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R E V . 4 DE EN E R O , 2 0 0 0
C H RI ST O P HE R A . BAR T L E T T
1 El apartado «El legado de los fundadores», se inspira en Bhide, Amar V., «Building the Proffesional Firm: McKinsey & Co., 1939-1968»,
Working Paper, 95-020.
El caso de LACC número 308-S31 es la versión en español del caso de HBS número 9-396-357. Los casos de HBS se desarrollan únicamente para su discusión
en clase. No es el objetivo de los casos servir de avales, fuentes de datos primarios o ejemplos de una administración buena o deficiente.
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2017.
308-S31 McKinsey & Company: gestión del conocimiento y el aprendizaje
En una circular de 1937 delineó su visión de la compañía como una empresa centrada en los temas de
importancia para la alta dirección, ateniéndose a los más elevados niveles de integridad, ética profesional y
excelencia técnica, capaz de atraer y desarrollar a jóvenes sobresalientes, y comprometida a aumentar
continuamente su prestigio e influencia. Sobre todo, iba a ser una empresa dedicada a la misión de prestar a sus
clientes un servicio soberbio.
Durante la década siguiente, Bower trabajó incansablemente para convencer a sus socios y empleados de
que compartieran su visión. A medida que se abrieron nuevas oficinas, se convirtió en un acérrimo defensor de
la política de «Empresa Única» que exigía que todos los consultores fueran contratados y promocionados en el
contexto de la empresa como un todo, que los clientes fueran tratados como responsabilidades de McKinsey &
Company y que los beneficios a repartir procedieran de un fondo de la empresa, no de un fondo de cada oficina.
A través de cenas seminario empezó a mejorar el tamaño y la calidad de los clientes de McKinsey. En la guía de
encargos nuevos de 1945, articuló una política que exigía que cada encargo aportara a la empresa algo más que
ingresos –experiencia o prestigio, por ejemplo.
Elegido socio gerente en 1950, Bower indujo a sus 10 socios y 74 empleados a iniciar una serie de cambios
importantes que transformaron McKinsey en una consultoría de élite, a la que empezó a faltar capacidad para
satisfacer la demanda de sus servicios. Los problemas de cada cliente se entendían como característicos del
cliente, pero Bower y sus colegas creían firmemente que un equipo de generalistas, inteligentes y bien
formados, podían comprender rápidamente la esencia del problema y, a través de un análisis disciplinado, hallar
su solución. El extraordinario crecimiento de la empresa en USA durante los años cincuenta proporcionó la base
para la expansión internacional, que aceleró la tasa de crecimiento en los sesenta. A la apertura de la oficina de
Londres en 1959, le siguieron rápidamente las de oficinas en Ginebra, Amsterdam, Düsseldorf y París. Cuando
Bower abandonó el cargo de director general en 1967, McKinsey tenía una presencia consolidada y muy
respetada en Europa y Estados Unidos.
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si bien sus consultores eran excelentes generalistas, a menudo carecían de conocimientos sectoriales suficientes o
de la experiencia especializada que los clientes demandaban.
Una de las propuestas centrales de la comisión fue que la empresa tenía que comprometerse de nuevo a
desarrollar sus miembros de manera continuada. Esto significaba que se tendría que ralentizar el crecimiento y
reducir la relación MG - asociados de 7:1 a niveles que ya habían existido antes, de 5 o 6:1. Además, proponía
que se pusiera énfasis en el desarrollo de lo que denominaba consultores «en forma de T»–, aquellos que
complementaban una amplia perspectiva generalista con una especialidad sectorial o funcional en profundidad.
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tradicional enfoque generalista. En junio de 1977, Gluck invitó a un «supergrupo» de socios jóvenes con
experiencia en estrategia a una reunión de tres días para compartir ideas y desarrollar una agenda para el área de
estrategia. Uno de ellos describía así la reunión:
«Fueron tres días de caos absoluto. Alguien de Nueva York se levantaba y presentaba una matriz de
cuatro celdas. Un socio de Londres presentaba una de nueve. Un alemán presentaba una de 47. Era un
caos... pero al final del tercer día empezamos a atar algunos cabos.»
Al mismo tiempo, Daniel pidió a Bob Waterman, que había trabajado en un estudio de «empresas
excelentes» patrocinado por Siemens, y a Jim Bennett, un socio director de prestigio, que reunieran un grupo
para tratar de articular los conocimientos de la empresa en el área de organización. Una de las primeras
incorporaciones a ese grupo fue Tom Peters, un joven innovador, doctor en teoría de la organización.
