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ST 96 (2008)

SUMARIO
ESTUDIOS
• Teología de la cruz y misterio trinitario
Ángel CORDOVILLA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181
• Murió por nuestros pecados
Juan Manuel MARTÍN-MORENO, SJ . . . . . . . . . . . . . . . . . 193
• «...niéguese a sí mismo cargue con su cruz y sígame»,
o «no des vueltas sobre ti mismo, vive para los demás
(ama) y sígueme»
Ignacio IGLESIAS, SJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205
• La buena noticia de la Cruz
para los crucificados de nuestra historia
Daniel IZUZQUIZA REGALADO, SJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 219

RINCÓN DE LA SOLIDARIDAD

• Misión a la «intemperie».
Equipo itinerante de la Amazonía
Fernando LÓPEZ, SJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 233
COLABORACIÓN

• Contemplar al Crucificado
Jesús GARCÍA HERRERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 239
«PALABRAS INCOMPRENDIDAS»

• «Salvación»: ¿Quién nos librará de vivir a medias?


José Mª RODRÍGUEZ OLAIZOLA, SJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243

LOS LIBROS
• Recensiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257

sal terrae Marzo 2008 Tomo 96/3 (n. 1.121)


PRESENTACIÓN

REDECIR HOY LA PALABRA DE LA CRUZ

Hablar de la Cruz y del dolor de Cristo hoy no suena bien. Se evita.


¿Pasado de moda? ¿Incomprensible para nosotros? ¿Huimos del re-
verso de la vida? Es como si la fe cristiana tuviera que avergonzarse de
la Cruz en unos tiempos en que hay que ofrecer felicidad disimulando
sus costes. Se ha dicho que los modos típicos de vivir hoy la fe cris-
tiana –el cristianismo emocional, el de autorrealización y el ético– re-
velan tres cristianismos insuficientes. Se trata de tres modos de vivir la
fe distintos, pero que tienen en común que no encuentran salvación en
la Cruz de Cristo. Cuando llegan a la Cruz, se colapsan. En Getsemaní
ya no pueden avanzar más y se vuelven atrás.
En La euforia perpetua sobre el deber de ser feliz habla Pascal
Bruckner de «la perseverancia del dolor», que tanto en el siglo XVIII
como en el nuestro sigue siendo «una obscenidad absoluta». El cristia-
nismo nunca se propuso eliminar el mal sobre la tierra, ambición pela-
giana y signo de idolatría; sin embargo, la modernidad sí. Dentro del
proyecto de la modernidad, la persistencia del dolor es insoportable:
«El dolor (...) se convierte en el enemigo que hay que eliminar,
puesto que desafía todas nuestras pretensiones de establecer un
orden racional sobre la tierra. [...] En ciertos aspectos, la
Ilustración se propuso un objetivo desmesurado: estar a la altura
de lo mejor que tiene el cristianismo. Robar a las religiones sus
prerrogativas para hacerlo mejor que ellas fue y sigue siendo el
proyecto de la modernidad. Y las grandes ideologías de los dos úl-
timos siglos (marxismo, socialismo, fascismo, liberalismo) tal vez
sólo hayan sido sustitutos terrenales de las grandes confesiones,
sal terrae
«Y JESÚS ENTREGÓ SU ESPÍRITU» (MT 27,50) 179

para que la desdicha humana conservara un mínimo sentido, sin el


cual sería sencillamente insoportable. Por lo tanto, la modernidad
sigue obsesionada por lo mismo que pretende haber superado».
La descripción de Bruckner del momento que vivimos deja entre-
ver que la Cruz de Cristo puede ser hoy una buena noticia, ofrecer un
marco de sentido para integrar el dolor inevitable de la vida humana.
Por una parte, es posible que nuestra cultura vaya perdiendo entende-
deras para acoger el dolor, el sinsentido, lo inexplicable, lo que sim-
plemente acontece. Por otra parte, hay muchas personas que necesitan
recibir esta buena noticia de Jesucristo crucificado y resucitado para
vivir con esperanza la cruz que padecen. En cualquier caso, para llegar
a nuestra cultura y a aquellos que necesitan oír palabras de esperanza
necesitamos redecir la doctrina cristiana sobre la Cruz para hacerla in-
teligible a nuestro tiempo y para hacer accesible el tesoro de vida ple-
na que ofrece. Es precisamente lo que pretende este número de Sal Te-
rrae, en el que tratamos de actualizar y hacer accesible la teología de
la Cruz de manera que pueda ser efectivamente una buena noticia.
¿Qué nos enseña de Dios la cruz? Esta pregunta está en el trasfon-
do de la primera colaboración, que pretende recordar el mutuo enri-
quecimiento que se ha dado en las últimas décadas entre la teología de
la cruz y la teología trinitaria. Centrando la mirada de manera particu-
lar en la primera de ellas, se puede señalar que «al mirar al centro de
la historia salvífica (el misterio pascual) desde la perspectiva del Dios
trinitario, la teología de la cruz ha pasado, de ser un signo de la ascé-
tica y piedad individual, a ser el signo supremo del amor de Dios».
Tras un primer apartado sobre la interpretación de la muerte de Jesús
en el Nuevo Testamento, Ángel Cordovilla desarrolla precisamente los
tres ejes principales que configuran el citado signo supremo del amor
de Dios: el camino del seguimiento del discípulo de Cristo, la revela-
ción del ser íntimo de Dios y su implicación en el sufrimiento del mun-
do, la gloria que tiene poder para transfigurar el mundo.
Juan Manuel Martín-Moreno ofrece al lector claves bíblicas para
comprender el carácter redentor y salvífico de la cruz de Cristo, ambos
incluidos en la conocida formulación «murió por nuestros pecados».
Consciente de la todavía presente influencia del término «satisfacción»
(San Anselmo), el autor señala la necesidad de reformular la compren-
sión de la muerte de Jesús y su sufrimiento como satisfacción por el
pecado. Y, además de subrayar la necesidad de reformular algunos tér-
sal terrae
180 PRESENTACIÓN

minos bíblicos importantes, propone tres sentidos para comprender bí-


blicamente la expresión «murió por nuestros pecados».
Cruz, seguimiento y amor son los tres ejes sobre los que se sostie-
ne la colaboración de Ignacio Iglesias, que pretende abordar la cruz en
el camino del seguimiento. Después de referirse a la incapacidad que
tenemos muchos de nosotros para colocar nuestra cruz y la de otros en
nuestra vida, el autor da un paso adelante afirmando que quizás «el
problema no es un mundo sin cruz, sino un mundo sin amor». Ello tie-
ne su importancia para comprender una de sus tesis principales: «un
mundo de hombres y mujeres dispuestos a darse mutuamente la vida,
sirviéndose en sus cruces, sí que es otro mundo posible».
El punto de partida del artículo de Daniel Izuzquiza es: «¿puede ser
la cruz una roca que sustente a los crucificados, una palanca que los
potencie?». Tres parecen ser las características de una respuesta afir-
mativa a dicho interrogante: en la cruz los oprimidos experimentan que
no están solos; en la cruz los oprimidos experimentan que hay alterna-
tiva; en la cruz los oprimidos experimentan que sí pueden. Una res-
puesta que, según el autor, parece recibir una luz definitiva en dos bie-
naventuranzas cruciales: bienaventurados los pobres de corazón, bie-
naventurados los perseguidos por la justicia.
Además de los habituales cuatro artículos sobre el tema central del
número, el de este mes de marzo ofrece también una breve colabora-
ción de Jesús García Herrero que, en cuanto material complementario
sobre el difícil tema de la cruz, puede ayudar a los lectores a... con-
templar al Crucificado.

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ESTUDIOS
ST 96 (2008) 181-192

Teología de la cruz
y misterio trinitario
Ángel CORDOVILLA*

La muerte de Jesús en la cruz es un hecho histórico que tiene un sen-


tido para la vida humana y representa la forma suprema de la revela-
ción de Dios. La gran aportación de la teología del siglo XX a la teo-
logía trinitaria ha sido poner en el centro de su reflexión el misterio
pascual de Cristo. El misterio trinitario de Dios no se manifiesta prin-
cipalmente en una analogía con respecto al dinamismo del conoci-
miento del espíritu humano (Agustín de Hipona) o al dinamismo del
amor interpersonal (Ricardo de San Víctor), sino en la revelación de
Dios en la historia de la salvación, que tiene su centro en la historia de
Jesús, más aún, en la muerte y resurrección de Cristo. Esto no signifi-
ca que toda analogía que utilicemos para comprender más profunda-
mente el misterio trinitario de Dios sea ilegítima, sino que todas son
derivadas y secundarias con respecto a la revelación histórica de Dios,
tal como ha quedado atestiguada en la Sagrada Escritura. Esta centra-
lidad del misterio pascual para pensar y comprender mejor la revela-
ción de Dios ha aportado una enorme vitalidad a la teología trinitaria,
pasando del aislamiento de esta doctrina, en el diagnóstico que realizó
el gran teólogo Karl Rahner en 1961, al centro de la reflexión teológi-
ca. Pero la influencia ha sido mutua. Al mirar al centro de la historia

* Sacerdote. Profesor de Teología en la Universidad Pontificia Comillas. Madrid.


<acordovilla@teo.upcomillas.es>.
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182 ÁNGEL CORDOVILLA

salvífica desde la perspectiva del Dios trinitario, la teología de la cruz


se ha visto enormemente enriquecida, pues ha pasado, de ser un signo
de la ascética y piedad individual, a ser el signo supremo del amor de
Dios, en el que se manifiesta el camino del seguimiento del discípulo
de Cristo, la revelación del ser íntimo de Dios y su implicación en el
sufrimiento del mundo, así como la gloria que tiene poder para trans-
figurar el mundo. Si a la primera perspectiva ha sido más fiel la teolo-
gía católica desde la teología mística de los santos (Ignacio de Antio-
quía, Francisco de Asís, Juan de la Cruz, Charles de Foucauld...) hasta
la teología de la liberación (G. Gutiérrez, J. Sobrino...), la segunda ha
estado marcada por la reflexión de la teología protestante (Lutero, J.
Moltmann, E. Jüngel...), dejando la tercera perspectiva al gran patri-
monio del oriente cristiano, en muchos aspectos todavía sin explorar
(S. Bulgakov, V. Lossky, P. Evdokimov...).

1. La muerte de Jesús y su interpretación en el Nuevo Testamento

La teología de la cruz ha de partir de la raíz histórica de la muerte de


Jesús, que, según el Nuevo Testamento, ha de contemplarse en una tri-
ple perspectiva (religiosa, política, teológica) e interpretarse desde la
teología de la entrega, que nos abre a una perspectiva trinitaria.

1.1. La muerte de Jesús: hecho religioso, político y teológico


Este hecho histórico concreto fue contemplado por los testigos que nos
lo han narrado en el Nuevo Testamento desde una triple perspectiva:
religiosa, política y teológica. Tres perspectivas que, siendo en princi-
pio diferentes, están implicadas entre sí:

a) El nivel religioso
La muerte de Jesús fue vista como la muerte del profeta y del Mesías.
Ante el judaísmo, Jesús muere como un blasfemo y como un maldito,
tal como advertía ya la prescripción del Deuteronomio (cf. Dt 21,21-
23; Ga 3,13); fuera de la puerta de la ciudad santa, es decir, del ámbi-
to de la alianza establecida por Yahvé con su pueblo (Mt 27,32; Heb
13,12). La muerte de Jesús significa la desacreditación de su persona
(falso profeta) y el fracaso de su pretensión mesiánica (Mesías impos-
sal terrae
TEOLOGÍA DE LA CRUZ Y MISTERIO TRINITARIO 183

tor). La muerte de Jesús es la muerte del profeta y del Mesías, de un


Mesías paradójico que porta la salvación del pueblo a través del sufri-
miento y la esperanza. Las burlas de que Jesús es víctima en el proce-
so judicial y en el momento de su crucifixión son el ejemplo evidente
del fracaso de su pretensión profética y mesiánica. A pesar de ello,
Jesús asume y afirma ser el Mesías ante el sumo sacerdote.

b) El nivel político
La muerte de Jesús fue comprendida como la muerte del esclavo. Ante
el poder político de Roma, Jesús muere en el contexto de un conflicto
y lucha de autoridades y realezas. Si bien es verdad que, como dice el
evangelio de Juan, ambos reinos no se sitúan en un mismo plano («mi
reino no es [como el] de este mundo»), ello no significa que no se si-
túen en una confrontación dramática. La muerte de Jesús es la muerte
del esclavo crucificado, semejante a la de aquellos siete mil esclavos
que fueron crucificados después de la derrota de Espartaco en la Via
Appia en el siglo I a.C.1, como castigo por su sublevación y su lucha
por la libertad. No obstante, como paradoja suprema, el evangelio de
San Juan afirma con rotundidad que Jesús es el rey, que reina sobre el
madero.

c) El nivel teológico
La muerte de Jesús revela más profundamente la real muerte del Hijo.
Ante Dios, Jesús muere como el Hijo abandonado. En el momento de
su muerte, Jesús se dirige a ese Dios al que anteriormente había invo-
cado como «Abba», para expresar el abandono y la soledad que en es-
tos momentos experimenta. Jesús se vuelve hacia su Padre en el mo-
mento de su agonía para ponerse enteramente bajo su voluntad: «No lo
que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mc 14,35). El silencio de Dios
se prolonga hasta el desgarrador grito de Jesús en el que ese abandono
se consuma. Ese grito de Jesús que parece expresar su experiencia de
abandono en la cruz: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abando-
nado?» (Mc 15,34 par; cf. Sal 22,2).

1. Cf. M. HENGEL, Crocifissione ed espiazione, Brescia 1988, 93: la cruz como


suplicio de los esclavos en el imperio romano (cf. 81-100) y en su relación con
Flp 2,6-8 (pp. 91-100).
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184 ÁNGEL CORDOVILLA

1.2. La muerte de Jesús interpretada


desde una teología de la entrega
Más allá del hecho, aunque sin desvincularse de él, la muerte de Jesús
es interpretada en el NT con el verbo entregar y en el cruce de tres li-
bertades que se ponen en juego: la libertad de los hombres, que entre-
gan a Jesús a la muerte de los criminales (Mt 27,26); la libertad de
Jesús, que le lleva a entregarse voluntariamente (Jn 10,17-18); y, por
último, la libertad del Padre al entregar a su propio Hijo a la muerte
como una necesidad de su corazón para mostrarnos el amor con que
nos ha amado (Rm 8,32).

a) Los hombres lo entregaron:


desvelamiento de la raíz última del pecado
La entrega de Jesús por Judas es el dato original que subyace al verbo
griego entregar. Esto es importante, porque nos invita a pensar que la
reflexión teológica de la muerte de Jesús nunca puede desprenderse de
los hechos históricos y concretos en que tuvo lugar. Sin embargo, te-
nemos que ser conscientes de que en realidad a los autores del NT nun-
ca les interesó demasiado quién o quienes fueron culpables de la muer-
te de Jesús. Frente al don de su vida en absoluta gracia, todos nos con-
sideramos culpables. En el NT descubrimos una tendencia a pasar de
los enunciados profanos a los enunciados teológicos. Sin embargo, no
elude ni diluye que la muerte de Jesús es el resultado de la libertad de
los hombres que lo quitaron de en medio. En este sentido, la muerte de
Jesús es un crimen. Junto a esta acción criminal de los poderes políti-
cos y religiosos está la inhibición del pueblo, la traición de uno de sus
discípulos y la dispersión de los otros. Todos lo abandonaron a la
muerte. En este sentido, en el NT se habla de una entrega de Jesús a la
muerte.

b) Jesús se entregó a sí mismo: realización suprema de la libertad


Pero la muerte de Jesús es, a la vez, el resultado y el fruto de su pro-
pia libertad. Las palabras de la Cena en la tradición paulina profundi-
zan en esta entrega personal y libre que Cristo hace de sí mismo. En
realidad, el texto junta ambas perspectivas de la entrega de los hom-
bres y la entrega sí mismo, que en principio parece que caminaron por
sal terrae
TEOLOGÍA DE LA CRUZ Y MISTERIO TRINITARIO 185

sendas diversas, aunque poco a poco la Iglesia comprendió los dife-


rentes niveles y perspectivas implicados en los acontecimientos de la
vida y muerte de Cristo: la noche en que fue entregado, se entregó a sí
mismo por nosotros (1 Co 11,23s; cf. Mc 10,45; Jn 13 y 15; Ga 2,20;
Ef 5,2.25). «Nadie me quita la vida; yo la doy libremente, tengo poder
para darla y poder para recobrarla de nuevo; éste es el mandato que he
recibido del Padre» (Jn 10,18). La muerte de Jesús es el acto supremo
de su libertad y de su obediencia. Una libertad y una obediencia que
están determinadas por su relación de fidelidad a Dios y a los hombres
y que, en último extremo, son la manifestación plena de su ser Hijo, al-
go que ya es desde la eternidad y que tiene que llegar a ser en poder en
cuanto Hijo encarnado. En la muerte en la cruz, Jesús manifiesta ple-
namente su condición filial y llega en su humanidad a la plenitud de su
experiencia y de su realidad de Hijo.

c) El Padre lo entregó: manifestación plena del amor


La tercera libertad en juego es la del Padre. Los sinópticos expresan
esta realidad a través del «pasivo divino», tal como aparece en los
anuncios de la pasión (Mc 8,32; 9,31; 10,33), y a través del enigmáti-
co verbo griego que traducimos como «es necesario». La preocupa-
ción que se muestra en estos textos radica en iluminar la participación
de Dios en la entrega de Jesús. De ahí se pasa a la afirmación clara y
evidente de Rm 8,32, donde Dios es ya el sujeto mismo de la acción de
entregar. «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho» (Mc 8,31).
Este «es preciso» no tiene ningún paralelo en las lenguas semíticas an-
tiguas. Sólo el judaísmo de lengua griega introdujo esta expresión en
el lenguaje de Israel. En la cultura griega, el verbo «ser necesario» re-
cordaba el destino inexorable en que se veía envuelto un personaje trá-
gico2. Los primeros cristianos, al aplicarlo a la pasión de Jesús hacien-
do referencia a la Escritura, nos quieren decir precisamente lo contra-
rio: que ninguna tragedia, como las de la antigüedad clásica, y ningún
dios extraño, sino el Dios de Israel, a quien Jesús mismo llamó Abba,
es quien determina su pasión y su muerte3. Este verbo difícil y com-
plejo concentra el proceso en un acontecer entre el Dios único y Jesús.

2. Cf. SÓFOCLES, Edipo Rey, 825-832.


3. Cf. M. KARRER, Jesucristo en el Nuevo Testamento, Salamanca 2002, 120-122.
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186 ÁNGEL CORDOVILLA

Por lo tanto, este «es necesario», que inserta la muerte de Jesús en el


plan salvífico de Dios, no significa que la muerte de Jesús se diera por
una especie de necesidad metafísica o jurídica por parte de Dios de en-
tregar a la muerte a su Hijo, sino que es la expresión de la íntima y es-
trecha relación que el Dios único y Jesús tienen en el momento de la
pasión. La necesidad se coloca en el plano del corazón para expresar
que es desde la libertad de Dios y de su amor por lo que Él nos entre-
ga a su propio Hijo (cf. Rm 8,32; Jn 3,13s; 1 Jn 4,4-8).

2. La cruz histórica como camino de seguimiento

Toda teología de la cruz ha de partir del hecho de que la cruz es un


acontecimiento histórico de la vida concreta de Jesús. La cruz es y se-
rá siempre la cruz del Hijo, que provoca en los cristianos una determi-
nada forma de vida centrada en el seguimiento de Cristo y en la imita-
ción de su vida. Esta teología de la cruz, comprendida como segui-
miento personal de Cristo, es la teología de los santos. Su interés no ha
sido tanto comprender las razones por las que el Hijo de Dios ha teni-
do que morir, sino la respuesta que el cristiano realiza ante el amor ex-
perimentado por la muerte de Jesús.
En el centro de la contemplación del misterio de la cruz están los
anuncios de la pasión en el evangelio de Marcos, que, además de tener
una función cristológica, presentando el camino personal de Jesús, tie-
nen una función eclesial de indicar cuál es el camino del seguimiento
de quien realmente quiera ser su discípulo. «Y comenzó a enseñarles:
el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser reprobado por los
ancianos, por los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a
muerte y resucitar después de tres días. Hablaba abiertamente... Él lla-
mó a la gente a la vez que a sus discípulos y les dijo: “Si alguno quie-
re venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y síga-
me”» (Mc 8,31-32.34).
La cruz, antes que una metafísica sobre Dios, ha sido la forma ade-
cuada del seguimiento del discípulo de Cristo. Antes que hablarnos del
ser de Dios, es una invitación al seguimiento de Cristo. En este senti-
do, la teología ha de estar siempre unida a la teología de los santos co-
mo Francisco de Asís, que comprendió su vida como un seguimiento
total de Cristo pobre y humilde; o Charles de Foucauld, desde la bús-
sal terrae
TEOLOGÍA DE LA CRUZ Y MISTERIO TRINITARIO 187

queda incansable del último lugar; o Teresa de Calcuta, desde el amor


a Cristo en el servicio y amor a los más pobres de la tierra. Toda teo-
logía de la cruz ha de enraizarse en esta teología concreta del segui-
miento de Cristo, que nace de un amor a Cristo, una búsqueda de la so-
lidaridad última con los pobres y una mística de la imitación. Autores
tan lejanos en el tiempo y en la sensibilidad como Ignacio de Antioquía
y Dietrich Bonhoeffer coinciden en este punto central de la vida del
discípulo. El primero nos ha dejado una bella expresión en su camino
hacia su martirio en Roma: «¡dejad que imite la pasión de mi Dios!»
(Carta a los Romanos, 5-6).

