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Este pequeño trabajo –que no merece ser llamado manual, pues sólo es la compilación
de grandes tratados sobre el tema- ha sido hecho respondiendo a una amable invitación
de Monseñor D. Antonio Ceballos, Obispo de Cádiz, y de D. Jesús García Cornejo,
Rector del Seminario. Sirva esta nota de agradecimiento a ambos por la extraordinaria
labor que realizan.
Este volumen está específicamente pensado para los alumnos del Seminario y presenta
una tendencia de dirección hacia los temas teológicos que constituirán –
indudablemente- el núcleo de su interés en el futuro. Eso no quiere decir que sólo sea
aplicable en este sentido, sino que los ejemplos y las actitudes están orientadas no
pensando en la Filosofía como un fin, sino en un medio útil e imprescindible para el
desarrollo teológico.
De un modo u otro, espero que sirva para crecer en el conocimiento y en esa aspiración
que fue el nervio de la vida de Santo Tomás desde la inspiración original de Santo
Domingo: contemplata aliis tradere -presentar a los demás que se ha contemplado-. A fin
de cuentas, el estudio es una forma –y no pequeña- de contemplación.
En esta segunda reimpresión, las pequeñas pero profundas mejoras son debidas a la
colaboración con Don Rafael Serrano, profesor de Filosofía y amigo reconocido. A él
debo considerar desde ahora como coautor de este trabajo.
Una nueva reedición, aumentada, que ponemos al servicio de los seminaristas. Sirva
de monumento de respeto a Don Rafael Zornoza Boy, Obispo de la diócesis, y a Don
Ricardo Jiménez Merlo, Rector del Seminario.
D.L.: 640/03
I.S.B.N.: 688-3573-0
Imprime: Copistería San Rafael
Benjumeda 17
11003 CÁDIZ
Todas las opiniones vertidas en este volumen quedan sometidas a la autoridad del Ordinario diocesano y serán rectificadas a
plena satisfacción en el caso de que fuese necesario. Nihil sine episcopo.
1
. R. VERNEAUX, Epistemología general o crítica del conocimiento, Herder, Barcelona 1967, pg. 9.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 3
una reelaboración de la teoría del conocimiento no lastrada por el idealismo ni por el
empirismo, que vuelva a encontrar su lugar en el contexto del saber filosófico 2. ¿Cuál es
ese lugar? Para proponerlo correctamente, debemos anteponer dos premisas
fundamentales:
o Presuponemos que la Filosofía es capaz de contribuir –de modo diferente, pero
igualmente válido- al conocimiento de la realidad que buscan las diversas
disciplinas científicas.
o Aceptando esta premisa, el centro de la reflexión filosófica no puede constituirlo
la Gnoseología sino la Metafísica (entendiendo ésta como el esfuerzo por
entender la realidad desde las causas últimas).
o Sin embargo, la Teoría del Conocimiento tiene un papel insustituible, que exige
y justifica su estudio.
¿Qué motivos podemos exponer para comprender mejor la importancia de esta
temática? Planteemos algunos:
1. Toda reflexión (sea científica, teológica o filosófica) esconde siempre una
pregunta del ser humano por sí mismo. El más cercano es –paradójicamente- el
ser que vemos conoce y que más anhela conocer: él mismo. Pero conocer qué
es el hombre es, ante todo, descubrir sus caracteres distintivos, y uno de los más
importantes es, sin duda, su extraordinaria capacidad de conocer. Si podemos
decir coloquialmente que el perro es el animal que ladra, el ser humano es el
animal que piensa3. Conocer el pensamiento nos permitirá advertir mejor lo que
es el ser humano y a lo que está llamado, pues es el ser capaz de conocer la
verdad y de seguir el bien por sí mismo.
2. La pregunta por la verdad es una de las más apasionantes, y aparece
necesariamente en la vida de todo ser humano. La pregunta por la verdad es,
además, el primer paso para vivir en la verdad. Este objetivo, que puede llenar
de sentido nuestras vidas, se encuentra hoy profundamente oscurecido por tres
convicciones contrarias que se trasmiten -si no de modo teórico, sí de forma
práctica- a los que nos rodean: el escepticismo (la negación de una verdad
compartible) y el relativismo (la reducción de la verdad al juicio subjetivo e
individual) y el dogmatismo (la consideración intolerante de que se posee una
verdad absoluta e inmutable en los temas exclusivamente humanos). Encontrar
argumentos para mostrar la insuficiencia de estas posturas es indispensable
para promover una auténtica cultura de la verdad en defensa de todo ser
humano.
3. La posibilidad de la experiencia de Dios tiene que darse en el seno de las
capacidades cognoscitivas humanas. Dicho de otro modo, si el hombre es
incapaz de acceder de algún modo a las experiencias que le trascienden y
superan, entonces esas experiencias nos están vedadas. El hecho mismo de la
2
. A. LLANO, Gnoseología, Eunsa, Pamplona 1991, pg. 19.
3
. Esta definición está ya presente en Aristóteles que presenta al hombre como zoom logistikón (viviente
que piensa) o simplemente como to logon ejein (lo que tiene logos). Ese término que define al ser humano,
la posesión del logos, puede ser traducido de tres modos diferentes: logos es pensamiento (el hombre es
el animal capaz de pensar), es palabra (el hombre es el animal capaz de hablar), es promesa (el hombre
es el animal capaz de prometer).
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 4
Revelación –como comunicación de Dios al ser humano- está aquí en juego.
Para poder mostrarlas a nuestro mundo, tan ajeno a ellas, es preciso advertir
que nos son posibles. Una visión del conocimiento humano abierto a la
trascendencia es condición básica para posibilitar ese encuentro4.
4. Una materia de fuerte contenido teórico como ésta puede servir de contrapeso
a la tendencia –muy propia de la vivencia religiosa- de considerar que sólo es
valiosa la acción pastoral. No podemos olvidar que la verdad es el único camino
hacia el bien. Sin una sólida formación en estos temas básicos, naufragaremos
en las oscuras y complejas corrientes que nos ofrece la vida absorbente del
mundo totalitario del trabajo.
5. Uno de los problemas más graves a los que se enfrenta el hombre
contemporáneo es la ruptura de la unidad de la experiencia. Con una
sensibilidad desorbitada y una inteligencia reducida a mínimos, la realidad se
torna cambiante, hostil e incomprensible. En el seno de esta situación se
esconde una concepción inestable del conocimiento, incapaz de encontrar una
verdad duradera. Para que podamos traer paz a esos corazones torturados –y
para que nosotros mismos la conservemos- nos hace falta advertir que la verdad
no sólo es posible sino que es el camino natural –aunque no por eso fácil- para
el ser humano.
6. No podemos olvidar, por último, la profunda riqueza que esconde el mismo
hecho de aumentar nuestro saber, especialmente en temas tan nucleares. Ya
Platón lo indicó en el Fedón, una de sus obras maestras: la sabiduría es la única
moneda de buena ley por la cual hay que cambiar todas las otras. Con ella se
compra todo y se tiene todo, fortaleza, templanza, justicia, en una palabra, la
virtud no es verdaderamente más que unida a la sabiduría, independientemente de
las voluptuosidades, tristezas, temores y todas las demás pasiones; tanto que
todas las demás virtudes sin la sabiduría y de las cuales se hace un cambio
continuo, no son más que sombras de virtud, una virtud esclava del vicio, que no
tiene nada ni verdadero ni sano.
4
. J. PIEPER, «¿Qué quiere decir “Dios Habla”? Consideraciones a una discusión teológica» in La fe ante
el reto de la cultura contemporánea, Madrid 1980, pgs. 115-143.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 5
TEMA 1. LA NOVEDAD DEL
CONOCIMIENTO HUMANO .
En el ser humano se advierten un conjunto de actuaciones que representan una
completa novedad frente al resto de los vivientes. Jacinto Choza, Catedrático de
Antropología, ha indicado que los vivientes están divididos en tres grupos5:
Los que carecen de conocimiento (o al menos de procesos perceptivos
diferenciados). Pertenecen fundamentalmente al reino vegetal.
Los seres dotados de conocimiento, que poseen un conocimiento del mundo
externo, gracias a la sensibilidad pero no poseen un conocimiento personal. La
capacidad que les sirve para procesar información y responder al medio está
programada de antemano, o el aprendizaje que pueden desarrollar está
mediatizado por esa programación. A este modelo responden la mayoría de los
miembros de la especie animal.
Seres principiados por el conocimiento en los que éste adquiere carácter
personal, lo que les permite organizar y dirigir su vida desde ellos mismos. Sólo
conocemos un ser que sea capaz de realizar estas actividades: el ser humano.
De este modo, el conocimiento humano, aunque mantiene una similitud con la
actividad animal, tiene caracteres singularmente novedosos. Para responder a los
hechos, la Teoría del Conocimiento ha de ser capaz de explicarlos
satisfactoriamente sin reducirlos a otros hechos presentes en la vida animal.
1.1. EL LENGUAJE .
El lenguaje es una de las señales más claras de la inteligencia humana (gracias a él
conocemos el pensamiento) pero a su vez es un factor activador del conocimiento. Sin
el lenguaje sería imposible el progreso en el aprendizaje que vemos en nuestra especie.
La cuestión principal es establecer el carácter distintivo del lenguaje humano. Es
indudable que muchos animales son capaces de emitir sonidos y que en muchos casos
esos sonidos esconden una intención, pero ésta se limita siempre a dos funciones: la
expresiva (muestra de dolor, placer, alegría o temor) y la sígnica (muestra de peligro,
comida, deseo, etc...). En todos estos casos, esa actuación está regida por principios
presentes en la programación natural. Cuando uno de los animales promueve un sonido
determinado (por ejemplo, de alerta o de atracción sexual), los demás animales de la
especie reaccionan instintivamente mientras que miembros de otras especies
permanecen indiferentes.
En el lenguaje humano, sin embargo, aparecen dos funciones nuevas que suponen una
modificación sustancial: la función representativa, que supone la capacidad de crear y
utilizar signos o símbolos convencionales (palabras) en las que atribuimos un
significado a un objeto determinado. Ya en un primer momento, el uso de símbolos
5
. Cfr. J. CHOZA, Manual de antropología filosófica, Madrid 1988, pgs. 33-40.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 6
tiene un valor extraordinario puesto que permite referirse al objeto cuando éste no se
encuentra presente. Así, se indica que los animales usan señales (referencias directas a
las cosas) pero nunca símbolos. Pero, en segundo lugar, el símbolo lingüístico humano
es universal, sirve para designar todos los objetos que tienen unas características más o
menos comunes. El ser humano, a través de los conceptos, es capaz de entender la
realidad.
A su lado, aparece otra segunda función de valor extraordinario: la argumentativa. El
hombre puede explicar a los demás por qué hace las cosas. Este factor es indispensable
tanto para el desarrollo de la educación como para el progreso colectivo. Sin la
posibilidad de transmitir los conceptos, sin la capacidad de captarlos, el aprendizaje
humano sería tan limitado como el de los animales. De igual modo, se anularía el
progreso. Algunos investigadores han advertido que los simios jóvenes son capaces de
solucionar -tal vez de forma fortuita- determinados problemas pero no pueden
comunicarlo a los demás, por lo que éstos siguen desarrollando las fórmulas producidas
por el instinto. Además, en la conversación podemos explicar a los demás las razones
que nos llevan a actuar de un modo determinado, lo que permite el desarrollo moral.
6
. El chimpancé “Rafael” había aprendido a apagar el fuego con el agua que obtenía de un depósito.
Igualmente sabía construir un puente con unas cañas para pasar de un tablero a otro. Es un día de verano.
En el lago, a 15 o 20 metros de la orilla, habían sido colocados dos tableros separados por una distancia
de 5 metros. En uno de ellos se encuentra “Rafael” (...) En este tiempo, se acerca una barca con el
experimentador, el cual coloca en el tablero un “aparato de fuego” y el haz de cañas de bambú que
“Rafael” utiliza de ordinario para pasar de un tablero a otro. Detrás del fuego se ha situado una fruta. La
barca se aproxima seguidamente al otro tablero, en el que se coloca un depósito de agua. El animal queda
un cierto tiempo mirando al fuego y la fruta que se ve por la apertura del aparato, y que el fuego impide
alcanzar. Pasan de 3 a 5 segundos. “Rafael” se levanta, llevando en la mano izquierda el tarro. Se acerca
al borde del tablero, toma con la mano derecha las cañas de bambú y trata de tenderlas entre los dos
tableros. No lo consigue: le molesta el tarro. Se lo pasa de la mano a un pie, coloca la pértiga entre dos
tableros, pasa al tablero vecino, llena el tarro con agua del depósito, deshace su camino y trata de apagar
el fuego. Le falta agua. “Rafael” vuelve al tablero del depósito, llena por segunda vez el tarro de agua y
consigue apagar el fuego del aparato. Ahora bien: ¿por qué “Rafael”, que sabe sacar el agua del lago,
acude a apagar el fuego al agua del depósito? Se ve que no tiene una idea general, abstracta del agua
como tal. El agua es un elemento integrante de estímulos compuestos relacionados con distintas
actividades del animal; para apagar el fuego del aparato utiliza el agua del depósito, pues el estímulo es
el agua unida al depósito; para remojarse el cuerpo emplea el agua del lago, etc. Este fenómeno puede
calificarse muy bien de conducta guiada por los objetos, puesto que el carácter de las acciones no viene
determinado por ideas generales sobre las propiedades de los objetos, sino sobre los propios objetos
como estímulos compuestos concretos. E. VATSUTO, La doctrina de Paulov sobre la actividad nerviosa
superior, pgs. 161-162.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 9
El aprendizaje por comprensión produce un avance continuado porque no depende de
la programación genética de la especie. Como en los dos casos anteriores, es
conveniente recordar que nos encontramos en casos de una plasticidad casi ilimitada:
no hay límites aparentes para lo que puede decir el lenguaje, pensar el intelecto u
objetivizar la técnica.
1.4. AUTOCONCIENCIA .
La conciencia, como capacidad de advertir lo que ocurre, es característica al menos de
todos los animales. De un modo u otro, todos sufren alteraciones, en el sentido de que
están atentos a lo que ocurre a su alrededor. Esa conciencia es el punto de partida de su
respuesta, pero está asentada siempre en la memoria genética: el discernimiento sólo
se realiza para aquellas otras especies que inciden directamente en su ecosistema, bien
como medio de alimento, bien como enemigo. Hay muchos ejemplos de esta actitud:
determinadas especies al trasladarse por el territorio tienen que tomar contacto
durante pocos días con cocodrilos; al no formar parte de su hábitat, no existe una
respuesta de atención de su naturaleza. Por ello, beben pacíficamente en la orilla, y
mientras los gigantescos cocodrilos se acercan llevándoselos dentro del río, los demás
siguen bebiendo inadvertidamente. Esto hace que a esta conciencia natural se la
denomine conciencia espontánea o directa.
El hombre es, en cambio, el único animal que se pregunta por sí mismo. Tiene capacidad
de desdoblarse, ya que no sólo tiene conciencia de lo que ocurre fuera sino que es capaz
de observarse a sí mismo y examinar sus propios estados. El ser humano conoce y sabe
que conoce (primera diferencia) pero además se conoce (segunda diferencia). Esa
conciencia sobre su percepción y sobre sí mismo es lo que llamamos conciencia refleja.
