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Este documento resume la teoría estética de Georg Wilhelm Friedrich Hegel sobre la música. Hegel establece tres etapas en el desarrollo del arte: simbólica, clásica y romántica. Sitúa a la música en la etapa romántica como el arte más espiritualizado, capaz de expresar la interioridad y los sentimientos subjetivos a través del sonido. Aunque la poesía es el arte más espiritual, la música logra una identidad entre la forma (sonidos) y el contenido (espíritu como sentimiento
Este documento resume la teoría estética de Georg Wilhelm Friedrich Hegel sobre la música. Hegel establece tres etapas en el desarrollo del arte: simbólica, clásica y romántica. Sitúa a la música en la etapa romántica como el arte más espiritualizado, capaz de expresar la interioridad y los sentimientos subjetivos a través del sonido. Aunque la poesía es el arte más espiritual, la música logra una identidad entre la forma (sonidos) y el contenido (espíritu como sentimiento
Este documento resume la teoría estética de Georg Wilhelm Friedrich Hegel sobre la música. Hegel establece tres etapas en el desarrollo del arte: simbólica, clásica y romántica. Sitúa a la música en la etapa romántica como el arte más espiritualizado, capaz de expresar la interioridad y los sentimientos subjetivos a través del sonido. Aunque la poesía es el arte más espiritual, la música logra una identidad entre la forma (sonidos) y el contenido (espíritu como sentimiento
Hegel, que representa la conciencia idealista, va a desarrollar el pensamiento estético de Schelling. La noción de música como expresión de sentimientos halla en Hegel su sistematización conceptual más acabada.
Su fundamento estético se presenta en Estética (1835). Para él la obra de arte representa el infinito en algo finito. Establece tres etapas fundamentales en el desarrollo del arte: 1. Simbólica. La arquitectura, que representa el arte simbólico, es el arte en su fase inicial. En ella, el arte, «al no encontrar, en su origen, con el fin de representar el elemento espiritual que encierra, ni los materiales adecuados ni la forma más idónea, debe limitarse a tentativas que le permitan alcanzar una armonía efectiva entre los dos extremos y contentarse con un tipo de representación en la que ambos permanecen recíprocamente extraños. Los materiales de este primer arte son suministrados por la materia propiamente dicha: aquella que no está animada por el espíritu sino que es pesante y se halla forjada solamente conforme a las leyes de la gravedad». 2. Clásica. El arte clásico, el verdadero y auténtico, se manifiesta en la escultura: «El principio básico que guía sus representaciones es la individualidad espiritual que constituye el ideal clásico. Dicha individualidad lo configura de tal manera que el elemento interior o espiritual se hace presente y visible a través de la apariencia corporal inmanente al espíritu [...]». 3. Romántica. Por último, el arte romántico (espiritualización completa). Está representada por la poesía, la música y la pintura. La tercera forma de arte, la romántica, que ya no simboliza el Absoluto mediante una forma exterior, puesto que su forma es «la subjetividad, el alma, el sentimiento en su infinitud y en su particularidad finita», se concreta en tres tipos de arte que guardan una relación dialéctica entre sí: pintura, música y poesía.
Poesía y pintura arrastran un lastre material que sitúa a la música por delante. Así pues, la música se define como contenido puro, pura subjetividad capaz de expresar toda la gama de sensaciones. Aunque situada en la misma esfera que la pintura -o sea, como arte romántico-, la música, no obstante, «se enfrenta a la pintura. Su elemento característico es la interioridad en sí, el sentimiento invisible o sin forma, que no puede manifestarse en una realidad externa, sino únicamente a través de un fenómeno exterior que desaparece rápidamente, que se autodestruye. De aquí que el alma, el espíritu en su unidad inmediata, en su subjetividad, el corazón humano, la pura impresión, constituya la esencia misma de este arte».
No obstante, en el vértice de la jerarquía hegeliana está la poesía, «el verdadero arte del espíritu: aquel que hace manifestación del espíritu en tanto que espíritu. Ciertamente, todo cuanto la conciencia concibe y elabora con el pensamiento en el mundo interior del alma solamente la palabra puede acogerlo, expresarlo y representarlo. Ahora bien, lo que [la poesía] gana desde el punto de vista de las ideas lo pierde por el lado sensible. En efecto, ni se dirige a los sentidos como las artes plásticas, ni al puro sentimiento como la música [...]». El medio físico con que se expresa la poesía -el sonido, la palabra- «no conserva el valor de objeto sensible en el que la idea puede hallar la forma más conveniente [...]. El sonido no conserva ya, como en el caso de la música, un valor de por sí que el arte deba forjarse como objetivo y en el que se agote. Aquí, el sonido debe ser penetrado por la idea y debe estar lleno de un determinado pensamiento expresado por él, debiendo aparecer [el sonido] como simple signo de contenido». “El carácter de mayor espiritualidad que se le asigna a la poesía si se la compara con las demás artes constituye a la vez su mérito y su defecto, por cuanto que llega a la negación del sonido como elemento sensible.
