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Retamozo, Martín

Demandas sociales y subjetividad


colectiva. Apuntes para el
estudio de los movimientos
sociales

V Jornadas de Sociología de la UNLP

10, 11 y 12 de diciembre de 2008

Cita sugerida:
Retamozo, M. (2008). Demandas sociales y subjetividad colectiva. Apuntes para el
estudio de los movimientos sociales. V Jornadas de Sociología de la UNLP, 10, 11 y 12
de diciembre de 2008, La Plata, Argentina. En Memoria Académica. Disponible en:
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.6364/ev.6364.pdf

Documento disponible para su consulta y descarga en Memoria Académica, repositorio


institucional de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE) de la
Universidad Nacional de La Plata. Gestionado por Bibhuma, biblioteca de la FaHCE.

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V Jornadas de Sociología – UNLP
Mesa J19. La protesta. Prácticas de movilización política, acción colectiva y movimientos sociales en Argentina

DEMANDAS SOCIALES Y SUBJETIVIDAD COLECTIVA.

APUNTES PARA EL ESTUDIO DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES:


MARTÍN RETAMOZO ∗

I. INTRODUCCIÓN

Desde finales de la década del sesenta1, el tema de los movimientos sociales ha constituido
progresivamente un importante campo de estudio que concita la atención de diversas ciencias
sociales. Este inusitado impulso se debió, en gran medida, a que fue por aquellos años cuando
gran parte de las herramientas analíticas existentes se mostraron incapaces para dar respuestas
rigurosas a los procesos históricos de movilización emergentes. Fueron, así, las experiencias de
los movimientos estudiantiles, feministas, pacifistas, por nombrar algunas, las que provocaron la
necesidad de reflexionar desde nuevas ópticas sobre formas de acción colectiva que aparecían
como novedosas si se compran con las maneras clásicas de movilización. Es así como surgieron,
especialmente en el campo de la sociología política, un conjunto de teorías que proponían nuevos
enfoques. La teoría de la movilización de recursos (McCarthy y Zald, 1977; Jenking, 1994), la
sociología de la acción de Touraine (1990 y 1991, et. al.), el paradigma de la identidad (Melucci,
1994 y 1999), los nuevos movimientos sociales (Lareña y Gusfield, 1994), los estudios centrados
en el proceso político (Tarrow, 1994; Mc Adam, McCarthy y Zald, 1999; McAdam, Tarrow y
Tilly, 2001), fueron algunos de los esfuerzos por avanzar en la comprensión de la movilización
social y la acción colectiva en las últimas décadas.
Sin embargo, en lo que se refiere a cuestiones epistemológicas y metodológicas el asunto no es
tan claro2, tal vez porque encontramos un salto prematuro (que en ocasiones devela una enorme
distancia) desde la discusión conceptual y teórica hacia el problema de las técnicas de


Doctor en Ciencias Sociales (FLACSO-México), Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas
(CONICET-Argentina).Profesor-Investigador del Centro de Investigaciones Socio-Históricas, Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, Calle 48 entre 6 y 7, 8vo. Piso, oficina
811-813. CP. 1900.  martin.retamozo@gmail.com.
1
Esto no significa en modo alguno que antes de esa etapa no existieran preocupaciones sobre el conflicto social y la
acción colectiva.
2
Estas dimensiones, naturalmente, no se encuentren por completo fuera de la agenda de los estudios sobre los
movimientos sociales. Trabajos como los de Giménez (1994) y Schuster (2005) son contribuciones dignas de
mención.

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investigación (cuantitativas y, especialmente cualitativas3) sin un abordaje de los campos


epistémicos pertinentes para el estudio de los fenómenos de movilización social4. Si bien de cada
una de las teorías es posible reconstruir sus supuestos e implicancias epistemológicas –que
pueden rastrearse principalmente en los estudios empíricos- hay un importante campo de
discusión en ciernes en lo que respecta a los ámbitos de investigación pertinentes para abordar el
estudio de los movimientos sociales. La presente ponencia, por supuesto sin pretender en alguna
medida alguna la discusión, se ubica en este intersticio con la intensión de aportar al debate.
Situados en un borde (o en un entremedio), procuramos recuperar algunos aspectos teóricos,
epistemológicos y metodológicos de las demandas sociales como una piedra de toque en la
investigación de los movimientos sociales. En esta perspectiva, en las páginas siguientes
esbozamos una propuesta, a partir de los trabajos de Ernesto Laclau, para considerar a las
demandas sociales como uno de los campos densos de investigación para los temas que nos
ocupan (Krischke y Salazar, 1989).
El estudio de las demandas sociales es fundamental para el abordaje de los movimientos sociales,
en tanto éstos se articulan sobre uno (o varias) demandas que presentan en ámbito público
mediante acciones colectivas. Esto es reconocido explícitamente por algunas definiciones de los
movimientos sociales y es supuesto (muchas veces implícitamente) por otras. No podemos –ni es
el objetivo de este trabajo- en discutir las prolíferas definiciones de movimientos sociales, nos
bastará en cambio partir de un acuerdo mínimo en considerar que sea cual fuere el paradigma
elegido dentro del esquema analítico hay un lugar para la demanda5. Así, el objetivo específico de

3
Entre los trabajos más notables podemos destacar Santalamacchia, Colón y Rodríguez, 1983; Santalamacchia,
1987; Villansante, 1994; entre otos.
4
No obstante es preciso reconocer que en los estudios empíricos necesariamente se construyen lugares privilegiados
en términos epistemológicos. Así, la Teoría de la Movilización de Recursos se focalizó en aspectos organizacionales
y en los recursos disponibles, y la literatura centrada en el “Proceso Político” atendió también variables del sistema
político llegando a incorporar aspectos culturales como los “marcos de significación” (McAdam, 1994; Klandermans
y Johnson, 1995; Chihu Amparán, 2000).
5
Esto puede constatarse incluso en las concepciones enfocadas al comportamiento colectivo como la Escuela de
Chicago o los trabajos pioneros de Neil Smelser que hacían referencia a los agravios (deseos y expectativas) como
una causa de la acción colectiva. Los estudios posteriores, centrados en la privación relativa (Ted Gurr) también
repararon del lugar relevante de las demandas en la explicación de la movilización social. En algunos enfoques
contemporáneos esta presencia es explícita para definir un movimiento social –aunque en modo alguno lo agota-
como en el caso de Schuster y Pereyra (2001:50), en otros se encuentra latente en la mirada sobre las
reivindicaciones, los intereses y los conflictos (Touraine, 1987 y 1997; Tarres, 1992). No obstante esta persistente
presencia, el abordaje sobre las demandas sociales no ha sido un tópico lo suficientemente atendido por los
estudiosos del tema, en esta perspectiva se inscribe nuestra pretensión de contribución al debate con estos apuntes
para la investigación.

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la ponencia consiste en exponer ciertos ejes que ubican a las demandas sociales como un espacio
importante en términos epistémico-metodológicos, factible de ser constituido como espacio
mínimo de análisis y la investigación, e insuficientemente desarrollado por las teorías que guían
el estudio de los movimientos sociales.
El presente trabajo se estructura del siguiente modo. En la primera parte proponemos reconstruir
algunas de las nociones básicas de la teoría política contemporánea en referencia a la
conformación del orden social. Esta sección inicial permitirá situarnos en un universo conceptual
que recupera aspectos teóricos para pensar el orden los cuales serán relevantes para la
epistemología de las demandas y permitirá sentar las bases para la discusión de la segunda parte
que busca problematizar el campo específico de las demandas sociales al considerarlo con
potencialidad heurística. En la segunda sección exploraremos el vínculo entre demandas,
movimientos sociales, así como el conflicto por la constitución del orden social. Finalmente
presentamos algunas reflexiones de orden epistémico-metodológicas.