Ese análisis consciente de la realidad externa y de su propia existencia supone el marco
de referencia de buena parte de la vida humana. En esa conciencia se gesta la
posibilidad de que el hombre sea algo más que un individuo de una especie puesto que
posee las siguientes notas:
a. La conciencia del paso del tiempo por su propia vida, que no tienen los
animales, les hace tener interés por el pasado y proyección hacia el
futuro. La vida es, para el ser humano, una biografía, no algo que pasa
sino algo que le pasa.
b. El conocimiento del paso del tiempo (lo que explica que el ser humano
sea el único animal que se preocupa por lo que pasa) y, sobre todo, del
posible final de la vida. La conciencia de su existir hace al ser humano un
ser consciente de su propia muerte.
c. La aparición de una vida propia, interior, en la que se gestan las
decisiones y en la que lo que le ocurre se enmarca dentro de los propios
objetivos y proyectos. Lo que le sucede tiene que estar dentro de ese
marco general que podemos llamar sentido de la existencia.
1.7. CONCLUSIÓN .
Todos estos elementos describen la singularidad de nuestro conocimiento. Éste
representa una novedad sorprendente. En el resto de los vivientes que tienen
conocimiento, éste se presenta como una respuesta de la especie frente a la realidad.
En cambio, en el ser humano las respuestas –integradas por la autoconciencia- se hacen
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 11
personales. Eso implica la existencia de elementos no corporales en nosotros. Los
elementos de nuestro cuerpo son idénticos en todos nosotros, como lo son en los
miembros de las demás especies animales.
Esos elementos no pueden explicar ni el lenguaje comprensivo, ni la abstracción que los
produce, ni –desde luego- la existencia de respuestas personales y creativas en
nosotros. Si el hombre fuese un viviente corporal como lo son el resto de los animales,
sus respuestas se limitarían a la subsistencia de su propio cuerpo. El anhelo de belleza
o trascendencia que implican el arte o la religión serían imposibles, como lo sería
también la pasión por la verdad que todo ser humano manifiesta. Sin embargo, esa
individualidad en las respuestas impide la rotundidad que manifiesta la programación
en la vida animal. Los demás vivientes presentan respuestas rotundas y -en la mayoría
de los casos- esas respuestas no sólo son acertadas sino también sorprendentes: les
permiten conocer los cambios climáticos, encontrar alimento o llegar al lugar elegido a
kilómetros de distancia.
En esas respuestas no hay elementos personales, pero –cuando éstos aparecen- no
siempre son acertados. Por eso, frente al conocimiento cierto y evidente, se abren otras
muchas alternativas con las que debemos convivir: el error, la ignorancia, la duda, la
opinión y la creencia.
7
. «Muchas cosas asombrosas existen y, con todo, nada más asombroso que el hombre, Él se dirige al otro
lado del blanco mar con la ayuda del tempestuoso viento Sur, bajo las rugientes olas avanzando, y a la
más poderosa de las diosas, a la imperecedera e infatigable Tierra, trabaja sin descanso, haciendo girar
los arados año tras año, al ararla con mulos.
El hombre que es hábil da caza, envolviéndolos con los lazos de sus redes, a la especie de los aturdidos
pájaros y a los rebaños de agrestes fieras, y a la familia de los seres marinos. Por sus mañas se apodera
del animal del campo que va a través de los montes, y unce al yugo que rodea la cerviz al caballo de
espesas crines, así como al incansable toro montaraz.
Se enseñó a sí mismo el lenguaje y el alado pensamiento, así como las civilizadas maneras de
comportarse, y también, fecundo en recursos, aprendió a esquivar bajo el cielo los dardos de los
desapacibles hielos y los de las lluvias inclementes. Nada de lo por venir le encuentra falto de recursos.
Sólo del Hades no tendrá escapatoria. De enfermedades que no tenían remedio ya ha discurrido posibles
evasiones.
Poseyendo una habilidad superior a lo que se puede uno imaginar, la destreza para ingeniar recursos, la
encamina unas veces al mal, otras al bien. Será un alto cargo en la ciudad, respetando las leyes de la tierra
y la justicia de los dioses que obliga por juramento.
Desterrado sea aquel que, debido a su osadía. Se da a lo que no está bien. ¡Qué no llegue a sentarse junto
a mi hogar ni partícipe de mis pensamientos el que haga esto!» SÓFOCLES, Antígona, 335-376.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 21
El conocimiento sensible sólo tiene un valor de comprobación experimental
que no puede dar certeza. Es un acto de opinión (doxa) que sólo nos da un
conocimiento de fe (pistis) acerca de las realidades particulares.
Sin embargo, el lenguaje nos muestra que la mente humana maneja conceptos
universales que aplicamos a la experiencia. Son esos juicios universales los que
nos diferencian de los animales, nos permiten comunicarnos, dan lugar a las
soluciones técnicas y de ellos surge la ciencia.
No hay nada en nuestra experiencia que se asemeje a esos conceptos, por lo que
no pueden proceder de ella, pero tampoco son un invento del hombre. Como
actualmente no tenemos otro medio de conocer la realidad, debemos afirmar
que están en nosotros desde antes de tener cuerpo.
De esta afirmación surgen dos consecuencias: el alma es anterior al cuerpo, ya
que posee un conocimiento que no ha recibido de éste; y existe una realidad
diferente a la sensible (y más perfecta que ésta) donde existen en sí esos
principios universales (eidos). Es el mundo inteligible que se contrapone al
sensible.
Existe, por tanto, una dualidad en la realidad (lo sensible/ lo inteligible) que se
corresponde a otra dualidad dentro del hombre (lo corporal/ lo espiritual) con
orígenes y realidades diferentes.
Por medio de la dialéctica, el ser humano puede separarse de lo sensible y
ascender lentamente hasta la contemplación (noesis) de los eidos, con lo que
alcanza una sabiduría plena.
San Agustín, con ciertos matices importantes pues da mucho más valor al cuerpo,
continuará la tradición platónica en una matriz cristiana8.
8
. La filosofía de Platón y Aristóteles ya no responde a la definición de realismo ingenuo. Como en el caso
del tomismo, en estos autores hay un estudio detallado del conocimiento, distinguiendo entre el
conocimiento verdadero y sus variantes erróneas. Además, los dos autores griegos parten del
enfrentamiento crítico con la sofística, que pretendía negar la validez del conocimiento. Sin embargo, de
maneras diferentes, todos estos pensadores permanecen en el seno del realismo: Platón afirma que la
verdadera realidad son los eidos, entidades universales que existen en su propia realidad al margen de
nuestro conocimiento; Aristóteles –como Santo Tomás- considera que la verdadera realidad es la
composición materia-forma que se da en los seres, que determina nuestro conocimiento. Aunque a veces
se indica que el platonismo o el agustinismo son formas de racionalismo, se comete –a nuestro juicio- un
error. En ambas filosofías se da un alto valor a la razón, pero en un ámbito realista. Hay algo fuera de la
razón, el mundo inteligible o Dios, en las que se conoce la verdad.
9
. No hay nada en el entendimiento que no haya estado antes en la sensibilidad.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 22
Es un hecho de experiencia que los seres particulares que vemos tienen
comportamientos universales. Los cuerpos humanos reaccionan de forma similar a una
enfermedad o a una medicina. Esto es porque ya hay una matriz universal dentro de
ellos mismos, que Aristóteles llama esencia o sustancia (ousía). Las cosas no son
absolutamente particulares: son más bien un compuesto de una materia
particularizada y concreta con una forma universal, común a los demás miembros de la
especie. A partir de estas premisas, plantea su doctrina del conocimiento:
Vemos por nuestros sentidos que el conocimiento actúa por separación. Cada
órgano no se encarga de toda la realidad sino sólo de una parte de ella (la vista,
por ejemplo, de lo visible). Luego, toda esa información se unifica en el sensible
común y da lugar a una imagen (phantasmata) en la que se recoge toda la
aportación de la experiencia y a la que se añaden nuestros gustos y preferencias
(estimativa).
Hasta aquí procede el conocimiento animal, pero el ser humano va más allá.
Tiene otra actividad pues al conocer una realidad –un ser humano, por ejemplo-
no sólo conoce al individuo sino también el principio universal que tiene en
común con los otros seres. Existe en nosotros, por tanto, otra facultad que
separa o abstrae la esencia. Por esa propiedad de leer dentro (intus legere) se
denominará a esa facultad inteligencia (nous). Como el concepto es algo
inmaterial e irreductible a cualquier imagen, la inteligencia ha de ser una
facultad universal.
El conocer, tanto en la sensibilidad como en el intelecto, es un acto en el que se
posee la cosa sólo que con un ser diferente. La capacidad asombrosa del
conocimiento –tanto sensible como intelectual- consiste en tener la realidad
bajo un ser diferente que sólo puede existir de forma inmanente (la mesa existe
en sí y –de algún modo- existe dentro de mí), pero esa inmanencia remite
directamente a la realidad. Es, como dirá la escuela aristotélica, una realidad
intencional, que nos hace tener las cosas mismas en el pensamiento, pero
remitiendo a lo real10.
Leonardo Polo ha estudiado con profundidad el tema de la intencionalidad, y con un lenguaje difícil
pero preciso, ha definido sus términos con claridad:
1. El objeto se da, lo cual no quiere decir otra cosa que objeto. El objeto es estrictamente eso: lo dado, es
decir, lo poseído por una operación que así es inmanente y no transitiva. Las operaciones transitivas no
poseen sino que, al alcanzar el término, cesan. Objeto significa: lo poseído por el acto 11.
10
. Con la doctrina de la intencionalidad –algo extraña en apariencia- el aristotelismo sortea con
antelación el problema en el que se encerrará buena parte de la filosofía moderna. Si al conocer,
reproduzco el objeto dentro de mí, entonces lo que conozco es un producto de la conciencia no la realidad,
y no tengo posibilidad del compararlo, pues –valga la paradoja- no puedo conocer sin conocer. Lo que
Aristóteles postula es que el conocimiento es un acto (un modo de existir). En definitiva, el ser se dice de
muchas maneras (Metafísica VII, 1, 1028a 10) Yo conozco las cosas mismas –no mi producto de ellas- sólo
que con un ser diferente al real. Cuando Santo Tomás enuncie su doctrina de la distinción entre esencia
y acto de ser, esta tesis quedará aun más clara: hay dos actos de ser, el real o el mental, pero la esencia
conocida es la misma. Aunque la realidad del conocimiento es inmanente, su contenido nos remite a la
realidad.
11
. L. POLO, Curso de Teoría del conocimiento I, Pamplona 1984, pg. 108.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 23
2. Si el conocimiento fuese de antemano algo no podría conocer ese algo, porque si lo es de antemano no
lo es en co-actualidad teleológica y sólo hay conocido como télos de una operación inmanente. De manera
que cuanto más universal es el conocimiento más separado es. A la pregunta ¿qué es el conocer? Hay que
responder: en última instancia, ningún qué12.
3. El conocimiento no contiene lo conocido, sino que lo posee en acto, lo cual es por completo distinto13
4. La sugerencia cognoscitiva del espejo no es despreciable, y sirve a nuestra tarea si la usamos con tino,
esto es, como ejemplo (casi como símbolo) de la intencionalidad. ¿En qué consiste ser imagen especular?
En ser una imagen reflejada, y nada más. Con ello no se gana nada en términos de realidad 14
5. Una fotografía es también una representación, envía a una realidad distinta de ella, pero se distingue de
la imagen del espejo en que la fotografía no es irreal, sino que está en la cartulina, y, obviamente, no como
la imagen en el espejo. La fotografía es intencional: veo la fotografía y ella conduce-acompañando al
fotografiado (...) Sin embargo, insisto en ello, la fotografía tiene un asiento real: la cartulina, la cual, claro
está, no es un acto de conocer. Tampoco la cartulina es intencional. Este ejemplo, como cualquier otro, no
es la intencionalidad pura. Resumiendo: la cartulina es el soporte físico de la fotografía. Lo intencional es
la fotografía misma, pero la fotografía no está separada de la cartulina. La sugerencia es ahora ésta: la
intencionalidad cognoscitiva sería como una fotografía separada de la cartulina, y el acto sería la
separación15
12
. Ibid, pg. 111.
13
. Ibid, pg. 113. Hay un empeño nada natural en oscurecer esta doctrina precisamente en sus puntos más
venturosos. La intencionalidad busca eliminar el problema de la dualidad que se plantea el
representacionismo moderno. Si el pensamiento es una copia de la realidad, hay dos elementos
diferentes que comparar: las cosas y nuestras ideas de ellas. Si la misma cosa existe de dos modos, de
forma real o de forma intencional, sólo hay una realidad: la cosa, que existe intencionalmente en cuanto
que es conocida. Sin embargo, se le acusa justamente de lo contrario: cuando el conocimiento es concebido
como una reproducción del objeto, representa una duplicación de la realidad. Ésta existe en cierto modo dos
veces: primero, objetivamente, fuera de la conciencia; luego, subjetivamente, en la conciencia cognoscente.
No se ve bien, empero, qué sentido tendría semejante repetición y duplicación. J. ESSEN, Teoría del
conocimiento, pg. 87. Lo que esta doctrina dice es que –en el momento de conocer- sólo hay una realidad
que existe de por sí fuera del sujeto y que existe en cuanto conocida en éste.
14
. L. POLO, Teoría del conocimiento, pg, 117.
15
. Ibid, pg. 121.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 24
serán objeto de rechazo. La magnitud, la profundidad y, no obstante, la novedad de su
obra le convertirán en el pensador más relevante del cristianismo, ejerciendo una
influencia continuada a través de los siglos en el ámbito del cristianismo.
No hay una distinción clara entre razón y fe en la obra de San Agustín, lo que marcará
el discurrir de todo su pensamiento. Existe una sola verdad, la revelada por la religión,
y la razón puede contribuir a conocerla mejor. "Cree para comprender", nos dice, en una
clara expresión de predominio de la fe; sin la creencia en los dogmas de la fe no
podremos llegar a comprender la verdad, Dios y todo lo creado por Dios (la sabiduría de
los antiguos no sería para él más que ignorancia); "comprende para creer", en clara
alusión al papel subsidiario, pero necesario, de la razón como instrumento de aclaración
de la fe: la fe puede y debe apoyarse en el discurso racional ya que, correctamente
utilizado, no puede estar en desacuerdo con la fe, afianzando el valor de ésta. Esta
vinculación profunda entre la razón y la fe será una característica de la filosofía cristiana
posterior hasta la nueva interpretación de la relación entre ambas aportada por santo
Tomás de Aquino, y supone una clara dependencia de la filosofía respecto a la teología.
Aunque sin llegar a elaborar una teoría del conocimiento San Agustín se ocupará del
problema del conocimiento, tratando de establecer las condiciones en las que se puede
dar el conocimiento de la verdad, según el ideal cristiano de la búsqueda de Cristo y la
sabiduría.
Ante el desarrollo del escepticismo defendido por la Academia nueva, con cuyas tesis
había simpatizado anteriormente, San Agustín considerará fundamental la crítica del
mismo. Niegan los escépticos la posibilidad de alcanzar certeza alguna. Ante ello San
Agustín replica afirmando la necesaria certeza de la propia existencia: ¿puedo
razonablemente dudar de mi existencia, aun suponiendo que todos mis juicios
estuvieran siempre equivocados? No, dice San Agustín, ya que aun en el caso de que
me engañarse no dejaría de existir (al menos el juicio "si fallor, sum" sería siempre
verdadero, asegurando la certeza de mi existencia); pero la certeza es triple, ya que el
hombre existe, vive y entiende.