Recuperación y renovación
A principios de los años ochenta el crecimiento se reactivó y un optimismo cauto renació en McKinsey por
primera vez en casi una década.
Centros de competencia
Reconociendo que las actividades de los dos proyectos de desarrollo de áreas de conocimiento aplicado no
debían ser un esfuerzo esporádico, en 1980 Daniel pidió a Gluck que se incorporara al pequeño grupo central que
constituía la llamada «Oficina de la Empresa» («Firm Office») y se centrara en la agenda de creación de
conocimiento que se había convertido en su pasión. Desde su llegada a la empresa en 1967, procedente de Bell
Labs, Gluck había querido incorporar a McKinsey un entorno parecido, intelectualmente estimulante. En contra de
alguna fuente interna de fuerte resistencia, se propuso convertir a sus socios a las creencias en las que él tenía fe: que
el desarrollo de conocimientos debía ser una actividad central de la empresa, no una periférica; que debía ser
continuado e institucionalizado, no pasajero y basado en proyectos; y que debía ser responsabilidad de todos, no
sólo de unos cuantos.
Para complementar el creciente número de sectores industriales de clientes, creó 15 centros de competencia
(centros virtuales, no físicos) constituidos alrededor de las áreas existentes de especialización funcional, como
marketing, gestión del cambio y sistemas. En una circular de 1982 a todos los socios, describía el doble papel de
estos centros: ayudar a desarrollar a los consultores y asegurar la renovación continuada de los recursos
intelectuales de la empresa. Para cada centro, Gluck identificó uno o dos expertos reconocidos en la
especialidad correspondiente y altamente motivados, y les nombró líderes de área. Se esperaba cada uno de
estos líderes reuniera un grupo central de socios activos en cada área, interesados en contribuir a su desarrollo,
independientemente de su procedencia en la empresa. (Véanse los 15 centros y los 11 sectores, en 1983, en el
Anexo 3.)
Para favorecer la creación de un cuerpo de conocimiento compartido, el liderazgo de cada uno de los 15
centros puso en marcha una serie de actividades involucrando sobre todo al grupo central y, con menos
frecuencia, a los miembros de la red de expertos en cada área.. Un colega comentaba su compromiso en el
establecimiento de los centros:
«A diferencia de las divisiones sectoriales, los centros de competencia no tenían una base de clientes
estable y natural, y Fred tuvo que trabajar duro para hacerlos funcionar... Básicamente
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encomendó a los líderes de área "Invertir en ello cuanto sea posible –el coste es casi irrelevante
comparado con lo que puede rendir". No hubo intentos de filtrar o gestionar el proceso; el enfoque era
"dejar que aparecieran miles de flores".»
Gluck también dedicó muchísimo tiempo a intentar cambiar una jerarquía interna de categorías basada sobre
todo en el volumen y la importancia de la base de clientes de cada uno. Argumentando que el desarrollo de
conocimientos aplicados («creación de bolas de nieve», como se llamó internamente al proceso) no era menos
«macho» que el desarrollo de clientes («lanzamiento de bolas de nieve»), intentaba convencer a sus colegas de
que todos tenían que convertirse tanto en creadores de bolas de nieve como en lanzadores de bolas. En
discusiones interminables, provocaba a sus colegas con declaraciones mordaces y retos personales: «Saber de
qué se está hablando no es necesariamente una desventaja en el servicio al cliente», o «¿Te dejarías operar el
cerebro por un licenciado en cirujía general?».
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«conmutador inteligente», responsable de controlar la calidad de los datos y de ayudar a los consultores a
acceder a la información pertinente. Finalmente, sugirieron que la empresa ampliara sus prácticas de
contratación y sus políticas de promoción para crear una carrera profesional para especialistas funcionales, cuyo
perfil no encajaba en el de un consultor «en T».
La tarea de implantar estas recomendaciones recayó en un equipo liderado por Bill Matassoni, director de
comunicaciones de la empresa, y Brook Manville, un doctor por la Universidad de Yale recién contratado y con
experiencia en publicación electrónica. Centrándose primero en el sistema de información de conocimiento
práctico de la empresa («Firm Practice Information System» –FPIS), consistente en una base de datos
informatizada de encargos de clientes, pusieron en marcha nuevos sistemas y procedimientos para asegurar que
dichos datos fueran más completos, precisos y puntuales, de manera que se pudiera acceder a los mismos como
un recurso de información fiable, no simplemente un archivo de documentos. La tarea de «capturar» el
conocimiento práctico acumulado era más difícil, ya que no estaba formalizado y no se había priorizado ni
integrado. Para crear una red de desarrollo de conocimiento práctico («Practice Development Network» –
PDNet) informatizada, Matassoni y Manville se esforzaron en suplicar, halagar y retar a cada área para que
desarrollara y presentara documentos que describieran sus conocimientos básicos. Tras meses de trabajo,
recopilaron los 2.000 documentos que juzgaron suficients como la masa crítica necesaria para el lanzamiento de
PDNet.