Se puede entonces concluir que la música, sin abandonar el ámbito del arte verdadero y genuino, consigue expresar, más que ningún otro arte, la interioridad, bajo la forma propia del sentimiento subjetivo, en una forma aún sensible: el sonido. Partiendo de la arquitectura en dirección a la música, se alcanza progresivamente una mayor fuerza expresiva, una mayor capacidad de abstracción y un dominio sobre la esfera sensible que va en aumento, hasta que se llega a subjetivar por completo la materia en la música y a negarla, más tarde, en la poesía” (Fubini). Se ha visto, pues, cómo la música es -según Hegel- revelación del Absoluto bajo la forma del sentimiento.
La música puede expresar tanto sentimientos particulares, subjetivos, como el sentimiento en sí; posee, por tanto, una «doble interioridad». “De aquí nace aquella ambigüedad, que caracteriza la estética musical hegeliana, que impele a pensar que en ésta tengan su origen, idealmente, las dos corrientes opuestas que enarbola la estética del siglo XIX: la estética del sentimiento y el formalismo. Hegel no se cansa de repetir que la música debe expresar la interioridad, «que su elemento físico es el sonido»: el medio a través del cual expresa su contenido espiritual y mediante el que puede expresar” (Fubini) «todos los sentimientos individuales, todos los matices de la alegría, de la serenidad espiritual; el júbilo y cualquier fantasía; los impulsos anímicos; del mismo modo que puede recorrer todos los grados de la ansiedad y de la tristeza. Las angustias, las inquietudes, los dolores, las aspiraciones, la adoración, el rezo, se convierten en dominio idóneo de la expresión musical».
La posición de la música parece muy clara como “el puro sentimiento en sí misma” (Hegel), no obstante, las cosas complican cuando Hegel afirma que la música, el arte más expresivo, colocado casi en el vértice de la jerarquía, presenta características tales que, desde cierto punto de vista, podrían aproximarla a la arquitectura, el arte que ocupa el peldaño más bajo en la escala jerárquica confeccionada por Hegel. Ambas forjan su material conforme a las leyes de la cantidad y de la medida y no cuentan con ningún modelo dentro del mundo natural. Sin embargo, hay una diferencia básica entre las dos: «la arquitectura se sirve de la masa física pesante, de la espacialidad inerte y de las formas exteriores de ésta. La música, en cambio, se sirve del sonido, ese elemento animado, lleno de vida, que se substrae a la extensión, que muestra variaciones tanto cualitativas como cuantitativas y que se precipita, en su rápida carrera, a través del tiempo. Por todo lo expuesto, las obras de un arte y de otro pertenecen a esferas del espíritu completamente distintas. Mientras que la arquitectura eleva sus colosales imágenes, que el ojo contempla en sus formas simbólicas y en su eterna inmovilidad, el mundo rápido y fugitivo de los sonidos penetra inmediatamente, a través del oído, en lo más íntimo del alma [...]». La diferencia -podríamos decir-consiste en el hecho de que la arquitectura es un arte espacial en tanto que la música es un arte temporal, y en que la espacialidad es el elemento más heterogéneo que existe para el alma humana, para la subjetividad, que es esencialmente pura temporalidad. Hay, pues, una afinidad especial entre el sonido y la interioridad del alma como fenómeno originario, innato a la naturaleza misma del sonido; de ahí deriva el privilegio que la música ostenta en detrimento de las demás artes: «el poder inherente a la música es algo de lo más elemental; diríamos que reside en el elemento del sonido en sí, en aquel en el que dicho arte se mueve».