En ese conocimiento cierto que tiene la mente de sí misma y por sí misma, en la
experiencia interior, asentará San Agustín la validez del conocimiento. Así, no puedo
dudar de la certeza de los principios del entendimiento, como el principio de no
contradicción; ni de la certeza de las verdades matemáticas. Tampoco puedo dudar de
la certeza de la realidad exterior, en la que vivo. No obstante la mente, buscando la
verdad en sí misma, se trascenderá a sí misma al encontrar en ella las ideas, verdades
inmutables que no pueden proceder de la experiencia.
Distinguirá San Agustín varios tipos de conocimiento, asegurada su posibilidad: el
conocimiento sensible y el conocimiento racional; el conocimiento racional, a su vez,
podrá ser inferior y superior. El conocimiento sensible es el grado más bajo de
conocimiento y, aunque realizado por el alma, los sentidos son sus instrumentos; este
tipo de conocimiento sólo genera en mí opinión, doxa, tipo de conocimiento sometido
a modificación, dado que versa sobre lo mudable (puede observarse la clara
dependencia platónica del pensamiento agustiniano); al depender del objeto (mudable)
y de los sentidos (los instrumentos) cualquier deficiencia en ellos se transmitirá al
conocimiento que tiene el alma de lo sensible. El verdadero objeto de conocimiento no
16
. De ideis, 2
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 26
objetos del conocimiento suscitan la actividad de los órganos de los sentidos, sobre los
que actúan, produciendo la sensación, que es un acto del compuesto humano, del alma
y del cuerpo, y no sólo del alma como pensaba Platón. Para que haya conocimiento es
necesario, pues, la acción conjunta de ambos, por lo que la posibilidad de una intuición
intelectual pura, que ponga directamente en relación el intelecto y el objeto conocido,
queda descartada.
Santo Tomás seguirá la explicación del conocimiento ofrecida por Aristóteles. El objeto
propio reconocimiento intelectivo es la forma, lo universal; pero esa forma sólo puede
ser captada en la sustancia. Por lo tanto, es necesario que la sustancia, la entidad
concreta e individual, sea captada mediante los sentidos, para poder ofrecer al
entendimiento su objeto propio de conocimiento. Esta actividad primaria es realizada
por los sentidos, quienes, en colaboración con la imaginación y la memoria, producen
una imagen sensible (phantasma) de la sustancia, que sigue siendo una imagen
concreta y particular; sobre esa imagen actuará el entendimiento agente, dirigiéndose
a ella para abstraer la forma o lo universal, la "especie inteligible", produciendo en el
entendimiento paciente la species impressa quien, a su vez, como reacción producirá la
species expressa, que es el concepto universal o verbum mentis. El proceso de
abstracción consiste, pues, en separar intelectualmente lo universal, que sólo puede ser
conocido de esta manera. La consecuencia es la necesidad de tomar como punto de
partida la experiencia sensible en todo conocimiento. También en el conocimiento de
las cosas divinas, por lo que Sto. Tomás adoptará el método "a posteriori" en su
demostración de la existencia de Dios a través de las cinco vías.
Al igual que para Aristóteles, pues, el objeto del verdadero conocimiento es la forma, lo
universal, y no lo particular: de la sustancia concreta: conocemos la forma, no la
materia, que en cuanto materia prima resulta también incognoscible. Por lo demás,
aunque el punto de partida del conocimiento sea lo sensible, lo corpóreo, su objeto
propio es la forma, lo inmaterial. ¿Qué ocurre entonces con aquellas sustancias no
materiales? Para Sto. Tomás está claro: no es posible tener en esta vida un
conocimiento directo de ellas (los ángeles y Dios). El conocimiento de estas sustancias
sólo se puede obtener por analogía, en la medida en que podamos tener un
conocimiento de los principios y de las causas del ser.
17
. La doctrina aristotélica era un sistema exclusivamente racional que desconocía la Revelación. Reducía
todo a relaciones necesarias de causa y efecto. El cristianismo introducía un nuevo factor: la voluntad
libérrima y sabia de Dios. En su presencia singular en la historia –la Encarnación- había mucho de amor y
nada de necesidad. Estos autores temían que el estudio racional redujese la libertad divina y, con ella,
eliminase la gratuidad de la Redención.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 27
si no, Éste se vería obligado a elegir algunos de ellos18. Esta doctrina se conoce como
nominalismo y Guillermo de Occam es su pensador más conocido19. El desarrollo de
esta tesis –pareja a la decadencia de la escolástica aristotélica- se unió al método
supositivo de la nueva ciencia, que prefería fingir hipótesis a estudiar las realidades en
sí mismas. Compensaba –desde el punto de vista de la Física- analizar cada fenómeno
por separado (velocidad, fuerza, resistencia, aceleración, etc...). Todos estos factores
llevaron al oscurecimiento y olvido de la doctrina realista.
La posición que adoptará Occam respecto al tema de la relación entre la razón y la fe
supondrá no ya la distinción entre ambas y la concesión a cada una de un espacio
particular de aplicación, como había defendido santo Tomás, sino su radical distinción
e independencia. La razón no está ya al servicio de la fe, ni la fe necesita de la razón para
esclarecer sus propios dictados. La fe depende estrictamente de la revelación, por lo
que la razón no tiene nada que decir, no tiene nada que añadir ni quitar, nada que aclarar
a la palabra divina. La razón, por su parte, siendo una facultad otorgada por Dios al
hombre, para ordenarse en este mundo, no tiene nada que tomar de la fe: ha de recurrir
a las otras facultades naturales y, exclusivamente con ellas, obtener los conocimientos
necesarios para la vida más perfecta posible del hombre.
La distinción entre la razón y la fe se convierte, por lo tanto, en separación, y aún en
oposición, entre ambas, lo que conducirá a Occam a una posición mística y "anti-
teológica" en los temas de la fe (el voluntarismo, caracterizado por la afirmación de la
preeminencia de la voluntad sobre el entendimiento), y a una posición radicalmente
empirista en lo concerniente a los temas de la razón. La autonomía de la razón con
respecto a la fe proclamada por santo Tomás se convierte en una independencia
absoluta, lo que tiene importantes consecuencias en el campo filosófico y teológico en
el que se moverá Occam.
Si San Agustín había explicado el tema del conocimiento con la doctrina de la
iluminación, de inspiración platónica, santo Tomás lo había hecho con la teoría de la
abstracción, de raíz aristotélica. En ambos casos el conocimiento representa el
conocimiento de la esencia, dejando al margen la individualidad y particularidad del
objeto conocido. Occam se opondrá a ambas explicaciones, rechazando la posibilidad
de conocer directamente las esencias tanto como la posibilidad de un conocimiento
abstractivo, ofreciéndonos una explicación basada en la intuición sensible, que nos
permite entrar en contacto directamente con la realidad individual y concreta, postura
conocida con el nombre de nominalismo.
¿Conocemos directamente, pues, la realidad individual o conocemos sólo las esencias
universales? La intuición no es, para Occam, la captación directa por parte del sujeto de
una esencia, de una idea de tipo platónico, sino la relación directa del sujeto que conoce
con el objeto conocido, con la cosa. En este sentido, el conocimiento es algo que se
ofrece de modo directo e inmediato al individuo (no el resultado de una abstracción, de
una elaboración del entendimiento que culmina en un concepto); es algo, por lo tanto,
presente, que queda garantizado por la inmediatez, por la presencia de la cosa que es
18
. Esta tesis la desarrollará después uno de los racionalistas más importantes: G.G. Leibniz, que dirá que
los universales disputan en la mente divina y que sólo los más perfectos son creados. No hay, pues,
libertad en Dios. Esta doctrina olvida que los universales de los que surgen los seres naturales son –por
definición- mejorables. Siempre hay, en consecuencia, libertad de elección.
19
. En realidad, ya Roscellino había defendido esta tesis –y por razones similares- en el siglo XI.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 28
la causa inmediata de dicho conocimiento, por el que se afirma en consecuencia la
existencia de la cosa y del que dependen también las relaciones entre las cosas.
El conocimiento abstractivo no es posible, porque lo universal no es real, no es algo que
esté presente. Los conceptos los formamos espontáneamente en el entendimiento, no
a través del proceso abstractivo descrito por Aristóteles y por santo Tomás. ¿Qué son
los conceptos? No pueden representar unas esencias que no tienen presencia ni
existencia real: no son más que signos de carácter lingüístico que se forman a partir de
la experiencia, por generalización. Distingue Occam dos tipos de signos: los naturales y
los convencionales. Son signos naturales los concebidos por la mente y, en este sentido,
pueden ser llamados palabras mentales. Los signos convencionales puede ser de dos
clases: proferidos y escritos, es decir pertenecientes al lenguaje hablado o al lenguaje
escrito. La función de los signos es hacer las veces de las cosas que significan en el
discurso, sustituirlas. En ningún momento representar esencias inexistentes.
El rechazo de la explicación tomista del conocimiento (por vía de la abstracción,
siguiendo a Aristóteles) va asociado a la modificación de los presupuestos lógicos que
se pueden aceptar en el discurso filosófico, y a la elaboración de algunas propuestas
metodológicas, entre las que se suele destacar el principio de economía, también
conocido como la "navaja de Occam", que supone el rechazo de lo superfluo, de lo que
no aparezca de modo inmediato a la intuición sensible, y la exigencia de simplicidad en
la explicación de los sucesos reales, y cuya formulación tradicional se presenta del modo
siguiente: "no hay que multiplicar los entes sin necesidad" (entia non sunt multiplicanda
praeter necessitatem).
2.2. El inmanentismo.
La teoría del conocimiento se convierte en el objeto primario de reflexión a partir del
Racionalismo, primer sistema que inicia el criticismo (aunque esta tendencia no tomará
entidad plena hasta Kant) al tomar como problema el conocimiento mismo. Lo
novedoso del racionalismo no es proponer una teoría del conocimiento, sino hacerla
desde unos caracteres que van a marcar el desarrollo de las grandes escuelas del
pensamiento moderno:
o Se pone en duda la correspondencia entre el pensamiento humano y la realidad.
Frente al realismo greco medieval, la filosofía moderna va a partir de un modelo
representacionista, que considera que nuestro conocimiento no es un reflejo
de la realidad, como pensaban los anteriores, sino como una representación de
éste.
o En consecuencia, se pone el acento del conocimiento en el sujeto y no en la
realidad. La nueva filosofía considera que la razón tiene un papel activo y
transformador en el conocimiento humano. Como indicará el propio Kant, la
filosofía cartesiana es el primer modo de idealismo, pues parte de la
consideración del pensar como fundamento del ser20. Es el giro inmanentista, en
el que la verdad va a ser entendida y reducida a la certeza.
20
. A. LLANO, Gnoseología, pg. 93.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 29
o El conocimiento se entiende, por tanto, como un producto de la sensibilidad y
de la razón. Como consecuencia de todo esto, la cosa real y el objeto de
conocimiento no son iguales.
o Como el pensamiento no abarca la realidad –pues existe al margen de ella- surge
el problema de la existencia de lo irracional, y con él, el de los límites de
objetividad del conocimiento.
2.3. El racionalismo.
El Racionalismo surge por contraposición al escepticismo que se generaliza al final del
Renacimiento. Como ésta había sido una época de pruebas y cambios, concluye con la
sospecha –defendida principalmente por Montaigne- de que nuestro conocimiento no
es capaz de obtener la verdad. Mientras esta doctrina tiene cada vez más seguidores,
crece a la vez el prestigio de la nueva Física. Descartes, confiado en el valor de la ciencia
galileana, propone volver la duda escéptica contra sí misma. Su doctrina del
conocimiento tendrá dos partes fundamentales:
a. Un primer momento, crítico, en el que la duda se utilizará para mostrar que
conocimientos anteriores no tienen una verdadera base. Esta duda se dirige
fundamentalmente contra dos elementos: la experiencia sensible, por una
parte, y las autoridades del pensamiento, por otra.
b. A continuación, se promueve una visión del conocimiento que exalta el juicio
individual de la razón, frente al peso que la tradición tenía en los pensadores
anteriores. En definitiva, late en este sistema una confianza ilimitada en la
capacidad de la razón individual que, dirigida por un método acertado, llega
infaliblemente a la verdad.
Para el Racionalismo, la experiencia sensible tiene muy poco valor. Utilizando una
nueva terminología –que indica el giro inmanente de este sistema- se indica que la
experiencia es un conocimiento complejo, frente a la razón que proporciona un
conocimiento simple.
Esa capacidad de la razón es tan importante que basta con que juzgue que algo es
verdadero para que lo sea. Esa capacidad de la razón para transformar el conocimiento
complejo que nos dan los sentidos en algo simple y plenamente verdadero procede de
dos fuentes: las ideas innatas, que según los racionalistas han sido puestas por Dios en
nosotros, y la intuición racional, que es una luz inmediata de la razón capaz de captar la
verdad absoluta. Ese aparente triunfo de la racionalidad se va a convertir en su mayor
decadencia. Por una parte, al negarle a las grandes ideas de la razón (el sujeto pensante,
Dios y la realidad material) su relación con la experiencia, pasan por un primer momento
de afianzamiento intelectual, pero cuando –desde una posición empirista- se pase a
negarlas, perderán toda su base21.
21
. Esto ocurre de forma indudable con el conocimiento de Dios. Para Santo Tomás, apoyado en el
realismo aristotélico, el conocimiento de Dios era negativo y analógico. En nuestro estado actual, ni
conocemos a Dios ni podemos comprender lo que significan realmente sus perfecciones. Debemos
afirmar su existencia –desde un punto de vista racional- porque nos es imprescindible para explicar la
realidad cambiante, causada, contingente, imperfecta y ordenada que vemos. A partir de las
perfecciones que vemos en las criaturas establecemos una vía de analogía superlativa para aplicarlas a
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 30
2.4. El empirismo: John Locke.
Aunque orientado en sentido contrario que el Racionalismo, esta corriente es deudora
de las grandes aportaciones del modelo cartesiano. Difiere de él en los siguientes
aspectos:
1. Mantiene la división del conocimiento en simple y complejo, pero lo invierte.
Considera que los elementos más cercanos a la experiencia son las ideas
simples (que Hume dividirá a su vez en impresiones –simultáneas al
conocimiento- e ideas -posteriores-) procedentes de la sensibilidad.
2. En consecuencia, mantienen como única fuente del conocimiento la
experiencia. Locke, el primero de los grandes empiristas, critica las tesis básicas
del racionalismo: las ideas innatas y la intuición intelectual. A la vez, afirma que
todo el conocimiento humano puede explicarse desde la percepción sensible.
3. En cambio, las ideas de la razón apenas si adquieren relieve. Locke y Hume las
van a llamar ideas complejas, negándoles todo su valor. Esto supone una
infravaloración del pensamiento, correspondiente a la que realizó el
Racionalismo con la experiencia. Para estos autores, la razón no es más que una
facultad refinada de experimentar sensaciones22.
La crítica de Locke al innatismo se centrará en demostrar la falsedad de la afirmación
de que existe un consenso universal según el cual todos los seres humanos están de
acuerdo el existencia de determinados principios especulativos y morales, de donde se
seguiría que tales principios, (la idea de Dios, el principio de no contradicción, los
principios morales), sería innatos. En su crítica Locke apelará a la experiencia para ir
mostrando cómo no existe tal consenso universal, en absoluto, y que lo que se
considera principios comunes no tienen nada de tales, si atendemos a lo que unos y
otros dicen entender por los mismos. Tomemos la idea de Dios, dice Locke. Hay
pueblos en los que tal idea no existe, y en aquellos en los que existe hay concepciones
totalmente distintas, y muchas de ellas disparatadas y ridículas, con respecto a la
divinidad, lo que no podría ocurrir si la idea de Dios fuera innata. Pero ocurre: luego la
idea de Dios no puede ser innata.
