y se puede probar— a la que encontra-


mos en otros órdenes discursivos donde se estipula de modo inapelable:
"esto es..." (grupal, individual, científico,etc.) o "aquello no es..." (idem).
Los mecanismos responden a la lógica después mencionada.
Concatenaciones

A las marcas previas se agrega la separación creciente


del estado, sus instituciones y sus "representados".»
El representante es representativo, ante todo, de la propia
obra que el poder ubica en la escena imaginaria de lo políti-
co y sus concreciones. Espejo que se pone a sí mismo como
modelo de lo que debe someterse a sus designios, si se quie-
re confirmar la marcha del orden representativo y sus
emblemas, la ley, la justicia, en fin, el estado de derecho.
¿De qué hecho?. Mala pregunta, ninguno aparece para vali-
dar tales secuencias legislativas; se trata simplemente, de
la concreción del poder central o periférico, y esto no es "he-
cho en otra instancia", sino apropiación, arrebato, forcejeo,
en una palabra: acto de dominación. La escisión clave no
puede pensarse fuera de su contrapunto: la sumisión. Las
relaciones productivas y reproductivas se continúan en las
relaciones de fuerzas, en las tensiones que conservan las
alianzas, en las líneas de acuerdos, siempre realizadas
sobre los recuerdos de mantener las diferencias. Así es co-
mo la desposesión y la desigualdad tqjante se tornan consti-
tutivas, y la "obediencia debida" a los poderes instaurados
conlleva el mandato explícito de la más realista obediencia
de-vida.
Apuntábamos que en un orden de derecho, las relaciones
de dominio, los ejercicios de subordinación, los modos visi-
bles e invisibles de dependencia, se confunden con la vio-
lencia como una de las tantas formas rutinarias que es pre-
ciso incorporar para insertarse en la vida cotidiana.
El hábito de la coacción convierte a ésta en inobservable,
la distribuye y redistribuye constantemente en lugares de

s La disgregación y la virulenta autonojnización que mantienen entre


si las instituciones estatales, hablan de dos tendencias difícilmente rever-
sibles en el corto y mediano plazo. Una, la hegemonía de los modelos priva-
dos en el accionar del campo público. Otra, que este proceso de alienación
institucional es deseado desde amplios sectores de la población e impulsa-
do por cuadros tecnocráticos con amplio margen de manipulación.
explotación directa e indirecta, en espacios de poder ostensi-
bles o esbozados, haciendo que los sujetos miren hacia lo
alto, desde donde vendrá el consentimiento o sanción de la
ley, al tiempo que permanecerán ocultas las proveniencias,
servicios yfinesdel aparato legal mismo.
Los avatares de la justicia argentina en este período de
"retorno a la existencia" y reacomodación, evidencian las
modalidades que señalo. Claros ejemplos son los bombar-
deos de tecnicismos legales que sufre la población, en fun-
ción de convencerla sobre alguna "presunta" y oscura
situación. O ante negociaciones políticas que después se
rotulan como "imperiosas para el país", su "crecimiento",
su "pacificación", donde la interpretación de un determina-
do operador o núcleo dirigente expresa la "necesidad objeti-
va de la sociedad global". La cuestión es totalmente antide-
mocrática. Cada interpretación del "representante" es el
saber entero y lo que "más conviene al soberano". Ningu-
na grieta permite distinguir la representación de la cosa
misma. Así los aparatos de gobierno se alienan progresiva
e irremediablemente de sus referentes.
Una muestra. El juez R. Basavilbaso, funcionario de la
Cámara Especial Antisubversiva —El Camarón— es nom-
brado en 1988 miembro de la Cámara Federal de la Capital.
Según la tintorería curricular el suyo es un "expediente hi-
giénico, meritorio y honesto". El designado es el legista
"Delfín" de los jefes del Estado Mayor del Ejército y la Ar-
mada.
Otra muestra inversa (perversa). En 1977 una adolescen-
te de 17 años es baleada por la espalda y a quemarropa sin
decir agua va agua viene— por el jefe de un "grupo de tare-
as". Ella, Dagmar Hagelin. El, teniente Alfredo Astiz.
Ella circulaba hilarante y apolítica por una provincial
calle de ignominia, y fue confundida con otra (María Anto-
nia Berger). El ensayó su cotidiano tiro al blanco y metió
un sueño ensangrentado en el baúl de un taxi. Ella fue vis-
ta por otros secuestrados "semiparalítica (el balazo pudo ha-
ber tocado la médula) y atada con cadenas a una camilla".
El tiene prescripta su causa, deambula angelical, espera su
ascenso y funge como jefe de operaciones de un homónimo
de su temple, un destructor, que lleva el nombre ( Heroí-
na") con el que seguramente droga sus fantasmas, t,lia,
de ella ignoramos su causa, aunque sí sabemos que la tiene
sesgada antes de haberla podido ensayar. Y con ella se en-
sañan dos veces. Ahora la justicia en un Supremo corte con-
sigo misma caratula un expediente "Corte Suprema de
Justicia contra Ragmar Erlan Hagelin", padre de aquella
planetaria desesperación. Y con un rasgo de identificación
genocida ordena "seguir adelante la ejecución contra Rag-
mar Hagelin". Claro que se trata de embargarle sólo un
televisor, equivalente a las "costas" del juicio. Extraño jui-
cio, éste de la gente juiciosa, donde contra las personas ino-
centes la justicia "sigue adelante" con sus ejecuciones.
Decía el viejo Nietzsche, "el desierto va creciendo. ¡Des-
venturado el que alberga desiertos!". Y no es con los ojos
vendados (símbolo de la justicia, pero también justo el^sím-
bolo del que no quiere ver) como vamos a dejar de habitar-
los.
Una vida regida por el continente de los mandatos racio-
nales y su observancia continua obviamente es más apeteci-
ble y tolerable que cualquiera de las variantes autoritarias,
ciegas y destructivas que imperaron durante las décadas
superinfames que atravesaron varias naciones y en espe-
cial la nuestra; pero ello no debe anular la capacidad criti-
ca y la discordancia creativa, situadas más acá de las im-
putaciones desligadas o los lemas estereotipados.
Entonces, pensar nuestras ramificadas formaciones so-
ciales desde sus relaciones (de fuerzas) contradictorias, en
lucha sostenida, estructurada de mil maneras desde esa
evidencia que discrimina muchos polos, ocasionalmente
condensada como "central" y que se organiza en distintos
subsistemas de tensiones, significa que es imposible consi-
derarlas desde sus armonías, compensaciones o equili-
brios sea cual fuere el grado de perfección que las caracteri-
cen.
Figuraciones

Abordar desde otro ángulo nuestras formaciones socia-


les daría el cuadro tentativo siguiente:
Como conjuntos divididos, ellas se mueven bajo la figu-
ra de los antagonismos. Por lo tanto la violencia es la con-
dición de sus peculiares tipos de funcionamiento.
Articuladas fallidamente como unidades parciales, jue-
gan realmente en multiplicidades irreductibles. De ahí la
necesidad permanente de conciliación, cuya instancia su-
prema la representa el estado, aunque otras —por ejemplo,
la Iglesia—, puedan tener una demanda eventual en la me-
diación.
Como totalidades aspiradas se definen desde la vigen-
cia de las dispersiones. Por eso la ilusión de sutura se con-
jugará en tiempo pluscuamperfecto.
La conclusión relativa de nuestro andar previo es que
las nuestras son sociedades para la violencia. La paz, las
fusiones coyunturales, y demás amalgamas son intercam-
bios, arreglos o concesiones normalizadas, no constituyen-
tes, entre distintos estratos, sectores, grupos, u otras forma-
ciones específicas.

Derivas

Algunas reflexiones nos permitirán ilustrar mejor la


argumentación. El sistema de alianzas en nuestras socie-
dades es mutable en casi cualquiera de los niveles que dese-
emos analizarlo, sea en el político-institucional o en el pro-
fesional. Aquí es aceptado —no sin resistencias— como
tal. Sin embargo es rechazado de plano en el interior de nú-
cleos "juramentados" (familias, sectas, equipos, etc.), don-
de las alianzas toman la rocosa consistencia de los pactos
de sangre, imago de la duración del vínculo per vitam. Las
uniones ejercen un simulacro de "eternidad" porque no
circulan por calles desconocidas, sino por el torrente san-
guíneo mismo. Sin él la muerte sería una presencia senti-
da. Cuanto más cerca esté el compromiso de sangre ("lo lle-
va en la sangre", "está firmado con sangre"), mayor será
la fascinación de vencer, y la terrible experiencia de ser
vencido (pues el otro llevará su victoria "en la sangre" y és-
te "sí tendrá sangre").
De modo idéntico al de las sociedades que creíamos en
un "estadio inferior al desarrollo", las nuestras están cons-
tituidas a partir de la violencia. Pero en las primeras el
cambio imprevisto de ligas y acuerdos no es un mero cam-
bio de frente, un olvido efectivo que posibilita el recomienzo
de otro ciclo, sino que lleva a la extinción social y personal
del grupo de referencia. Así se le demarca el límite en el
que puede operar. Un nuevo funcionamiento requerirá una
formación colectiva y un escenario distintos, donde se ensa-
yen diferentes uniones y se postulen objetivos inéditos.
La semblanza muestra que la pugna precede a cualquier
modalidad de alianza o juramentación que se ponga en cir-
culación entre los miembros de una agrupación o entre cír-
culos determinados. Inclusive ese nosotros al que arriban
los pequeños grupos está desdoblado en el nos-otros que se
manifiesta en unariñasorpresiva.
Tampoco escapan de esa trama los grupos "autónomos",
o sea, los que están focalizados desde su "pura autoafirma-
ción"; no sólo mantienen a los demás como sus diferentes
y potenciales antagonistas en ausencia, sino que señalan
un intermedio, un "idilio" entre su esperanza (auténtica y
quizás merecida) de aislamiento y el retorno forzoso al es-
pectro de las contradicciones que los constituyen. Habría
que considerar, en trabajos posteriores, cuáles son capaces
de transfigurar una cierta imagen de "destino" en potente
creatividad. Ello denunciará el destino como una exten-
sión quimérica e ilegítima del "principio de sujeción". Es
innegable que el sujeto ha muerto, y que un sujeto se extin-
gue, aunque también lo es que uno siempre dará que hacer
y que pensar.
Hacia complejas positividades

Volviendo ahora de los senderos por los que nos desliza-


mos, afirmábamos que vivíamos en sociedades donde las
dimensiones de la violencia eran constitutivas. Se compor-
tan, entonces, como los requisitos básicos para que las mis-
mas puedan subsistir. La violencia así considerada es do-
minantemente conservadora, enemiga de la tan ansiada
transformación social.
Antes de jugar con los espejitos y creer que bastaría opo-
nerle a la violencia conservadora la revolucionaria para
solucionar la cuestión, es necesario aclarar que eso incorpo-
ra dos asuntos paralelos que complican el panorama, en
vez de simplificarlo. En primer lugar, traemos cierta no-
ción a un campo conceptual, donde no tiene sus condiciones
de esclarecimiento, ya que ella parecería ser la "solución"
al problema planteado; pero con la dificultad de que partici-
pa de lo mismo (violencia) que intentamos despejar.
En segundo término la violencia revolucionaria es una
respuesta posible, ya que funciona en el límite de una muta-
ción; con el agregado de que se desconoce, en la enuncia-
ción, su dirección, signo y sentido.
Aquí se trata de otra cosa, de pensar desde los bordes del
concepto de violencia un proceso de transformación efec-
tivo.
Las formaciones sociales en que estamos inmersos re-
quieren ser cambiadas; lentamente la imagen aniquilada
del otro debe ofrecernos algún trazo que indique su existen-
cia; el balbuceo lanzado al azar debe prefigurar un interlo-
cutor posible; la reconstrucción de la sociedad civil se torna
un imperativo. Pero no se trata de ningún deber ser, sino de
un poder hacer con los demás en un ámbito común y singu-
lar a la vez. Retomar una tradición valiosa, rehacer cier-
tas identidades colectivas, posibilitar condiciones de indi-
viduación crecientes, impulsar potencialidades creativas
recuperar mitos vitales, criticar imaginerías de muerte'
anudar valores deshilvanados, combatir carencias esen-
cíales, entronizar infinitos modos de solidaridad, impli-
can una progresión que apunta a revertir, sin poder anular
en el corto tiempo, la violencia fundamental.
La transformación adquiere así un sentido propio e indu-
ce a enfocarla desde un análisis inmanente; cómo, por qué,
en qué situaciones opera, orientada de qué modo, cómo dis-
tinguirla de otras ideas y prácticas, y las cuestiones ético-
veritativas que desencadena.
Además, con qué otra noción que la de la violencia se re-
lacionaría, siendo esa unión más pertinente. Los mayéuti-
cos ("la violencia es partera de la historia"), están condena-
dos a la esterilidad; esterilidad mayor aún cuando se desli-
zan hacia la ventrilocuía, y con gran pasión no hacen otra
cosa que hablar de sus anhelos.
Por otro lado paz, no-violencia, etc., no parecen los con-
ceptos más felices. Paz se define como ausencia de violen-
cia. No-violencia se limita a hablar de la misma en térmi-
nos privativos. Aspiraciones y desconocimientos sirven de
garantía a retornos indeseados, y esto se da porque es lo
mismo enseñoreado en el núcleo del sistema lo que insiste
sin sosiego. Es preciso apartar las marcas negativas, no es
como anti que algo ejerce su eficacia y un fenómeno aconte-
ce. La transformación social es un acto positivo, abierto, él
mismo objeto de innúmeras matamorfosis, inclusive de la
panacea optimisma que convertiría en superficial la formu-
lación.
Desde mi punto de vista, existe una cadena más cercana
a lo que busco significar con los actos de transfiguración;
ella se eslabona mediante una compleja práctica de consoli-
dación de los vínculos socio-comunitarios, práctica pensa-
da desde la realización de los agentes mismos que la lle-
van a cabo; el fortalecimiento de las identificaciones varia-
das con tales sujetos; la incorporación de las modificacio-
nes operadas; la formación incesante de una conciencia in-
terpersonal y social, y la construcción (no arquitectónica
ni coactivo-legal) de nuevos valores práctico morales y ana-
líticos que eviten cualquier reduccionismo. Esta "base" es
el punto de referencia constante tanto de las operaciones
grupales, como de su lábil fantasmática.
Desde estos punteos podrían arrojarse fluctuantes identi-
dades, los siempre inquietantes sentimientos de patria, tie-
rra, residencia, y los imprescindibles proyectos de nación.
La trama que venimos desplegando no hace más qué volcar
en su comienzo una reflexión a fondo sobre lo que es y entra-
ñaría un proceso de participación y convivencia en estos
tiempos.
Lo dominante de la secuencia está recorrido por la idea
de solidaridad vista como condición de existencia de lo so-
cial mismo. Todo voluntarismo de la acción comunitaria
queda fuera de sus alcances, pues depende de situaciones
históricas variables y no de constantes, sin las cuales la so-
ciedad civil desaparece. Montadas sobre sus fragmentos
brotan, entonces, caciquismos y autoritarismos difícilmen-
te contenibles. Las acciones directas apuntan a pulverizar
los macro y micro tejidos conjuntivos que se puedan armar
como defensa contra los fantasmas operantes de la disolu-
ción y la impotencia colectivas. En oposición a ese espectro,
funciona la solidaridad mencionada. Correlativamente a
su ejercicio van decreciendo las formas individuales de
apropiación de los bienes y el espacio común, el hundimien-
to de las ceremonias cotidianas o la coacción física, modos
privilegiados de la violencia rápida, con sus mayores o me-
nores grados de contundencia. Todos ellos, con sus conoci-
das situaciones (atropellos, altercados, imputaciones,
etc.)4 surgen unos de otros sin que podamos diferenciar
origen y originado. Si un mediador aceptado como tal inda-
gara, por ejemplo, sobre el origen de la disputa que se da en-
tre un número cualquiera de personas no obtendría ningu-

4 Tales modos no por fugaces son menos efectivos. Sobre su persisten-


cia se reproduce sin cesar, por ejemplo, ese prototipo de sujeto (soberbio en
la medida de su ignorancia, infantüizado, oportunista, virulento, competi-
tivo en abstracto, fraudulento, desmemoriado, etc.) que intentó meter a pre-
sión, como "modelo" de argentino, el siniestro "Proceso de Reorganiza-
ción Nacional".
na contestación acerca del mismo, sino un relato de descar-
go y de renovadas acusaciones. Por eso tales hechos están
lejos de ser comprendidos cuando se los aborda como proble-
mas, no requieren soluciones, exigen un corte, al que siem-
pre precede, como forma de racionalidad, una interpreta-
ción situacional.
La solidaridad vertebra la existencia de lo social, circu-
lando por un recorrido que no tiene adentro ni afuera, se
transforma en consolidación, movimiento inacabado que
rechaza lo "felizmente consolidado", cuando ello reclama
toda la energía disponible para su mantenimiento.
En ese momento las instituciones deben ser modifica-
das o declaradas obsoletas, pues succionan sus fines y fun-
ciones para reciclar una insaciable iatrogenia.
Al respecto la muerte de una estudiante ocurrida en un
colegio religioso porteño, emblema del recato y la educa-
ción privada, constituye un paradigma de análisis del "de-
seo de morir" de la misma institución, así como el atrave-
samiento por todos los parámetros ideológicos que la dicta-
dura militar deslizó en la sociedad, a costa de su eventual
pulverización.
Una niña aparece muerta en la piscina del "Santa
Unión de los Sagrados Corazones". Típica escena de nove-
la policial "negra". Interviene un juez de triste pasado cer-
cano que dictamina: accidente. Las autoridades del colegio
en conveniente ecolalia dicen lo mismo. El caso, desde las
operaciones legales y del mencionado establecimiento, pa-
rece concluir, pero desde lo social recién se abre y comien-
za. El fiscal de cámara determina otra cosa. Quince diputa-
dos solicitan una revisión de la causa y de la conducta del
juez interviniente. Diversos actores (alumnas, padres, pro-
fesores) concurren a la oficina del fiscal para declarar es-
pontáneamente sobre pormenores del caso.
Finalmente el Ministerio de Educación decide investi-
gar el colegio en todas sus instancias, barajando la posibili-
dad de su cierre o desaparición. A la "sequía" de informa-
ción por parte de los "sagrados corazones", le sigue una

\
lluvia" de variadas amenazas (a la madre, a periodistas,
a la comunidad) contra aquellos que se atreven a transgre-
dir el "sagrado" legado de la impunidad. Y con éste térmi-
no nos metemos en los tres items que signan el destino mor-
tuorio de un "organismo perfecto".
Primero. Las explicaciones son rápidamente sustitui-
das por las sospechas, acusaciones, atribuciones personales
(sexualidad de la niña) y al núcleo familiar ("principal
responsable de la conducta privada de nuestros hijos"). Ob-
viamente la paradoja (lo que ocurre en el colegio no es asun-
to del colegio, sino responsabilidad de...), tiene un sentido,
el loco sentido que late en el "corazón" de sus reglas de jue-
go. Hace sospechar de aquello insospechable (la niñez).
Ataca lo que debería defender (la familia). Dice a sus cre-
yentes patrocinadores que no crean en ninguno de esos "pi-
lares" de sustentación social, esgrimidos como "eternos"
por la propia congregación.
Pero las alternancias previas no son "dobles mensa-
jes", sino mandatos autoritarios (como los objetos de dog-
ma), supuestos de los mismos mensajes.
Segundo. Se lateraliza por desdén (mediante complicida-
des y arreglos de facto que asegurarían la partida) el trasto-
camiento de la presunción (accidente) en hecho real (asesi-
nato de la menor). A su vez la "humildad" de la vida reli-
giosa se convierte en despreciativa soberbia de los poderes
civiles. Como si un "carapintada" más habitara bajo las ce-
ráficas máscaras.
Tercero. La negación del crimen es, simultáneamente,
renegación de la justicia, y repudiación de una prueba ("no
hubo ningún delito") insoslayable.
La impunidad es ahora carne de un estado conventual:
nada debe alterar la paz divina del vicariato. Y si algo pa-
sa, como es pasajero, entonces no sucedió.
Un leve intercambio consonántico real y el vicario pue-
de volverse sicario. Y a la "lógica soldada" le corresponde-
rá una "lógica de clausura". El método de razonamiento es
similar: si "desapareció" un sujeto civil o fue "asesinada"
una estudiante, por algo será, se trate de subversión, hosti-
gamiento, distinta ideología, seducción, exceso sexual o
mirada indiscreta. Extraños paralelos institucionales,
donde la muerte reina como "valentía sin límites" o
"amor al supremo", y por lo tanto infinito desprecio hacia
los bienes terrenales (el Colegio es un castillo alzado en
medio de varias manzanas), y aún más hacia las repudia-
bles perturbaciones sociales. ¿Muerte de las instituciones?.
Probablemente. ¿Establecimientos de la muerte?. Segura-
mente.
Vemos, entonces, que la consolidación no es un dato de
lo instituido, sino una lucha instituyente. Así la noción de
lucha por la consolidación determina, limita y reviste a la
de la violencia, reduciéndola a uno de los elementos plura-
les que juegan en los procesos globales de cambio.
Por un lado le da su sentido dominante (legítima, ilegíti-
ma, orgánica, inorgánica, etc.); por otro su orientación
(revolucionaria o burguesa, de derecha o izquierda, racio-
nal o irracional, etc.).
De manera análoga el bregar por la consolidación puede
tener, según el período, como uno de sus oponentes principa-
les las formas de violencia más características y acep-
tadas, sean implementadas desde "arriba" o ejercidas des-
de "abtgo".
En este registro, la puja instituyente se une con la liber-
tad potencial que el sujeto va desarrollando aquí y ahora, a
través del ser-con-otro en la consolidación efectiva.
Esto nos lleva a plantear, más allá de cualquier posición
política (sus máximos exponentes, los partidos políticos,
siempre indican una escisión, están partidos, separados de
los demás, ellos también son el síntoma de la división
omnipresente que mencionaba al comienzo del trabajo), la
relación entre libertad y verdad, a la vez que debemos rede-
finir en profundidad la función de la utopía, ese realizar-
realizando (e irrealizando) los diferentes logros históricos
—y cuestionar si son tales—, mediante una cambiante lu-
cha por consolidar el espacio social donde se actúa. Un
ejemplo de esto lo da cierto periodismo combativo, la convo-
catoria a armar núcleos de resistencia civil no violenta
frente a la impostura de las bayonetas caladas, las radios li-
bres o comunitarias que difunden los acontecimientos dia-
rios de una localidad, con el fin de orientar a sus habitan-
tes, o las formas de organización fugaces e inéditas para
subsistir, donde se aprovechan los mínimos recursos y los
saberes tradicionales que circulan por esos pueblos, zonas
periféricas o espacios barriales, y el saludable llamado a la
transgresión de leyes inoperantes por algunos funciona-
rios que han decidido revertir desde sus puestos un Estado
que, en los devaneos de muchos "expertos", se había torna-
do una extensión caprichosa de sus "estados de ánimo".
Así podremos pensar una articulación novedosa entre
moral, utopía y libertad, concebida ésta última como poten-
cia infinita frente al poder como ejercicio de la división, do-
minación y captura fetichista de representación, es decir,
como progresiva autonomización de los representados y sus
realizaciones.
Potenciación y singularización del sujeto humano entra-
ñan, asimismo, la desmistificación creciente de las maqui-
narias terroristas y cómplices montadas como "guardia-
nas" del estado, la fe o los destinos patrióticos, que confor-
man un verdadero y actual ser-para-la-aniquilación, si-
niestramente reactualizado en cada instante.

. Buenos Aires, 5 de Enero de 1989


HACIA UNA CLINICA INSTITUCIONAL

por OSVALDO I. SAIDON

"Una vea que nos damos cuenta de que lo que te-


nemos que estudiar no es la oración, sino el acto
de emitir una expresión en una situación lin-
güística, entonces se hace muy difícil dejar de
ver que enunciar esrealizarun acto."
J. L. Austin

Sedentarios y nómades en la Institución

Vamos a partir de un mito sobre los grupos y las institu-


ciones que escribí a raíz de un trabajo de intervención insti-
tucional. "La institución está constituida por una articula-
ción entre grupos nómades y grupos territoriales. Dentro de
ella, los grupos-territorio tienen un objetivo, trazan un ca-
nino En cuanto a los grupos nómades, pasean, descubren
posibilidades, realizan encuentros. El grupo-territorio
organiza, acumula, trabaja y hace trabajar. El grupo nóma-
de se dispersa, derrocha, rechaza las órdenes y es incapaz
de dar órdenes. El grupo-territorio es genital o por lo menos
quiere serlo. El goce está en la reproducción. Cuantos más
sean, es mejor. La identidad de grupo, el espíritu de cuerpo
una misma bandera para todos son su meta y la garantía
de su sobrevivencia. El grupo nómade no tiene discurso
sobre la sexualidad, no sabe donde colocarla. Para él sólo
existen cuerpos, no entiende por lo tanto la idea de un espíri-
tu de cuerpo, sólo percibe diferencias. La identidad es un
mero accidente, quiere combinar de Aferentes. maneras
los colores y considera la restricción a una bandera un
hecho por lómenos estéticamente pobre. El grupo-temtorio,
tiene una política institucional, negocia, conspira, milita
divide y agmpa en función de una estrategia de poder. Sabe
fo que quiere y vive en crisis por no poder alcanzar su objeti-
vo Observa con cuidado a sus enemigos, pero con muchísi-
mo más cuidado todavía se observa a si mismo, la lucha
ñor el poder, es un momento para el goce, pero la lucha inter-
na porel poder lo apasiona como ninguna otra consigue
hacerlo. Algunas veces, coloca sus lanzas para afuera, pero
la mayor parte del tiempo, tienen dirigidas sus lanzas para
adentro. El grupo nómade, tiene una p o l í t i c a anti-institu-
rional, aun en el interior de las instituciones. Su estrategia
es la generosidad para adentro y la guerra para afuera. Tie-
ne un exacerbado sentimiento de grupo, pero confunde todo
el tiempo quiénes lo integran, le gusta pertenecer a algo,
pero T e s t ó dispuesto a ningún gasto para garantizar su
permanencia. Su apatía, su cinismo y su desinterés son el
modo en que consigue transformar la crisis en unpasaje
un cambio de juego. Su crítica está siempre
organización, nunca al deseo. La relación entre estos dos
gSpos es difícil. Al grupo nómade le g u s t a muchas veces
someterse, es su tendencia a la reterritorialización perver-
sa se hace el interesado en colocar las cosas en orden. Se
« L a de burócrata o de rebelde sin causa Levanta
banderas: liberalización, espontaneísmo, autenticidad
democratización. Juega a hacerse de esclavo o explotado y
conduce una lucha contra los grupos territoriales montado
en arcaísmos y en analogías fáciles: represión sexuales
represión social, los alumnos son la clase obrera de la Uni-

V e t f Í ^ t S t o r i o también tiene sus treta, Al observa-


dor se le aparece más melancólico que perverso, se autocríti-
ca, siente la inutilidad de su sacrificio, a veces se fantasea
de Dionisio y amenaza con acabar con todo. Pide análisis o
psicoanálisis o socioanálisis o cualquier otro medicamento
para espantar la tristeza. Pero es sólo un descanso. El gru-
po-territorio sabe que su actividad esta más allá de la mera
subjetivización y el propio grupo nómade esta allí para
recordárselo".
El texto anterior no fue escrito para ofrecer un pensa-
miento verdadero sobre la institución, su intención fue ofre-
cer algunos signos que den para pensar lo que nos acontece
en las relaciones entre los grupos y las instituciones por las
que estamos permanentemente atravesados. Hasta aquí se
han usado las denominaciones de nómade y territorial
como modos de funcionamiento de lo grupal.
Gilíes Deleuze nos habla también de estos dos modos
como calidades de pensamiento que atraviesan toda la
historia de occidente y en otro sentido, como dos modos de
agenciamiento del deseo: uno sedentario-molar y otro nó-
made-molecular. Estas formas recorren a diferentes mo-
dos la historia social e individual y se van transformando
en los diferentes modos de producción dominantes.
Muchas de estas nociones orientan tanto nuestra escu-
cha como las características de nuestra intervención. Pase-
mos a desarrollar algunas de estas nociones en su relación
con las disciplinas que organizan el trabajo en los grupos y
en las instituciones.