II: ORDEN POLÍTICO Y DEMANDAS SOCIALES: NOTAS PARA SU CONCEPTUALIZACIÓN.

No es nuestro objetivo exponer con exahustividad la teoría política que autores como Ernesto
Laclau, Claude Lefort o Jacques Rancière vienen construyendo desde hace décadas, sino
incorporar las categorías y movimientos conceptuales que sitúan la posibilidad de pensar una
epistemología de las demandas sociales capaz de aportar en la comprensión de los movimientos
sociales.
Para pensar el proceso de constitución del orden social conviene distinguir analíticamente cuatro
categorías: lo social, la sociedad, lo político y la política. Pues bien, a lo social nos referiremos
como un espacio indeterminado y potencialmente infinito de prácticas humanas sedimentadas las
cuales las cuales exceden el momento de constitución de la sociedad. Autores como Laclau
(2000:52) y Castoriadis (1986) han referido de diferentes maneras a un campo que excede el
momento instituido de la sociedad6. Lo social funciona como un terreno infinito, como un

6
Ambos autores proponen distinciones analíticas en el plano ontológico que son fundamentales. No obstante, la
interpretación que en este trabajo se defiende implica cierta distancia tanto con la consideración de Castoriadis de un
espacio natural (pre-social) donde lo histórico- social (la sociedad) se “apoya”; como de Laclau, autor en el que
podemos reconocer al menos tres usos de “lo social”: a) como sinónimo de sociedad; b) como “prácticas sociales

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trasfondo donde se produce una operación que intenta poner cierto imposible orden finito. Este es
el momento de lo político donde mediante una operación hegemónica se sujetan sentidos, se
detienen desplazamiento y se sobredetermina un espacio social dando lugar a la sociedad o al
orden social. Esa constitución del orden social (“la sociedad”) es siempre fallida porque no todo
“lo social” puede ser representado en “la sociedad”, necesariamente hay un exceso que
permanece fuera (como lo Real lacaniano se resiste a la simbolización).

La primacía de lo político sobre lo social debe entenderse a partir de concebir la función de


institución que el primero tiene sobre lo segundo. Autores como Lefort (1991) y Castoriadis
(2007) han dedicado sus mejores reflexiones a los asuntos propios de esta distinción tan relevante
aunque frecuentemente olvidada entre lo político (lo instituyente) y la política (lo instituido). Es
en el momento de lo político donde se produce la sociedad mediante una operación hegemónica
que ordena el plexo de lo social sedimentado para otorgarle un orden precario sobre la base de su
propia contingencia. En efecto, hay una indeleble contingencia que sobrevuela y atraviesa al
orden social aún cuando gran parte de la reproducción de un orden dado radique en el olvido de
esa contingencia originaria.
El recuerdo de la situación originaria es, precisamente, la apertura de ese territorio de “lo
político” donde se hace presente la patencia de esa contingencia. Es, como dice Zizek “el
momento de la apertura, de indecibilidad en el que se cuestiona el principio estructurante de la
sociedad, la forma fundamental del pacto social” (1998:253). Este retorno es posible en tanto la
constitución de un orden social se erige sobre una operación de exclusión de alternativas sociales
(otros ordenes sociales) igualmente posibles. De este modo, el orden social debe entenderse de
este modo como una construcción histórica, contingente y discursiva mediante una operación
hegemónica. Para Laclau, el terreno de la constitución de la hegemonía es el discurso (Laclau,
1985:23), es decir, que requiere de una operación significante orientada a la articulación de
elementos que entran en un juego relacional que los reconfigura. La centralidad de la categoría de
“discurso” no debe hacer pensar en una forma de idealismo, la sociedad es discurso porque es una
articulación de elementos, una ordenación particular de elementos. En este aspecto no hay que
confundir discurso con actos de habla y escritura, la noción en Laclau tiene otro status teórico y

sedimentadas”, naturalizadas al interior del orden social y que pueden “reactivarse”; c) como campo que excede lo
simbólico (al orden social). Este tercer uso es el que privilegiamos en este trabajo.

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epistemológico referido a ese conjunto de relaciones sociales y producciones de sentido que


componen determinada sociedad. Esta noción de orden social como una articulación discursiva
hegemónica de relaciones sociales será central a nuestros propósitos.La operación de constitución
de la sociedad es necesariamente hegemónica y supone un ejercicio de la lógica de lo político que
produce cierta estructuración de las relaciones sociales al que denominamos orden social. El
orden social no es un todo homogéneo y sistemático, en rigor de verdad es un imposible orden
contingente jaqueado por el fantasma de su constitución fallida.
Hasta aquí hemos definido, muy sucintamente por cierto, lo social, la sociedad y lo político, pero
nos queda un elemento analítico adicional: la política. Por el espacio de “la política” podemos
entender –junto a Laclau y en su tradición desde Schmitt, Lefort y Castoriadis- un subsistema
social orientado a la gestión y la administración de determinado orden social (Lechner, 1986,
Arditi, 2005). La tarea de la política, mediante sus instituciones, -dicho muy esquemáticamente-
es lidiar, administrar, gestionar y disolver los conflictos suscitados en determinada sociedad7.
Ahora bien, es importante concebir que al interior del orden social (que es, recordémoslo, un
discurso), y como resultado de esas relaciones sociales estructuradas mediante una operación
hegemónica, existen diferentes nombres y lugares8. Dicho en otro registro, el orden es una
multiplicidad de relaciones sociales parcialmente estructuradas y de muy diferentes status que
componen el mundo social que lo reproducen y lo transforman. Y esta estructuración (que nace
de un acto hegemónico indisociable del poder) produce en su interior diferencias, exclusiones,
nombres, lugares, que se naturalizan históricamente pero que tienen el reverso de la contingencia.
Estamos hablando de la producción de la desigualdad, la asimetría, las relaciones de
sometimiento y explotación que surgen como resultado de determinada ordenación social
particular en la historia.
¿Cuáles la relación entre estas consideraciones del orden social y las demandas? Sigamos un
poco más y tal vez se comprenderá. Sucede que estas exclusiones construyen las desigualdades al
interior de las sociedades y es precisamente éste uno de los aspectos del orden social que es
necesario destacar a los fines de nuestra preocupación: esa producción de diferencias al interior

7
Benjamín Arditi (2007) reprocha con acierto a la teoría posmarxista la falta de profundización analítica en el
abordaje de “la política”, como si se evidencia en el tratamiento exhaustivo de “lo político”
8
Con la referencia a los “nombres” no queremos caer en un nominalismo y con “lugares” en una mala metáfora
topológica, antes bien buscamos destacar que el orden social hegemónico produce necesariamente diferencias a su
interior que no son independientes del poder.

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propone relaciones de poder que instauran posiciones subalternas y posiciones dominantes. Es


decir, hay al interior del orden una serie de relaciones sociales asimétricas que producen
posiciones que están subordinadas a otras en el sentido de que están sometidas a sus decisiones.
La estructuración de la sociedad contiene así una puralidad de diferencias (posiciones de sujeto al
decir de Laclau y Mouffe, 1987) algunas de las cuales implica definir posiciones dominantes y
por ende, a su reverso, subalternas.