3. La cruz desnuda como revelación del ser de Dios

La cruz de Jesús, además de camino de seguimiento para sus discípu-


los, ha sido lugar supremo de la revelación de Dios. En este sentido,
tiene razón la teología contemporánea cuando, dando un paso más allá
de la historia concreta de Jesús, ha querido pensar el ser de Dios des-
de la revelación de la cruz. Aquí el texto de referencia son los capítu-
los 1 y 2 de la Primera Carta a los Corintios, donde Pablo nos habla de
la palabra de la cruz como revelación suprema de Dios en debilidad y
locura, que sobrepuja y sobrepasa la fortaleza y sabiduría de los hom-
bres. En este sentido es verdadera la afirmación de Lutero: «Crux sola
est nostra theologia». Esta cuestión se ha visto agudizada por la pre-
gunta acerca de la implicación de Dios en el sufrimiento de su crea-
ción, una cuestión clásica de la teodicea. Si, por un lado, la teología
clásica ha subrayado los atributos de la inmutabilidad e impasibilidad
de Dios para asegurar la libertad y gratuidad de Dios en su relación con
la historia y la certeza del cumplimiento de su designio sobre ella, por
otro la teología moderna se ha visto en la necesidad de poner en pri-
mer plano la arriesgada solidaridad de ese Dios con los hombres, asu-
miendo en sí mismo el sufrimiento y la muerte.
Ahora bien. ¿Cómo podemos pensar a Dios en su relación con el su-
frimiento y la muerte de los hombres (cruz) sin caer en un dualismo
que, al afirmar tanto su trascendencia con respecto al mundo, lo separa
de tal forma que Dios no queda afectado para nada por la historia de su
Hijo ni de los hombres? O, por el contrario, ¿cómo pensar en él siendo
solidario de la historia sin introducirlo en un proceso trágico que no res-
sal terrae
188 ÁNGEL CORDOVILLA

peta su trascendencia y soberanía con respecto a la historia y la crea-


ción? La única respuesta válida parece provenir de la teología trinitaria.
Los atributos de la inmutabilidad y la impasibilidad de Dios (Dios
no puede sufrir las pasiones y los deseos de los hombres) tienen una
verdad de fondo y radical, y en este sentido son conceptos teológicos
fundamentales. Vienen a significar que Dios es libre y soberano de la
historia. Él no sucumbe a ella. Por esta razón puede salvarla. Su ser es-
tá seguro, así como la integridad de su ser último. La impasibilidad y
la inmutabilidad de Dios son atributos que expresan, por un lado, la in-
tegridad ontológica de Dios y su inmunidad ante las alteraciones en su
ser. Por otro, la constancia, fidelidad y seguridad de que él no renun-
cia a la realización del propósito de su voluntad de llevar a perfección
y a la comunión con él a toda la creación. Si bien es verdad que Dios
no puede quedar sujeto a los acontecimientos cambiantes de la histo-
ria, perdiendo su soberanía y libertad y, de esta forma, su capacidad de
salvar definitivamente, no podemos negar que Dios actúa e interviene
en esa historia comprometiéndose y solidarizándose con su criatura.
En realidad, la categoría de la inmutabilidad de Dios habría que com-
prenderla desde la revelación concreta de Dios en la historia, testimo-
niada en la Escritura.
El testimonio bíblico, tanto en el AT como en el NT, nos muestra a
un Dios comprometido con el hombre, solidario con su suerte y su des-
tino. Ese compromiso, compasión y solidaridad de Dios con el hombre
le lleva a asumir su mismo destino (Flp 2,6-8). El Padre participa en la
vida, en la pasión y en la muerte de su Hijo. Toda la vida del Hijo es
un don que el Padre nos da y nos envía: «Tanto amó Dios al mundo que
envió a su Hijo al mundo, no para condenarlo, sino para que el mundo
se salve por él» (Jn 3,13-15). La entrega que el Padre hace del Hijo
(Rm 8,32) hay que entenderla, no como un castigo del Padre al Hijo,
sino como la donación que el Padre mismo hace de sí en el Hijo por
amor a los hombres. Aquí llega Dios a su grado máximo de solidari-
dad, compasión y amor por su criatura: asume su misma condición en
el Hijo por el Espíritu para salvarla, redimirla y llevarla a su perfección
desde dentro de su carne y de su historia. El Padre queda como garan-
te de que la divinidad no se destruya y permanezca en su integridad
(reserva teológica). De esta manera, por un lado, se expresa la cons-
tancia, fidelidad y firmeza de Dios en la acción y compromiso en la
historia y, por otro, queda a salvo la integridad de su ser.
sal terrae
TEOLOGÍA DE LA CRUZ Y MISTERIO TRINITARIO 189

El tema del sufrimiento de Dios se ha visto revitalizado desde la


pregunta por el mal y la implicación de Dios en él. La teología había
heredado de la filosofía griega la convicción de que los dioses no pue-
den sufrir. Pero la revelación bíblica, por un lado, y la conciencia cada
vez más aguda del sufrimiento de los inocentes, por otro, han llevado
a la teología a preguntarse si realmente Dios puede permanecer impa-
sible ante el sufrimiento de su creación. La respuesta de la teodicea
clásica ante el sufrimiento y el mal se resume en tres posturas: a) el su-
frimiento es un elemento funcional y pedagógico en un orden omnia-
barcante; b) el sufrimiento y el mal son comprendidos como falta de
bien; c) ambos son efecto y consecuencia del pecado. Entre el siglo
XVIII y el siglo XX se produce la crisis de esta teodicea clásica. El mal
y el sufrimiento se convierten en la roca firme del ateísmo (si el mal
existe, Dios no existe), poniendo en duda la omnipotencia y la bondad
de Dios y el sentido de la historia humana. La teología ha intentado
responder desde una teología del sufrimiento de Dios, un sufrimiento
activo y creador cuya fuente no está en la limitación ni en el pecado,
sino en el amor, y la afirmación de Dios como palabra de protesta y
fuente de esperanza activa frente al dolor y el sufrimiento padecido4.
A la hora de plantearse nuevamente este problema, se ha intentado
trabajar desde tres puntos de vista. El primero es el testimonio bíblico
mencionado más arriba. Éste nos revela a un Dios comprometido y su-
friente. En segundo lugar, se asume la verdad de la afirmación de la
impasibilidad: Dios no puede dejar de ser Dios, quedando absorbido
por el ritmo de la historia y siendo sujeto de las pasiones humanas.
Finalmente, esta paradoja se afronta desde una perspectiva trinitaria.
Sólo sufre real e históricamente el Hijo, aunque, precisamente por ser
el Hijo, el resto de las personas divinas están implicadas. Hay, por tan-
to, un sufrimiento involuntario que proviene de la imperfección o pe-
cado de la criatura, y un sufrimiento que se asume voluntariamente, no
por imperfección, sino por plenitud de ser y de amor. Dios no partici-
pa del primero, sino del segundo. A la esencia del amor pertenece ase-
mejarse e identificarse con la persona amada. De este amor y de esta
pasión sufre también Dios por nosotros. En este sentido, un Dios im-
pasible, incapaz de sufrir, sería también un Dios incapaz de amar.

4. Cf. A. KREIMER, Dios en el sufrimiento, Barcelona 2007; W. THIEDE, El senti-


do crucificado. Una teodicea trinitaria, Salamanca 2008 (en prensa).
sal terrae
190 ÁNGEL CORDOVILLA

En todas las acciones de Dios en su relación con la creación y con


las criaturas están implicadas las tres personas divinas. Pero cada una
de una forma diferenciada. El Hijo es el que, asumiendo la condición
humana, está totalmente implicado en nuestro dolor humano y se su-
merge en él. Él es el único de quien se puede decir que sufre históri-
camente en la cruz compartiendo el destino y el sufrimiento de los
hombres. Todavía podemos dar un paso más. Desde los textos de la
Escritura podemos pensar al Espíritu unido al sufrimiento de toda la
creación que gime con dolores del parto por la nueva creación (Rm
8,22). Y, finalmente, podemos decir que el Padre sufre por el Hijo y en
el Hijo, sin que podamos separar adecuadamente al Padre del sufri-
miento de su Hijo, pero sin que podamos tampoco identificarlos total-
mente. Sólo así podemos decir realmente que en la cruz de Cristo se
muestra la sabiduría y el poder de Dios (1 Co 1–2), que es capaz de lle-
var a buen término y a su plenitud el transcurrir de la historia. Y ello
sin olvidar que este sufrimiento no es signo de limitación e imperfec-
ción ni la manifestación de algún tipo de carencia (Hegel), sino expre-
sión de la plenitud de su ser, ya que es su ser, que se identifica con el
amor, el que le conduce a asumir la realidad del otro. Como dice be-
llamente San Bernardo: «Impassibilis est Deus, sed non incompassibi-
lis. Deus non potest pati, sed compati» (In Cant. cant. 26,5). El santo
doctor resuelve así, con los Padres de la Iglesia, el problema de la apat-
heia de Dios: «Hay una pasión en Dios; el amor, el amor hacia el hom-
bre caído, es compasión y misericordia. Aquí reside el argumento teo-
lógico de la pasión de Jesús de toda la soteriología»5.

4. La cruz gloriosa como inicio de la transfiguración del mundo


La cruz de Cristo es siempre la cruz gloriosa transfigurada por el amor
y la fuerza del Espíritu. Según la tradición joánica, la cruz de Cristo es
la expresión de la victoria del amor e inicio de la transfiguración del
mundo. En este sentido, la afirmación de Lutero, «Crux sola est nostra
theologia», no es del todo exacta. La cruz nunca ha sido contemplada
aisladamente, sin dejar que en ella se nos manifieste también la luz de
la resurrección y la gloria del Espíritu.

5. J. RATZINGER, El misterio pascual, Madrid 2000, 52.


sal terrae
TEOLOGÍA DE LA CRUZ Y MISTERIO TRINITARIO 191

La cruz no es sólo lugar de seguimiento ni lugar de revelación de


Dios, sino ámbito de transfiguración del mundo desde la presencia y el
don del Espíritu. Este Espíritu interviene en la cruz de Cristo como
agente activo que posibilita a Jesús ofrecerse en perfecto sacrificio al
Padre, según el testimonio de Hb 9,14, y como agente pasivo en cuan-
to que es entregado por Jesús al Padre y donado a los hombres en el
momento en que Jesús expira, consumando la obra encomendada por
el Padre, según el testimonio de Jn 19,30. La glorificación de Jesús
acontece en su crucifixión. A diferencia de Pablo y de los sinópticos,
para quienes la crucifixión es la hora de las tinieblas y del oscureci-
miento de la gloria del Hijo, para Juan es el momento de su exaltación
y de la manifestación de su gloria. En la muerte de Jesús en la cruz se
revela la máxima unión entre el Padre y el Hijo (teología), se lleva a
consumación la obra realizada por Jesús y encomendada por el Padre
(soteriología), nace la nueva comunidad desde el acogimiento mutuo
de la Madre de Jesús y Juan, el discípulo amado (eclesiología), y se
otorga el don del Espíritu (pneumatología).
En el momento supremo de su muerte, Jesús dijo en la cruz:
«“Todo está cumplido”. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu» (Jn
19,30). La muerte de Jesús es la cumbre de la cristología de San Juan
según su particular perspectiva. Ella es el triunfo escondido del Hijo en
su camino hacia el Padre después de haber llevado a su plenitud la obra
encomendada por el Padre. Contrasta esta perspectiva con la de los si-
nópticos, especialmente la de Marcos y Mateo, que subrayan el aban-
dono del Padre en el momento de la muerte de Jesús. Frente a esta
perspectiva, o junto a ella, el evangelio de Juan nos presenta a un Jesús
en perfecta comunión de conocimiento, de acción y de vida con el
Padre: «El que me envió no me ha dejado solo, porque yo hago siem-
pre lo que le agrada» (8,29). Mirad, va a llegar la hora, es decir, ya ha
llegado, en la que os dispersaréis y me dejaréis solo, porque el Padre
está conmigo» (16,32). Desde esta unión inseparable entre el Padre y
el Hijo (y no tanto en la ruptura, como piensa J. Moltmann) es posible
pensar la muerte de Jesús como victoria y fuente incesante del Espíritu
como el don vivificador para el mundo que lo va transfigurando con la
fuerza escondida en su seno, la fuerza y la victoria del amor hasta el
extremo (Jn 13). En el momento de la muerte de Jesús en la cruz, todo
está cumplido, y el torrente vivificador que es el Espíritu (7,38) rompe
a brotar (19,34) para la salvación del hombre. Del cuerpo crucificado
sal terrae
192 ÁNGEL CORDOVILLA

de Cristo mana la corriente que da vida: el agua, que es el Espíritu con-


cedido a los que creen en él (7,38-39), el agua de la que si un hombre
bebe nunca más tendrá sed (4,14), y la sangre que es «verdadera bebi-
da» (6,55). Del costado abierto del cuerpo muerto de Jesús fluye la co-
rriente de la vida y la salvación que es el Espíritu, don que será com-
pletado desde el envío que realizará el Resucitado con las marcas glo-
riosas de la cruz (Jn 20,19.23).

Conclusión

Una teología de la cruz en clave trinitaria ha de partir de la cruz como


historia concreta de Jesús en su triple nivel de significación política,
religiosa y teológica, así como de la interpretación salvífica que desde
la teología de la entrega nos ofrece el Nuevo Testamento. A su vez, de-
berá integrar la comprensión de la cruz como camino de seguimiento
en el mundo, como lugar de la revelación del ser de Dios y como es-
pacio de la transfiguración del mundo.

sal terrae
Murió por nuestros pecados
ST 96 (2008) 193-204

Juan Manuel MARTÍN-MORENO, SJ*

«Este es el cáliz de mi sangre..., derramada por vosotros y por todos


para el perdón de los pecados». A diario escuchamos estas palabras en
el momento más solemne de la Misa. En el Credo largo decimos: «Por
nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo...».
¿Cómo entiende estas palabras el cristiano que asiste con frecuen-
cia a la eucaristía? ¿Qué trasfondo catequético respalda su devoción
personal? ¿Cómo entiende que la muerte de Jesús pueda redimir sus
pecados?

1. El cambio de perspectiva

A partir de san Anselmo, la teología medieval insistía en su peculiar


concepto de la redención como «satisfacción» de una deuda. Jesús,
hombre-Dios, vino a satisfacer al Padre la deuda de Adán, una deuda
infinita que sólo alguien que fuera a la vez Dios y hombre podría pa-
gar. Jesús «satisfacía» por nosotros con sus sufrimientos y cancelaba
esta deuda mediante su muerte en cruz. Entonces Dios se avenía a per-
donarnos y a reconciliarse con nosotros. Para esta satisfacción «vica-
ria» era muy importante el sufrimiento de Cristo, que era el pago por
nuestros pecados.
Toda esta construcción teológica no es inteligible para el hombre
de hoy, y es difícilmente conciliable con muchos textos del Nuevo
Testamento. Supone una triste imagen de un Dios Padre justiciero que

* Profesor en el Seminario «San Luis Gonzaga». Jaén (Perú).


<jmmoreno40@gmail.com>.
sal terrae
194 JUAN MANUEL MARTÍN-MORENO, SJ

exige que su ofensa sea reparada a cualquier precio, aun al precio


de una injusticia mayor, haciendo pagar al inocente las pecados de los
culpables.
Que necesitamos ser salvados del poder del pecado es algo que to-
dos hemos experimentado en algún momento. Intuimos que hay algo
que no funciona bien en la humanidad. Lo vemos a nuestro alrededor
y lo percibimos en nosotros mismos si somos medianamente lúcidos y
sinceros. Todos alguna vez hemos hecho nuestro el grito de San Pablo:
«¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la
muerte?» (Rm 7,24-25)
Pero ¿por qué es necesaria la muerte de Cristo para salvarnos de
nuestro pecado? En la teología anselmiana quedaba muy claro. Dios
estaba ofendido e indispuesto con el hombre. Para devolverle su amis-
tad exigía un pago previo que nadie estaba en condiciones de pagar.
Solo un Dios-hombre podía satisfacerle pagando con su sufrimiento
para aplacar su ira.
La visión bíblica es distinta. No es Dios quien está mal dispuesto,
sino el hombre. La acción reconciliadora de Jesús no busca cambiar la
disposición del Padre, sino la disposición nuestra, que es el único obs-
táculo para nuestra amistad con Dios. Es el hombre quien debe con-
vertirse hacia Dios, y no Dios hacia el hombre.
De entrada, Dios está bien dispuesto hacia nosotros. Precisamente
lo que Jesús ha venido a revelarnos es esta «buena voluntad» –eudo-
kía– de Dios hacia el hombre. El himno de los ángeles en Belén no ha-
bla de paz «a los hombres de buena voluntad» –«los hombres bien dis-
puestos»–, sino de paz «a los hombres de la buena voluntad de Dios»,
hacia quienes Dios está bien dispuesto (cf. Lc 2,14). Dios nos ha ama-
do cuando todavía éramos pecadores (Rm 5,6-8). No nos ama cuando
ya estamos reconciliados con él, sino que nos reconcilia con él porque
nos ama. La redención es iniciativa de un Padre que nos amó primero
(1 Jn 4,19). Y precisamente porque nos ama y nos quiere reconciliar es
por lo que envía a su Hijo para que nos disponga bien a nosotros y
cambie nuestra hostilidad hacia él.
La buena noticia del evangelio es precisamente el amor de Dios a
los pecadores. Esa buena noticia nos debe llevar a creer, no en un Dios
que ama a los buenos y odia a los malos, sino en un Dios que sólo sa-
be amar porque es amor. Eso es lo que nos revela el Emmanuel, el Dios
con nosotros. Por eso su nacimiento fue causa de tanta alegría.
sal terrae
MURIÓ POR NUESTROS PECADOS 195

El anuncio evangélico es: «Convertíos y creed en el evangelio»


(Mc 1,15). Pero no se trata de dos acciones distintas. La conversión
consiste precisamente en creer en ese evangelio, en aceptar que uno es
amado por Dios aun siendo pecador. «Nosotros hemos conocido el
amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16).

2. Vida y muerte redentora

La teología siempre ha distinguido entre la redención objetiva del gé-


nero humano, que tuvo lugar de una vez por todas, y la redención sub-
jetiva que tiene lugar cuando cada uno de nosotros queda justificado al
creer en ese amor gratuito de Dios, que nos libera del pecado y nos da
una vida nueva.
Lo podemos entender con una comparación. En 1882, Thomas
Alva Edison, inventor de la bombilla incandescente, construye la pri-
mera planta generadora de luz eléctrica. Ya hay luz eléctrica en el mun-
do, aunque no todo el mundo tenga luz en sus casas. Yo vivo en una
zona de misión donde aún no ha llegado la luz eléctrica a la mayor par-
te de los pueblitos. Se siguen alumbrando con velas y candiles. Pero
desde 1882 podemos decir que hay luz eléctrica en nuestro planeta,
aunque todavía tenga que llevarse a cada una de las casas.
La manera anselmiana de entender la redención atribuía un valor
salvífico sólo a la muerte de Jesús, a su sangre y a su sufrimiento co-
mo satisfacción por el pecado. La encarnación no era para Anselmo
más que un paso previo, en el que Cristo asumía un cuerpo mortal pa-
ra pagar nuestra deuda. La vida y la predicación de Jesús no tenían un
valor salvífico especial. La resurrección era sólo un epílogo que afec-
taba más a la persona de Jesús que a la humanidad, que ya había que-
dado perfectamente reconciliada tras el pago de Jesús en la cruz.
Pero, en realidad, Jesús redime la condición humana viviendo y
muriendo de una manera nueva, viviéndose en una total autodonación
de amor. La muerte de Jesús recibe su sentido del modo en que vivió
su vida. Y la vida de Jesús se ve confirmada y rubricada por el modo
en que murió.
Con todo, hay algo especial en la cruz. Es ahí, precisamente, don-
de hemos conocido el amor que Dios nos tiene. «En esto hemos cono-
cido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros» (1 Jn 1,13).
sal terrae
196 JUAN MANUEL MARTÍN-MORENO, SJ

Por eso, aunque toda la vida de Jesús sea redentora, la redención se


atribuye sobre todo a su muerte, no por lo que tiene de sufrimiento, si-
no por lo que tiene de amor. «Nadie tiene mayor amor que el que da la
vida por sus amigos» (Jn 15,13).
La cruz, a la vez, por una parte nos revela ese amor que nos reha-
bilita y, por otra, nos comunica ese amor. Es la presencia de ese amor
en nosotros la que «quita el pecado», porque el amor no puede coha-
bitar con el pecado. En la cruz, el amor de Jesús llega a su final en su
total identificación con nuestro destino. «Habiendo amado a los suyos
que estaban en el mundo, los amó hasta el final» (Jn 13,1).

3. Dios Padre no quiso la crucifixión de su Hijo

Para vivir una vida plenamente humana como la nuestra, Jesús tenía
que solidarizarse con nuestra condición mortal. Sólo con su muerte pu-
do Jesús completar su total identificación con nuestra vida mortal. Su
muerte rubrica y culmina su estilo de vida entregada.
Pero el modo cruel en que Jesús murió no es consecuencia de un
destino ineluctable fijado por Dios Padre, sino que es consecuencia de
la crueldad de los hombres, que no podían tolerar la presencia del jus-
to en medio de ellos.
Dios nunca pudo complacerse en esa muerte, que fue el pecado
más horrible de cuantos ha cometido nuestra humanidad. Dios nunca
puede complacerse en un pecado. Sólo se complace en el amor que
Jesús muestra al entregar su vida en fidelidad a su misión.
Somos nosotros quienes llevamos a Jesús a la muerte, no Dios
Padre. Jesús muere por ser fiel a la línea de conducta que le había sido
marcada. En este sentido, podemos decir que murió en el cumplimien-
to de la voluntad de Dios. Jesús no habría muerto crucificado si hubie-
se traicionado su mensaje llegando a un arreglo con los poderes de es-
te mundo o abandonado su misión. Fue por su fidelidad a la misión en-
comendada por lo que se encontró con aquella muerte tan horrible.
Sólo en ese sentido indirecto podemos decir que Jesús murió como re-
sultado de su cumplimiento de la voluntad de Dios.
Dios quiso con voluntad de beneplácito la encarnación de su Hijo,
se complació en el amor tan grande que Jesús le mostraba asumiendo
todas las consecuencias de una vida mortal; pero Dios no es el res-
sal terrae
MURIÓ POR NUESTROS PECADOS 197

ponsable de que esa muerte tuviese esas circunstancias tan trágicas y


dolorosas.
Según el cuarto evangelio, Jesús no murió porque él mismo busca-
ra la muerte. Antes al contrario, cuando intuyó el fracaso de su minis-
terio, y la hostilidad declarada de las autoridades, dos veces huyó al de-
sierto. La primera vez, cuando «querían prenderle de nuevo y se les es-
capó de las manos y se marchó al otro lado del Jordán» (Jn 10,39-40).
La segunda vez, cuando el sanedrín decidió ejecutarlo: «Jesús ya no
andaba en público entre los judíos, sino que se retiró de allí a la región
cercana al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y allí residía con sus
discípulos» (Jn 11,54).
Moule expresa muy bien esta actitud de Jesús: «Los testimonios
que poseemos indican que Jesús... no buscó la muerte; no subió a
Jerusalén con la finalidad de morir; pero buscó con una dedicación in-
flexible un curso de vida que inevitablemente lo condujo a la muerte,
de la cual no intentó huir»1.
En un momento dado, Jesús llegó a comprender que huyendo sería
infiel a la misión que el Padre le había confiado de predicar el evan-
gelio. Entonces decidió ir a Jerusalén públicamente y jugarse el todo
por el todo, aunque ello supusiera un riesgo próximo para su vida. De
una cosa estaba seguro: aunque sus enemigos lo matasen, su muerte no
frustraría el plan de salvación, sino que se integraría en él. Creyó que
su misma muerte no sería óbice para el advenimiento del reino, y
efectivamente fue parte esencial del proceso que conduciría a su resu-
rrección, el gran acontecimiento escatológico y salvífico. La muerte de
Jesús no sólo no frustró la venida del reino, sino que fue el factor de-
cisivo que precipitó su venida.

4. Murió por nuestros pecados

Hay una expresión griega muy usada en el Nuevo Testamento para re-
ferirse a la muerte de Jesús: edei = «Era necesario». «Cristo tenía que
padecer para entrar en su gloria» (Lc 24,26). La interpretación ansel-
miana busca la razón de esta necesidad en el valor penal del sufri-

1. C.F.D. MOULE, The Origins of Christology, Cambridge 1977, p. 109.


sal terrae
198 JUAN MANUEL MARTÍN-MORENO, SJ

miento para satisfacer la culpa del hombre. El pecado sólo se podría


expiar mediante el sufrimiento y la cruz.
Se trata de una interpretación muy rebuscada. Analizaremos otras
tres más sencillas. Tenía que ser así, en primer lugar, porque no hubie-
ra podido ser de otro modo. Un inocente que viene a un mundo co-
rrompido, denunciando su pecado e invitando a los hombres a otro
mundo posible, no podía acabar de otra forma que crucificado.
J.R. Busto se pregunta si nos podía haber redimido Jesús con una
sonrisa, sin necesidad de morir. «La respuesta correcta es “sí”, porque
en esta sonrisa Jesús habría expresado todo su amor al Padre; pero tie-
ne una respuesta también correcta, que es “no”. Porque esa sonrisa de
amor al Padre, en un mundo de pecado, lleva necesariamente apareja-
da la muerte»2.
Ya lo intuyó Platón, pensando quizás en su maestro Sócrates. En la
«República», se nos pide imaginar a un hombre perfectamente recto,
tratado por su entorno como un monstruo de maldad. Es encadenado,
castigado y empalado3. Este texto causa sorpresa a un lector cristiano.
¿Es pura coincidencia? ¿Es una conjetura afortunada de lo que iba a
suceder cuatro siglos más tarde?
Platón habla conscientemente de la suerte que le está reservada a
la bondad en un mundo malvado e incapaz de comprenderla. Partiendo
del caso de Sócrates, entrevió la posibilidad de un ejemplo perfecto y
describió algo muy parecido a la pasión de Cristo. Platón no supo que
su ejemplo perfecto de bondad crucificada llegaría a ser real un día en
la historia. De haberlo descubierto, no reaccionaría diciendo: «¡Qué
casualidad!», sino más bien: «¿No os lo había dicho yo?». Tenía que
ser así. Edei. No habría podido ser de otro modo. Lo que lleva a Jesús
a padecer no es la lógica de Dios, sino la lógica del pecado.
Cuando decimos que Jesús murió «por nuestros pecados», quere-
mos decir que murió porque esta humanidad pecadora no podía por
menos que matarle. Murió porque éramos pecadores. Dios permitió
que su Hijo muriera de esa manera tan horrible y no intervino para sal-
varlo de sus enemigos, porque Jesús había asumido una vida humana
sin privilegios, sin salvoconductos.

2. J.R. BUSTO, Cristología para empezar, Sal Terrae, Santander 19919, p. 140.
3. PLATÓN, «República», en Diálogos 361e-362a, vol. IV, Gredos, Madrid 1998,
pp. 110-111.
sal terrae
MURIÓ POR NUESTROS PECADOS 199

Hay aún un segundo sentido. Muere a manos de los pecadores, pe-


ro muere también rescatando a los pecadores de su pecado. Lo enten-
deremos con un ejemplo. Alguien intenta rescatar a su amigo drogadic-
to enredado en una mafia de traficantes. Como consecuencia de su in-
tento, muere asesinado por los mafiosos. El amigo drogadicto, arrepen-
tido y horrorizado, pensará: «Murió para liberarme de la droga, murió
por rescatar mi vida. Murió por mí, murió para que yo no muriera. Me
rehabilitó al precio de su vida». Esto podemos aplicárnoslo a cada uno
de nosotros, del mismo modo que Pablo se lo aplicó a sí mismo, aun-
que no había conocido al Jesús terreno. Si Pablo pudo decir: «Me amó
y se entregó por mí» (Ga 2,20), con igual derecho podremos decirlo to-
dos y cada uno de los que en Cristo hemos encontrado la salvación.
Hay un tercer sentido aún más riguroso. Es precisamente la muer-
te de Jesús la que me convierte de mi pecado. Al escuchar la noticia de
su muerte en cruz, al contemplar su imagen desfigurada, mi pecado
queda denunciado, y eso me lleva al arrepentimiento. La cruz nos re-
vela un amor más fuerte que la muerte. En su pasión, Jesús mostró tal
dignidad y tal nobleza que llevó a la fe a tres personajes insólitos: al
buen ladrón (Lc 23,42), al propio jefe del pelotón de ejecución (Mc
15,38-39) y a uno de los miembros del sanedrín que lo condenó (Mc
15,43). Estos tres personajes fueron cautivados por esa revelación del
amor y creyeron en el amor. Descubrieron en Jesús inocencia, realeza
y aun divinidad. «Cuando sea levantado en alto, todo lo atraeré hacia
mí» (Jn 12,32). Sólo en la cruz puede Dios acabar de convencernos de
su amor hacia nosotros. De ahí su gran atractivo y el gran poder que
tiene para convertirnos de nuestro pecado.
«Hay en esta muerte una verdadera belleza que transforma su ho-
rrible cadáver torturado gracias a una verdadera transfiguración. [...]
Reina en el madero. Sus brazos extendidos, abiertos al mundo, son la
nueva y definitiva manifestación de la omnipotencia de Dios, revelada
en toda su debilidad. [...] De no ser así, ¿habríamos podido exponer
nuestros crucifijos por todas partes, no sólo en las iglesias, sino tam-
bién en las casas y en los cruces de los caminos? ¿Expondría la fami-
lia de un ahorcado una fotografía de la horrible ejecución?»4.