Matassoni y su equipo desarrollaron también otro recurso de información que inicialmente no formaba parte
de las recomendaciones del equipo de estudio. Recopilaron todos los expertos de la empresa y los documentos
considerados clave, los organizaron por área, y los publicaron en un pequeño libro, suficientemente compacto
para para que cupiera en el maletín de cualquier consultor. El directorio de recursos de conocimientos
(«Knowledge Resource Directory» –KRD) se convirtió inmediatamente en las páginas amarillas de McKinsey y
se empezó a utilizar ampliamente en toda la empresa. Aunque el proceso de adopción de las bases de datos
informatizadas fue lento, el KRD fue acogido de manera entusiasta casi de inmediato.
Hacer efectivo el nuevo cargo de coordinador de conocimiento práctico resultó más difícil. Inicialmente sus
funciones se percibieron como poco más que las de un bibliotecario avanzado. Pasaron varios años hasta que
esta función fuera ocupada por personas (a menudo ex consultores) suficientemente respetadas de modo que
pudieran actuar no sólo como asesores para quienes buscaban información sobre su área de competencia, sino
que pudieran también imponer la disciplina necesaria en el diseño y mantenimiento de las bases de datos.
Quizá lo más difícil fue legitimar el papel de una nueva clase de consultor: el especialista. El concepto
básico era que un profesional podía hacer carrera en McKinsey centrándose en desarrollar conocimientos
especializados, en vez de habilidades generales de resolución de problemas y una orientación al desarrollo de
clientes tan profundamente arraigadas en el sistema de valores de la empresa. Aunque se contrataron varios
consultores con profundos conocimientos técnicos en especialidades como investigación de mercado, finanzas o
siderurgia, a la mayoría le resultó difícil integrarse. La empresa parecía no saber bien cómo evaluar, compensar
o promocionar a estos individuos, y muchos acabaron aislados o poco enraizados. Sin embargo, la sociedad
continuó apoyando la noción de una vía de promoción para especialistas, trabajando para hacerla funcionar.
Matassoni reflexionaba así sobre los cambios:
«El objetivo de los cambios en la infraestructura no era tanto crear un McKinsey nuevo como
mantener en funcionamiento el viejo concepto de "una sola empresa" a medida que crecíamos... A pesar
de todo lo que se había hablado sobre bases de datos informatizadas, el
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proceso de gestión del conocimiento todavía recurría mucho a las redes personales, a viejas prácticas
como traslados entre oficinas, y a normas arraigadas en la idea de "una sola empresa", como ayudar a
otros consultores cuando lo solicitaban. Y a la hora de promocionar, nadie revisaba tus documentos de
trabajo. Miraban cómo usabas tus redes internas para que tus ideas causaran impacto en los clientes.»
Gestionar el éxito
A finales de los años ochenta la empresa volvía de nuevo a crecer rápidamente. En 1988, el mismo año en
que Fred Gluck fue elegido director general, se abrieron nuevas oficinas en Roma, Helsinki, Sao Paulo y
Minneapolis, llegando así a un total de 41. Sin embargo, desde la perspectiva de los socios, potenciar la
reputación de McKinsey como líder del pensamiento tenía como mínimo la misma importancia que captar
nuevos clientes.
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creó un Comité de Impacto en Clientes y le pidió que explorara métodos para asegurar que los conocimientos que se
desarrollaban crearan resultados positivos y medibles en cada encargo.
Una de las iniciativas más importantes del nuevo comité fue persuadir a los socios para que redefinieran la
unidad clave de consultoría de la empresa, que dejaría de ser el llamado equipo de encargos («Engagement
Team» –ET ) para convertirse en el equipo de servicio al cliente («Client Service Team» –CST). El ET
tradicional, formado para entregar un encargo de tres o cuatro meses para un cliente, era una unidad muy
eficiente y flexible, pero tendía a centrarse exclusivamente en la tarea encargada en vez de en las necesidades a
largo plazo del cliente. El concepto del CST se basaba en la idea de que la empresa podía añadir valor a largo
plazo y aumentar la efectividad de los encargos individuales si podía reunir un núcleo de personas (sobre todo a
nivel de socio), conectando múltiples ET y comprometiéndose a trabajar con el cliente durante un período
prolongado de tiempo. La idea era ampliar el modelo clásico de un único socio como «propietario» de un cliente
a un grupo de socios con un compromiso compartido con cada cliente.