La totalidad discursiva se produce como un sistema de diferencias que requiere de una operación
de exclusión y ese orden contingente se reproduce cuando la policía logra fijar los sentidos
dominantes. No obstante este ordenamiento puede ponerse en cuestión a partir de la producción
del antagonismo que revela los límites de la objetividad. La construcción de la sociedad humana
indefectiblemente produce de alguna manera esas posiciones de desigualdad. En los términos de
Enrique Dussel: “todo sistema político (…) no puede ser nunca perfecto (sería necesario tiempo
infinito, inteligencia y voluntad ilimitadas, etc.,) produce inevitablemente efectos negativos, en el
mejor de los casos no intencionados” (2006:101), estos efectos negativos son sufridos por las
víctimas del sistema (Dussel, 1998).
En su concepción, Rancière (19996 y 2000) identifica que la conformación de un orden social se
configura a partir de establecer lugares y nombres que ocupa cada uno de los habitantes de la
polis. Ahora bien, ese ordenamiento de la desigualdad de lugares y nombres tiene como reverso
la suposición (la adopción como premisa) la idea de la igualdad (d'égale liberté). Esta falla del
orden democrático es la que produce la posibilidad del acto excepcional y milagroso de la
política9, cuando los sin-parte, los no-contados se rebelan contra esa situación, cuestionando el
lugar y los nombres dados, presentando el desacuerdo. Allí hay un intento de (auto)subjetivación
por fuera de la estructura dominante y por lo tanto un espacio de decisión-acción, un nuevo lugar
de enunciación. Los no contados muestran e inscriben en el cuerpo de la sociedad su desacuerdo
con un orden social que los daña (los victimiza para decirlo con Dussel, los oprime para decirlo
con Laclau).
Es este un aspecto clave para la conceptualización de las demandas sociales puesto que serán
éstas las que presenten de forma sintomática el desacuerdo sobre las formas particulares del

9
Rancière considera a “la política”, en una acepción diferente a la utilizada aquí, como el encuentro entre la policía y
su lógica de dominación es atravesada por la lógica igualitaria (1996:31).

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orden social. El orden social contemporáneo está atravesado por una multiplicidad de
subordinaciones (como las de clase, de género, las étnicas, ecológicas) no obstante esto no quiere
decir que allí se erijan inmediatamente actos de protesta, acciones o movilizaciones por acabar
con esas situaciones o relaciones sociales, algo que significaría un tipo de mecanicismo10. La
identificación de posiciones subalternas (las víctimas, los dañados) nada nos dice aún de la
capacidad de que esas relaciones sociales produzcan actores políticos. Laclau (1985:39) establece
una sutil pero potente distinción entre subordinación y antagonismo que permitirá pensar el paso
a la construcción de demandas y acción política.
Para Laclau y Mouffe (1985) la estructura descentrada hace imposible identificar un eje
privilegiado de antagonismo e invita a pensar en una pluralidad de posiciones posibles de
politizarse y constituirse como seno de lucha social. Esto es así porque todo intento (fallido) de
constituir ese objeto necesario e imposible que es la sociedad supone una estructuración
particular de lugares subalternos y lugares dominantes en el tejido social, en consecuencia
produce en su interior una multiplicidad de posiciones asimétricas. Laclau y Mouffe utilizan
“subordinación” para referirse a la situación de determinadas posiciones de sujeto que están
dominadas por otras (mujer/varón, homosexual/heterosexual, negro/blanco), mientras que
reservan el término “opresión” para la construcción de la demanda sobre una situación de
subordinación. Aquí las demandas emergen como un lugar de mediación entre una situación
estructural de subordinación y la construcción de posibles antagonismos.
En una perspectiva convergente, Boaventura de Sousa (2006) también reconoce la multiplicidad
de relaciones de subordinación pero identifica seis espacios estructurales donde pueden
reconocerse formas distintas de poder y donde pueden surgir diferentes demandas. De esta
manera nos llama la atención sobre espacios, temporalidades y campos que pueden reconocerse
en las formas de sociabilidad contemporánea: a) el espacio tiempo doméstico con su forma de
poder patriarcal; b) el espacio tiempo de la producción con su forma de poder de explotación; c)
el espacio tiempo de la comunidad donde el poder se plasma entre los que pertenecen a la
comunidad y quienes no; d) el espacio estructural del mercado, donde la forma de poder es el
fetichismo de la mercancía; e) el espacio tiempo de la ciudadanía, cuya forma de poder aparece

10
Autores clásicos como McCarthy y Zald repararon en la existencia de una multiplicidad de motivos de queja y que
no todos cobran fuerza y visibilidad en el espacio público o concitan acción colectiva. Esto motivó la atención de los
recursos para la movilización en torno a una queja.

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en la relación vertical entre los ciudadanos y el Estado y f) el espacio tiempo mundial en cada
sociedad que se vincula con el poder de un intercambio desigual entre países.
Boaventura de Sousa advierte la necesidad de una innovación teórica orientada hacia la
emancipación para lo que se necesita una nueva noción de democracia mucho más amplia que
cambie los lugares de poder-saber por relaciones de autoridad compartida. Más allá de esto, para
nuestra discusión es extremadamente importante identificar esos “espacios-tiempos” que el autor
identifica para pensar allí la elaboración de demandas sociales. Es decir, surge como relevante
poner atención a la posibilidad de elaborar demandas allí donde se encuentra es poder. Son estos
campos (espacios-tiempos) los que constituyen nodos articulantes del orden social, espacios que
pueden investigarse como terrenos de constitución de las demandas sociales, los antagonismos,
las identidades y los movimientos sociales.
De este modo podemos comprender el vínculo conceptual entre demanda y antagonismo. Los
antagonismos son un producto social posibilitado por la identificación de una diferencia que tiene
lugar al interior de la estructura social, la cual es considerada como injusta o indeseable y es
presentada en el espacio público como una demanda. A partir de la elaboración de una demanda
sobre una relación social de subordinación es posible construir espacios de antagonismo (para lo
que resulta imprescindible definir un “otro”). Quién, por qué y cómo se produce la demanda que
origina el antagonismo son asuntos para las cuáles aún nos falta caminar preguntando y para el
cual los conceptos de dislocación y subjetividad pueden ser claves.
Para Laclau el antagonismo designa una relación que no puede subsumirse bajo la noción de
contradicción lógica ni de oposición real (Laclau, 1985). Los antagonismo, para Laclau, “no son
relaciones objetivas sino relaciones que revelan los límites de toda objetividad” (Laclau y
Mouffe, 2004:14), son productos sociales emergentes de una acción de resistencia a los
resultados de la estructuración de las relaciones sociales (Laclau, 2000:25). Esta definición nos
ayuda a pensar que el antagonismo erigido en determinadas relaciones sociales es una
manifestación de recuerdo de la contingencia, la presencia del espectro de que todo puede ser
diferente, la apertura de lo político aunque sea solamente una grieta en el orden social
hegemónico. Allí la sutura que ordena parcialmente la estructura puede ser una fisura por la cuál
se cuela lo que Ernest Bloch llamó “todavía-no” del principio esperanza, es decir, esa apertura
para potencialmente hacer posible lo que es imposible. La emergencia de antagonismos abre la
posibilidad de la reconfiguración del orden social y son las huellas de la contingencia las que se

