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Adolfo Mora Villamizar y Doña Ana María Laguado Escalante y falleció en 1969 en
Bucaramanga. Hizo sus estudios de bachillerato en el famoso Colegio Provincial del mismo
Municipio, fundado por el General Francisco de Paula Santander. Aprendió farmacia al lado de
Don Jesús María Lamus Ramírez en Pamplona y de Don Francisco Giorgi Gómez en
Bucaramanga. Posteriormente el Gobierno Nacional le otorgó la licencia para el ejercicio de su
profesión.
Solano dijo que por intermedio de la firma Vigar, que ejecutó la restauración del
inmueble, se logró la aprobación del Ministerio de Cultura para efectuar las
intervenciones.
La historia
En 1958, la casa fue donada a la Curía Arzobispal por una de las hijas de la
familia Vélez.
Todo un caos monetario se vivía en el siglo XIX. Familias como la de Trinidad Parra de Orozco, los
Reyes González y Geo Von Lengerke tenían sus propias monedas. Otros pagaban con monedas de
otros países. Lo que importaba era su peso, que al caer la moneda sonara, pues así se sabía que
estaba hecha de buen metal.
Cuando llegaron los españoles a la región, trajeron monedas pero en realidad eran muy pocas. No
había suficientes para hacer los intercambios comerciales. Durante el siglo XVIII, la primera
manera de intercambiar bienes y servicios era a través del trueque. Después se usó el hilo de
algodón, el cual según su grueso valía más o menos. Esa fue la primera economía que se tuvo en
Santander.
“En 1781, en plena revolución comunera, el hilo grueso de algodón, además de servir para
elaborar las mantas guanes también servía como medio de intercambio”, describe Miguel José
Pinilla Gutiérrez, ingeniero civil y miembro de la Academia de Historia de Santander.
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“Lo importante de la moneda no era el valor estipulado en ella, sino el peso: que tuviera cierta
cantidad de metal. A la moneda le cortaban pedacitos de metal y así iban quedando. Tras esto se
hicieron las monedas de cordoncillo, porque tienen un cordón alrededor y ahí sí importaba el valor
que estaba escrito en ella”, explica Pedro Antonio Vivas Guevara, ingeniero industrial y miembro
de Número de la Academia de Historia de Santander.
Pedro Vivas junto a Miguel José Pinilla Gutiérrez publicaron en 2001 el libro ‘Moneda y Banca en
Santander’, que recoge la historia del comercio indígena, las primeras monedas que circularon y
sus falsificaciones y cuenta cómo los bumangueses más adinerados del siglo XIX tuvieron sus
propios billetes y monedas. Luego vinnieron los bancos, el dinero durante la Guerra de los Mil
Días, hasta llegar a la banca en el siglo XX.
Los particulares hacían su moneda
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“Lo curioso de nuestro sistema monetario es que cuando se creó el Estado Soberano de
Santander, en 1857, nosotros hicimos una Constitución tan liberal en todo sentido, que
permitimos que los particulares imprimieran monedas”, resalta Vivas Guevara.
Durante el siglo XIX, cualquier persona que tuviera la capacidad financiera para realizar su propio
dinero lo podía hacer y pagar con él todo lo que necesitara. Familias como la de Trinidad Parra de
Orozco, que era una señora muy rica de la época, o los Reyes González y el famoso Geo Von
Lengerke, mandaban a crear sus troqueles en el exterior y en sus talleres locales realizaban sus
monedas.
El problema sobre esto surgió cuando comenzó la falsificación de la moneda, pues al no haber
ningún tipo de regulación al respecto, cualquiera podía fácilmente crear su propio dinero, sin
tener un respaldo económico que le diera validez al mismo.
“A algunas personas los comerciantes que sabían que la persona no tenía ningún capital de
respaldo, pues no le recibía la moneda… entonces los pobres les tocaba usar las monedas que
hacían los ricos y las que traía la corona española, que nunca dejó de hacer sus monedas”, cuenta
el historiador Vivas.