En respuesta a preocupaciones en la empresa por una disminución gradual de la participación de los
asociados en el desarrollo de su capital intelectual, el CPDC empezó a subrayar la necesidad de que los CST
desempeñaran un papel central en la vida intelectual de McKinsey. (Véase una conceptualización del CPDC en
el Anexo 5.) Creyendo que los CST (aproximadamente 200 en toda la empresa en 1993) eran los verdaderos
laboratorios de aprendizaje, el CPDC envió circulares a los nuevos líderes de los sectores de clientes y de los
grupos de capacidades, informándoles de que su práctica profesional se evaluaría en función de su cobertura de
los CST de la empresa. También se dirigieron a todos los consultores destacando la importancia del desarrollo
intelectual de la empresa y de su propio desarrollo profesional, de los que eran los principales responsables.
Finalmente, reunieron datos sobre cuánto tiempo dedicaban los consultores al desarrollo profesional por oficina,
y difundieron los resultados, ampliamente divergentes, a los socios de las oficinas de todo el mundo.
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La segunda opción nueva era la vía de gestión de conocimiento práctico, diseñada para proporcionar una
carrera profesional a los coordinadores de conocimiento práctico, cuyo papel era clave a la hora de transferir
conocimiento y ayudar a los líderes de conocimiento práctico a gestionar redes cada vez más complejas. Por
esta vía se podía también promocionar a buenos administradores. (Véase una comparación general en el Anexo
6.)
A pesar del anuncio de los nuevos criterios y procesos de promoción, tanto asociados como especialistas
seguían mostrando escepticismo y confusión acerca de la vía del especialista hacia la categoría de socio.
Durante todo el período de cambio, Gluck no dejaba de referirse a su filosofía de siempre: «la cuestión son las
personas», incluso sugiriendo que el desarrollo de las personas era el objetivo principal de la empresa. Decía:
«Hay dos maneras de ver McKinsey. La manera más común es que somos una empresa de servicio al
cliente cuya finalidad principal es servir a las empresas que solicitan nuestra ayuda. Eso es legítimo. Pero
yo creo que hay una manera aún más poderosa de vernos. Debemos empezar a concebir nuestra finalidad
principal como la de crear una gran institución, motor para producir personas altamente motivadas, de
clase mundial, capaces de servir a nuestros clientes extraordinariamente bien.»
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308-S31 McKinsey & Company: gestión del conocimiento y el aprendizaje
Había momentos en que entre 15 y 20 consultores australianos estaban en el extranjero trabajando en encargos
de poca o mucha duración, mientras que entre 10 y 15 consultores de otras oficinas estaban trabajando en
Australia. (En toda la empresa, casi el 20% del trabajo se realizaba por consultores en régimen de cesión entre
oficinas.)
Identificaron a un equipo de tres personas para trabajar con Peters. John Peacocke era un ingeniero militar
neozelandés con un MBA en finanzas por Wharton y dos años de experiencia en McKinsey. Aunque había
intervenido en un estudio de cuatro meses para un banco comercial cliente en Cleveland, desde su regreso a
Australia había trabajado principalmente para clientes en el sector del petróleo y del gas. Patty Akopianz era
una asociada con un año en la empresa que había trabajado en un banco de inversiones antes de obtener un
MBA en Harvard. Su interés principal y su campo de especialización era el marketing de consumo. El analista
era Jonathan Liew, un ex actuario que iniciaba su primer encargo con McKinsey.
Con la ayuda de Peters, Stuckey y Gibson también empezaron a reunir un grupo de especialistas y expertos
internos que podrían actuar como directores de consultoría (CD) para el equipo. James Gorman, experto en
servicios financieros personales en Nueva York, aceptó visitar Sidney durante una semana y estar disponible
para conferencias telefónicas semanales; Majid Arab, especialista en el sector de seguros, se comprometió a una
visita de dos semanas y a una disponibilidad «de guardia» similar; Andrew Doman, experto en el sector
financiero radicado en Londres, también fue reclutado como CD. En la oficina de Sidney, Charles Conn, líder
del área de estrategias de crecimiento de la empresa, aceptó prestar sus conocimientos especializados, al igual
que Clem Doherty, líder de la empresa en impacto tecnológico.