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levantan haciendo evidentes las limitantes de un intento de constituir la sociedad como algo pleno
e idéntico. El antagonismo es la encarnación de un espectro que regresa para abrir lo político
donde la política se muestra impotente.
La contingencia e historicidad de las posiciones subordinadas y su potencial para -mediante la
constitución de antagonismo- configurarse como opresivas nos abre un campo de estudio
fundamental para comprender los conflictos sociales y las movilizaciones colectivas. Esta
posibilidad de nuevas decisiones que constituyan sujetos sólo puede pensarse en un espacio en
que el orden social fracasa. Y, como vimos, el intento de cierre hegemónico siempre es fallido.
No por esto hay que pensar que todas las estructuraciones sociales son semejantes puesto que
estas son históricas habrá algunas con mayor poder de eficacia en sus operaciones de sutura. Pero
todo orden es pasible de entrar en crisis. Gramsci llamó crisis orgánicas a esos fracasos de los
sectores dominantes por extender el consenso a los otros grupos sociales, Laclau radicaliza la
noción en el concepto de “dislocación” para hablar de esos momentos donde la estructura deja
mayores espacios a la libertad, ya no decide por todos en todo momento sino que sus grietas son
campos decisionales11. Los sujetos12, en lugar de condenados a la repetición pueden abrir la
diferencia, constituirse y expandir los efectos dislocatorios13.
La lógica de la conformación de los sujetos sociales en estas condiciones dista mucho de ser
lineal, por lo tanto poco se ganaría con proponer un esquema del comportamiento general. No
podemos aquí detenernos en una teoría de los sujetos sociales tarea urgente pero que nos excede,
nuestro objetivo, más acotado, es proponer espacios de estudio para el análisis de estos conflictos
a partir de las demandas sociales. Esto supone analizar las formas de libertad abiertas en la
dislocación y avanzar en comprender que la dislocación no nace de la nada ni como un efecto
aleatorio por lo fallido del cierre hegemónico. Si el orden contiene de alguna manera al conflicto
y está marcado y cruzado por la represión de alternativas es necesario pensar en cómo este

11
Como acertadamente destaca Emilio de Ípola (2000) a pesar de la centralidad de la categoría de decisión para el
pensamiento postestructuralista (en particular para su noción de sujeto) es notablemente escasa la atención que a ella
se ha destinado. En nuestra concepción la decisión es un momento de la subjetividad previo al sujeto que tiene
función instituyente.
12
La presentación de aportes para una teoría de los sujetos sociales excede los límites del presente trabajo. Nos basta
con una definición provisoria y acotada de sujetos sociales como configuraciones inter)subjetivas colectivas estables
y con rasgos identitarios involucradas directamente en los procesos de dar sentido a situaciones, acontecimientos o
relaciones sociales. Para una discusión sobre las teorías de los actores colectivos (Estrada Saavedra, 1997)
13
En otra tradición esta instancia de disrupción de la lógica de la repetición y las condiciones para la aparición y la
novedad es recuperado por Hannah Arendt, allí distinciones liberación y libertad, poder y violencia juegan un papel
importante en la concepción de la acción política.

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exterior contenido regresa, cómo este retorno de lo reprimido constituye un proceso histórico, de
lucha y donde las subjetividades y los sujetos tienen un lugar. Estamos en el terreno de la relación
sujetos sociales, subjetividad política y orden social, en particular para comprender el paso de la
subordinación al antagonismo mediado por las demandas.
Allí es dónde el punto de llegada teórico de las reflexiones que seguimos a partir de Laclau, es el
punto de partida para otras exploraciones. ¿Cómo se produce el paso de una relación social de
subordinación al antagonismo?, o dicho de otra manera: ¿cuál es el proceso de conformación de
las demandas sociales? ¿Cómo se vinculan las demandas sociales a la formación de actores,
identidades y sujetos? ¿Pueden erigirse demandas de los sectores dominantes? ¿Cómo es posible
pensar la relación entre demandas sociales y orden social? ¿Cómo investigar las demandas
sociales?

III. DEMANDAS SOCIALES: SUJETOS Y MOVIMIENTOS

El abordaje de las demandas sociales puede realizarse desde diferentes plataformas las cuales
pueden ser integradas gracias a que ofrecen ángulos analíticos complementarios. En una primera
aproximación, la demanda puede ser entendida, siguiendo a Laclau (2005), al menos en dos
acepciones: como petición y como reclamo. La petición se asemeja a una solicitud que alguien
elabora sobre un asunto a la autoridad que considera competente14. Allí, en principio, nada hay de
beligerancia, no obstante esa demanda puede adquirir estatus de reclamo y por lo tanto una
interpelación imperativa de un agente hacia otro para satisfacer la solicitud. Esta dimensión de las
demandas se erige en principio relacionada al ámbito de “la política”. La expansión del
imaginario democrático en el mundo contemporáneo en este plano ha generado la proliferación
de espacios donde se construyen demandas basadas en los principios de igualdad, libertad,
invocando el respeto a los derechos sociales, políticos, sociales y económicos o en forma más
genérica de los “derechos humanos”. En efecto, gran parte de los procesos políticos tienen en las
demandas un elemento constitutivo de sus movimientos15.

14
Esta característica hace que autores como Luhmann (Torres Nafarrate, 2004) se refieran a los movimientos
sociales como movimientos de protestas asignándoles la función de elaborar demandas hacia el sistema político para
que éste lo procese de acuerdo a su lógica.
15
Un tratamiento exhaustivo de ciertas implicaciones del concepto de demanda en Laclau puede encontrarse en el
notable trabajo de Santiago Carassale (2007)

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Desde una segunda perspectiva, el estudio de las demandas tiene una dimensión que es iluminada
desde el psicoanálisis. En esta orientación Frederic Jameson (1995) en referencia al esquema “L”
de Lacan distingue entre la “necesidad” como hecho puramente biológico y la “demanda” que
necesariamente está mediada por el lenguaje. En este plano, y descartando el acceso a un hecho
biológico puro o a una necesidad objetiva, se abre un importante campo de estudio sobre los
discursos que constituyen la demanda. El estudio de la constitución discursiva de esa “falta” que
se vincula con el deseo16 conduce, por ejemplo, como dice Castoriadis (2007) a reubicar la
importancia específica de los imaginarios sociales. Los elementos que intervienen en la
construcción de la demanda tienen un carácter productivo de una nueva situación que además
abre al campo de la acción.
Pero además es necesario ubicar la demanda en un tercer registro, esta vez en clave filosófica,
como el espacio propio de la lucha por el reconocimiento. Si, como dice Hegel en la
Fenomenología del Espíritu: “la autoconciencia es en y para si en cuanto que y porque es en sí y
para sí para otra autoconciencia; es decir solo en cuanto se la reconoce” (1992:113), entonces en
ese deseo elaborado como demanda encontramos las huellas del paso de la subjetividad al sujeto.
En otras palabras, la demanda lleva una huella que la orienta hacia el otro, hacia su
reconocimiento, interpelando de alguna manera a la alteridad. Si traducimos en clave colectiva,
podemos afirmar que en la construcción de la demanda social se encuentra inscripta una solicitud
hacia otros (sistema político, actores o sujetos) que lleva aquellos que referimos al principio: un
pedido o reclamo.
Procurando articular sintéticamente lo antes expuesto encontramos que la demanda tiene una
función performativa fundamental en la constitución de los sujetos colectivos con capacidad de
acción: los movimientos sociales. La identificación de una situación como injusta, la elaboración
del pedido-reclamo, la interpelación de las alteridades y la lucha por el reconocimiento son
aspectos que indudablemente vinculan a las demandas con los movimientos sociales. Estos tres
registros están evidentemente vinculados, aunque puede descomponerse con fines analíticos.

