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De entrada, cuesta imaginar una afinidad electiva entre artista y escritor, tan
excesivo uno y tan moderado otro, aunque no están lejos los paseos de
Walser de las walk-in sculpture de Hirschhorn. Ambos hablan de aquello
que está activo y no se detiene jamás, el pensamiento, trastocando límites
y fronteras, y con el deseo compulsivo de ser otro. Porque hay muchos
hirschhorns. Está el Thomas elemental y vulnerable, el complejo y ambiguo,
el lúcido y sensato, el ambicioso y mediático... Está el artista y está el
personaje, a veces tirano, otras mesías y siempre crítico. Vive en París
desde que llegó a los 27 años con su título de diseñador gráfico de la Schule
für Gestaltung de Zúrich, y a ello se dedicó hasta que decidió ser artista.
Sólo en el arte, explica, encontró la libertad suficiente para expresar sus
ideas sobre el mundo. En 1995 se le empezaron a acumular las exposiciones
individuales, y en el 2000 llegó uno de los mejores premios europeos, el Prix
Marcel Duchamp. Desde entonces es un artista global: MoMA, Pompidou,
Manifesta, Documenta, Bienal de São Paulo, de Venecia...
Pregunta.- Complejo es, sin duda. Hay quien también le tacha de radical y
provocador. ¿Lo es?
Respuesta.- El arte no puede basarse en la idea de provocar. No debería.
Pero como artista, si tu obra es llamada ‘provocativa' tienes que pagar un
precio por ello. A veces noto un cierto cinismo y una especie de ‘buena
censura', aunque todo es censura, incluso la que uno se autoimpone.
P.- Sabemos que es un gran lector, sobre todo de filosofía, a la que rinde
homenaje en algunas de sus obras: Spinoza (Ámsterdam, 1999), Deleuze
(Avignon, 2000), Bataille (Kassel, 2002)... ¿Qué importancia le da al
lenguaje?
R.- Escribo, leo, analizo, por lo tanto el lenguaje es importante. Me gusta leer
a los filósofos, como a Alain Badiou, Marcus Steinweg o Giorgio Agamben,
por decir tres que tengo ahora entre manos. Escribir me ayuda a ser fiel a
mis ideas, porque una vez escritas, las cosas ya no son nocivas o arbitrarias,
y no me gusta utilizar palabras de otros para hablar de mi trabajo.
Prefiero utilizar mis propios términos. Es como una reafirmación.
P.- Caos es uno de esos términos. ¿Podría definirlo?
R.- Es el principio, el núcleo de todo. El caos es dinámico y creativo,
destructivo y explosivo. Todos vivimos, de hecho, en un mundo caótico,
pero yo no quiero escapar de él, ni siquiera protegerme de sus efectos. No
quiero ocultar ni lo inconmensurable, la violencia, ni la belleza que también
revela.
Historia ahistórica
P.- Unos materiales que son siempre efímeros... ¿Por qué ese amor por lo
precario?
R.- Porque son materiales simples, baratos, universales e inclusivos. Me
interesan porque no se utilizan sólo para hacer arte. Su tipo de vida es la
supervivencia, una condición para mí. Lo precario es el futuro porque
siempre es creativo, porque siempre está en movimiento, porque conduce a
nuevas formas de expresión, porque traza una nueva geografía, porque lo
precario propicia el intercambio de ideas entre las personas y porque crea
nuevos valores.
P.- Suele abogar por la energía como valor fundamental. De hecho tiene un
lema que repite a menudo, Energía: ¡sí! Calidad: ¡no! ¿Cuál es el sentido?
R.- La energía es una invitación al movimiento, a la invención, al acto de
pensar. De ahí viene mi interés por la acumulación, como una batería
cargada. La calidad es exclusiva, lujosa y está basada en la tradición y el
particularismo. Rechazo utilizar esa palabra en mi obra del mismo modo
que no quiero usarla con otros. Implica hablar de escala, de ‘alta calidad' y
‘baja calidad' que yo mismo desconozco. Hoy necesitamos otros criterios,
así que Energía: ¡sí!
@bea_espejo