4. B. SESBOÜÉ, o. c., p. 228-229.


sal terrae
200 JUAN MANUEL MARTÍN-MORENO, SJ

Dice San Agustín: «Bello Dios, bello Verbo junto a Dios. Bello en
el leño, bello en la tumba, bello en la gloria». ¡Qué bien lo ha sabido
reflejar la imaginería española de la Semana Santa...! Aquellos artistas
supieron reflejar la belleza de un cuerpo torturado en la medida en que
experimentaron en sí mismos los frutos de este martirio.
No existe en el mundo una figura absolutamente bella, sino la de
Cristo. Si no tuviésemos presente esa preciosa imagen, estaríamos
completamente perdidos y extraviados. Es la belleza la que salvará al
hombre (F. Dostoyevski).
Pero no todos pueden captar esa belleza de Jesús en la cruz, sino
tan sólo los que experimentan en sí mismos los frutos liberadores y sal-
vadores de su muerte. Decía el reformador Melanchton: «Conocer a
Cristo equivale a conocer sus beneficios». «El verdadero conocimien-
to de Jesucristo es la experiencia del bien que él es para nosotros y de
los frutos de vida plena que de él, glorificado por el Padre, se derivan
para quienes lo acogen en la audacia de la fe»5. Ahí captamos la fuer-
za redentora de la cruz en el poder de atracción que ejerce sobre noso-
tros y nos lleva a cambiar de vida.
No lo ven así quienes no han experimentado esta gracia. Me con-
taban de una joven postmoderna que regresó encantada de una gira por
Camboya diciendo: «¡Qué maravillosas esas estatuillas de Buda en ac-
titud contemplativa...! ¡Qué paz da frotarles la pancita...! Y no como
esos Cristos vuestros en las iglesias, que me quitan la paz y me ponen
histérica».
En la pasión del Señor es más bien la humanidad la que muestra su
rostro más horrible. Nadie se salva; ni los políticos, ni los intelectua-
les, ni los sacerdotes, ni los moralistas, ni el pueblo, ni los discípulos.
Uno se avergüenza de pertenecer a esta humanidad monstruosa y trai-
dora y pregunta dónde puede uno desapuntarse. Pero al ver la nobleza
de Jesús al morir por amor, entendemos que la humanidad ha quedado
redimida. Uno puede ya apuntarse a esta humanidad en la que floreció
Jesús. En él la entera raza humana ha sido rehabilitada. Ya no nos aver-
gonzamos de ser hombres, desde que Jesús ha inaugurado un modo de
ser hombre distinto del que vemos a diario en esta sociedad corrupta,
violenta, egoísta e injusta.

5. B. FORTE, ibid., p. 295


sal terrae
MURIÓ POR NUESTROS PECADOS 201

5. La vida nueva

Ya la encarnación del Verbo fue el comienzo de una nueva humanidad.


Lo mismo que Adán fue cabeza de una humanidad pecadora, Jesús ini-
cia una nueva manera de ser hombre en la que el pecado ha sido ven-
cido y ya es posible vivir en el amor.
Lo que nos redime es esta vida de Jesús, una vida nueva y distinta
de la de la humanidad pecadora. No nos redime simplemente dándo-
nos el ejemplo de un modo de vivir para que luego nosotros lo imite-
mos. No se trata de vivir una vida como la de Jesús, sino de vivir en
nosotros la vida de Jesús, siendo injertados en él (Rm 11,17-24), de-
jando que fluya por nuestras venas su vida, que produce en nosotros
nuevos frutos de bondad y amor. Pablo dirá: «Ya no vivo yo, sino que
es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20).
Pedro pretendía vivir por sí mismo esa entrega. «¿Por qué no pue-
do seguirte ahora? ¡Yo daré mi vida por ti!». Jesús le mira con tristeza
y le hace ver cómo la humanidad pecadora está en tal situación de im-
potencia que no puede salvarse a sí misma. Pedro experimentará dolo-
rosamente esa impotencia en su triple negación.
Solo Jesús es capaz de vivir entregando su vida. «Yo tengo poder
para dar mi vida y recobrarla de nuevo» (Jn 10,18). Pedro creía que él
también tenía ese poder y comprobó dolorosamente que no lo tenía.
Después de la resurrección, Jesús le pregunta a Pedro si le ama, y le in-
vita: «Ahora ya puedes seguirme en la entrega de tu vida». Ahora ya
está abierto el camino que antes estaba cerrado. Yo os he capacitado
para vivir así.
Algo irreversible ha sucedido con la Pascua de Jesús. Su humani-
dad resucitada es ya un ámbito escatológico salvífico. Desde este ám-
bito, Jesús es ahora un factor decisivo que influye positivamente en el
desarrollo de la historia.
Lo suelo explicar con una metáfora. Imaginemos un hombre su-
mergido en una ciénaga, que consigue sacar la cabeza fuera. El resto
del cuerpo todavía chapotea en el barro, pero la cabeza está ya fuera, y
puede respirar un aire puro y transmitir el oxígeno a los miembros to-
davía sumergidos. En ese sentido la resurrección de Jesús es un hecho
escatológico. No pertenece a la historia, pero ejerce su influjo en la his-
toria. Algo de nosotros, nuestra cabeza, ha resucitado y vive ya las con-
diciones de la vida definitiva, y desde esa nueva dimensión es capaz de
sal terrae
202 JUAN MANUEL MARTÍN-MORENO, SJ

influir salvíficamente en la historia de quienes aún estamos sumergidos.


En cambio, la concepción anselmiana, al valorar solo la muerte expia-
toria de Jesús, no daba valor soteriológico a la resurrección.
Es a través del don del Espíritu como se quitan los pecados. El do-
mingo de Pascua, Jesús sopla sobre los suyos y les dice: «Recibid el
Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdo-
nados». El desbordamiento del amor sólo tiene lugar cuando el cora-
zón de Jesús, abierto en la cruz, revela la hondura de su amor y, al mis-
mo tiempo, efunde su Espíritu.
El testigo que está al pie de la cruz lo ha visto (19,35); ha visto su
gloria, que consiste en la plenitud de su amor fiel (1,14), y al mismo
tiempo ha recibido de esa plenitud la capacidad de responder con amor
(1,16). En el Espíritu que ha recibido tras la Pascua puede también
Pedro amar a Jesús hasta el final, revelar en su martirio la gloria de Dios
y seguirle en la donación de su vida como pastor de las ovejas (21,19).

6. Reforma del lenguaje

Hay una serie de términos bíblicos para la acción redentora que nece-
sitan ser comprendidos hoy de un modo no anselmiano. Hay que recu-
perar su verdadero significado bíblico. Pensemos por ejemplo en el
verbo «reparar». En la teología de Anselmo y de Lutero, «reparar»
significaba desagraviar el honor de Dios ofendido.
No es éste el sentido bíblico. Dios está siempre dispuesto a perdo-
nar sin exigir antes «reparación» alguna por parte del culpable, y mu-
cho menos de un inocente que ofrezca una satisfacción vicaria. El len-
guaje de Anselmo estaba muy imbuido de las categorías caballerescas
del honor ultrajado y de la satisfacción exigida.
En la Biblia, Dios ofrece su perdón a los hombres gratuitamente,
porque son los hombres los que necesitan «ser reparados». Quiere res-
catar al hombre de su situación de impotencia y de esclavitud al pecado.
Ya el propio Santo Tomás reconoció que el hombre no puede pro-
piamente ofender a Dios. «No recibe ofensa Dios de nosotros sino por
obrar nosotros contra nuestro bien»6. No podemos dañar a Dios, pero

6. Summa contra Gentiles, 3, 122.


sal terrae
MURIÓ POR NUESTROS PECADOS 203

al dañarnos a nosotros mismo de algún modo le estamos dañando al


que nos ama y sólo quiere nuestro bien. Esa «ofensa» a Dios queda re-
parada automáticamente en el momento en que queda reparado el da-
ño que el hombre se ha hecho a sí mismo al pecar.
La justificación del pecador implica una doble acción: una negativa
–librarle de la situación de pecado en que se encuentra– y otra positiva
–infundirle una vida nueva de santidad. En realidad, no son dos accio-
nes distintas realizadas en dos momentos consecutivos. No es que pri-
mero se nos quite el pecado y luego se nos infunda la vida nueva, sino
que el perdón y la vida nueva son dos aspectos simultáneos de la justi-
ficación ofrecida gratuitamente. La vida de gracia hace desaparecer la
situación de impotencia y esclavitud al pecado en que el hombre se en-
contraba, que era absolutamente incompatible con la vida divina. Por
eso la gracia ahuyenta necesariamente la situación de pecado anterior.
Analicemos a continuación en el verbo «expiar». Hablamos de un
«sacrifico de expiación», pero en el castellano actual mejor hablaría-
mos de purificación que de expiación, porque la palabra «expiación»
ha asumido un significado diferente del bíblico.
Ahora la palabra «expiar» tiene un sentido puramente penal. Equi-
vale a padecer una pena compensatoria por algún delito. Los delin-
cuentes expían su culpa, pagan su crimen, pasando unos años en la cár-
cel. Poco importa que el criminal condenado asuma o no la sentencia
interiormente; si se somete a la pena, expía, paga y compensa el mal
que hizo. Su actitud interior es irrelevante para la expiación. La pala-
bra «expiación» ha pasado a subrayar sólo el carácter de sufrimiento
de la pena, que por su mismo carácter oneroso logra su fin automáti-
camente, al margen de la actitud con que se asuma.
Contrariamente a estas explicaciones, la idea bíblica de expiación
no significa pagar una pena, sino remediar un mal. En la Primera Carta
de Juan, Jesús es expiación («hilasmós») por nuestros pecados (1 Jn
2,2). Un poco antes afirmaba que «la sangre de Jesús nos purifica de
nuestros pecados» (1 Jn 1,7). Por eso la palabra «expiación» (hilas-
mós) significa purificación, «instrumento de perdón», porque nos saca
de nuestra condición de pecadores7.

7. A. VANHOYE, Tanto amó Dios al mundo, San Pablo, Madrid 2005, p. 33.
sal terrae
204 JUAN MANUEL MARTÍN-MORENO, SJ

Continuamente el Nuevo Testamento nos habla de esta purifica-


ción. La santidad de Dios no puede cohabitar en nosotros con el peca-
do. Cuando esa santidad de Dios se nos infunde, el pecado queda pu-
rificado. Éste es el fruto del sacrificio de Cristo.
Efectivamente, en el lenguaje bíblico, lo que prima en el concepto
de sacrificio no es el sufrimiento ni el costo. Sacrificar significa, ante
todo, hacer sacro, santificar. Lo que prima no es la privación, sino la
agregación de un valor, el enriquecimiento. «Se trata de hacer sacro lo
que no lo era, y esto exige una comunicación de la santidad divina, la
cual es la más positiva de todas las realidades, la más rica de valor. Una
pena que es sólo una pena no es un sacrificio»8.
El verdadero sacrificio busca la comunión con Dios, mediante el
amor que hace santo todo lo que toca. También los dolores y los sufri-
mientos inevitables pueden ser santos, pueden ser ofrecidos con amor,
y entonces se transforman y se transfiguran. «El sacrificio de Cristo
consistió en colmar de amor divino su sufrimiento y su muerte hasta el
punto de obtener la victoria del amor sobre la muerte»9.

8. Ibid., p. 6.
9. Ibidem.
sal terrae
«...niéguese a sí mismo, cargue
con su cruz y sígame» (Lc 9,23),
o
ST 96 (2008) 205-217

«no des vueltas sobre ti mismo,


vive para los demás
(¡ama!) y sígueme»
Ignacio IGLESIAS, SJ*

¿Puede desplegarse hoy esta pancarta evangélica, en cualquiera de sus


dos versiones, delante de una multitud de hombres y mujeres que vi-
ven el «¡ser feliz!» como su ideal supremo, se disputan a la rebatiña las
migajas de la felicidad que encuentran, o se la roban violentamente
unos a otros, o pujan rabiosamente por ella a cualquier precio?
No sólo se puede, sino que es necesario desplegarla con letras
enormes, para que siga presidiendo la marcha que «una inmensa mu-
chedumbre de testigos» (Heb 12,1) –lo mejor de la historia humana–
ha realizado ya detrás de ella y que ahora nos toca continuar a noso-
tros. Voluntariamente, por supuesto. De la historia que han hecho mu-
chos y muchas, miles de millones, detrás de esa pancarta, vivimos hoy
lo mejor que vivimos como humanidad, aun los que podamos tener la
tentación de sustituirla, de ignorarla o incluso de romperla. Sin duda,
porque no la entendemos. Pero no nos redimen nuestras ignorancias
voluntarias. Porque esa pancarta es consigna de vida para todos.
Curiosamente, Mateo la presenta como dirigida por Jesús «a sus dis-
cípulos» (Mt 16,24); Marcos, como llamada «a la gente y a sus pro-
pios discípulos» (Mc 8,34); Lucas, simplemente, como dicha «a to-
dos» (Lc 9,23).

* Pastoralista y escritor. Valladolid. <ignigle@yahoo.es>.


sal terrae
206 IGNACIO IGLESIAS, SJ

¿Sacudir la cruz o abrazarla?


¡Ser feliz!, el anhelo más profundo del ser humano –tan profundo y tan
personal que hasta lo protegemos con pudor, y sólo en muy contadas
ocasiones lo exteriorizamos, como por temor a herir a otros o a ser ata-
cado por otros–, nos ha estallado de repente y se nos ha convertido en
toda una filosofía de la vida, y hemos montado en torno a ella toda una
lucrativa industria. La filosofía la hemos vestido de «sociedad de bie-
nestar»; pero sólo nos hemos asomado a ella unos cuantos... y con re-
mordimientos, si pensamos cómo la hemos logrado al precio de la «so-
ciedad de malestar» de muchos más.
Por eso hemos decidido no pensar. Huimos de pensar sobre la cruz
inmediata, como sobre todas las grandes cuestiones últimas del ser hu-
mano. Pero ¿hemos caído en la cuenta de que «no pensar» es también,
por ejemplo, la huida del drogadicto y del alcohólico? Y la droga no es
solución, sino problema ¿Cuál es nuestro cánnabis oculto? Optar por
mi felicidad ignorando mi infelicidad es sembrar en mis primaveras la
cosecha de infelicidad de mis otoños. Y dar un rodeo o mirar para otro
lado ante la infelicidad de los demás, por miedo a que mi felicidad re-
sulte alterada, es encerrarme en mi burbuja. Y la soledad de mi burbu-
ja no es mi cielo1. A lo mejor, ni caemos en la cuenta de que nuestra
droga letal es cerrarnos el mundo sobre nosotros mismos. ¿Es que pue-
do hablar de mi mundo sin los demás?
En suma, que no sabemos qué hacer con la cruz, dónde colocarla.
La nuestra y, por supuesto, la ajena. Y porque no pensemos en ella no
deja de estar ahí. Siempre. ¿No habrá otro camino? ¿Nos parece una
utopía delirante abrazarnos a ella? ¿Y si lo hizo Dios?

Dios no quiere la cruz


Por supuesto, las cruces que fabrican nuestros egoísmos (cruz made in
el corazón humano). Precisamente de ésas ha venido a librarnos su
Hijo con la suya voluntariamente aceptada. Pero tampoco las otras,
inevitables, que acompañan nuestro existir para la vida. Cuando lle-

1. J.M. RODRÍGUEZ OLAIZOLA, SJ, «La era de la simpasión»: Sal Terrae 1.118 (di-
ciembre 2007), 931-942
sal terrae
«...NIÉGUESE A SÍ MISMO, CARGUE CON SU CRUZ Y SÍGAME»... 207

guemos a la Vida, habrá desaparecido toda cruz. Pero mientras existi-


mos, es decir, mientras «venimos de Dios y volvemos a Él» (cf. Jn
13,3), sucede que el tramo de venida es creación continua, pura gracia
suya, que no nos asusta recibir; el tramo de retorno lo tenemos que
querer y hacer nosotros. Con Él, por supuesto. En este retorno, que ha
de ser voluntario, la presencia de la cruz es inevitable. Se trata de un
éxodo, y todo éxodo implica desarraigarse de la pobre tierra de cada
día, por atracción de la tierra prometida que entrevemos en el horizon-
te. Nuestra mejor voluntad no basta para los arrancones que habrá de
suponer ese desarraigo.
Pero, además, vamos por la vida frenados por mil resistencias, de
fuera o de dentro (o de fuera y de dentro), tanto en orden al querer co-
mo al realizar. Y casi de continuo experimentamos que el ardor de
nuestros mejores deseos no encuentra a mano las herramientas ade-
cuadas que nos harían falta para hacerlos realidad. Al menos las que
nosotros creemos indispensables. Con toda seguridad, las tenemos al
lado, pero no las vemos, porque no nos las hemos fabricado nosotros.
Sólo contamos con nosotros mismos. Y, precisamente por esto, la cruz
más pesada nos sobrevendrá cuando, por habernos desdibujado noso-
tros mismos el norte, nos agotemos abriendo en esa selva de resisten-
cias caminos nuestros sin salida.
No sólo redimir, sino, ya antes, crear, dar vida a criaturas débiles,
limitadas y sufrientes, es, en Dios, misericordia. No puede no serla.
«El amor creativo es siempre amor sufriente»2. Se visibilizará en el
Hijo, en su misión de cireneo de la humanidad. La despliega Isaías en
el cuarto canto del Siervo de Yahweh crucificado, «que no tiene figu-
ra ni presencia..., despreciable, desecho de los hombres... Y, con todo,
eran nuestras dolencias las que él llevaba, y nuestros dolores los que
soportaba..., herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras cul-
pas... » (Is 53,1ss). En Él, Dios no sólo nos tiene misericordia, sino que
nos comparte la suya para que co-operemos con Él en:
1º) eliminar todas las cruces posibles, sin más violencia que la que
tengamos que hacernos a nosotros mismos, a nuestra voluntad, para
que ame, es decir, para que quiera y realice voluntariamente esa elimi-
nación posible;

2. J. MOLTMANN, El Dios crucificado, Sígueme, Salamanca 1975, p. 70.


sal terrae
208 IGNACIO IGLESIAS, SJ

2º) aliviar las que no somos capaces de eliminar, que sin duda son
muchísimas. Y aliviamos cuando compartimos. Una cruz compartida
es media cruz;
3º) y cuando no podamos eliminar más cruces y no demos abasto
a aliviar el resto (y no lo daremos), para que, ¡mirando Al que traspa-
saron! (cf. Jn 19,37), cooperemos con Dios a integrar nuestras cruces
reciclándolas y ayudemos a otros a reciclar las suyas. A convertirlas en
cruz por otros, en amor a todos. Es la moneda patrón de cambio de
Dios, la única de curso legal, con la que han de medirse todos los de-
más valores de la relación humana: «Todo lo que lleva la marca de la
Pascua de Jesús es auténtico; lo que no, es un sucedáneo» (F. Varillon)

...pero Dios carga con tu cruz, y la mía, y la de todos...

No es que se identifiquen amor y cruz. El amor (la palabra más adul-


terada del vocabulario humano en curso) es la donación voluntaria y
gratuita de la vida por todos. Lo que hizo Dios, a escala sin escala de
Dios, no reservándose a, y en, su Hijo (cf. Jn 3,16; Rm 8,32; 1 Jn 4,9-
10). Por eso la mayor blasfemia del hombre es el creerse legitimado en
nombre de Dios para quitar la vida a nadie. Es verdad que esta dona-
ción voluntaria, gratuita y por todos, puede ser, y muchas veces es, gra-
tificante. Pero, en todo caso, siempre ha de estar dispuesta a someter-
se a la auditoría de la cruz, que aclarará nuestras manipulaciones.
Pedro Arrupe ha contado en una página admirable cómo entendió
este reciclar la cruz. Y una cruz, aquella, extraordinaria y por sorpresa.
Cuando, a las seis y media de la mañana del 6 de agosto de 1945, un
B-29 norteamericano dejó caer la primera bomba atómica y sembró de
200.000 víctimas la bella ciudad y bahía de Hiroshima, a seis kilóme-
tros en línea recta Arrupe y sus 35 novicios y estudiantes jesuitas se
disponían en su casa de pacotilla a iniciar la jornada:

«Tembló la casa: cayeron los cristales hechos añicos, se desquiciaron


las puertas, y los tabiques japoneses, de barro y cañizo, se quebraron
como un naipe aplastado por una mano gigantesca... Y mientras nos
tapábamos la cabeza con las manos, en gesto instintivo de defensa,
una lluvia continua de restos destrozados fue cayendo sobre nuestros
cuerpos inmóviles en el suelo...
sal terrae
«...NIÉGUESE A SÍ MISMO, CARGUE CON SU CRUZ Y SÍGAME»... 209

Cuando pasé por el último de los cuartos, vi que no había un so-


lo herido y que la explosión no había causado más que daños mate-
riales de destrucción... No había tiempo que perder. Sólo se podía
orar con intensidad y trabajar sin descanso. Recuerdo que, antes de
tomar ninguna medida vital, me fui a la capilla, una de cuyas paredes
había saltado hecha añicos, para pedirle al Señor luz en aquella os-
curidad terrible que nos abrumaba. Por todas partes muerte y des-
trucción. Nosotros aniquilados en la impotencia. Y Él allí, en el sa-
grario, conociéndolo todo, contemplándolo todo y esperando nuestra
invitación a tomar parte en la obra de reconstruirlo todo.
¡Cómo se siente a Dios en el fragor de la tormenta.! ¡Y cómo se
acentúa ese sentimiento cuando se vive rodeado de millones y millo-
nes de infieles que jamás le imploran, porque no le conocen…! Todo
el peso de la oración recaía en aquel momento sobre nosotros, sobre
aquel puñado de jesuitas que en aquella casa conocíamos a Aquel que
puede apaciguar las olas del mar y... las llamas del incendio. Salí de
la capilla, y la decisión fue inmediata. Haríamos de la casa un hospi-
tal. ¡Con qué ardor acogieron todos la idea…! ¡Con qué doloroso en-
tusiasmo se dispusieron a colaborar...!»3.

Arrupe entendió exactamente la exégesis que Jesús hace, con su vi-


da, de las palabras que encabezan estas páginas: Olvídate de ti mismo;
piensa en los otros. Eso es seguirme. Y... mirar por ti. Al contrario, de
la red, cada vez más tupida, que nos tejemos continuamente los huma-
nos mirando cada uno por sí mismo, no saldremos nunca por nuestro
propio esfuerzo.
La cruz, como tal cruz, no es objeto de deseo. Pero el amor no tie-
ne miedo a vestirse de cruz. Incluso la cruz nos da su medida real de
hasta dónde llega el «extremo» de ese amor. Y este amor, es decir, el
Crucificado, sí atrae. «Cuando sea levantado sobre lo alto, atraeré a
todos hacia mí» (Jn 12,32). Sólo desde esta atracción tiene pleno sen-
tido la pancarta inicial. Nos anulamos aferrados a nuestra cruz por
nuestro esfuerzo en sacudírnosla, o llorando nuestra impotencia para
lograrlo; nos destruimos mirando para otro lado ante la cruz de los
otros, y mucho más cuando lo hacemos por girar sobre la propia, que
es otra forma sutil de girar sobre nuestro yo. Nos libera, en cambio, el

3. P. ARRUPE, Este Japón increíble... Memorias del P. Arrupe, El Siglo de las


Misiones, Bilbao 19653, pp. 173-176.
sal terrae
210 IGNACIO IGLESIAS, SJ

que la cruz ajena nos tome tanto que despierte en nosotros capacidades
de amar desconocidas y adormecidas, y el que, incluso con nuestra
cruz encima, nos movilice a eliminar, aliviar, reciclar las ajenas... Esta
transformación interior, verdadera conversión –de la preocupación al
olvido, del «mirar por mí» a «mirar por otros», de mirar como criatu-
ra a mirar como nos mira Dios– no sólo cura y alivia cruces ajenas, si-
no que comienza por curarnos las propias.