Lo mismo sucede si analizamos los principios especulativos, supuestamente innatos:
los niños, los idiotas, y quienes no hayan tenido la oportunidad de aprenderlos, carecen
por completo de tales principios. Son muchas las personas iletradas, en la sociedad
europea, que llegan a la edad adulta sin tener la menor noción de tales principios; y en
las tribus de América rara vez se pueden encontrar tales principios especulativos entre
Dios, pero ese camino es siempre imperfecto y negativo, aunque nos procura un conjunto de
certidumbres. Descartes considerará esta actitud como propia de una época infantil de la humanidad:
todo ser humano tiene una idea innata de Dios que, como tal, es perfecta, y –por tanto- sólo puede
proceder del mismo Dios. No hace falta esa vía experimental y analógica. Sin embargo, cuando el
empirismo niegue las ideas innatas, cuya evidencia está lejos de ser universal, negará esa idea perfecta y
con ella nuestro conocimiento de Dios. A nadie se le ocurrirá volver atrás y examinar con profundidad las
viejas argumentaciones del realismo, pues habían sido desechadas por el racionalismo, que a su vez, fue
destruido por el empirismo.
22
. J. HESSEN, Teoría del conocimiento, pg. 59.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 31
sus habitantes. Por ello, tales principios especulativos, (identidad, no contradicción), no
pueden ser innatos.
¿Podrían tales ideas innatas encontrarse en nosotros no de forma actual, sino virtual?
Tal afirmación carecería de sentido: por supuesto que estamos en condiciones de
aprender en el futuro un principio matemático, por ejemplo, pero es absurdo decir que
tal principio está en nosotros de una forma virtualmente innata: no tiene sentido alguno
afirmar que la mente posee una idea o principio mientras no esté realmente en nuestro
pensamiento.
Locke entiende por idea, al igual que Descartes, todo contenido mental. Si no puede
haber ideas innatas, y parece innegable que poseemos contenidos mentales a los que
llamamos ideas ¿de dónde proceden tales ideas? Sólo pueden proceder de la
experiencia nos dice Locke. La mente es como una hoja en blanco sobre la que la
experiencia va grabando sus propios caracteres: todos nuestros conocimientos
proceden de la experiencia o derivan, en última instancia, de ella.
Podemos distinguir dos tipos de experiencia. Una experiencia "externa", que nos afecta
por vía de la sensación, y una experiencia "interna", que lo hace mediante la reflexión.
La sensación y la reflexión son, pues, las dos formas de experiencia de las que derivan
todas nuestras ideas.
La sensación es la principal fuente de las ideas. Los sentidos "transmiten a la mente",
dice Locke, distintas percepciones, según el modo en que los objetos les afectan
(colores, olores, movimiento, figura, etc) produciendo en ella las ideas
correspondientes. La reflexión, aunque no tan desarrollada y generalizada como la
sensación, nos permite tener experiencia de nuestras actividades mentales
(percepción, pensamiento, memoria, voluntad, etc) lo que da lugar también a la
creación de las ideas correspondientes. Pero además, la combinación de la sensación y
la reflexión pueden dar lugar a la creación de nuevas ideas, como las de existencia,
placer y dolor, por ejemplo.
Las ideas pueden ser simples y complejas. Las ideas simples son recibidas por la mente
directamente de la experiencia (sensación o reflexión) de forma enteramente pasiva, y
pueden ser consideradas los "átomos de la percepción", a partir de los cuales se
constituyen todos los demás elementos del conocimiento. Las ideas complejas, aunque
derivan de la experiencia, son formadas por la mente al combinar ideas simples, por lo
que ésta adquiere un papel activo en la producción de tales ideas complejas (como las
ideas de belleza, gratitud, universo, etc). Las ideas complejas puede ser de tres clases:
de modos, de sustancias y de relaciones. Pero todas ellas, por alejadas que puedan
parecer de los datos de la experiencia, son elaboradas por la mente a partir de la
comparación y la combinación de ideas simples.
Las ideas de los modos de ser se clasifican, a su vez, en simples y compuestas (o mixtas).
Si combinamos una idea consigo misma tenemos una idea compleja de modo simple
como, por ejemplo, la idea de tres, que resulta de combinar la idea de 1 tres veces
consigo misma. Pero si combinamos ideas distintas obtenemos una idea compleja de
modo mixto (o compuesta), como ocurre con las ideas de belleza, deber, hipocresía...
Las ideas complejas pueden corresponderse con la realidad o no, ya que la mente puede
combinar las ideas arbitrariamente, dando lugar a combinaciones que no
necesariamente tiene que corresponderse con algo real.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 32
CUALIDADES PRIMARIAS Y SECUNDARIAS
En el capítulo titulado "Algunas otras consideraciones sobre nuestras ideas simples",
antes de hablar más ampliamente de las ideas complejas, nos propone Locke la
distinción entre las ideas y las cualidades, primero, y posteriormente la distinción entre
las cualidades primarias y las secundarias. Las ideas son, pues, sensaciones o
percepciones; mientras que las cualidades son "capacidades del objeto" para producir
en nosotros alguna idea.
Pero podemos distinguir aún dos tipos de cualidades: las primarias y las secundarias.
Las primarias "están" en los objetos, mientras que las secundarias "no están" en los
objetos, y actúan por medio de las cualidades primarias. En un objeto podemos
encontrar determinadas "cualidades", como la solidez, la extensión, la forma, y otras
distintas de éstas, como los colores, el gusto, el sonido y el olor. Ahora bien, mientras
las ideas de solidez, extensión y forma son "imágenes" de los objetos y guardan una
semejanza con ellos, las ideas de color, Augusto, sonido, olor, no se puede decir que
sean "imágenes" de los cuerpos y carecen de toda semejanza con ellos; la idea de
"solidez" imita al objeto que produce tal idea, pero la idea de color no "copia " el color
del objeto mismo.
Locke considera, pues, que las cualidades primarias reproducen algo que está en el
objeto, mientras que las secundarias no, por lo que las primarias serían "objetivas" y las
secundarias "subjetivas", siguiendo la distinción adoptada ya anteriormente por Galileo
y Descartes, y que ya había sido tenida en consideración en la antigüedad por
Demócrito de Abdera. Las ideas de cualidades primarias, al representar algo que está
en el objeto, son válidas para progresar en reconocimiento objetivo, mientras que las
cualidades secundarias, al "no estar" en los objetos, no lo son, por lo que las inferencias
o deducciones que podamos extraer de ellas no tienen valor cognoscitivo, valor
objetivo.
LA IDEA DE SUSTANCIA
Las ideas de cualidades se presentan a nuestra mente formando grupos en los que
suelen aparecer cualidades primarias y secundarias asociadas a la misma experiencia,
con pequeñas variaciones, según los momentos, lugares y circunstancias en que tales
experiencias se produzcan. Cómo no podemos concebir el modo en que tales ideas
puedan subsistir por sí mismas, suponemos existencia de algo, de un sustrato que les
sirva de soporte, al que llamamos "sustancia".
Ello no quiere decir, sin embargo, que Locke considere que la idea general de sustancia
es un simple producto de la imaginación y no tenga existencia real. La idea general de
sustancia es el resultado de una inferencia, realizada a partir de la existencia de
cualidades que "necesitan" un soporte en el que existir, soporte que permanece
desconocido para nosotros, pero cuya existencia y realidad queda suficientemente
probada, según Locke, con dicha inferencia, aunque tal idea de "sustancia" no sea ni
clara ni distinta.
Dado que las ideas simples proceden de la experiencia (de sensación o de reflexión) la
idea de sustancia remite a un sustrato material, por lo que resultaría difícil poder hablar
de "sustancias espirituales", a menos que añadiésemos la idea de "pensante" a la idea
de sustancia, convirtiéndose así la sustancia en una "sustancial espiritual", modo en el
23
. Aunque pudiera parecer lo contrario, el Empirismo es tan idealista e inmanentista como el
Racionalismo, si no más. Lo único que ha cambiado es la parte del conocimiento en la que se basa la
certeza, pero es el pensamiento quien determina la realidad. El primer sistema todavía postulaba un
acceso directo a la realidad. En el Empirismo radical de Hume esto ya no es posible. De hecho, su
antecesor Berkeley había negado la existencia de las cosas materiales desde sus postulados empiristas y
críticos: esse est percipi aut percipere. Sólo existen sujetos cognoscentes: nosotros que recibimos las
impresiones y Dios que las pone en nosotros. Con Hume esto se agudiza: el conocimiento empieza y
termina con las impresiones sensibles. No sé si hay cosas reales y no puedo salir de la sensibilidad para
remontarme a Dios.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 37
2.6. Kant: el apriorismo.
El más importante de los pensadores modernos tuvo una vida silenciosa en la villa
prusiana de Könisberg, hasta que 1781 en publicó su Crítica de la razón pura. En ese
momento, se convirtió en el eje de toda la reflexión posterior24. Kant fue educado en el
Racionalismo, pero leyó la obra de Hume, que –según sus propias palabras- lo sacó del
sueño dogmático. No cayó, sin embargo, en el escepticismo por la influencia de Newton.
Como pensamiento sintético, Kant critica y recoge aportaciones de los sistemas
precedentes.
Desde estas bases, Kant funda su idealismo trascendental, que intenta aunar y superar
las aportaciones de los precedentes. Esta doctrina tiene los siguientes caracteres:
En el conocimiento hay que distinguir dos elementos: la materia o contenido,
que debe ser aportada por la experiencia; y la forma o estructura, que es puesta
por la razón.
Para que la razón pueda aportar esa universalidad debe tener unos elementos
que sean puros (sin contenido), a priori (anteriores a la experiencia) y
trascendentales (se aplican a la experiencia particular sin reducirse a ella)
Esos elementos sólo tienen validez –lo que Kant denomina uso legítimo-
cuando se aplican sobre la experiencia (uso empírico).
24
. Fichte, uno de los grandes idealistas alemanes, al publicar su primera obra la entregó a Kant con esta
dedicatoria: Dem Philosopher, al Filósofo. Cualquier conocedor de la historia de la Filosofía habría
comprendido el gran halago: Kant era el nuevo Aristóteles. De algún modo, el intelectualismo sensista
de Aristóteles y el idealismo trascendental son los dos grandes sistemas que han aunado experiencia y
razón, el primero desde los postulados realistas; el segundo, desde los idealistas.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 38
No es posible, por tanto, aplicar esas categorías con un uso legítimo sobre los
objetos de la Metafísica (Dios, alma y mundo), con lo que este saber deja de
tener valor teórico para convertirse exclusivamente en un postulado práctico.
El sistema kantiano tiene un gran valor al afirmar la unidad de experiencia y razón en la
explicación del conocimiento, pero mantiene el encierro inmanente que caracteriza al
conocimiento moderno. Pese a todas sus ventajas, presenta diversos problemas:
La realidad material –soporte de la experiencia- queda fuera del conocimiento.
Éste empieza con los fenómenos, por lo que no podemos saber con certeza si
existe algo más allá de ellos. Kant, de un modo confuso, afirma que debe
proceder de la realidad exterior, que él denomina noumeno o cosa en sí (lo
incognoscible).
La ciencia, pese a ser definida como un conocimiento objetivo, es un producto
de la mente a partir de la experiencia caótica y cambiante que nos ofrece la
sensibilidad.
Las realidades suprasensibles –el alma o Dios- que el mismo Kant considera
como los elementos fundamentales del saber, quedan fuera de nuestro
conocimiento teórico. Con mayor o menor agudeza, Kant critica las diversas
pruebas de la existencia de Dios y de afirmación del alma con la intención
preconcebida de poner a estos elementos más allá de toda crítica, aunque
también más allá de todo saber.
25
. S. RÁBADE, Problemas gnoseológicos de la “Crítica de la razón pura”, Madrid 1969, pg. 9.
26
. Cfr. F.DUQUE, Historia de la Filosofía moderna. La era de la crítica, Madrid 1998, pg. 250.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 39
Estos pensadores intentan responder a una cuestión fundamental del pensamiento
kantiano: ¿cómo conectan las categorías con las impresiones? Se producirán dos
respuestas que van más allá del pensamiento de Kant, aunque ambas se presentan
como herederas de su pensamiento.
La primera, que se impondrá en la primera mitad del siglo XIX, dice que categorías e
impresiones conectan porque la realidad es producto del pensamiento. No se
pretende que la realidad sea producto del pensamiento humano, finito, sino del
pensamiento absoluto, divino. Esta es la respuesta del idealismo absoluto.
La segunda, que dominará en la segunda mitad del siglo XIX, dice que categorías e
impresiones no conectan y que, por tanto, toda síntesis es producto pleno de la
mente. En el fondo es coherente con la sustancia del pensamiento kantiano: la
racionalidad no sería más que una isla extraña en un conjunto de irracionalidad (lo que
Schopenhauer va a llamar el mundo como representación): un juego de la razón consigo
misma. Fuera de ella estaría el mundo real, ajeno a toda racionalidad (que
Schopenhauer llamará el mundo como voluntad). El irracionalismo es el resultado lógico
de la propuesta de Occam realizada 500 años antes: si la actividad de la razón es una
ficción, un producto, está completamente al margen de la realidad.
3.1. El positivismo.
Pretende mantener a la ciencia al margen de la crítica kantiana a la metafísica. El
conocimiento posible sería el limitado a los hechos empíricos y por eso, todo intento de
ir más allá, como la metafísica, sería no sólo falso, sino un sin sentido.
El positivismo se va a encontrar con dos grandes problemas:
- La crisis de la ciencia a principios del siglo XX. Con la propuesta de la mecánica
de la relatividad y la mecánica cuántica al margen de la mecánica de Newton, se
produce una importante crisis teórica cuyo fin es una crisis gnoseológica. La
realidad no parece responder a los parámetros teóricos previstos. Esto es así
porque la relación entre datos y teoría no es tan sencilla como pensaba el
positivismo..
- La crítica de la filosofía. Importantes autores del siglo XX han indicado que la
reducción del conocimiento a dato elimina gran parte de su valor. Lo que añade
el ser humano es la universalidad y el sentido del conocimiento. Sin eso, el
conocimiento deja de tener valor. Además, el dato tiene que ser interpretado,
precisa de una teoría para ser relevante.
29
. OC I, p. 322
30
. OC I, p. 319
31
. OC, II, p. 19
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 47
existe una perspectiva única o absoluta, permanente, sino que –en los asuntos
humanos- es preciso sumar las diferentes perspectivas para obtener el enfoque global
que supone la realidad. Es muy conocida la indicación de Ortega sobre que el
pensamiento divino no es una visión particular absoluta que posee toda la verdad, sino
la suma de todas las perspectivas.
Esta doctrina no implica una caída en el relativismo sino una superación del eterno
dilema entre relativismo y dogmatismo racionalista. Para el escepticismo relativista, la
observación de la mutabilidad de lo real y la pugna entre las diversas opiniones es la
prueba de que la verdad es inalcanzable para el hombre. Es una renuncia a la filosofía
en cuanto que es renuncia del hombre a tener relación con la verdad. Para el escéptico,
la verdad es tan excelsa que no puede ser conocida por el entendimiento humano.
Ortega intenta unir ambos elementos (verdad y realidad cambiante) en una común
armonía. La realidad debe ser unificada desde algún principio rector (Ortega admite
esta tesis básica del racionalismo), pero sin negar la tesis básica del relativismo: que la
realidad es múltiple y que de ella caben múltiples perspectivas. Esas perspectivas no
son contradictorias y excluyentes sino que en cada una de ellas hay una gota de verdad.