SUBJETIVIDAD Y DEMANDAS SOCIALES

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Un debate entre Lacan y Castoriadis tiene como objeto determinar la primacía de la falta sobre el deseo o viceversa
(Elliot,1995)

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La construcción de la demanda en los tres registros (petición y reclamo, deseo y reconocimiento)


suponen necesariamente la injerencia de la subjetividad para su constitución. En la elaboración de
la demanda como petición-reclamo los procesos subjetivos juegan un papel fundamental en la
posibilidad de identificar una relación social o un acontecimiento como factible de ser llevado al
espacio público17. Precisamente esa capacidad de “identificar” una situación como sitio donde
erigir una demanda, los destinatarios de la misma, la estructura de su argumentación y los medios
para llevarla a adelante son aspectos que implican necesariamente a la subjetividad. Entendemos
por subjetividad colectiva, siguiendo a Enrique de la Garza (2001) la configuración y
articulación de códigos de significados (presentes en la cultura) para dar (construir) sentido a una
situación (interpretación). En este plano podemos considerar que es la subjetividad la que
moviliza diferentes significados y dota de un sentido particular a la relación social para hacerla
eje de un reclamo que se considera legítimo. De la misma manera, tal como recupera Jameson, la
construcción de las demandas es algo que no puede pensarse independientemente del lenguaje –
de la articulación discursiva- que produce o inscribe una situación como una demanda-deseo. La
posibilidad de inscribir determinada situación, relación social o “necesidad” en un espacio
discursivo es imprescindible para la producción de la demanda. La demanda requiere de la
intervención de la subjetividad para erigirse como tal en el trasfondo del mundo de la vida de los
hombres.
La demanda permite poner en cuestión alguna relación social y sacar al sujeto de su posición, lo
arroja a un terreno de constitución abierto por el corrimiento –y producción- de un nuevo lugar de
enunciación. En este sentido, la demanda –análogamente a la decisión en el postestructuralismo-
es un momento de la subjetividad antes del sujeto. La elaboración de la demanda –como veremos
con intervención de la subjetividad- permite construir un lugar de enunciación diferente al
regulado por la repetición. Son los espacios de relativa autonomía los que se utilizan para
constituir campos de acción. El ejercicio de la acción tiene una función performativa del sujeto
(Naishtat, 2004:331), con lo que su análisis se vincula directamente a la comprensión de la
conformación de la protesta y eventualmente de los movimientos sociales.

17
La referencia a la vinculación de la protesta social con el espacio público ha sido trabajada de manera notable por
Francisco Naishtat (1999 y 2005)

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La construcción de la demanda involucra una intervención de la subjetividad colectiva para


operar sobre una relación social particular, “objetiva” y significarla como lugar de un
antagonismo. Esta construcción de la demanda es eminentemente social y, en el plano que nos
interesa, el proceso de construcción subjetiva es colectivo. Conviene aquí precisar que la
referencia a la subjetividad colectiva no implica una especie de subjetivismo sino la necesidad de
pensar en las configuraciones de sentidos colectivos articulados para hacer inteligible
(significativa) una situación de una determinada manera. En este aspecto la subjetividad colectiva
es un proceso histórico-social factible de ser reconstruido mediante investigaciones rigurosas que
apuntan a indagar en los códigos de significados movilizados para dar sentido. Estos códigos son
condensaciones de sentidos precariamente sujetadas a contenidos particulares y tienen un origen
histórico, frecuentemente disputado. Asimismo no pueden analizarse atómicamente puesto que
actúan a la manera del discurso, produciendo diferencias, desplazamientos, metáforas,
metonimias y al estar abiertos admiten ser redimensionados en el proceso de construcción de las
configuraciones.

En consecuencia, no podemos disociar tampoco la construcción de la demanda de los sentidos


históricos y las subjetividades involucradas para identificar una situación como demanda.
Tampoco podemos soslayar la importancia de la subjetividad y la intersubjetividad en la
posibilidad de establecer un campo común con otras demandas, esto es, para la articulación
“equivalencial” (Laclau, 2005) y la expansión de la demanda hasta involucrar a otros actores
sociales. La posibilidad de extender sentidos compartidos y conformar subjetividades colectivas
será un clave para indagar la formación de movimientos sociales porque permitiría investigar las
lógicas de extensión y amalgama de las demandas hasta formar conglomerados constitutivos de
los movimientos.

En vistas a lo anterior podemos destacar la necesidad imperiosa de indagar en la lógica de la


producción de las demandas sociales entendidas como una construcción social y colectiva que
surge de la interpretación de una situación a partir de determinada configuración de significados
que la dota de un sentido particular. Este sentido hace que la demanda sea construida como
legítima y justa, por ende habilitante para la acción. Ambos términos (legítimo y justo) carecen
de sentido positivo y sólo se vuelven significativos en un discurso que los incluye relacional y

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diferencialmente. Emerge aquí la importancia de los códigos, muchos de ellos binarios como dice
Luhmann (1996), tales como justo/injusto, bueno/malo, correcto/incorrecto, moral/inmoral, etc.,
que son movilizados para dar sentido a determinada situación. Los sentidos colectivos
convocados en cada elaboración de la demanda se convierten, como consecuencia, en un espacio
analítico de relevancia los cuales pueden ser investigados de forma rigurosa. Lo mismo sucede
con los procedimientos y lógicas utilizadas para la asignaciones de sentidos que nos acercan tanto
a las teorizaciones sobre el sentido común y la vida cotidiana en autores como Alfred Schütz y
Agnes Heller, como los espacios abiertos frente a experiencias extraordinarias que dislocan la
cotidianeidad como puede ser la participación activa en un movimiento social.
No obstante la variabilidad de los sentidos de la demanda, es necesario anotar que todas tienen
una estructura que procura legitimarla, un ejemplo puede ayudar a ilustrar: la demanda por
ciudadanía elaborada por inmigrantes “ilegales” tiene pretensiones de justicia por parte de los
participantes de los movimientos que los agrupa, mientras que la demanda por la expulsión de
esos inmigrantes por parte de grupos xenófobos también tiene pretensión de justicia. En este
momento del análisis no nos ocupa distinguir éticamente el contenido de las demandas sino poner
el acento en la importancia de indagar en la lógica de su construcción. Las demandas son, así,
relaciones sociales o situaciones que se revisten de cierto significado que las hace injustas, no
deseables y factibles de cambio18. La construcción de la demanda es el resultado de un proceso
donde interviene la subjetividad para significar de una determinada manera cierta relación social.
Esto produce que un sector de la población decida actuar para buscar modificar esa situación
percibida como injusta, sentida –parafraseando a Rancière (1996)- como un daño19. Para que
exista una demanda, esto es una relación social percibida como opresiva, se requiere de una
subjetividad que la instituya como tal.
Lo anterior nos abre dos grandes campos iniciales de investigación: la estructuración del orden
social particular (su historicidad, articulación de tiempos y espacios, relación de los procesos
globales y los locales, etc.) y la subjetividad (también su historicidad, su gramática, sus lógicas,
contenidos, etc.). Ambos espacios son fundamentales. La estructuración del orden social permite
el análisis de las posiciones de sujeto y el reconocimiento de un conjunto de relaciones sociales

18
Con esta definición mínima de “demanda” comprendemos también aquellas elaboradas por sectores dominantes o
conservadores.
19
Esto implica, como argumenta Antonia Muñoz (2006) concebir que hay demandas que se ubican, en principio,
fuera de lo que Rancière concibe como lógica de la igualdad.

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posibles de entender como subordinación. No obstante, en tanto la demanda no es algo “objetivo”