La música sería, por tanto, el único arte en el que no se produciría ninguna separación entre «los materiales exteriores y la idea, como sucede, por el contrario, en la poesía, en la que la representación se muestra independiente de los sonidos [integrantes] de la palabra». Podríamos decir, quizás sin miedo a forzar el texto, que en la música se da una identidad entre la forma (los sonidos en su temporalidad) y el contenido (el espíritu como sentimiento). Tiende a desaparecer, en la música, la distinción entre sujeto y objeto [la música] en el flujo de la conciencia: «El yo está en el tiempo y el tiempo es el ser del sujeto. Pero, puesto que el tiempo, y no el espacio, es el elemento esencial en el que el sonido adquiere existencia y valor musical, y puesto que el tiempo del sonido es también el tiempo del sujeto, el sonido penetra en el yo, se aferra a su existencia sencilla, lo pone en movimiento y lo arrastra a ritmo cadencioso [...]». El ser humano tiene conciencia del fluir temporal (auto-conciencia); afinidad entre música y conciencia. “La música es una estructura temporal que permite al alma reconocerse a sí misma”. La esencia de la música es el reconocimiento del propio alma, que cobra vida en ese procedimiento de reconocerse. Esta esencia está por encima de las sensaciones.
[Sujeto y objeto. En filosofía se entiende por sujeto un ser dotado de conciencia y de voluntad, que conoce y actúa en conformidad con sus propios designios. Al sujeto se contrapone el objeto, como una cosa exterior hacia la cual se dirige la conciencia y la actividad del primero].
Arthur Schopenhauer (1788-1860)
Al contrario que Hegel, dota a la música de un puesto central en su filosofía. Por ello, su pensamiento representa “la más acabada sistematización filosófica de la música conforme a los ideales románticos” (Fubini). En su texto fundamental, El mundo como voluntad y representación, “desafía la autocomplacencia de una sociedad que cree ciegamente en “el progreso” y lo caracteriza como una mera ilusión: rescatando el concepto calderoniano del mundo como un gran teatro, el filósofo realizó un retrato tragicómico de un mundo en el que las almas pululan inconscientes de su más íntima escisión: aquella que se produce entre la convencional lógica que le imponen los roles que la sociedad les ha reservado (el mundo como representación) y las irracionales y ciegas pasiones que les sacuden desde dentro de su insondable y arcana biología (el mundo como voluntad)” (Bustena). En resumen, expone que la esencia del mundo es la voluntad cósmica (lo irracional, el subconsciente), que es inmutable y ciega, que esta voluntad se objetiva en ideas (el mundo de las representaciones) y que las diferentes artes son representaciones de diferentes ideas.
Voluntad Ideas Artes
Exceptúa la música, que no representa a ninguna idea concreta, sino a la voluntad cósmica; nos da una idea inmediata del cosmos. Por supuesto, la música pura es la instrumental. «La música es objetivación e imagen de la voluntad entera, tan directamente como lo es el mundo o, antes bien, como lo son las ideas, cuyo fenómeno multiplicado constituye el mundo de los objetos individuales. La música no es, ni mucho menos, como las restantes artes, imagen de las ideas, sino imagen de la voluntad misma, cuyas ideas son también objetividades. Por ello, el efecto de la música es mucho más poderoso e insinuante que el de las demás artes, ya que éstas apenas nos dan el reflejo, mientras que aquélla expresa la esencia». “La música se sitúa fuera de la jerarquía de las artes, encima de la pirámide; se la considera como lenguaje absoluto, como límite insuperable, al que únicamente puede acceder el genio artístico” (Fubini). La música es superior incluso a la filosofía.
Sólo podemos hablar de música mediante metáforas y analogías dado que su lenguaje es absoluto, intraducible e inefable, dado que se halla por completo alejada del mundo fenoménico (o de la naturaleza). Un ejemplo de estas analogías utilizadas a la hora de hablar de sentimientos, y que no tienen una lectura musical sino puramente especulativa filosófica, es el siguiente: “Las variadas melodías se corresponden con la inagotable riqueza que posee la variedad de los individuos, siendo la lógica musical, por la que se rige, desde el principio hasta el fin, el desarrollo de una melodía como la historia de la voluntad misma” (Fubini), «que se manifiesta en lo real con la serie consiguiente de sus actos; pero [la lógica musical] nos dice algo más: narra la historia más secreta de la voluntad, describe de ésta cada emoción, cada tendencia, cada movimiento, todo aquello que la razón comprende bajo el amplio y negativo concepto de sentimiento y que no puede acoger de forma mejor en las propias abstracciones».