El raciovitalismo.
Supone la madurez filosófica de Ortega. Esta extraña denominación, “raciovitalismo”,
es la conclusión de un ensayo de la misma época que el que vamos a analizar: ni
racionalismo ni vitalismo. Esta doctrina es el desarrollo congruente del perspectivismo,
como intento de superar críticamente las posturas filosóficas vitalistas y racionalistas.
Es una meditación sobre las dos perspectivas más radicales en las que el hombre está
situado. Ambas gozan del privilegio de ser las dos perspectivas radicales y el
fundamento de cualquier otra perspectiva. Es importante recordar que Ortega no
puede hacer una crítica de la razón porque debe usar la razón misma para hacerla. Más
que hacia la razón misma, la crítica se dirigirá hacia los excesos del racionalismo.
Igualmente tampoco hay en él una crítica de la vida, sino de la estrechez filosófica del
vitalismo.
La solución raciovitalista intenta superar ambos extremos: Ortega no deja de
reconocer la importancia de las conquistas indiscutibles que el hombre ha hecho desde
la razón pura. Su mayor atención a la vida tiene la pretensión de ser una teoría. Él no
puede aceptar las connotaciones irracionalistas que rodean al término “vitalismo”. De
hecho, pretende diferenciar su filosofía de cualquier vitalismo de estricta observancia.
Tras siglos de racionalismo e idealismo, se hace preciso reformular el pensamiento,
afirmando la primacía ontológica de la vida. El pensamiento viene después: «el destino
del hombre es, pues, primariamente acción. No vivimos para pensar, sino al revés:
pensamos para lograr pervivir (…). [Hay que] resolverse a negar que el pensamiento, en
cualquier sentido suficiente del vocablo, haya sido dado al hombre de una vez para
siempre, de suerte que lo encuentra, sin más, a su disposición, como una facultad o
potencia perfecta, pronta a ser usada y puesta en ejercicio, como fue dado al pájaro el
vuelo y al pez la natación»32.
La tarea de la razón no puede ser pretender rehacer la realidad de acuerdo con sus
imperativos sino la de dar razón de aquello que lo precede. Aceptar esta tesis supone
32
. OC, V, p. 304
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 48
una cura de humildad pues la razón se sitúa en un segundo plano ontológico. El aspecto
que más interesa a Ortega investigar es la vida, «la Idea de la Vida como realidad
radical»33. Esta vida es la que cumple ciertas condiciones: es la vida personal, es la vida
intransferible que aparece de forma ineludible como responsabilidad mía. Con ello
introduce Ortega el tema de la circunstancialidad en el raciovitalismo. Es la vida de
quien tiene conciencia para dar cuenta y razón de ella.
33
. OC, VIII, p. 53
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 49
TEMA 4. EL CONTENIDO DEL
CONOCIMIENTO HUMANO .
4.1. LA UNIDAD SENSO-RACIONAL DEL CONOCIMIENTO .
Vamos a plantear una cierta novedad en los estudios gnoseológicos que me parece
necesaria. Lo habitual es que en estos estudios se realice una disección del
conocimiento humano que considerara que éste está formado por tres elementos
realmente separables: la sensibilidad externa, la imaginación y la memoria (o
sensibilidad interna) y la razón.
Este modo de trabajo tiene parte de razón pues en el conocimiento intervienen tres
elementos que son diferenciables y que, de hecho, se dan de forma diferenciada en
otros seres como ya hemos visto: la pura sensibilidad particular (presente en los
vivientes más básicos); la experiencia particular que agrupa información de sensaciones
diferentes y que las retiene en la memoria (presente en los vivientes sensitivos
superiores); el puro conocimiento universal (que hemos puesto en los ángeles). Cada
uno de ellos se da como término final en algunos vivientes, de modo que hay unos que
sólo conocen sensiblemente, otros que tienen una experiencia más compleja, y otros
que sólo conocen intelectualmente.
Esta distinción de funciones sirvió al racionalismo del siglo XVII para fundamentar la
existencia de lo espiritual: la diferenciación de funciones llevaba, a su juicio, a plantear
una separación más clara entre lo corporal y lo espiritual34.
Sin embargo, esta diferenciación no corresponde a nuestra experiencia cognoscente:
nosotros no conocemos primero con la sensibilidad externa, luego con la interna y más
tarde con la razón. Aunque temporalmente pueda ser así, a nuestra conciencia el
proceso aparece como uno: nuestra experiencia de conocer es experiencia de la unidad.
Cuando siento algo, inmediatamente lo conceptualizo.
Esta fue una de las grandes contribuciones de Santo Tomás que quedó en la nada
incluso entre sus discípulos: el hombre es hombre en todo su ser y consecuentemente su
sensibilidad no es cualquiera, sino humana. Se comprende entonces cómo la sensibilidad
recibe en el hombre una nobleza especial y puede condicionar también las operaciones
superiores del entendimiento35. Esta es la clave de una gnoseología correcta: El escollo,
como el núcleo, para una solución adecuada del problema de la percepción en el ámbito de
la filosofía moderna, se encuentra siempre en el dualismo y diversidad de pensamiento y
34
. Aunque no es nuestro tema de trabajo, cada vez parece más claro que esta separación neta entre lo
espiritual y lo corporal, fue lo que favoreció la aparición del materialismo moderno, hijo legítimo aunque
no deseado, del dualismo cartesiano. Descartes afirma que el hombre está formado por dos sustancias
independientes: el espíritu que es inmortal, y el cuerpo, que es una sustancia mecánica independiente
del espíritu. De este modo, el espíritu deja de ser alma, esto es, principio animador, ya que el “hombre
máquina” no lo necesita. Ahora bien, ¿cómo puede darse a conocer el espíritu si no es a través del cuerpo?
El resultado es que cada uno, en su intimidad subjetiva, puede estar seguro de la existencia de su yo
personal, pero en el ámbito objetivo lo único que existe, lo único que se manifiesta es el cuerpo, un cuerpo
ajeno a la espiritualidad.
35
. C. FABRO, Percepción y pensamiento, p. 225
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 50
experiencia, inaugurado por Descartes y sistematizado en la heterogeneidad de noumeno
y fenómeno de Kant36.
Por esto, no vamos a estudiar las facultades por separado, sino los procesos que se dan
en nosotros:
1. El proceso inmediato y directo por el que captamos una realidad cualquiera en
forma sensoracional.
2. El proceso elaborado por el que vamos aumentando nuestra experiencia sobre
la realidad (incluye y parte del anterior).
3. El proceso hipotético y constructivo por el que producimos nuestras ideas.
36
. Ibid, p. 233.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 51
- Prescindir de la sensibilidad para explicar el conocimiento.
La cultura moderna está imbuida de una simbiosis entre racionalismo y empirismo, es
decir, entre un uso de la razón que no surge de la sensibilidad, y un reconocimiento de
la sensibilidad que no lleva a la captación de lo universal. La percepción inmediata de lo
exterior que obtenemos por los sentidos nos sitúa en la realidad, pero esa percepción
es ya en origen universal y particular a la vez. Además, es claramente intencional:
nosotros conocemos las cosas, no las pensamos, pero como la cosa es en sí particular y
universal (es un ente concreto que subsiste gracias a una esencia universal), la captamos
como lo que es, como algo particular y universal. El empirismo moderno toma como
punto de partida que la sensibilidad es activa (refleja la realidad) mientras que la razón
es activa (construye el concepto y, por tanto, no refleja la realidad sino a sí misma).
Eso no corresponde a nuestra experiencia. Es falso que veamos un objeto singular y
después construyamos sobre él un concepto. Conocemos desde la sensibilidad algo que
de por sí es más que particular. El pensamiento constructivo es otra cosa de la que
hablaremos después: la producción de ideas. Es totalmente distinto captar un objeto
que viene por la esquina y advertir que es un ser humano (percepción sensoracional),
que intentar descubrir cuál es el motivo por el que viene por esa calle, porque está
enfadado o porque cojea. Eso sí implica una actividad mental independiente e
hipotética. Visto así, el problema del representacionismo moderno carece de sentido.
Sartre, en su faceta de seguidor de la fenomenología, lo ha advertido claramente: la
sensación (como fenómeno realmente diferenciado) es un puro ensueño de psicólogos; hay
que rechazarla deliberadamente de toda teoría seria sobre las relaciones entre la
conciencia y el mundo. Si debe haber percepción de objetos en el mundo, se necesita que
estemos, desde nuestro surgir mismo, en presencia del mundo y de los objetos37.
Usando su propia terminología, Santo Tomás dirá que el aspecto inteligible de las cosas,
al ser captado en asociación con la sensibilidad, es sensible per accidens. De este modo,
se da el primer momento de nuestro conocimiento: pobre en contenido en
comparación con las dos fases siguientes, pero muy diferente del que se da en el mundo
animal previo. El ser humano, al captar la realidad sensible, la integra inmediatamente
en un concepto que quiere reflejar la esencia universal de la cosa.
La explicación aristotélica de la percepción incluye tres momentos (aunque no
debemos olvidar que se trata de un proceso casi inmediato.
37
. Cit. por R. VERNEAUX, Epistemología general, p. 181.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 52
tanto, una operación psicosomática y no puramente física que actúa de fuera a dentro
(cuando algo tiene una intensidad superior y despierta nuestra atención), o de dentro a
fuera (cuando tenemos interés en algo y lo percibimos con facilidad). Es una experiencia
constatable que los intereses y factores formales modifican y dirigen las sensaciones,
aunque sólo accidentalmente.
Los clásicos distinguen entre sensible propio (lo característico de un sentido. Por
ejemplo, el olor de la nariz) y sensibles comunes (que son aspectos cuantitativos como
la forma geométrica, las dimensiones, los números y el movimiento. Pueden captarse
por varios sentidos).
Actualmente, los especialistas mantienen la distinción clásica de los cinco sentidos
(sensibilidad superficial o cutánea) pero les añaden otros sentidos más profundos: el
sentido visceral, el muscular y el cinéstesico. Los primeros nos informan de lo exterior;
los segundos de lo que le ocurre al cuerpo. A esas impresiones responden las pasiones
físicas como el hambre, la sed, la llamada sexual, el dolor o el placer.
38
. Toda la filosofía política moderna surge en Hobbes de la aplicación de este método cartesiano. Para
entender el lugar del hombre en la sociedad hay que partir de un hecho que naturalmente no se da:
analizar al ser humano como si hubiese sido en un momento inicial (el estado de naturaleza) un ser
asocial, y explicar cuáles han sido las causas que le han llevado a agruparse en sociedad. Por eso, sociedad
e individuo son siempre opuestos en los sistemas políticos modernos y hay que optar por uno de ellos: o
la sociedad, en los sistemas estatalistas; o el individuo, en los sistemas liberales. Pero ambos partes de
una hipótesis que es falsa en la realidad, pues el ser humano es –por naturaleza- un ser social, nace en
una asociación estable como es la familia. De este modo, el método –útil en otros sentidos- puede
volverse un problema. Cuando tiene que analizar la realidad en sí misma (en sentido metafísico), el
método moderno se vuelve opaco. Por eso, poco después de Descartes (que por su formación
escolástica, intenta mantener todavía un atisbo de metafísica), la solución común será negar el sentido
de la metafísica como ciencia. Es lógico: si la ciencia se convierte en una actividad no realista, no cabe
una metafísica (un saber de lo real) como ciencia. El problema está cuando la ciencia moderna,
tremendamente eficaz en ciertos campos y muy valiosa por sus consecuencias técnicas, se topa con la
realidad: se producen serios problemas.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 56
Las ideas surgen también por un proceso de generalización. Como explica
certeramente Hume (aunque comete el error de unificar idea y concepto), la mente
busca caracteres que no son esenciales pero sí son semejantes entre varios objetos. Eso
permite avanzar en el conocimiento porque agrupa sectores de la realidad, pero no es
fruto de la abstracción sino de la generalización. No es lo mismo la idea “español” que
el concepto “ser humano”. El primero puede ser útil pero sus características no
corresponden con todos nosotros (bajito, moreno, etc…), en cambio quien no tenga los
caracteres básicos del ser humano no es un hombre.
La ciencia moderna es el modelo más perfecto y desarrollado de producción de ideas.
Sin embargo, conforme más profunda y relacionada es una idea, más se aleja de la
simple percepción de la realidad. Esto ha llegado a producir un problema notable, por
ejemplo, en gran parte de la Física contemporánea, donde se produce una
incompatibilidad teórica entre mecánicas que funcionan a la vez en la realidad.
Aplicadas al ser humano han resultado ventajosas en algunos aspectos (la medicina por
ejemplo) pero terribles en otros. Por eso, es clave que la ciencia no olvide que es eso:
una extraordinaria elaboración inmanente de ideas y se abra a la realidad,
singularmente a la presencia del misterio.
39
. Entiéndase esto con un ejemplo humano. Un investigador debe saber porque alguien ha hecho una
cosa que no ha presenciado. Examina los hechos, los separa analíticamente y establece una hipótesis.
Enlaza una hipótesis con otras para llegar a una conclusión. Esa conclusión puede ser todo lo racional que
se quiera, pero no sabremos si es verdadera si no le preguntamos a quien ha realizado la acción. Platón
pensaba que era posible remontarse por el conocimiento para contemplar las Ideas perfectas, como
modelo de la verdad. Pero las Ideas –si eran varias- no podían reducirse a unidad. Debía haber una Idea
suprema o un Ser supremo del que procedía todo. El platonismo, y después el neoplatonismo, pensaron
que era posible un camino racional –necesario- que llegase desde Dios hasta el último de los seres
creados. Frente a ellos, se planteó la tesis judeo-cristiana: la creación no es una emanación de Dios (un
proceso necesario) sino un acto de amor, un acto de una voluntad plenamente inteligente que supera
nuestra razón. Por eso, lógicamente, los pensadores cristianos colocaron –en esta vida mortal- la fe por
encima del conocimiento racional, pero entendieron el Cielo como ese acto de noesis, de contemplación,
en el que –al ver a Dios- nos haríamos como Él.
40
. F. BACON, Novum Organon 1, 3. Descartes dirá: en lugar de una filosofía especulativa, enseñada en las
escuelas, es posible encontrar una práctica por medio de la cual (…) podríamos hacernos como dueños y
señores de la naturaleza.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 58
no en la realidad, sino en sí misma. Esta es la conclusión a la que va a llegar el más
grande de los pensadores modernos: Kant.
En el racionalismo se intenta mantener un hilo con la realidad por tres vías: las ideas
innatas, la intuición racional y la visión en Dios de lo universal. Cuando el empirismo
elimine estas tres nociones (criticables por otra parte), el entendimiento se convertirá
en el elemento supremo, y el método esencial será el analítico (que es el propio del
entendimiento): la división artificial en partes. El único modo de conectar con la
realidad será la experiencia, por eso, se procederá a un sistema que partiendo por
debajo de los datos empíricos (si no parte de los datos empíricos, será considerado
falso41), haga generalizaciones racionales a partir de ellos. Ese saber será fenoménico
(partirá de los fenómenos empíricos) pero no real.
¿Cómo conectar con la realidad si está cerrado el camino del intelecto? Al lado de ese
saber objetivo pero inmanente, va a ir tomando valor (por ejemplo a partir de Rousseau)
otro tipo de conocimiento: el que procura el sentimiento, entendido como algo al
margen de la razón.