Especlallzación y espaclalizaclón
en las instituciones
El trabajo en y con instituciones nos plantea una serie
de desafios que apuntan a un trabajo transdisciplinario.
No se trata de un intento ecléctico de armonizar diferentes
pensamientos y saberes ya reconocidos. Hacemos uso de
terapias y técnicas parciales pero no con referencia a una
totalidad que en realidad no está en ninguna parte, sino en
cuanto a estrategias de paso dentro de saberes instituidos y
diagramados.
Consideramos a los saberes como instituciones sin esta-
blecimiento, sin espacio aparente y manifiesto. Esta carac-
terística es la que le permite a estos satures, todo el tiempo,
diagramatizar el mundo, organizar los espacios, fijar los
límites, así como por ejemplo la geometría euclidiana parti-
cipa en el trazado de la segmentación de las ciudades a par-
tir de su concepción del espacio. Entonces, hacer análisis
institucional es cuestionar el lugar, el espacio del especia-
lista, y atravesarlo por otras prácticas que la especializa-
ción 'y las disciplinas intentan recortar o dejar fuera de su
campo.
La geometría De Estado o mejor, la ligazón de la geome-
tría con el Estado, se manifiesta en el primado del elemen-
to teorema, que sustituye formaciones morfológicas flexi-
bles por esencias ideales y fijas. Sustituye afecciones corpo-
rales por propiedades de los cuerpos, segmentaciones en
acto por segmentaciones predeterminadas. La geometría
adquiere así la potencia de un bisturí, un marcador, que
graba y diagramatiza el espacio social. La propiedad priva-
da implica un espacio escudriñado donde cada línea tiene
sus segmentos y los segmentos de una se corresponden
claramente con los segmentos de otra.
Analizar, transversalizar, es pasar una línea que no se
segmentariza o que por lo menos produce una segmentan-
zación que no está prefijada. Veamos por ejemplo el espacio
urbano y cómo los saberes y las instituciones van marcan-
do los territorios.
El imperio romano impone a la ciudad una razón de
Estado segmentarizada o geométrica que implica en un
diseño general de los campos y las plazas-fuertes. Constru-
ye un arte universal de demarcar, una planificación de los
territorios, una sustitución del espacio por territorialida-
des, una transformación del mundo en ciudad, una
segmentaridad cada vez más endurecida.
Varios autores (Foucalt, Deleuze, Senett) nos han mostra-
do cómo modernamente la planificación urbana tiene co-
mo objetivo simplificar y reducir a lo previsible y a lo visto,
el movimiento y la sociabilidad en las grandes ciudades.
La ciudad en la actualidad es percibida como un contex-
to de caos y desorden, por lo tanto, es necesaria la organiza-
ción institucional y la construcción de una personalidad
conservadora en el uso del espacio que permita evitar y
reducir el imprevisto. Así vemos por todas partes la apari-
ción de territorialidades, segmentaciones duras, centrali-
zaciones, que organizan nuestros trayectos de ocio y de
trabajo, en un afán de capturar la expansión del deseo mas
allá de lo previsible y controlable.
Pero así como hay una geometría que llamamos De Esta-
do, hay una geometría operatoria, una geometría nómade,
primitiva, en que las figuras no son separables de sus efec-
tos, las líneas de su devenir: hay curvaturas en lugar de
círculo. Digamos entonces que en los márgenes del espacio
instituido, se debate un espacio instituyente, no previsible,
recorrido por líneas flexibles que entran en permanente
contacto con las segmentarizaciones que impone lo insti-
tuido.
Volvamos ahora al análisis institucional para ver cómo
en el mismo se debaten estas diferentes concepciones del
espacio que apuntábamos. Por un lado, el espacio institucio-
nal nos remite a la idea de establecimiento como el lugar
que organiza las diferentes acciones e intercambios de los
miembros de una institución. En especial el establecimien-
to hospitalario y el establecimiento escolar han sido objeto
de estudio de diversas corrientes en psicología social y
análisis institucional.
Esta concepción ha sido criticada por la corriente socioa-
nalítica que mostró la confusión que se produce cuando se
trate analógicamente al establecimiento y la institución:
se impide así captar el sentido de las fuerzas instituyentes.
La institución no se define más como un lugar, sino como
una relación entre lo instituyente y lo instituido que da
lugar a la institución como un espacio inacabado y en gesta-
ción permanente.
A partir de que el objeto de trabajo e intervención deja de
ser la institución entendida como establecimiento, la no-
ción de espacio institucional comienza a ensanchar su sen-
tido. La institución es captada como un espacio contradicto-
rio, atravesado por fuerzas que escapan a los límites que le
fija la física del establecimiento. Así no podremos investi-
gar el quehacer institucional si no es en sus relaciones con
otras instituciones. Comienza a definirse una física del
espacio constituida por líneas de fuerza que se ejercen en
un sentido centrífugo o centrípeto a la institución.
Cuando ante una demanda institucional debemos defi-
nir nuestro campo de trabajo, necesitamos precisar la cons-
titución de un campo de análisis por un lado y del campo po-
sible de intervención por el otro. La propuesta del análisis
institucional es extender el campo de intervención lo más
próximo posible al campo de análisis.
Así entendemos la liberación de la palabra en la institu-
ción. Otro concepto que nos obliga a cuestionar y mantener
viva la reflexión sobre los límites o la extensión de nuestro
trabqjo institucional es la idea de transversalidad. Esta se
refiere a la necesidad de evaluar permanentemente hasta
qué punto el índice de apertura que estamos usando en un
grupo tanto para el análisis como para la intervención, es
extremadamente conservador de sus formas instituidas de
funcionamiento o por el contrario excesivamente disper-
sante hasta el riesgo de su demolición.
El análisis institucional realiza su trabajo a través de
los analizadores y no solamente a través de los analistas o
especialistas. Los analizadores construidos o espontáneos
son acontecimientos, situaciones, crisis, que producen espa-
cios contradictorios y transversalizados donde los grupos
van realizando el diagnóstico de situación y su práctica de
intervención en un mismo acto.
La estratificación del espacio que realiza una institu-
ción implica en una distribución de lo visible y lo enuncia-
ble que se produce en ella, por ejemplo hay un determinado
modo de ver y de enunciar la locura como enfermedad men-
tal que genera la institución manicomial. Analizar es
recuperar un espacio, desterritorializarlo, conjurar los efec-
tos de sobrecodificación o rotulación, posibilitando así la
creatividad o el surgimiento de otros efectos de sentido.

Las líneas, los diagramas y los estratos


del poder Institucional

Diversas líneas de investigación vienen desarrollándo-


se entre nosotros a partir de estas nociones. Muchas de
estas líneas varían en su desarrollo, en la velocidad que to-
man y en zigzagueos que enfrentan, según las viscisitudes
institucionales y la conyuntura teórico-política que transi-
tan.
Cuando usamos la palabra línea, no lo hacemos como
metáfora o representación, sino por concebir el propio pensa-
miento y la investigación que intenta darle plano de susten-
tación, como trazadora de líneas que encuadran, segmen-
tan, centralizan o producen líneas de fuga según como se
articulen con diferentes modos de funcionamiento en lo
social. Se trata de una investigación que abriendo en lo
social el camino del nómade, intente conjurar la prepoten-
cia del estado, y sus figurones que en nuestro campo toman
la forma del "discurso competente" o del "patrullamiento
ideológico".
Elegimos un camino de reversión donde el "pensar para
hacer" lo desplazamos hacia un "hacer para pensar". Esto
sería en nuestro caso un trabajo que nos lleva a partir de
las innumerables prácticas y producciones que generamos
en nuestra actividad grupal e institucional, ir trazando los
diagramas que permitan ocupar esos espacios de trabtyo
con una potenciación del pensamiento que al tiempo que pro-
duce denote los medios de esa producción.
Desarrollemos algunas ideas en relación a la cuestión
del poder, a los estratos que instala y a los diagramas que
traza en el saber.
Los estratos están del lado del saber y se constituyen a
través del ver y el hablar. El poder actúa al agenciarse de
las fuerzas por donde pasa una cierta visibilidad o un deter-
minado enunciado. El poder es ocupado de manera varia-
ble según las fuerzas en relación. Pensar el poder entonces
es: pensar las formas compuestas que toman las fuerzas,
como se agencian y como se diagraman. Esto puede ser re-
alizado en los intersticios entre el hablar y el ver dominan-
tes, entre la visibilidad y la enunciación.
Cuando el poder se basaba en el modelo de soberanía,
aparecía más clara su manifestación a través de la palabra
del soberano o de la percepción de éste. Cuando abandona el
modelo de soberanía, para proporcionar un modelo discipli-
nario, aparece una microfísica del poder, una normativa,
una gestión institucional de la vida que va a dar lugar a
una prepotencia de los enunciados. Los estratos (el saber)
son donde lo instituido traza los diagramas, donde prepara
su afirmación, pero también donde encuentra su contacto
con el afuera que prepara los nuevos diagramas. Entonces,
el diagrama es lo que siempre nos remite a una relación
con el afuera, pero no se confunde con él. El desviante insti-
tucional o el dispositivo grupal a veces realizarían esta
función. Un diagrama representa las fuerzas de las singu-
laridades de poder y también a las resistencias, sus puntos
de detención y sus nudos. Las resistencias son los puntos
del diagrama que están en un contacto permanente con el
afuera y del que proceden los nuevos diagramas. G. Deleu-
ze lo dice en una bella frase: "La vida deviene resistencia
al poder, cuando el poder tiene como objeto a la vida". Así,
la vida, el pensamiento, sería la capacidad de resistir de la
fuerza que no se detiene en espacios o en tal o cual dia-
grama.
Pensar, no se refiere a una interioridad, sino que se rea-
liza con una ingerencia del afuera que abre un intervalo,
en el interior, lo fuerza y lo desmembra en nuevos dia-
gramas.
Surge toda una estrategia de desanudamiento de las rela-
ciones entre poder y saber que llamamos de pensamiento
nómade o transdisciplinariedad o clínica institucional.
¿Desde qué lugar usted habla?

Cuando hablamos de tránsito o nomadismo como estrate-


gia para recorrer los diferentes saberes que se articulan en
lo grupal y lo institucional, ya estamos conjurando o inhi-
biendo una departamentalización o una especialización en
la investigación. La transdiciplinariedad no puede funcio-
nar, si no es trabándose allí donde encuentra un exceso de
especialización o un regionalismo epistemológico que
intenta imponerle su lugar. Ante aquella reiterada pregun-
ta sobre "¿Desde qué lugar usted habla?" solo nos resta la ri-
sa o la fuga, si queremos sustentar un pensamiento expansi-
vo que haga del accidente un desafío para la intensifica-
ción, en lugar de instalar un drama psicologizante.
La afirmación de los elementos instituyentes en el traba-
jo de análisis institucional, nos ha llevado a una crítica
del modelo sistémico de institución (Grupo de grupos). La
institución debe dejar de ser considerada como un recep-
táculo vacío de las fuerzas sociales para poder observarla a
ella misma en su permanente actividad, productora cons-
tante de nuevos agenciamientos que transforman efectiva-
mente relaciones y prácticas en el espacio social. Se trata
entonces no solo de realizar la tarea crítica a aquella
concepción que considera a la institución como un mero
receptáculo normativo donde se desarrollan los grupos y
las diferentes fuerzas sociales, sino también producir los
instrumentos y las técnicas que obliguen a las fuerzas insti-
tuyentes a afirmar su palabra y su acción.
Una discusión teórica con enormes consecuencias en
nuestra práctica es la que surge de la confrontación de la
concepción de la escuela de análisis institucional con su
conceptualización dialéctica y la corriente de pensamiento
que nos indican los trabajos entre otros de Deleuze, Guatta-
ri o Foucault. Estos últimos, inscriptos en un movimiento
que trabaja con las afecciones, las afirmaciones, la produc-
ción y el deseo, señalan una nueva concepción del incon-
ciente abierto a lo social y con inmensas implicaciones en
el campo de la intervención. Este trabajo aporta una fuerte
sustentación para nuestra práctica de intervención y de crí-
tica al trabajo puramente interpretativo tanto en el dispositi-
vo clínico como en el de formación.
Por otra parte, los desarrollos actuales sobre el problema
del poder, nos obligan a realizar una serie de consideracio-
nes sobre el modo en que venimos trabajando con algunos
operadores del análisis institucional.
La relación entre instituyente e instituido, desde una
perspectiva dialéctica, acaba anulando muchas veces la
posibilidad de hacer hablar al poder. Eso porque a veces las
relaciones contradictorias son el propio modo en que el
poder se oculta para realizar su proyecto de gerenciar la
vida. Así, el llamado "método de avanzar por las contradic-
ciones" es ya una de las posibles estrategias que el mismo
poder dispone.
El instituyente no debe ser pensado como un determinan-
te o una fuerza de la que resulta un instituido. El instituyen-
te, el mismo es permanentemente diagramado como una re-
lación de fuerzas que comportan frente a frente tanto su
poder con sus singularidades como las singularidades de
resistencia y de producción de nuevos sentidos.

Dispositivos y encuadre

El trabajo clínico en las instituciones y los grupos en su


relación con el psicoanálisis, encuentra su alimento, pero
también sus límites. Ya hemos firmado, junto con Castel,
su máxima: "Lo que el psicoanálisis nos cuesta, es lo que
nos oculta." Pero esto no basta. Nuestro trabajo específico
consiste en desarrollar esta idea viéndola funcionar deteni-
damente en las diferentes singularidades donde el psicoa-
nálisis nos muestra su cara despótica y capturadora de
sentidos, o por el contrario nos posibilita una interpretación
de la relación entre subjetividad e historia. Aquí por ejem-
plo, el trabajo psicoterapéutico que se desarrolla en las insti-
tuciones de derechos humanos, nos ofrece un espacio concre-
to de discusión de esta problemática. Se plantea la cuestión
de cuáles son los dispositivos, capaces de producir el desplie-
gue de los diferentes esquemas que sustentan nuestra prác-
tica clínica de formación e investigación. El término dispo-
sitivo, a pesar de haber sido tema de discusión, ha caído en
un cierto vicio nominalista. Una especie de guiño para
saber entre quienes estamos hablando, sin detenernos a
reflexionar sobre si estamos diciendo lo mismo. Hay una
cadena de términos que se disparan al hablar de dispositi-
vo. Enunciemos algunos: dispositivo, encuadre, índice de
transversalidad, analizador, técnicas de grupo, etc. Los
dispositivos, en este momento, nos tienen que forzar a pen-
sar nuestro proceso de institucionalización y contra-institu-
cionalización. Nuestro desafío, particularmente en Latino-
américa es como escapar de un estatuto burocrático totaliza-
dor sin caer en la fragilización y la demolición.
Vamos a referirnos, brevemente, a una cuestión concre-
ta en nuestro trabajo con grupos para ilustrar estas observa-
ciones: la cuestión del encuadre.
El encuadre puede ser lo instituido, lo inmutable, lo que
recubre las fuerzas instituyentes. También el encuadre pue-
de ser el espacio necesario que posibilite la aparición de las
fuerzas instituyentes sin la amenaza inminente de la
demolición o de autodestrucción. En este sentido las crisis
pueden ser momentos para la intervención o el análisis, si
producimos los dispositivos que den ocasión a su enfrenta-
miento, superando el miedo a la represión directa o a la
autorepresión, que acaban derivando en la apatía y la des-
movilización de la acción y el pensamiento.
Una serie de situaciones coyunturales nos indican espa-
cios para la investigación, o por lo menos nos acercan algu-
nas preguntas: ¿Cómo superar la apatía que la profesionali-
zación creciente del espacio macropolítico produce? Cada
vez más se incrementan las características mercadológi-
cas de la producción cultural que tienen, como modelo de
consumo el regimen televisivo, como productor de imáge-
nes simuladas desde un centro coñcentrador.
¿Cuáles son los dispositivos para ir desarmando esa psi-
cología social del sondeo de opinión que reemplaza a través
de las llamadas encuestas e investigación de opinión públi-
ca el movimiento y la potencia posible de los agentes socia-
les, sus grupos y asociaciones?
Cuando hablamos de dispositivo grupal: ¿De qué grupo
se-trata y cual dispositivo promovemos? ¿Cuáles son los gru-
pos que de hecho se han promovido y cuáles son los que no
han hecho más que sumarse a los instituidos dominantes?
¿Cuáles son las técnicas de evaluación, de registro y de
intervención que posibilitan mantener vivas estas cuestio-
nes? Hoy es claro que no basta con pensar encima del lugar
del coordinador de grupo. Se debe dar cuenta del lugar del
representante, del monitor e inclusive del secretario u orga-
nizador.
La tradición filosófica que transcurre entre otros por au-
tores como Hume y Spinoza, nos señalan a la institución co-
mo simpatía de grupo, al grupo como encuentro de afeccio-
nes y nos ayudan a apartarnos del tedio estructuralista que
domina muchos de los análisis en nuestro campo.

Simpatía y utilidad en las instituciones

La mayoría de las concepciones dominantes en análisis


institucional nos llevan a acercarnos a la institución con
una mirada negativa. Se concibe a la institución como sub-
sidiaria de un contrato, como fórmula negativa para doble-
gar las tendencias individuales y el egoísmo natural. Do-
mina una concepción que nos remite a la necesidad de una
estructura legal previa o a una Ley con mayúsculas que es-
taría en el origen de toda asociación.
En algunas intervenciones, hemos observado que esta
concepción llega al ridículo extremo de plantear un formu-
leo que acaba produciendo equivalencias que van desde la
prohibición del incesto hasta la ley de prohibición de pisar
el cesped.
Es bueno sospechar de las teorías cuando ellas pueden
transformarse en tecnologías al servicio de la obediencia
Toda una concepción diferente para entender la relación
instituido instituyente, se abre cuando pensamos a la insti-
tución como un artificio, como una asociación y extensión
de simpatías, como agenciamientos en permanente actuali-
zación.
En este sentido, las tendencias, los instintos, no son
opuestos a la institución como el malestar necesario La
tendencia no se abstrae de los medios que se organizan pa-
ra satisfacerla. El egoísmo, el individuo, solo pueden desig-
nar ciertos medios que el hombre organiza para defender
sus tendencias, pero por oposición a otros medios posibles
Asi, el egoísmo, el individuo, será puesto en su lugar estra-
tégico, lo que no significa que es la estrategia más im-
portante.
Es preciso realizar una crítica a la idea contractual de
institución, donde la esencia de la sociedad no estaría en la
ley sino en la propia institución, en las conexiones que ella
posibilita. La utilidad aquí se opone al contrato y la institu-
ción es concebida como expansión y no como pura limita-
ción. La institución es un modelo de acciones, una verdade-
ra empresa, un sistema inventado de medios positivos una
invención positiva de medios indirectos para la realiza-
ción de efectos singulares. El hombre no entra en sociedad
para garantizar derechos preexistentes por una supuesta
ley, entra porque no existen derechos preexistentes, para in-
ventarlos.
En esta perspectiva, lo social es profundamente creador
inventivo y positivo. '
Cuando se concibe a la Ley como origen y como su conse-
cuencia el contrato institucional y grupal, lo social queda
del lado de la carencia, la limitación o Ja alienación.
En otro sentido, podemos concebir a la institución como
un conjunto de convenciones, fundadas en la utilidad y no
un conjunto de obligaciones basadas en un contrato.
La ley no es pues primera, supone una institución, prácti-
cas de grupo a las que la propia ley limita. Así igualmente,
el legislador no es quien legisla, sino quien instituye.
Estas reflexiones nos posibilitan una línea de entendi-
miento sobre la participación masiva en nuestras institu-
ciones de salud y de formación de diversos profesionales
sin ningún vínculo aparentemente instituido. Este fenóme-
no de adhesión al trabajo institucional de los concurrentes,
visitantes, ayudantes ad-honorem, podemos verlo como
una actitud positiva y expansiva de producción de encuen-
tros en lugar de considerarlos puramente como víctimas o
servidores de los aparatos ideológicos de estado.
¿Como explicar si no la insistencia, la pasión, y el fer-
vor que ponen en su trabajo asociativo miles de colegas, psi-
cólogos, médicos, educadores, trabajadores sociales, que es-
tán al margen de todo contrato institucional o ideológico?
¿Estarán todos alienados en el discurso del amo? ¿O esta-
rán trazando en un lugar no previsto las líneas de simpatía
y encuentro que consiguen realizar?
Desconocer las pasiones que se agitan más allá de los
contratos en nuestras relaciones institucionales es conde-
nar a una fórmula negativa todas las instituciones y los
modos de instituir agenciamientos que se desarrollan en el
trabajo de salud, en el trabajo universitario y en el trabajo
comunitario.
No se trata aquí de desconocer el papel que juega la di-
mensión económica y organizacional. El intento es atrave-
sarla por otros órdenes de pensamiento, que posibiliten y
abran lo que llamamos clínica institucional.
Estas nociones aquí planteadas tienen el sentido de lle-
varnos unos pasos al costado de un binarismo creciente en
nuestro medio que se debate entre un psico-sociologismo por
un lado y una especie de psicoanálisis aplicado a la institu-
ción por el otro. Este paso ha sido posibilitado teóricamente
por la corriente de análisis institucional, pero su sustenta-
ción y desarrollo depende de nuestras intervenciones y del
entendimiento que ellas generen.
Una clínica en y de las instituciones es la que traza una
linea donde la multiplicidad de los acontecimientos que se
debaten en el campo grupal e institucional puedan ser inten-
sificados en lugar de caer en una totalización al servicio de
una ilusoria teoría general.

Bibliografías y referencias:

Las ideas de simpatía de grupo son de Hume, a través del encuentro


que Deleuze proporciona en: "Empirismo y subjetividad", edit. Paidós.
El libro "Foucault", de Gilíes Deleuze, nos permite leer de otro modo
las relaciones de poder y su irradiación a través de las nociones de diagra-
ma y de estrato.
"La ética de Foucault", libro de reciente aparición, coordinado por To-
más Abraham, aporta una serie de artículos estimulantes para pensar el
recorrido multiplicador del pensamiento de Foucault.
Las caminadas con Juan Carlos De Brasi son siempre estimulantes pa-
ra reflexionar sobre el campo de lo grupal, el problema de la escritura, y la
transmisión y expresión en ese campo.
Tanto nuestro trabajo en diferentes instituciones públicas de salud -
mental, como el recontacto con jóvenes colegas durante este año, nos han
obligado a buscar la inteligencia de los signos que abran el pensamiento
clínico de hoy.
El trabajo en un centro de investigación en psicología social y grupal
nos demanda la necesidad de trabajar el modo cómo la transdiciplinarie-
dad puede orientar nuestro trabajo de investigación.
Por último la urgencia de nuestra necesidad de agruparnos y publicar
aquí en "Lo Grupal", organiza este trabajo, justifica su incompletud y posi-
bilita ir tensando las líneas entre los que venimos trabajando en esta pro-
blemática.
LA DIMENSION INSTITUCIONAL
DE LOS GRUPOS

por ANA M. FERNANDEZ

I.

En artículos anteriores se ha reflexionado sobre la rela-


ción entre el espacio grupal y su contexto social*. A partir
de las consideraciones de D. Anzieu** y E. Pavlovsky***
y los avatares propios en el trabajo con grupos durante los
últimos años de represión política en nuestro país, se
presentaron en los artículos mencionados algunas reflexio-
nes críticas con respecto a ciertas formas habituales de pen-
sar la relación entre "el adentro y el afuera grupal".
Muy sintéticamente lo que allí se interrogaba era si la
sociedad podía considerarse como un afuera grupal, como
mero contexto exterior; es decir, si este contexto podía pen-
sarse sólo produciendo un efecto de influencia sobre los mo-
vimientos grupales.

* FERNANDEZ, A. M. "Los grupos y su contexto", en Rev. de Psicolo-


gía y Psicoterapia de Grupo Tomo IX N5 2, 1986, Bs. As. y "Re-uensar los
grupos", en Temas grupales", Libro colectivo, Ed. Cinco, 1987. B A
** ANZIEU, D. "El grupo, proyección del imaginario social: observa-
ciones psicoanalíticas sobre los acontecimientos de mayo de 1968" en "El
grupo y el inconciente", Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1978.
*** PAVLOVSKY, E. "Lo fantasmático' social y lo imaginario gru-
pal, en "Lo Grupal 1", Ed. Búsqueda, Bs/As., 1983.
La cuestión queda replanteada en estos términos: el lla-
mado contexto es en rigor texto del grupo; es decir que no
hay una realidad externa que produce mayores o menores
efectos de influencia sobre los acontecimientos grupales,
sino que tal realidad es parte del propio texto grupal en sus
diversas modalizaciones (metaforizaciones, formas meto-
nímicas, etc.); es, por ende, fundante de cada grupo; más
qué escenografía, drama grupal. Se utiliza el término texto
aludiendo a las formas propias que un grupo construye; for-
mas que —a su vez— producen múltiples sentidos. En tal
multiplicidad de sentidos se organizan permanentes atra-
vesamientos entre las producciones simbólico-imagina-
rias grupales y lo imaginario social.
Es decir, se trata de desdibujar el adentro y el afuera gru-
pal en tanto entidades sustancializadas y pensadas como
pares de opuestos.
De todos modos es importante distinguir dos niveles de
análisis: la problematización teórica de tales modalidades
antinómicas y las vivencias de "adentro-afuera" de los
integrantes de un grupo, sus referencias al respecto, etc.*.
Sobre la base de subrayar la importancia de esta distinción
puede observarse que cuando el coordinador naturaliza es-
tas referencias de los integrantes, refuerza la forma antinó-
mica señalada, aportando la adecuada tecnología de consti-
tución de un grupo-isla.

II.