“Parece claro que el dominio de la música sea el del sentimiento, pues la música simboliza la vida más íntima, más secreta, más verdadera de la voluntad; en tal sentido, sentimiento se contrapondría, por tanto, a concepto”. En efecto, «el compositor revela la esencia íntima del mundo mediante un lenguaje que su razón no entiende», “esto es, con el lenguaje más universal, el de los sentimientos, que sólo el genio conoce. La música puede captar, expresar, todas las manifestaciones de la voluntad, todas las aspiraciones de ésta, satisfacciones, excitaciones, etc. Asimismo, la música puede expresar todos los sentimientos del hombre con todos sus matices o, mejor aún, más que expresar, la música puede equipararse a los sentimientos, por no ser ella entonces un fenómeno sino la idea misma. La música nos dará, entonces, la esencia, el en sí, no el fenómeno; nos dará, en fin” (Fubini), «la universalidad de forma simple, sin la materia». “Por esto, la música no representará sentimientos determinados como son los de alegría, dolor, deleite, serenidad, sino” (Fubini) «la alegría, la turbación, el dolor, el terror, el júbilo, el deleite y la serenidad en sí mismos; podría decirse [que los representa] in abstracto, dándonos lo que es esencial de aquéllos sin nada accesorio y, por consiguiente, sin los motivos [que los provocaran]». “Mas todo esto no significa que la música sólo pueda expresar sentimientos indeterminados; no se trata aquí de precisar una mayor o menor determinación. La música, incluso en su máxima universalidad, adquiere la máxima determinación, por cuanto que es el en sí del sentimiento, lo que se nos revela gracias a lo más esencial que hay en ella; en otras palabras: la música es la forma pura del sentimiento” (Fubini).
Como ya hemos dicho, “la música predilecta de Schopenhauer, como la de todos los románticos, es la música instrumental: sólo ésta es pura, exenta de cualquier mezcla, limpia de conceptos que puedan enturbiar su nitidez y acercarla a otras formas de expresión que no le sean propias. La música no debe prestarse a realidades como la de plegarse ante el significado de las palabras o -en otros términos- la de volverse descriptiva” (Fubini): «si se quiere adaptar demasiado la música a las palabras, o ajustarla a los hechos [que éstas describen] , se obliga a la música a hablar un lenguaje que no es el suyo». “Al adoptar esta actitud, Schopenhauer trastorna toda la tradición, ya secular, que había afirmado, no pocas veces, desde los tiempos del nacimiento del melodrama, el predominio de la palabra sobre la música y, en consecuencia, la subordinación de esta última a la primera. Debe mantenerse intacta la dignidad y función de la música y por tanto condenarse toda intención mimética”. Por tanto, no puede haber una relación fija y predeterminada entre la expresión musical y la expresión poética, dado que la palabra representa, «con la determinación de la realidad, cuanto la música expresa por medio de la universalidad de la forma pura». La música expresa el sentimiento en abstracto. “Por ello, a una determinada expresión musical pueden someterse muy bien, indistintamente, textos poéticos diversos: basta con que los sentimientos expresados a través del texto en cuestión se adapten en la forma a la música que acompañan. No hay que olvidar que la música no expresa este o aquel sentimiento determinado, sino el sentimiento in abstracto” (Fubini).
“Así, Schopenhauer condena la música que se aviene a razones con la palabra; del mismo modo, condena la costumbre de muchos oyentes que, frente a la música instrumental pura -una sinfonía de Beethoven, por ejemplo-, intentan revestir los sentimientos -que a través de dicha música se expresan solamente in abstracto y sin especificación de ninguna clase- con la ayuda de la fantasía” (Fubini), «[hasta volverlos] de carne y hueso y llegar a ver ahí toda suerte de escenas de la vida y de la naturaleza». Este procedimiento no sólo no facilita la comprensión de la música, sino que es engañoso; «por esto, es mejor comprenderla de modo simplista y en su inmediatez».
“La concepción de la música que forja Schopenhauer viene a ser sin duda, por su riqueza, profundidad y competencia filosófica, una de las metas más logradas del pensamiento romántico, y no solamente esto, sino que -como ya se ha dicho- aparece claramente orientada hacia una estética formalista: el principio de la autonomía del lenguaje musical -que desarrollará Hanslick, en un sentido antirromántico, algunas décadas más tarde- se halla contenido, implícitamente, en la afirmación de que la música no guarda relación directa con los sentimientos, así como en la de que no puede ni debe suscitar sentimientos determinados en el oyente” (Fubini).
Artículo. Las tres muertes de Tristán. https://bustena.wordpress.com/2014/02/21/las- tres-muertes-de-tristan/
Audición. Tristán e Isolda. https://bustena.wordpress.com/2014/03/06/wagner- preludio-de-tristan-e-isolda-analisis/. [La audición está al final del artículo].