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PBRO.

EDGARDO BERNALES ALTAMAR


Presbítero de la Arquidiócesis de Barranquilla (ordenado en el año 2000). Estudios eclesiásticos en el
Seminario Regional de la Costa Atlántica “Juan XXIII” (1992-1998). Teólogo de la Pontificia
Universidad Javeriana (Bogotá 2007). Diplomado en Arqueología Paleocristiana del Pontificio
Instituto de Arqueología (Roma 2009). Especialista en Teología Bíblica de la Pontificia Universitá
della Santa Croce (Roma 2010).

Ciertamente no estamos acostumbrados a hablar de la “sacramentalidad” de la Palabra de


Dios; para la gran mayoría de nosotros, la expresión sacramento está asociada con los siete
sacramentos que la Iglesia celebra desde el albores de la vida eclesial, como regalo de Cristo
Resucitado al Nuevo Pueblo de Dios. En el día de Pentecostés, por la efusión del Espíritu
Santo, se inaugura un “tiempo nuevo”: el tiempo de la Iglesia, “durante el cual Cristo
manifiesta, hace presente y comunica su obra de salvación mediante la Liturgia de su
Iglesia, «hasta que él venga» (1Cor 11,26)” . En este “tiempo nuevo”, Cristo vive y actúa
1

en su Iglesia, de manera especialísima a través de los sacramentos; “esto es lo que la


Tradición común de Oriente y Occidente llama «la Economía sacramental»” . 2

Cristo sigue actuando en el hoy de la historia del Pueblo de Dios por medio de los
sacramentos. Bien menciona el Catecismo de la Iglesia qué entiende por “sacramento”:
“son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad actual.

1 CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA Nº 1076.


2 Ibídem.
Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción de Cristo y por el poder
del Espíritu Santo” : 3

«Cristo está siempre presente en su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos.


Está presente en el sacrificio de la misa, no sólo en la persona del ministro,
ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se
ofreció en la cruz, sino también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está
presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es
Cristo quien bautiza. Está presente en su Palabra, pues es Él mismo el que habla
cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente, finalmente, cuando
la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: "Donde están dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20)» 4

Es, entonces, en la liturgia, que de manera especialísima se hace presente Cristo; pero
también hay que recordar que en ella actúa el Espíritu Santo como pedagogo de la fe. El
Espíritu Santo es “el artífice de las obras maestras de Dios que son los sacramentos de la
Nueva Alianza” ; actúa de la misma manera que al inicio de la Iglesia: “prepara la Iglesia
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para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la asamblea; hace


presente y actualiza el misterio de Cristo por su poder transformador; finalmente, el Espíritu
de comunión une la Iglesia a la vida y a la misión de Cristo” . 6

El Espíritu Santo también es “la memoria viva de la Iglesia” (Jn 14,26), que ha dejado
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plasmado por autores humanos la gran biblioteca de la memoria, la Sagrada Escritura en


sus dos Testamentos. Pero, la Sagrada escritura no agota la Palabra de Dios. Como
menciona TÁBET: “En cuanto tal, [la Sagrada Escritura] forma parte de la Revelación
sobrenatural y pública que Dios quiso manifestar a los hombres para su salvación. Esta
inclusión de la Escritura en el contexto de la Revelación quedó especialmente subrayada
en la Constitución dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II, que ha delineado una
visión unitaria de la economía salvífica en la que la Escritura, en contacto inseparable con
la Tradición, es delineada dentro del más amplio concepto de Revelación divina,
adquiriendo así su más precisa fisonomía” . 8

3 Ibídem, 1084.
4 CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium Nº 7.
5 CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA Nº 1091.