Sin duda las reflexiones señaladas líneas arriba con


respecto a las relaciones entre las producciones simbólico-
imaginarias grupales y lo imaginario social están referi-
das a situaciones políticas límite que constituyeron verda-
deros traumas sociales. Podría abrirse una pregunta: ¿tan
particular relación de texto y contexto es privativa de situa-

* BAULEO, A. Comunicación personal.


ciones sociales límite o, por el contrario, es una constante
del funcionamiento de los grupos? Lo que se interroga es si
tal ligadura del grupo con los acontecimientos de la reali-
dad "exterior", se producen sólo cuando lo social adquiere
un significativo nivel de turbulencia, o si hace a una cons-
tante de su funcionamiento. Más bien podría pensarse que
este entramado es constitutivo de lo grupal.
Si bien esta opinión deberá fortalecerse con futuras in-
vestigaciones, aún cuando se la mantenga como hipótesis,
deberá reconocerse que esta no es una manera habitual dé
pensar la relación de los grupos con su contexto; más bien
opera, con mucha frecuencia, como un impensable de lo gru-
pal. Tal vez, especularmente capturados en los grupos ple-
gados sobre sí mismos sólo se hizo visible su presencia en
las formas límites de lo social.
Lo social siniestro no sólo comenzó a refutar con insis-
tencia el artificio de los grupos-islas; también mostró la ne-
cesidad de reflexionar —más allá de situaciones coyuntu-
rales— sobre las formas permanentes de relación entre lo
grupal y lo social. Una de ellas es, sin duda, la dimensión
institucional*
Es innegable que las instituciones cubren diversas nece-
sidades de una sociedad; sin entrar aquí en la complejidad
de lo arbitrario —no natural— de las necesidades sociales
puede decirse que la dimensión institucional no se agota en
sus aspectos funcionales. Tiende a normativizar el tipo de
enunciados que es pertinente en cada una de ellas autori-
zando algunos y excluyendo otros;** por fuerte que sea su
inercia burocrática, no es una cosa, sus límites son siem-

• Fue en este sentido que ya en "El dispositivo grupal" se afirmaba que


loe grupos no son islas por cuanto están siempre inscriptos en institucio-
ne® y operan en ellos múltiples atravesamientos. Ver "El dispositivo cru-
pal A. Fernández, A. del Cueto "Lo Grupal 11", Ed. Búsqueda Bs As
1986.
"ALTAMIRANO, Ideología y sensibilidad post-modernas; sobre la
condición post-modema de J. F. Lyotard", Rev. Punto de vista N» 25, Bs.
pre provisionales y siempre es posible desplazarlos en los
juegos instituyentes. En ese sentido una institución es una
red simbólica socialmente sancionada en la cual se articu-
la'junto a su componente funcional un componente imagi-
nario*.
Desde esta noción de institución**, puede pensarse a los
grupos desplegándose en lo imaginario institucional don-
de inscriben sus prácticas; lo imaginario institucional tan-
to puede promover como dificultar las actividades de grupo.
En ese sentido es que se considera restrictivo leer todos los
procesos que en un grupo acontecen sólo desde los llamados
dinamismos propios de un grupo o desde el producto de las
resonancias fantasmáticas de las singularidades que com-
ponen tal colectivo.
Cuando en 1984, al retomar la docencia universitaria, se
propuso como una de las primeras consignas para los traba-
jos prácticos de una cátedra que se estaba organizando, que
los alumnos se sentaran en círculo y se presentaran, esta
mínima consigna de comienzo de una actividad grupal pro-
dujo diferentes efectos de confusión y pánico, que configura-
ron una verdadera situación colectiva.
Durante la dictadura el anonimato y la serialidad eran
la forma de conservar la vida en las aulas universitarias;
el peligro real había pasado, sin embargo, en lo imaginario
institucional operaba manteniendo determinadas figura-
ciones simbólico-imaginarias que impedían cualquier
agrupamiento, identificación individual, etc.
Aquí tal vez fuera pertinente otra reflexión. El ejemplo
que antecede tiene la impronta de lo social siniestro; sin
embargo pueden encontrarse algunas cuestiones relaciona-
das a lo que en él se relata en otras situaciones más cotidia-

* CASTORIADIS, C. "La institución imaginaria de ,1a sociedad", Ed.


Tu aqueta, Barcelona, 1983.
' ** Para ampliar las distintas nociones de Institución ver "Contextos
de referencia y sentidos del término Institución", R. Montenegro, Fac. de
Psicología, Dto. Publicaciones, U.BA., Bs. As., 1988.
ñas. Cuando se implementan dispositivos grupales en insti-
tuciones escolares primarias —y más frecuentemente se-
cundarias— al dar la consigna de agruparse en círculo,
suelen aparecer chistes, risas, miradas cómplices entre los
alumnos, etc.; éstos suelen explicitar en tales casos el ries-
go que el dispositivo montado les ofrece en tanto quedan to-
dos bajo una mirada de control por parte del docente. Esta fi-
gura simbólico-imaginaria de "panóptico grupal", si bien
esperable en instituciones disciplinarias, no deja de tomar
por sorpresa a coordinadores de formación grupalista clíni-
ca. Se encuentran allí contrastadas dos dimensiones dife-
rentes del referente institucional. En el grupalismo el pro-
pósito de la organización circular del espacio se sostiene en
la intención de favorecer determinado tipo de enlaces-de-
senlaces de las subjetividades que se supone ha de propiciar-
se al estar todos a la vista de todos. Sin embargo, para los
alumnos —integrantes de la institución escolar— esto se
inscribe en un eventual propósito de vigilancia y control.
Se abre aquí una pregunta obligada. ¿Esta figura del "pa-
nóptico grupal" será exclusiva de las formaciones simbóli-
co-imaginarias de grupos inscriptos en instituciones disci-
plinarias? ¿Se formará también en los dispositivos clíni-
cos? ¿De ser así, qué impensables de nuestras prácticas la
vuelven invisible para el coordinador? ¿Qué violencia in-
tangible silencia su enunciabilidad en los integrantes del
grupo?
Lo imaginario institucional puede promover o incenti-
var la producción grupal; así por ejemplo, un grupo en
transferencia positiva con la institución en la que inscribe
sus prácticas puede operar movimientos grupales que favo-
rezcan o incentiven la productividad del mismo. En senti-
do contrario, puede observarse que hay grupos que alcan-
zan sus momentos de mayor despliegue productivo desde
utopías grupales fuertemente contrainstitucionales. Mu-
chos son los ejemplos al respecto en las instituciones mani-
comiales donde equipos profesionales "de avanzada" inten-
tan transformar la situación de alguna sala. Sólo desde
una utopía de transformación de la institución, esos peque-
ños colectivos —habitualmente aislados— pueden enfren-
tar los paradigmas organicistas y las políticas sanitarias
de la psiquiatría clásica. Sólo desde un proyecto severamen-
te contrainstitucional con respecto al manicomio pueden
sostenerse prácticas rodeadas de tanta adversidad.
Líneas arriba se ha señalado que la dimensión institu-
cional trasciende los edificios. En tanto red simbólica que
articula componentes funcionales e imaginarios, su pre-
sencia en los grupos puede tener diferentes grados de visibi-
lidad o invisibilidad. Así por ejemplo, podría suponerse
que en aquellos grupos psicoterapéuticos o de formación que
no inscriben su práctica en instituciones públicas, la
dimensión institucional en el grupo no ofrece demasiada
relevancia. Sin embargo, en el circuito profesional privado
esta se constituye a partir del sistema de reglas que el coor-
dinador instituye conformando un sistema simbólico. Coor-
dinación y sistema de reglas operan como disparador de lo
imaginario y crean algunas de las condiciones necesarias
para que ese grupo comience a diseñar sus propias forma-
ciones grupales.
Por otra parte la membrecía del coordinador a determi-
nadas instituciones teórico profesionales es una dimen-
sión institucional en el grupo "privado" que no debe subesti-
marse. El coordinador es investido como el "representan-
te" de ellas en el grupo. De tal forma el sistema de avales o
descalificaciones a la coordinación suele operar como me-
diación de avales o descalificaciones a dichas institucio-
nes. En este sentido, la coordinación soporta también allí
no sólo los movimientos transferenciales clásicos estudia-
dos por el psicoanálisis, sino también toda suerte de transfe-
rencias institucionales.
Las instituciones forman parte de las redes del poder so-
cial. En circuitos macro o micro, la institución constituye
un factor de integración donde las relaciones de fuerza se
articulan en formas: formas de visibüidad como aparatos
institucionales y formas de enunciabilidad, como sus re-
glas. En tanto figura intersticial, la institución será un lu-
gar donde el ejercicio del poder es condición de posibilidad
de un saber y donde el ejercicio del saber se convierte en
instrumento de poder; en tal sentido es un lugar de encuen-
tro entre estratos y estrategias, donde archivos de saber y
diagramas de poder se mezclan o interpretan sin confun-
dirse.*
La inscripción institucional de los grupos constituye, al
decir de Lapassade, su impensado, el negativo, lo invisible
su inconciente. '
Quiere resaltarse que las producciones de un grupo nun-
ca dependerán exclusivamente de la particular combinato-
ria de identificaciones, transferencias, resonancias fan-
tasmáticas, etc. entre sus integrantes. Tampoco será mero
reflejo o escenario donde lo imaginario institucional podrá
desplegarse. En cada grupo, la combinatoria de sus diferen-
tes inscripciones producirá un nudo propio singular irre-
ductible.
De esta forma, se pretende inscribir lo grupal en lo insti-
tucional, sin perder lo específico de la grupalidad. Es nece-
sario sostener tal especificidad sin hacer de los grupos
islas y, al mismo tiempo, tomar como vector de análisis la
dimensión institucional. Se piensa más bien en un movi-
miento tal, donde grupo e institución se significan y resig-
nifican mutua y permanentemente. Porque si bien no hay
grupos sin institución, ¿qué institución podrá ser aquella
que no sea habitada por grupos por momentos aliados o anta-
gónicos; en conflicto, o naciendo a su vez a redes solida-
rias; vacilando entre los caminos de la burocratización, re-
petición, disolución, invención y nacimiento de lo nuevo?.
En síntesis, un grupo se inscribe en un sistema institucio-
nal dado, de la misma manera que la institución sólo vive
en los grupos humanos que la constituyen.

•MOREY, M. Prólogo a Toucault", de G. Deleuze. Ed. Paidós, Bs.


¿Cómo opera efectos la institución en un grupo? Es impor-
tante señalar que las normas de funcionamiento, la coordi-
nación y el contrato son los indicadores del sistema simbó-
lico-institucional en el que un grupo se inscribe. Este siste-
ma: normas de funcionamiento, forma de coordinación y
contrato, opera en un sentido explícito-funcional; sin
embargo, su normatividad también operará eficacia como
disparador de figuraciones simbólico-imaginarías gru-
pales.

Normas de funcionamiento

Las normas de funcionamiento si bien tienen una opera-


tividad evidente en tanto permiten a un grupo organizarse,
no es éste el nivel de eficacia que se desea aquí subrayar,
sino que se está haciendo referencia a los efectos implícitos
que laten-insisten, produciendo figuraciones simbólico-
imaginarías donde se atraviesan diversas inscripciones
(identificatorias, transferenciales, transgresivas, ideológi-
cas, juegos de poder, etc.).
En un montqje psicodramático con fines pedagógicos un
grupo de alumnos elige para dramatizar una primera reu-
nión de "un grupo de obesos anónimos". Cada uno se pre-
senta, dice por qué está allí, qué expectativas trae a esa acti-
vidad, etc. Al cerrar la reunión quien ha tomado el papel de
coordinadora da alguna idea de cómo van a trabajar, explí-
cita las normas de funcionamiento: frecuencia de reunión
semanal, duración de la reunión, lugar de la institución
donde se realizarán las reuniones, etc.; solicita puntuali-
dad, recomienda pasar a pagar los aranceles por secreta-
ría, se despide "hasta el martes que viene" y levanta la
reunión. Quien coordina la dramatización solicita un soli-
loquio a los participantes, quienes en su mayoría comentan
aquello que esta última intervención de la coordinadora
del grupo de obesos ha disparado. Algunos explicitan impre-
siones de protección, otros de molestia frente a la mención
de aranceles, ilusión de estar en un buen lugar, sensacio-
nes muy variadas de desconfianza, de encierro, de conten-
ción, etc. Cuando la dramatización finaliza y se abre la
ronda de comentarios al resto de los alumnos que habían es-
tado observando el ejercicio psicodramático, sus interven-
ciones también se orientan mayormente en esa dirección.
Los alumnos que se habían mantenido como observadores
de la escena se sorprenden porque los efectos de la dramati-
zación los alcanzaban como si hubieran participado de la
misma. También los asombra que una misma interven-
ción de la coordinadora hubiera generado tanto en los que
dramatizaron como en los que observaron impresiones tan
dispares. Como puede observarse, quien tomaba el papel de
coordinadora del grupo de obesos al explicitar las normas
de funcionamiento crea las condiciones operativas míni-
mas que disponen la posibilidad de organizar el funciona-
miento futuro del grupo de obesos. Este es sin duda un nivel
de eficacia de esta normativa. Junto a estas normas se dis-
paran otros efectos que en el ejercicio relatado toman forma
explícita dado el soliloquio solicitado, pero que habitual-
mente pueden circular en forma implícita produciendo fi-
guraciones simbólico-imaginarias donde se atraviesan di-
versas inscripciones.
Quiere resaltarse la coexistencia de posicionamientos
singulares de los distintos integrantes. Que algunas impre-
siones pudieran cobrar cierto grado de generalidad o con-
senso en hipotéticas futuras reuniones no suprime las parti-
cularidades. Tampoco es condición para la construcción de
una formación simbólico-imaginaria que las posiciones
con respecto a ella por parte de los integrantes sean homogé-
neas. De los múltiples sentidos que los textos grupales
disparan, los movimientos grupales suelen cristalizar al-
gunos dando origen a los mitos, ilusiones y utopías de ese
pequeño colectivo. Aún así esto no significa que se homogei-
nicen los posicionamientos; sólo sugiere que se han puesto
en juego dentro del grupo actos de nominación, procesos de
producción y apropiación de sentido, narrativas, metafori-
zaciones, etc. Es decir que tal colectivo ha creado las condi-
ciones para los pliegues y despliegues de sus acciones, sus
relatos y sus afectaciones: sus invenciones y sus políticas.

La coordinación

El tema de la coordinación rebasa ampliamente el nivel


explícito funcional, operando desde múltiples eficacias
simbólico-imaginarías. Este punto invita a re-pensar dos
problemas:
— la relación entre las formas de coordinación y sus po-
sibles lugares de poder
— la caracterización de los movimientos transferencia-
Ies en los grupos.
Con respecto al primer punto debe señalarse que los posi-
bles lugares de poder que la coordinación ocupe varían se-
gún la forma de coordinación adoptada. Es importante acla-
rar que la mención de este posible lugar de poder no presupo-
ne que este sea el único lugar de poder dentro de un grupo ni
el más significativo. Es sólo uno posible.
Haciendo un poco de historia, cuando el psicoanálisis
inaugura dispositivos colectivos en la clínica incorpora al
trabajo con grupos reglas técnicas y conceptos teóricos del
dispositivo psicoanalítico, que —además de abrir el campo
dé la clínica grupal— produjeron un importante descentra-
miento. Crearon las condiciones para hacer posible la sepa-
ración del lugar de la coordinación de los liderazgos supe-
rando gran parte de los efectos de sugestión y del tipo de vio-
lencia simbólica que ella implica. Los resultados para tal
descentramiento fueron precisados por Bauleo en 1973 cuan-
do a las ya establecidas condiciones de neutralidad que el
dispositivo analítico había aportado acentúa la exigencia
hacia el coordinador en la devolución de los liderazgos, de
la no apropiación de las producciones grupales por parte de
éste y la elaboración desde el momento mismo de la forma-
ción del grupo, de su pérdida. Advierte asimismo que expre-
siones tales como "mi grupo" por parte de un coordinador,
más que alusiones identificatorias expresaban un deseo
inscripto en criterios ideologizados de propiedad.*
Estas sucesivas puntualizaciones redefinieron el lugar
de la coordinación con respecto al coordinador-líder de la
microsociología. De todas formas quedó abierto otro proble-
ma: al organizar la lectura de los acontecimientos grupa-
les desde una teoría de la representación-expresión, crea-
ron las condiciones para reinvestir en figura de poder al co-
ordinador; desde tal perspectiva éste queda posicionado en
un lugar de "saber lo que al grupo le pasa"; tal coordinador
ya no era un líder, pero quedó transvestido en un coordina-
dor-oráculo: sólo él puede leer el sentido de los efectos de
estructura.
Actualmente, otro descentramiento se vuelve posible en
tanto la función interpretante se propone puntuar insisten-
cias, interrogar rarezas, resaltar sinsentidos, enunciar
paradojas, etc. Ellos laten-insisten en los textos grupales;
el coordinador desde su implicación —y no fuera— sólo re-
gistra algunos. Por ende, función interpretante realizada
desde un lugar de ignorancia. De tal modo, otro requisito se
agregará a los ya enunciados: la renuncia al saber de la
certeza.
Múltiples sentidos y algún sinsentido que circulan en-
trecruzados en el acontecer grupal; la intervención inter-
pretante al puntuar algunos de ellos intenta evitar el cierre-
obturación que toda evidencia de verdad produce. De esta
forma la coordinación hace posible aperturas a nuevas pro-
ducciones de sentido. Los integrantes compaginan así
distintas formas de textos grupales y producen sus figura-
ciones simbólico-imaginaria8. El coordinador no es el po-
seedor de una verdad oculta, sino alguien interrogador de
lo obvio, provocador-disparador y no propietario de las pro-
ducciones colectivas; alguien que más que ordenar el caos
del eterno retorno*, busca aquella posición que facilite la
capacidad imaginante singular-colectiva.
No confundir esta renuncia al saber de la certeza con
vacilaciones o ambigüedades en las intervenciones de la
coordinación. Renuncia a una forma de certeza y no aban-
dono de la intervención interpretante. Está en juego aquí
otra manera de intervenir, otra noción de interpretación.
Es desde este replanteo que se diseña una coordinación
jugada desde otro lugar.
¿Por qué esta insistencia en no fijar sentidos desde la
coordinación? La renuncia al saber de la certeza se funda,
sin embargo, en una certidumbre. Aquella que otorga a las
gestiones de los colectivos humanos la capacidad de imagi-
nar y transitar sus propios senderos. Senderos a inventar
en los cursos y recursos de su dimensión ilusional: replie-
gues en sus ficciones; despliegues de sus acciones a partir
de sus utopías. Doble e incesante movimiento que novelará
sus relatos, caracterizará sus prácticas y los implicará en
la Historia
Con respecto a la caracterización de los movimientos
transferenciales en los grupos es obvio que la coordinación
produce efectos de eficacia simbólico-imaginaría inducien-
do y ofreciéndose para la producción de amplios y variados
movimientos transferenciales. Pero es importante detener-
se un momento en este punto porque no sólo se mueven aquí
—como se apuntaba líneas arriba— movimientos transfe-
renciales, en el sentido psicoanalítico que habitualmente
se da a este término. En realidad en la figura del coordina-
dor no sólo se trásfieren imagos familiares, sino también
transferencias institucionales; así muchas veces éste es
vivido como el "representante" de la institución donde el
grupo inscribe su práctica. Y lo que es más, estas transfe-
rencias institucionales no necesariamente actualizan fa-

* DELEUZE, G. "La lógica del sentido", Ban-al Ed., Barcelona, 1970.


miliarismos edípicos sino que transfieren dimensiones ac-
tuales del conflicto social. Este criterio amplio de transfe-
rencia suele quedar en invisibilidad en la lectura de los
acontecimientos grupales; cuando así sucede se produce un
particular reduccionismo; este "familiarismo transferen-
cial" suele convertirse en uno de los principales instrumen-
tos tecnológicos de los grupos-islas. Se instrumenta allí
una noción de fantasma "privatizado", es decir vaciado de
sus posibles afectaciones institucionales, sociales y políti-
cas. De tal forma, se crean las condiciones para descontex-
tuar al grupo; para que esto sea posible ha sido necesario de-
negar las dimensiones institucionales y sociopolíticas, es
decir, lo público. Pero, si el contexto es texto grupal, en reali-
dad, des-textúan, es decir vacían, exilian, desterritoriali-
zan del propio grupo la dimensión socio institucional que
late en él —pese a todo- permanentemente.
¿Qué dimensión es así exiliada, desterritorializada,
denegada? Se deniega lo que ilusoriamente se ha puesto en
un "afuera" grupal, invisibilizando o interpretando fami-
liarísticamente problemáticas tan específicas como por
ejemplo las relaciones de poder dentro del grupo, en rela-
ción a la institución, la problemática del dinero, los conflic-
tos surgidos en función de los niveles de apropiación de los
bienes simbólicos y materiales que un grupo produce, los as-
pectos transformadores de los movimientos instituyentes
grupales, fermento transformador y no mera transgresión
a los equivalentes simbólicos de la prohibición del incesto.
En síntesis, se exilia la política de los grupos —su políti-
ca— familiarizando, edipizando sus rebeliones y sus sumi-
siones.
La propia existencia grupal implica para subsistir re-
glas y obligaciones, lleva en sí la violencia que los disposi-
tivos de las Relaciones Humanas han enmascarado, o que
ciertas narrativas psicoanalíticas han reducido a espejis-
mos edípicos. La emergencia de la irreductible violencia,
cuando se vuelve visible a sus integrantes, define la dimen-
sión política del grupo, es decir, la dimensión de sentido
con respecto del poder, cuyo ejercicio puede llevarse a cabo a
través de diversas figuraciones y modalidades: la propie-
dad de los bienes —sean materiales o simbólicos— la econo-
mía de los intercambios, la localización de las instancias
normativas ideales, los valores cognoscitivos, etc.*. El sen-
tido se aliena en estasfiguracionesya que la política es -en-
tre otras cosas— la incesante reapropiación tanto del senti-
do como de los puntos en los que se articula la alienación
del sentido para cada cual. De tal manera, cuando se invisi-
biliza la política de los grupos —es decir sus propios juegos
de poder— familiarizando, edipizando sus rebeliones y
sumisiones, tras un aparente tecnicismo aséptico se ejerce
una violencia: la apropiación de sentido, que politiza, despo-
litizando su lectura.

El contrato o la edad del capitán

"En un barco hay 26 ovejas y 10 cabras. ¿ Cuál es la edad


del capitán?". En una investigación realizada con alum-
nos que oscilan entre 6 y 12 años en escuelas primarias
francesas** de 97 alumnos, 67 respondieron la posible edad
del capitán realizando operaciones con los números del
enunciado. Frente a esta respuesta "absurda" a un proble-
ma absurdo los investigadores construyeron luego una
lista de problemas del mismo tipo agregándoles una pre-
gunta: "¿qué piensas tú del problema?" De 171 alumnos en-
cuestados, 121 respondieron, sin expresar duda sobre las ca-
racterísticas del problema planteado por el docente. Algu-
nos reconocen que el problema es un poco tonto o raro, pero
no dudan de la validez del mismo y rápidamente entregan
su respuesta.

* KAES, R. "El aparato psíquico grupal". Ed. Gedisa, Barcelona, 1977.


»« CHEVALLARD, Ivés "Remarques sur la notion de Contrat Didacti-
que" IREM, D'Aix, Marseille, Facultad -de Ciencias Sociales de Luminy.
(Agradezco a J.A. Castorina haber facilitado este material).
¿Qué sostiene este absurdo?
El tipo de problema planteado pone dos lógicas en conflic-
to: la lógica del pensamiento operatorio de los niños, y la ló-
gica del contrato didáctico. Una profana, lógica natural;
la otra, sagrada, ritual, que está inserta en la trama del con-
trato. Sagrada en tanto organizada en el ritual escolar, pro-
fana en tanto abandonada en la puerta de la clase.
Como puede observarse se necesita una intervención
descriptiva —el problema "absurdo"— para que las dimen-
siones del contrato didáctico cobren visibilidad. De lo con-
trario, está ahí operando como un verdadero organizador
institucional, pero también subjetivo de las prácticas de
alumnos y docentes en la escuela.
El contrato didáctico rige la interacción didáctica entre
el maestro y el alumno a propósito de un saber; los contra-
tantes despliegan sus prácticas en una institución inventa-
da a tal efecto. El contrato organiza para los contratantes
—dice Chevallard— una particular weltanschauung, una
visión del mundo didáctica, excluyente y en varias mane-
ras extraña a la visión del mundo donde evolucionan los
individuos ordinariamente; se instaura allí una cierta con-
cepción de las cosas del mundo pedagógico que no son las
mismas fuera de ese mundo. En tal sentido, para compren-
der el problema de la edad del capitán es necesario pensar-
lo a partir del sistema generador de sentido que constituye
el contrato didáctico.
Sorprendente investigación. En nuestro campo también
el contrato grupal al explicitar las normas de funciona-
miento establece un acuerdo entre las partes, un código y
sus rituales. Esta es su dimensión explícita funcional; a
partir de ella se disparan diversas figuraciones simbólico-
imaginarías (ver ejemplo dramatización de obesos anóni-
mos). Nunca está todo dicho en un contrato. Sus dimensio-
nes no dichas, implícitas operan sus efectos en latencia. A
partir de allí puede inferirse que en el contrato grupal —po-
dría hacerse esto extensivo ai contrato "psi"— se instala
también una cierta concepción de las cosas que no son las
mismas fuera de ese mundo, es decir se produce un sistema
de sentidos que construye —y da sentido- al contrato
grupal.
Es importante no apurar maniqueímos y saltar a imagi-
nar posibilidades de agrupamientos por fuera de contratos.
Así como sin contrato didáctico no hay enseñanza ni apren-
dizaje posible, no pueden pensarse dispositivos grupales por
fuera de contratos. Estos normativizan enunciados y prácti-
cas —como también sus lógicas— estableciendo qué es perti-
nente en determinada inscripción institucional y qué no lo
es. Por lo tanto, al demarcarlo, hacen posible el campo de
intervención.
De todas formas ¿cuál será la edad del capitán en nues-
tros contratos "psi"?

Buenos Aires, Enero de 1989


INTRODUCCION AL PENSAMIENTO
GRUPALISTA EN LA
ARGENTINA Y ALGUNOS
DE SUS PROBLEMAS ACTUALES

por MARCELO PERCIA

I. CONDICIONES SUBJETIVAS
DE LOS AÑOS SESENTA Y SETENTA:
COMPROMISO Y RESPONSABILIDAD SOCIAL

Introducción

El pensamiento grupal en la Argentina no tiene una so-


la puerta de entrada: hay distintas introducciones posibles,
pero no muchas para cada uno. Cada cual se conduce según
una precisa (y a veces imprecisa) relación de intimidad.
No se pretende instruir sobre un determinado recorrido ni
hacer de este trayecto una única manera de pensar. Por eso,
esta presentación debe leerse como una biografía de ideas*.
De ningún modo se aspira a entregar una versión totali-
zadora de las prácticas grupales en nuestro país, sino más
bien a señalar itinerarios y contradicciones de algunos
pensadores de formación psicoanalítica que provocaron mi
interés por el campo de lo grupal.

* Pero una biografía no es una historia unitaria de vida. Se sabe, uno


nunca escribe solo. Cuando se escribe se inscriben en singular relaciones
plurales. Menciono, con Edgardo Gili el "trabajo" de la escritura, con
Luis Herrera las experiencias grupales compartidas, con Ana Fernández
las indagaciones sobre el saber grupal; y dejo aparte a J. C. De Brasi, para
recordar algo que me decía: en los tiempos que vivimos, pensar bien no es
lo que cuenta, pensar es lo que importa.
Es probable que, en algunos, estas notas produzcan nos-
talgia y pesar por el recuerdo de un momento histórico que
parecía no presentar la incertidumbre del actual; o que
otros sientan extrañeza frente a referentes desconocidos.
Es también, para mí, un llamado a la memoria y al exá-
men crítico de una manera de trabajar en grupos.
Pretendo recuperar de aquellos años la posición de com-
promiso y responsabilidad social del intelectual, y la voca-
ción de inventar otras formas de intervención en salud. Y,
aunque propongo un registro más modesto de esas palabras,
rescato una ética en esos discursos. Pensar es encontrar la
historia en el presente, y es, también, poner en cuestión los
límites de lo actual para imaginar otro posible.

