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Cristo sigue actuando en el hoy de la historia del Pueblo de Dios por medio de los
sacramentos. Bien menciona el Catecismo de la Iglesia qué entiende por “sacramento”:
“son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad actual.
Es, entonces, en la liturgia, que de manera especialísima se hace presente Cristo; pero
también hay que recordar que en ella actúa el Espíritu Santo como pedagogo de la fe. El
Espíritu Santo es “el artífice de las obras maestras de Dios que son los sacramentos de la
Nueva Alianza” ; actúa de la misma manera que al inicio de la Iglesia: “prepara la Iglesia
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El Espíritu Santo también es “la memoria viva de la Iglesia” (Jn 14,26), que ha dejado
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3 Ibídem, 1084.
4 CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium Nº 7.
5 CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA Nº 1091.
6 Ibídem, Nº 1092.
7 Ibídem, Nº 1099.
8 MIGUEL ÁNGEL TÁBET, Introducción General a la Biblia, Ediciones Palabra, Madrid 2009, p. 24
SALVADOR PIÉ-NINOT afirma que “en la Biblia la expresión Palabra de Dios aparece
fundamentalmente con tres aplicaciones distintas. Por un lado, se identifica con la palabra
profética u oráculo del mismo Dios que el profeta debe transmitir fielmente y por esto se
aproxima a lo que en el lenguaje humano se califica como cita textual. La segunda acepción
es más amplia y se manifiesta en la palabra que guía, instruye y conduce la vida del pueblo,
tratándose no tanto del tenor literal de la voz de Dios, cuanto del significado profundo de
lo que realiza. Se trata pues de la convicción de que la Palabra de Dios realiza la historia y
la convierte en inteligible como historia de la salvación” . 9
“Dos pasajes del Nuevo Testamento escritos en su etapa final, como son la carta a los
Hebreos y el Evangelio de Juan, resaltarán la misma idea y confluirán en la tercera acepción
bíblica de la Palabra de Dios. En efecto, ambos escritos contemplan retrospectivamente
toda la historia de la salvación desde el Antiguo Testamento hasta Jesucristo mediante una
reflexión teológica, y los reducen a un denominador común como es “la Palabra de Dios”
que se convierte así en el concepto clave del mensaje de la Biblia. En Heb 1,1-3, se acentúa
la diversidad de formas de locución divina, pero las resume y concentra en el Hijo, que es
«icono» de Dios y que lo sostiene todo con la fuerza de su palabra. En Jn 1,1-18 se sitúa la
palabra al inicio de todo identificada con el mismo Dios, y se predica de Jesús de Nazaret,
en cuanto palabra «encarnada». Aquí se trasciende de forma totalmente novedosa el plano
del lenguaje verbal al llamar palabra al mismo Dios y a una persona humana como es
Jesús” .10
Por eso, “la palabra del Señor permanece para siempre. Y esa palabra es el Evangelio que
os anunciamos” (1 Pe 1,25; Is 40,8). Esta frase de la Primera carta de san Pedro, que
retoma las palabras del profeta Isaías, nos pone frente al misterio de Dios que se comunica
a sí mismo mediante el don de su palabra. Esta palabra, que permanece para siempre, ha
entrado en el tiempo. Dios ha pronunciado su palabra eterna de un modo humano; su Verbo
«se hizo carne» (Jn 1,14). Ésta es la buena noticia. Éste es el anuncio que, a través de los
siglos, llega hasta nosotros” . Precisamente, la novedad de la revelación bíblica consiste
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en que Dios se da conocer en el diálogo que desea tener con su Pueblo. La Constitución
dogmática Dei Verbum ha expresado esta realidad reconociendo que “Dios invisible,
9 SALVADOR PIÉ-NINOT, De la Dei verbum al Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios del 2008, En: Estudios Eclesiásticos,
vol. 83 (2008), Nº 325, pp. 225.