6 Ibídem, Nº 1092.

7 Ibídem, Nº 1099.

8 MIGUEL ÁNGEL TÁBET, Introducción General a la Biblia, Ediciones Palabra, Madrid 2009, p. 24
SALVADOR PIÉ-NINOT afirma que “en la Biblia la expresión Palabra de Dios aparece
fundamentalmente con tres aplicaciones distintas. Por un lado, se identifica con la palabra
profética u oráculo del mismo Dios que el profeta debe transmitir fielmente y por esto se
aproxima a lo que en el lenguaje humano se califica como cita textual. La segunda acepción
es más amplia y se manifiesta en la palabra que guía, instruye y conduce la vida del pueblo,
tratándose no tanto del tenor literal de la voz de Dios, cuanto del significado profundo de
lo que realiza. Se trata pues de la convicción de que la Palabra de Dios realiza la historia y
la convierte en inteligible como historia de la salvación” . 9

“Dos pasajes del Nuevo Testamento escritos en su etapa final, como son la carta a los
Hebreos y el Evangelio de Juan, resaltarán la misma idea y confluirán en la tercera acepción
bíblica de la Palabra de Dios. En efecto, ambos escritos contemplan retrospectivamente
toda la historia de la salvación desde el Antiguo Testamento hasta Jesucristo mediante una
reflexión teológica, y los reducen a un denominador común como es “la Palabra de Dios”
que se convierte así en el concepto clave del mensaje de la Biblia. En Heb 1,1-3, se acentúa
la diversidad de formas de locución divina, pero las resume y concentra en el Hijo, que es
«icono» de Dios y que lo sostiene todo con la fuerza de su palabra. En Jn 1,1-18 se sitúa la
palabra al inicio de todo identificada con el mismo Dios, y se predica de Jesús de Nazaret,
en cuanto palabra «encarnada». Aquí se trasciende de forma totalmente novedosa el plano
del lenguaje verbal al llamar palabra al mismo Dios y a una persona humana como es
Jesús” .10

Por eso, “la palabra del Señor permanece para siempre. Y esa palabra es el Evangelio que
os anunciamos” (1 Pe 1,25; Is 40,8). Esta frase de la Primera carta de san Pedro, que
retoma las palabras del profeta Isaías, nos pone frente al misterio de Dios que se comunica
a sí mismo mediante el don de su palabra. Esta palabra, que permanece para siempre, ha
entrado en el tiempo. Dios ha pronunciado su palabra eterna de un modo humano; su Verbo
«se hizo carne» (Jn 1,14). Ésta es la buena noticia. Éste es el anuncio que, a través de los
siglos, llega hasta nosotros” . Precisamente, la novedad de la revelación bíblica consiste
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en que Dios se da conocer en el diálogo que desea tener con su Pueblo. La Constitución
dogmática Dei Verbum ha expresado esta realidad reconociendo que “Dios invisible,

9 SALVADOR PIÉ-NINOT, De la Dei verbum al Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios del 2008, En: Estudios Eclesiásticos,
vol. 83 (2008), Nº 325, pp. 225.
10 Ibídem, p. 226

11 BENEDICTO XVI, Exhortación Postsinodal Verbum Domini, Nº 1.


movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y
recibirlos en su compañía” . 12

Dios lo ha creado todo por su Palabra, debar Yahveh , la Palabra de Dios, y ha dado a los
13

hombres testimonio de su presencia en lo creado y se ha manifestado ya desde el principio:


“En su tiempo llamó a Abraham para hacerlo padre de un gran pueblo, al que luego
instruyó por los Patriarcas, por Moisés y por los Profetas para que lo reconocieran Dios
único, vivo y verdadero, Padre providente y justo juez, y para que esperaran al Salvador
prometido, y de esta forma, a través de los siglos, fue preparando el camino del
Evangelio” . 14

En todo este entramado histórico, Dios actuó con una sabia pedagogía, preparando a los
hombres al anuncio del evangelio. Dios, en efecto, después de haber hablado «muchas
veces y de muchas maneras por los Profetas, “últimamente, en estos días, nos habló por su
Hijo» (Hb 1, 1- 2), pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los
hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios (cf Jn 1, 1-
18)» . El texto pone en evidencia tanto la continuidad histórica de la economía de la
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salvación –es el mismo Dios, el que habló antiguamente por los profetas, el que ahora se
ha manifestado por su Hijo– como la mayor excelencia de la nueva economía, pues, en esta
nueva y definitiva etapa, el mediador es el mismo Hijo: «el Verbo hecho carne», «hombre
enviado a los hombres», que «habla palabras de Dios» (Jn 3, 34) y lleva a cabo la obra de
la salvación que el Padre le confió (Jn 5, 36)» . Esto es lo que se conoce como la
16

“Cristología de la Palabra”.