sino, repitámoslo, la falla de la objetividad misma, es necesario incorporar el campo vinculado a
la subjetividad colectiva para indagar cuando una relación social de subordinación se construye
como injusta y seno de una demanda. La situación de no contar con agua potable, servicios
sanitarios, salud y educación puede considerarse como una situación desventajosa pero no por
ello necesariamente espacio de una demanda concreta. Por ejemplo, exigir estos servicios en el
siglo el siglo XVI hubiera sido una demanda impensada20, asimismo en la actualidad en muchas
regiones no existe la demanda aunque domine esa situación. Esto quizás se debe en que la
subjetividad colectiva y el campo semántico no están preparados para la posibilidad de interpretar
esa situación como injusta y legitimante de una acción que la niegue. Las demandas, en este
sentido, condensan historicidades a la vez que son históricas. En este mismo sentido puede
interpretarse las palabras de Castoriadis sobre los alcances y limitaciones de la demanda: “tengo
deseos, y siento la necesidad, para vivir, de otra sociedad que la que me rodea (…) No pido la
inmortalidad, la ubicuidad, la omnisciencia. No pido que la sociedad me dé la felicidad; sé que no
es esta una ración que pueda ser distribuida en el Ayuntamiento o en el Consejo Obrero (…)
Pero en la vida, tal como está hecha para mi y para los demás, topo con una multiplicidad de
cosas inadmisibles, repito que no son fatales y que corresponden a la organización de la sociedad
(2007:146-147). Castoriadis sugiere apuntes valiosos que en nuestra discusión se insertan en la
revalorización de los sentidos legitimantes de la acción. En la construcción de lo que se puede
demandar y aquello que no puede ser instalado como una demanda en un momento determinado.
Además, casi al pasar, Castoriadis repara en las instituciones de la política que gestionan
determinado orden social (Ayuntamiento, Consejo Obrero) y, en efecto, como reverso de la
demanda es importante indagar en la capacidad de las instituciones que gestionan el orden social
para dar respuestas, definir, desplazar o cancelar el conflicto. Esto dirige nuestra atención
metodológica hacia otro ámbito de investigación, además del contenido de la demanda (tanto
literal como su exceso metafórico): la propia composición de las instituciones y su
funcionamiento entrópico pueden arrojar diversos resultados a la hora de procesar las demandas
sociales. Por ejemplo, el pedido de un semáforo o la extensión de la red de agua potable bien
puede ser absorbido diferencialmente por la gestión del orden (el municipio), sin embargo

20
Por supuesto que la indeterminación de la historia permitiría que un grupo de nobles elabore esa demanda por
servicios de salud, educación y servicios sanitarios.

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problemas burocráticos, ineficiencias o especulaciones políticas pueden conducir a que no se


satisfaga el reclamo. Esto puede generar diferentes consecuencias, tanto la construcción de un
campo fértil para la expansión y articulación de otras demandas, la construcción de una alteridad
(“el gobierno que incumple sus deberes”) como la cancelación de la demanda por el desaliento
(“es inútil, nadie nos atiende”). Es esto lo que hay que estudiar en cada caso y allí la historicidad
del orden, la historia de las relaciones sociales, sus actores e instituciones, sus imaginarios, las
experiencias ancladas en la memoria histórica, etc., serán aspectos fundamentales. Además es
necesario tener en cuenta que las demandas no son unívocas sino que muchas veces se prestan a
juegos de hegemonía tendientes a dotarlas de una orientación particular y una orientación
especifica.
La historicidad y la estructura de la demanda son campos que aunque frecuentemente
descuidados ameritan un estudio serio. La construcción de la demanda esta sobrecargada de
sentidos históricos que fungen como su condición de posibilidad (y en determinadas ocasiones
pueden ofrecernos pistas sobre sus limitaciones) y operan en la producción del sujeto. Lo cierto
es que a priori sería muy difícil determinar los alcances de las demandas por lo que, a la
estructura de la demanda y su campo, es necesario agregar la conformación del orden social que
puede ser más o menos capaz de absorber la demanda. En este aspecto consideramos como
relevante analizar el contenido de las demandas en tanto su composición puede ayudarnos a
comprender la capacidad o no del sistema institucional de cancelarla diferencialmente. En este
camino conviene distinguir analíticamente el contenido literal de una demanda y su exceso
metafórico (el que se vincula con su capacidad de tornarse tendencialmente vacío, como dice
Laclau). En efecto, una demanda por poner fin a la propiedad privada no puede considerarse
similar al pedido de un semáforo, aún cuando ambas permanezcan aisladas no pueden ser
absorbidas igualmente por la estructuración del orden social vigente. Posiblemente tampoco
ambas tengan la misma capacidad de ganar en vacuidad y presentarse como hegemónica de otras.
Tal vez tampoco las dos tengan la misma capacidad de interpelación a los vecinos de un barrio
con problemas de tránsito.
No obstante, nos quedaríamos con un análisis sesgado si sostuviéramos que las demandas se
agotan en su sentido literal. Las demandas, como construcciones discursivas, provocan
desplazamientos metafóricos que pueden rearticular a otras demandas, por lo tanto a la atención a
los contenidos manifiestos de las demandas es necesario complementarlo con el análisis de los

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excesos metafóricos. Precisadamente, en la capacidad de ganar en vacuidad y situarse como


significantes vacíos21 radica mucho de la posibilidad de pensar en los procesos mediante los
cuales una determinada demanda es un nodo que amalgama a otras22.

DEMANDAS SOCIALES: LA DISPUTA POR EL ORDEN SOCIAL

La elaboración de la demanda es un aspecto fundamental y lógicamente previo al antagonismo,


aunque en el ámbito abierto del antagonismo pueden reelaborarse y producirse nuevas demandas.
La demanda se produce en un intersticio del orden social como una “falta” y puede convertirse en
vehículo de efectos dislocatorios, algo que dependerá de la capacidad de articulación de las
demanda pero también del contenido (literal y su exceso metafórico). El estudio de la densidad de
las demandas sociales permite también avanzar en uno de los puntos que más le preocupan a
autores como Laclau y se vincula con la capacidad del sistema institucional para cancelar el
conflicto y la posibilidad de las demandas de, mediante la articulación, interpelar aspectos del
orden social para transformarlos.
Estamos en presencia de la difícil relación entre demanda y orden social. Los procesos abiertos
en momentos de elaboración de las demandas sociales no tienen ni un contenido ni una dirección
prefijada a priori, eso es lo que hay que investigar en cada caso. Pero es la lógica de la demanda
la que interpela al orden social (Naishtat, 2004:369) a partir de significar una situación particular
o una relación social como injusta, no deseable y posible de ser transformada. Esto no implica
que de manera automática lo coloque en jaque puesto que el orden social tiene sus mecanismos

21
Aboy Carlés (2005:117) repara en que lo que se vuelve vacío es el significado. Es decir, un significado que llena
particularmente un significante se amplia para capturar otros significados que tienen como referencia al mismo
significante.
22
En otro lugar (Retamozo, 2006b) hemos analizado la demanda de “trabajo” elaborada por el movimiento de
desocupados en Argentina Allí la exigencia de trabajo condensó una serie de otras demandas que excedían a la
literalidad del término convirtiéndolo en una sinécdoque para referirse a una multiplicidad de reclamos de diferente
índole que incluían: educación, salud, seguridad social, vivienda, certidumbre, identidad, futuro, etc. En este aspecto
es posible a partir de la investigación empírica reconstruir el sintagma de la demanda, sus alcances y
desplazamientos así como el entramado cultural sobre el que se apoya la construcción de una demanda y el que
puede proveer de ciertos sentidos para interpretar situaciones. También es conveniente incluir en el dispositivo
analítico la consideración de las operaciones retóricas que constituyen un campo discursivo capaz de articular
diferentes demandas. La retórica y sus tropos (como la metáfora, la metonimia, la sinécdoque, la catacresis por
ejemplo) constituyen importantes herramientas analíticas para la reconstrucción del campo de la demandas y sus
implicancias para tanto la conformación de los movimientos sociales como para la estructuración del orden social y
su disputa.