En consecuencia, al renunciar al intelecto:
- Se pierde el contacto de la razón con la realidad (pues las ideas racionales surgen
por elaboración a partir de lo sensible, no por abstracción).
- El criterio de verdad es la propia razón (por eso, de la verdad se pasa a la certeza).
- No se llega a un saber inicial que permita captar la verdad de forma directa.
Este conocimiento –valioso en el ámbito técnico- estará siempre amenazado por el
escepticismo, salvo que se renuncie expresamente al hecho de conocer la realidad. Al
no poder remontarse fuera de lo sensible, termina siendo necesariamente agnóstico
(no podemos conocer la realidad metafísica, ni la material ni la inmaterial) y en aspectos
práctico-morales se hace relativista.
41
. Por tanto, terminará siendo falso todo saber sobre algo que no sea empírico: el alma, Dios, el Bien,
etc…
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 59
TEMA 5. LOS GRANDES PROBLEMAS
DEL CONOCIMIENTO HUMANO.
Entramos en la parte última y, quizá, la más difícil de la materia: los problemas que
encuentra el conocimiento humano. Nos centraremos, brevemente, en cinco grandes
cuestiones:
1. El problema del escepticismo y, derivado de él, el del agnosticismo.
2. El problema del relativismo.
3. El sentido de la verdad y los diversos significados que se han dado a este
término.
4. Las situaciones en las que puede encontrarse el conocimiento ante la verdad.
5. La disputa –crucial- entre el realismo y el inmanentismo.
42
. I. MARTÍNEZ LIÉBANA, Introducción a la teoría del conocimiento, Madrid 1996, pg. 126.
43
. Dicho en un tono jocoso, Pirrón debió comunicar de algún modo a los que le rodeaban el motivo de su
mudez. De este modo emitió un juicio y afirmó una verdad: que lo había hecho porque dudaba de todo
(menos de eso).
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 61
los filósofos ante un mismo problema.
La consideración de toda demostración como un círculo vicioso: demostrar es
probar desde otra cosa. Por eso, se caería en un proceso ad infinitud que nunca
se podría terminar.
Se ha criticado el escepticismo absoluto desde diversas propuestas:
Se presenta como la negación de toda verdad, pero eso ya supone una verdad
absoluta: que no hay ninguna verdad. Si el escéptico niega esa proposición, no
puede afirmar como verdadero que nada es verdad; si lo afirma, ya cabría una
verdad, con lo que se negaría que nada es verdad.
Es imposible como doctrina práctica: nadie puede vivir negando el valor
absoluto de los sentidos en el mundo ordinario. De hecho, los grandes
escépticos han limitado su propuesta al conocimiento teórico de las verdades,
afirmando –a la vez- que el conocimiento ordinario nos proporcionaría ciertas
certezas básicas. Resultaría muy curioso que un conocimiento mucho más
profundo y reflexivo, como es el teórico, fuese falso, y el conocimiento ordinario
–en cambio- fuese verdadero. Además, si la crítica al conocimiento procede del
escaso valor que se concede al conocimiento sensible, el mismo escéptico
negaría su tesis al confiar en la vida práctica en los datos que le ofrece la
sensibilidad.
La misma crítica a los sentidos o el valor de prueba que tiene el sueño es escaso.
Los sentidos son cambiantes porque nos informan de realidades de cambian.
Serían falaces si, tras captar una realidad (por ejemplo, el color de la americana
de alguien) fuesen incapaces de captar la variación de ropa. Es una ventaja para
nosotros que nos informen del cambio, porque esa es su función. Además, rara
vez yerran: cuando nos dicen que un palo se dobla aparentemente en el agua,
es porque el prisma de entrada de la luz del sol en la superficie del agua provoca
necesariamente esa imagen. Se equivocarían si viesen el palo recto, ya que el
palo –desde un punto de vista visual- está doblado. En el caso del sueño,
nosotros conocemos su existencia porque pasamos de un estado de vigilia a otro
de sueño y de éste a un nuevo estado de vigilia. Lo que vivimos en el sueño es
una reproducción aleatoria de las vivencias anteriores, y conocemos que es un
sueño justamente porque experimentamos la diferencia entre estados reales y
estados de ensoñación. Hay además experiencias concretas –como la del
movimiento- que no pueden ser reproducidas fielmente por la imaginación y
que sirven, entre otras cosas para distinguir un estado de sueño del de vigilia.
En realidad, hay verdades indudables, como los grandes principios del
conocimiento humano. Por ejemplo, el principio de no contradicción (nada
puede ser y no ser lo mismo en el mismo momento y bajo el mismo aspecto). Ésta
es una verdad indudable; o el principio del todo y la parte (el todo es siempre
mayor que la parte); o la afirmación agustiniano-cartesiana de la verdad de la
propia subjetividad (si fallor sum; cogito ergo sum). Estas verdades –con
independencia de su alcance posterior- no pueden ser negadas.
Tanto la ciencia como la técnica consiguen predecir comportamientos y
aplicarlos en la realidad. Es una negación efectiva de que nuestra capacidad de
A veces, el escepticismo se ha usado con una finalidad moral: evitar el desencanto fruto de confiar
excesivamente en el conocimiento humano. Incluso se considera como un correctivo a la existencia de
una sabiduría humana. Así, Pierre Charrón (1541-1603), teólogo y sacerdote, defendió un escepticismo
que rechazara los conocimientos naturales y nos permitiera presentarnos blancos, desnudos y
dispuestos ante Dios (Cfr. I. MARTÍNEZ LIÉBANA, Op.cit., pg. 136). Esta doctrina, de apariencia
virtuosa y humilde, esconde un serio problema. Si nuestro conocimiento natural es errado, ¿por qué
no va a serlo el conocimiento de fe? En otro sentido, ¿cómo entenderemos las verdades fiduciales si
no podemos entender nada? Y de forma más clara, ¿cómo podremos presentarnos ante Dios si no
existe conexión entre su conocimiento natural y Él? Debemos recordar –contra todos los fatuos
argumentos- que fe y razón se coimplican y se sostienen mutuamente.
El escepticismo relativo tiene menos valor teórico, pero mayor alcance práctico ya que
puede adoptar modos muy diversos y no exige la negación absoluta de todo saber. Es
muy común hoy día cuando se afirma que nuestra cultura está llena de conocimientos
concretos (de tipo técnico, por ejemplo) pero a la vez es una cultura escéptica. En
concreto, el escepticismo relativo se centra en dos ámbitos cruciales.
La posibilidad de tener un verdadero conocimiento moral.
44
. F. NIETZSCHE, El ocaso de los ídolos, 4.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 64
En segundo lugar, en la percepción inmediata el conocimiento sensible está unido al
intelectual. La división entre razón y sentidos es, en este ámbito, artificial y contrario a
nuestra experiencia. Si se nos pregunta acerca de lo que vemos, olemos o tocamos,
diremos –por ejemplo- que vemos una casa, olemos un plato de sopa o tocamos una
mesa. Por tanto, en nuestra experiencia no existe la posibilidad de diferenciar lo
conceptual de lo sensible. Nuestra experiencia es –a la vez- sensible y racional,
particular y universal. Sólo por reflexión (y, por tanto, fuera del acto perceptivo)
podemos diferenciar en nosotros lo sensible y lo racional. Estos autores insisten en tres
aspectos:
o Que la experiencia sensible oculta la esencia universal a la que sólo se puede
llegar por un proceso indirecto de tipo demostrativo. Esto no es así: en el
conocimiento ordinario, los accidentes revelan la esencia. Son siempre colores
y formas de algo. Nadie dice que ve la figura indistinta de algo que luego
relaciona racionalmente con el concepto de sofá. Lo que todo el mundo ve es un
sofá, en este caso, de dos plazas y de color rojo.
o Afirman que nuestro conocimiento es representativo. Produzco en mí una
representación de lo exterior que es distinto de ella y que, por tanto, no puedo
comparar con lo real. Esto no es realmente así. Es manifiesto que al captar lo
real, lo hago según mi propia forma de captarlo, pero esa forma –tanto en la
sensibilidad como en la inteligencia- es, en el caso de la percepción,
manifiestamente intencional. Nuestro conocimiento nos sitúa en lo real. Sólo en
un segundo momento sabemos que ese conocimiento (la visión o la
conceptualización) se da en nosotros. El conocimiento perceptivo nos sitúa en
la realidad misma, en medio de las cosas. Pensar lo contrario es confundir la
percepción con otros momentos cognoscitivos puramente inmanentes (como el
recuerdo, o la elaboración imaginativa, o la reflexión racional en forma de ideas).
Esos tres modos de conocimiento no son actuales ni intencionales, pero la
percepción sí lo es, y ésta no es sólo sensible sino también racional. Mis
sensaciones y mis conceptos me remiten a lo real.
o Consideran que el conocimiento sensible es pasivo (y no añade nada) y el
intelectual es activo (y sí añade elementos). En realidad, todo el conocimiento
humano tiene un carácter activo-pasivo. Conocer es un acto que sólo puede
realizar una facultad capaz (basta pensar en el drama de una persona invidente).
Sentir no es un puro reflejar pasivo. Es captar una dimensión de lo real. Esa
capacidad no se activa por sí misma. No es un acto autónomo, ni en la
sensibilidad ni en la inteligencia. En el acto perceptivo (recordemos que no nos
referimos a los otros modos de conocimiento) ambos son capaces de captar lo
real. Hay ciertas capacidades sensibles de las que está privado el ser humano,
como el resto de los animales están privados de la capacidad de captar la
esencia. Por eso, aunque ambos son actos, precisan de la realidad.
Eso no ocurre con la imagen, que es fin de sí misma (el recuerdo no es intencional). Eso
nos permite diferenciar la percepción de la alucinación. La primera es la aprehensión de
un objeto real presente; la alucinación es un dominio de la imagen o del recuerdo sobre
la sensación. Eso, que lo afirma indiscutiblemente la psicología médica, ya es planteado
por Santo Tomás: unde non dicimus quod phrenetici et alii mente capti, in quibus, propter
victoriam imaginativae virtutis, fit fluxus ad organa sentiendi, vere sentiant, sed quod
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 65
videtur eis quod sentiant (Así, no decimos que los locos y otros cuyo espíritu está cautivo,
en los que, por una victoria de la imaginación, la influencia de la imagen se extiende hasta
los órganos de los sentidos, que sientan verdaderamente, sino que les parece que sienten45.
No es extraño el escepticismo entre personas que han vivenciado la pérdida de algunas de sus
convicciones básicas por cansancio, por errores personales, por un momento de prueba o por el mal
ejemplo de otras personas a las que consideraban modélicas, y que –en un momento determinado-
tienen a sufrir existencialmente pues consideran que no hay verdad a la que uno pueda agarrarse. En
esos momentos, es muy importante el acompañamiento pues es algo que puede sucederle a
cualquiera.
En otros casos, el escepticismo puede surgir por un proceso de purificación mal entendido. Se habían
puesto esperanzas en elementos cognoscitivos que no podían servir de fundamento. Es el caso del
proyecto ilustrado, que pretende fundar la verdad sobre el conocimiento humano, que no funda la
realidad, así que no puede fundar el conocimiento de ella. Este proyecto, así como sus consecuencias
prácticas de tipo ético o político, concluyen necesariamente en una doble defección: o el pesimismo
escéptico o la violencia utopista que debe acabar con la realidad presenta con el fin de lograr (aunque
no lo hace) la futura.
Si el escepticismo supone una propuesta al problema del conocimiento, aunque sea una
propuesta negativa, el relativismo es –en realidad- la negación del anhelo de saber, su
reducción a un acto subjetivo y sin valor. Esta tesis destruye la objetividad del
conocimiento. Aunque en apariencia es contrario al escepticismo, ambos suelen estar
emparentados pues el escepticismo dice que no hay verdad mientras que el relativismo
afirma que ésta no es universal. En uno u otro caso, se niega la capacidad humana de
conocer. De todos modos, el escepticismo es más agudo, más filosófico; y aunque el
relativismo es más fácilmente rebatible desde el punto de vista argumental, tiene un
calado popular mucho más amplio.
Se suele hablar de dos tipos de relativismo:
El individual, que es el más conocido, fue formulado por el sofista Protágoras
en el siglo IV a.C. Su frase prototípica es antropon metron panton (el hombre es
la medida de todas las cosas). Según ésta afirmación, cada uno ve las cosas
desde su propia subjetividad y no puede compartirla con los demás. El
relativismo plantea que, puesto que los seres humanos somos muy distintos
entre nosotros, no podemos conocer lo mismo. Se apoya en las diferencias
físicas y en el carácter individual del conocimiento sensible; e insiste en la
inmanencia del conocimiento: lo que se da en mí, y sólo en mí, no puede darse
en otro. En este sentido, es el extremo del inmanentismo pues afirma que el
sujeto focaliza de tal modo la verdad que niega toda posible intercomunicación
45
. SANTO TOMÁS, In IV Sententiarum 44, 2, 1,3).
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 66
verdadera46. En el fondo, aunque no lo desee, el pensamiento inmanentista
termina desembocando en posturas subjetivistas.
El específico o cultural, que ha recibido mucho apoyo de las ciencias sociales e
históricas. Consiste en afirmar la procedencia social del conocimiento. Puesto
que existen muchas culturas, y todos los seres humanos somos miembros de
una, ésta nos proporciona los conocimientos que poseemos. De este modo,
estamos determinados por la situación histórica o cultural en la que hemos
nacido. La verdad no sería algo objetivo sino relativo a un tiempo concreto y de
este modo algo podría ser verdadero (y por tanto bueno) en un momento dado,
y dejar de serlo en otro. Esta es una afirmación cada vez más frecuente en
ámbitos de divulgación histórica47.
¿Qué respuesta puede darse al relativismo? Desde un punto de vista teórico, el
relativismo no es especialmente preciso. La relatividad absoluta del conocimiento
puede ser desmentida de modos muy sencillos:
Si fuese así, las personas serían individualmente incompatibles y no podría darse
ningún tipo de comunicación.
Si una cultura, una raza o un tiempo histórico fuesen completamente
determinantes para entender la realidad, y no pudiésemos salir de ellos, serían
imposible fenómenos tan habituales como la traducción de un libro o los
estudios históricos sobre culturas pasadas (de todos modos, estos se falsean
cuando los planteo desde el relativismo, como por ejemplo, cuando hago
películas pseudohistóricas con una gran verosimilitud en el ambiente, pero que
trasmiten la mentalidad del hombre actual).
Basta pensar en que la ciencia o la técnica son fenómenos universales. Piénsese
en la presencia de Premios Nobel que continúan el trabajo unos de otros y que
son de orígenes culturales muy diferentes: orientales, mediterráneos, judíos,
hindúes, noreuropeos, etc…; o el desarrollo técnico de oriente (lo que no deja de
ser un problema desde el punto de vista moral, pues no poseen los principios del
humanismo cristiano que equilibra el afán de manipulación técnica, sobre todo
en el caso de la manipulación genética).
Si existiese un relativismo pleno, la educación sería imposible, no se accedería a
una verdad compartida y sería imposible el progreso.
En realidad, los mismos autores relativistas abandonan su propia doctrina por no
conformarse con la realidad. David Hume indica, por una parte, que todo nuestro
conocimiento es subjetivo, pero –por otro- afirma la existencia de unos mecanismos de
asociación de ideas que son comunes a todos los seres humanos, o la del sentimiento
46
. Es distinto del solipsismo que es una doctrina que afirma que sólo puedo estar seguro de mi existencia
personal.