Con Gibson actuando más como jefe del encargo que como director de encargos, el equipo empezó a
explorar el directorio de recursos de conocimiento, el FPIS y la PDNet en busca de contactos. (El uso de
documentos en la PDNet se había disparado en toda la empresa durante los ocho años que habían transcurrido
desde su introducción. A principios de 1996 había casi 12.000 documentos en la PDNet, de los que se
solicitaban más de 2.000 cada mes.) En total, encontraron 179 documentos de trabajo útiles y accedieron al
asesoramiento y la experiencia de más de 60 miembros de la empresa en todo el mundo. Una miembro del
equipo, Patty Akopiantz, explicaba:
«Ken actuaba como EM, pero como en realidad no era un experto en servicios financieros,
recurríamos más de lo usual a la red interna. Algunas de las ideas que obtuvimos de la PDNet fueron
útiles, pero la red de contactos fue mucho más valiosa... Estar en un huso horario completamente
diferente tenía grandes ventajas. Si te quedabas atascado al final del día, podías dejar mensajes en una
docena de buzones de voz en Europa y Estados Unidos. Dado que la norma de la empresa es que
respondas a las peticiones que recibes de tus colegas, por la mañana te encontrabas con siete u ocho
sugerencias, fuentes de datos o nuevos contactos.»
Al final de la primera fase, el equipo convocó un taller interno diseñado para mantener informado al equipo
directivo del cliente, involucrándoledo y comprometiéndole con las conclusiones que empezaban a emerger. A
partir de esta reunión, el equipo se centró en siete ideas centrales y cuatro opciones viables que permitieron
establecer su agenda para la fase siguiente del proyecto. Fue en este punto cuando Peters pudo incorporarse al
equipo:
«Cuando llegué, la mayor parte del análisis básico estaba hecho, y habían podido centrar el enfoque
en cuatro opciones centrales en poco más de un mes. Fue impresionante ver qué habían sido capaces de
hacer en el contexto de los limitados conocimientos del equipo y un cliente exigente... Como las cosas
iban tan bien, mi principal prioridad fue centrar al equipo en el producto final. Una vez definida una
estructura lógica y clara, asigné tareas y me quité de en
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medio. Dediqué la mayor parte del tiempo a trabajar en la relación con el cliente... Fue una magnífica
oportunidad de aprender para John y Patty, y ambos estaban preparados para asumir un papel de
dirección en sus próximos encargos.»
En noviembre el equipo presentó sus conclusiones al consejo de administración, que tras plantear algunas
preguntas difíciles aceptó las recomendaciones, dando paso al proceso de implantación. El director general del
cliente reflexionaba sobre el resultado:
«Somos un cliente difícil, pero calificaría su trabajo como muy bueno. Su valor añadido estaba en su
acceso al conocimiento pertinente, el rigor intelectual que aportan y su capacidad para crear
entendimiento y consenso en un grupo de dirección diverso. Si ahora las cosas no progresan, será por
culpa nuestra.»
John Stuckey tenía una opinión retrospectiva del resultado un poco diferente:
«En general, pienso que hicimos un trabajo muy bueno, pero quedé un tanto decepcionado porque no
propusimos un avance radical... Utilizamos la base de conocimientos de la empresa de manera efectiva,
pero me preocupa que recurramos tanto a nuestros conocimientos internos. Tenemos que procurar no
caer en la trampa en que han caído muchas grandes empresas de éxito al convertirse en demasiado
introvertidas, demasiado satisfechas con su propia visión del mundo.»
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administrativo que unió los grupos del área de telecomunicaciones de las oficinas de toda Europa. Patsalos-Fox
decía:
«Escribía propuestas, se convirtió en la experta en fuentes de información, organizaba conferencias
europeas, ayudaba con el traspaso de personal entre oficinas, localizaba los conocimientos
especializados y apoyaba y participaba en nuestro trabajo de desarrollo del área. Nos ayudó a pasar
gradualmente de un modelo centralizado basado en la "exportación" de información, a una verdadera red
organizada más como una federación.»