...¿Y con la suya?...

Estamos ante la pregunta más antigua y más actual, actualísima4, sobre


Dios, un Dios «compasivo»: ¿Cómo puede Dios com-padecer sin pa-
decer? Porque, por otro lado, «un Padre invulnerable sería un Padre sin
ternura»5. En este intento de aproximación a Dios, tal vez más que en
ningún otro –y van muchísimos–, el teólogo experimenta inmediata-
mente lo que Santo Tomás llama vocabulorum inopia6. Nuestro pobre
lenguaje humano se nos rompe, como siempre, ante Dios, y más que
nunca intentando comprender a este Dios compasivo. Normal. Con to-
do, conscientes de nuestra pobreza esencial a la hora de decir al
Inefable, haríamos bien en atrevernos a seguir alargando nuestros len-
guajes. No podemos más que arañar el Misterio, llegar hasta su puer-
ta, golpear una y otra vez, hasta que el deseo de conocerlo agriete nues-
tra pobre lógica humana y por sus grietas se abra paso un conocer nue-
vo, más penetrante, el del amor: «Que vuestro amor crezca en conoci-
miento y todo discernimiento» (Flp 1,9)7.
Entramos entonces en el océano de un nuevo lenguaje, el de la mís-
tica, en el que cabe la paradoja de un Dios impasible, que padece pre-
cisamente porque es amor, sólo y todo amor. Con otro padecer y otro

4. G. CANNOBIO, ¿Puede Dios sufrir?, PPC, Madrid 2007, pp.13ss. y toda la bi-
bliografía utilizada en esa breve obra.
5. F. VARILLON, La souffrance de Dieu, Le Centurion, Paris 1975, p. 21.
6. Summa Theologica, Ia, q. 37, art. 1.
7. «Decir que Dios es pasible no es de ninguna manera proyectar sobre Él nues-
tras propias impotencias, sino franquear, temblando, el umbral más allá del cual
aparece finalmente, con una evidencia desmesurada, que la vulnerabilidad per-
tenece a su esencia, sin que podamos indicar sobre ella más que una impercep-
tible huella» G. MOREL, SJ, en Christus 83 (junio 1974), pp. 311-314.
sal terrae
«...NIÉGUESE A SÍ MISMO, CARGUE CON SU CRUZ Y SÍGAME»... 211

compadecer real, del que el nuestro es modestísima parábola. ¡Si has-


ta nosotros mismos experimentamos por intuición, al menos, que el
amor, plenitud y gozo, es fuente de padecer y hasta se alimenta de
él…! Es fenomenología comúnmente admitida que el amor en su úni-
ca versión legítima, entendido como dedicación y entrega, comporta
sufrimiento. Escribió Pedro Arrupe, a sus setenta años, como cierre de
su experiencia personal: «...la característica propia de todo amor: cuan-
to más se sufre, más se enciende»8.
Henri de Lubac animó a la aventura de un nuevo lenguaje sobre
Dios, del que es característica propia la paradoja: «La misma palabra
“paradoja” es ya paradójica... Pensemos, por lo demás, que el Evange-
lio está lleno de paradojas, que el hombre es una paradoja viviente9 y
que, según los Padres de la Iglesia, la Encarnación es la Paradoja su-
prema»10. Las mismas bienaventuranzas evangélicas son paradojas no
sólo conceptuales, sino reales. «Hay, prosigue de Lubac, paradojas de
expresión que exageran algo para hacerlo resaltar y paradojas reales
que suponen una antinomia: una verdad nos impacta, y otra verdad la
equilibra». Y concluye invitando a no pretender definir, cuando nos re-
ferimos a Dios: «Es esto y sólo esto». La verdad paradójica no tiene lí-
mites. Ni Jesús ni San Pablo, la mayoría de las veces, equilibran la pa-

8. P. ARRUPE, «Homilía en sus bodas de oro en la Compañía (15.01.77)», en La


Identidad del jesuita en nuestros tiempos, Sal Terrae, Santander 1981, p. 538.
9. Un antiguo manuscrito de la Edad Media encontrado en Salzburg describe al
sacerdote como paradoja viviente, el hombre de la «coincidencia de contra-
rios», que hace al hombre semejante a Dios: «Un sacerdote debe ser a la vez
grande y pequeño; noble de espíritu como de sangre real, sencillo y natural co-
mo de origen campesino; un héroe en la conquista de sí mismo, un hombre que
se ha dejado vencer por Dios; una fuente de santificación y un hombre a quien
Dios ha perdonado; señor de sus deseos, servidor de los tímidos y los débiles;
que no se humilla ante los poderosos, pero se inclina ante los pobres; discípu-
lo de su Señor, jefe de su rebaño; mendigo de manos largamente abiertas, por-
tador de innumerables dones; un hombre sobre el campo de batalla, una madre
para reconfortar a los enfermos; con la sabiduría que dan los años y la con-
fianza de un niño; en tensión hacia la cima, con los pies en la tierra; hecho pa-
ra el gozo, conocedor del sufrimiento; alejado de toda envidia, clarividente;
sincero en el hablar, amigo de la paz; enemigo de la inercia, siempre constan-
te.... ¡Tan diferente de mí…!» (citado por F. VARILLON, op. cit. en nota 5,
pp. 99-100).
10. H. DE LUBAC, Paradojas y nuevas paradojas, Barcelona 1966, presentación,
p. 5.
sal terrae
212 IGNACIO IGLESIAS, SJ

radoja. Tienen menos miedo a la interpretación disparatada que a que


se la despoje y se la prive de su «audacia»11.
Tal vez el lenguaje humano que más se atreve a adentrarse en esta
esencial coincidencia de contrarios que es el Misterio de Dios, sea el
lenguaje poético. «Sin pudor, oh Dios nuestro, oh Padre y Madre de
Israel, cómo nos muestras tu manera de ser impasible!»12. «La lanza
en el brazo de Longinos ha llegado más allá del corazón de Cristo, ha
abierto a Dios, ha pasado hasta el centro mismo de la Trinidad»13. O
la oración de Kierkegaard para comprender el silencio de Dios: «No
nos dejes olvidar nunca que tú hablas también cuando callas; danos
también esta confianza cuando esperamos tu venida: que tú te callas
por amor, como hablas por amor. Tanto si te callas como si hablas,
tú eres siempre el mismo Padre, el mismo corazón paternal, que nos
guías por tu voz y nos educas por tu silencio»14.
Siguiendo esta veta antigua de exploración de místicos y poetas,
François Varillon, de cuya obra La Souffrance de Dieu15 me he ayuda-
do para este apartado, se atreve a concluir:
«Las Tres personas, que son uno en ser y en obrar, en amor y en felici-
dad, ¿puedo yo creer que no lo son en sufrimiento?... Leo en San Juan:
“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único” (Jn 3,16).
Entregando a su Hijo, el Padre da de alguna manera más que a Él mis-
mo, puesto que, Padre, no lo es más que por y para el Hijo. Es Jesús
quien se entrega, pero es también el Padre quien lo entrega. El Espíritu
es el beso, que une al Padre crucificante y al Hijo crucificado.
Meditando este misterio, es claro que evito, en contra de torpes
lugares comunes, imaginar un Dios ofendido que “exige” la compen-
sación de la sangre vertida para que sea realizada la justicia. No tie-
ne sentido la “exigencia” si, entregando al Hijo, el Padre se crucifica
él mismo. Cada una de las Tres personas es crucificante y crucifica-
da. La cruz de Jesús está en el corazón de un amor que tiene eterna-
mente forma de sacrificio. Es igualmente la felicidad del Dios muy
Uno. Porque el Amor no conocería el gozo perfecto si no llegase has-

11. Ibid., p. 12
12. P. CLAUDEL, Commentaires et exégèses, en Oeuvres complètes, t. XXVII,
Gallimard, Paris 1974, p. 18.
13. P. CLAUDEL, L’ épée et le miroir, Gallimard, Paris 1939, p. 256.
14. Ctado por F. VARILLON, op. cit., p. 111.
15. Ibidem.
sal terrae
«...NIÉGUESE A SÍ MISMO, CARGUE CON SU CRUZ Y SÍGAME»... 213

ta el extremo de sí mismo. El Espíritu es la dulce luz, o la explosión


de gozo sobre los rostros del Padre y del Hijo, que él une mantenién-
dolos distintos»16.

«...por vosotros y por todos» (Mt 26,28)

Este sufriente amor trinitario a todo ser humano toma forma visible de
sufrimiento humano en el Hijo, el amado, el predilecto, a quien el
hombre ha de escuchar y mirar para realizarse. Desde Él, la cruz, cual-
quiera, rebosa de sentido cuando, como la suya, es cruz por otros. En
cambio, se hace insoportable cuando es la cruz del esfuerzo por aho-
rrarnos la mayor cantidad posible de cruz, ignorando las de los demás,
o la de la pretensión de construirnos un mundo sin cruz. Y peor toda-
vía si esta pretensión se construye sobre el precio de las cruces de
otros, lo que significaría que nos deslizamos en pendiente abierta ha-
cia la idolatría más sutil y, a la vez, más destructora, que, como toda
idolatría, acabará devorándonos.
Ya hace medio siglo, avanzada la década de los cincuenta, un gran
profeta, Mons. Fulton Sheen, radiografió así su mundo, en fase de cre-
ciente guerra fría:
«Nuestro tiempo moderno ha visto “el gran divorcio”, el divorcio de
Cristo y de su Cruz. Por un lado, la Cruz con su palo vertical de vida
en contradicción con su palo horizontal de muerte (comunismo). Por
otro, un Cristo sin cicatrices y sin redención. Como un Buda o un
Confucio, como un maestro de moral... La gran cuestión frente al
mundo moderno es ésta: ¿Hallará la cruz a Cristo antes que Cristo a
la Cruz? Creo que el comunismo hallará a Cristo antes que la civili-
zación occidental postcristiana halle la cruz»17.

La idolatría de pretender como valor supremo una felicidad de pa-


tente propia, desde, para y por el individuo mismo, conduce inexora-
blemente a la trampa mortal de la soledad humana más deprimente alu-
dida al comienzo de estas páginas. La impasibilidad personal, como

16. Ibid., p. 109.


17. Citado por P. ARRUPE en «Plática de comunidad», en Archiv. Prov. Iaponicae
VII/2/103, 1959-1960
sal terrae
214 IGNACIO IGLESIAS, SJ

ideal de un ser esencialmente vulnerable, como lo es el ser humano, no


puede ser más que una bella utopía y un bello engaño y, buscada por sí
misma, un seguro fracaso. Sobre el «piensa sólo en ti, defiéndete con
uñas y dientes de todo sufrimiento» no puede construirse un mundo fe-
liz de sufrientes. El ansia de felicidad anida, efectivamente, en todo co-
razón humano, pero el camino hacia esa felicidad no es el de su bús-
queda desesperada y obsesiva en el horizonte cerrado del individuo.
Cuando nos referimos a idolatrías, a menudo nos entretenemos
más en analizar los ídolos que en mirar al corazón que los construye.
Si lo hiciéramos, descubriríamos pronto que el ídolo propiamente tal
es el propio corazón humano. Pero en ninguna otra idolatría aparece
tan bellamente disimulado como en el narcisismo del «¡Ser feliz!», de-
seo-ídolo que construye y adora esclavizado el ser humano. No en el
«¡Ser feliz!», como primer deseo-regalo que recibe de Dios al nacer to-
do ser humano. La diferencia es esencial. Cuando mi felicidad me la
construyo yo, veo al otro, a los otros, como competidores que, desde la
ambición por la suya, me impiden o me recortan la mía. La reacción
irrefrenable es prescindir de ellos, rehuirlos, marginarlos, cuando no
convertirlos en objeto de mi dominio, de mi deseo. Cuando aspiro a la
felicidad-regalo de Dios para el presente humano, la felicidad del otro,
de los otros, se me convierte en objetivo y meta personal (todo mi ca-
mino de retorno agradecido a Dios pasa por el servicio a los hermanos)
y, sin buscar la mía –todo dedicado a la de los demás–, experimento
que se me desborda la mía.
No la busco (niégate a ti mismo), porque me obsesiona la de los
otros (amo, tomo mi cruz para aliviar la suya) y descubro la gloria de
ser cireneo. No es un mundo sin cruz el problema. El problema es un
mundo sin amor. Una cultura narcisista no soluciona este problema, si-
no que lo agrava. En último término, no hemos aprendido todavía que
el primero y el segundo mandamientos no se pueden romper. De ahí
que la consigna de Jesús: niéguese a sí mismo, olvídese de sí mismo,
va a la raíz del dolor humano curándolo en quien lo padece, porque lo
cura en el corazón que lo produce. Un mundo de hombres y mujeres
dispuestos a darse mutuamente la vida, sirviéndose en sus cruces, sí
que es otro mundo posible.

sal terrae
«...NIÉGUESE A SÍ MISMO, CARGUE CON SU CRUZ Y SÍGAME»... 215

«Decidí ignorarlo todo, fuera de Cristo crucificado» (1 Co 2,2)


Sólo mirando por la felicidad de los otros como ideal de vida, incluso
al precio de la vida, se puede alcanzar la propia felicidad. F. Varillon
retuerce la paradoja de Jesús: «el que quiera salvar la vida la perderá,
pero el que dé la vida por mí (como Yo la doy por los seres humanos,
porque son «lo de mi Padre»: cf. Jn 17,6) la salvará», en uno de sus tí-
picos retruécanos: «El amor es más fuerte que la muerte cuando el
amor es más fuerte que la vida»18. El amor capaz de dar la vida no mue-
re; él es la vida.
Así el camino cristiano de las Bienaventuranzas: las de los catálo-
gos de Mt 5,3-12 y de Lc 6,20-23, las explícitamente regadas por todo
el Evangelio fuera de catálogo, las numerosas implícitas en él, y todo
el Evangelio como bienaventuranza –Buena noticia– global para todo
ser humano. «Las Bienaventuranzas expresan lo que significa ser dis-
cípulo», ha escrito recientemente S.S. Benedicto XVI. Y completa la
paradoja vital esencial que entrañan: «Las Bienaventuranzas son la
transposición de la cruz y de la resurrección a la existencia del discí-
pulo. Son válidas para el discípulo, porque primero se han hecho rea-
lidad en Cristo como prototipo»19.
La consigna de la pancarta evangélica inicial va precedida de una
noticia que desconcierta a los discípulos: «Añadió Jesús que el Hijo del
hombre tenía que sufrir mucho; que había de ser rechazado por los an-
cianos del pueblo, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley;
que luego le matarían, pero que al tercer día resucitaría» (Lc 9,22).
Sólo cuando la vean sucedida y recuerden que pertenecía al guión de
Dios –¿no era necesario que Cristo amase así...?: cf. Lc 24,13)–, se
les convertirá en «bandera discutida» (Lc 2,34) que jurarán y a la que
se incorporarán gozosamente, a ciencia y conciencia de que se juegan
la vida, pero sabiendo por qué se puede jugar y cómo.
Han aprendido tres cosas fundamentales:
1) que sufrir por sufrir no es ningún objetivo cristiano. Jesucristo
no buscó el sufrimiento por sí mismo. Tampoco rehuyó el que le so-

18. «Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por el testimonio que
dieron, y no amaron tanto la vida que temieran la muerte» (Ap 12,11).
19. BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, La Esfera de los Libros, Madrid 2007,
p. 100.
sal terrae
216 IGNACIO IGLESIAS, SJ

brevino por amar. Cargó con el sufrimiento de todos, experimentó el


sufrimiento humano, quitó el que pudo quitar y, sobre todo, enseñó a
integrarlo por amor, no como algo a soportar estoicamente, sino como
signo y medida del «Tanto amó Dios al mundo...» que nos confía trans-
mitir a todos. Porque este amor sí es objetivo; ser cireneo del hermano
se convierte en una de las formas «extremas» del ideal de Cristo: ser-
víos los unos a los otros por amor. Y si a este cireneísmo añadimos el
«por otros y por todos los hombres» –destino exclusivo de todas nues-
tras cruces personales sobrevenidas–, hasta nuestras pasividades son
fecundas, paso de vida;
2) que «amor y temor son incompatibles» (1 Jn 4,18), como han
aprendido experimentalmente, por lo que vivirán haciendo al mundo el
regalo cotidiano de su felicidad, el de una libertad colocada en su sitio,
capaz de no buscarse, sino de buscar sólo al hermano, al precio que
sea. Son los realizadores, hoy como ayer y como mañana, de la pan-
carta que preside nuestra marcha;
3) en último término, han aprendido el desendiosamiento de re-
nunciar a ser el primero, el más importante, porque han descubierto el
endiosamiento (la felicidad) de ser el último: «Yo estoy entre vosotros
como el que sirve» (Lc 22,27), que es la cruz de la que puede el hom-
bre «gloriarse» (cf. Ga 6,14).
Ésta es la oferta de felicidad cristiana: «Si alguno quiere..., el que
quiera...» (Mt 16,24; Mc 8,34; Lc 9,23)

¡Tu cruz..., mi vuelo!

En tu cruz, Señor, sólo hay dos palos:


El que apunta como una flecha al cielo
Y el que acuesta tus brazos.
No hay cruz sin ellos y no hay vuelo.
Sin ellos no hay abrazo.
Abrazar y volar,
Ansias del hombre en celo.
Abrazar esta tierra
sal terrae
«...NIÉGUESE A SÍ MISMO, CARGUE CON SU CRUZ Y SÍGAME»... 217

Y llevármela dentro.
Enséñame a ser tu abrazo
Y tu pecho.
A ser regazo tuyo y camino hacia Ti
De regreso.
Pero no camino mío,
Sino con muchos dentro.
Dime cómo se ama
Hasta el extremo.
Y conviérteme en ave
La cruz que ya llevo
¡O que me lleva!
Porque ya estoy en vuelo.

sal terrae
ST
EDITORIAL

Apartado 77 39080 Santander ESPAÑA

VEDAD
NO

ARTHUR PEACOCKE
Los caminos de la ciencia
hacia Dios.
El final de toda
nuestra exploración
256 págs.
P.V.P. (IVA incl.): 18,00 €

Provocador, persuasivo y de intachable erudición, este libro pionero del


renombrado teólogo y bioquímico Arthur Peacocke logra reconciliar
los enfrentados mundos de la ciencia y la religión. En esta obra de ri-
gurosa argumentación y notable amenidad, que podría señalar «el final
de nuestra exploración», aborda frontalmente, al hilo de un cuidadoso
estudio, problemas fundamentales para la ciencia y para la teología, y
lo hace de una manera que incitará a los lectores a reexaminar su pro-
pia interioridad, así como el mundo que los rodea e incluso lo que hay
más allá.
La buena noticia de la Cruz
ST 96 (2008) 219-231

para los crucificados


de nuestra historia
Daniel IZUZQUIZA REGALADO, SJ*

Cuando comencé a preparar este artículo, pedí consejo a un par de ami-


gas. La primera, en la estela de la espiritualidad de Carlos de Foucauld,
trabaja fregando suelos y comparte la vida de un barrio marginal de
Málaga. Entre otras cosas, me contó esto:
«A la Paqui le dio su trabajadora social un cheque de 90 euros para
gastar en comida. Rápidamente le preguntó si tenía otro para su ve-
cina, separada, con cinco niños, pero el suyo era el último (“mala
suerte”, dijo la trabajadora social. “La próxima vez, que se espabile y
que venga ella... y antes”). Cuando la Paqui llegó al supermercado,
sin pensarlo dos veces, compró dos garrafas de aceite, dos cajas de
leche, pizzas en abundancia, pan, Nocilla... y al llegar a casa dividió
proporcionalmente con su vecina la compra (ella sólo tiene dos ni-
ños). Por la tarde contaban con alegría cómo por lo menos habían
conseguido uno de los cheques; y cuando alguna compañera le sugi-
rió que tendría que mirar más por los suyos y dejarse de historias, la
Paqui, con la sonrisa de siempre y los ojos cansados, la miró y le di-
jo: “Tenemos que compartir entre nosotras; si no... ¿qué va a ser de
este mundo?”. Y, cambiando de tema, empezamos a charlar sobre los
niños, el cole...».

Mi otra amiga, después de treinta años de vida entregada al servi-


cio de los pobres en Malawi, recordaba la visita de algunos extranjeros
que, al constatar la situación de vida-muerte, sus sufrimientos, la desa-
parición de todo un pueblo por la epidemia del cólera, los estragos de

* Coordinador del Centro «Pueblos Unidos» para el apoyo integral a la familia


inmigrante (Madrid). <danielizuzquiza@pueblosunidos.org>.
sal terrae
220 DANIEL IZUZQUIZA REGALADO, SJ

la terrible pandemia del sida, la falta de recursos para afrontar tales di-
ficultades, le preguntaron: «¿Cómo podéis vivir así? ¿Qué hacéis para
mantener el entusiasmo y qué es lo que os anima a seguir? ¿No sien-
tes rabia y ganas de escapar ante la impotencia?». Ella les contestó que
también sentía impotencia y rabia, pero que estaba con ellos para se-
guir denunciando que todo aquello estaba ocurriendo por el egoísmo y
las injusticias de los poderosos y por nuestra complicidad. Que estaba
para acompañarlos, para que no perdieran la esperanza, para levantar
la voz por ellos cuando hubiera oportunidad. En definitiva, para llevar
las cruces con ellos, tomar la mano del que ya no puede más o sujetar
los cuerpos moribundos, porque en muchos casos ya no les queda otra
persona. Recordaba también mi amiga: «He visto a hombres y mujeres
anudando el crucifijo o una imagen de la Virgen entre las manos de su
hijo, mujer o marido moribundo para que no se les cayera y lo mantu-
vieran hasta el final. Me han invitado a rezar con ellos, a que siguiera
leyendo salmos o cantando el Magnificat hasta que dejaban de respi-
rar... Esas madres rezando y diciéndoles que no tuviesen miedo me
emocionaban, y me parecía oír a Jesús: “Grande es tu fe”. Grande es la
fe de estas gentes sin publicarlo».
En Málaga o en Malawi (en Auschwitz, Ayacucho o Guantánamo),
¿es la cruz una mala o una buena noticia para los crucificados?

La cruz, piedra de toque

Para empezar, seamos cuidadosos, porque el asunto es muy delicado.


Decir que la cruz es una buena noticia, así, de entrada, resulta chocan-
te. No es algo evidente ni tampoco es una experiencia universal. Me-
nos aún lo podemos afirmar, frívolamente, en nombre de los crucifica-
dos de la historia. Hay demasiado sufrimiento en esta vida y en esta pa-
labra como para espiritualizarlo alegremente. Amargura, victimiza-
ción, venganza, opresión, resentimiento... Para muchas personas (¿pa-
ra la mayoría?) la cruz es, sencillamente, algo insoportable.
Hablar de la cruz ante los crucificados de la historia se convierte
así en piedra de toque para nuestra espiritualidad, para nuestra refle-
xión cristiana y para nuestro compromiso cotidiano. ¿Qué es la cruz:
una losa que aplasta, una piedra que arrojo, una joya que exhibo...? Si
no tenemos cuidado, la cruz puede convertirse en una nueva humilla-
sal terrae
LA BUENA NOTICIA DE LA CRUZ PARA LOS CRUCIFICADOS DE NUESTRA HISTORIA 221

ción para los crucificados, en otro insulto ideologizado que victimiza,


en un adorno superficial que manipula.
La cruz puede hundirnos o puede elevarnos. Puede ser como la
fuerza de la gravedad que tira de nosotros hacia abajo, o puede ser ins-
trumento privilegiado de la gracia que nos eleva. Como señala Simone
Weil, la cruz actúa como una palanca: «el descenso es condición de la
subida. Al descender el cielo sobre la tierra, eleva a la tierra hacia el
cielo»1. Considerar la cruz como gracia apunta a un proceso que re-
quiere profundización y personalización. Por eso no creo que ni la
«masa» ni los «colectivos» oprimidos puedan, sin más, captar la bue-
na noticia de la Cruz.
En todo caso y, realmente, ¿puede ser la cruz una roca que susten-
te a los crucificados, una palanca que los potencie? Eso es lo que que-
remos explorar y mostrar en estas páginas.