La función reveladora de Cristo hunde sus raíces en su cualidad de Hijo y Palabra de Dios.
Él es la Palabra única, perfecta y definitiva del Padre, en el que la Revelación encuentra su

12 CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la Divina Revelación Dei Verbum Nº 2.


13 MIGUEL ÁNGEL TÁBET, Op. Cit., p. 25: «En el lenguaje bíblico, sobre todo veterotestamentario, tal acontecimiento se
designa frecuentemente con la expresión ‘palabra de Dios’ (debar Yahweh); ‘palabra’ en la que la vida que existe en Dios
se ha exteriorizado y se ha mostrado a los hombres para atraerlos a la comunión con Él. El Dios de la Biblia, en efecto,
es un Dios que se automanifiesta, que dialoga con los hombres, al contrario de los ídolos paganos, que «tienen boca y
no hablan, tienen ojos y no ven» (Sal 115, 5; cf Ba 6, 7; 1 R 18, 29). El debar Yahweh bíblico no equivale simplemente a
logos (‘palabra’, en el sentido clásico de la lengua griega): una palabra pensada o pronunciada; al contrario, es ‘palabra’
y ‘evento’, pues «la palabra de Dios es viva y eficaz, es más cortante que espada de doble filo» (Hb 4, 12). De ahí que la
única y misma ‘palabra de Dios’ que se expresa en palabras humanas formuladas por los enviados de Dios o por los
narradores de los textos bíblicos, realiza y dirige en la historia los inescrutables designios divinos. En resumen, el Dios
que se revela es un Dios que se expresa mediante un lenguaje lleno de consecuencias y que actúa en la creación y en la
historia: en su automanifestación comunica también sus designios poniendo en acto una presencia operante.»
14 DV Nº 3.

15 DV Nº 4.

16 Ibídem.
cumplimiento y perfección: “Él –ver al cual es ver al Padre (Jn 14, 9)–, con su total
presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre
todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío
del Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive
en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y
resucitarnos a la vida eterna” . Cristo es, por tanto, el supremo revelador y aquel en quien
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encuentra su cumplimiento toda la Revelación. En Él, las promesas antiguas se han


realizado y Él las ha manifestado en su plenitud. La economía salvífica que Cristo ha
manifestado e instaurado es por eso «la alianza nueva y definitiva», que no puede ser
superada por una más perfecta. No es posible, por tanto, esperar “ninguna revelación
pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo [al final de los
tiempos] (cf 1 Tm 6, 14; Tt 2, 13)” . 18

Cristo, Palabra definitiva del Padre, “vino a su casa” (Jn 1,11) y “puso su morada entre
nosotros” (Jn 1,14). Esta morada de Dios entre los hombres, esta “shekiná” (Ex 26,1),
“presencia”, prefigurada en el Antiguo Testamento, se cumple ahora en la presencia
definitiva de Dios entre los hombres en Cristo. Como afirma el Papa Juan Pablo II: “La
contemporaneidad de Cristo respecto al hombre de cada época se realiza en el cuerpo vivo
de la Iglesia. Por esto Dios prometió a sus discípulos el Espíritu Santo, que les “recordaría”
y les haría comprender sus mandamientos (Jn 14,26) y, al mismo tiempo, sería el principio
fontal de una vida nueva para el mundo (Jn 3,5-8; Rm 8,1-13)” . La Iglesia aparece así en
19

ese ámbito en que, por gracia, podemos experimentar lo que dice el Prólogo de Juan: «Pero
a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios» (Jn 1,12) . Esto se aplica de 20

manera especialísima cuando, entonces, se considera a la Iglesia como la “casa de la


Palabra”; y como ya se había indicado al inicio, la liturgia es el “ámbito privilegiado en el
que Dios nos habla en nuestra vida, habla hoy a su pueblo, que escucha y responde. Todo
acto litúrgico está por su naturaleza empapado de la Sagrada Escritura” . Es más, “Cristo 21

mismo está presente en su palabra, pues es Él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia
la Sagrada Escritura” . 22

El ”despliegue de la Palabra de Dios en el tiempo se produce particularmente en la


celebración eucarística y en la Liturgia de las Horas. En el centro de todo resplandece el