En este entorno de crecimiento, y apoyado por una infraestructura más sólida, el área de conocimiento tuvo
un crecimiento vertiginoso durante los años noventa. Para que la creación de conocimiento progresara más allá
de lo que él describía como «síntesis incremental de la experiencia del pasado», Patsalos-Fox lanzó una serie de
estudios patrocinados por su área de conocimiento. Dotados de algunos de los mejores consultores del área, se
centraron en grandes temas como «La estructura del sector en el año 2005» o «La compañía telefónica del
futuro». Pero la mayor parte de la base de conocimientos del área se construyó a partir de iniciativas informales
de asociados individuales que, tras participar en varios encargos, encontraban tiempo para preparar un
documento describiendo sus percepciones. Por ejemplo, Bray redactó varios documentos de trabajo que
tuvieron buena acogida y potenciaron su reputación interna como experto en desregulación y multimedia. Cada
vez más se recababa su asesoramiento, o incluso que se incorporara a grupos en otras partes de Europa.
Patsalos-Fox decía:
«Volaba de un sitio a otro haciendo presentaciones y ayudando a los equipos. Aunque el público
interno es el más duro, se le volvía a invitar. Cuando llegó la hora de ser considerado para la promoción,
la oficina de Londres le propuso como candidato, pero el mayor apoyo procedió de sus colegas en la red
de telecomunicaciones europea.»
En 1996, Patsalos-Fox creyó llegado el momento de una nueva generación en el liderazgo del área. Preguntó
a su joven protegido australiano y a otros dos socios –uno en Bruselas y otro en París– si estaban dispuestos a
asumir un papel de coliderazgo. Bray considerá los dos retos que él y sus colíderes deberían afrontar. El primero
era conseguir que las telecomunicaciones fueran un área tan fascinante e interesante que atrajera a los mejores
asociados. Eso significaba captar los proyectos más interesantes y gestionar los encargos de manera que la gente
sintiera que se estaba desarrollando y divirtiendo al mismo tiempo.
El segundo reto clave era cómo desarrollar las conexiones, en su mayor parte informales, entre las áreas de
conocimiento de telecomunicaciones en Europa, que estaban creciendo rápidamente. A pesar del excelente
trabajo que Soderstrom había hecho como depositaria de conocimientos y canal de comunicación del área,
estaba claro que tenía limitaciones para actuar como el único «conmutador inteligente». Para paliar la situación,
el grupo había puesto en funcionamiento una intranet específica del área proyectada para que los miembros
tuvieran acceso directo a la base de conocimientos de la misma (documentos de trabajo, actas de conferencias,
CV, etc.), las capacidades de sus miembros (por vía de «home pages» para cada miembro del área), la base de
clientes («home pages» del CST, conexiones a las páginas web de los clientes) y las fuentes de conocimientos
externos (Multimedia Lab del MIT, Theseus Institute, etc.). Más abierta y al mismo tiempo más enfocada que
los sistemas existentes como PDNet, se esperaba que la «Telecom Intranet» aceleraría el ciclo de «constatar,
explorar, aplicar, compartir» conocimientos.
Sin embargo, no faltaba quien pensaba que esto podría suponer otro alejamiento de la idea de
«una sola empresa» hacia la compartimentación, y de un enfoque basado en crear redes personales centradas en ideas
a otro de transacciones electrónicas basadas en datos. En particular, preocubaba
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que los grupos de capacidad funcional fueran menos capaces de traspasar sus conocimientos a unas áreas de
base sectorial cada vez más fuertes y autosuficientes. Warwick Bray reconocía el problema, admitiendo que las
conexiones entre el área europea de telecomunicaciones y la mayoría de las áreas funcionales «podrían ser
mejores»:
«El problema es que raras veces sentimos la necesidad de recurrir a esos grupos. Por ejemplo, sé que
el área de precios de la empresa tiene un fondo de conocimientos excelente en precios industriales, pero
todavía no hemos aprendido cómo aplicarlos a telecomunicaciones. En general, acudimos a los expertos
en fijación de precios de dentro de nuestra área. Probablemente, deberíamos recurrir más a expertos en
otras áreas.»
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La primera prioridad de Dull fue recoger los distintos conceptos, marcos conceptuales y casos que existían
en la empresa, y consolidarlos y sintetizarlos en varios documentos de trabajo. En el proceso, él y Rosiello
empezaron a reunir un núcleo de colaboradores interesados. Juntos desarrollaron una agenda de media docena
de temas punteros en marketing de empresas –segmentación, toma de decisiones multi-comprador y
asociaciones de marketing, por ejemplo– y lanzaron una serie de iniciativas basadas en las mismas. Además de
una serie ampliada de documentos de trabajo, el resultado fue un conjunto de principios básicos y un nuevo
marco conceptual para el marketing de empresas.