Las cinco llagas de Cristo y los cinco rostros de la opresión


Es conocido que desde la época medieval, y sobre todo en las corrien-
tes de espiritualidad franciscana, se difundió entre los fieles cristianos
la devoción a las cinco llagas de Cristo. Profundizando en el elemento
corporal de la pasión del Señor, contemplaba cinco aspectos concretos
de la misma, a la par que abría otras tantas puertas a la identificación
progresiva del creyente con el Crucificado. Inspirado en esta tradición
y en esta imagen, propongo a continuación una lectura socio-política
de la misma que puede arrojar luz sobre el tema que nos ocupa2.
Y es que este artículo invita a reflexionar sobre qué palabra tiene
la cruz para las situaciones, especialmente colectivas, de injusticia,
marginación o genocidio. Siguiendo el marco analítico de Iris Marion
Young3, considero que el concepto de opresión tiene potencia explica-
tiva suficiente para ofrecer luz a esas situaciones grupales de muerte y

1. Simone WEIL, La gravedad y la gracia (traducción, introducción y notas de


Carlos Ortega), Trotta, Madrid 1994, p. 131.
2. Se trata de un ejemplo de lo que en otro lugar denomino «devotio post-mo-
derna». Véase Daniel IZUZQUIZA, SJ, Con-spirar. Meditaciones en el Cuerpo de
Cristo, Sal Terrae, Santander 2006, p. 10.
3. Iris Marion YOUNG, La justicia y la política de la diferencia, Cátedra, Madrid
2000 [ed. or., 1990], pp. 71-113.
sal terrae
222 DANIEL IZUZQUIZA REGALADO, SJ

crucifixión. Concretamente, Young señala cinco caras de la opresión


que se pueden leer como las cinco llagas de Cristo, actualizadas en su
Cuerpo histórico. He aquí, pues, cinco rostros o cinco llagas en las que
se sigue completando lo que falta a la pasión de Cristo en su Cuerpo
que es la Iglesia (Col 1,24):
 La explotación se entiende como transferencia de los resultados
de trabajo de un grupo a otro y, por tanto, hace alusión a la di-
mensión económica y a los grupos y pueblos empobrecidos por
el sistema.
 La marginación se refiere a los grupos que son expulsados de
la participación útil y plena en la sociedad; es decir, a los gru-
pos excluidos del propio sistema, que ni siquiera son incorpo-
rados al mismo para ser explotados, sino que son empujados a
los márgenes.
 La carencia de poder remite a la incapacidad para participar en
la toma de decisiones, debido a que la ubicación social define
posiciones institucionales que despojan a estos grupos de auto-
ridad, estatus y sentido de sí mismos.
 El imperialismo cultural introduce elementos no económicos
de la opresión y alude al mecanismo por el que se universaliza
la perspectiva del grupo dominante hasta el punto de que se
impone como norma (que asumen, introyectada, los grupos
minoritarios).
 La violencia dirigida contra determinados grupos por el mero
hecho de pertenecer a los mismos, adquiere así un carácter sis-
temático, que va más allá de acciones puntuales para convertir-
se en práctica social y en predisposición a sufrir dicha violencia.
Nótese que, según este análisis, «la opresión se refiere a las gran-
des y profundas injusticias que sufren algunos grupos como conse-
cuencia de presupuestos y reacciones a menudo inconscientes de gen-
te que en las interacciones corrientes tiene buenas intenciones, y como
consecuencia también del influjo de los estereotipos difundidos por los
medios de comunicación social, de los estereotipos culturales y de los
aspectos estructurales y de las jerarquías burocráticas y de los meca-
nismos del mercado; en síntesis, de los comportamientos normales de
la vida cotidiana»4.
sal terrae
LA BUENA NOTICIA DE LA CRUZ PARA LOS CRUCIFICADOS DE NUESTRA HISTORIA 223

Conviene advertir dos elementos de esta descripción de la opre-


sión. Por un lado, remite a un concepto estructural y sistémico; lo cual
significa que los sufrimientos de un grupo no ocurren «por casualidad»
sino en tanto que grupo oprimido. Por otro lado, el carácter sistémico
no evita la responsabilidad personal, sino que precisamente se engarza
con los comportamientos de la vida cotidiana. Hay, pues, una eviden-
te cercanía con la noción de estructuras de pecado usada por Juan Pa-
blo II cuando afirma que en nuestro mundo «se debe hablar de “es-
tructuras de pecado”, las cuales se fundan en el pecado personal y, por
consiguiente, están unidas siempre a actos concretos de las personas,
que las introducen y hacen difícil su eliminación. Y así estas mismas
estructuras se refuerzan, se difunden y son fuente de otros pecados,
condicionando la conducta de los hombres»5.
En resumen, pues, estas cinco expresiones de la opresión indican
otros tantos rostros crucificados en la historia, víctimas del pecado es-
tructural. Obreros forzados a realizar horas extraordinarias sin condi-
ciones de seguridad en el trabajo; masas de campesinas africanas, so-
brantes y al margen del sistema productivo; inmigrantes «sin papeles»
obligados a la inexistencia legal y social; grupos indígenas recluidos
en reservas geográficas o culturales; minorías que sufren violencia por
su origen étnico o su orientación sexual... ¿qué mensaje de esperanza
reciben de la Cruz de Cristo?

La buena noticia de la Cruz

Explotados, marginados, despojados de poder, aplastados por el siste-


ma cultural hegemónico, víctimas de la violencia...: ¿cómo sangra el
Cuerpo de Cristo por estas cinco llagas? ¿Qué gritan estos grupos opri-
midos a nuestra realidad? En su situación concreta, ¿pueden esperar
que la Cruz del Señor sea una buena noticia para ellos? Y, en ese caso,
¿cómo y con qué contenido? Me parece que, de entrada, podemos es-
bozar una respuesta que iría por estos tres caminos, por estas tres ex-
periencias concretas.

4. Ibid., p. 75.
5. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Sollicitudo Rei Socialis, n. 36.
sal terrae
224 DANIEL IZUZQUIZA REGALADO, SJ

En la Cruz, los oprimidos experimentan: «no estamos solos». La vida


de Jesús expresa, en su solidaridad radical y en su fidelidad hasta la
muerte, una profunda y real cercanía a todos los grupos y personas
oprimidas. Una de las mayores fuentes de sufrimiento en situaciones
de exclusión se refiere al hecho de sentirse solo y abandonado. Parece
que el mundo se hunde bajo los pies, que todo el dolor se condensa en
la propia vida crucificada y que en verdad nadie comprende ni se pre-
ocupa de uno. En momentos así, saber y sentir que alguien ha com-
partido y comparte esa misma experiencia significa una fuente real de
consuelo y fortaleza. Más aún, saber que ese Alguien es el mismo Hijo
de Dios permite vivir el propio dolor con otra perspectiva, superando
así el sin-sentido. Como dijo una viuda burundesa del campo de refu-
giados de Lukole (Tanzania): «Dios nos entiende porque Él también
perdió un hijo»6.

En la Cruz, los oprimidos experimentan: «hay alternativa». Una se-


gunda perversidad de la opresión es que genera una espiral de violen-
cia de la que parece no haber salida. O bien nos aplasta la injusticia pa-
decida, o bien nos carcome el ansia de venganza. Parece que estamos
abocados o a sufrir con impotencia la opresión o a deshumanizarnos en
la lucha contra ella. Se trata de una dinámica en la que parece no ha-
ber alternativa. Frente a ello, la figura de Jesús en la Cruz, con su amor
no violento a los enemigos, abre una tercera vía que permite superar la
alternativa violencia-cobardía, pelea-huida (fight-flight, en inglés), y
enfrentarse así de manera creativa a los poderes opresivos7. En la Cruz
de Jesús, los oprimidos pueden descubrir (y, de hecho, muchas veces
descubren) una alternativa de liberación, de relaciones inclusivas, de
empoderamiento, de respeto a la diferencia, de no violencia.

6. Pablo ALONSO, SJ, «“Porque Dios también perdió un hijo”. Una perspectiva
bíblica del exilio», en (Servicio Jesuita a Refugiados [SJR]) El Dios de los re-
fugiados. Hacia una espiritualidad compartida, Mensajero, Bilbao 2006,
pp. 21-35.
7. Cf. Walter WINK, Jesus and Nonviolence: A Third Way, Fortress Press,
Minneapolis, MN 2003. Véase también James ALISON, Conocer a Jesús.
Cristología de la no-violencia, Secretariado Trinitario, Salamanca 1994, que
se apoya en el pensamiento del filósofo francés René Girard.
sal terrae
LA BUENA NOTICIA DE LA CRUZ PARA LOS CRUCIFICADOS DE NUESTRA HISTORIA 225

En la Cruz, los oprimidos experimentan: «sí podemos». Un tercer me-


canismo demoledor de la opresión consiste en victimizar a los pobres,
robándoles incluso su fortaleza y capacidad de aguante. Así, los pobres
serían meros recipientes pasivos de la violencia ejercida sobre ellos,
siendo los opresores los verdaderos protagonistas de la historia. La
consecuencia sería en realidad el «des-empoderamiento» de las vícti-
mas, a las que no les queda otra opción que la de lamentarse y sufrir
en silencio su injusto destino. Tal victimización bloquea, culpabiliza o
conduce a reaccionar como pequeños verdugos en potencia. En lugar
de ello, la experiencia cristiana de la Cruz abre nuevos horizontes. En
Cristo crucificado encontramos la salvación definitiva. Por poner un
único ejemplo, creo que no es casual que la lucha no violenta de César
Chávez y los braceros mexicanos de la United Farm Workers en
California asumiese como eslogan «Sí se puede», que aún resuena en
la causa de los inmigrantes latinos en los Estados Unidos. Las perso-
nas y grupos empobrecidos, arraigados en la Cruz del Señor, se con-
vierten en protagonistas de la historia y descubren sus potencialidades
para transformar la realidad con su injusticia y su opresión.

En estos tres rasgos he subrayado el efecto psicológico o socio-po-


lítico por el que la Cruz puede convertirse en buena noticia para los
crucificados. Pero hay también una raíz cristológica que ofrece un fun-
damento aún más radical. No se trata simplemente de que «no estemos
solos, haya alternativa y podamos», sino que es el mismísimo Dios en-
carnado y crucificado en Jesús quien sufre con nosotros, rompe las di-
námicas perversas que nos atrapaban y nos fortalece para avanzar.
Jesús fue tratado como pecador para que nosotros fuésemos tratados
como justos (2 Co 5,21); se sometió a la maldición para rescatarnos de
la maldición de la ley (Ga 3,13). Aquí está la gran y radical noticia de
la liberación que nos regala el Crucificado.

Bienaventuranzas cruciales, esperanza cruciforme

Las bienaventuranzas son expresión condensada de la Buena Noticia


de Jesús para los pobres y oprimidos y, en ellos, para toda la humani-
dad. Alguien dijo que el sermón del monte se proclamó realmente en
el monte Gólgota, es decir, desde la Cruz. Por este motivo es legítimo
sal terrae
226 DANIEL IZUZQUIZA REGALADO, SJ

decir que las bienaventuranzas evangélicas son cruciales, en el doble


sentido de que quedan engarzadas con la Cruz y tienen una trascen-
dencia capital para la vida de los cristianos.
Según la versión mateana (Mt 5,3-10), las bienaventuranzas son
ocho. La primera y la octava recogen una misma explicación de la fe-
licidad: son dichosos «porque a ellos les pertenece el reinado de Dios».
Todas las demás aluden al futuro, pero en este doble caso se habla en
presente. Esta repetición o inclusión permite agrupar el conjunto en
dos bloques, el primero más centrado en los pobres como tales, el se-
gundo más enfocado a las personas que se solidarizan con esos pobres
que sufren. Bienaventuranzas de situación, bienaventuranzas por op-
ción. De este modo, podemos destacar estas dos bienaventuranzas co-
mo verdaderamente cruciales para entender el resto y para aclarar el
sentido de la buena noticia para los crucificados de la historia.
Dichosos los pobres de corazón, dichosos los perseguidos por la
justicia. La lectura conjunta de estos dos «macarismos» subraya ele-
mentos duales que se convierten en cruciformes, como los listones ver-
tical y horizontal de la Cruz física. Veamos algunos de esos pares que
estamos llamados a integrar en nuestras vidas si de verdad queremos
encarnar esta verdad crucial. La riqueza de las diversas traducciones
ayuda a encontrar matices inagotables en estos textos:
 Nivel descriptivo («los pobres» por las circunstancias que sea:
especialmente en Lc 6,20) y nivel propositivo («los persegui-
dos» debido a su opción de seguimiento).
 Dimensión activa («los que eligen ser pobres») y dimensión pa-
siva («los que son perseguidos»).
 Proceso interior («pobres de espíritu») y proceso externo («por
la justicia»),
 Momento indicativo («los que son pobres») y momento impe-
rativo («comprometidos con la justicia hasta ser perseguidos»).

Cada creyente está llamado a encarnar e integrar estos polos en su


vida personal. Pero, además, esta doble bienaventuranza cruciforme
presenta un nivel comunitario y con implicaciones socio-políticas que
quiero mencionar ahora, apoyándome en la reflexión del jesuita asiáti-
co Aloysius Pieris8. Este teólogo distingue dos clases de pobres: un
grupo formado por los pobres víctimas de la opresión, verdaderos vi-
sal terrae
LA BUENA NOTICIA DE LA CRUZ PARA LOS CRUCIFICADOS DE NUESTRA HISTORIA 227

carios de Cristo, y otro grupo constituido por los repudiadores de


Mammón, que se hacen voluntariamente pobres para entrar en el Reino
y son así auténticos seguidores de Jesús. La Iglesia, como comunidad
creyente, está llamada a reunir en su seno a estas dos clases de pobres.
Seremos así la verdadera comunidad de Jesús, auténtica fuente de es-
peranza y buena noticia para los crucificados de la historia.
Conviene notar que las bienaventuranzas están formuladas en plu-
ral: «dichosos...». Parece que Jesús quiere expresar que es imposible
ser feliz al modo del Evangelio de manera individual o aislada. Se re-
quiere una comunidad en la que compartir los sufrimientos para, de es-
te modo, abrirse a la alegría ya real y a la esperanza definitiva9.
Las otras seis bienaventuranzas formulan su explicación en tiempo
futuro y, de este modo, abren a la esperanza. Los afligidos, los despo-
seídos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los
limpios de corazón y los que buscan la paz son dichosos ya ahora, pe-
ro serán consolados, heredarán la tierra y se saciarán en un futuro
abierto y no determinado. Es, pues, una esperanza arraigada en el pre-
sente. Más aún, están ancladas en un presente duro que no ahorra do-
lores ni amarguras: por lo tanto, una verdadera esperanza cruciforme.

La paradoja de la Cruz

Pero quizá esta bienaventuranza crucial y esta esperanza cruciforme


nos parezcan un tanto excesivas. Ya San Pablo tuvo que argumentar
que en la Cruz descubrimos que la locura de Dios es más sabia que los
hombres y que la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres (1
Co 1,25). Y llega a esta conclusión a través de la polémica, «porque los
judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría, mientras que noso-

8. Aloysius PIERIS, SJ, El Reino de Dios para los Pobres de Dios. Retorno a la
fórmula de Jesús, Mensajero, Bilbao 2006, pp. 77-80. Hay sintonía entre esta
postura y la distinción de Jon Sobrino entre mártires jesuánicos (activos) y
siervos sufrientes o pueblo crucificado (pasivo). Véase Jon SOBRINO, SJ, «Los
mártires jesuánicos en el tercer mundo»: Revista Latinoamericana de Teología
48 (1999) 237-255.
9. He subrayado la importancia de la alternativa comunitaria de la Iglesia para los
pobres y oprimidos en Daniel IZUZQUIZA, SJ, Enraizados en Jesucristo. Ensayo
de eclesiología radical, Sal Terrae, Santander 2008.
sal terrae
228 DANIEL IZUZQUIZA REGALADO, SJ

tros anunciamos un Mesías crucificado, para los judíos un escándalo,


para los paganos locura» (1 Co 1,22-23). Acostumbrados como esta-
mos a lógicas, que no son la del evangelio, quizá también a nosotros la
Cruz nos suene a escándalo o a locura.
Enfrentados a la dura realidad de los crucificados de la historia,
unas voces piden eficacia, y otras reclaman signos portentosos. Como
los interlocutores griegos de Pablo, la mentalidad secular contemporá-
nea querría resolver el problema de la injusticia desde la «sabia» efi-
cacia del mercado o del Estado, y por eso sólo ve la Cruz como locu-
ra. Como los judíos de entonces, ciertas visiones religiosas de hoy (es-
coradas hacia el pentecostalismo emotivo, el fundamentalismo o el
neo-integrismo impositivo) querrían apoyarse en señales aparentes y
llamativas. También a estos grupos la Cruz les resulta un escándalo.
Y, sin embargo, para la visión del evangelio estamos ante una re-
velación crucial, también y especialmente para los crucificados. La
Cruz es fuente de liberación, expresión de la fuerza y la sabiduría de
Dios en nuestras vidas y en nuestra historia. Una vez más, nos encon-
tramos con la no violencia activa en el núcleo de la fe cristiana.
Precisamente así, los oprimidos pueden romper la lógica destructiva de
la violencia sacrílega y, al hacerlo, adentrarse en lo más hondo de la vi-
da cristiana: el perdón de las ofensas, el amor a los enemigos, la re-
conciliación que genera una nueva realidad. «La lógica de la no vio-
lencia es la lógica de la crucifixión y conduce al hombre de la no vio-
lencia al corazón mismo del Cristo sufriente»10.
Así descubrimos que el amor a los enemigos no es simplemente
una frase bonita sobre la que debemos predicar, sino una dura realidad
que estamos invitados a vivir en la historia y en la sociedad. El perdón
se convierte en un potente instrumento en manos de las víctimas para
poder dar a luz la reconciliación y la transformación social11. Aunque
puede parecer que el perdón es una derrota para los pobres, en verdad
se trata de un poder real (un poder crucificado, es cierto, pero poder a

10. James W. DOUGLAS, La cruz de la no violencia. Una teología de la revolución


y de la paz, Sal Terrae, Santander 1974 [ed. or., 1968], p. 107.
11. Una interpretación original de la relación entre justicia y perdón se cuenta entre
las principales contribuciones de Daniel M. BELL, Jr., Liberation Theology
after the End of History: The Refusal to Cease Suffering, Routledge, London
2001. Véanse especialmente las pp. 144-203.
sal terrae
LA BUENA NOTICIA DE LA CRUZ PARA LOS CRUCIFICADOS DE NUESTRA HISTORIA 229

fin de cuentas). Sólo las víctimas, y nadie más que ellas, pueden per-
donar a los asesinos; sólo los oprimidos pueden perdonar a los opreso-
res. El perdón no es una derrota que deja inalteradas a las personas e
instituciones que han cometido masacres, como si no fuesen responsa-
bles de las mismas. Más bien, se trata de un modo de superar la injus-
ticia desde la perspectiva del evangelio, que sienta así las bases para la
no violencia revolucionaria. Sólo las grandes personas y comunidades
son capaces de perdonar, como insinúa el mismo nombre de Gandhi
(Mahatma, «alma grande»). Vivir el evangelio supone tomar la Cruz
cada día y seguir a Jesús en su vida de servicio al Reino.

El camino de la Cruz
Es cierto que, a lo largo de la historia, la Cruz se ha tergiversado de-
masiadas veces para infligir violencia a los oprimidos o para legiti-
marla. Se ha llegado a confundir la Cruz con la espada. Pero ya sabe-
mos que la Cruz no es ninguna vara; más aún, en la Cruz del Señor se
hace realidad el anuncio del profeta: «la vara del opresor y el yugo de
sus cargas, su bastón de mando los trituraste» (Is 9,3). Pero esta ani-
quilación de las dinámicas violentas no hace de la Cruz una varita má-
gica. Asumir en nuestra vida la dinámica alternativa de las bienaven-
turanzas es un proceso lento que lleva su tiempo. La Cruz supone
siempre Vía Crucis.
Creo que esta revelación progresiva y dinámica es indispensable
para captar el misterio de la Cruz, para dejarse transformar por él y pa-
ra captar la buena noticia que nos espera, agazapada, en la Cruz. Y es-
to es cierto también para los crucificados de la historia, aunque ocurra
por caminos no siempre bien conocidos ni trillados por las habituales
mediaciones eclesiales. También los oprimidos son invitados a unificar
en sus vidas las dos bienaventuranzas cruciales y abrirse así a la espe-
ranza cruciforme.
En un librito recientemente traducido al castellano, Henri J. M.
Nouwen subraya que la movilidad descendente es un rasgo esencial de
la espiritualidad cristiana, tanto en el nivel personal como en el socio-
político12. Allí leemos expresiones tan claras como que «el camino des-

12. Henri J.M. NOUWEN, El estilo desinteresado de Cristo. Movilidad descendente


y vida espiritual, Sal Terrae, Santander 2007.
sal terrae
230 DANIEL IZUZQUIZA REGALADO, SJ

cendente es el camino de la cruz» (p. 28) o que «el camino descendente


no es el camino del infierno, sino el camino del cielo» (p. 30). «La mo-
vilidad descendente es el camino divino, es el camino de la cruz, el es-
tilo de Cristo», concluye Nouwen (p. 34). Aquí encontramos el funda-
mento de la vida eclesial cristiana y de la esperanza cruciforme para
los oprimidos: «El Espíritu les dio la fuerza necesaria para proclamar
a todas las naciones el camino de la cruz, el camino descendente, co-
mo camino de salvación» (p. 36).
Quiero aludir también a otro autor actual que ha subrayado con
hondura el carácter dinámico requerido para asumir la cruz como fuen-
te de liberación. James Alison escribe, desde su condición de católico
homosexual, acerca del proceso de re-descubrir la fe más allá del re-
sentimiento13. Habla de la transformación de la ira en amor y de cómo
la Cruz del Señor se convierte en camino para no quedar anclados en
el odio, en el dolor, en la indignación o incluso en la petulancia super-
ficial que encuentra cierta satisfacción en ser rechazado. Al hacerlo,
creo que Alison encarna y ofrece un ejemplo concreto de cómo la Cruz
puede ser buena noticia para las personas que pertenecen a grupos
oprimidos. Se verá ahora con más claridad por qué dijimos que consi-
derar la Cruz como gracia apunta a un proceso que requiere profundi-
zación y personalización. Nunca es algo superficial ni evidente.
Y, por lo mismo, esta experiencia se convierte en verdadero en-
cuentro con el Señor. Como ha escrito recientemente Joseph Ratzinger,
para la experiencia cristiana la contemplación no consiste en estar a so-
las con el Solo ni en ascender a la esfera divina. La novedad de la mís-
tica cristiana consiste en que «el ascenso a Dios se produce precisa-
mente en el descenso del servicio humilde»14. Por ello podemos afir-
mar con verdad algo tan escandaloso y revolucionario como que «la
zarza ardiente es la cruz»15.

13. James ALISON, Faith Beyond Resentment: Fragments Catholic and Gay,
Crossroad, New York 2001, especialmente el capítulo 5, pp. 105-124.
14. Joseph RATZINGER (Benedicto XVI), Jesús de Nazaret. Primera Parte: Desde el
Bautismo a la Transfiguración, La Esfera de los Libros, Madrid 2007, p. 124.
15. Ibid., p. 404. Hay resonancias sugerentes con otra potente expresión para la
espiritualidad en los contextos de exclusión social: «Bruselas [es] la zarza
ardiente de la Presencia de Dios», en Josep M. RAMBLA BLANCH, SJ, Dios, la
amistad y los pobres. La mística de Egide van Broeckhoven, jesuita obrero, Sal
Terrae, Santander 2007, p. 230.
sal terrae
LA BUENA NOTICIA DE LA CRUZ PARA LOS CRUCIFICADOS DE NUESTRA HISTORIA 231

Dos imágenes para terminar

Terminamos ya. Y lo haré de una manera más visual, aludiendo a dos


conocidas imágenes de la Cruz que recogen mucha vida junto a los
crucificados de la historia y que, al mismo tiempo, ofrecen una verda-
dera buena noticia para ellos.
En primer lugar, me refiero al dibujo realizado por Carlos de
Foucauld: la Cruz clavada en el corazón, o el corazón del que brota la
Cruz, junto con las palabras Iesus Caritas. Con el paso de los años se
ha convertido en símbolo de cercanía y compromiso junto a los cruci-
ficados de nuestra historia y en expresión de la buena noticia compar-
tida con ellos. Esta corriente espiritual ha subrayado especialmente la
inculturación radical en contextos culturales minoritarios16. Así expre-
sa la solidaridad con tres de los rostros de la opresión que vimos como
nuevas llagas de Cristo: marginados, despojados del acceso al poder,
víctimas del imperialismo cultural. Posiblemente sean los migrantes
quienes, entre nosotros, plasmen con más claridad esta sangrante llaga
del Cuerpo de Cristo.
La segunda imagen fue asumida hace ya tiempo como logotipo de
los Comités de Solidaridad Monseñor Óscar Romero, que se extienden
por casi toda la geografía mundial (veinticinco de ellos en territorio es-
pañol). Representa un campesino crucificado, y en él quedan incorpo-
radas las mayorías campesinas de nuestro mundo que también sufren
las consecuencias de la injusticia que crucifica. Recogemos así otras
dos caras de la opresión, que son otras tantas llagas de Cristo: la ex-
plotación y la violencia. También ahí se hace presente la buena noticia
de la Cruz para los crucificados.
En Malawi, en Málaga. En las mayorías populares, en todo tipo de
minorías. En lo estructural, en lo personal. Por la fuerza del Señor Cru-
cificado-Resucitado, descubrimos las bienaventuranzas cruciales que
nos abren a una esperanza cruciforme.