Voy a diferenciar dos corrientes del grupalismo en nues-


tro país para la construcción hipotética de algunos sentidos
que rigieron su desarrollo. A una la llamaré "tendencia de
aplicación", a la otra "tendencia de ruptura o desvío". Aun-
que designaré brevemente a la primera y le daré más sitio
a la segunda.

1. Tendencia de aplicación

Era la década del cincuenta en Buenos Aires. Allí se


encuentra un posible punto de comienzo. Los primeros gru-
palistas tenían una marca de origen: ser psicoanalistas y
pertenecer —por lo tanto— al régimen de disciplinamiento
institucional de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
A mi criterio, aquellos profesionales que se interesaron
por la acción terapéutica en grupos se esforzaron de entrada
por desplazar sobre la situación plural las referencias y
métodos del psicoanálisis hegemónico de la época. Esta
corriente puede describirse, aún reconociendo múltiples va-
riantes, como de mudanza o de aplicación del psicoanálisis
(sería mejor decir "cierto psicoanálisis") al grupo y de legi-
timización de las acciones en grupo ante la autoridad de
esa misma institución1. Creyeron que se trataba sólo de
cambiar de territorio: pasaron a lo grupal con modelos del
psicoanálisis y regresaron a su institución explicando que
nunca habían dejado de ser psicoanalistas. Hacían así un
viaje a ninguna parte.
La intención de ampliar los marcos de sus acciones clí-
nicas los llevó a pensar el trabajo en grupos como un psicoa-
nálisis aplicado. La noción de aplicación admite, por lo me-
nos, dos sentidos: uno, la idea de poner el saber psicoanalíti-
co sobre otra cosa; otro, mostrar que se trataba de un buen
psicoanálisis, "aplicado" como se suele decir de un "buen
alumno" atento a los ademanes y deseos de la autoridad.
Este intento contribuyó a uno de los equívocos más impor-
tantes que afrontamos los grupalistas: la propuesta de un
psicoanálisis de grupo. Algunos todavía hoy se esfuerzan
por demostrar que en la situación de grupo se observa la
emergencia de formaciones del inconciente equivalentes a
las que se estudian en la situación analítica. Creo que son
pensamientos de la legitimidad o la aplicación. ¿Por qué?
Porque pretenden ser aplicados y legitimar su condición de
psicoanalistas en los grupos. Se advierte en esta tendencia
una perspectiva que organiza su manera de pensar lo gru-
pal: el rendir cuentas. Son ensayos regidos por la justifica-
ción, se piensa según un faro establecido como guía, y si el
psicoanálisis se presenta como un dogma se interesa sólo
por salvar su órden.

2. Tendencia de ruptura o desvío

En primer lugar quiero señalar que ésta es una tenden-


cia cultivada en la Argentina y que dio origen a una riquí-

1 La idea de "psicoanálisis aplicado a lo grupal" y traslación freudia-


na al grupo, es un efecto que también menciona Gregorio Baremblitt. Ba-
remblitt, Gregorio. Notas Acerca de un Posible Programa de investiga-
ción sobre el Psicoanálisis y k> Grupal en la Argentina 1967. Lo GrupalS.
Ed. Búsqueda, 1988. Bueno* Aires.
sima tradición grupalista. Pero marcar un origen no es lo
mismo que abusar de la idea mítica de originalidad. Son
muchos los equívocos que se suceden entre los argentinos
para respaldar la obsesión de creernos los mejores en algo.
No obstante, es válido en este campo subrayar una inventi-
va y estilo propio de lo grupal en nuestro país que nos dife-
rencia de otras producciones europeas o americanas.
Convengamos, entonces, en aclarar: tendencia de ruptu-
ra o desvío ¿de qué unidad, de cuál camino? Ruptura del en-
cierro unificante dentro de la institución psicoanalítica ofi-
cial y de la esclerosis del pensamiento de la época. Intento
de inaugurar lo grupal no subordinado a una legalidad o se-
rie de principios explicativos únicos. Desvío del modelo de
aplicación, salida de la dirección autorizada y entrada en
otra encrucijada de sentidos.
Pero si lo grupal es para esta tendencia la enunciación
de una ruptura, urge decir quién la formula, desde qué
lugar o cuáles son las condiciones de esa enunciación. Pa-
ra actualizar este pensamiento y que aparezcan sus posibili-
dades de emergencia, hay que pensar que un enunciado es
el resultado de una peculiar producción donde se trabajan
múltiples factores; voy a tomar aquí tres: las figuras subje-
tivas de la intelectualidad critica argentina en los años
sesenta y setenta, la vocación pública é institucional de esta
corriente y su critica al disciplinamiento psicoanalítico de
la época.

a) Subjetividad e intelectualidad crítica


en los sesenta-setenta

Situar un pensamiento es algo distinto a enumerar fe-


chas, nombres, experiencias clínicas e institucionales. No
se pretende una exposición ordenada (y en forma cronológi-
ca) de los "hechos" políticos y sociales en estas dos déca-
das. Las colecciones suelen quedar bien sobre un estante y
hasta agradar a los curiosos; pero no sirven para esclare-
cer los procesos históricos de producción, ni la implicación
social de sus protagonistas. Interesa más interrogar los dis-
cursos que trazar cursos de acumulación de datos. Importa
más recrear el clima subjetivo que envolvía a la intelectua-
lidad crítica en esos años antes que el vacío de una alaban-
za desarticulada del momento histórico.
Por esa vía de riqueza y complejidad del mundo cultural
y político de los sesenta se necesita pensar muchos de los
enunciados de esta tendencia grupalista. Se reconoce en
aquél período una notable vocación por la política y por el
trabajo en los espacios públicos. Prevalecía la idea de que
el cambio social era posible, que iba a ser profundo y que es-
taba inscripto en el sentido de la historia. Hasta enfatiza-
ría más esa convicción: el cambio social no sólo era posible
sino además necesario e impostergable2.
Aquellos actores "psi", que formaron parte de la intelec-
tualidad crítica, confiaban en el futuro y creían que los
profesionales tenían un papel en la construcción de una so-
ciedad más justa. Interrogación del lugar social del espe-
cialista y responsabilidad del intelectual como crítico es la
fórmula que resume el clima subjetivo dominante. Porque
aun cuando sea cierto que este relato cubre la intención de
sólo una franja intelectual de aquellos tiempos, su poder ex-
pansivo fue tal que alcanzó a pregnar todo el campo cultu-
ral argentino de entonces. Tambalean muchos criterios
establecidos como normas: por ejemplo en el espacio "psi",
las ideas de apoliticismo y de neutralidad social del ana-
lista.
El pensamiento de esa intelectualidad era irradiado tan-
to por las producciones culturales (nuevas corrientes ensa-
yísticas nacionales, crítica histórica, expansión literaria y
artística, el marxismo y las disciplinas sociales, la difu-
sión de las prácticas psicoanalíticas, cierta liberación de
las costumbres); como por los acontecimientos sociales e

2Sarlo, Beatriz. "Intelectuales: ¿Escisión o Mimesis?". Rev. Punto de


Vista. N8 25. Diciembre de 1985. Buenos Aires.
históricos que se daban a conocer en el mundo (Fidel Castro
ingresaba en La Habana, adquiere mayor visibilidad el
Tercer Mundo, la guerra de Vietnam, la revolución cultu-
ral china, la insurgencia estudiantil del mayo francés, y
la renovación que tocaba inclusive las puertas del Vaticano
durante el papado de Juan XXIII)3.
En fin, se pensaba que seguramente la Argentina se iba
a incorporar a las transformaciones que ya se habían ini-
ciado en otros lugares. Los deseos no eran moderados y se
requería un trabajo formativo en esa dirección. ¿Qué se le-
ía por aquel entonces? Marx, Freud, Reich, Gramsci, Sar-
tre, Bachelart, Marcuse, Lacan, Saussure, Levi-Strauss,
Althusser, Foucault, Deleuze, Guattari. Con todos esos nom-
bres se puede componer una instantánea fotográfica de la
mesa de autores extranjeros en una librería de la calle
Corrientes. Es cierto que el listado podría ser mayor e
incluir a los autores nacionales, pero nunca menor o me-
nos dispersivo. Para los lectores de los 60-70 no pasaban
inadvertidas las diferencias entre estos discursos, pero lo
que articulaba esas lecturas era el presupuesto de que el
campo de las ideas debía servir para transformar las condi-
ciones de la vida social.
Leer no se parecía a un gesto de contemplación de lo
escrito, era buscar fundamentos para la acción. Los discur-
sos perseguían la implicación intelectual en el curso de la
historia. La historia tenía un curso, como un río que se abre
camino; y la dirección de sentido que regía esas lecturas
conducía a la utopía: un pensamiento que impugnaba los
límites de lo posible. El trabqjo intelectual, se decía por
aquellos tiempos, era una práctica para la construcción de
un otro lugar. Conservemos por ahora las palabras "ac-
ción" y "prácticas". Me anticipo: lo grupal se inició, entre

3 Teran, Oscar. "Filosofía y Cultura Política en la Argentina (1956-


1966) Rev. Espacios 4/5. Universidad de Buenos Aires, 1986. Y "Moderni-
zación y Cultura Crítica en la Argentina del 60". Rev. Fahrenheit 450. Pu-
blicada por estudiantes de la carrera de Sociología de la Universidad de
Buenos Aires. N® 2. Buenos Aires.
los psicoanalistas y las primeras carnadas de psicólogos
universitarios, como una otra práctica posible en salud
mental y de entrada se planteó el problema de la acción.
El espacio cultural y universitario de los sesenta puede
caracterizarse por la pasión, la convicción, la insistencia,
y también, por la fuerza de su intención formativa. Golpea-
do en 1966 por la dictadura de Onganía, se reestructuró bajo
una forma de resistencia intelectual que inauguró una par-
ticular red de pensamiento alternativo a las instituciones
oficiales. Los docentes perseguidos y expulsados del siste-
ma de enseñanza oficial recompusieron sus prácticas en
una especie de red contrainstitucional que se conoció con el
nombre de grupos de estudio.4
Los psicoanalistas no estuvieron al margen de esa ten-
dencia. A principios de los años setenta se fractura la Aso-
ciación Psicoanalítica Argentina (APA); y si bien aquella
escisión comenzó por cuestiones estrictamente instituciona-
les y de criterios respecto a la práctica del psicoanálisis o
la ética formativa, muy pronto tomó formas no sólo "loca-
les" sino históricas, políticas y sociales. Gilberto Simoes,
uno de los protagonistas de ese movimiento relata así la
situación institucional que vivían: "El poder acumulado
por unos pocos fue generando un cúmulo de perversiones
institucionales y de deformaciones de la ética psicoanalíti-
ca. El apoliticismo que se exigía a los psicoanalistas tendía
a preservar ese poder. Por otro lado es necesario recordar el
fervor político de aquellos días, a partir del Cordobazo, y del
cual los psicoanalistas no pudimos —y algunos no quería-
mos— permanecer marginados. Se nos empezaron a plante-
ar cuestiones gremiales y asistenciales a las cuales había-
mos estado la mayoría ajenos. Empezó allí la presencia
masiva de psicoanalistas en las instituciones públicas asis-
tenciales. Hasta entonces el psicoanálisis sólo tenía aplica-

4 Vezzetti, Hugo. "Situación Actual del Psicoanálisis". En Cuestiona-


mos. Ed. Búsqueda. 1987. Buenos Aires.
ción —salvo raras excepciones— cuatro veces por semana y
en el diván".5
No hace falta insistir en la carnadura que esa ruptura tu-
vo con la subjetividad e intelectualidad crítica de la época.
Sólo resta agregar que el cuestionamiento6 abrió el camino
para autorizar a los psicoanalistas a pensar e inventar
otras prácticas posibles en el campo de la salud.

b) La Vocación Pública: El trabajo institucional

Una de las características de esta tendencia que importa


subrayar (quizás porque hace falta repensar una ética) es
la idea de que el discurso de los intelectuales del campo
"psi" debía ser significativo para la sociedad y especial-
mente para los "sectores populares". Es importante detener-
se, por un momento, en este rasgo: no se trata de un mero
gesto de ayuda entendida como postura personal, sino de
una posición respecto del derecho social. Hoy nadie imagi-
na prestigiarse en Buenos Aires recuperando este discurso.
Se lo confunde con un "revival" de las viejas concepciones
de la beneficencia y asistencia pública como deber moral
para con los pobres y necesitados7. Y, cuando se debate de
qué modo el psicoanalista debe liberarse de tentaciones
filantrópicas o de políticas de control social, se apela a fór-
mulas tales como que la ética del analista "debe respetar el
deseo del paciente sin desearle el Bien".
Sin duda, dejo de lado muchos de los sentidos presentes
en los discursos de esas dos décadas. Pero uno que no pasa
inadvertido es el que habla de ese algo tan evanescente co-
mo insidioso: el malestar de una cultura segmentada. De

5 Simoes, Gilberto. "La Fractura de la A.PA: El Grupo Documento".

Rev. Psyche. N® 3. Octubre 1986. Buenos Aires.


6 Ver "Cuestionamos" I y II (1971 y 1973, respectivamente) Ed. Grani-

ca. Buenos Aires.


7 Tenti, Emilio. "Contra el estado pobre para los pobres". La Ciudad Fu-

tura N512. Octubre de 1988. Buenos Aires.


entrada estas nuevas prácticas "psi" (entre las que sitúo a
esta tendencia grupalista) se configuran en una relación
de contigüidad con los ideales políticos y sociales de la épo-
ca. Lo grupal era uno de los modos de intervención que en
el terreno de la salud y la educación podían producir
lormas de subjetividad alternativas.
Si el interlocutor de estos discursos era "el pueblo" este
destinatario tensionaba las prácticas y presionaba para que
ios actores "psi" ocuparan un lugar público y desempeña-
ran una función activa en un proyecto de transformacio-
nes sanitarias y educativas. Instalarse en ese lugar era
problematizar otro, ¿cuál?: el dominio privado, el ejercicio
liberal de la profesión, el estudio de casos individuales, el
modelo médico asistencial y el concepto de estado bene-
factor.
La esfera pública interrogaba cualquier práctica. Hasta
la resistencia que tenían estos profesionales a pensarse úni-
camente como psicoanalistas o especialistas respondía al
mismo impulso: convertir el saber especializado en un pa-
trimonio de toda la comunidad. Las denominaciones que-
rían designar esta intención. Y la figura que mejor la ilus-
tra es la de trabajadores de la salud mental"*. La razón es
sencilla: interesaba más una definición del intelectual co-
mo actor productivo en el campo de las ideas. El criterio de
validación de una práctica "psi" se medía por su capacidad
de inserción en el medio político y social. Se prefería la vi-
sión global de la cultura a las perspectivas parcializadas de
los técnicos y, si se admitía la especialidad de cada saber
se rechazaba cualquier conocimiento que se apartara de su
función social. No satisfacían los discursos que tenían úni-
camente como interlocutores a colegas.

tras" h , n t o n ^ Í 8 l B d A ^ a ® f ^ S Í ? ' ,la F e d e r a c i ó n Argentina de Psiquiá-


tras, junto con la Asociación de Psicólogos y la Agrupación de Psiconeda
gogos, constituyen la Coonünadora de Trabadores d f k S Mantel '
El trabajo en el espacio público gestó otro estilo. Tanto
por el cruce con otros saberes, como por la necesidad de plan-
tearse articulaciones prácticas con otras dimensiones de la
experiencia social. El moverse en situaciones no tradicio-
nales arrojó como resultado la detección de cuestiones co-
mo el trabajo institucional, el equipo de salud o la diversi-
dad de las prácticas terapéuticas. No se desarrollarán aquí
estos puntos, pero me permitiré tres breves comentarios.
El primero es respecto a lo institucional. Aquello que
Gregorio Baremblitt llamó el "Movimiento Institucionalis-
ta"9, o que Armando Bauleo designó como "Contra-Institu-
ción"!0 tuvo en nuestro país su gesto inaugural por aquellos
tiempos. Lo institucional como "campo de análisis" y de
"intervención" recién empezaba a ser esbozado y sus desa-
rrollos fueron hechos después de 1975. Eran balbuceos que
trazaban primeras relaciones entre psicoanálisis e institu-
ción. Algunas intersecciones eran casi previsibles, por
ejemplo: psicoanálisis de la institución, o psicoanálisis en
la institución. Pero lo común de esta corriente fue la crítica
de cualquier forma de autoritarismo.
No voy a detenerme ahora en los problemas que se inau-
guran con la vocación de este grupo para pensar la relación
entre psicoanálisis e institución. El planteo de esta cues-
tión exige una exposición mucho más difícil que ésta. Pero
si se levanta un poco la vista se observa una multitud de
interrogantes desparramados en esos años y que aún no
hemos tenido tiempo de mirar en detalle. Los analistas
entran en relación con las instituciones porque era allí
adonde llegaban los pedidos de asistencia de la población.
Después de todo, como escribió una vez Octave Mannoni (y
que sirve para ilustrar el razonamiento de la época): "si los

9Baremblitt, Gregorio. "Introducción" en el "Inconsciente Institucio-

nal". Ed. Nuevomar, México 1983.


1° Bauleo, Armando. "Contrainstitución y Grupos". Ed. Fundamen-
tos. España.
psicoanalistas deben, como todo el mundo, militar en sus
lugares de trabajo, no se ve como podrían hacerlo en sus ga-
binetes con cada uno de sus analizados. Ni cuál podría ser
el rendimiento de este curioso militantismo. Pero la cues-
tión podría plantearse de otro modo en las instituciones.""
Es cierto, la sensibilización respecto a lo público hizo que
muchos se sintieran encerrados en los consultorios priva-
dos. Además es posible que algunos confundieran el discur-
so político de lo público, con la política. Es decir, que se
renunciara a los desarrollos singulares de cada saber en
nombre de la transformación social. Pero que en esta
corriente se deslizaran actitudes en extremo ideologizadas,
no significa necesariamente que esta postura deba exten-
derse hasta cubrir la originalidad del problema que inaugu-
raba: la cuestión del psicoanálisis y el espacio público.
Entre la seducción del militantismo o la tradición asis-
tencialista, entre el heroísmo moral, la dádiva o la gestión
de control, es posible encontrar en aquella tendencia una
nueva significación para el concepto de solidaridad que no
se deja atrapar por la solidez de ninguna ilusión unifi-
cante. Porque, en definitiva, el trabajo institucional no apa-
rece en la Argentina como una moda (ademán que imita
un modo de vestirse pasajero) sino como vocación de una
transformación imaginada. A esta altura, uno se acuerda
de Enrique Pichón Riviere y de José Bleger, y simplemente
los nombra porque clasificarlos como los primeros ins-
titucionalistas argentinos empobrece tanto como no ci-
tarlos.
El segundo comentario corresponde al equipo de salud.
Aparto este punto como otro de los efectos de la entrada en
las instituciones. Estos profesionales se encontraron desde
el inicio de sus prácticas hospitalarias y comunitarias con

"Mannoni, Octave. "Un Comienzo ,Que no Termina". Ed. Paidós Es-


paña. 1982.
una obviedad: nadie podía concebirse trabajando solo.
Había que cuidarse respecto a la autonomización de las
prácticas sanitarias y el problema que se planteaba era có-
mo producir un equipo de salud que no fuera un mero agre-
gado de actores diversos. Dominaba una convicción: el va-
lor de los espacios de trabajo colectivos.
El tercer punto se refiere a la diversificación de las prác-
ticas. La entrada en otro lugar implicó transformaciones.
El cambio de perspectiva estimuló las críticas presentes en
los debates de la época sobre el modo de trabajo en el circuito
privado. No servía la trasposición mecánica de unos dispo-
sitivos ideados para otras realidades. Instalarse en el espa-
cio público obligó a dar respuestas en situaciones inéditas:
familias, parejas, grupos de padres, grupos terapéuticos,
grupos de prevención, grupos diagnósticos, grupos de refle-
xión de trabajadores de la salud. Era un campo abierto en
el que entraban en crisis las fronteras y divisiones impues-
tas. El trabajo en las instituciones los impulsaba a inven-
tar otras figuras y dispositivos para la acción. Si ningún
modelo previo daba cuenta de la nueva situación de trabajo,
lo único que podía posibilitar un lugar para los profesiona-
les era la innovación, la diversificación de las experien-
cias y el desarrollo de nuevos instrumentos.

c) Crítica de la institucionalización del psicoanálisis

Debe reconocerse que muchos de los autores de la tenden-


cia de ruptura participaron de una estrategia distinta en re-
lación con la tradición psicoanalítica argentina de los
años sesenta. Todos sus trabajos plantean la puesta en cues-
tión de los límites que imponía el pensamiento dogmatiza-
do. Son escritos en los que se advierte un desafío y un inten-
to inagurador.
En todas estas producciones se mezclan dos temas: las
relaciones de poder en la situación clínica, formativa e
institucional y las relaciones entre psicoanálisis y otras te-
orías. Uno y otro son, en la época de estos trabajos, comple-
mentarios. En el caso de los grupalistas, por ejemplo, la crí-
tica del psicoanálisis oficial se realizó primero por la
ampliación del campo de perspectivas de la intervención y
segundo por el desvío o ruptura con las relaciones de poder.
El teatro, el arte, la poesía, el surrealismo, el juego, las teo-
rías sociales y el entusiasmo por las producciones solida-
rias en grupo, son algunos títulos de las zonas que frecuen-
taban estos autores.
La inauguración de una práctica es, para esta tenden-
cia, una de las formas de rebeldía y resentimiento ante la
religiosidad de la cultura de la Asociación Psicoanalítica
Argentina. Aquellos grupalistas escriben a partir de un
varío que deben llenar con sus experiencias novedosas:
grupos de psicoterapia, grupos operativos, psicodrama psico-
analítico en grupos, tratamientos familiares, intervencio-
nes institucionales, acciones comunitarias. Antes que
ellos nada que autorizara sus acciones fuera de la figura de
Pichón. En su origen se trataba de un grupo de jóvenes que
hablaban el psicoanálisis como lengua, aunque como era
de rigor en aquellos tiempos, casi exclusivamente cotejada
con el dialecto kleiniano.
Voy a decir que lo grupal se inaugura en nuestro país
sobre un varío y en contra del dogmatismo que siempre lle-
na con certezas inútiles. Los grupalistas argentinos, que
valoraban ante todo la experiencia y la intervención clíni-
ca, podrían hacer suyas —en una autobiografía imagina-
da— las palabras con que Roberto Arlt explicaba su literatu-
ra: "Me he hecho solo. Mis valores intelectuales son relati-
vos, porque no tuve tiempo para formarme. Tuve siempre
que trabajar y en consecuencia soy un improvisado o adve-
nedizo de la literatura." Destaco de lo grupal en nuestro
medio su salida del sendero autorizado. Marginalidad que
posibilitó un manejo propio e irreverente de las verdades
consumidas en la época. La urgencia de prácticas innova-
doras en los espacios públicos de la salud y la ruptura con
una institución que limitaba el pensamiento, son dos de los
factores que influyeron en el estilo y la riqueza de sus
producciones.
Y si uno se atiene al afecto o la seducción de las prime-
ras lecturas, se atreve a nombrar a Armando Bauleo y
Hernán Kesselman, apasionados por la concepción operati-
va de los grupos. Atravesando la calle del psicodrama y
dejando una huella diferenciada, a Eduardo Pavlovsky,
Martínez Bouquet y Fidel Moccio. En la señalización y la
lectura de experiencias muchas veces desarticuladas, a
Juan Carlos De Brasi. Contorneando el campo a Gregorio
Beremblitt y Fernando Ulloa. Y si se recuerda la labor
formativa en los años de la dictadura a Luis Frydlewsky,
Olga Albizuri de Garría, e incluso Ana Quiroga y algunos
miembros de la Asociación de Psicología y Psicoterapia de
Grupos. O en el caso de indagar en las fronteras escurridi-
zas de los grupos y el pensamiento de Lacan, a Pacho
O'Donnell y Leonardo Satne. No estoy privándolos de
Pichón Riviere, Bleger, Rodrigué o Mane Langer, simple-
mente los doy por sentados.
La acumulación de estos apellidos deja afuera a otros
muchos. En descargo de las posibles exclusiones del lista-
do, sería necesario mencionar junto a esta nómina "grupa-
lista" a cada uno de los participantes de la ruptura del 1971
con la Asociación Psicoanalítica Argentina: los grupos
Plataforma y Documento. No pretendo sugerir que todos
esos nombres hagan el orgullo de lo grupal entre nosotros.
Sí que sus diferencias producen, precisamente, aquello que
los une: una misma convicción de que el trabajo intelec-
tual era parte del campo de batalla social y de que lo grupal
tenía algo de insidioso: la insidia penetrante de un cuestio-
namiento.
Una disgresión. El lacanismo entraba en la misma épo-
ca pero por otro lado. Se fundaba también en la crítica a esa
misma institucionalización del psicoanálisis. En los años
cincuenta Jacques Lacan había tenido el acierto (al menos
a los ojos de la intelectualidad critica) de dirigir un cuestio-
namiento vigoroso a las diferentes formas de terapias y
curas, sobre todo al psicoanálisis americano, denunciando
sus funciones adaptadoras e integradoras a través de su
giro teórico en el sentido de una psicología del yo. Pero en
nuestro país el tiempo histórico fue penosamente amputado
durante la mitad de la década del setenta y estas produccio-
nes no tuvieron, hasta el momento, oportunidad de encon-
trar muchas mediaciones.
No puedo aquí llevar más lejos esta reflexión. Sólo quie-
ro retomar el hilo que la orienta. Nos quejamos del domi-
nio de un pensamiento no crítico, de los ademanes teóricos
que imitan gestos de otros, de las reververaciones de una
moda. Y no nos damos cuenta de que son formas actuales
de nuestra subjetividad. En este sentido la crítica me pare-
ce una de las tareas más difíciles pero más importantes de
nuestro tiempo: el pensamiento avanza contra el tedio de la
Verdad, si puede desnaturalizar, temporalizar e historizar
Pero ¿qué es la crítica? En primer lugar es interrogación.
La tradición grupalista argentina, lejos de haber sido inte-
rrogada, apenas ha sido desechada, transformada en prácti-
cas de segunda. Casi no hace falta insistir en que es necesa-
rio recuperar la memoria. »
El pensamiento de los sesenta-setenta que denominé ten-
dencia de ruptura, protagonizó parte de un desvío respecto a
la dirección del psicoanálisis oficial en la Argentina. Más
allá y más acá de lo grupal, se trataba de psicoanalistas, psi-
cólogos, psicodramatistas y psiquiatras dinámicos que
participaron de la crítica de esa institución y pensaron los
vínculos entre prácticas "psi" y la ideología, la política, las
instituciones del estado y la sociedad. Voy a decir que tene-
mos ante nosotros un problema: ¿hay alguna forma de revi-
vir en nuestra labor actual las intenciones de los sesenta-
setenta, o tenemos que reconocer que el mundo ha cambiado
mucho y que cualquier deseo de promover justicia o felici
dad entre los hombres es una causa perdida? Pero que
nadie se apresure a optar, esa'sería una mala manera de
plantearse la cuestión.
II. TRANSFORMACIONES DE LA
SUBJETIVIDAD EN LOS AÑOS OCHENTA
Y ENCRUCIJADAS DE LO GRUPAL

"Sueño con el intelectual destructor de eviden-


cias y universalismos, el que señala e indica en
las inercias y en las sujeciones del presente, los
puntos débiles, las aperturas, las líneas fuerzas;
el que se desplaza incesantemente y no sabe a
ciencia cierta dónde estará ni que pasará maña-
na, pues tiene centrada toda su atención en el pre-
sente."