47
. Sin embargo, lo que resulta notorio de este relativismo cultural con respecto al cristianismo es su doble
dimensión irreconciliable entre sí. Por un lado, se afirma que esas verdades morales ya no son activas,
porque no las mantiene la población (obviando que una parte –grande o pequeña- de la sociedad sigue
viviendo con esos principios); pero –por otro- cuando se hacen análisis “históricos” de momentos
anteriores, en los que –supuestamente- esas verdades sí estaban socialmente vigentes, se termina
afirmando que tampoco entonces eran efectivas, sino que formaban parte de una especie de hipocresía
social, no compartida realmente por los individuos.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 67
moral común de simpatía. Es, por esto, por lo que Kant indicará que existen unos
patrones básicos en el conocimiento intelectual. La psicología actual manifiesta
unánimemente que nuestros mecanismos cognoscitivos son muy similares de unos
hombres a otros. Las diferencias no están en el modo de conocer, como pretende el
relativismo, sino en el modo como el sujeto personal usa esas facultades.
Millán Puelles ha indicado, de forma similar a como sucede con el escepticismo, la
inconsistencia lógica del relativismo: Puesto que todo ("todo" no significa sólo alguna
cosa) es relativo, también ha de ser relativo que "todo es relativo"; también tendrá que ser
relativa la afirmación de que todo es relativo. Pero si al reflexionar descubro que la
afirmación "todo es relativo" es también relativa, doy un segundo golpe de reflexión y me
encuentro con que tengo que decir que "es relativo que sea relativo que todo es relativo"
(...) Es decir, una afirmación que no se puede terminar de hacer. Pero eso no es ninguna
afirmación; es una proceso ad infinitum, irrealizable por un ser finito como es el hombre.48
Para advertir el alcance del relativismo cultural hay que analizar los siguientes
elementos:
1. Muchos etólogos del siglo XX han roto con la idea de que las culturas son
diametralmente opuestas. Kluckhohn ha planteado la distinción entre los
grandes principios y su aplicación. En los detalles son distintos, pero no en la
estructura.
2. Las tres grandes raíces de la cultura occidental son el racionalismo griego, el
derecho romano y el moralismo judeocristiano. Según el relativismo, serían una
mezcla imposible, que además ha sido aceptada –posteriormente- por otros
pueblos.
3. Las grandes visiones morales han tenido siempre que pugnar con los
reduccionismos. El problema de la época actual es que, por vez primera, esos
reduccionismos se han convertido en la doctrina moral preponderante. El
relativismo cultural tendría sentido si hubiese habido una época dorada en la
que todos hubiesen defendido esos principios, dejando de aplicarse en la
sociedad actual. Eso nunca ha ocurrido. Mientras Moisés está recibiendo las
Tablas de la Ley, el pueblo hebreo está participando en una fiesta pagana que
negaba esos mismos principios. Esto es así porque los principios morales no son
un ser (algo que deba ser juzgado desde el “hoy”) sino un deber-ser. Renunciar
a ese deber-ser es renunciar a la esencia misma del juicio moral. La actualidad
sirve para juzgar a la moda o a la técnica, pero no la moral.
4. Un criterio moral sólo puede ser juzgado desde la naturaleza humana.
¿Corresponde a la realidad de lo que es el ser humano? Aquí no tienen sentido
coordenadas de éxito o de desarrollo técnico. La moral hace referencia a lo que
el ser humano debe ser, a su plenitud integral, y eso no ha variado porque el ser
humano no ha cambiado. No podemos decir que nuestros antepasados del siglo
V a.C. o del siglo XIV d.C. no eran humanos, aunque algunas de sus
circunstancias fuesen diferentes. Por eso, no es el progreso técnico quien debe
juzgar la dignidad del ser humano sino ésta la que debe determinar qué es
realmente un progreso. En este sentido, no cabe decir que un principio moral
48
. Ética y realismo, p. 49.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 68
fue válido en una situación histórica y ya no lo es, porque no se trata de un medio
para un fin, sino del fin en sí mismo. Si los principios morales fueron válidos una
vez, lo siguen siendo; si no lo son realmente ahora, no lo fueron nunca. Lo que
no cabe es afirmar que –al cambiar elementos circunstanciales- cambia la
esencia.
5. En realidad, estas doctrinas no son relativistas sino actualistas. Describen y
justifican el presente como si fuese el centro de la historia (algo muy propio del
pensamiento ilustrado). En realidad, no consideran que algo sea verdadero sino
que simplemente es actual, es lo último. Por eso, en estos postulados hay mucho
de derrota y de deslumbramiento ante ciertos adelantos técnicos.
6. En el fondo, el relativismo justificaría cualquier actitud negativa del pasado o
del futuro: la esclavitud, los sacrificios humanos, la intolerancia política o
religiosa, el exterminio racial, etc… Habrían sido aprobados socialmente.
En muchos casos, el relativista cultural pretende convertir las normas morales en
subjetivas para poder actuar al margen de ellas. Eso no tiene nada que ver con el
conocimiento sino con el compromiso que implica la moralidad y con la ausencia de
grandes ejemplos vitales que muestren el notable valor que tiene la moral. En realidad,
cuando una persona tiene una posición moral propia, no dice que la verdad es relativa,
sino que los demás están en el error e intenta dar argumentos. Cuando se defiende una
postura con honradez, se pretende compartirla con los demás. Por eso, el diálogo sólo
es posible desde la base de una posición personal firme y coherente. El relativismo no
mejora la convivencia y el diálogo sino que le niega su sentido y su base.
Sin embargo, decir que la verdad no es relativa no implica afirmar que siempre sea
absoluta.
Por una parte, hay aspectos en los que no cabe una posición última. En el campo
de las decisiones políticas y económicas, se pueden plantear verdades
definitivas cuando afectan a la dignidad humana. En cambio, en muchos otros
casos, caben soluciones paralelas que sean igualmente legítimas, o incluso
soluciones que son temporalmente válidas pero que en otras coordenadas dejan
de ser eficaces.
En determinados niveles, para determinar la verdad es precisa una relación
objetiva con el observador. Eso no hace subjetivo ese conocimiento, pues sería
similar para cualquier otro que ocupase su lugar.
En el arte es esencial el punto de vista para definir un hecho. En este campo, las
perspectivas son fundamentales para determinar la verdad. Desde una
perspectiva determinada, se da un enfoque visual del objeto que no se da desde
otras.
La concepción del conocimiento que plantea el realismo no es una visión absoluta y
arrogante, sino humilde. Advierte que nuestro conocimiento tiene límites, que es
compatible con el error, y en el que la verdad se da de formas muy diferentes. El
conocimiento humano es, ante todo, racional no intelectivo (como el de los ángeles o
Dios):
- Recibe datos del exterior.
4. 1. El error.
Es aquella situación en la que nuestros juicios no coinciden con la realidad. Aristóteles
lo define de un modo muy sencillo: decir que no es lo que es o que es lo que no es, es falso.
El error sólo existe en la mente (en rigor, no hay una moneda falsa. El objeto que engaña
y se parece a una moneda de curso legal, no es una moneda, es una imitación en un
material diferente). El error traiciona la realidad de las cosas. El intelectual es
comprensible, pues –como dice Heráclito- la realidad gusta de ocultarse. En ese caso,
el error revela la caducidad humana, pues está unida a factores muy naturales como el
cansancio, el olvido o la precipitación. La realidad del error no debe llevarnos al
escepticismo: aunque es una posibilidad del conocimiento humano, no es algo
necesario. El error no es exclusivo del ser humano. Aunque de otro modo, está presente
en las naturalezas angélicas.
Hay que tener cuidado con las verdades que tienen implicaciones morales porque en
ese caso el error no se produce por una visión incorrecta de la realidad sino por un
corazón confundido o torcido. Este es el motivo de que en estos casos la sabiduría
tradicional insiste en que quien no vive como piensa, termina pensando cómo vive.
4.2. La duda.
Es un estado de indecisión que proviene de la existencia de varias respuestas que se
consideran equivalentes o de la inexistencia de respuestas que nos convenzan. La duda
puede ser positiva (si varias soluciones parecen verdaderas) o negativas (sin ninguna lo
parece). En algunos casos, la duda puede tener un sentido voluntario, y sirve para evitar
el error, pero no puede ser el estado definitivo. El verdadero sabio no es el que duda
de todo sino el que posee certezas. De hecho, el estado permanente de duda
contradice al anhelo humano de saber y destruye la existencia.
4.3. La ignorancia.
Es el estado en el que admitimos desconocer la verdad sobre un hecho. Está muy unido
al error, a la duda y a la opinión. De hecho, estos surgen habitualmente por la presencia
inicial de la ignorancia. Hay que distinguir dos niveles dentro de la ignorancia: la
nesciencia, que es propio de quien no sabe algo pero no tiene ninguna obligación de
saberlo (por ejemplo, uno puede tener nesciencia de las materias de sexto curso
estando matriculado en segundo); y la ignorancia propiamente dicha, que es la
4.4. La opinión.
Es el asentimiento a un juicio sin que haya razones de peso. La opinión se produce
cuando nuestra proposición no tiene un fundamento profundo. No surge de un
conocimiento sabio. Es llamada por los griegos doxa. La opinión se funda realmente en
cuestiones emotivas e irracionales, pues se carece de un verdadero conocimiento. En la
opinión (y sobre todo en su seguimiento) interviene profundamente la apariencia de
verdad. Es esa apariencia la que hace que se confunda la verdad con la que sólo lo
parece. En algunas ocasiones, la dificultad inherente a ciertas verdades (por ejemplo,
las verdades primeras) hace que ésta nos resulte más difícil de comprender que aquello
que sólo está fundado sobre la opinión.
La opinión puede ser verdadera, pero sólo lo es por casualidad. Por eso, sólo debe ser
tenida en cuenta en aquellos ámbitos donde no es posible obtener un conocimiento
cierto y definitivo (como en ciertas decisiones políticas), pero ni en ese caso la
unanimidad (o la mayoría) otorgan rango de certeza a la opinión. No puede olvidarse
que reducir la praxis a una suma de opiniones es negar el conocimiento. Ciertamente,
donde éste no es posible, el respeto a la decisión de la mayoría es lo más justo, pero
este concepto no puede aplicarse indiscriminadamente y menos en una institución
jerárquica y revelada como es la Iglesia.
4.5. La certeza.
Es la posesión perfecta de la verdad. Tiene varias notas: la claridad, la evidencia, la
firmeza y la seguridad. Es importante advertir que la certeza es un estado del sujeto, no
de las cosas. Las cosas no son ciertas o falsas, lo es nuestro conocimiento de ellas. La
certeza tiene tres caracteres:
- Excluye todo temor al error. Esa seguridad personal es lo que llamamos certeza
subjetiva. Es un elemento importante, pero no basta: una persona puede estar
subjetivamente cierta de proposiciones que sean falsas por varias razones: por
precipitación, por engaño en el conocimiento o por influencia de la voluntad. Es
más, resulta característico de determinados temperamentos adornar sus
propuestas con una firmeza singular de convicción con independencia de su
mutabilidad.
- Debe cumplirse en la realidad. La certeza para hacerse objetiva debe estar
medida por lo real. Sin ello, la certeza no es más que una intuición a la que el
sujeto se adhiere por su propia convicción.
- Hace falta un conocimiento de la causa por la que se produce un hecho. Con
esto, la certeza se hace un acto de sabiduría. El conocimiento de la causa es lo
que distingue, ya desde Platón, a la ciencia (episteme) de la doxa.
Se suele hablar de tres tipos de certeza:
4.6. La creencia.
Es un modo derivado de certeza. A este estado pertenecen muchos de los
conocimientos que poseemos y que estimamos como ciertos. Son fruto de la creencia,
en sentido estricto, aquellos conocimientos que no han sido asegurados por nosotros
sino que proceden de la firme seguridad que nos provee un testigo. Por ejemplo, en el
aprendizaje escolar, asentimos a lo enseñan los profesores sin comprobar por nosotros
mismos la veracidad. Pensemos en nuestro conocimiento de la geografía del mundo,
que depende casi enteramente de lo que otros han conocido directamente. No nos
supone ningún rubor afirmar que Viena es la capital de Austria o que el río Sena pasa
por París sin haber estado en ninguna de esas ciudades.
De este modo, la creencia tiene un alto contenido noético que nosotros equipararíamos
a la certeza. De hecho, la usamos como argumentos probados pese a no haber sido
conocido por nosotros directamente. Lo distintivo de este estado es poseer una
certeza basada en la autoridad de otro.
Por eso, si se tiene un convencimiento basado en la opinión de alguien que realmente
no sabe (otro compañero de clase) no se tiene –propiamente hablando- una creencia
sino una opinión derivada. Este modo de conocer es totalmente diferente de la opinión,
ya que ésta no es una certeza ni aunque sea verdadera. La creencia es un modo de
certeza verdadero que muchas veces se confunde con la certeza misma y que depende
del origen del conocimiento cierto. Si éste es pleno, la creencia es una certeza derivada;
si no, no pasa de ser una opinión.
La creencia no es el modo supremo de certeza. Si es posible, la creencia debe resolverse
en certeza. Eso no impide que sea una parte importante de nuestro conocimiento ya
49
. Puede ponerse ejemplos concretos:
- El león es carnívoro.
- Siendo el hombre un ser naturalmente racional, la búsqueda de la verdad debe ser el objetivo
fundamental de su vida.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 74
que resulta imposible vivir con las certezas obtenidas individualmente. La consecución
de la verdad es una actividad profundamente social.
50
. La enfermedad mortal, Prólogo, p. 27.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 78
1. CON RESPECTO A DIOS .
Es realista no medir el amor de Dios por el sentimiento positivo o negativo que nos
produce (lo que siento, lo que no siento, mis exaltaciones o mis arideces) sino por los
actos concretos de amor que estoy dispuesto a hacer.
Una gran emotividad puede ser fruto de un temperamento, de un ambiente
especialmente hermoso, pero no dice nada de nuestras actuaciones. Es frecuente, por
ejemplo, que en los pregones que hacemos los cofrades se hable mucho del sentimiento
que nos producen nuestros titulares. Yo mismo lo he experimentado. Pero si el
sentimiento no conduce a una decisión de vida no es nada, no sirve para nada. Y muchas
veces es así: algo que nace y muere en sí mismo.
Esto es exactamente igual cuando nos referimos a los demás. La medida de mi amor
hacia los otros no es lo que siento por ellos, sino lo que estoy dispuesto a hacer por ellos.
Si siento mucho pero no hago nada, no amo; si por mi carácter, mi cansancio, siento
poco pero estoy dispuesto a hacer mucho, amo mucho. Y eso es lo que vale. En el último
día no se nos juzgará por lo excitados que hayan estado nuestros sentimientos, sino por
lo poco o mucho que hayamos amado, cum opere et veritate, con obras y de verdad.
51
. El avaro, escena I.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 79
que no puede cumplir. Miles de problemas se evitarían si sustituimos nuestra idea por
la realidad.
52
. Cruzando el umbral de la esperanza pg. 117.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 80
Primero, porque parecemos pensar que el Evangelio dice: "seréis felices en la Tierra;
todo os saldrá bien". Me he esforzado por encontrar esa cita pero no aparece por ningún
lado. Más bien es lo contrario: cuando Jesús habla sobre el mundo es muy realista. Habla
de guerras, revoluciones, terremotos, plagas, hambres, persecución y encarcelamientos,
traición, odios y asesinatos. No hay indicación alguna de que esos signos de la oscuridad
del mundo estarán ausentes alguna vez. Pero aún así, podemos hacer nuestra la alegría
de Dios en medio de todo ello. Es la alegría de pertenecer a la casa de Dios, cuyo amor es
más fuerte que la muerte y que nos da el poder de permanecer en el mundo y participar
desde ahora del reino de la alegría53. Sabemos incluso que la parusía, la segunda venida
de Cristo en gloria y majestad, vendrá precedida por el triunfo del mal, por la aparente
derrota de la Iglesia.