16. Véase, por ejemplo, Angelika DAIKER, Hermanita Magdeleine. Vida y espiri-
tualidad de la fundadora de las Hermanitas de Jesús, Sal Terrae, Santander
2003.
sal terrae
ST
EDITORIAL

Apartado 77 39080 Santander ESPAÑA

EDAD
NOV

ANSELM GRÜN
Despreocúpate.
Sencillamente, vive
136 págs.
P.V.P. (IVA incl.): 11,00 €

«Incluso una puerta pesada no tiene necesidad más que de una peque-
ña llave». La frase de Charles Dickens puede aplicarse a las palabras de
Anselm Grün, que son como una llave que abre algo en nuestra alma.
Despejan un espacio de libertad para mí y para los demás. Vivir, senci-
llamente, satisfacción y claridad: he ahí un camino hacia la armonía in-
terior que no sólo me vivifica a mí, sino también a la comunidad.
Olvida tus preocupaciones y deja de dar vueltas en torno a ti mismo.
Entonces el mundo entero te pertenece. Todo se convierte en un regalo.
Y la vida pasa a ser un lugar para el agradecimiento.
RINCÓN DE LA SOLIDARIDAD
ST 96 (2008) 233-238

Misión a la «intemperie»:
Equipo Itinerante de la Amazonía
Fernando LÓPEZ SJ*

«Todos los lugares donde se aprende están a la intemperie


(en las “fronteras”)»
(José Luis Gallero)

En estos 22 años de inserción en Suramérica, la experiencia del Equi-


po Itinerante en la Amazonía ha supuesto uno de los mayores desafí-
os que me ha tocado vivir y una experiencia de misión como jesuita
radicalmente nueva: adentrarme en la experiencia de una misión más
a la intemperie, más despojada, sin las seguridades de las fuertes y po-
derosas estructuras en las cuales y para las cuales, en general, fuimos
formados.

Misión a la intemperie

Cuando llegué a Manaus (octubre de 1998), corazón de la Amazonía


brasileña, el P. Claudio Perani, SJ (primer Superior Regional Jesuita)
me hizo la propuesta de formar parte del naciente Equipo Itinerante
(enero de1998), con dos compañeros que ya estaban en él, el P. Albano
(periferias urbanas) y el P. Paulo Sergio (ribereños). Al final de 1998
se integró la Hna. Arizete, CSA, amazónida de origen indígena. Juntos
organizamos el sub-equipo indígena del equipo itinerante.

* flopez@argo.com.br
sal terrae
234 FERNANDO LÓPEZ, SJ

Tengo que reconocer que con la propuesta de formar parte del


equipo itinerante se me encogieron las entrañas. Si ya era un enorme
desafío trabajar con un pueblo indígena, ¡cuánto más no lo sería con
varios pueblos en una propuesta itinerante...! Todo era nuevo para mí:
la Amazonía, las dimensiones gigantescas de los ríos y la selva, la pro-
puesta metodológica de servicio itinerante, esa misión más a la intem-
perie, sin estructuras pesadas que dan estabilidad y seguridad, etc. Por
eso le pedí al P. Claudio que me diera un mes para rezar, consultar y
discernir la propuesta. En aquel mes, gran parte de mi oración diaria
fue pedirle fuerzas a Dios para abrir sin miedo el mapa de la Amazonía,
contemplarlo y acogerlo con paz, serenidad y gozo. Y Dios, que es fiel,
así me fue ayudando. Con todo, los dos primeros años de participación
en el equipo fueron de oscuridad y crisis, ya que tuve que de-construir
mis esquemas metodológicos, mis certezas, mis niveles de control so-
bre la realidad (ella me controlaba y limitaba), mis seguridades, etc.
Sentía una fuerte invitación a enterrarme, a salir más a la intemperie, a
ponerme más «a tiro de Dios», para que Él hiciera germinar las nuevas
semillas. El miedo a no germinar y pudrirme debajo de la tierra tam-
bién era fuerte. Fue fundamental para no desistir el acompañamiento
de los compañeros del equipo en aquellos dos primeros años.

Discernimiento:
bajar al encuentro y la escucha de los pobres y excluidos

Al inicio del Equipo Itinerante fue fundamental el impulso, coraje y li-


bertad de espíritu del P. Claudio. Teniendo apenas 20 jesuitas en el
DIA, liberó tres para el equipo diciéndonos: «Dedíquense a andar por
la Amazonía. Visiten las comunidades, las iglesias locales, las organi-
zaciones... Observen todo cuidadosamente y escuchen atentamente lo
que el pueblo dice: sus demandas y esperanzas, sus problemas y solu-
ciones, sus utopías y sueños. Participen de la vida cotidiana del pue-
blo. Observen y registren todo. Anoten lo que el pueblo dice, sus pro-
pias palabras. No se preocupen por los resultados. El Espíritu irá mos-
trando el camino».
Claudio, abriendo el mapa de la Amazonía, con una gran sonrisa
concluyó: «¡Comiencen por donde puedan!».
sal terrae
MISIÓN A LA «INTEMPERIE» 235

Después de cada itinerancia, cada dos meses nos sentábamos a


compartir lo vivido en nuestras «bajadas» al encuentro de Dios en los
pequeños de la Amazonía y a discernir los próximos pasos a dar a par-
tir de las demandas de las comunidades y de los datos recogidos en los
viajes. Así, poco a poco fuimos encontrando las trillas por donde el
Señor nos invitaba a adentrarnos para prestar nuestro pequeño servicio
a los pueblos amazónicos.

Itinerancia, estructuras leves, mediaciones pobres y reciprocidad

Jesús no desarrolló su misión en un lugar fijo o a partir de una plata-


forma institucional fija como, por ejemplo, la sinagoga. El fundamen-
to del proyecto está en el modo itinerante de Jesús itinerante (de aldea
en aldea) de vivir y anunciar el Reino y su Justicia: «Jesús andaba por
ciudades y aldeas anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Los
discípulos y algunas mujeres iban con Él» (Lc 8,1).
Jesús fue muy claro en el modo en que sus discípulos y discípulas
debían ir para prestar ese servicio itinerante en la misión: no cargar con
muchas cosas, comer de lo que les dieran, dormir en las casas de la
gente de las comunidades, etc. (cf. Lc 10,1s). Ligereza de equipaje y
estructuras leves son condiciones fundamentales para poder prestar ese
servicio itinerante a las comunidades. Las estructuras leves, además de
facilitar las itinerancias, no crean una amenaza para los otros ni gene-
ran con tanta facilidad falsas expectativas y procesos de dependencia.
El equipo no tiene barco propio, ni muchos recursos materiales ni
económicos. En nuestras andanzas llevamos nuestras mochilas con al-
go de ropa y algunos materiales de trabajo. En general no llevamos
comida. Así nos obligamos a depender de las comunidades, a necesi-
tar de ellas para comer, dormir, ir y venir de un lado para otro. Eso nos
obliga a bajar al encuentro del otro, en relaciones de mutua ayuda, de
reciprocidad.
También nos inspiró en el proyecto la vida de los primeros jesui-
tas. Discurrían por el mundo como «caballería ligera» y «peregrinos en
misión». Hasta llegar a la Amazonía, nunca pensé que pudiera vivir co-
mo jesuita aquella experiencia de los primeros compañeros, servidores
itinerantes. Ellos tenían una gran movilidad por Europa, sirviendo a la
sal terrae
236 FERNANDO LÓPEZ, SJ

Iglesia como teólogos, dando catequesis a los niños y durmiendo en los


hospitales. O como los primeros compañeros misioneros en Asia y en
América, infatigables misioneros itinerantes. Samuel Fritz, SJ y los
primeros compañeros que llegaron a la Amazonía en el siglo XVII, in-
cansables, recorrían en canoa, a vela y a remo, subían y bajaban el «río
mar», del Atlántico a los Andes, visitando, acompañando y sirviendo a
los pueblos indígenas de la región, de aldea en aldea. Si hoy, con todos
los medios disponibles, es dificilísimo llegar a muchas regiones ama-
zónicas y desarrollar la misión, ¡qué no sería en aquella época!
En las itinerancias durante semanas por los ríos y selvas, de aldea
en aldea, a la noche evaluando el día, rezando y contemplando las es-
trellas, meciéndome en la hamaca y al murmullo del arroyo, muchas
veces me acuerdo de aquellos primeros compañeros, «misioneros a la
intemperie», gigantes espirituales. Les pregunto cómo ellos, sin apenas
recursos, no se encogían frente a los grandes desafíos de la época. Les
pido que nos den coraje y nos animen a abrirnos al Espíritu para gas-
tar y comprometer nuestra vida por el Reino y su justicia, con los po-
bres y excluidos, en el jardín de la Amazonía y con sus ancestrales jar-
dineros (pueblos amazónicos), cuyas vidas están cada vez más amena-
zadas por la muerte temprana e injusta que les impone el modelo eco-
nómico neoliberal de desarrollo, consumista y depredador, mercanti-
lista, en el que todo y todos somos pura mercancía.

Sumando: un espacio interinstitucional de servicios

El Proyecto Itinerante está abierto a laicas y laicos, religiosas y reli-


giosos de distintas congregaciones, presbíteros y otras personas que
quieran sumar fuerzas con los marginados urbanos, ribereños e indíge-
nas de esta inmensa Amazonía. Las personas participan del proyecto
enviadas por una institución que, además, contribuye con la sustenta-
ción del mismo. Así el Equipo Itinerante se comprende como un espa-
cio interinstitucional de servicios.
«Cuando somos frágiles, somos fuertes». La pobreza nos abre a la
novedad. El hecho concreto de ser apenas un puñado los jesuitas que
llegamos a la Amazonía («Mínima Compañía») y ser los últimos que
llegamos (1995), nos abrió a la interinstitucionalidad. Frente a los gi-
sal terrae
MISIÓN A LA «INTEMPERIE» 237

gantescos desafíos de la Amazonía, la interinstitucionalidad es funda-


mental. Ella nos permite sumar fuerzas, tener una mirada más amplia
sobre la compleja realidad y servir con mayor integralidad a las nece-
sidades de las comunidades.
Ya en el mismo año de nacimiento del Equipo Itinerante (1998) co-
mienza la participación interinstitucional con las Cónegas de San
Agustín. En el año 2000, cuando comienza la comunidad itinerante en
Manaus, ya forman parte del equipo 4 instituciones: se suman las Hijas
del Sagrado Corazón de Jesús y una voluntaria laica de una diócesis
del sur de Brasil.
En el año 2003 vivimos un momento muy interesante en el en-
cuentro interinstitucional con nuestros responsables institucionales. El
equipo itinerante les propuso abrir un nuevo núcleo en el alto río
Amazonas, en la triple frontera Brasil-Perú-Colombia, donde los pro-
blemas son más graves. Las instituciones reaccionaron inicialmente di-
ciendo que no tenían ni personas ni recursos... Gracias a Dios, la Hna.
Elisabet, FSCJ tuvo una intervención profética invitando al grupo a su-
mar: «Yo tengo pocos recursos humanos y económicos, pero puedo
ofrecer una hermana. Si otros suman, podemos enfrentar el desafío».
Y así iniciamos el trabajo en la triple frontera con cuatro personas de
cuatro instituciones diferentes: una Hija del Sagrado Corazón de Jesús,
un Hermano Marista, una laica del CIMI y un jesuita. ¡Fantástico!
La interinstitucionalidad es una novedad, un signo de los nuevos
tiempos. Pero tenemos que reconocer que todos estamos aprendiendo.
Nuestra experiencia personal e histórica no es interinstitucional, es
muy centrada en nuestra institución. «Interinstitucionalidad» significa
desempoderarse institucionalmente para empoderarse interinstitucio-
nalmente. Es valorar, apoyar y defender más lo común (interinstitucio-
nal) que lo propio (institucional). Y esto nos cuesta mucho. Estamos
aprendiendo. Es una enorme experiencia de aprendizaje el hecho de
compartir distintas espiritualidades, recursos humanos y económicos...
Es todo un desafío, para el que no fuimos formados. Normalmente,
uno siente la tentación de hacer al otro a su imagen y semejanza, que-
rer que el otro sea como uno mismo y, así, deje de ser y contribuir des-
de su riqueza y diferencia. La Trinidad ha sido y es una fuente de ins-
piración en esta línea: vivir la unidad en la diversidad.

sal terrae
238 FERNANDO LÓPEZ, SJ

Espiritualidad Itinerante

Viviendo con la mochila a la espalda durante ocho meses al año, tam-


bién sentimos la necesidad de explicitar algunos rasgos de la «espiri-
tualidad itinerante» que íbamos viviendo y nos daba soporte: «Itinerar
interna y geográficamente, dejándonos conducir por la brisa del
Espíritu de Dios, discerniendo su Voluntad, en el cotidiano de la vida
de los pobres, diferentes y excluidos». Una espiritualidad que supone
«salir de sí para bajar al encuentro y al servicio de los otros, movili-
dad y levaza, complementariedad y corresponsabilidad, inculturación,
diálogo intercultural e interreligioso, amistad, solidaridad y fraterni-
dad, buen humor para reírse de las limitaciones propias y de los
otros». Intentamos vivir una «espiritualidad de fronteras» que parte del
«estar con». Estar con los otros, predilectos del Padre, donde está real-
mente presente el Otro: «Estar con quien nadie quiere estar, estar don-
de nadie quiere estar y estar como nadie quiere estar» (P. Pepe H., SJ).

Perspectiva: las fronteras amazónicas

Como perspectiva del proyecto, pensamos ir regionalizando pequeñas


«células itinerantes» en las fronteras de los países amazónicas, por ser
éstas lugares estratégicos donde las heridas están más abiertas y se
abren nuevas y creativas posibilidades de servicio. En concreto, además
de los núcleos Manaus y de la triple frontera Brasil-Colombia-Perú, en
el Alto río Solimões (o Amazonas), estamos también colaborando en la
triple frontera Venezuela-Guayana-Brasil y comenzando a visitar la tri-
ple frontera Bolivia-Perú-Brasil para ver posibilidades de abrir otro nú-
cleo del equipo en un futuro próximo, dependiendo de las nuevas insti-
tuciones interesadas en la región. Y siempre en la perspectiva del servi-
cio a los otros: apoyar y servir a las iglesias, organizaciones y comuni-
dades urbanas, ribereñas e indígenas de la región, intercambiando ex-
periencias, creando redes de solidaridad y «tejiendo las fronteras».
Como dice el trovador popular de estos ríos: «Sueño que se sueña
solo no llega a nada, pero sueño que se sueña juntos se convierte en rea-
lidad». Y parafraseando al poeta: «Peregrino, no hay camino, se hace
camino al peregrinar». Y todo peregrino vive su misión a la intemperie.
¡Vengan, a remar con los pueblos de la Amazonía, a la intemperie!
sal terrae
COLABORACIÓN
ST 96 (2008) 239-242

Contemplar al Crucificado
Jesús GARCÍA HERRERO*

En el curso pasado, al programar las actividades cuaresmales en la Pa-


rroquia, caíamos en la cuenta de que las charlas atraen a unas 35 perso-
nas, y pretendíamos llevar el mensaje central de la Cruz a un círculo
más amplio. Con ese objetivo, programamos un Recital poético musi-
cal que incluía proyección de imágenes, meditación, lectura de poemas
y canciones, y al que asistieron 200 personas. Por otro lado, hicimos
una campaña en las Misas para animar a entronizar la imagen del
Crucificado en un rincón significativo del hogar familiar y, además, re-
galar esa imagen a familiares, amigos, vecinos. Como final de esa sen-
sibilización, hicimos una Bendición solemne de esas imágenes en todas
las misas de un domingo; la respuesta fue sorprendentemente positiva.
Para facilitar iniciativas similares recogemos aquí el esquema re-
sumido del Recital. Si algún lector está interesado, podemos hacerle
llegar los textos completos.

Recital poético musical: «Contemplar al Crucificado»

Saludo
Sed bienvenidos todos a este Recital, «Contemplar al Crucificado», en
el que vamos a acercarnos a este misterio a través de las imágenes
(Cristos, Calvarios, Dolorosas...) que, mediante el visor de nuestros

* Miembro del Consejo de Redacción de Sal Terrae. Párroco de «La Cena del
Señor». Madrid. <jesuscena@telefonica.net>.
sal terrae
240 JESÚS GARCÍA HERRERO

ojos, se nos graban en el alma y se hacen carne en nuestro interior; tam-


bién mediante la reflexión, testimonios, poemas y cantos. Genera-cio-
nes enteras han contemplado, con los ojos del alma su propio sufri-
miento en Aquel que encarna todos los sufrimientos. En palabras de
García Lorca, «...y por eso todos los cristos son el hombre crucificado».
El Cristo crucificado abraza todo lo que somos, todo lo que anhe-
lamos ser, todo lo que nos avergüenza haber sido.

a) En primer lugar dejamos que resuene en nuestro interior el grito de


estos POEMAS: «Buscando luz» (Carlos Bousoño), «Hazme una
cruz sencilla, carpintero» (León Felipe) y «Cristo del Calvario»
(Gabriela Mistral).
b) Ahora, nos dejamos iluminar por esta REFLEXIÓN sobre los interro-
gantes, los destellos de luz que arroja el símbolo del crucificado.

Meditación ante la cruz


¡Cuán complejo resulta el misterio de nuestro vivir....! Anhelamos «ser
felices», y apenas lo atisbamos en momentos puntuales; rehuimos el
sufrimiento, pero éste se adhiere con demasiada frecuencia a nuestra
carne.
Hay palabras que nos dan miedo, y una de ellas es «dolor».
«Dad palabras al dolor», decía Shakespeare, «porque la desgracia
que no habla murmura en el fondo del corazón hasta que quiebra». Hay
tantas experiencias profundamente humanas que nos perderíamos si no
estuviésemos dispuestos a asumir el dolor: amar a otra persona, ser pa-
dres, mirar a los ojos del que sufre...
Decía Dante: «quien sabe del dolor, todo lo sabe».
Estamos demasiado acostumbrados a ver la cruz como símbolo
que adorna nuestros templos, nuestras casas, a veces también nuestro
pecho. Necesitamos redescubrir el sentido profundo de la cruz, mirar
al Crucificado con los ojos del corazón. Entonces nos encontraremos,
al fondo, con los dolores que nos aquejan: la angustia del hijo que se
nos pierde, el fracaso del amor que se desmorona, el rostro contraído
de todos los crucificados... Y resonará en nosotros el canto de Isaías:
«Él cargó con todas nuestras culpas y delitos».
El grito y el silencio de la cruz ratifican que nos está permitido pre-
guntar y dudar, porque Dios se ha hecho solidario de nuestras dudas.
sal terrae
CONTEMPLAR AL CRUCIFICADO 241

Creer en el Dios débil del Crucificado nos enseña a ver el mundo des-
de los crucificados y nos impide pasar de largo a su lado.
Mas la cruz de Cristo está iluminada por el fulgor de la Resurrec-
ción. Esa luz del crucificado irrumpe en nuestras vidas; seamos profe-
tas, vigías que velan por la vida, que sostienen la esperanza.
Muerte y vida están entretejidas,
se hiende la tiniebla y zigzaguea el rayo de luz,
la noche engendra el día, las zarzas también tienen flor;
del grano brota la espiga; en el monte calvario apunta el Tabor.
El siervo crucificado es ensalzado como Cristo Señor.
Las muertes de cada día son semilla de Resurrección.
c) La Cruz tiene su contrapunto en la Madre dolorosa en pie ante su
hijo crucificado. En esa imagen doliente se siguen identificando las
mujeres, las madres que permanecen junto al ser querido clavado
en el sufrimiento.
Vamos a escuchar el Stabat Mater, un himno medieval asociado a
las Estaciones de la Cruz, con música de Pergolesi, en la voz de Henar,
acompañada al órgano por Sandra.
d) Estos personajes del Crucificado, de la Dolorosa, caminan por
nuestras calles, acunados por las lágrimas, saetas y tambores en las
procesiones de Semana Santa en nuestros pueblos y ciudades.
Escuchamos este testimonio de Maribel sobre su vivencia de la
Semana Santa sevillana.
e) Ese Cristo que sale en procesión hace pueblo. Congrega y acom-
pasa el paso de muchos por las calles de todos. Hace su Viacrucis
y el nuestro. Suscita en quienes lo contemplan con los ojos del al-
ma las lágrimas, el rezo y, a veces, el grito expresado en forma de
«saeta», como ésta que canta ahora Tere.
f) ¿Cómo afrontar la cruz de la enfermedad, cuando nos aprieta y se
agarra a nuestra propia carne? José-Antonio, que lleva años mar-
cado por fuertes dolencias, nos confiesa sus momentos duros, sus
compases de esperanza.
g) Grandes compositores han abordado en sus obras musicales más
famosas el misterio de la Cruz de Jesús. Entre ellos, Händel, naci-
sal terrae
242 JESÚS GARCÍA HERRERO

do en Alemania en 1685. A sus 55 años, después de una carrera ful-


gurante, vive una crisis existencial muy profunda. El 21 de agosto
de 1741, en Londres, regresó a su casa después de una breve sali-
da sin rumbo y agotado por el calor insoportable. Sobre su escrito-
rio encontró un paquete que el poeta Jennens le enviaba con una
nueva composición y con el ruego de que «el gran genio de la mú-
sica se apiadase de sus palabras y, prestándoles las alas de las no-
tas musicales, las transportase a la eternidad». Händel acercó el
candelabro al texto y leyó el título: «El Mesías», y a continuación
las primeras frases: «Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro
Dios; habladle con palabras tranquilizadoras». Estas frases actua-
ron como un sortilegio: eran la respuesta divina que él esperaba.
Siguió leyendo, y oyó aquellas palabras convertidas en música,
suspendidas en las notas como un susurro impalpable; e impercep-
tiblemente la habitación resonaba con la música del universo.
Poseído de un impulso irresistible, comenzó a anotar la música; en
tres semanas no abandonó la habitación: cantaba, tocaba el clavi-
cordio, volvía a sentarse y seguía escribiendo hasta trazar la última
palabra, «AMÉN», en una escala sonora que ascendía hasta el cielo.

La Coral «Ciudad de los Poetas» va a resucitar para nosotros algu-


nos Coros de la segunda y tercera parte de esa obra.
Después de esta preciosa interpretación, finalizamos con dos
palabras:
La primera es: COMPASIÓN:
No hay dolor humano que no sea mi dolor.
No hay ojos que lloren sin que llore yo.
Mi corazón es lámpara fiel de todas las vigilias.
Nadie puede herirme sino de piedad y amor.
Yo soy todos, todos son yo.

Y la otra palabra, GRACIAS, a todos los que habéis hecho posible este
Recital.

sal terrae
«PALABRAS INCOMPRENDIDAS»
ST 96 (2008) 243-254

«Salvación»:
¿Quién nos librará de vivir
a medias?*
José María RODRÍGUEZ OLAIZOLA, SJ**

Vamos a Hola, encantado de conocerte. No nos han presenta-


do formalmente, así que te sorprenderá que te abor-
hablar de la
de con un tema tan solemne como la salvación. Y tal
salvación...
vez digas, «¡Pues vaya panorama...! Puestos a ha-
blar en plan sesudo, como que no hubiera otros asuntos más atracti-
vos...». Cuando se trata de profundizar en cuestiones significativas pa-
ra la vida, el abanico es enorme, y muchos temas son bastante llamati-
vos, al menos de entrada. Tú y yo podríamos hablar de sexo, de soli-
daridad, de valores, del ocio y sus alternativas, de la ciencia, de dine-
ro, del amor, de la familia y sus múltiples problemas; podríamos deba-
tir sobre alguna película cargada de mensaje o hablar acerca de algún
personaje popular y carismático. Si se tercia y te gusta, podríamos has-
ta discutir de política. Si optamos por cuestiones religiosas, también
podríamos encontrar un temario bastante amplio que suene al menos
más cercano: discutamos sobre la misa, sobre si los curas estamos o no

* Varias de las ideas que voy a formular aquí –en concreto, la sistematización de
las cuatro dimensiones de la salvación cristiana– las he desarrollado con más
amplitud en el segundo capítulo de Un mapa de Dios: en busca de las estruc-
turas de salvación, Sal Terrae, Santander 2006 (56-84). Dado el tono de estas
páginas y el género epistolar empleado, me remito a ese libro para el cuerpo
crítico del artículo, y opto aquí por una exposición lo más simple posible.
** Miembro del Consejo de Redacción de Sal Terrae. Trabaja en pastoral univer-
sitaria. Valladolid. <jmolaizola@yahoo.com>.
sal terrae
244 JOSE MARÍA RODRÍGUEZ OLAIZOLA, SJ

con los pies en la tierra, sobre las incertidumbres que a los jóvenes os
plantea la moral sexual, o sobre qué debe hacer la Iglesia con su dine-
ro. Hablemos sobre Jesús o sobre alguno de sus seguidores más signi-
ficativos. Discutamos sobre fe y ciencia, o sobre las distintas religio-
nes... Pero ¿hablar de la salvación? Entiendo que, de entrada, te suene
entre imposible, aburrido y ajeno. Intentaré explicarte por qué, en rea-
lidad, es algo bastante más cercano de lo que parece y tiene que ver con
lo más cotidiano de la vida.
Por cierto, perdona un comienzo tan abrupto. La cuestión es que
me han pedido que te explique qué significa, en cristiano, la salvación.
Creo que es tarea interesante, pero no es fácil lanzarse a esta cuestión
sin sonar demasiado dramático. Y, por otra parte, hoy no solemos tener
tiempo para preparar mucho el terreno. Hay que ganarse rápido al lec-
tor, que, si no, aparca la lectura hasta mejor ocasión (que rara vez lle-
ga). Así que, o consigo provocarte curiosidad en un par de párrafos, o
me temo que no llegarás a la próxima página.