M. Foucault.

(desvío)

Propongo de entrada hacer un apartado. No quiero salir-


me del camino o que alguien se pierda en el intento; imagi-
no un rodeo a través de la subjetividad de los años ochenta
que nos devuelva a la ruta de los grupos enriquecidos con
otras referencias. Me conduzco según esta idea: lo grupal
tiene que pensar su encrucijada, el punto en el que su saber
es asediado por la densidad de los diferentes discursos que
habitan el mundo cultural. Ninguna práctica descansa so-
bre sí misma. Urge preguntarse con qué red nuestro pensa-
miento se protege de caer en el vacío.
En los últimos años, la sensibilidad de la intelectuali-
dad crítica vivió conmociones. El alcance de esta crisis
aún no se localiza del todo en las prácticas "psi". Pero, pa-
ra que sus consecuencias no queden sólo expresadas de ma-
nera alusiva o en sordina, es necesario interrogarse sobre
cómo algunas posiciones que dominan el horizonte de nues-
tra época inciden en la manera de pensar y actuar que tene-
mos.
(recaudo)
Presiento un lector impaciente por escuchar algo sobre
grupos. Pero distingo entre esa comprensible inquietud y la
miopía intelectual. Tomo una precaución contra ese defecto
del pensamiento, tan parecido al que tiene la vista cuando
permite ver sólo los objetos próximos al ojo. Tengo la impre-
sión de que, en esta última década, predomina entre los
protagonistas del campo "psi" un particular proyecto in-
telectual marcado por una actitud estrictamente profesiona-
lista.
Puede que esto responda, por lo menos, a dos razones: por
un lado, es posible que se trate de una reacción contraria a
la franja del pensamiento de los sesenta-setenta que al
insistir en la función social del intelectual, en algunos
casos, disolviera la especificidad de su práctica profesio-
nal; pero por otro lado, creo que expresa cierta indiferencia
hacia problemas que no son vistos como propios de la activi-
dad. Circunstancia que pone de manifiesto la pérdida de
una intención transformadora y el desencanto con una
perspectiva del intelectual como crítico de la sociedad.

(conjetura)

Ensayar la crítica es interrogar nuestra manera de pen-


sar. Ni murmuración, ni desaprobación o censura. Críti-
ca. Inflexión que desacomoda. Un cuestionamiento puesto
sobre uno mismo. El pensamiento, hoy, valora la paradoja
y la vacilación antes que la afirmación de una idea. Inva-
de a la conciencia una sensación de que se han quebrado
las nociones vinculantes entre el hombre y las condiciones
de la historia social; entre el sujeto y el acontecimiento.
Me gustan las palabras con que Santiago Kovadloff ex-
presa esto mismo: "Al parecer —dice—, la sensibilidad del
presente, ya no reclama rígidos principios, ni normas petri-
ficadas para poder convivir consigo misma. Mejor identifi-
cados con lo hipotético que con lo inequívoco; con la insi-
nuación y el indicio antes que con la evidencia de inten-
ción inamovible, preferimos al autor francamente expuesto
a sus vaivenes y reservas, a aquél que niega su fragilidad
bajo la pretensión de haber pisado, de una buena vez, tierra
firme. Nos conmueve, en suma, mucho más la lucha del
primero con el oleaje en que vive, que la cristalizada trans-
parencia del presuntuoso que se adjudica un saber exento
de conflicto.""

(utopía)

Pero estas ideas interesan más por lo que posibilitan que


por lo que anuncian. ¿Qué quiero decir? No se avanza mu-
cho si en lugar de un pensamiento fundado en la certidum-
bre, se adopta el esquema de la incerteza. Casi nadie se ubi-
caría a favor de la intolerancia, el autoritarismo o el dog-
matismo. Ni los intolerantes, los autoritarios o los dogmáti-
cos lo harían. Declararse en contra no es lo que cuenta. Im-
porta, en cambio, la duda sobre nosotros mismos, sobre la
propia inercia que busca seguridad en la verdad o detrás de
algún héroe intelectual.
No es suficiente decir que el pensamiento no puede estar
obligado a nada, o que interesan hoy las perspectivas teóri-
cas y prácticas menos compulsivas, los paradigmas más la-
xos o la modestia. Tampoco se trata de una sospecha trágica
que siempre nos halle culpables de jactarnos de poseer la
verdad. Es, en cambio, una propuesta de acción que imagi-
na que siempre es posible pensar y obrar de otro modo. Es
un pensamiento de la resistencia que aspira a fundar otra
relación con la ilusión.

(nómades)

En estos años asistimos a una transformación de la figu-


ra del héroe. Ilustro el problema tal como lo presenta Octa-
vio Paz en la literatura. La novela moderna, inaugurada
por un héroe que sueña ser caballero andante del pasado mí-
12 KovadlofT, Santiago. "Por Un Futuro Imperfecto". Ed. Botella al

Mar. Buenos Aires, 1987.


tico, un mensajero de la verdad superior, de la justicia y
del amor —Don Quijote— es clausurada por otro tipo de hé-
roe que despierta y se descubre convertido en un repulsivo
insecto: Gregorio Samsa. Entre Cervantes y Kafka se
hacen narrar las transformaciones históricas de la subjeti-
vidad. Tanto Quijote como Samsa son héroes, pero la aven-
tura subjetiva elige expresarse por medio de otras refe-
rencias.
Propongo pensar en el agotamiento de una concepción
del saber y del héroe intelectual, que nos replantea nuestro
lugar en la escena clínica. El cuestionamiento alcanza,
por ejemplo, al lugar del sujeto en el análisis, el del psicoa-
nalista o el del coordinador en situación de grupo. Al desva-
necerse el lugar del saber, el poder se vuelve molesto (y no
sólo más modesto). Se ejerce con la interrogación antes que
con la afirmación, con la conjetura antes que con la consta-
tación del modelo. Por eso, por momentos, la labor es frus-
trante. Siempre nos arroja a la palabra del otro, pero no se
le arroja la palabra de ninguna autoridad. Es como el ensa-
yo que arriesga, que explora y que no impide el encuentro
con lo que no se buscaba)3.

(umbrales)

Si el pensamiento grupal quiere contribuir a la propues-


ta de un espacio alternativo para el posicionamiento subjeti-
vo, el análisis de las instituciones y las relaciones de
poder, tiene que darse tiempo en el presente para examinar
numerosas cuestiones. Elijo tres: la legitimidad de su
saber, su crítica y la distinción entre lo grupal y los grupos.
¿Los grupalistas tenemos un saber y un discurso o
simplemente un discurso, es decir una manera de hablar,
de relatar o de ficcionalizar lo que pasa en situación de
grupo?
El rechazo de los grupos sin más, es tan inútil como el

13 Grilner, Eduardo. "Sartre, un idiota sin familia". Revista Sitio 4/5.


Buenos Aires.
festejo irreflexivo de lo grupal. Ambas son posiciones que
no practican la crítica. Distinto es intentar hablar de la sub-
jetividad (la nuestra y contra la nuestra) o proponerse inda-
gar con intención crítica los dispositivos empleados (llá-
mense grupo-formación, grupo de psicodrama psicoanalíti-
co, grupo operativo, grupo terapéutico, grupo de reflexión,
grupo de análisis institucional o taller comunitario).
Pero dar cuenta de un saber no es atenerse a las fórmu-
las preestablecidas que disciplinan un pensamiento. Por el
contrarío, es imaginar fundamentos para acciones grupa-
les que participen de opciones que, en salud, se necesitan in-
ventar. Lo grupal, así entendido, comienza por ser declara-
damente utópico: elige situarse más allá del horizonte de po-
sibilidades al que remiten los grupos conocidos hasta el mo-
mento.

(lecturas)

Quiero llamar la atención sobre una cuestión: leer es tro-


pezar, trabarse en la palabra de otro y estar uno en peligro
de caer. Leer es aventurarse a dar un paso en falso. Pero no
se trata de decir que la interpretación es imposible. Se reco-
noce el valor de un acto de lectura, de un ensayo de signifi-
cación, cuando estos no caen en la ilusión de la certeza. Si
una interpretación se confunde con lo cierto se supondrá un
acierto, cuando —en rigor— sólo se tratará, en el mejor de
los casos, de una dirección de sentido posible.
Jorge Luis Borges, en un ensayo que integra su libro
"Otras Inquisiciones" y que está fechado en 1943, presenta
una reflexión sobre los inconvenientes del método biográfi-
co. Su punto de partida es una idea paradojal: una biografía
de Miguel Angel que careciera de alguna mención de las
obras de Miguel Angel.
Dice en aquel texto Borges: 'Tan compleja es la reali-
dad, tan fragmentaria y tan simplificada la historia, que
un observador omnisciente podría redactar un número in-
definido, y casi infinito, de biografías de un hombre, que
destacan hechos independientes y de las que tendríamos
que leer muchas antes de comprender que el protagonista es
el mismo. Simplifiquemos desaforadamente una vida:
imaginemos que la integran trece mil hechos. Una de las
hipótesis biográficas registrará la serie 11, 22, 33...; otra, la
serie 9, 13, 17, 21...; otra, la serie 3, 12, 21, 30, 39... No es
inconcebible una historia de los sueños de un hombre, otra
de los órganos de su cuerpo; otra, de las falacias cometidas
por él; otra, de su comercio con la noche y con las auroras."
La paradoja le sirve a Borges para criticar cierto método
biográfico que privilegia la idea de un autor sobre su obra.
Se cuestiona con ello cualquier intención totalizante, lectu-
ra del todo o descubrimiento de la verdad. Quiero, ahora,
acentuar una idea: esta imposibilidad es la misma que se
trabaja en el pensamiento clínico actual. En nuestra activi-
dad cotidiana encontramos muchos sentimientos, viven-
cias, imágenes, palabras y conductas que se resisten a cual-
quier traducción que pretenda anticipar sus sentidos. Y
aún cuando intentemos cazar esas "mariposas" con la red
de las teorías, las taxidermias sólo conservan una aparien-
cia de la vida.
Lo cuestionado no es la lectura, sino una manera de leer
que copia en el pensamiento aquellas figuras que el ojo ve
impresas en la página escrita. Leer es desviarse, tanto
.como escuchar es dejarse conducir por los desvíos de la
palabra. Por eso hay que prevenir que nuestra conciencia
vacilante, ante la complejidad, justifique el retiro del su-
jeto en la contemplación, o que el registro de la infinita po-
sibilidad nos excuse en el silencio, o que la captación verti-
ginosa de los diferentes nos conduzca a la indiferencia. No
se impugna la lectura, tampoco la intervención, estas que-
dan afirmadas en el campo de lo diverso y de lo plural.

(fronteras)

Son muchos los que creen que la Postmodernidad ofrece


una imagen para la subjetividad que domina el pensamien-
to de los ochenta. Examinar la cuestión es difícil en medio
de la agitada actualidad del sur. Pero, si hay que optar, pre-
fiero la perspectiva que Jürgen Habermas presenta en su
texto "Modernidad: Un Proyecto Inconcluso"». Cito, al res-
pecto, palabras de Norbert Lechner que nos preparan para
una inflexión que alcanza al acto de lectura de una produc-
ción grupal.
'Ta vimos —dice Lechner— la valoración de la hetero-
geneidad por parte de la cultura posmoderna; ella permite
enfrentar la complejidad social sin pretender reducirla de
inmediato. Hoy no se trata tanto de tolerar el discurso (que
remite a un sentido común y mayoritario) como de fomen-
tar una multiplicidad de sentidos, sin presuponer una ins-
tancia última. Desde este punto de vista, la incertidumbre
es un rasgo distintivo de la posmodernidad. No obstante
esa nueva disposición por asumir la ausencia de certezas,
ello tiene un límite. Más allá de cierto punto, el desencanto
deja de ser una benéfica pérdida de ilusiones y se transfor-
ma en una peligrosa pérdida de sentido."'6

(espera)

En un grupo terapéutico formado por cinco integrantes


que tienen entre diecinueve y veinte años de edad -desde la
fecha de su inicio, cuatro semanas atrás— se presenta como
una rareza la misma situación de comienzo: llegan a hora-
rio todos menos Carmen, quien lo hace un poco después.
Hasta su llegada nadie habla. Si el coordinador, al rato, ex-
clama "¡Que silencio!"; alguien responde: "Esperamos a
Carmen" y el resto confirma lo dicho.

14 Habermas, Jilrgen. "Modernidad: un proyecto inconcluso". Revista


Punto de Vista. N® 21. Agosto de 1984. Buenos Aires. Habermas afirma,
en este texto, el valor de lo "moderno" y cuestiona las posturas llamadas
"postmodernas". El riesgo del posmodernismo es, para este autor, su efec-
to despolitizador. Intenta, en cambio, rescatar el poder esencialmente críti-
co, utópico y negativo de los modernismos clásicos.
15 Lechner, Norbert. "Un Desencanto Llamado Posmodernidad". Re-
vista Punto de Vista. N® 33. Diciembre de 1988. Buenos Aires.
La pregunta que me hago es ¿por qué esperan a Carmen?
¿se trata de un efecto que revela algo de una estructura gru-
pal subyacente? Se propone demorar el deseo de captura de
un significado. La lectura se inicia como aplazamiento de
un saber que se deja provocar por lo inesperado. Se elige
leer la rareza y expandir una interrogación que vaya a su
encuentro. Se trata de lanzarse a un trabajo sin contar, en
principio, con otra orientación que las respuestas que
vamos a escuchar. Una intervención es un paso que intere-
sa si posibilita la llegada de algo: "¿Por qué cada uno de us-
tedes espera a Carmen? Las respuestas: Lucía, "Porque me
salva. Para ella es fácil empezar a hablar y, entonces, yo
encuentro como seguir"; Patricio, "Porque me parece que
tenemos que estar todos para empezar... Aunque no me gus-
taría que, en el caso de que yo no llegue, no empiecen por
mi"'; Felisa, "Esperar me inquieta. Me recuerda a una
sala de espera. Esperar me embola... como cuando mi
mamá estaba enferma y esperaba en la clínica."; Joaquín,
"¡Yo espero! Si fuera por mí... espero toda la hora..."

(llegada)

La primera consecuencia que tiene esta indagación es el


extravío de una razón unificante. La multiplicidad de sen-
tidos incomoda, inaugura nuevas preguntas y nos sitúa en
la inestabilidad de lo problemático. Hay que eludir la conci-
liación apresurada que conduce a la idea de un "sentido de
grupo". Propongo decir que nos encontramos ante un com-
plejo entramado que, durante cuatro sesiones, promovió
unafigurasimilar de comienzo.
Pero el problema es el siguiente ¿esta particularidad res-
ponde a una necesariedad que debe buscarse en una esen-
cia de lo grupal? ¿o se ofrece como una rareza que interroga
sobre el sentido que para cada cual tiene la espera en esa si-
tuación grupal?
Quiero poner la fuerza de la argumentación en la cues-
tión de la singularidad. Para elío diferencio entre un senti-
do de grupo y los sentidos que se juegan en situación de
grupo; entre la búsqueda de una esencia de lo grupal y la
pregunta que se interesa por la relación que une a una rare-
za con la afectación singular. No pretendo decir que ésta
sea la única interrogación autorizada. Ni que el acento
puesto en cómo cada uno se halla afectado sea la nueva
panacea de los grupos. Tampoco aspiro a encontrar una zo-
na equidistante entre un enfoque centrado en el conjunto y
otro interesado por lo que lé pasa a cada participante. Nada
de eso. Presento la preocupación por la singularidad como
uno de los problemas de la situación grupal y destaco sus
condiciones.
A propósito, recuerdo que De Brasi escribe que un grupo
"puede referirse como un proceso desencadenado por los
cruces y anudamientos deseantes entre miembros singula-
res". Y explica que dice singulares, y no individuales,
porque "mientras el individuo marca el acabamiento del
self como noción doctrinaría y, por lo tanto, irrealidad con-
creta, una singularidad existe sólo a partir de sus conexio-
nes, vecindades y relaciones. No es significable ni pasible
de ser absorbida en el plano categorial. Una singularidad
es real cuando se practica y realiza como tal."16
Pongo a este escrito de nuestro lado, porque me sirve pa-
ra hacer una aclaración: ocuparse de la singularidad es
distinto a fijarse en la individualidad. La singularidad,
recuerda De Brasi, se practica. Y si la subjetividad es un
posicionamiento, o (como diría Foucault) una ejercitación
de uno mismo en el pensamiento; la singularidad es la hue-
lla que queda dibujada en el sendero de lo subjetivo. Es una
posición realizada.
Interrogarse sobre esta dimensión, en situación de gru-
po, no busca la detección simplificadora de lo personal, per-
sigue —en cambio- el tanteo de su afectación. Cuando lo
grupal conmociona al individuo ensimismado y lo arran-

16 De Brasi, Juan Carlos. Desarrollos sobre El Grupo-Formación".


En "Lo Grupal 5". Ed. Búsqueda, 1987. Buenos Aires.
ca de su aislamiento, de sus idas y venidas, y lo sitúa fuera
de lugar, ofrece la oportunidad para que esa relación de in-
timidad que une al sujeto con su deseo quede figurada, y no
sólo desfigurada por lo que alguien piensa sobre sí mismo.
No importa tanto lo que los participantes dicen de su espera,
como lo que esa espera puede decirle a cada uno.
Retomo la secuencia del grupo para confrontar esta
idea. Ante el mismo suceso "esperando a Carmen" se des-
pliega una espera diferente. El sentido interrogado no es la
espera de Carmen, sino lo que a cada uno le llega con esa
espera. El grupo es la producción de un espacio común en el
que se realiza una implicación diferente. Hay convergen-
cia ("todos esperamos a Carmen"), pero la manera en que
cada cual es afectado por esa espera es singular. El deseo
puede coincidir sobre una misma figura, pero no se ¿gusta
según una forma general de articulación.

(herencias)

La voluntad de síntesis de lo grupal, cuando no contem-


pla las diferencias o el recorrido de las singularidades
existentes, se manifiesta como un acto de violencia sobre el
conjunto. Un error frecuente es la imposición de la unidad:
la unificación de afectaciones diversas.
Pero esta idea no es del todo nueva. En los escritos de Pi-
chón se encuentran muchos términos que tensionan esta
misma discusión: heterogeneidad y homogeneidad; rol
adscripto y rol asumido; vocación del sujeto (verticalidad)
y necesidad del grupo (horizontalidad); grupo interno y gru-
po externo; emergente y portavoz. Son palabras que tratan
de localizar la manifestación de la singularidad y su rela-
ción con la situación plural. Y, aunque hay otras muchas
que deliberadamente no menciono, porque trabajan en el
sentido de la unificación, pienso que uno de los mayores
méritos de Pichón es haber dejado planteado el problema.
¿Se puede hablar de una representación de la unidad?
¿Las palabras singulares representan una palabra, no pro-
n un ciada, del conjunto? ¿Está en crisis la idea de represen-
tación de grupo o se trata de una crisis de nuestra concep-
ción de la representación grupal? Las contradicciones de la
unidad, sus diferencias, pueden muchas veces apresurar la
unificación. Es difícil pensar en términos de la fragmenta-
ción y sostener la perspectiva de la unidad.
El desafío que tenemos por delante es pensar en una si-
tuación grupal que no aplane las diferencias, niegue la sin-
gularidad o reduzca la diversidad. El grupo como espacio
de articulación discursiva en el que cada uno dice lo suyo,
pero no en un desierto o en una cámara de eco; tampoco en
un coro regido por la adhesión al director o a una partitura
con la que hay que sintonizar o idenficarse. Unidad que se
funda, a su vez, en un lugar distinto: el entrecruzamiento
de múltiples discursividades no sólo grupales, sino institu-
cionales, históricas y sociales.
El pensamiento crítico del campo intelectual de estos últi-
mos años nos invita a pensar de otro modo. Insistir en las
diferencias nos lleva a inventar otra perspectiva: en lugar
de preguntarnos a partir de una unidad supuestamente da-
da, nos preguntamos cuánta diversidad soportamos, cuánto
caos y cuánta heterogeneidad.

(condicionales)

Nos equivocamos si creemos que lo grupal está dado por


un principio de esencialidad, pero también erramos en el
caso de no poder fijar las condiciones que posibilitan su tra-
bajo. Ya se criticó una teoría que pensó al grupo centrado en
sí mismo, como un todo autorregulado y autónomo: los gru-
pos islas17.

17 Del Cueto, Ana María y Fernández, Ana Marta. "El Dispositivo Gru-
pa]". En lo Grupal 2. Ed. Búsqueda. 1985. Buenos Aires. Y Fernández,
Ana Marfa. "Apuntes Para Una Genealogía de lo Grupal". Seminario In-
terno de la Cátedra de teoría y técnica de Grupos. Facultad de Psicología,
Universidad de Buenos Aires. 1988.
Voy a insistir sobre la cuestión. Todo grupo está situado,
determinado como posición por la coordinación, las consig-
nas y las reglas que encuadran su trabajo, el espacio insti-
tucional en el que se desenvuelve y la coyuntura social en
que se inscribe. Por ello el análisis de la relación de un
grupo con el dispositivo de su conformación es imprescin-
dible.
El dispositivo f\ja una posición y asigna determinadas
condiciones de producción. Es un ordenamiento "necesa-
rio"en un universo caótico y contingente. Pero ¿por qué
poner comillas a necesario? Para subrayar que la calidad
de lo necesario debe entenderse como punto de partida y no
como trayecto forzoso e inevitable. Situar debe sortear el
riesgo de sitiar. Sin un dispositivo, no se funda un grupo;
pero ese mismo esquema puede cercar sus producciones
cerrándole todas las salidas que conducen a lo impensado.
La misma acción que inaugura el espacio de producción
colectiva puede rodearla como un vallado y, en ese caso, las
formas instituidas operar como un muro o una pared, y no
como un horizonte siempre abierto.
Para que un grupo pueda instituir sus acciones como pro-
pias, es necesario un trabajo crítico sobre su dispositivo de
producción. Se quiere decir, una crítica que revele como pro-
blema el poder productor de los dispositivos grupales. El
encuadre, por tomar un ejemplo, no configura sólo el nivel
de delimitación de las variables que entran en juego en la
situación grupal, sino que produce variaciones.

(tentativa)

La "multiplicación dramática", que no tiene que enten-


derse sólo como una técnica, es una de las propuestas que
mejor orientan al trabajo grupal en los últimos años. Hay
en esta idea "una línea de fuerza" que muestra una de las
maneras en las que el pensamiento crítico de los ochenta
ancló en lo grupal. Más de dos décadas de trabajo en gru-
pos, en nuestro país, están sintetizadas en esta perspecti-
va1».
Con la "multiplicación dramática", se traza hoy un tra-
yecto diferente a aquel que recorrió lo grupal cuando iba
detrás de la unificación. En el actual enfoque se revaloriza
otra condición de la subjetividad: la disidencia. Y no se
quiere imponer una razón unánime allí donde insiste lo
diverso. Pero conviene no tomar el término "multiplica-
ción" en el sentido compacto que le otorga la aritmética. Es
mejor deslizarse hacia la idea de multiplicidad que no defi-
ne sólo un procedimiento, sino que solicita la captación de
lo uno en lo diferente.
Es cierto, la "multiplicación dramática" es una técnica
que puede describirse simplificadamente así: un protago-
nista presta una escena, es decir, relata algo que lo involu-
cra y lo ofrece para que sea dramatizado. Luego, cada
integrante improvisa otra escena que asocia a la primera
por resonancia o consonancia con algo que lo impactó.
Pero es más que eso: despliega una concepción del traba-
jo en grupos. Permite pensar lo grupal como "obra abier-
ta i» y al grupo como un espacio en el que multiplicidad de
sentidos se imbrican en una superposición de voces y actos,
de tonos y modulaciones; en cuyo contrapunto se construye
una unidad de lo múltiple. Por esa razón conforma una
experiencia que sirve para pensar cualquier producción
grupal como juego de multiplicidades.

(vecindades)

El sujeto no se conoce a través de la información que el

• ' L * ^ 1 ™ 1 1 ' . , H ; J Pavlovsky E.; Frysdlewsky, L. "Escenas Temí-


£ü.M? V ^ S o E d " B ú 8 < l u e d a . W84- Buenos Aires. Ver
también, Smolo^di Renée "Apuntes sobre la multiplicación dramáti-
ca . Lo Grupal 2. Ed. Búsqueda. 1986. Buenos Aires.
F ^ ^ S r ? ' Pavlovsky y Frydlewsky "La Obra Abierta de Umbero
Eroy La Multiplicación Dramática". En lo Grupal 5. Ed. Búsqueda. 1987.
otro le da, sino en la producción de sí que hace por medio
de las palabras que el otro pronuncia por resonancia con su
discurso inicial. ¿No se capta por identificación? Sin duda,
pero la captación de lo semejante es sólo un momento en el
trazo de otra cosa: la vacilación.
Me explico: yo narro algo que creo representa aquello
que me pasa. Cada cual narra aquello que cree que le pasa
cuando le pasa algo que guarda relación con lo que cree que
me pasa. Otra cosa se produce: una narración entremezcla-
da y compuesta de una multitud de creencias. De pronto,
todos se sorprenden arrojados por delante de sus creencias
y encuentran otras formas de pensar eso que les pasa. Vaci-
lan. Y el porvenir, como diría Sartre, se piensa no labrado
sino proyectado por la historia. Es la diferencia que hay
entre el pasado, que se carnaliza en el presente con la ima-
gen perversa de un destino, y la historia cuando se presenta
como posibilidad de abrir dimensiones, escenas desaperci-
bidas o síntomas racionalizados.
La multiplicidad, actualizada, reinscribe relaciones
que al sujeto se le escapan, entonces, aturdido, duda. La
multiplicidad no es una operatoria sofisticada en la que
alguna sumatoria se produce. La multiplicidad provoca la
soledad y el silencio. Soledad que no es igual al aislamien-
to, sino presencia simultánea con otros que están solos.
Silencio que no se define tanto por el callar, como por el es-
cuchar la llamada de su deseo.