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de absorción, cancelación o desplazamiento para intentar que el efecto de la demanda no afecten


los centros neurálgicos del ordenamiento. Asimismo los alcances de las demandas no pueden
establecerse a priori, las “mismas” demandas en diferentes contextos pueden tener efectos muy
distintos.
Aquí conviene hacer una nota en relación a lo anterior. En general, las ciencias sociales
latinoamericanas han prestado una mayor atención a los movimientos sociales reivindicatorios
elaborados por los sectores subalternos. No obstante, en tanto no hay contenidos prefijados es
perfectamente factible de indagar las demandas de los sectores que ocupan posiciones
dominantes tanto en defensa de sus posiciones de poder como en la búsqueda de su ampliación.
Tal vez, los procedimientos de instaurar sus demandas en el espacio público no sean las mismas
que las de los sectores subalternos (tampoco eso podemos asegurarlo), pero no obstante es
necesario indagar en estas demandas de los sectores dominantes debido a las implicancias en la
reproducción del orden social. Indudablemente este es un terreno poco explorado.
Para una evaluación de la orientación política de las demandas y los movimientos sociales es
necesario introducir un elemento que ha permanecido ausente en nuestro análisis: la dimensión
ético-política de las demandas y de los movimientos. Una parte del problema, la acción de los
sectores dominados es iluminada por Jacques Rancière. Para el autor, como ya se dijo, la
organización de la sociedad produce daño a una parte de la comunidad política. Ahora bien, para
que se produzca es daño debe haber algo que sea dañado y eso dañado es el principio organizador
de las sociedades modernas, una premisa de igualdad-libertad que legitima al orden social
(Rancière, 1996). En efecto, ese orden social que produce daños puede ser puesto en cuestión
(mostrando su radical contingencia) por parte del pueblo que se muestra en desacuerdo con esa
contradicción manifiesta entre la igualdad-libertad que legitima al orden y su negación en la vida
social cotidiana. Esto es posible por la premisa de Rancière sobre “la igualdad última sobre la que
descansa todo orden social” (1996:30) permite un criterio de demarcación entre luchas
genuinamente democráticas-igualitarias y otros conflictos no basados en este principio23.
Laclau (2005) reconoce la cercanía de su pensamiento con las posiciones de Rancière pero le
objeta que no hay necesariedad en que la lucha de los sin-parte sea por la emancipación y que es

23
Es evidente que la concepción de un principio para el orden social conlleva los problemas propios de posturas
universalistas. No obstante, es indudable que dicho principio –fundamental para la modernidad occidental- es
constitutivo del imaginario democrático y tiene potencialidades emancipatorias.

18
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posible concebir que en la indeterminación del conflicto surjan posiciones, acciones y demandas
que no se ajusten con la premisa de igualdad-libertad24. Si bien la razón le asiste a Laclau en su
observación, no es menos cierto que Rancière no parece negar que puedan existir otros caminos
por los que transiten los sujetos colectivos. Aunque sí parece plausible que reserve el lugar de la
genuina política allí donde se encuentra el principio de emancipación y la policía. La política
milagrosamente se produce en ese encuentro cuando el sujeto popular lleva en la mano el
principio de igualdad-libertad y con él atraviesa a la sociedad devolviendo su contingencia,
enfrentando a la policía. Incorporar un principio ético universal (la igualdad) en lo político y
colocarlo en el fundamento del orden social (en su legitimación) le permite a Rancière reconstruir
la puesta en cuestión de ese orden a partir de comprobar la contradicción entre dominación e
igualdad25. Es así que las demandas del pueblo, las que producen ese sujeto de la política, son
condiciones de posibilidad de la emancipación.
Sin embargo no hay que perder de vista que el argumento de Laclau nos permite atender que el
contenido de igualdad-libertad es uno de los tantos que puede articular un actor colectivo,
analíticamente (aunque no éticamente) igualmente válido que otros tantos. Pero además permite
indagar en las demandas que posiblemente no sean la radical comprobación de la premisa de
igualdad-libertad, o que lo sean en su exceso metafórico y aún así no pongan en cuestión
directamente a la policía, o la pongan solo parcialmente, enfrentando un nudo de los múltiples
que esta produce para sujetar. Esto permitiría volver a visualizar el conflicto y las diferentes
demandas como formas también políticas cuya radicalidad deberá ser estudiada en cada caso.
Enrique Dussel también tiene un criterio para demarcar las luchas por la liberación y las luchas
por la dominación. Uno de los principales aportes de la filosofía de la liberación consiste en su
pretensión de establecer una ética universal de contenido material: la “vida humana” (Dussel,
1998 y 2006). La política en este sentido es una actividad tendiente a lograra que la comunidad
(el orden social) se ajuste progresivamente al postulado de preservar, fomentar y expandir la vida
humana. Ahora bien, la finitud humana hace que todo orden social genere desigualdades y en
cierta medida atente contra la premisa de preservar la vida, por lo tanto es necesario que las
24
Esta observación de Laclau no le impide reconocer que en toda demanda democrática hay “una dimensión
igualitaria implícita” (2005:158) con lo que su propia concepción entra en tensión.
25
Dice Rancière: “lo único universal en la política es la igualdad. Sin embargo tenemos que añadir que la igualdad
no es un valor dado en la esencia de la Humanidad o de la Razón. La igualdad existe –y hace que existan los valores
universales- en la medida en que ella misma es puesta a prueba. La igualdad no es un valor al que uno apela; es un
universal que hay que suponer, verificar y demostrar en cada caso” (2000:147)

19
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víctimas del sistema (y todos aquellos que se comprometan con la validez de la defensa de la
vida) promuevan el ejercicio de la praxis anti-hegemónica en esos lugares donde la vida es
negada. La elaboración de estas demandas de las víctimas permitiría ejercer una negación
dialéctica del orden social para lograr una redefinición de las instituciones sociales en pos de
ampliar la vida. Allí, por ejemplo, radica la impugnación dusseliana del capitalismo como una
institución humana thanática, agotada por su producción de víctimas a la que hay que reemplazar.
Dussel suma un nuevo punto de apoyo para complementar el estudio las lógicas políticas con un
enfoque que reubica la dimensión ético-política de las luchas sociales. Por ejemplo, entre la
demanda de implementar la pena de muerte y los movimientos en defensa de su abolición hay
una brecha ética con implicancias políticas. Ambas pueden lograr diferentes grados de
equivalencias, jugar con la producción de significantes vacíos y articular posiciones con más o
menos extensión, pero Dussel (como a su modo Rancière) nos brinda pistas para investigar
sujetos emancipatorios26. No obstante, para este análisis es imprescindible la analítica de Laclau
que permite indagar en los significados literales y metafóricos de cada demanda y la posibilidad
de la construcción de proyectos políticos. Pero más allá de reconstruir la lógica de la política, la
producción de significantes vacíos y la eficacia en la construcción de formaciones discursivas
hegemónicas, a partir de Dussel y Rancière es posible indagar en los contenidos de las demandas,
en las relaciones sociales que se involucran en su construcción y en las fuerzas sociales que
elaboran y sustentan la demanda. El estudio de las demandas sociales, las subjetividades
colectivas articuladas y la conformación de los sujetos sociales se constituyen en claves analíticas
para la investigación tanto de la formación de los movimientos sociales, como de la institución
del orden social, su reproducción y su cambio.

IV. DESDE UNA EPISTEMOLOGÍA HACIA UNA METODOLOGÍA DE LAS DEMANDAS SOCIALES

A lo largo de esta ponencia, junto a la discusión teórica se ha ido perfilando dos grandes campos
de estudio que necesariamente se cruzan: por un lado la conformación del orden social con su
historicidad, por otro los procesos de configuración de la subjetividad colectiva que intervienen

26
Otros autores como Castoriadis y Touraine identifican la necesidad de la lucha por la autonomía (aunque en un
sentido diferente en sus respectivos trabajos) como un espacio socialmente necesario para la construcción de otro
orden social.