A veces la Decimos los creyentes que Dios nos ofrece la sal-


vida parece vación. hablamos de Jesús como «el Salvador»...
amenazada Pero ¿salvarnos de qué?: ¿de peligros terribles?, ¿de
por mil amenazas poderosas que hacen tambalearse nuestra
frentes... seguridad?, ¿de la enfermedad?, ¿de la muerte?,
¿del hastío?, ¿de nosotros mismos?, ¿del infierno?...
Parece que cuando hablamos de salvarse tenemos que aludir a al-
guna amenaza. En realidad, la salvación cristiana es mucho más que
eso, pero empecemos por ahí. Son muchas las fuentes de zozobra en la
sociedad contemporánea. Cada persona tiene que hacer frente a algu-
nas, y varían dependiendo de la edad, del lugar donde te ha tocado na-
cer o vivir, de tu educación y de lo que subjetivamente te afecta... Hay
quien tiene que salvarse del hambre, de la violencia, de las diferentes
formas de explotación... Hay quien tiene que superar miedos que le pa-
ralizan; quien sufre el desamor que impide vivir con hondura; quien
padece el juicio o el prejuicio ajeno, que se convierte en losa que te
anula y te martiriza. Hay quien teme más que nada el dolor, la enfer-
medad o la muerte.
Todos tenemos nuestras batallas y nuestra porción de riesgo: el vie-
jo y el niño, el hombre y la mujer, el religioso y el laico, el creyente y
sal terrae
«SALVACIÓN»: ¿QUIÉN NOS LIBRARÁ DE VIVIR A MEDIAS? 245

el escéptico... Cada quien debe hacer frente a monstruos reales o ima-


ginarios, y en el horizonte de nuestros deseos aparece un espacio an-
helado en el que las cosas pueden estar bien, para uno mismo y para
todos los demás. Un espacio de seguridad, de plenitud, de salvación.

Pesadillas Hablemos un poco de ti, aunque no sé si acertaré


de los demasiado, porque tampoco todos los jóvenes sois
jóvenes iguales, y aunque la edad ayuda a intuir algunas co-
sas, luego cada persona es única; así que perdóname
si generalizo un poco. ¿Cuáles son tus monstruos? ¿Cuáles las incerti-
dumbres que te pueden? Déjame tantearte...
Quizá la soledad es una de esas primeras prisiones en las que no
quisieras verte encerrado jamás. Una soledad que, cuando eres joven,
te parece trágica. Aterra pensar en no encontrar el amor que te com-
plemente, no tener alguien con quien estar, en quien confiar, que te es-
cuche o se ría contigo.
¿Puede que te torture algo relacionado con la imagen? No sería de
extrañar, en esta sociedad nuestra obsesionada con la belleza y la línea,
y convencida de poder alcanzar la perfección a golpe de bisturí, estra-
tegias calóricas y cultivo de los músculos. ¿Te agobia acaso el espejo,
la báscula, o la mirada ajena, por más que te digas que no debería ser
así?
También puede ser que te horrorice el aburrimiento, el hastío.
Quizá vives deprisa, intentando exprimir al máximo los momentos,
porque te han dicho que hay que atrapar el instante y disfrutar la ju-
ventud mientras se pueda. Es un imperativo lo de pasarlo bien, y pare-
ce que lo contrario fuera una especie de fracaso personal. Y así, te afa-
nas por aprovechar todo en la vida: los amigos, los estudios, los cafés
en buena compañía, el deporte y las mil actividades que van saturando
tu agenda. Cualquier cosa, menos perder el tiempo.
O vives con grandes ideales, y lo que te asusta es terminar conver-
tido en una copia de tus padres, a quienes quieres mucho, pero cuyas
vidas te parecen más propias de otra generación (lo son, son de otra ge-
neración, y también a ti te tocará asentar a su debido tiempo, y ya se
verá entonces cómo...).
¿Te pesa la búsqueda de seguridades materiales? ¿Empiezas a pen-
sar con inquietud en cuándo podrás afianzar tu vida, cuándo tendrás un
sal terrae
246 JOSE MARÍA RODRÍGUEZ OLAIZOLA, SJ

trabajo indefinido, un sueldo fijo, unas condiciones que te permitan ad-


quirir estabilidad? La precariedad también nos asusta, ¿eh?
Quizá la enfermedad o la muerte no te pesan tanto, porque las ves
lejanas, si aún no te han tocado de cerca, y entran por el momento en
la sección de cuestiones que provocan «mal rollo» y de las que es me-
jor no hablar. O si, en cambio, te han rondado ya, te genera desazón la
falta de respuestas, y tienes sed de sentido.

La importancia ¿De qué manera la religión, o Dios, responde a es-


de tener tas cuestiones? ¿En qué sentido nos ofrece salva-
perspectiva ción? Creo que la clave está en que nos ayuda a mi-
rar nuestras vidas con más perspectiva. Y hoy en día
esto de la perspectiva es muy importante. Recuerdo una escena de la
película «La Reina de África». Un hombre y una mujer van tirando de
una barcaza que ha quedado atrapada en un pantano. Quieren llegar al
lago, pero no consiguen salir de ese interminable panorama de barro y
cañas. La película consigue transmitir la sensación de fatiga, el calor
sofocante, la incomodidad provocada por los mosquitos y las sangui-
juelas y la ya cercana rendición de los protagonistas. Hasta que, en un
cierto momento, la cámara, que ha seguido a ras de tierra la marcha del
barco, asciende lentamente, y advertimos, con sorpresa (y alivio), que
el lago está casi al alcance de la mano, que sólo tienen que virar lige-
ramente y aguantar un poco para llegar a ese espacio abierto. Y sabe-
mos entonces que lo van a conseguir y que todo va a estar bien. A me-
nudo pienso que en la vida (y en la fe) lo que necesitamos es perspec-
tiva para descubrir la salvación que ya está en torno. Eso no hace las
cosas más fáciles, ni las tragedias menos reales, pero aporta sentido.
Ahora entremos en materia. Hay dos cuestiones que son importantes.
Lo primero, si realmente necesitamos salvarnos (o ser salvados). Lo
segundo, por qué la fe puede ser una respuesta.
En cuanto a lo primero, ¿necesitamos salvación? Sí. Del mismo
modo que necesitamos alimento, bebida, aire o amor. Nuestra vida
puede llegar a ser plenamente humana, pero también puede quedarse
en un sucedáneo de esa humanidad. Por eso necesitamos algo (alguien)
que nos guíe para avanzar hacia ese horizonte en el que somos libres.
Esa fuerza es «salvación». ¿En qué sentido la fe trata de nuestra salva-
ción? La fe trata de la salvación porque nos empuja hacia la plenitud
sal terrae
«SALVACIÓN»: ¿QUIÉN NOS LIBRARÁ DE VIVIR A MEDIAS? 247

(salvación de la mediocridad), la felicidad (salvación de la infelicidad


–aunque no del sufrimiento), el sentido (salvación del vacío), la eter-
nidad (salvación de la muerte), la reconciliación y la justicia (salvación
de las rupturas que llamamos pecado) y el amor (que es la salvación de
la soledad más vacía que existe, la del no ser querido). Y todo eso lo
encontramos en Dios.

La perspectiva Veo que me miras un poco perplejo. ¿Piensas que


cristiana: estoy intentando engatusarte con palabras bonitas?
Dios nos ha Ser religioso no está demasiado de moda hoy día
creado para entre la juventud, quizá porque se ve como algo que
la salvación tiene que ver con cumplimientos, leyes, manda-
en el más mientos y prohibiciones, límites y capacidad crítica,
allá y en el exigencia, integridad, coherencia, una moral no
más acá siempre compartida... Incluso aunque uno tenga en
buena consideración algunos aspectos del compro-
miso de los cristianos, de ahí a tener una cosmovisión religiosa o a in-
terpretar la realidad en términos creyentes hay un abismo. Para muchos
jóvenes resulta algo muy ajeno. Y ya no hablemos de practicar.
¿Rezar? ¿Ir a misa los domingos? Lo dices en ciertos círculos, y te res-
petan o te interrogan con curiosidad, pero en todo caso resulta casi una
rareza.
No, no estoy intentando seducirte, presentando con palabras boni-
tas algo que en realidad ha de centrarse en cumplimientos y normas.
Lo que ocurre es que, mucho antes que plantear normas o reglas, el
cristianismo ofrece una manera de entender el mundo y la vida que gi-
ra en torno a la idea de salvación. Dios nos ha creado para salvarnos,
es decir, para que vivamos a fondo y alcancemos una plenitud que na-
die nos puede arrebatar (individual y colectivamente). La fe en la tras-
cendencia (o más allá) nos invita a pensar que dicha plenitud será de-
finitiva y eterna cuando nos asomemos a lo que llamamos «Dios». Eso
lo decimos conscientes de nuestra ignorancia al hablar del más allá, o
de lo que esté después de la muerte, y sabiendo que nuestra aparente
erudición es un balbuceo sobre esa plenitud intuida. Ahora bien, la sal-
vación no es únicamente algo que tenga que ver con otra vida (pues la
otra vida, en todo caso, comienza en esta). Y Dios, si es el Dios perso-
nal en el que creemos, nos ha creado para empezar a ser salvados en la
sal terrae
248 JOSE MARÍA RODRÍGUEZ OLAIZOLA, SJ

historia, es decir, en el aquí y el ahora (el más acá, para entendernos).


Esto nos permite, entonces, aventurar algunas ideas sobre lo que es vi-
vir esa salvación.
La salvación es algo que ya nos está pasando. A menudo, lo que
nos parece más presente y más fácil de detectar son los problemas. Yo
mismo he comenzado hablando de miedos y amenazas, de lo que nos
inquieta o agobia. Parecería que, por contraste, la salvación es algo que
alguna vez llegará, que hemos de construir, que pertenece al futuro y
todavía no está en torno. Pero ésa es la primera falsedad, porque ya al-
rededor nuestro, en nuestra propia vida, hay personas, acciones y si-
tuaciones que están transparentando y haciendo real dicha salvación.
¿Es cierto que también hay muchas realidades atravesadas por el pe-
cado o el mal? Sí, pero una cosa no niega la otra, pues el trigo y la ci-
zaña conviven en la misma tierra.

Las cuatro ¿Qué es, entonces, la salvación? Te decía hace un


dimensiones rato que no era únicamente la respuesta a lo que no
de la salvación funciona. Voy a intentar explicártelo con un poco
más de detalle. Intentaré presentarte cuatro imáge-
nes de lo que entendemos por «salvación cristiana». Decimos que es
salvación cristiana porque es en Cristo (el hombre que transparenta a
Dios o el Dios hecho hombre) en quien descubrimos con toda su hon-
dura cómo esas imágenes toman cuerpo y transforman las vidas. Y ha-
blamos de una salvación que ya afecta a nuestras vidas porque, cuan-
do uno vive esas experiencias de las que te voy a hablar, entonces su
vida es mucho más honda, más plena, más Vida.

I. Lo más evidente es hablar de la salvación como la reparación del


mal. Ése es el sentido que entendemos más fácilmente. Cuando te sien-
tes amenazado, o cuando se te tuerce la vida, deseas por encima de to-
do que algo o alguien te salve, que te saquen de los infiernos en que te
puedes haber metido o haber caído. Esos infiernos son distintos, están
hechos de incomprensión o de dolor, de relaciones personales destruc-
tivas, de exclusión y divisiones que dejan víctimas inocentes. Cuatro
conceptos expresan con enorme riqueza la reparación cristiana del mal.
En primer lugar, el perdón. El perdón, la misericordia, es la capaci-
dad de renunciar a la lógica de la venganza o el castigo, la decisión de
sal terrae
«SALVACIÓN»: ¿QUIÉN NOS LIBRARÁ DE VIVIR A MEDIAS? 249

seguir adelante con la vida sin anclarse en el rencor cuando alguien te ha


herido, y la capacidad de desear que quien te ha hecho daño pueda se-
guir con su vida, sin desearle mal. ¿A cuánta gente conoces incapaz de
perdonar? Seguro que a mucha. Y, sin embargo, también habrás experi-
mentado cómo el perdón, cuando se produce, es fuente de mucha vida.
El perdón conlleva la posibilidad de seguir adelante en la vida. Pero
si, además, el ofensor y el ofendido pueden volver a vivir juntos, o res-
tablecer la amistad que se truncó por algo, o dejar que las heridas cica-
tricen y ser capaces de continuar avanzando por la misma senda, en-
tonces hablamos de reconciliación. Decimos que la salvación cristiana
es reconciliación porque, si Dios nos creó para el bien, lo cierto es que
el ser humano es capaz de darle la espalda a Dios y su proyecto. Y, sin
embargo, nuestra fe nos dice que Dios no cierra las puertas ni vuela los
puentes, sino que nos ofrece, una y otra vez, una mano tendida para
continuar camino con Él. Si alguna vez has vivido la experiencia de re-
conciliarte con alguien a quien quieres, tras alguna discusión o ruptura
fuerte, entenderás por qué digo que la reconciliación salva.
Hay otro tipo de mal que oprime y arruina las vidas. Hablamos de
heridas que nos atraviesan. ¡Son tantas las personas golpeadas en nues-
tro mundo...! Seguro que tú conoces a bastantes jóvenes que viven con
daños profundos. Tal vez esas heridas no sean visibles y tienen muchos
nombres: rechazo, incomprensión, miedo, inseguridad, culpa, escepti-
cismo, apatía, fracaso... La salvación cristiana tiene mucho de sana-
ción de esas heridas. ¿Cómo se sanan? Pues a veces acompañándolas,
exponiéndolas, pidiendo o dando ayuda... Jesús pasó por el mundo to-
cando a los heridos de su tiempo y devolviéndoles la dignidad. En la
vida todos podemos sanar y ser sanados.
Por último, hay otros males atroces. No tienes más que ver un te-
lediario. Se llaman hambre, exclusión, guerra, violencia... Oprimen a
las personas, las encierran en celdas más inaccesibles que las de una
prisión. Pues bien, el evangelio ofrece caminos para la liberación de
quienes se encuentran en esas situaciones. Liberación interior y exte-
rior. Que es, para unos, anhelo y urgencia; y para todos, tarea.
Cuando antes te preguntaba por tus posibles incertidumbres, inten-
taba prepararte para lo que el mensaje cristiano tiene de buena noticia.
Dios nos puede liberar de esas cadenas, puede sanar las heridas que su-
puran y nos hacen tremendamente desgraciados, perdona el mal que
hemos podido hacer y nos tiende una mano para seguir caminando re-
sal terrae
250 JOSE MARÍA RODRÍGUEZ OLAIZOLA, SJ

conciliados. Esa buena noticia es salvación. Y como nosotros somos


imagen de Dios, podemos hacer lo mismo con otros.

II. Hay una segunda dimensión de la salvación que no tiene que ver
necesariamente con la reparación de lo que no funciona. Llamaré a esa
segunda dimensión el horizonte del bien. Hoy en día es difícil una jus-
tificación comúnmente aceptada de en qué han de fundamentarse los
valores. Pero lo que sí es cierto es que cuando hablamos del bien, de la
justicia, de la libertad o de la dignidad de las personas, estaremos de
acuerdo en que es algo deseable.
Esos principios pueden guiar nuestras actuaciones, pueden poner en
las vidas un horizonte hacia el que caminar. Se convierten en deseo
cuando están ausentes, y en aliciente si están presentes. Pues bien, des-
de la fe dichos valores se fundamentan en lo que entendemos que es
Dios, que es el bueno, justo y fuente de libertad y dignidad. Lo que
quiero decirte es que el único motivo para perseguir ciertas metas no es
que algo falla y que, en consecuencia, hay que arrimar el hombro para
arreglar los desaguisados (propios o ajenos). También es un motor muy
fuerte el tener ideales, principios que te ayuden a abrazar y definir lo
que merece la pena, a ir creando y construyendo realidades valiosas y a
darle la patada a lo que no sirve en la vida. Dios salva en la medida en
que pone en nuestras vidas un horizonte de bien como posibilidad.

III. Si hay algo que defina a Dios, es que Dios es amor. Y el amor
(Dios) salva. Hoy se habla de tantas cosas que se definen como amor
que a veces habría que dejar en el congelador el término por una tem-
porada, para despojarlo de significados superfluos. Sobre el amor can-
ta Britney Spears, escribe Ken Follet, desvaría María Patiño y, si me
apuras, discursea algún político en un alarde poético. Lo escriben los
adolescentes en las carpetas (y hoy en los nick del Messenger, en fra-
ses solemnes que quieren definir lo que uno es). ¿Y quién no busca el
amor?
La cuestión es que no todos entendemos lo mismo cuando habla-
mos del amor. Hay quien lo entiende como posesión, otros como dis-
frute (a veces muy exclusivamente asociado al placer físico); hay
quien define la búsqueda del amor como la necesidad de alguien que
te haga feliz, que te quiera, y hay también quien piensa que el amor es
sólo ese tiempo primero de pasión romántica, cuando el sentimiento es
sal terrae
«SALVACIÓN»: ¿QUIÉN NOS LIBRARÁ DE VIVIR A MEDIAS? 251

como una avalancha que se lleva por delante todas las prudencias y los
miedos.
El amor que salva, en cristiano, es el amor que es Dios, y es dife-
rente de los anteriores. Si llegas a asomarte a él, entonces te colma de
un modo único. Ese amor tiene una serie de rasgos que lo hacen her-
moso, insuperable y exigente. Si queremos entender lo que es el amor
cristiano, tendremos que preguntarnos cómo ama Dios. El amor de
Dios es gratuito –se da sin condiciones ni tarifas, no hay que ganárse-
lo; es fiel, o sea que no se va a cansar de nosotros; es lúcido, pues Dios
nos conoce y, por imposible que nos parezca, nos quiere como somos,
con nuestras flaquezas y fortalezas. Y al tiempo es altruista, porque
quiere de verdad lo bueno para nosotros. Es un amor radical, porque
quien ama así ama desde las entrañas y pone en juego toda su vida (eso
es, en definitiva, la encarnación de Dios: poner su vida en juego al
amar al ser humano). Es eterno, y eso impresiona, hoy que pocas co-
sas pueden durar para siempre. Es fecundo, en el sentido de que se con-
tagia, y quien se deja seducir por esa forma de amar termina generan-
do en torno mucha vida, mucha alegría y mucha esperanza. Y es uni-
versal, pues Dios ama a todos, aunque con la peculiaridad de que se es-
tremece más con quienes más heridos están por la vida: con los pobres,
los pequeños, los desvalidos...
Puedes decir que está difícil lo de encontrar un amor así. Fácil, lo
que se dice fácil, no es; pero está ahí. Nuestra fe nos habla de un Dios
que nos quiere así. Pero, además, en el Dios hecho hombre, Jesús, des-
cubrimos que ese amor es posible para el ser humano. Y, por último,
hay gente que sí transparenta ese amor cristiano. Gente que ama con
ese grado de gratuidad, fidelidad y radicalidad. Madres y padres, ami-
gos, parejas, hijos... gente que da (se da) sin condiciones ni negocia-
ciones; gente que parece siempre dispuesta a acoger, a incluir a todos,
a trabajar por el bien de otros, a hacer de sus días una semilla de vida.
Atreverse a amar de esa manera quizás asusta, pero, sin duda, convier-
te la propia vida en un hogar bien poblado. Y eso salva.

IV. Por último, quisiera contarte que la salvación es la lógica de Dios,


la lógica pascual. Si antes decíamos que Dios es Amor, ahora quisie-
ra que intentaras entender cómo actúa Dios, su sorprendente vuelco de
las categorías de este mundo. Cuando hablo de lógica, me refiero a la
manera en que funcionan las cosas. Y sospecho que vivimos en un
sal terrae
252 JOSE MARÍA RODRÍGUEZ OLAIZOLA, SJ

mundo donde aparentemente vencen los fuertes, los duros y los pode-
rosos. Un mundo donde parece que hay que ser un poco egoísta para
triunfar, o un poco escéptico para no desesperarse. Seguro que estas
frases te resultan familiares: «Ande yo caliente, ríase la gente». «El
que pega primero pega dos veces». «No hay que ser bueno, que te to-
man por tonto». «Nadie da nada por nada», o «Hay que mirar primero
por uno mismo»...
Hay tres lecciones que parecen sólidamente arraigadas en la ma-
nera en que hoy se nos enseña a ver las cosas. Lo primero, se te insis-
te en que tienes que ser fuerte. Porque en este mundo hay que compe-
tir y, en consecuencia, siempre hay que estar comparándose, hay que
ser mejor que los demás, destacar, hacerse un curriculum excelente. Y
además hay que ser gente a quien le vaya bien, gente de éxito, no po-
bres fracasados. No sé si conoces la película Little Miss Sunshine. El
personaje del padre de familia, obsesionado con el éxito, reproduce
con patética insistencia esa convicción: «Hay que triunfar, destacar,
ganar el aplauso por las propias capacidades, para no engrosar las lis-
tas de derrotados de nuestro mundo».
Lección dos. Aunque hay un discurso políticamente correcto que
habla de la tolerancia, de la igualdad y hasta de la paridad, lo cierto es
que probablemente has ido descubriendo que en el mundo no somos
todos iguales. Como magistralmente se señala en la clásica antiutopía
de Orwell, Rebelión en la Granja, podría decirse que «todos somos
iguales, pero unos más iguales que otros». Se publica recientemente
que en España crecen los prejuicios, y que a estas alturas del siglo XXI
un 30% de los adolescentes echaría del país a moros y gitanos. No sé
qué fiabilidad tienen esas encuestas, pero lo cierto es que hay desi-
gualdades y etiquetas que marcan diferencias; y sigue habiendo ma-
chismo, racismo, xenofobia, homofobia y otras formas de intolerancia.
Seguimos catalogándonos y levantando muros que nos aíslan de quie-
nes sentimos extraños o diferentes.
Lección tres. La sabiduría es cuidar de uno mismo. Aquí los esló-
ganes publicitarios suelen proporcionar recetas infalibles: «Just Do it»
(Simplemente, hazlo); «Lo natural es cuidarse»; o «Porque tú lo va-
les»... Al final, la insistencia es en que uno viva atento a sí mismo.
Pues bien, esas tres lecciones las desarma la lógica de Dios. Digo
que es lógica pascual porque es la que aprendemos en la pascua, el pa-
so de Jesús por la vida, la muerte y la resurrección.
sal terrae
«SALVACIÓN»: ¿QUIÉN NOS LIBRARÁ DE VIVIR A MEDIAS? 253

Tres principios que encontramos encarnados en Jesús responderí-


an a esas lecciones volviéndolas del revés. Donde se te dice que hay
que ser fuerte para llegar alto, escuchamos que «la fuerza se realiza en
la debilidad» (2 Co 12,9). Donde se te enseña a discriminar, distinguir,
diferencia y etiquetar, se nos recuerda que a los ojos de Dios lo que hay
es una igualdad radical, y «ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre,
hombre ni mujer» (Ga 3,28). Por último, donde se te empuja a estar
siempre pendiente de ti mismo como el no va más del sentido común,
se nos recuerda la sabiduría de la cruz, «escándalo para los judíos y ne-
cedad para los gentiles, pero para los llamados un Cristo, fuerza de
Dios y sabiduría de Dios» (1 Co 1,23-24). Una sabiduría que dice que
lo más lúcido que uno puede hacer es comprometer su vida desde un
amor radical llamado, en primer lugar, a iluminar las vidas de los más
golpeados de nuestro mundo.
¿Dónde está la salvación aquí? En que, paradójicamente, la vida de
quien se atreve a avanzar por estos derroteros se descubre mucho más
profunda que la que reproduce aquellas otras lógicas egoístas. Uno
descubre que no importa la flaqueza –que es parte de la vida, porque
son Dios y su evangelio los que nos hacen fuertes, no para pisar, sino
para sujetar a quien está caído y apoyarnos unos en otros. Uno descu-
bre que cada ser humano merece respeto, y en ese proceso aprende a
respetar no sólo al prójimo, sino también a sí mismo. Y, finalmente,
uno descubre que la vida es para darla, para irla gastando y llenándola
de años, de historias, de nombres y de amor.
Cuando Jesús vivió con esta lógica de Dios, abrió definitivamente
la puerta para la salvación en este mundo. Y, aunque parezca imposi-
ble, al final esa lógica prevalecerá.