(comunicación)

Aquello que pensadores contemporáneos llaman "barre-


ras comunicativas" (Habermas); o que designa la distin-
ción entre "el sujeto de la enunciación y el sujeto del enun-
ciado" (Lacan); o que se enfatiza como "paradoja pragmáti-
ca, doble vínculo y dependencia situacional del enuncia-
do" (Bateson, Waztlawick); o que se debate respecto a "la in-
tencionalidad del lenguaje" (Chomsky o los teóricos de los
actos del habla, Searle, Ducrot); o que se expresa en "la teo-
ría de los juegos del lenguaje" (Wittgwenstein, Lyotard);
insiste, desde sus diferencias, como una preocupación de la
época: la idea de transparencia en la comunicación se ha
vaciado de contenido.
La teoría de la comunicación perdió la estridencia
explicativa que tuvo en los primeros años de este siglo. Y si
en el pensamiento actual se critica la concepción del diá-
logo como un recorrido lineal que va de uno hacia otro; pa-
ra el campo grupal esto se traduce como el cuestionamiento
de la teoría de la interacción, aún cuando estuviese —de en-
trada entre nosotros— mediatizada por las hipótesis psi-
coanalític&s de la identiñcación, la transferencia y la fan-
tasía.
Pero, poner en crisis la idea de transparencia de la comu-
nicación, no equivale a decir que es una valla que ataja o
impide el contacto directo con el semejante, ni que es im-
posible, o que es una forma vinculante que conduce irreme-
diablemente al engaño. Advertimos, en cambio, la superpo-
sición de enlaces comunicativos en situación de grupo.
Problematizar la comunicación no es lo mismo que desesti-
marla.
La perspectiva que propongo entiende que la comunica-
ción es la acción de un desvío, la oportunidad o la excusa
para realizar un salto, una rotación hacia otra conexión
del sujeto con su propio discurso. Para este criterio el otro es
necesario.
Y si decimos, por ejemplo, que comunicarse es extraviar
la propia palabra y recuperarla en la del otro, no lo hacemos
tanto por acentuar la idea de distorsión comunicativa o de
deformación del interlocutor, como por fundamentar la
producción de imágenes a partir de los fragmentos comuni-
cativos dispersos y actualizados en el campo grupal. El tra-
bajo de lectura se presenta, entonces, como la reconstruc-
ción de la singularidad de cada trayectoria, en medio de la
simultaneidad de enlaces y desvíos.
(impaciencia)

La fuerza de la crítica que impregna la subjetividad de


los ochenta tiene consecuencias que no sabemos medir toda-
vía. Todo el tiempo nos enfrentamos con lo impensado.
Mientras tanto, intentamos hallar en lo grupal otro modo
de trabajar en situación de grupo. Y, aunque no es fácil pre-
cisar nuevos argumentos para esta labor, ni imaginar desa-
rrollos para los problemas planteados; no podemos dejar de
interrogarnos. Pero, no hay que tener prisa por dar con las
respuestas, resta todo un año para quefinaliceesta década.

Buenos Aires, enero de 1989.


»
.¡r
LA DISCIPLINARIZACION
DE LA MARGINALIDAD

por CAROLINA PAVLOVSKY

La propuesta del presente trabajo es intentar abordar de-


terminados focos de una realidad socio-política, económi-
ca, específicamente coyuntural, a partir de una lectura de lí-
neas centrífugas; de acercamientos aproximativos, no de
equivalencias; de interrogantes, no de certezas. Una lectu-
ra que apele a saberes múltiples, locales, contra la coacción
de los discursos unitarios y hegemónicos. Esfuerzo de eluci-
dación crítica dirigido a luchar contra las formas y los efec-
tos de poder, allí donde éste es a la vez objeto e instrumento
en el orden del saber, de las prácticas, de la ciencia, de los
discursos. Interrogando las concepciones y principios que
penetran nuestra educación, nuestros sistemas de gobier-
no, nuestros modos de producción y consumo, nuestras ins-
cripciones a lo social, llámese familia, grupo de trabajo,
clase social, etc., nuestros cuerpos, nuestras formas de en-
fermar y de curar.

¿Víctimas de lo social?

Lo social somatiza a través de sus víctimas, sean éstos


seres individuales, grupos humanos, instituciones, secto-
res sociales. La somatización de lo social: "brotes" de lo so-
cial: focos de concentración de fuerzas; juegos, estrategias
de fuerzas que anudan puntos neurálgicos del cuerpo
social.
Dentro del amplio dominio de las prácticas sociales,
asistimos a una llamativa proliferación de iniciativas,
campañas de prevención, organismos e instituciones, pro-
yectos de investigación (sean todos estos de carácter oficial
o no oficial, público o privado), políticas administrativas (o
sus esbozos), proyectos de ley, eventos científicos y/o cultu-
rales, programas sanitarios y de enseñanza, tecnologías,
especializaciones profesionales, noticias periodísticas,
mensajes publicitarios, consensos de opinión, etc. alrede-
dor de ciertos focos de "sufrimiento" social. Lo social sufre
por sus zonas más sensibles, por sus nudos neurálgicos; no
tanto por. sus límites más débiles, sino por sus "urgencias":
alta concentración de peligro por desplazamientos, movi-
mientos, estallidos, concentraciones, efervescencias; "tem-
blores" que superan el umbral de tolerancia social.
La INFANCIA, la ADOLESCENCIA, zonas de urgente
intervención asistencial científica, política, administrati-
va, gubernamental, profesional, tecnológica. Asistimos a
una suerte de amplificación y diversificación de aparatos
de intervención institucional, que no parece corresponder-
se necesariamente con aumentos estadísticos de las pobla-
ciones de riesgo, sino más bien con lo que se ha acertado en
llamar la diversificación de estrategias de control social.
(Para las cuales no dudan en prestar sus servicios especia-
listas y técnicos profesionales de todos los ámbitos y orienta-
ciones de la psicología en la actualidad).

La colaboración entre estrategias

Debería ser consecuencia de las libertades democráticas


el que una sociedad pueda ejercer la problematización de
sus actos, sus principios, sus determinaciones en todos sus
dominios. Sin embargo, somos testigos de que los sistemas
democráticos, a diferencia de los totalitarios, parecen pro-
ducir sus propios instrumentos de defensa frente a todo
aquello que desestabilice sus bases más sólidas; mediante
mecanismos de poder más finos y sutiles. En efecto, los
dispositivos de dominio social no se reducen ya a procedi-
mientos represivos; hoy por hoy parece que se asiste a una
valoración de recursos más "neutros": se trata de la
implantación de sofisticados dispositivos de control y nor-
mativización, que lejos de operar mediante comandos cri-
minales entrenados en la represión, neutraliza los focos de
problematización social a través de una infiltración, en el
tejido social, de tecnologías manipuladoras y esquemas de
intervención adoctrinantes. Estrategia que lo social se da
para coaccionar sobre todo aquello que considere energías
inútiles y conductas irregulares.
Y no será casual que sean la DELINCUENCIA y la PATO-
LOGIA MENTAL los dos terrenos de mayor urgencia socio-
técnico-científico actual. Pero es interesante observar que
lo que vemos producirse hoy es un desdibujamiento de las
fronteras entre sus respectivos campos. Frente a la misma
emergencia social, llámese "chicos de la calle", "barras
bravas", "abuso de drogas": formas de intervención, esque-
mas de prevención alarmantemente similares: la normati-
vizarión, por encima de todo, borrando los límites entre pa-
tología individual y condición colectiva. Se trata de una in-
terpenetración de espacios, funciones y métodos que pertene-
cen a los aparatos sociales de control represivo, por un lado,
y a los aparatos de control sanitario, por otro (a la cabeza de
los cuales se alzan como paradigmas las dos instituciones
más totalitarias de todos los tiempos: la cárcel y el manico-
mio). Pero no parecen ser los dos únicos dominios afecta-
dos por su mutuo entrecruzamiento: la "persuación psicoló-
gica" ha sido una herramienta hábilmente manipulada
por las Fuerzas Armadas en sus gestiones, como lo eviden-
cian los últimos episodios militares acontecidos; los apara-
tos de la Educación y los de la administración de la Justi-
cia, se ven atravesados por procedimientos y discursos
cuyos móviles, semejantes entre sí parecen ser la detección
y el control de cada vez más novedosas y variadas noso-
grafías patológicas. Al respecto, un ejemplo coyuntural, es
el peso consensual que logran las "consideraciones psicoló-
gicas" impuestas desde los medios de difusión y las opinio-
nes especializadas, que, denunciando el daño psíquico cau-
sado a una familia adoptiva, legitiman, de esta manera, el
secuestro y robo de menores.

La singularidad de lo marginal

La marginalidad es otra cosa que el síntoma de lo so-


cial: es la manifestación singular por la cual lo social pade-
ce sus cuestionamientos al orden establecido. No hay que
olvidar que, en última instancia, se trata de grupos margi-
nales; grupos que quizás no encuentren razones objetivas
para oponerse a la normatividad instituida, pero que son
masas de alta proclividad al cambio social, y que "muer-
den" en las zonas más frágiles del sistema. La drogadic-
ción, la delincuencia infanto-juvenil, el vagabundeo urba-
no de menores: víctimas y victimarios se confunden. Un
menor de doce años, integrante de una patota de púberes y
adolescentes, baleado en un intento de asalto, es ¿víctima o
plaga social? El adicto adolescente nos enfrenta con nues-
tros más íntimos principios, porque cuestiona descarada-
mente la ética de su familia y la de la comunidad en la que
vive, pero presa de mecanismos de segregación, termina
siendo considerado, tras la fachada de humanitarismo
asistencial, como un verdadero enemigo público.
Lo social conjura el peligro expulsándolo, proyectándolo
en un objeto externo: la droga (aunque no las que la socie-
dad sí se permite) y de esta manera, la familia conserva su
status de institución incuestionable (a pesar de que el entor-
no familiar del drogadicto suele caracterizarse por una
impúdica complicidad con ciertas transgresiones a su mis-
mo código moral: el robo, el fraude, la mentira, el adulterio
en sus formas más promiscuas, el alcoholismo y otras adic-
ciones, etc); o bien la calle o la patota, y de esta forma, que-
dan entre paréntesis los factores políticos y sociales de la
miseria, y la desintegración familiar que conlleva. (Vale
la pena recordar que la única violencia que se denuncia es
aquella generada en los sectores marginales más pobres,
mientras que en las "márgenes" de los barrios más ricos,
los hijos ociosos de las clases pudientes, se entrenan, al
amparo de modas importadas, en la altiva y moderna vio-
lencia neofachista).
Paradójicas formas de abordaje que se da un sistema
para neutralizar los riesgos: por un lado, defendiendo a
rajatablas los valores de la familia; por otro, permitiendo
la desintegración moral y social de familias y comunida-
des enteras, cuyos lazos simbólicos se ven pulverizados
frente a las necesidades de supervivencia.
La marginalidad: estallido por donde irrumpe el sin
sentido en el cuerpo social, agujero de lo social por donde se
desbarranca todo el universo de significaciones de la socie-
dad (vacío que los intereses en juego están siempre listos a
obturar con imposiciones de sentidos). Forma extrema de
adaptación a una sociedad violenta, adicta, hipócrita, inmo-
ral, injusta, que sólo está dispuesta a asumirse como tal a
costa de inmolar sus más sensibles sectores sociales. Y lo
que se impone a la atención es la sutileza de las tácticas: no
de la exclusión lisa y llana de lo "aberrante", sino median-
te su clasificación, su categorización, su señalamiento, su
denuncia, su etiquetamiento, su sometimiento a exámenes
e intervenciones. El poder se ejerce así individualizando
disfunciones, patogeneizando todo aquello que caiga en el
dominio de lo diferente. Poder que ya no se ubica en las ins-
tancias superiores de censura, sino que se hunde y penetra
toda la malla social; poder que tiene que ser analizado co-
mo algo que circula, nunca definitivamente localizado, si-
no que funciona y se ejercita a través de elementos de cone-
xión estratégicas. Pero, por sobre todo, lo marginal se con-
vierte en amenaza cuando empieza a basar su fuerza en su
vocación de grupo. Grupo, quizás, sin ninguna lucidez de
sus contingencias situacionales e históricas, que se niega a
reconocer el carácter precario y transitorio de su existen-
cia, en tanto se cierre sobre sí mismo. Pero, como todo grupo
humano, lleva en sí mismo el germen de una potenciali-
dad transformadora: aún desde su impotencia, el grupo
puede ser portador de algo que decir y hacer, aunque más no
sea, hablar juntos de su impotencia. Entonces, ninguna
estrategia para conjurar esta amenaza es más efectiva, que
alienar la fuerza de lo marginal en la vulnerabilidad de
los seres individuales. El resultado es la producción de
series de individuos desguarnecidos, enfermos, expuestos
fácilmente a las contingencias de la vida y la historia.
Individuos modelados por la máquina social dominante,
para desconocer sus condiciones respecto de los procesos de
producción, distribución y consumo, respecto de su lugar en
la sociedad, y el de sus semejantes.

Disciplinar, no reprimir
En todo caso, lo que resulta significativo es la cantidad y
variedad de discursos y prácticas que han empezado a
fomentarse como dispositivos de detección, prevención y
tratamiento de las desviaciones. Pero pecaríamos de com-
placiente ingenuidad si no reconociéramos que la "asisten-
cia" de todas las formas de marginación está absolutamen-
te implicada en estas políticas higienizantes de control.
Las tendencias y criterios "terapéuticos" tanto de la admi-
nistración pública, como de las iniciativas privadas para
el tratamiento de estas perturbaciones sociales, y el matiz
que han adquirido la publicidad del tema y el manejo de la
información, están adoptando un manifiesto corte adoctri-
nante. Todos los dispositivos de prevención, educación,
información pública, en el marco de estas nuevas gestiones
frente a los sectores marginales, comienzan a caracterizar-
se por una voluntad disciplinante y correctiva. La vocación
terapéutica que proclaman, no excluye, en efecto, una fun-
ción represiva, y opera mediante el mecanismo de violenta-
ción simbólica, imponiendo significaciones y definiciones
como legítimas y disimulando sus relaciones con intereses
económicos y políticos de poder. (Fundaciones y campañas
financiados con capitales extranjeros, que importan meto-
dologías ya comprobadas como ineficaces en los países
más industrializados). Efecto complementario de un
conjunto de estrategias que inventa y define para sí tantos
modos de enfermar, delinquir, o marginarse de la so-
ciedad como nuevos métodos para curar, castigar, o "asis-
tir" a los marginales que produce.

A manera de cierre: abrir Interrogantes

Es claro que no podemos comprender totalmente dónde y


cómo estamos parados cada uno de nosotros en estas políti-
cas, adónde nos dirigimos, cuándo pretendemos, desde
nuestra práxis, modificar algo del sufrimiento humano, ni
tampoco podemos visualizar lo que las nuevas maquina-
rias sociales se aprestan a hacer de los enfermos mentales,
los drogadictos, los delincuentes, los sin techo, en suma, de
todos los marginales improductivos y otros indeseables. Pe-
ro que este desconocimiento no paralice el intento de eluci-
dación. El re-equilibrio de las relaciones de poder que se
efectúa en la actualidad, nos obliga a preguntarnos respecto
del lugar que nos toca ocupar dentro de las redes de esta nue-
va forma de distribución del poder. ¿Al servicio de qué
concepciones de la sociedad, de la enfermedad, de la salud,
comprometemos nuestras prácticas? ¿Cuáles son las condi-
ciones desde las cuales nos insertamos en la cadena produc-
tiva, en lo que atañe a nuestras especializaciones profesio-
nales? O, llendo más allá, de qué manera, estas implican-
cias afectan nuestro modo de vida, nuestra ética, nuestros
actos?
La era de la "persuación psicológica" nos toca también a
nosotros, país dependiente y afecta todas las instituciones y
organizaciones, desde la enseñanza a la Iglesia, y hasta
las Fuerzas Armadas. Redes más ñnas de control social,
listas a patogeneizar todo aquello que pueda ser susceptible
de convertirse, en algún momento, en instrumento cuestio-
nador. Y en este juego de fuerzas, no hay neutrales: desde
una u otra trinchera, ya estamos implicados hasta los
huesos.

Bibliografía

ROB?RT .CASTEL: "El Psicoanalismo: el orden psicoanalftico y el po-


der", Editorial Siglo XXI.
R. CASTEL, FRANCOISE CASTEL, ANNE LOVELL: "La sociedad
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DE BRASI, JUAN CARLOS: "Apreciaciones sobre la violencia simbó-
lica, la identidad y el poder", Lo grupal 3. Ediciones Búsqueda.
ANA FERNANDEZ: Clases teóricas de la Facultad de Psicología de la
U.B.A.
J. BAUDRILLARD: "Cultura y Simulacro". Ed. Kairos.
GRIFFTIH EDWARDS: "Un enfoque más equilibrado de la toxicoma-
nía". Correo de la Unesco, enero de 1982.
F. GUATTARI: "Psicoanálisis y Transversalidad". Editorial Siglo
XXI.
ORIENTACIONES INSTITUCIONALES.
Institucionalización de una práctica y
Crítica de la profesionalización
Los tres escritos de este apartado son valiosas colaboraciones genera-
das en otros países (en el eje Italia-España y Brasil). Ellas no son sólo ela-
boraciones conceptuales e instrumentales que pueden prestar un servicio
definido, sino entrañan la posibilidad de enriquecer indefinidamente las
constelaciones de lo grupal. Sus senderos deben ser abiertos en cada nueva
operación, porque después de un tránsito la maleza vuelve a cubrirlos. Y
un nuevo surco es preciso para hacerlos despertar de sus sueños vegetales.

La carta-artículo de Bauleo incorpora distintas perspectivas para una


reflexión en continuidad, y amplios esbozos de un dispositivo de interven-
ción: los corredores terapéuticos.
La pregunta lanzada por Pavlovsky, sirve a Bauleo para desarrollar
ciertas líneas genealógicas, orientaciones de trabajo grupal y múltiples
aconteceres que respaldan la validez y utilidad del mencionado dispositi-
vo, impulsado por él y sus discípulos europeos. Pero simultáneamente la
carta-artículo funciona como una introducción al texto escrito en conjunto
con J. C. Duro y R. Vignale. En el mismo se enfatizan y sintetizan aspec-
tos particulares de los corredores terapéuticos; así como su aplicación en
un ámbito comunitario determinado (Getafé, Madrid), donde se muestra
la complejidad históríco-institucional que debe atravesar la implementa-
ción de una herramienta de intervención.
CORREDORES TERAPEUTICOS

Esbozo de carta abierta a


un querido amigo discutidor

ARMANDO BAULEO

El Dr. Pavlovsky me dijo en Buenos Aires que había leí-


do con gusto el artículo sobre los Corredores Terapéuticos
(1) pero que se había sentido no totalmente satisfecho porque
no estaba explicitado "el cómo se hacía" —Conozco de años
a Tato y sé que cuando pregunta eso, no se ciñe solamente a
los elementos formales de la experiencia, sino también a
los fantasmas que la habitan, a las ilusiones que estaban
en juego, a las probabilidades que se están ensayando, a
mis motivaciones y, en último caso, a los proyectos ideológi-
cos que van tiñendo las diversas circunstancias de la reali-
zación.
Comenzaré con mi historia personal. La idea de Corre-
dor Terapéutico se me fue configurando a partir de la expe-
riencia de psicoterapia Múltiple (2) ensayada junto a Pi-
chón Riviére, hace muchos años atrás. En ella participé co-
mo encargado clínico y supervisor, de los médicos de guar-
dia, y pude estar implicado en una organización terapéuti-
ca que era pensada como un vínculo entre dos grupos, el de
los pacientes internados y el equipo terapéutico.
En esos años 1964-65 he conversado durante horas, y en
largas noches, con Pichón Riviére sobre las posibilidades
de la psicoterapia hospitalaria ya que un problema de siem-
pre, en la asistencia pública, fue el del número de pacien-
tes. El había practicado un modelo de psicoterapia breve, en
este caso por la duración de las sesiones que era de 15 minu-
tos, casi diarias, en las cuales el terapeuta trabajaba con
una ficha en la cual anotaba las circunstancias significati-
vas relatadas por el paciente, para luego de algunas en-
trevistas el terapeuta tuviese material para interpretar.
También Pichón Riviére señalaba lo valioso de un sueño,
como nudo central de las problemáticas del paciente yTíe ía
relación terapéutica, en este tipo de tratamiento.
Dentro de mi historia debo incluir los tratamientos pro-
longados y espaciados (3 a 3 1/2 hs. mensuales) con fami-
lias de esquizofrénicos (incluido el paciente que a su vez
estaba en terapia individual o grupal) durante largos tiem-
pos, que en algunos años llegaron a tres y cuatro años de
duración. Agreguemos las experienciás tanto en Psiquia-
tría de Urgencia (en servicios públicos y privados) como
las psicoterapias en situaciones excepcionales (3), que
contribuyeron a la construcción de psicoterapias que "acom-
pañan" las vicisitudes de la vida cotidiana —
La noción de "corredor" denota justamente lo de estar
"al lado" —es la posición del copensor— aquel que acompa-
ña a reflexionar; también indica el sinuoso e inconsistente
margen entre la salud y la enfermedad. -
Vayamos, ahora, desarrollando como si fuesen pasos su-
cesivos lo que en realidad es un conglomerado de circuns-
tancias, demandas, interrogaciones, problemáticas, fantas-
mas, que van ligadas con la labor psicoterapéutica
Lo primero que está explícito en el trabajo con corredores
terapéuticos es que al mismo entran y salen terapeutas y
pacientes, lo implícito es que el trabtgo es conjunto.
Aclaremos: En un curso de psicoterapia en Servicios Pú-
blicos, con Psiquiatría Democrática (en Sicilia), se discu-
tía sobre las dificultades de organización de los grupos te-
rapéuticos.
Les respondí que para que un servicio pueda organizar
un grupo terapéutico tiene que tener como base djg ideas, o
dos deseos, el de organizar un grupo psicoterapéutico y el de
organizar un equipo. Quería decir que si los trabajadores
en salud mental (psiquiatras, psicólogos, psicoanalistas,
enfermeros, etc.) no han pasado y no se encuentran en una
situagón grupal (equipo de trabajo) difícilmente pueden
organizar en grupos a otros. En diversos países, Italia
incluida, se puede observar que el mantener un servicio co-
mo agrupación o conjunto de profesionales y no como equi-
po (con un esquema de referencia logrado en común, un
código y una tarea explicitada grupal) hace que pierdan
gran parte de su potencial personal e instrumental.
Además eT pensamíento actual sobre Tos grupos ha dado
un salto de cualidad sobre todo cuando se ha entendido que
efectuar una psicoterapia de grupo no es un problema (sola-
mente) técnico, sino y ante todo de concepción, en el sentido
de "asumir" y "entrar" en una dimensión de grupalidad.
Digo "asumir" y "entrar" como figuras gráficas para dife-
renciar entre aquellos que reducen toda situación a una
técnica individual, y los que intentamos que una situación
exponga todas sus cualidades a pesar de que, para apreciar-
las sea necesario un proceso interne de cambio y una elabo-
ración de nuestros estereotipos/Por otro lado el encuadre o
setting deja de ser una mera cuestión formal y externa a la
situación terapéutica para transformarse en una "disposi-
ción mental" que nos permite colocarnos eiT una posición.
¿En que posición? En la de las fantasías, ser un objeto entre
los cuatro de las transferencias (Bejarano), estar en la posi-
ción de continente (Bion); el desde dontje interpretar
Es aquí que debo aclarar que la primera experiencia en
Getafe (Madrid) se pudo realizar gracias a la posibilidad y
disposición del personal a trabajar en equipo. (4)
Entonces para comenzar a organizar un corredor tera-
péutico será necesario tener, o poder contar o que existe un
^fiaeojdejrgfeaiar. enfiquipo-Mi experiencia me enseña que
se insume más tiempo en organizar un equipo (para que lue-
go trabaje con grupos) que un grupo de pacientes. Las resis-
tencias están fundadas no sólo en sus historias personales,
sino también en sus historias profesionales. las concepcio-
nes de salud y enfermedad, las fantasías de tratamiento, la
idea psicoanalítica de individualidad, el poco trabajo sobre
sujDropia grupalidad (por ej. la familia como grupo), falsas
ideas de "profundidad de los conflictos", las confusiones
entre setting, continente y maternaje; las dificultades en
la comprensión del lugar del tercero.
Además, cuando hablamos de equipo lo estamos también
haciendo de un esquema de referencia que permita elabo-
rar las intertransferencias, por ej., el famoso análisis
mutuo de Ferensci, que les posibilita dialogar y entender lo
que sucede. Aquí surge la cuestión de la Supervisión y de la
Formación como pasos imprescindibles (es decir periódi-
cos) para trabajar con una idea de lo grupal en las institu-
ciones.
Con los pacientes, en tanto, estamos estudiando también
otras posibilidades de recepción y del establecimiento de
una situación de diálogo con ellos. Estamos realizando pri-
merasentrevistas grupales. Es decir, cuando el paciente
pide una consulta se Te indica un horario en el cual será
entrevistado en forma conjunta con otros pacientes. De esta
manera, desde el inicio, su demanda y nuestra vincula-
ción con él tiene un comienzo en un contexto grupal.
Muchos me han preguntado sobre cómo se organiza y se de-
talla la hjstoria clínica. La anamnesis se va estructurando
durante las primeras entrevistas con los pacientes, y lo
hace uno de los terapeutas ya que son varios, pero también
aquí debemos decir que será desde el equipo que saldrá la
historia del paciente, pero en este caso dentro de la dinámi-
ca grupal. No poseo la suficiente cantidad de protocolos
para dar una idea de como seria pero aquí tengo dudas al
pensar si es posible o no un protocolo standard, ya que los
equipos y las circunstancias son variadas, y el tema ofrece
una serie de problemáticas a pensar.
Ya el psicoanálisis había puesto en juego la idea de histo-
ria clínica y cuales serían sus funciones. Creo que siguen
siendo las mismas cuestiones pero ahora en un plano diver-
só, ya que es difícil hablar de procesos y sobre todo dinami-
zar la noción de diagnóstico.
En servicios públicos y en la práctica privada ese inicio
grupal ha tenido menos problemas de los que los prejuicios
hacían temer. En realidad la investigación clínica y la
busqueda de contextos de observación (y de escucha) dife-
rentes tropieza no solo con obstáculos epistémicos sino tam-
bién con bloqueos afectivos ligados ambos a la historia de
la formación profesional de los técnicos.
Es necesario repetir que tanto en la entrevista indivi-
dual como en aquella grupal cada persona no tiene para re-
latar mas que "una historia personal" por lo tanto será ella
el argumento de sus participaciones durante la entrevista-
las variaciones no están en si existen varias o una historia
personal, sino en el modo, tiempo, silencio, de cómo narra e
inserta su relato en relación a los otros, las dificultades
que van surgiendo están ligadas y dan una medida de los
trastornos que ocasiona al paciente diferenciar esta situa-
ción de su grupo familiar, pasado o actual ¿Brusca apari *
ción de una forma de regresión? ¿Serían las entrevistas
individuales una dosificación de la misma regresión? Pe-
ro, ¿cuál sería el por qué o el para qué de esta dosificación''
¿Problemas del paciente o del terapeuta?
En ningún momento hemos pensado que no son necesa-
OflaJas entrevistas individuales, lo que no sigrú&lüre
sean imprescindibles. Nuestra actitud será la de ubicar la
utilidad que el uso de ambas puede brindar. Por'ejemplo
hemos comprobado que los pacientes que habían comenzado
con nosotros a partir de entrevistas grupales les era habi-
tual estar en grupo", por lo tanto la entrada en psicoterapia
de grupo como en un corredor terapéutico les era menos difi-
cultosa. No podemos negar que las entrevistas individua-
les se convierten, en innumerables ocasiones, eq.,obstácu-
lospara la organización posterior de un grupo terapéutico
En relación a "lo individual", el privado que se ha asi-
milado a lo individual, debemos revisarlo nuevamente *
No se puede escamotear la idea de que lo individual surge
de lo grupal (y en lo grupal), por lo tanto las circunstancias
de sincretismo o confusión que se pueden originar en las si-
tuaciones grupales no hacen más que revivir las circuns-
tancias familiares desde las cuales se inició la individua-
ción. Deseo expresar que los grupos funcionan gracias a
sus mecanismos de diversifkación, es decir que son las
diferencias las que hacen funcionar los grupos y no las
similitudes. Las fantasías de igualdad son las máscaras
para ocultar esas diferencias que provocarnos amores u
odios contrastantes de los distintos momentos grupales.
La multiplicación de fantasmas entreteje un film de sus-
penso, en el cual los comunes denominadores estipulan
cual será la escena fantasmática que, como emergente,
señala el transcurso de la organización grupal.
Para finalizar, la idea de corredor terapéutico me es
más simpática porque nos pone en la situación de clínicos
"arremangados" para intervenir en diversas situaciones
conectivas o momentos de crisis. Las diferencias con los
grupos abiertos serían (al menos hipotéticamente) las
siguientes: En los corredores la evaluación de los pacientes
se realizaría cada cuatro a seis meses, y estaría estipulada
en el encuadre To~seTtíng) general. El grupo se mantiene
cerrado hasta ese momento y a partir de él se estipula quien
se queda, quienes salen, y aquí no solo son los terapeutas
sino también los pacientes los que participan (se abren las
problemáticas en torno a la decisión o a la responsabilidad,
a la participación, a la cooperación, etc.).
Los terapeutas (dos o tres) continúan o ellos también pue-
den salir. La recomendación dada por la experiencia es
que al menos uno continúe para dar permanencia al
setting.
Los horarios y el lugar se mantienen.fijos.
La confección de las recetas como el ajuste de la medica-
ción se realiza dgntro del grupo; Uno de los terapeutas la
realiza al inicio de la reunión de grupo y luego se ubica en
el lugar del observador.
Creo queche podido dar una visión general del proceso
grupal, o mejor "dicho del marco" necesario para que este
proceso se pueda desenvolver. '
También creo que así no se termina esta problemática
de los corredores terapéuticos, sino que ella ofrece una aper-
tura sobre las cuestiones que giran en torno a la teoría y a
la práctica de la psicoterapia (en este caso grupal) en las
instituciones públicas.
He acentuado el polo de las estrategias y tácticas terapéu-
ticas, dejando en suspenso, no olvidando, el que la insti-
tución desempeña alrededor de la terapia. También debe-
mos pensar el hilo que une la contratransferencia, implica-
ción y encargo social, elementos institucionales que
juegan en la función del terapeuta. Algunos de ellos se pue-
den vislumbrar en lo antes dicho, otros será necesario desa-
rrollarlos en otro lugar.