17 Ibídem.
18 DV Nº 4.
19 JUAN PABLO II, Carta Encíclica Veritatis Splendor (1993).

20 Cfr. BENEDICTO XVI, Exhortación Postsinodal Verbum Domini, Nº 52.

21 Ibídem, Nº 52.

22 CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium Nº 7.


misterio pascual, al que se refieren todos los misterios de Cristo y de la historia de la
salvación, que se actualizan sacramentalmente” . Podemos descubri en el relato de Lucas
23

sobre los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35) la relacion profunda entre la escucha de
palabra y el partir el pan. Jesús salió a su encuentro el día siguiente al sábado, escuchó las
manifestaciones de su esperanza decepcionada y, haciéndose su compañero de camino, “les
explicó lo que se refería a él en toda la Escritura” (24,27). Junto con este caminante que
se muestra tan inesperadamente familiar a sus vidas, los dos discípulos comienzan a mirar
de un modo nuevo las Escrituras. Lo que había ocurrido en aquellos días ya no aparece
como un fracaso, sino como cumplimiento y nuevo comienzo. Sin embargo, tampoco estas
palabras les parecen aún suficientes a los dos discípulos. El Evangelio de Lucas nos dice
que sólo cuando Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, “se les
abrieron los ojos y lo reconocieron” (24,31), mientras que antes «sus ojos no eran capaces
de reconocerlo» (24,16). La presencia de Jesús, primero con las palabras y después con el
gesto de partir el pan, hizo posible que los discípulos lo reconocieran, y que pudieran revivir
de un modo nuevo lo que antes habían experimentado con él: “¿No ardía nuestro corazón
mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (24,32) . Todo este
24

relato no es más que una bellísima catequésis que expresa la “sacramentalidad de la


Palabra”, y la intrínseca relación que existe entre la palabra y los gestos de parte del Señor:
“La Palabra de Dios se hace perceptible a la fe mediante el «signo», como palabra
y gesto humano. La fe, pues, reconoce el Verbo de Dios acogiendo los gestos y las
palabras con las que Él mismo se nos presenta. El horizonte sacramental de la
revelación indica, por tanto, la modalidad histórico salvífica con la cual el Verbo
de Dios entra en el tiempo y en el espacio, convirtiéndose en interlocutor del
hombre, que está llamado a acoger su don en la fe” (VD 56).

En el numeral 56, el PAPA BENEDICTO desarrolla este tema de la “sacramentalidad de la


Palabra”, que conviene leer textualmente: “La proclamación de la Palabra de Dios en la
celebración comporta reconocer que es Cristo mismo quien está presente y se dirige a
nosotros para ser recibido. Sobre la actitud que se ha de tener con respecto a la Eucaristía
y la Palabra de Dios, dice san Jerónimo: «Nosotros leemos las Sagradas Escrituras. Yo
pienso que el Evangelio es el Cuerpo de Cristo; yo pienso que las Sagradas Escrituras son
su enseñanza. Y cuando él dice: “Quién no come mi carne y bebe mi sangre” (Jn 6,53),
aunque estas palabras puedan entenderse como referidas también al Misterio
[eucarístico], sin embargo, el cuerpo de Cristo y su sangre es realmente la palabra de la
Escritura, es la enseñanza de Dios. Cuando acudimos al Misterio [eucarístico], si cae una

23 BENEDICTO XVI, Exhortación Postsinodal Verbum Domini, Nº 52.


24 BENEDICTO XVI, Exhortación Postsinodal Verbum Domini, Nº 54.
partícula, nos sentimos perdidos. Y cuando estamos escuchando la Palabra de Dios, y se
nos vierte en el oído la Palabra de Dios y la carne y la sangre de Cristo, mientras que
nosotros estamos pensando en otra cosa, ¿cuántos graves peligros corremos?».

Cristo, realmente presente en las especies del pan y del vino, está presente de modo análogo
también en la Palabra proclamada en la liturgia. Por tanto, profundizar en el sentido de la
sacramentalidad de la Palabra de Dios, puede favorecer una comprensión más unitaria del
misterio de la revelación en «obras y palabras íntimamente ligadas», favoreciendo la vida
espiritual de los fieles y la acción pastoral de la Iglesia.

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