El cristiano de verdad no cierra los ojos a la realidad. La ve entera. Lucha por verla como
Dios la ve. Y entonces, como pasa en la vida de los santos, el resultado es la paz. No
olvidaré nunca aquel relato maravilloso de San Francisco en el que asocia la verdadera
alegría al abandono. La alegría verdadera no viene cuando han entrado en la Orden los
mejores de su tiempo; no cuando se han convertido todos los infieles; no cuando se
hacen milagros y se sanan los enfermos, sino cuando se acepta el desprecio más
absoluto: vuelto en una noche de frío y lodo, le cierra uno de sus hermanos la puerta del
convento en la cara. Vete, tú eres un simple y un ignorante, ya no vienes con nosotros;
nosotros somos tantos y tales que no te necesitamos. Y yo de nuevo estoy de pie en la
puerta y digo: Por amor de Dios recogedme esta noche. Y él responde: No lo haré. Vete al
lugar de los Crucíferos y pide allí. Te digo -concluye Francisco- que en esto está la
verdadera alegría y la verdadera virtud y la salvación del alma54. No es extraño que san
Josemaría repitiera por doquier ese viejo adagio latino: in laetitia, nulla dies sine crucis.
En la alegría, ningún día sin Cruz55.
Segundo, porque el mal llega no porque Dios se ausente sino porque nosotros lo
echamos. Cuenta una biografía novelada de san Benito la siguiente escena: Un mundo
que también es el tuyo, Benito, porque aquí están los senadores romanos, y los
funcionarios, y los famosos, y los políticos. Toda Roma… Y no pienses que puedes
cambiarlo. Es imposible.
Dios sí puede.
Entonces, ¿por qué no lo hace?… ¿O es que se ha olvidado de nosotros?
Somos nosotros los que nos hemos olvidado de Él56.
53
. H.J. NOUWEN. El regreso del hijo pródigo, p. 125.
54
. Citado por F. CONTRERAS, El Cristo de San Damián, p. 140-141.
55
. Es Cristo que pasa 176.
56
. LOUIS DE WOLF, Ciudadelas de Dios, 6 p. 93.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 81
Por eso, no puedo esperar reacciones de los demás a partir de lo que "deberían" hacer
(y que yo no les he contado), sino -en todo caso- a partir de lo que yo les he pedido que
hagan.
Nuevamente debemos ser muy prudentes con nuestros juicios hacia los demás.
Recordemos aquello tan conocido de San Agustín. Procurad adquirir las virtudes que
creéis que faltan en vuestros hermanos, y ya no veréis sus defectos, porque no los tendréis
vosotros57. Lo que no es más que el desarrollo de aquella expresión del Evangelio: ¿Por
qué te fijas en la mota del ojo de tu hermano, y no adviertes la viga que hay en el tuyo? O
¿cómo vas a decir a tu hermano: Deja que saque la mota de tu ojo, cuando tú tienes una
viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver cómo sacar
la mota del ojo de tu hermano58.
Los santos son la gente que menos se ha comprendido a sí mismos y más a los demás.
En los que no somos santos, la actitud es la contraria. Decía Chevrot: Sí. Nos tomamos
por mejores que los demás. Nosotros mismos pensamos con naturalidad que, cuando se
habla de pecadores, se trata de los demás. Y he aquí que se presenta la ocasión,
inesperada, sorprendente, que nos convence de que también nosotros pertenecemos a la
familia de los pecadores. Eso lo sabían bien los santos59.
Los santos son muy benévolos con los demás, muy críticos consigo mismos; nosotros
somos muy críticos con los demás y muy benévolos con nosotros mismos.
Es realista vivir el momento presente como el momento de mi santificación porque no
hay otro. No existe ese momento ideal que yo me planteo (siempre en el futuro). Es lo
que se llama "mística ojalatera" (Cuando me case, cuando enviude, cuando tenga
trabajo, cuando me jubile, cuando llegue el curso, cuando lleguen las vacaciones). Dios
me espera en la realidad, en el molesto pero real aquí y ahora. Lo otro, esa mística
ojalatera, nos hace suponer que son las condiciones externas las que deciden nuestro
cambio. Eso es irreal.
Hablando del Cardenal Van Thuan, dice Alexandra Borghese: Me habían cautivado sus
libros, y admiraba especialmente su gran capacidad de amar incluso a los enemigos. Una
de sus frases que se me han quedado impresas dice: “Jesús, no esperaré a amar: vivo el
momento presente, colmándolo de amor”. Me parece que sintetiza el programa, el estilo
de vida del cristiano, que no ha de vivir ni anclado en el pasado, ni proyectado en el futuro.
Debe, en cambio, saborear cada instante como la única y mayor posibilidad de amar que
continuamente se le ofrece. Leyendo los escritos de este gran obispo santos comprendí su
secreto, la fuerza de la que había obtenido su capacidad de sobrevivir sereno durante trece
años, encerrado en una prisión60.
Lo realista no es el pasado, que no volverá; ni el futuro, que no sabemos si nos será dado.
Lo cristiano es vivir el hoy y el ahora como el momento en el que Dios nos quiere santos.
57
. SAN AGUSTÍN. Enarrationes in Psalmos 30, 27.
58
. Mateo 7, 1-5.
59
. G. CHEVROT, El hijo pródigo, p. 28.
60
. ALESSANDRA BORGHESE, Con ojos nuevos, p. 98
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 82
5. CON RESPECTO AL MAL Y AL BIEN .
Es realista darse cuenta de que el mal y el bien son lo que son, que no dependen de mi
percepción, de que ahora mismo algo me guste o me apetezca.
No puedo tener dos morales, una de larga mano para mí y otra muy corta para los
demás. No podemos tener dos morales, una para cuando algo nos afecta o lo sentimos
cercano; otra para cuando no es así. Hay una correspondencia entre ser, verdad y bien
que no podemos romper. Otra cosa distinta (muy realista también) es el cariño, la
comprensión y el afecto hacia los casos difíciles.
Cuando verdades y preceptos en otro tiempo muy claros y firmes, nos resulten dudosos,
no debo cuestionarme tanto si han cambiado esos principios como preguntarme qué es
lo que ha cambiado en mí, si tal vez estoy cansado o si mi falta de firmeza en esa
cuestión ha debilitado la decisión de la voluntad antes tan firme. Las estrellas siguen
brillando en el cielo aunque las nubes me las oculten. Ya se irán.
Es realista saber que hago cosas buenas y cosas malas, que acierto y me equivoco, que
tengo muchas cosas de las que arrepentirme. Me parece patética esa declaración que se
ha puesto últimamente de moda: «No me arrepiento de nada». Porque indica nula
capacidad de autocrítica y escasa cintura para rectificar. Por mi parte, me arrepiento de
muchas cosas y confío en el perdón de no pocos y en la misericordia de Dios61.
Esto es tan irreal como pensar que sólo tenemos defectos. La irrealidad en el juicio nos
lleva a oscilar de un lado a otro: de creernos ángeles a creernos demonios. Tan mala es
esa ausencia de arrepentimiento como la falsa humildad absoluta. ¡Qué bien lo dice mi
paisano José María Pemán62!:
Es realista saber que hay cosas del bien que no me gustan y que hay cosas malas que
me gustan. Hay una gran paradoja: todos somos pecadores, todos estamos llamados a
la santidad. Pensar que soy impecable lleva a la desesperanza.
61
. A. LLANO, Olor a yerba seca, p. 13.
62
. JOSÉ Mª PEMÁN, El divino impaciente, prólogo.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 83
6. CON RESPECTO AL JUICIO .
Lo mejor es no juzgar. Recordemos lo que dice el Evangelio: No juzguéis y no seréis
juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis se os juzgará, y con la medida con que
midáis se os medirá.
Hay que medirse pero no juzgarse. "Quien juzga es el Señor! Estamos siempre
pensando: "voy mejor... voy peor". Especialmente en los temas de vida interior, de
mejora personal (sea el tema que sea), hay siempre que contar con una ayuda externa.
Medirse significa cuantificar para el confesor y después, olvidarse. En nuestro
subjetivismo, siempre pasamos por dos extremos:
- Antes de la tentación. Yo puedo con todo. No hay problema ("yo controlo" es una de
nuestras frases favoritas) hasta que nos quemamos y no hay vuelta atrás.
- Después de la caída. Yo no puedo con nada. Soy un desastre. No hay perdón posible
para mí.
Si conocemos nuestros defectos, si nos conocemos (tarea muy difícil, porque yo estoy
en el exterior de mis ideas, estoy fuera de la idea que me he fabricado sobre mí mismo),
pondremos la lucha lejos de los muros capitales, de nuestros sitios de debilidad. G.
Chevrot, uno de los autores de espiritualidad más reconocidos del siglo XX lo sintetiza
en dos frases:
Por un lado, El pecado que con más frecuencia cometemos es aquel del que nos creíamos
incapaces, y evitamos el mal con más seguridad cuando tenemos la convicción de que
seríamos capaces de cometerlo. El sentimiento de nuestra debilidad nos hace prudentes y
hace que recurramos a la oración63.
Por otro, Seamos prudentes y sobre todo seamos humildes todos, hasta los mejores,
incluso aquellos que tienen tras de sí cincuenta años de virtud. Mientras temamos,
mientras creamos que podemos cometer el pecado, nuestra fidelidad estará a salvo.
Cambiemos más bien las palabras de San Pedro: “¡Aunque todos estuviesen seguros de no
pecar, yo no!64
Irrealidad y soberbia. Esas son las únicas armas sobre las que puede vencer el Enemigo,
el padre de la mentira, un espíritu puro que sólo sabe engañar.
La ira, la impureza rara vez tendrían valor sino en un contexto fantasmagórico de
irrealidad: mi dignidad pisoteada, mis necesidades, mis posibilidades eróticas, etc.
Como dice el profesor Soria, Conviene no olvidar que cada uno de nosotros –vivamos
donde vivamos- está en la permanente tentación de un retiro personal, a donde huir
cuando la realidad cotidiana aprieta y se hace difícil (...) Cuando hemos tenido una
actuación desacertada, cuando la respuesta a lo que nos han dicho no ha sido brillante,
cuando –en una palabra- la realidad cotidiana nos ha hecho quedar mal, un paseo por el
parque del “cómo podría haber sido” nos compensa del desastre sufrido: cuando me dijeron
esta frase, yo podría haber contestado con esta otra. Cuando sucedió aquello, yo tendría
63
. G. CHEVROT. Simón Pedro pg. 207.
64
. Ibid p. 260.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 84
que haber reaccionado de esta manera... y teje que teje, la fantasía nos devuelve la
honra65.
Nos gusta vivir en ese retiro imaginativo donde todo es perfecto. El problema es que allí
no están ni Dios ni la realidad.
Sobre todo es realista: a) No justificarse, en el sentido de hacer justo todo
comportamiento (iustum facere). La justificación a priori es buena (consiste en la
búsqueda de la justicia y nuestra adecuación a ella); la justificación a posteriori (hacer
justo algo que no lo es, es sólo una construcción artificial). Es lograr apariencia de
justicia pero nada más.
b) No darse siempre la razón. Es algo fastidioso e imposible, aunque sea
estadísticamente. Podemos ser muy molestos con esto, y nos terminamos convirtiendo
en reclamadores de culpas (todos los demás tienen que pedir perdón por algo) pero
nunca en declamadores de culpas.
c) No aparecer siempre como víctima. Es la consecuencia lógica de lo anterior. Un
mundo así formado sólo puede tener un centro: yo, alrededor del cual giran los demás,
como satélites o como amenazas.
Hay que ver las cosas desde el otro. Eso es profundamente realista. Conforme más
perspectivas tengamos, más cerca estaremos de la realidad, pero eso exige salir de mi
perspectiva, abandonar mi torre de marfil.
A veces, muchas veces por desgracia, el único motivo que tenemos para oponernos a
una idea brillante es que no se nos ha ocurrido a nosotros.
Y lo mismo pasa al revés. Si tenemos que hacerlo, si tenemos que hacerlo porque es
nuestra obligación, debemos medirnos a nosotros mismos y a los demás desde Cristo,
no desde nuestras virtudes (o peor todavía, desde nuestra percepción del placer o del
dolor).
Es curioso que, cuando nos planteamos la necesidad de arreglar algo en la parroquia,
en la cofradía, en la Iglesia, hablemos de lo que nosotros pensamos que hacemos bien:
más piedad litúrgica, más acción social, más caridad externa, más trato fraterno, más
oración personal. Puede ser verdad (porque todo eso es necesario) pero hay que poner
una duda razonable: ¿lo digo porque es la verdad o porque creo ser el modelo?
El irrealismo nos aleja de los demás. Decía el papa Benedicto, Nosotros cerramos
continuamente nuestras puertas; continuamente buscamos la seguridad y no queremos
que nos molesten ni los demás ni Dios. Por consiguiente, podemos suplicar continuamente
al Señor sólo para que venga a nosotros, superando nuestra cerrazón, y nos traiga su
saludo. “La paz con vosotros”: este saludo del Señor es un puente, que él tiende entre el
cielo y la tierra. Él desciende por este puente hasta nosotros, y nosotros podemos subir por
este puente de paz hasta Él66.
El irrealismo nos aleja de Dios. La mayor muestra es nuestro tiempo. El idealismo y el
subjetivismo se han convertido en caminos para un ateísmo teórico y práctico.
65
. JOSÉ L. SORIA. Amar y vivir la castidad cp. XIII.
66
. BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa de las ordenaciones sacerdotales, 15-V-2005.
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 85
7. CON RESPECTO AL FIN .
Es realista difundir este modo de pensar y de vivir pues conforme más personas lo
tengan, más fácil será la paz y la concordia, pero sobre todo -como última nota- es
realista saber que nunca pasa nada, incluso ante lo peor, sea externo o interno. No
estamos solos, Dios siempre tiene remedio. Nunca calla, ni cuando calla. Como dice
Teresa de Jesús, a quien ya hemos citado, Dios no se muda. No es propio de Él, no
necesita de conveniencias y apaños. Su amor no es "de quita y pon". Dios no ha cesado
jamás de amarte. Aún en tus momentos de la más negra ingratitud, en tus momentos de
pecado más sombrío, Dios no ha parado de amarte cómo eres en realidad: la obra de sus
manos, la particular imagen de sí mismo que tú representas. Dios aborrecerá tu pecado,
pero jamás te aborrece a ti. Aun cuando tú puedas haberte separado de Dios por el pecado,
su amor todavía apremia, intentando hallar un resquicio en la coraza del amor que te tienes
a ti mismo, por el que Él pueda introducirse para hacer que regreses a Él67. Él es el emunah,
el siempre fiel. No puede negarse a sí mismo.
Como siempre tenemos a María. Una de sus pocas apariciones en el Evangelio es la
escena de Caná de Galilea. "No tienen vino". María no es una mujer soñadora, ajena a
la realidad. Es alguien atento a los detalles como sólo puede serlo quien tiene los ojos
abiertos por el amor.
67
. LEO J. TRESE, Más que a las aves del cielo, 7
TEORIA DEL CONOCIMIENTO 86
ÍNDICE