Citas bibliográficas

(1) Bauleo, A.: "Apuntes sobre los corredores terapéuticos". Notas de


psiquiatría y psicología social. Atuel. Buenos Aires. 1988.
(2) Bauleo, A.: Psicoterapia Múltiple e Institucional". "Psicoterapia
de la niñez a la senectud". N5 230 Paidós.
(3) Pavlovsky, E.; Bauleo, A.: "Revista de Clínica y Análisis Gru-
pal", N* 1, Madrid. 1976.
(4) Duro, J. C.: "Salud Mental: contribuciones a nuevas prácticas co-
munitarias".
LA IDEA Y LA PRACTICA DE
"LOS CORREDORES TERAPEUTICOS"

por ARMANDO BAULEO


JUAN CARLOS DURO
ROSINA VIGNALE

En el II Congreso del C.I.R.*, celebrado en París en


1984, presentábamos una primera comunicación sobre "El
dispositivo grupal en la investigación clínica", con el com-
promiso explícito de ir haciendo un avance de una experien-
cia de trabajo asistencial comunitaria. Hoy queremos plan-
tear otro aspecto de la problemática trabajada por nosotros
en los últimos años: la aplicación del dispositivo grupal en
la práctica asistencia-terapéutica en un servicio público de
salud mental comunitaria.
Hablamos de aplicación de un dispositivo grupal en la te-
rapia y no de grupos terapéuticos ni de grupo operativo. In-
tentamos pasar, empujados entre otras cosas por la necesi-
dad de dar nuevas respuestas asistenciales a los "viejos"
problemas psiquiátricos y psicológicos, del grupo operativo,
entendido como modalidad técnica, a una concepción opera-
tiva de grupo, entendida como una tendencia en la psicolo- /
gía grupal. La C.O.G. (concepción operativa de grupo) nos v
permite disponer de algunos elementos teórico-técnicos pa-
ra su aplicación en los distintos ámbitos de intervención de
las instituciones. El pasaje de la técnica a la concepción

* Centre International de Recherches en Psychologie Groupale et Socia-


operativa de grupo exige un nuevo replanteamiento de la
discusión grupo operativo-grupo terapéutico.
Si pensamos en las connotaciones que para nosotros han
tenido ambos términos, tenemos que asociar el grupo opera-
tivo con prácticas privadas de formación cuya tarea es el
aprendizaje y coordinados (coordinador-observador) con
técnica operativa a partir de la información dada en el
grupo (perdón por la simplificación). Por el contrario, los
grupos terapéuticos se han asociado más a la aplicación del
psicoanálisis a los individuos en grupo, a integrantes con
patología psíquica, etc.
Es decir, que en la práctica estaba escindido lo que en la
teoría decimos que va unido: la terapia y el aprendizaje
(afecto y pensamiento). Lo terapéutico venía aprisionado
por "lo psicoanalítico" y "lo operativo" se veía "forzado" a
no traspasar determinadas parcelas de intervención. Pare-
ce momento de pensar una redefinición de lo terapéutico
abarcando la extensión teórica psicoanalítica, redefini-
ción que no ha de ser ajena a las nuevas prácticas que están
surgiendo en los procesos de cambio de las estructuras
asistenciales (del manicomio al territorio o comunidad) y
a la necesidad de dar nuevas respuestas asistenciales en
estos servicios.
Para nosotros la vieja diferencia entre grupo operativo y
grupo terapéutico se cuestiona. Desde la C.O.G. el grupo
cobra significado en y por su tarea; ésta será la que propor-
ciona singularidad y especificidad. Es en la diferencia de
los encuadres, desde donde podemos observar el singular
desarrollo grupal y sus efectos en los integrantes, en los
coordinadores y en la institución donde se enclava.
Desde esta perspectiva, queremos plantear nuestra expe-
riencia en grupos en una institución pública de salud men-
tal comunitaria en Getafe, una población de 130.000 habitan-
tes cercana a Madrid.
En una breve historia de nuestra institución podemos
afirmar que la puesta en marcha de diferentes dispositivos
grupales en el programa de atención ambulatoria ha ido
paralelo y, en muchos casos, ha sido efecto de la propia cons-
titución grupal del equipo de profesionales, hecho favoreci-
do por el desarrollo conjunto de la tarea de atender en salud
mental a la población de Getafe (trabajo en equipo) y por la
existencia de la crítica y autocrítica permanente (supervi-
sión del trabajo en equipo). Es desde ahí que fuimos pasan-
do en la práctica asistencial de lo que podríamos denomi-
nar un esquema de atención individualista (entrevistas de
diagnóstico, tratamientos individuales) a un esquema de
atención más grupalizado, más comunitario (P.E.G.*,
grupos terapéuticos).
Los corredores terapéuticos constituyen sin duda, junto a
las P.E.G., nuestro principal objeto de curiosidad (de inves-
tigación, por tanto) y han ido variando en el tiempo según
nuestra experiencia y su posterior reflexión.
Actualmente, definimos a los C.T. como dispositivos
grupales con elementos fijos en su encuadre institucional y
por los que transitan personas que requieren ayuda psicote-
rapéutica. Estos elementos estables del setting son:
— La terapia como tarea grupal, es decir, la elaboración
de conflictos en el transcurso grupal.
— Los coordinadores como roles fijos.
— Un espacio permanente y un tiempo definido (sala de
grupos y una hora y media semanal).
El aspecto más diferencial de los corredores respecto a
otro tipo de estructura terapéutica lo constituye la entrada y
salida de integrantes en unos períodos fijados en el encua-
dre. Estos períodos, llamados de evaluación, se realizan ca-
da 3 o 4 meses y sirven para repensar la situación de cada
integrante en el grupo, los cambios conseguidos, la necesi-
dad de continuar la ayuda terapéutica o la disponibilidad
para continuar su vida por sí solo, siendo dado de alta en el
C.T. y en la propia institución.
El método para efectuar esta evaluación consiste en fijar

•Primeras Entrevistas Grupales: dispositivo de pasaje para evalua-


ción y derivación.
unas sesiones (4) a tal efecto donde las personas individual-
mente, los otros integrantes del grupo y los coordinadores,
reflexionan sobre todos y cada uno de los integrantes con el
fin dSToíhar la decisión de permanecer o terminar su expe-
riencia grupal. Una vez decidido quién se va de alta, se in-
corporan nuevos integrantes empezando una nueva etapa
hasta el siguiente período de evaluación.*
Este setting general de los C.T. se ve matizado según las
características de los integrantes. Las variaciones más
significativas las tenemos en los C.T. de adolescentes, en
los cuales se realizan mensualmente entrevistas grupales
con los padres y en las que se les pide también su opinión so-
bre el proceso terapéutico de los chicos, opinión que se toma-
rá en cuenta para el alta. En los otros corredores de jóvenes
y adultos, hemos incluido en nuestro proceso de investiga-
ción algunas variaciones, siendo la más interesante el con-
trol de la medicación por parte de los propios coordinadores
dentro del grupo, para no mantener la clásica escisión:
tratamiento medicamentoso/tratamiento psicoterapéutico.
Como ya indicamos, consideramos la situación actual
como transitoria, ignorando nosotros mismos las futuras
variaciones que podemos introducir en base al análisis de
los efectos conseguidos.

Algunas líneas de reflexión acerca del setting

La aplicación de este dispositivo grupal constituye ün


proceso de investigación que exige un análisis continuo y
una permanente readecuación del setting en base al mo-
mento en que se encuentra la institución. Hay que tener pre-
sente que el setting oscila entre las condiciones institucio-
nales y la contratrasnferencia de los coordinadores.

•Esta es la diferencia fundamental con los grupos abiertos en que la


entrada y salida de integrantes se realiza de forma individual y sin con-
tar oon el grupo.
Un encuadre de estas características exige una interna-
lización, clarificada, en los coordinadores y en el equipo,
que evite la ambigüedad generadora de confusión en los in-
tegrantes.
Este encuadre, para su correcto funcionamiento exige
una coherencia global de todo el dispositivo asistencial y
un buen nivel de ECRO común en el equipo, cuestiones
ambas que permiten transmitir a los pacientes un continen-
te suficiente para la elaboración de sus conflictos.
Como ya hemos dicho anteriormente, este dispositivo ge^.
completa, para los pacientes, con la P.E.G. y los grupos j n
la comunidad, y para los miembros del equipo con la super-
visión. Es decir, es la .aplicación de la misma concepción,
tanto hacia afuera (la comunidad) como hacia adentro (el
equipo).

Acerca de la curación

Algunas hipótesis que nos sirven para aproximarnos


sobre qué entendemos por curación circulan alrededor de
la relación entre experiencia grupal y el insight indivi-
dual. Coincidimos con Foulkes en que en un grupo se persi-
gue la acejri^cién, por cada uno de los participantes, de su
individualidad y la de sus iguales, o dicho de otra manera,
la "curación" vendría por la aceptación de la diferencia
frente a la ilusión de la igualdad.
Los C.T. plantean un modelo más cercano a la vida coti-
diana que los grupos terapéuticos en sus modalidades clási-
cas (con duración limitada o grupos abiertos). El hecho de
las altas periódicas de miembros del corredor y de otros
nuevos integrantes manteniéndose fijo el dispositivo, per-
mite la elaboración en lo real de las continuas separacio-
nes con la pertinente contrastación de las diferencias.
Otro aspecto que se consigue con los C.T. es evitar la ex-
cesiva repetición del grupo primario (familiar) en el grupo
terapéutico, favoreciendo así la socialización y el proceso
de maduración de los individuos.
Por último, y en relación con esto, se fomenta jnás la
trasnferencia con la tarea, y entre los integrantes (opinión
sobre las altas) que con el coordinador, que es un elemento
más en el proceso de curación pero no el único ni el más im-
portante.
Nos acercamos más al modelo de autoayuda^ autgges-
tión (aunque sigan siendo utógicos) que a las formas yatro-
génicas de la dependencia infantilizada de los pacientes
con los técnicos.

Acerca de la contratransferencia

Si denominamos contratransferencia a la historia gru-


pal del coordinador que se pone en juego en' cada sesión,
nos tenemos que preguntar por los grupos por los que hemos
transitado en nuestro recorrido terapéutico, de formación e
incluso organizaciones grupales de otro tipo (políticas, pro-
fesionale, etc.).
No podemos dejar de señalar que, para nosotros, atrapa-
dos a su vez por los modelos individualistas sobre todo en lo
terapéutico, ha sido y está siendo difícil^poner en marcha es-
tos nuevos dispositivos grupales que nos intranquilizan y
nos obligan permanentemente a repgnsaj- nuestra ubica-
ción en el grupo, en el equipo y en la institución.
La experiencia va modificando la contratransferencia.
Los C.T., al igual que otras experiencias realizadas en Ita-
lia sobre rotación de la coordinación o grupos terapéuticos
en el territorio, permiten la lucha contra la estereotipia y el
burocratismo en el rol de coordinador, a la elaboración con-
tinua del setting, y al tiempo, potencia un mayor descentra-
miento del coordinador del liderazgo dando un énfasis m^-
yor a la tarea como líder del grupo.
EL ANALISIS INSTITUCIONAL Y
LA PROFESIONALIZACION
DEL PSICOLOGO

por HELIANA DE BARROS CONDE RODRIGUES


y VERA LUCIA BATISTA DE SOUZA

Actualmente el término institución parece ser omnipre-


sente en los discursos "psi". Hace cerca de 6 ó 7 años se vie-
ne tornando cada vez más común en el lenguaje del psicólo-
go debido, inicialmente a la influencia de los argentinos
—Bleger, Malffé, Ulloa, etc.— y más tarde a la de les fran-
ceses —básicamente Lourau y Lapassade—Si limitára-
mos nuestro análisis al discurso universitario, docente y
discente, tal vez pudiéramos comparar su penetración con
aquella que el término "estructura" tuvo en las décadas del
60-70. A propósito de dicho término, un autor como Kroe-
ber* ya afirmaba en su ANTROPOLOGY: "La noción de

1 La Psicología Institucional, de origen argentina, resultó de la necesi-

dad de los psicoanalistas argentinos de influir con su práctica en el mo-


mento político de su país. Constituye un movimiento que parte del Psicoaná-
lisis para la Política y que encuentra en el trabajo con grupos, en las orga-
nizaciones, su forma de intervención por excelencia. De los franceses reci-
bimos el Análisis Institucional: también con perspectiva política y trans-
formadora, pero valiéndose principalmente de conceptos sociológicos y po-
líticos y sin el propósito de un análisis "psicológico". Su dispositivo prefe-
rido de intervención es la "asamblea general".
2 Citado por Bastide, R. Usos e Sentidos do Termo ESTRUCTURA, Edito-
ra da USP, S. Paulo, 1971, p. 7.
estructura probablemente no es más que una concesión a la
moda... no acrecienta absolutamente nada a lo que tenemos
en mente cuando la usamos, salvo un estímulo agradable".
Este texto de Kroeber, a su vez, se ha tornado tan famoso
cuanto el propio término que abordaba. Y ello en un momen-
to en que los estructuralistas ya se debatían en una desespe-
rada tentativa por circunscribir un uso conceptual para el
término estructura, en la cual millares de páginas fueron
usadas.
Nuestro objeto con el presente trabajo no es repetir tal
historia. Pensamos que si el término institución está de mo-
da, y es moda en el contexto universitario en el cual nos
encontramos, no podemos conformamos con señalar el
modismo e intentar combatirlo conceptualmente. Necesita-
mos penetrar en esta moda, explicitar los discursos y ámbi-
tos en los cuales surge. Dichos ámbitos remiten a diferen-
tes prácticas concretas, históricamente situables. A su vez,
los usos conceptuales necesitan, para tener algún sentido,
intervenir de algún modo sobre tales prácticas, caso contra-
rio nos veremos envueltos en un debate puramente nomi-
nal, epistemológico o teoricista. Vamos, entonces, a la
moda, a la historia y a las intervenciones concretas.

Institución ¿un modismo más?

No es difícil percibir la moda y reconocernos en ella.


¿Quién de nosotros ya no escuchó o pronunció frases como
estas?: "Debemos tener en cuenta la dimensión institucio-
nal"; "Hay que trabajar la institución y no a sus integran-
tes", "¿Cómo es la estructura institucional?"; "El SPA3, en

3 La sigla SPA significa Servicio de Psicología Aplicada. Loa


fragmentos de discurso citados, se refieren a nuestra experiencia en la
Universidad Santa Ursula, en Rio de Janeiro. Se trata de un servicio
universitario en el cual los estudiantes de Psicología realizan su práctica
profesionalizante ("stage"). Pensamos, que la problemática aquí le-
vantada, pueda ser común a otros contextos universitarios.
calidad de institución..."; "¿Cómo es la estructura institu-
cional?" (¡desesperación modística conceptual!); "Departa-
mento de Psicología y SPA son dos instituciones bien dife-
rentes"; "¿Cabe o no que haya una heladera en el consulto-
rio de una institución?"4; "La institución escuela, la insti-
tución familia, la institución sujeto... (¡epa!), la institución
capitalismo... (¿y ahora?)"; "La dialéctica permanente en-
tre lo instituyente y lo instituido en las instituciones, nos
lleva a pensar...". Pero, ¿pensar cómo, en medio de esta
multiplicidad de sentidos, en la cual el término ya no acre-
cienta nada, salvo un cierto "tono", o una cierta sensación
de estar aprisionado, tal vez, entre "la heladera" y "la dia-
léctica?

¿Cuáles son las relaciones que existen entre dichos usos


del término y las prácticas concretas de los agentes? ¿Qué
significa por ejemplo "estar en institución"? ¿Significará
simplemente limitar las fantasías profesionales? (Después
de todo, quizá la heladera no podría ser removida...) ¿O ape-
nas tener en cuenta que en un determinado lugar existen re-
glas, horarios, jerarquía, y que se debe, por ejemplo, "usar
reloj"8 porque también otros trabajan ahí? ¿Algo únicamen-
te restrictivo, limitativo, camino de segunda categoría a re-
correr, especie de purgatorio donde se pagará por los peca-
dos para poder alcanzar el cielo del "allá, afuera" en el que

4 En cierta ocasión presenciamos una prolongada discusión sobre la

viabilidad técnica de atender pacientes en un consultorio del SPA de la


Universidad Santa Ursula, en el cual habla una heladera. La conclusión
• la que se Uegó, fue que se trataba de un "problema institucional"...
8 Este punto causó una cierta polémica entre los alumno* que realiza-

b u su práctica en el SPA de la Universidad Santa Ursula, cuando en una


f reunión de entrenamiento fue colocada en discusión la necesidad o no de
disponer de reloj para atender a loa clientes.
cada uno podrá ser "dueño de su nariz"? (De su consultorio
privado por ejemplo, donde según este razonamiento no es-
taremos "en institución"...) ¿"Estar en institución" sola-
mente "instaura la falta" que produce el deseo de escapar
de ella...o, quien sabe, de siempre retornar a ella para la-
mentarnos de todo lo que no nos permite?
En otro sentido, parece ser "la institución" la que debe
"ser trabajada" ]\¿Y en este caso, es ella quien demanda y
a atehdemos? De pronto, quien pensaba escu-
ch«*sujeío8"t supuestamente opuestos a dicha "institución")
debe aprender a "escuchar la institución", "hablar a la ins-
titución", "tratar (!!!) a la institución"... No» vemos de re-
pente rodeados de organogramas, de flujogramas, jefes y
subordinados, relaciones de trabajo, relaciones de poder...
¡la palabra mágica! Nos vemos transformados en el corde-
ro que "entiende las relaciones de poder", disfrazado del lo-
bo feroz de la psicología de las organizaciones. Pues a ve-
ces parece realmente que el psicólogo es el único inmune a
dicho poder, el único capaz de señalarlo, de denunciarlo, de
escucharlo, de verlo, aunque difícilmente consiga realmen-
te tocarlo o modificarlo. En cuanto a aquel que le delegó el
poder, poco importa: trafaga la institución, es ella su objeto,
su "cliente" original. Aunque aparezcan reglas. En la es-
cuela, por ejemplo, huya del trabajo con el alumno que "hue-
le a modelo clínico". En la empresa, no trabaje con los su-
bordinados que recuerdan "la adaptación del sistema". Ins-
titución remite a los directores, profesores, jefes, gerentes y
documentos... Un poco "public relations", un poco "archivis-
ta curioso", disfrázese ahora de cordero para esconder al lo-
bo feroz que existe adentro suyo: está contratado para orga-
nizar, corregir, tratar. Pero cuando descubra por donde an-
da el tal poder...
Sin embargo hay en estos discursos de moda, algunos
que se destacan por la complejidad. Las instituciones se tor-
nan vagas, parecen fluctuar o estar en todos los lugares, po-
seer dimensiones, momentos, fuerzas... Infelizmente en es-
te caso la impresión es que no hay mucho para hacer porque
¿cómo trabajar lo que no se ve, oír no se sabe qué o a quién?
Si hasta el sujeto —antes supuestamente tan concreto y visi-
ble— se tornó una "institución"...De pronto no estamos más
en una institución, no tratamos más a la institución pero so-
mos, por ejemplo, atravesados por la institución. Desprofe-
sionalizados, dislocados de nuestro campo discursivo habi-
tual, cuestionados en cuanto a nuestro referencial teórico,
mezclados con otros trabajadores de especialidades diferen-
tes... ¿será que no perderíamos demasiado por ganar ape-
nas un discurso bonito?
El tono irónico de las descripciones anteriores pretende
ser provocador de una necesidad: la de investigar y explici-
tar la historia del término institución en su articulación ne-
cesaria con las prácticas concretas que a cada momento le
son asociadas. Esto porque nuestra "moda" actual parece
condensar, en el presente, momentos y prácticas diferen-
tes, con presupuestos diferentes y consecuencias distintas
para la acción del profesional.

La moda tiene historia

Una historia europea, eminentemente francesa, se nos


impone aquí*. No la recorremos necesariamente en el mis-
mo orden ni con el mismo ritmo, no la vivimos de igual ma-
nera, pero la heredamos o la importamos pagando, por eso,
el precio de la confusión, de la ambigüedad y, a veces, de la
paralización. No nos proponemos aquí describir nuestra
historia —trabqjo aún a ser emprendido— sino pensar las
consecuencias, en nuestra práctica, de la importación masi-
va de un recorrido conceptual y de intervención ajeno.

8 Optamos por la historia de los usos del término institución en su ver-


sión francesa porque en este contexto aparece de forma más clara la preo-
cupación con su elaboración conceptual. La corriente argentina parece ha-
berlo empleado principalmente en los dos primeros sentidos que explicita-
mog en el texto.
Según Lapassade7, podemos remontar el énfasis actual
del término institución a la noción de Psicoterapia Institu-
cional. Esta, aunque elaborada desde la década del 40, apa-
rece "oficialmente" en 1952 en una comunicación de Dau-
mezon y Koechlin. En el mismo año, Maxwell Jones define
a las Comunidades Terapéuticas y no resulta difícil perci-
bir las analogías entre los dos movimientos dado que, en es-
te primer momento, institución es pensada como ESTABLE-
CIMIENTO de cuidados, en un sentido doble: un estableci-
miento que merece ser cuidado (terapeutizado) y que, de es-
te modo, puede ser movilizado al servicio de la acción tera-
péutica —los enfermos serían curados por la institucionali-
zación o mejor, por la participación activa en las transfor-
maciones institucionales.
La ampliación del sentido de esta primera concepción,
originaria del movimiento de Psicoterapia Institucional,
responde por la mayor parte de los usos que hacemos actual-
mente del término. Son instituciones, entonces, todos los
ESTABLECIMIENTOS u ORGANIZACIONES, con existen-
cia material y/o jurídica: escuelas, hospitales, empresas,
asociaciones, etc. Dicho sentido se encuentra presente en
afirmaciones tales como: "trabajo en una institución"; "es-
* tamos en una institución" o, en nuestro contexto universita-
rio particular, "el SPA es una institución" (afirmación que
más adelante discutiremos).
Eh un segundo momento, aún según Lapassade, se llegó
a la idea de que las instituciones serían DISPOSITIVOS
instalados en el interior de los establecimientos, y no más
los propios establecimientos. El trabajo institucional con-
sistiría en este caso, en una actuación que hiciera uso de ta-
les dispositivos. Como ejemplo, podríamos pensar en insti-
tuciones tales como grupos operativos, grupos de discusión,
asambleas, equipos de trabajo, consejos de clase, etc., insta-

7 Lapassade, G. El Encuentro Institucional, in Lourau y otros: Análi-

sis Institucional y Socioanálisis, Nueva Imagen, Méjico, 1977, p. 202.