10 Ibídem, p. 226
Dios lo ha creado todo por su Palabra, debar Yahveh , la Palabra de Dios, y ha dado a los
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En todo este entramado histórico, Dios actuó con una sabia pedagogía, preparando a los
hombres al anuncio del evangelio. Dios, en efecto, después de haber hablado «muchas
veces y de muchas maneras por los Profetas, “últimamente, en estos días, nos habló por su
Hijo» (Hb 1, 1- 2), pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los
hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios (cf Jn 1, 1-
18)» . El texto pone en evidencia tanto la continuidad histórica de la economía de la
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salvación –es el mismo Dios, el que habló antiguamente por los profetas, el que ahora se
ha manifestado por su Hijo– como la mayor excelencia de la nueva economía, pues, en esta
nueva y definitiva etapa, el mediador es el mismo Hijo: «el Verbo hecho carne», «hombre
enviado a los hombres», que «habla palabras de Dios» (Jn 3, 34) y lleva a cabo la obra de
la salvación que el Padre le confió (Jn 5, 36)» . Esto es lo que se conoce como la
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“Cristología de la Palabra”.
La función reveladora de Cristo hunde sus raíces en su cualidad de Hijo y Palabra de Dios.
Él es la Palabra única, perfecta y definitiva del Padre, en el que la Revelación encuentra su
15 DV Nº 4.
16 Ibídem.
cumplimiento y perfección: “Él –ver al cual es ver al Padre (Jn 14, 9)–, con su total
presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre
todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío
del Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive
en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y
resucitarnos a la vida eterna” . Cristo es, por tanto, el supremo revelador y aquel en quien
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Cristo, Palabra definitiva del Padre, “vino a su casa” (Jn 1,11) y “puso su morada entre
nosotros” (Jn 1,14). Esta morada de Dios entre los hombres, esta “shekiná” (Ex 26,1),
“presencia”, prefigurada en el Antiguo Testamento, se cumple ahora en la presencia
definitiva de Dios entre los hombres en Cristo. Como afirma el Papa Juan Pablo II: “La
contemporaneidad de Cristo respecto al hombre de cada época se realiza en el cuerpo vivo
de la Iglesia. Por esto Dios prometió a sus discípulos el Espíritu Santo, que les “recordaría”
y les haría comprender sus mandamientos (Jn 14,26) y, al mismo tiempo, sería el principio
fontal de una vida nueva para el mundo (Jn 3,5-8; Rm 8,1-13)” . La Iglesia aparece así en
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ese ámbito en que, por gracia, podemos experimentar lo que dice el Prólogo de Juan: «Pero
a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios» (Jn 1,12) . Esto se aplica de 20
mismo está presente en su palabra, pues es Él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia
la Sagrada Escritura” . 22
17 Ibídem.
18 DV Nº 4.
19 JUAN PABLO II, Carta Encíclica Veritatis Splendor (1993).
21 Ibídem, Nº 52.
sobre los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35) la relacion profunda entre la escucha de
palabra y el partir el pan. Jesús salió a su encuentro el día siguiente al sábado, escuchó las
manifestaciones de su esperanza decepcionada y, haciéndose su compañero de camino, “les
explicó lo que se refería a él en toda la Escritura” (24,27). Junto con este caminante que
se muestra tan inesperadamente familiar a sus vidas, los dos discípulos comienzan a mirar
de un modo nuevo las Escrituras. Lo que había ocurrido en aquellos días ya no aparece
como un fracaso, sino como cumplimiento y nuevo comienzo. Sin embargo, tampoco estas
palabras les parecen aún suficientes a los dos discípulos. El Evangelio de Lucas nos dice
que sólo cuando Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, “se les
abrieron los ojos y lo reconocieron” (24,31), mientras que antes «sus ojos no eran capaces
de reconocerlo» (24,16). La presencia de Jesús, primero con las palabras y después con el
gesto de partir el pan, hizo posible que los discípulos lo reconocieran, y que pudieran revivir
de un modo nuevo lo que antes habían experimentado con él: “¿No ardía nuestro corazón
mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (24,32) . Todo este
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Cristo, realmente presente en las especies del pan y del vino, está presente de modo análogo
también en la Palabra proclamada en la liturgia. Por tanto, profundizar en el sentido de la
sacramentalidad de la Palabra de Dios, puede favorecer una comprensión más unitaria del
misterio de la revelación en «obras y palabras íntimamente ligadas», favoreciendo la vida
espiritual de los fieles y la acción pastoral de la Iglesia.