20
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en la construcción de las demandas sociales. De allí se desprenden espacios sobre los que es
necesario construir la mirada epistemológica y la intervención metodológica.
La reconstrucción del orden social particular en que se desarrolla una movilización supone
abordar las formas de estructuración de las relaciones sociales en los espacios concretos y de
acuerdo al problema de investigación. El estudio de las relaciones sociales estructuradas en los
campos económicos, culturales y políticos considerados ya como ineludibles podría ser
complementado con la atención a tres espacios. Por un lado los procesos de institución del orden
social que pueden observarse tanto en la lógica de articulación hegemónica de una sociedad como
tal (Laclau 2000 y 2005) como en los contenidos de los imaginarios colectivos que producen, eso
que Castoriadis (1986) llamó el magma social. La atención a estas dimensiones convertidas en
campos epistémicos requiere de construcciones metodológicas innovadoras y creativas centradas
en la producción social de discursos, sentidos y significados sociales. Este desafío supone un
esfuerzo de superación de las fronteras autoimpuestas por las diferentes ciencias sociales en
cuanto a sus dominios epistemológicos y enfoques metodológicos. El abordaje del espacio de “lo
político” a partir de estrategias de investigación social es tal vez uno de los pendientes más
acuciantes en esta perspectiva. Este terreno ha sido dominado por la filosofía y la teoría política y
poco abordado por las ciencias sociales en parte debido al desafío epistémico-metodológico que
tal empresa significa.
En esta misma perspectiva, es relevante hacer objeto de estudio los espacios constituidos (las
instituciones) que son cristalizaciones de significados pero que adquieren una forma de operación
sobre el orden social en lo que se refiere a su gestión y reproducción. La mirada sobre los
andamiajes institucionales que gobiernan al orden social permitirá reconstruir campos de acción e
interacciones entre actores, así como las posibilidades, potencialidades y limitaciones de
interpelación de las demandas dentro de un contexto socio-histórico particular o “estructuras de
oportunidades políticas” (Eisinger, 1973; Tarrow, 1994). La mirada sobre las instituciones ha
sido dominada por versiones de la ciencia política proclamada neoinstitucionalista que las
reducen a reglas de juego. Aquí, la sociología ha incursionado de manera mucho más eficaz
aunque reste avanzar en situar el análisis social de las instituciones con su lugar en el terreno de
la política.
Podemos identificar también, en estrecha relación al punto anterior, un tercer campo de estudio
en este plano referido al orden social a partir de los trabajos de Michel Foucault (1991). El

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estudio de los mecanismos de sujeción, los mecanismos de control y las dimensiones microfísicas
del poder que reproducen el orden social requieren de una atención especial. Foucault llamó
guberanamentalidad al conjunto de nuevas tecnologías del gobierno de las sociedades
contemporáneas. El estudio de los procesos de sujeción-subjetivación (Balibar, 2000), la
producción de los dispositivos disciplinarios que incluyen y trascienden la estatalidad (las tácticas
del gobierno), la elaboración de los discursos disciplinarios y las formas de poder presentes en las
sociedades de control (Deleuze, 1996) son algunos de los temas insoslayables que exigen
esfuerzos de invención y creación epistemológica y, fundamentalmente, metodológica. Tarea esta
sin dudas pendiente y que no estamos en condiciones de abordar aquí.
Finalmente podemos mencionar la necesidad de tener en cuenta la existencia de los sujetos
sociales que actúan en una sociedad determinada. Específicamente nos referimos a actores como
los partidos políticos, los sindicatos, otros movimientos sociales, líderes, etc., que pueden ser
fundamentales a la hora de elaborar una demanda. En efecto, la construcción de las demandas
sociales muchas veces dependen de la existencia de estos factores o precisamente surgen allí
donde estos actores no pueden ejercer su acción. En tanto la elaboración de una demanda es una
producción social resulta fundamental observar la presencia de sujetos que pueden moldear una
demanda en determinadas circunstancias.
El segundo gran eje necesario de investigar si se pretende atender la densidad de las demandas
sociales del enfoque que nos concierne. Nos referimos a la investigación de la constitución de la
subjetividad colectiva y su intervención en la construcción-identificación-elaboración de la
demanda. Este es un aspecto crucial y pone en evidencia la necesidad de la distinción entre
subjetividad colectiva y sujeto social. No podemos detenernos profusamente en ésta, bástenos
con recordar que la subjetividad refiere al dinámico proceso de articulación de significados para
dar sentido a una situación. Esto supone concebir un espacio analítico en la articulación de
significados que construyen la demanda como espacio posible de acción y performativa del
sujeto. De este modo los sujetos sociales serían producto de determinadas articulaciones
subjetivas parcialmente estables que incorporan aspectos identitarios, dimensiones de
reconocimiento, proyecto y acción. La atención a cómo se construye una subjetividad colectiva
que permite elaborar una situación o relación social como demanda constituye otro de los
desafíos metodológicos que requiere la atención de las técnicas cualitativas.

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Una vez identificados los campos, el cruce de técnicas pertinentes para cada problema es
fundamental como forma de reconstruir diferentes aspectos del proceso histórico objetivado. Por
ejemplo, mediante observación es posible realizar reconstrucciones de los sentidos a partir de los
signos (creación, movilización, reproducción puestos en juego en las interacciones en espacios
sociales). Mientras que, por otro lado, a través de diferentes técnicas de entrevistas es posible
buscar una reconstrucción del sentido atribuido por los propios sujetos. Este doble afluente
confluye en el abordaje propio de la tradición etnográfica que diversos autores han recuperado
recientemente (Ameigeiras, 2006). Asimismo se vincula con los desarrollos contemporáneos de
análisis del discurso que se ocupan de indagar en las prácticas productores de sentido tanto
lingüísticas como no lingüísticas (Van Dijk, 1999).

En este aspecto es imprescindible construir diseños flexibles (Mendizábal, 2006) técnicas


particularmente móviles y factibles de reconfigurar, ajustar o de plano descartar en el transcurrir
de la investigación. De este modo la tarea de campo debe sintonizarse a los postulados
ontológicos de la contingencia y la apertura. Tanto las formas de observación (participante, no
participante, etc.) como los lugares, tiempos, modos deben ser adecuados al problema de
investigación y capaces de readaptarse en el transcurrir de la tarea de investigación. Las pautas y
guiones pueden ayudar de mucho para sistematizar la información pero al tratar de estudiar
sujetos y movimientos sociales es preciso poner en práctica una vigilancia etnográfica para
identificar situaciones que puedan brindar material para una mejor comprensión. Algo similar
sucede con las entrevistas. Es cierto que el prolijo trabajo de construcción de pautas y guiones de
entrevistas (sean estas cerradas, abiertas, en profundidad, individuales, grupales, etc.) es una tarea
importante en la investigación. Pero además, la flexibilidad en las entrevistas puede ofrecer
mejores oportunidades, mediante la tarea de ajustar nuestros instrumentos de construcción de
información.

La propuesta aquí explorada sobre indagar en las demandas sociales como campo relevante para
el estudio de los movimientos sociales no significa en modo alguno que el estudio de éstos se
agote allí. No obstante, a nuestro entender resultan claves analíticas relevantes porque brindan un
anclaje para el estudio de las subjetividades colectivas involucradas en la conformación de los
movimientos sociales. Además, la reconstrucción de las demandas permite avanzar en la
tipificación movimientos según el campo privilegiado para la construcción de la demanda como

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puede ser el económico, el étnico-cultural, el ciudadano, el ecológico, el de género, etc.,


permitiendo dar cuenta de la multiplicidad de conflictos contemporáneos. De lo que se trata es de
ir progresivamente identificando terrenos de investigación que requieren a la vez que de
desarrollos teóricos, de reflexiones metodológicas orientadas a las dimensiones más concretas de
la investigación empírica sobre los movimientos sociales. Es evidente que además se requiere un
esfuerzo de integración conceptual que ponga en sintonía el estudio de las demandas con otros
terreno factibles de investigación en el tema de los movimientos sociales como lo son los
imaginarios, los proyectos, las organizaciones y las acciones colectivas. Si aceptamos el complejo
desafío de hacer investigación rigurosa y creativa, de calidad y asociada a los procesos políticos
de las sociedades tal vez aportemos a devolver a las ciencias sociales su lugar crítico en nuestro
tiempo.

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