La actividad también atrajo el interés de Mark Leiter, especialista en el Centro de competencia de ciencias
de marketing. Este centro, que se había desarrollado en gran parte alrededor de un grupo de una docena de
especialistas, era en muchos aspectos un modelo de lo que Dull esperaba que la iniciativa de E a E acabara
siendo. Por supuesto, disponer del compromiso de un segundo especialista contribuyó positivamente.
En noviembre se dio otro paso importante hacia ese objetivo cuando la iniciativa de E a E fue declarada
«centro de competencias». En ese momento, el núcleo central decidió que pondrían a prueba el interés de sus
colegas y su propia credibilidad organizando una conferencia interna en la que presentarían sus ideas. Al ver
que asistían más de 50 personas, entre ellas socios y directores de cuatro continentes, Dull se convenció de las
buenas perspectivas que parecía tener el centro.
Debido al impacto acumulativo de los documentos de trabajo, la conferencia y las recomendaciones de boca
en boca, a principios de 1996 Dull y sus colegas estaban recibiendo más llamadas que las que el pequeño centro
podía atender. Se sintieron orgullosos cuando documentos de E a E ocuparon los puestos 2, 4 y 9 del listado de
marzo de los «Best Sellers» de la PDNet (véase Anexo 7). Para Dull, el proceso resultante fue instructivo:
«Decidimos que cuando recibiéramos llamadas nos lanzaríamos todos sobre ellas y demostraríamos a
nuestros colegas que realmente podíamos añadir valor para sus clientes... Esto puede sonar extraño –
incluso banal–, pero ahora de verdad entiendo por qué es una profesión y no un negocio. Si ayudo a un
socio a servir mejor a su cliente, volverá a recurrir a mí. Se trata de relaciones, de establecer vínculos
personales, de ayudarse unos a otros.»
Aunque Dull estaba satisfecho de cómo el nuevo centro ganaba en credibilidad e impacto, todavía tenía
muchas dudas sobre sus perspectivas de promoción. Considerando su futuro, pensaba seriamente en escribir un
libro sobre marketing entre empresas para aumentar su credibilidad interna y su visibilidad externa.
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Quería capitalizar en la inversión a largo plazo que la empresa había hecho en el desarrollo de conocimiento
aplicado, impulsado por los sectores de clientes y los grupos de capacidad funcional y apoyado en la
infraestructura de conocimiento de PDNet y FPIS. Al mismo tiempo, quería también crear nuevos canales, foros
y mecanismos que potenciaran el desarrollo de conocimientos y el aprendizaje organizativo.
Fundamentándose en un experimento iniciado por la oficina de Alemania, Gupta adoptó un enfoque popular
de desarrollo de conocimiento llamado «Olimpiada de Conocimiento Aplicado». Se animó a equipos de dos a
seis personas de oficinas de todo el mundo a desarrollar ideas procedentes de encargos recientes y a
formalizarlas para presentarlas en un concurso regional con socios directores y clientes como jueces.
Posteriormente, los veinte mejores equipos regionales competían en un acontecimiento a nivel de toda la
empresa. Gupta estaba orgulloso de que en su segundo año, el acontecimiento hubiera atraído a más de 150
equipos, con la participación del 15% del conjunto de asociados.
A otro nivel, a finales de 1995 el nuevo director general puso en marcha seis iniciativas especiales:
cometidos internos multianuales dirigidos por socios directores, centrados en problemas emergentes que la alta
dirección de las empresas consideraban importantes. La idea era explotar competencias tanto internas como
externas para desarrollar formulaciones «de vanguardia» para cada problema clave. Por ejemplo, una se
centraba en la forma y función de la empresa del futuro; otra, en crear y gestionar el crecimiento estratégico; y
una tercera en captar oportunidades globales. Gupta veía en estas iniciativas una reafirmación de la importancia
de los conocimientos funcionales de la empresa, a la vez que constituían un medio para un desarrollo
transfuncional de mayor compromiso y duración.
Finalmente, pensaba ampliar el modelo del McKinsey Global Institute, un centro de investigación
patrocinado por la empresa, fundado en 1991 para estudiar las implicaciones para las empresas de los cambios
en la economía global. La propuesta era crear otros fondos de recursos, protegidos de las presiones diarias y de
las exigencias de los clientes, centrados en agendas de investigación a largo plazo. En 1995 se estableció un
centro del Cambio y se estaba proyectando otro de Operaciones. Gupta veía estos institutos como una solución a
través de la cual McKinsey podría contratar a gente más orientada a la investigación, creando vínculos más
efectivos con el ámbito académico.