ladas en el interior de establecimientos como escuelas, hos-
pitales, empresas, etc.
A primera vista no parece que dicho uso del término ha-
ya tenido reflejos evidentes entre nosotros, al menos en
cuanto al hecho de llamar tales dispositivos de institucio-
nes. Esto raramente ocurre. Sin embargo, el sentido de ins-
titución-dispositivo está presente, transformado en "técni-
cas de trabajo institucional". Aprender a trabajar en insti-
tuciones Restablecimientos) sería, así, adquirir informa-
ciones y prácticas en cuanto a tales dispositivos. Las técni-
cas grupales, en sus diferentes modalidades, acostumbran
surgir aquí como "ideales para el trabajo institucional". O
mejor, en nuestra "babel terminológica", conocer tales téc-
nicas y saber manejarlas calificaría, al menos parcial-
mente, al "trabajador institucional", el "perito" o "especia-
lista" en instituciones.
En nuestro contexto universitario específico, por ejem-
plo, tal concepción surge en afirmaciones como: "la terapia
de grupo es ideal porque estamos en el SPA, una institu-
ción", "trabajo en una escuela (u hospital) y hago por lo
tanto grupos". El trabajador es aquí un "técnico en disposi-
tivos", y la institución permanece identificada con el es-
tablecimiento o la organización. Este simple hecho deman-
daría el uso de ciertas técnicas en detrimento de otras.
Pero el tercer momento citado por Lapassade nos trae
sorpresas; son los movimientos anti-institucionales (anti-
psiquiatría, anti-escuela, etc.), en su opinión, los que intro-
ducen en la actualidad, un sentido conceptual y no mera-
mente empírico del término institución. Por ello considera
que son esos movimientos los primeros que podrían reivin-
dicar, en un sentido estricto, la práctica (conceptual y
concreta) de un Análisis Institucional. Acompañemos la
argumentación del autor»: "Cuando Ivan Illich, por ejem-
pío, cuestiona la forma general, mundial de la Universi-
dad, la adopción en todas partes de esta forma general de
las relaciones de formación, llamada Escuela, no habla de
los establecimientos escolares y universitarios sino de un
dato más fundamental, de una elección general y estructu-
ral que surgen en un determinado momento de la historia,
y que aparece más tarde en todas partes. Y eso es institu-
ción, ese producto de la sociedad instituyente en un momen-
to dado de su historia. Lo mismo ocurre con el enclaustra-
miento de la locura, que es institución de la enfermedad
mental y de la separación entre los "locos" y las "personas
normales", y que no es realizada en todas las sociedades
(así; el "poseído" no es ni un "loco" ni un "enfermo men-
tal" en el sentido que nosotros lo entendemos). También en
este caso es la antipsiquiatria la que hace al análisis insti-
tucional de la locura que el establecimiento psiquiátrico
instrumentaliza".
Encontramos en el texto una conceptualización del tér-
mino institución, que escapa al empirismo (institución=es-
tablecimiento) y al pragmatismo y profesionalismo (insti-
tución=técnica). La institución aparece como algo inmedia-
tamente problemático, como algo no localizable: FORMA
que produce y reproduce las relaciones sociales o FORMA
GENERAL de las relaciones sociales, que se instrumentali-
za en establecimientos y/o dispositivos.
Volvamos a Lapassade con la intención de explicitar
otras notas distintivas del concepto9: "Si en estas condicio-
nes el término institución es conservado a pesar de todas
las dificultades que provoca...(es) sobre todo porque este tér-
mino conserva en el propio uso el sentido que la etimología
le da; su sentido activo de mantener en pie la máquina so-
cial y hasta de producirla (vertiente de lo instituyente) y
también vertiente de lo instituido, no para significar el esta-
blecimiento sino porque la noción de lo instituido remite a
formas universales de relaciones sociales que nacieron
originariamente en una sociedad instituyente y que nunca
son definitivas sino que, por el contrario, se transforman y
hasta pueden entrar en el tiempo de su ocaso".
Dentro de esta concepción, las corrientes anti-institucio-
nales serían institucionalistas (en sentido conceptual) por-
que revelan que la institución no es una NATURALEZA.
Ciertas prácticas tomadas como universales (por ejemplo
en el campo de la psiquiatría y de la educación) instrumen-
talizan determinadas hipótesis de base (separación enfer-
mos mentales-normales, maestro-alumno, por ejemplo)
que precisan ser interrogadas en primer lugar, a propósito
de las condiciones históricas de su producción y reproduc-
ción.
En un intento personal de definición, diríamos que insti-
tución es producción, es actividad. Esto se torna rápidamen-
te algo problemático debido a que tal producción no es algo
localizable empíricamente. Dentro de esta línea de pensa-
miento, podría ser concebida como una especie de incon-
ciente político que instituye nuevas realidades, siempre
separando, siempre dividiendo. En este movimiento, trans-
forma relaciones y prácticas que se presentan como forma
general y natural, en otras relaciones y prácticas que se pre-
sentarán (se mostrarán) de la misma manera, y a través
de las cuales la institución se instrumentaliza.
El objetivo del Análisis Institucional sería traer a luz
esa dialéctica instituyente-instituido, de manera generali-
zada (en todos los ámbitos y realizada por todos). Para
conseguirlo, puede intervenir EN establecimientos y CON
dispositivos, pero siempre intentando entender a la institu-
ción como algo activo.
En este punto cabe indagarnos acerca de los efectos de
esta conceptualización sobre nuestras concepciones y nues-
tras prácticas. Volvamos, para tomar un ejemplo, a la
expresión "el SPA es una institución". ¿El SPA será real-
mente una institución considerada en este tercer sentido?
¿O sería mejor indagar acerca de las instituciones que se
instrumentalizan en la organización o establecimiento
SPA, y en sus prácticas? En este caso, aparecen nuevas
preguntas: como sub-organización de una organización de
enseñanza, ¿cuáles son las relaciones que allí se producen
y se reproducen?; en tanto que organización dentro del
aparato de salud mental, ¿cuáles son las relaciones que
allí se producen y se reproducen? Pensado de esta manera,
el campo de instituciones (en sentido conceptual) parece
casi infinito: allí se instrumentalizan instituciones como
la formación, la supervisión, la evaluación, la psicología,
el psicoanálisis, el dinero, el contrato, la subjetividad, la
salud mental, el dominio de lo privado, etc. Lógicamente,
no todas de la misma manera ni con igual énfasis. Es nece-
sario pensar en jerarquías, en direcciones, en agentes, en
vínculos entre instituciones (en sentido conceptual) y entre
organizaciones en procesos de producción y de reproduc-
ción, en puntos de resistencia mayores y menores, en movi-
mientos instituyentes y prácticas instituidas, en aconteci-
mientos reveladores y en rituales ocultadores. Todo un nue-
vo campo de reflexión se abre, una nueva problemática está
puesta en discusión.
Teniendo en cuenta que nuestra situación específica es
la de docentes en un establecimiento que instrumentaliza,
entre otras,' la institución formación-profesional-en-psico-
logía, nos gustaría dedicar la sección siguiente de este ar-
tículo a dos problemas específicos: ¿cómo se articula el sen-
tido conceptual de institución (y por lo tanto de Análisis Ins-
titucional) con la práctica profesional concreta del psicólo-
go? ¿En qué se distingue dicha articulación de aquellas que
estarían implicadas por los otros sentidos (institución=esta-
blecimiento, e institución=dispositivo)?

Analista Institucional: ¿profesión imposible?

En la sección anterior establecimos una comparación


entre dos sentidos que podrían estar implicados en la expre-
sión: "El SPA es una institución". En un primer sentido,
la afirmación indicaría que el SPA es una organización
que ocupa un espacio físico determinado, tiene sus normas
y sus leyes, y reúne a un grupo de personas que trabajan en
él con un objetivo determinado (institución=establecimien-
to). En un segundo sentido, el SPA aparece como organiza-
ción (o establecimiento) que INSTRUMENTALIZA una se-
rie de instituciones, entre las cuales se destaca la institu-
ción formación profesional. A su vez aparecen en esta ins-
trumentalización, una serie de dispositivos y de prácticas
como por ejemplo la evaluación y la supervisión.
Si abordásemos una escuela, un hospital o una empresa
determinada, podríamos hacer consideraciones semejan-
tes. Mediante esta reflexión se torna claro, por ejemplo, que
la clásica división de las "áreas" de la psicología (clínica,
escolar e industrial), remite al primer sentido del término
(institución=establecimiento), y puede o no implicar un
abordaje institucional (institución como concepto, según
como es pensada por el Análisis Institucional). Esto por-
que, si hablamos de Análisis Institucional, en todos los
casos se impone una reflexión sobre la demanda y sobre el
cliente. Respecto a este aspecto, Lapassade afirma10: "Se
puede decir entonces, que si el análisis institucional toma
al pie de la letra demandas de intervención que son análi-
sis de establecimientos, se convierte en un análisis organi-
zacional en el sentido más trivial del término, o mejor
dicho en un sentido que ni siquiera tiene en cuenta la orga-
nización como proceso captándola solamente como product
to, sistema y disposición instrumental, como conjunto prác-
tico organizado para determinados fines. Para que exista
un análisis institucional distinto de las otras operaciones
de intervención, es necesario que el albo sea la institución
que se instrumentaliza en una organización social deter-
minada, en un establecimiento-cliente".
O sea que en este sentido, para el Análisis Institucional
no hay institución-cliente, dado que el cliente (aquel que de-
manda) siempre es un grupo, un establecimiento, una orga-
nización. Paradojalmente, por otro lado, no hay Análisis
Institucional cuando se atiende a la demanda del cliente,
lo que hay en este caso es un trabajo de Desarrollo Organi-
zacional, Psicología Institucional, Psicosociología o como
sea que se llame. Y ello, sea cuales fueran las técnicas o
dispositivos —por más grupales que sean— que se utilice en
el trábajo.
Estas reflexiones sugieren que se coloque en discusión
la posibiliad del analista institucional en cuanto profesio-
nal, y la especificidad de su práctica. ¿Qué sería por ejem-
plo practicar análisis Institucional a partir de la demanda
de una organización-cliente determinada (como el SPA)?
¿Qué demandaría el cliente? ¿Cuál sería el objetivo del ana-
lista institucional?
Como hipótesis podemos decir que el cliente demanda-
ría: mejoría o cambio en las relaciones organizacionales,
mayor eficacia en la obtención de los objetivos propuestos,
mayor flexibilidad en las orientaciones teóricas, altera-
ción en las relaciones supervisores-estudiantes practican-
tes, modificaciones en los criterios de selección y de evalua-
ción. A su vez el analista institucional tendería a interve-
nir no a nivel de la organización-producto (dispositivos y
objetivos naturalizados), sino a nivel de la (s) institución
(es) que se instrumentaliza (n) en la misma. En este caso
específico, problematizando la formación profesional, la su-
pervisión, la evaluación y la selección. Es por esto que La-
passade, al levantar los problemas del Análisis Institucio-
nal, afirma11: "En su punto límite, en su principio mismo,
la intervención institucionalista es un emprendimiento
imposible; en efecto, contrariamente al trabajo de los psico-
sociólogos intervencionistas y consejeros en organización,
su objetivo no es una terapia social, un mejoramiento, sino
por el contrario una subversión de lo instituido. ¿Quién pue-
de pedirla?"
¿Emprendimiento "en su límite imposible"? ¿Será
entonces que lo que en realidad practicamos no es el Análi-
sis Institucional, que él nos está vedado en cuanto profesio-
nales? ¿Se tratará más de una "revolución" conceptual que
en caso de ser concretamente instrumentalizada, estará
irremediablemente condenada a tornarse no "la peste"
pero sí "la moda"? Analista institucional, ¿más una profe-
sión imposible?
También "en su límite" quizá sean afirmativas las res-
puestas a todas esas preguntas. Incluso pensamos que es ne-
cesario formularlas para poder responderlas. La paraliza-
ción del pensamiento y de la práctica que este procedimien-
to parece implicar —es decir la conclusión de que después
de todo el "Análisis Institucional" no sirve para nada"—
se torna APENAS APARENTE en caso que logremos reali-
zar el análisis (institucional) de estas mismas preguntas y
respuestas.
Entonces veamos: preguntamos acerca de la posibili-
dad, eficacia o utilidad del Análisis Institucional a partir
del lugar de "organizaciones-cliente", es decir como corpo-
ración de profesionales o aspirantes a profesionales de psi-
cología. A través de estas preguntas formulamos algo com-
parable a la demanda de un establecimiento que pidiera
una "terapia social", un "mejoramiento". Las respuestas
afirmativas toman esta demanda "al pie de la letra",
dentro de una línea que procura exclusivamente el desarro-
llo organizacional, y nos dicen: sin duda el Análisis Insti-
tucional no profesionaliza.
Intentemos ahora abordar las preguntas en tanto que
analistas institucionales. En este caso preguntaríamos:
¿qué instituciones son instrumentalizadas en tales pregun-
tas e incluso en las respuestas que se mantienen al nivel de
la demanda del "cliente"? En una primera aproximación,
responderíamos: la institución profesión-psicólogo, sus
especializaciones, la delimitación de sus áreas de compe-
tencia; la institución formación-profesional-psicólogo, la
producción de sus especializaciones y áreas de competen-
cia. Gracias a estas nuevas preguntas y respuestas, pode-
mos percibir que en las primeras preguntas y respuestas se
instrumentalizan algunos instituidos resistentes, a sa-ber:
que la profesionalización de todo saber y de toda práctica es
una especie de hecho natural (luego, el Análisis Institucio-
nal debe y sólo puede ser una profesión); que según esta
línea de pensamiento, lo que no es profesionalizable o pro-
fesión atizador debe ser inmediatamente criticado y aban-
donado; que solamente se puede levantar una pregunta si
da origen, inmediatamente, a la implementación pragmá-
tica d» su solución, o mejor, que su valor como pregunta
sólo es mensurable por la eficacia inmediata de tal res-
puesta.
Sería útil recordar en este momento —si queremos tor-
nar más amplio y claro este argumento— una pregunta di-
rigida con enorme frecuencia a los anti-psiquiatras:
"¿Qué van a hacer, concretamente, por los enfermos menta-
les?" Esta pregunta es en todos sus aspectos, semejante a la
formulada al Análisis Institucional: "¿Qué van a hacer,
concretamente, por los psicólogos en tanto que profesiona-
les?". En lo que se refiere a la pregunta propuesta a los an-
tipsiquiatras, para Lapassade13 ella "no es solamente res-
pondida por las comunidades terapéuticas anti-psiquiátri-
cas, sino por la inscripción de esta problemática institucio-
nal en el movimiento de la historia; por el hecho de que los
escritos y las prácticas publicados por los anti-psiquiatras
engendran entre los jóvenes psiquiatras interrogaciones
que no son efectos de la moda y la barbarie, sino por el con-
trario, una interrogación necesaria acerca de la institu-
ción de la enfermedad y de las prácticas que le son asocia-
das".
Retomando la consideración realizada anteriormente, o
sea de que son los anti-institucionalistas los más claros
analistas institucionales, podemos, por analogía, decir: la
pregunta formulada al Análisis Institucional no es respon-
dida solamente por intervenciones concretas relativamen-
te bien sucedidas, sino por el hecho de que engendran entre
los psicólogos, indagaciones necesarias sobre nuestra profe-
sión en tanto que institución, sobre su aparecimiento histó-
rico en un momento determinado, sobre nuestro lugar de pe-
ricia en el contexto social, en suma, sobre nuestra implica-
ción13 en la práctica y en la investigación.
¿Qué significa este análisis sobre la implicación del pro-
fesional que se dice "analista ainstitucional"? Podemos
partir del hecho de que se trata de un "profesional", o sea al-
guien que ejerce una determinada actividad de la cual
depende para su sobrevivencia, en otras palabras, alguien
cuyo trabajo debe ser PAGO. ¿Quién paga el Análisis Insti-
tucional? ¿Cuál es la dependencia que se establece en rela-
ción a quien paga? ¿Cuál es la dependencia que nuestro
supuesto analista institucional tiene en relación a su traba-
jo? La cuestión del DINERO, señalado como "analizador
de base"14 por los analistas institucionales franceses, apare-

13 El Análisis Institucional oontrapone la implicación del analista al


distanciamiento con relación al objeto ("neutralidad analítica"), propues-
to por el cientificismo positivista. Para un tratamiento detallado de este
concepto, consúltese Loureau, R. Objeto y Método del análisis institucio-
nal, in Lourau, R. y otros El Análisis Institucional, Campo Abierto, Ma-
drid, 1977, págs. 23-41.
14 Analizador acontecimiento, individuo, práctica o dispositivo que re-
vela, en su propio funcionamiento, lo impensado de una estructura social
(tanto el no conformismo con lo instituido, como la naturaleza de lo insti-
tuido mismo). Los honorarios de los analistas negociados en el interior de
la intervención, se convierte en analizador de base tanto para la organiza-
ción-cliente como para el staIT analítico. Sobre este concepto, ver Lapassa-
de, G. El analizador y el analista, Barcelona, Gedisa, 1979.
ce como elemento fundador en este análisis de implica-
ción. (Recordemos que estos analistas proponen, por ejem-
plo, la auto gestión del pago, y que muchas veces no reciben
nada por su trabajo, consiguiendo recursos para sobrevivir,
a través de otras fuentes, como la docencia, los derechos
autorales, etc.).
"Aceptar ser especialista de Análisis Institucional, sig-
nifica aceptar su lugar en la división del trabajo..."15 ¿Por
qué aceptamos, en cuanto psicólogos? El hecho de ser psicólo-
gos define, aparentemente, como PSICOLOGICAS las de-
mandas que atendemos, pero como bien sabemos, el Análi-
sis Institucional tiene un contenido casi exclusivamente
POLITICO. ¿Por qué razón, dentro de nuestro contexto, el
Análisis Institucional viene siendo "apropiado" principal-
mente por los psicólogos? ¿Qué inquietudes, insatisfacccio-
nes, y carencias de la Psicología nos revela, o quizá hasta
nos oculta, este intento de apropiarnos de él como forma pri-
vilegiada de intervención? ¿Podemos suponer que haya un
cierto cuestionamiento de la propia división del trabajo,
una resistencia a detenernos dentro de los límites instituí-
dos como "psi"? ¿O se tratará más bien de una tentativa de
atraer las cuestiones políticas para el área de intervención
"psi"? Pensamos que la mayor dificultad consiste —como
el Análisis Institucional lo propone— en llevar este tipo de
cuestionamiento al cliente, en realizar CON él el análisis
de nuestra implicación, en cuestionar EN NUESTRA
PRACTICA nuestro rol de peritos. Y esto, porque el proble-
ma fundamental que de inmediato se colocará, será el
siguiente: ¿seremos capaces de soportar el riesgo de la
desprofesionalización a la cual este cuestionamiento nos
conduce?
Como conclusión parcial, podemos decir que si el Análi-
sis Institucional no profesionaliza, éste no es un DEFECTO
sino su EFECTO: al exigir un permanente análisis de la

16 Ville, P. El analicismo, in Lourau, R. op. cit., pág. 101.


implicación del psicólogo en la intervención que realiza,
provoca el cuestionamiento de la "naturalidad", tanto de su
lugar de perito como también de su supuesto "objeto na-
tural" (ya que, "lo psíquico" o "el individuo", no podrían
también ser considerados instituciones?). "Profesión im-
posible" en su límite último lo es. Pero también es, por defi-
nición y propuesta, PROFESION PERMANENTEMENTE
EN CRISIS o LUGAR DE LA DESPROFESIONALIZACION
INMINENTE. Y esto en los más variados ámbitos organi-
zativos: de la investigación, de la práctica, de la forma-
ción. Una óptica, un desafío, una propuesta. Y no simple-
mente un lugar, algunas técnicas o un conjunto de tér-
minos teóricos.

¿Quiénes son los institucionalistas?

El argumento que hasta aquí desarrollamos, se debe en


gran parte, a nuestra inserción en los conflictos —paradóji-
camente llamados "profesionales"— que se dan en nuestra
práctica universitaria (de docencia y de supervisión). En
ella venimos observando, la constitución —aunque tímida
y de fronteras bastante inestables de un grupo de "formado-
res", que podríamos llamar "institucionalista" y en el
cual nos incluímos. Ya por concluir el presente trabajo, nos
proponemos la siguiente pregunta: ¿Qué es lo que hace que
nos digamos "institucionalistas"?
En nuestra opinión, nos decimos institucionalistas no
tanto por claridad conceptual (como este artículo lo demues-
tra...) sino por un cierto grado de acuerdo respecto a ciertos
puntos, llamados por ello "puntos de convergencia". Lo que
desarrollaremos a continuación constituye una tentativa
de sistematizar algo que, en la práctica cotidiana de cada
uno de nosotros, en realidad es asistemático y que es vivido
más como "clima de acuerdo" que como profundización re-
alizada efectivamente y de manera colectiva por los "insti-
tucionalistas". ¿Qué nos une entonces? Quizás —solo
en tanto que hipótesis provocadora— sea una cierta conver-
gencia respecto a los cuatro puntos que siguen.

1. El cuestionamiento de las formas


de investigación clásicas, tradlcionalmente
aceptadas como "científicas"

¿Qué ha considerado la Universidad en general —y en


particular, los cursos de Psicología— como INVESTIGA-
CION? Sin duda un conjunto de TECNICAS que llevan,
embutidas como sus presupuestos, las ideas de la separa-
ción entre teoría-investigación, y especialista neutro. Sin
embargo, en ciertas prácticas docentes y de supervisión del
mismo modo que en propuestas curriculares nuevas, tam-
bién asistimos a la crítica de esta "política positivista de
investigación", a través de la prioridad atribuida a la IN-
VESTIGACION-ACCION o INVESTIGACION-INTER-
VENCION. La antigua propuesta lewiniana está siendo
resignificada a la luz del pensamiento institucionalista:
actualmente no se trata de una metodología con justifica-
tivos epistemológicos, sino de un dispositivo de interven-
ción en el cual se afirme el acto político que toda investi-
gación constituye. Esto porque en la investigación-in-
tervención se acentúa continuamente el vínculo entre el ori-
gen social y el origen teórico de los conceptos, el cual es ne-
gado implícita o explícitamente, en las versiones positivis-
tas "tecnológicas" de investigación. Y si bien es cierto que
también surgen nuevos modelos o paradigmas basados en
la investigación-acción, también es cierto que estos se ale-
jan cada vez más de los "neutralismos" y "artificia-
lismos". Inspirados en la clínica y en la antropología, se
aproximan de los movimientos políticos: dentro de esta
perspectiva, el investigador se torna un dispositivo que in-
tenta dar voz al acontecimiento político, al experimento
social.
2. El cuestlonamiento de los especlallsmos
profesionales Instituidos

En "El Psicoanalismo", R. Castel afirma algo que es ob-


vio: "La Psicología psicologiza". Ya lo sabemos: se produ-
ce el perito psicólogo del mismo modo que se produce el "in-
dividuo" de la "vida íntima". Pero también podemos pre-
guntarnos: si bien es cierto que trabajamos con niveles psi-
cológicos (o psicologizados) o, para ser más complacientes,
con niveles micro-sociales —individuos, grupos, organiza-
ciones— y que es a ese nivel que se da nuestra INTERVEN-
CION, no es tan claro que sea a ese nivel que nuestro ANA-
LISIS deba situarse. A partir de aquel lugar que nos fue his-
tórica y legalmente designado, ¿no será posible realizar un
desplazamiento estratégico? Ejemplificado: ¿Quién deman-
da nuestra intervención?, Individuos determinados, gru-
pos específicos, la Escuela X, la Comunidad Y, etc. ¿Qué
aparece en nuestra intervención?, ¿el nivel de lo existen-
cial, de lo vivido, de lo cotidiano, de lo...psicológico? ¿Cómo
actuamos?, analizando, coordinando el análisis, provocán-
dolo, instrumentalizándolo. Pero... ¿este análisis se situa-
rá necesariamente en el nivel —digámosle "psi"— en el
que se da la intervención? ¿Tendremos siempre que psicolo-
gizar y despolitizar porque éste es nuestro especialismo ins-
tituido?

3. El énfasis en el análisis de la implicación

Casi la totalidad del presente artículo explora cierto con-


cepto de institución en el que ella no se confunde con la or-
ganización en la que trabajamos (determinada escuela,
cierta comunidad, por ejemplo) ni con las técnicas particu-
lares con que intervenimos (dramatizaciones, grupos de
discusión, etc.). Definimos institución (en el sentido que le
ha dado el Análisis Institucional stricto-sensu) como cier-
tas formas de relaciones sociales, tomadas como genera-
les, que se instrumentalizan en las organizaciones y en
las técnicas, siendo en ellas producidas, re-producidas,
transformadas y/o subvertidas.
También los institucionalistas (o analistas instituciona-
les) instrumentalizan instituciones (produciéndolas, repro-
duciéndolas, transformándolas y/o subvirtiéndolas). El
análisis de esta instrumentalización constituye el análisis
de la implicación, ¿de qué modo? ¿Qué relación tiene esta
idea de implicación con el concepto propuesto de institu-
ción?
No nos parece, al contrario de lo que piensan ciertos auto-
res, que la cuestión principal pueda resumirse a la necesi-
dad de analizar la manera de relacionarse de aquel que
interviene, con los individuos, grupos y organizaciones
con los que trabaja. Nos encontramos aquí en el nivel de
las identificaciones, de las rivalidades o, como máximo,
de las alianzas y conflitos políticos dentro, por ejemplo, de
cierta organización. Esto constituye lo que acostumbra lla-
marse contratransferencia del analista que, llevada a un
nivel más político se denomina contratransferencia insti-
tucional (nosotros la llamaríamos organizacional). Cuan-
do hablamos de análisis de implicación no nos referimos
apenas, y ni siquiera principalmente, a esto. Nos referi-
mos al análisis de los vínculos (afectivos, profesionales y
políticos) con las instituciones en análisis en aquella inter-
vención, en una u otra organización y, de un modo más ge-
neral, al análisis de los vínculos (afectivos, profesionales
y políticos) con todo el sistema institucional. Ejemplifican-
do: si un grupo de practicantes en Psicología de una univer-
sidad particular realiza una intervención en una escuela
pública determinada, ¿qué se incluiría en el análisis de la
implicación? Sin duda que las identificaciones, rivalida-
des, etc. entre los analistas y los alumnos, los profesores, la
dirección, etc. Pero, según nuestro punto de vista, funda-
mentalmente los vínculos con las instituciones en análisis
(la institución universidad y la institución escuela, de
manera más evidente) y los vínculos con todo el sistema
institucional (el público y el privado, el dinero, la comuni-
dad científica, el Estado... e, inclusive, la propia institu-
ción del análisis institucional!!!)
Cuando esta idea de implicación es generalizada a todos
los agentes y grupos sociales envueltos —y no se limita sola-
mente a los llamados "analistas"— ella deriva en la idea
de transversalidad. Individuos, grupos y organizaciones
se vinculan de un modo u otro, tanto con las instituciones
en análisis como con todo el sistema institucional. De este
modo se rompe la ilusión de la totalidad cerrada. Nadie es
más, solamente lo que aparenta ser ("miembro" de "un"
grupo, por ejemplo). Quizás ésta sea una manera de enten-
der la enigmática afirmación de que "estamos atravesados
por las instituciones", como también de pensar el "coefi-
ciente de transversalidad"16 alcanzado en nuestras inter-
venciones y análisis.

4. El análisis de la institución
del Análisis Institucional

Este "punto de convergencia" constituye una necesidad,


que se instaura a partir de una evidencia: al menos dentro
del contexto de Río de Janeiro, las prácticas auto-denomina-
das de Análisis Institucional vienen siendo desarrolladas
casi exclusivamente por profesionales "psi". Psicólogos,
psicoanalistas (a veces ex-psicoanalistas...) y fundamen-
talmente, profesionales "psi" ligados a la institución escue-
la (los antiguos "psicólogos escolares").
lfi En el artículo "La Transversalidad", publicado en Revolución Mole-

cular, F. Guattari utiliza, para ilustrar la noción de coeficiente de trans-


versalidad, la siguiente analogía: "Coloquemos en un campo cerrado ca-
ballos con viseras regulables y digamos que el "coeficiente de transversa-
lidad" será justamente la regulación de las viseras... A medida que vaya-
mos abriendo las viseras, podemos imaginar que la circulación se irá rea-
lizando de manera más armoniosa" (pág. 96).
mente, profesionales "psi" ligados a la institución escuela
(los antiguos "psicólogos escolares").
¿Por qué motivo? ¿En qué direcciones funcionan? ¿Qué
demandas producen? ¿A cuáles intereses atienden? ¿En
qué contextos intervienen? ¿Con qué nivel de poder y presti-
gio? ¿A cuáles grupos se alian y a cuáles se oponen? Estas
preguntas no son simples ni pueden recibir respuestas tota-
lizadoras y "a priori". Solicitan que sean realizados análi-
sis de implicación contextualizados y al interior de inter-
venciones concretas. Por ejemplo: ¿Cómo comparar "a prio-
ri", digamos, una investigación-acción institucional reali-
zada en una guardería comunitaria a pedido de una asocia-
ción de moradores por maestros de psicología, la postura di-
cha institucional de los psicólogos del municipio de Río de
Janeiro en su actuación junto a las escuelas de la red públi-
ca, y las intervenciones realizadas por grupos privados, en
calidad de empresas o asociaciones de analistas institucio-
nales, a pedido de la dirección de establecimientos públicos
o privados? Rechazados los análisis totalizadores y aprio-
rísticos, percibimos que los conceptos que podamos llegar a
producir teóricamente sobre este punto, son inseparables de
su origen social. Ellos piden análisis de nuestra implica-
ción en tanto que profesionales "psi" llamados "institucio-
nalistas", en los cuales podamos poner en práctica cierta
capacidad de interrogación social, en vez de adherirnos a
formas determinadas de corporativismo o de "defensa de
intereses profesionales comunes". Ya que, si el Análisis
Institucional a veces aparece como una valiosa "propie-
dad" de los psicólogos, el análisis de esta institucionaliza-
ción constituye el. más nuevo desafío con el que nos confron-
tamos.
Bibliografía

Lapassade, G. El analizador y el analista. Barcelona, Gedisa, 1979.


Lapassade, G. Socioanálisis y Potencial Humano, Barcelona, Gedisa,
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Lourau, R. A Análise Institucional, Petrópolis, Vozes, 1975.
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