La mayoría de estas iniciativas eran nuevas y su impacto todavía no se había percibido dentro de la empresa.
Sin embargo, Gupta estaba convencido de que el rumbo era el correcto:
«Hemos doblado nuestra inversión en conocimientos durante estos últimos dos años. Hay muchas
más personas participando en muchas más iniciativas. Si eso significa que hoy trabajamos un 5-10%
menos para los clientes, estamos dispuestos a pagar ese precio para invertir en el futuro. Desde Marvin
Bower, cada grupo de liderazgo ha asumido el compromiso de dejar la empresa más fuerte de como la
encontró. Invertir para el futuro de la empresa es un valor fundamental de McKinsey.»
Direcciones de futuro
Con este telón de fondo, los socios de McKinsey debatían intensamente sobre las direcciones y prioridades
futuras de la empresa. He aquí una muestra de algunas sus opiniones:
«Me preocupa que nuestro crecimiento pueda distender el tejido de la empresa. No podemos
continuar disgregando nuestras unidades para crear nichos para todos, porque
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hemos agotado la capacidad de nuestros mecanismos de integración. Creo que nuestro futuro pasa por
desarrollar los CST e integrarlos en agendas de conocimientos comunes.»
«En el pasado era un defensor de un crecimiento más lento, pero ahora estoy convencido de que
debemos crecer más deprisa. Esta es la clave para crear oportunidades e interés para las personas, y eso
genera innovación e impulsa el desarrollo de conocimientos... La tecnología es vital no sólo para apoyar
la transferencia de conocimientos, sino también para permitir a los socios asesorar a los asociados más
jóvenes. Tenemos que usarla mucho más agresivamente.»
«La tecnología tiene su cara oscura –lo que yo llamo tecnopolio–. Puede suprimir la comunicación:
la gente empieza a creer que comunicarse por correo electrónico con alguien es lo mismo que hablar con
él. Si los equipos empiezan a reunirse menos frecuentemente, o si las conferencias se transforman en
foros de discusión sobre Lotus Notes, la tecnología que ha apoyado nuestro crecimiento puede empezar a
erosionar nuestra cultura basada en redes personales.»
«Me preocupa que estemos perdiendo nuestro sentido de comunidad a medida que
compartimentamos nuestras actividades y nos dividimos en especialidades. Además, el poder de las TI
ha provocado a veces una sobrecarga de información. El riesgo está en que cuanto más tiempo
dedicamos a buscar el documento de trabajo preciso, el marco ideal o el mejor experto, menos tiempo
dedicamos a pensar creativamente sobre el problema. Me preocupa que a medida que aumentemos la
ciencia, podamos perder el arte de lo que hacemos.»
Estas eran algunas de las muchísimas opiniones que Rajat Gupta había oído desde que fue nombrado
director general. Su trabajo era valorarlas y fijar un rumbo para «dejar la empresa más fuerte de como la
encontró».
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McKinsey & Company: gestión del conocimiento y el aprendizaje 308-S31
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308-S31 McKinsey & Company: gestión del conocimiento y el aprendizaje
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McKinsey & Company: gestión del conocimiento y el aprendizaje 308-S31
Dirección transfuncional
Innovación
Satisfacción del cliente
Desarrollo y comercialización
de productos/tecnologías
Rediseño de procesos centrales
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308-S31 -20-
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m Fuente: presentación interna del CPDC.
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308-S31 -21-
(5/91, nº 6.670)
15 Understanding and Influencing Customer Purchase Decisions in Business to Marketing
Business Markets
Mark Leiter (3/95, nº 12.525)
15 Channel Management Handbook Marketing
Christine Bucklin, Stephen DeFalco, John DeVincentis, John Levis (1/95, nº 11.876)
54 Introduction to CRM (Continuous Relationship Marketing) – Leveraging CRM to Build Servicios financieros
PFS Franchise Value (PFS221) personales
Margo Georgiadis, Milt Gillespie, Tim Gokey, Mike Sherman, Marc Singer (11/95,
nº 12.999)
45 Platforms for Growth in Personal Financial Services (PFS201) Servicios financieros
Christopher Leech, Ronald O’Hanley, Eric Lambrecht, Kristin Morse (11/95, nº 12.995) personales
40 Launching a CRM Effort (PFS222) Marketing
Nick Brown, Margo Georgiadis (10/95, nº 12.940)
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This document is authorized for use only in Leswin Valenzuela's Gestion Empresarial course at UTH, from November 2016 to May 2017.