Al final, se Va llegando el momento de despedirme. Sospecho


trata de vivir que he querido contarte muchas cosas, y tal vez es-
como tés saturado. No pretendo con estas letras haber pro-
personas fundizado en todo (quizás en nada). Pero si han ser-
salvadas... vido para despertarte el hambre de conocimiento o
comprensión, habrá merecido la pena. Si ahora te
digo que Dios nos salva (también a ti), o si señalo que nos ofrece un
horizonte de salvación, espero que entiendas un poco más lo que quie-
ro decir. Y espero que quieras acoger y abrazar esa manera de actuar
sal terrae
254 JOSE MARÍA RODRÍGUEZ OLAIZOLA, SJ

de Dios. Porque al final se trata de tu vida, tus sueños, tus relaciones,


tu trabajo y tus compromisos. Se trata de cómo ves el mundo. Se trata
de vivir con mayúsculas, exprimir la existencia y descubrir tu hondura
y tus capacidades, tu dignidad y tu responsabilidad, a Dios y al próji-
mo. Que sepas vivir desde la lógica pascual, que lo vuelve todo del re-
vés para darle un sentido nuevo. Que disfrutes del amor verdadero, ese
que ya está derramándose sobre nosotros aunque no nos demos cuen-
ta. Que en tu horizonte esté el bien como bandera y como meta. Que
sepas y quieras luchar contra el mal que atenaza las vidas, armado con
entrañas de misericordia y reconciliación, para sanar al herido y libe-
rar al cautivo.
Para no descubrir, demasiado tarde, que la vida habría podido ser
otra cosa.

sal terrae
ST
EDITORIAL

Apartado 77 39080 Santander ESPAÑA

EDAD
NOV

ÉLOI LECLERC
San Francisco de Asís.
Exilio y ternura
168 págs.
P.V.P. (IVA incl.): 10,00 €

«En un mundo violento, erizado de muros y excavado con fosos, el uni-


verso de Francisco carecía de torreones y murallas. Pobre de bienes y
de poder, estaba en paz con todos, vivía como hermano de todos los se-
res, y a todos ellos miraba con respeto... Sus ojos habían llegado a ser
maravillosamente humanos... Su horizonte no era la cristiandad de su
tiempo, con sus fronteras que defender, sino Jesucristo, a quien amar, y
el ser humano a quien salvar». Éloi Leclerc sobrepasa el relato de los
acontecimientos para revelar la fuerza del Evangelio en la vida de un
ser humano y en los conflictos del mundo.
ST
EDITORIAL

Apartado 77 39080 Santander ESPAÑA

EDAD
NOV

JOHN POWELL
Amor incondicional.
El amor no tiene límites
104 págs.
P.V.P. (IVA incl.): 7,00 €

La verdad del amor es que constituye un profundo consuelo, pero tam-


bién un monumental desafío. Las personas con escasa capacidad para
las relaciones de amor tienen diez veces más probabilidades de ser con-
sideradas psiquiátricamente enfermas. La evidencia experimental de
los efectos discapacitadores de una vida sin amor se encuentra en la
consulta de todo psiquiatra: llena de niños y adultos sin conciencia de
su valor, sin sentido de identidad, llenos de odios y de miedos, y tortu-
rados por la ansiedad. El amor es costoso, pero las alternativas al mis-
mo son mortíferas.
ST 96 (2008) 257-263

LOS LIBROS
Recensiones
MAIER, Martin, SJ, Pedro Arrupe. Testigo y profeta, Sal Terrae,
Santander 2007, 108 pp.
Uno de los logros de Martin Maier, Francisco Javier, y marcó como mi-
jesuita alemán experto en la Teolo- sión de la Compañía el «compromi-
gía de la Liberación y gran admira- so por la fe y la justicia». Su mirada
dor de Arrupe, en este libro, es ya el universal le llevó a tender puentes
título: aparentemente tan sencillo, el entre culturas, de modo que pue-
autor saca la vena periodística para de considerársele precursor de la
condensar en tan sólo dos atributos globalización.
las claves de «una de las más impor- Los seis capítulos que confor-
tantes y conocidas personalidades man el libro de Maier desgranan, de
del posconcilio» (p. 10). Pedro Arru- forma organizada, esta semblanza de
pe fue testigo como pocos de su la vida, el pensamiento y la espiri-
tiempo y de la historia, de la realidad tualidad del que ha sido calificado
y la fragilidad humana –en las cárce- como «el más importante General de
les, en Hiroshima, en sus conflictos la Compañía de Jesús desde Igna-
como general de la Compañía...–, y cio» (p. 12). En menos de veinte pá-
también testigo inequívoco de Dios ginas se hace un recorrido histórico
ante los hombres –como evidencia la por la biografía del jesuita vasco,
anécdota del anciano japonés que, desde sus estudios de medicina y su
tras medio año de asistencia a sus vivencia de la pobreza y el dolor,
catequesis, no preguntaba nada; un hasta su ingreso en la Compañía, su
día, Arrupe se le acercó para ver si misión en Japón, la experiencia de
entendía: no le contestó, era sordo. la bomba atómica, su etapa como
«Cuando, más tarde, Arrupe logró General y, finalmente, sus últimos
dialogar con él, el buen anciano le años de enfermedad, tras su infarto
explicó: “Durante todo el tiempo le cerebral.
he estado mirando a sus ojos. No Cada uno de los capítulos si-
mienten. Lo que usted cree, lo creo guientes se conforma en torno a una
yo también”» (p. 29). de las grandes aportaciones del pen-
Y también fue profeta y, como samiento de Arrupe: Fe y Justicia,
todo profeta, polémico y contestado. Inculturación, Universalidad; o se
Descifrando los «signos de los tiem- construye alrededor de un tipo de
pos», Arrupe vio antes que muchos experiencia: Conflictos, Corazón es-
por dónde debían caminar la Iglesia piritual. Así organizado, el libro va
y la Compañía de Jesús, interpretó más allá de una biografía al uso y
los mandatos del Concilio y tradujo apunta más a poner remedio a su te-
a nuestros días con tino la espiritua- mor de que «la Compañía de Jesús
lidad ignaciana. Introdujo en la todavía no ha entendido todo de lo
Iglesia el concepto de «incultura- que Dios quiso hacerle partícipe por
ción», apuntado en su día por medio de Pedro Arrupe» (p. 10).
sal terrae
258 LOS LIBROS

Con un estilo ágil y claro, y man- lidad marcada por la profundidad en


teniendo el interés en todo momen- la relación con lo divino, la oración
to, el autor consigue hacer más cer- y la cercanía a Dios, y al mismo
cana y comprensible la figura de tiempo por la incesante actividad y
Arrupe. En una obra tan breve, con- el servicio a todos. En Arrupe, ade-
densa lo esencial, pero no agota ni más, esta realidad unísona confluye
mucho menos la mirada a este «san- en su etapa final, en la impotencia y
to» sin beatificar, como lo conside- la fragilidad extrema de una enfer-
ran muchos de los que le conocieron medad como la suya. Ante la Con-
y trataron con él. De esta forma, es gregación General XXXIII, que
capaz el libro de despertar la curiosi- aprobó en 1983 su renuncia como
dad del lector para acudir a otras general (ocho años antes de morir),
fuentes en busca de una profundiza- quiso formular su testamento perso-
ción en la figura de Pedro Arrupe. nal y espiritual, que ya con su apo-
No puede caber duda de que es éste plejía no pudo leer. En él se resume,
uno de los objetivos de la obra, sufi- más que su pensamiento, su persona:
ciente en sí misma para aproximarse «Yo me siento, más que nunca, en
a la personalidad, las ideas y la fe de las manos de Dios. Eso es lo que he
un hombre de Dios comprometido deseado toda mi vida desde joven.
con nuestro mundo, al tiempo que Pero con una diferencia: hoy toda la
incitante para seguir ahondando en iniciativa la tiene el Señor. Les ase-
ellas. Como ocurre con la vida de guro que saberme y sentirme total-
tantos santos, no hay hagiografía o mente en sus manos es una profunda
semblanza que desvele por completo experiencia» (p. 105).
el atrayente misterio de una persona- José Manuel Burgueño
LÁZARO, S., RUBIO, E., JUÁREZ, A. MARTÍN, J., PANIAGUA, R., Apren-
diendo la práctica del Trabajo Social. Guía de Supervisión para es-
tudiantes, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 2007, 188 pp.
Estamos ante una obra de conjunto En el capítulo primero se aborda
realizada por un grupo de profesores la supervisión. Desde sus orígenes, el
de Trabajo Social que, tras una dila- Trabajo Social ha dado una gran im-
tada experiencia docente, han queri- portancia a las prácticas durante la
do ofrecer a los estudiantes un mate- formación y ha desarrollado una me-
rial para las sesiones de supervisión todología propia, la supervisión, que
y para la realización de las prácticas mediante la creación de un espacio de
de campo. Es una publicación nece- intercambio y reflexión proporciona
saria, ya que en el panorama biblio- a los estudiantes el apoyo, la forma-
gráfico de Trabajo Social se observa ción y la guía necesaria para el apren-
un vacío de trabajos similares. A lo dizaje. En este capítulo se señalan las
largo de los siete capítulos se van de- funciones, los tipos y los trabajos fun-
sarrollando aspectos básicos de las damentales a realizar en las sesiones.
prácticas y la supervisión, incluyen- En el capítulo segundo, El estu-
do un amplio repertorio de materia- diante en el campo de prácticas, se
les de trabajo. Completan la obra dan orientaciones para la inserción
unos anexos en los que se incluyen en el mismo. Para ello se facilitan
la Declaración Universal de los De- materiales sobre del Acuerdo de
rechos Humanos y el Código Deon- Aprendizaje, en el que se reflejan las
tológico del Trabajo Social. Cuenta, tareas que va a desempeñar, así co-
finalmente, con una cuidada biblio- mo la Ficha de Descripción de la
grafía de consulta. Institución; además, se dan pautas
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RECENSIONES 259

de observación del centro, de los entendidos como «soportes docu-


profesionales, de los equipos de tra- mentales» en los que el profesional
bajo, y se facilitan orientaciones pa- refleja toda la información relevante
ra la autoevaluación. de las personas que atiende y la in-
En el capítulo tercero, Las perso- tervención que realiza con cada una
nas atendidas y sus problemas, se de ellas. Los más utilizados son la fi-
aborda en primer lugar el Trabajo cha social, el informe social y la his-
Social y los Derechos Humanos, ya toria social. Se añade además el re-
que aquel adopta como referencia la gistro de entrevista, la ficha de re-
Declaración Universal de 1948 y des- curso, el diseño de intervención so-
de sus orígenes se adscribe a valores cial, el genograma, el ecomapa, el
humanitarios y democráticos, mante- culturagrama, los diagramas de flujo
niendo el compromiso con la justicia y los mapas biográficos, entre otros.
social, la dignidad y la autonomía de El capítulo séptimo se titula La
las personas. Se señalan cuestiones ética profesional del Trabajo Social.
prácticas en torno a las personas aten- Principios y Valores. En el desarrollo
didas: actitudes de hostilidad y falta de las prácticas, los estudiantes se
de colaboración, los límites de la con- enfrentan a dilemas acerca de cómo
fidencialidad, trabajar con personas intervenir ante las problemáticas que
de culturas diferentes, etc. se les plantean. Al estar en período
En el capítulo cuarto se plantea de formación, no les corresponde to-
el tema de Los recursos y la red de mar decisiones, pero se cuestionan
atención. Los recursos sociales son sobre las formas de actuación que
los medios de que se dota una socie- cotidianamente tiene ocasión de ob-
dad para salir al paso de las necesi- servar. En este capítulo se pone de
dades de los ciudadanos. Los recur- manifiesto la complejidad que entra-
sos se insertan en una red de aten- ña trabajar con personas en situación
ción que se denomina Sistemas de problemática y los dilemas que de
Protección Social, que se apoyan en ahí se derivan. Se abordan los princi-
seis ejes fundamentales: seguridad pios profesionales, los principios éti-
social, empleo, sanidad, servicios cos y los valores del Trabajo Social
sociales, vivienda, educación, y se como marco de referencia donde se
especifica el trabajo profesional en han de sustentar las prácticas.
estos Sistemas. La obra abarca toda la experien-
En el capítulo quinto se presen- cia de prácticas y trata de ofrecer
tan Las Técnicas en Trabajo Social. pautas de intervención, materiales
Según Colomer, éstas son «como el de uso diario y orientaciones profe-
saber práctico que permite la utiliza- sionales a las que el estudiante pue-
ción racional de unos instrumentos da recurrir ante las dificultades que
para obtener un resultado determina- se vayan presentando. El Trabajo
do». Se señalan las más usuales: la Social no se puede limitar a proveer
entrevista, la observación, técnicas a las personas de recursos materia-
de grupo, de comunicación social, les, sino que ha de potenciar sus ca-
de investigación, programación y pacidades, aumentar la autoestima y
evaluación, diseño de proyectos, téc- promover la realización personal.
nicas de organización, toma de deci- Éste el reto que tiene ante sí el estu-
siones, indicadores de necesidad, es- diante, lo que constituye la razón de
fuerzo y resultados. A las técnicas de ser de una profesión que tiene la
la observación y la entrevista se les grandeza de trabajar por el cambio
da un espacio y consideración rele- positivo en las personas, por mínimo
vantes en el capítulo que éste sea.
En el capítulo sexto se trata de
Los Instrumentos en Trabajo Social, Rosario Paniagua Fernández
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260 LOS LIBROS

SICRE DÍAZ, José Luis, Hasta los confines de la tierra. II: El mace-
donio, Verbo Divino, Estella (Navarra) 2006, 488 pp.
José Luis Sicre vuelve a darnos la ellos con bibliografía referente al te-
oportunidad de poder sumergirnos ma que trata, además de la bibliogra-
en las aguas profundas de la Escri- fía que aconseja para quienes deseen
tura (en esta ocasión, de la mano de seguir profundizando en la figura,
las primeras comunidades cristia- las actividades y las cartas de Pablo.
nas), a la vez que nos ofrece la posi- El libro consta de dos partes. La
bilidad de penetrar en los textos de más extensa es la parte novelada y
Hechos, Gálatas y partes de Tesalo- los apéndices.
nicenses, 1 Corintios y Romanos. En este libro, Andrónico, el pro-
«Respuestas vivas a problemas tagonista principal, comenta con su
candentes, de enorme actualidad. familia y su comunidad los capítulos
Muchas cosas cambiarían en la 13 al 18 del libro de los Hechos.
Iglesia si dedicásemos más tiempo a Pero a la vez confronta lo que se di-
leer los evangelios y las cartas de ce en estos capítulos con algunas
Pablo. Quizá por eso no se leen», cartas de Pablo que de, un modo u
nos dirá el autor en la breve intro- otro, están relacionadas con los rela-
ducción al texto. tos de Hechos.
Andrónico, Livia, Lucila, Néstor, Tenemos así una lectura en pro-
Talia, Tamar, Ascanio y Leví nos in- fundidad de los capítulos de Hechos
troducen en esta singular comunidad y una lectura transversal, que lee no
que lee las cartas de Pablo y los sólo un libro de seguido, sino en pa-
Hechos, realizando lo que Sicre de- ralelo con otros escritos con simili-
nomina una «exégesis coral», que tud de temática, de contenido o de
permite al grupo y al lector entrar época relatada.
lentamente en la Escritura, descubrir- Podremos así sentir el descon-
la con ojos nuevos y dejarse interpe- cierto de los miembros de esta co-
lar por ella, como se dejan interpelar munidad, que vive en los principios
nuestros protagonistas. Sus diálogos, del cristianismo, cuando se encuen-
sus disputas, sus incomprensiones, tra con contradicciones o relatos que
sus búsquedas, consultas e investiga- no concuerdan en Hechos y Pablo.
ciones indican un camino a seguir a Podremos recorrer con ellos ese ca-
la hora de escuchar la Palabra de mino que hicieron para descubrir lo
Dios. Incluso se puede cuestionar el esencial y aprender también a reali-
texto a la vez que cada uno se deja zar nuestro propio camino de diálo-
cuestionar por la Palabra. go con la Escritura que nos permita
Sicre nos ofrece también un vas- encontrarnos con una Palabra viva,
to apartado de Apéndices que «ayu- que nos habla hoy a nosotros en
dan a comprender mejor el relato del nuestro mundo de hoy.
libro de los Hechos y las cartas de
Pablo», enriquecidos cada uno de Mª José Herrería

MAILHIOT, Gilles-Dominique, El libro de los salmos. Rezar a Dios


con palabras de Dios, San Pablo, Madrid 2005, 296 pp.
La experiencia poéticamente trans- Este profesor de universidad aporta,
mitida en los salmos es eje vertebral en el amplio mundo de los salmos,
de muchos cristianos hoy, no sólo re- una nueva publicación, acertada en
ligiosos o sacerdotes, sino de laicos. su esquema y sencillez.
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RECENSIONES 261

Aunque no es un comentario sal- fundidad con que se aproxima tanto


mo por salmo, sino sobre «el libro de a los sentimientos religiosos básicos
los salmos» y su importancia en la (confianza, súplica, perdón, admira-
espiritualidad y la configuración de ción, glorificación...) como a las con-
la oración con Dios, se detiene en creciones históricas, no hacen que la
bloques temáticos y en análisis de lectura pierda en frescura y agilidad.
los sentimientos centrales que algu- Una de las claves para ello es no ce-
nos de ellos despiertan. Además, le rrarse sólo en el libro concreto, sino
da un enfoque neo-testamentario que abrirlo al Nuevo Testamento, con
aporta, desde la persona de Jesu- continuas referencias a la vida de
cristo y su experiencia con el Padre, Jesús y de las primeras comunidades
el sentido profundo que tiene como y a la oración de la tradición.
«Palabra de Dios revelada y hecha Además de lo dicho, hace conti-
carne». nua proyección al modo en que los
Esta publicación está dividida en salmos interpretan el proceso espiri-
ocho capítulos: la oración con los tual cristiano en sus diferentes mo-
salmos, el grito teologal de los sal- mentos. Esto permite una lectura
mistas, la subida hacia Jerusalén, la global y una interpretación mutua de
alabanza y la súplica, los salmos de las diferentes partes de los salmos.
confianza y acción de gracias, los Por otro lado, la misma estructu-
salmos de aire sapiencial o de medi- ra del libro no permite encontrar, por
tación, la esperanza de los salmistas, falta de un índice riguroso, un salmo
y el salmo de la pobreza de María. en concreto, aunque esté comentado,
Con esta estructura aborda la temáti- y se hace difícil su manejo pastoral.
ca de los salmos en sus diferentes as- Además los comentarios, en los que
pectos resaltando el contenido histó- se hace referencia continua al texto,
rico y el origen del canto en concre- requieren un contacto asiduo con el
to, y ofrece una visión espiritual y libro de los salmos. Esto último su-
pastoral. pone que los destinatarios son aque-
Su conocimiento de las lenguas llos que durante un tiempo han teni-
propias de la Biblia le permite un do relación orante con ellos o perso-
análisis de las formas y expresiones nas que preparen una formación glo-
más habituales de los redactores, así bal sobre la literatura lírica bíblica,
como adentrarse y escudriñar los se- pero no para los que están iniciándo-
cretos en el conjunto de la experien- se en ellos.
cia histórica de la Promesa. La pro- José Fernando Juan Santos

HERWARTZ, Christian, SJ., Descalzos. Ejerciciois en la calle, Sal


Terrae, Santander 2007, 112 pp.
Este libro nos va descubriendo paso ponden al proceso: en la primera
a paso, al hilo del itinerario espiri- parte el autor comparte con los lec-
tual de su autor, cómo se ha ido ha- tores la génesis de esta experiencia
ciendo realidad una singular expe- desde sus inquietudes como jesuita
riencia, los «Ejercicios en la calle», joven y obrero trabajando en fábri-
nacida en el entorno de una pequeña cas, como camionero, y también
comunidad de jesuitas y no jesuitas conviviendo en una comunidad de
en Kreuzberg (Berlín) y extendida discapacitados de «El Arca» durante
hoy por diversas ciudades de Europa su tercera probación, último escalón
central. de la formación jesuítica.
El relato de la experiencia se es- En la segunda parte, toda esta ex-
tructura en cuatro partes que corres- periencia personal –espiritualidad
sal terrae
262 LOS LIBROS

experiencial, como él la llama– se va perdicios. Esa frase fue un cambio


gestando desde el acompañamiento decisivo en su búsqueda».
espiritual a un grupo de voluntarios En la tercera parte se nos relata
y de personas sin techo que se acu- cómo se va consolidando la expe-
mularon en un reducido espacio ante riencia de los Ejercicios en lugares
la caída del muro de Berlín, a un pobres de la ciudad, la estación cen-
grupo de la cárcel, y desde un mes tral de autobuses, un gimnasio, el
de vida en la calle junto a los transe- metro, etc., y cómo cada grupo va
úntes. Todas estas experiencias de descubriendo sus lugares sagrados
vida fueron gestando un itinerario de entre las prostitutas/os, los presos,
lugares sagrados para el autor, que los drogadictos, los trabajadores,
los va relacionando a través de la etc., incluso en el cementerio: «Ha-
historia de Moisés, porque para re- bía quienes encontraron su lugar de
conocer el lugar sagrado hay que encuentro con Dios en algunos ce-
descalzarse. Por fin, la experiencia menterios; por eso el último día tu-
de los lugares sagrados entre los más vimos la puesta en común en uno de
pobres de Alemania cristaliza cuan- los cementerios».
do algunas personas van eligiendo Por fin, el libro acaba con distin-
esa comunidad, tan cercana al anti- tas pistas y textos para orar en estos
guo muro de Berlín, a la cárcel, al «Ejercicios en la calle», para que la
barrio musulmán..., para hacer Ejer- historia y la experiencia continúe :
cicios y poder descubrir los lugares «Nos parece muy importante el lu-
sagrados de su vida. El relato de las gar concreto por donde empezar a
experiencias discurre con serenidad, excavar en busca del tesoro de la vi-
como si ciertamente estuvieran tan da. La senda del descubrimiento
enlazadas en la vida como dejan ver puede arrancar de muchos lugares,
las palabras. Un ejemplo nos permi- pero siempre es una gran satisfac-
te comprobarlo: una simple discu- ción hallar el lugar personal de en-
sión sobre quién saca la basura hace cuentro con Dios».
darse cuenta a un sacerdote de que El libro nos abre con una gran
siempre quiere cargar a alguien con profundidad y realismo a la expe-
la basura de su vida, y eso se con- riencia de los Ejercicios en la vida y
vierte en lugar sagrado para él.: nos permite compartir el don de
«Había pedido al hombre que toma- Ignacio de Loyola, que, como caris-
se la bolsa de basura para echarla ma universal de la Iglesia, sigue vi-
al cubo. Entonces el otro le replicó vo para el bien de la comunidad y se
que podía llevar él solo su basura. va recreando a través de los tiempos
Enseguida cayó en la cuenta de que y las situaciones .
siempre cargaba a otros con los des- Fátima Gil, STJ

BERMEJO, José Carlos y RIBOT, Pere, Relación de ayuda en el ám-


bito educativo. Material de trabajo, Centro de Humanización de la
Salud (Religiosos Camilos), Editorial Sal Terrae, Santander 2007,
150 pp.
Esta nueva publicación del «Centro jo, en este caso en el entrono educa-
de Humanización de la Salud» pre- tivo, que no meramente escolar. Los
tende, de nuevo, continuar profundi- autores son conocidos por su dedica-
zando en los elementos que contribu- ción profesional, investigaciones y
yen a dar densidad humana y huma- otras publicaciones. José Carlos Ber-
nizadora a diversos ámbitos de traba- mejo es religioso camilo, director del
sal terrae
RECENSIONES 263

«Centro de Humanización de la Sa- ción de ayuda en el ámbito educati-


lud» y de la «Escuela de Pastoral de vo»; «La actitud empática»; «La es-
la Salud» en Madrid, experto en pas- cucha activa»; «La respuesta empá-
toral sanitaria, bioética y counseling; tica en la relación de ayuda»; «La
es además profesor en distintas uni- aceptación incondicional en la rela-
versidades. Por su parte, Pere Ribot, ción de ayuda»; «Personalización y
franciscano, con una gran trayectoria confrontación en la relación de ayu-
en el ámbito de la educación, simul- da»; «La autenticidad en la relación
tanea estas tareas con variados servi- de ayuda». Estos epígrafes van se-
cios en calidad de asesor familiar y guidos de un «anexo» en el que se
experto en counseling. ofrece una guía para la «reflexión
Estos autores nos presentan un sobre la propia acción», aportando
material práctico que da continuidad elementos concretos al educador, pa-
y complementa el libro teórico pu- ra hacer un autoanálisis. Finalmente,
blicado en su día por J.C. Bermejo en la «Conclusión» se indica una
con el título Apuntes de relación de constatación que invita a una seria
ayuda (en la misma editorial). El ob- reflexión y que es el elevado nivel
jetivo del presente cuaderno es con- de sufrimiento existente en el ámbi-
tribuir a que profesionales del cam- to educativo. A esta realidad se diri-
po educativo tengan la posibilidad ge principalmente esta oferta de ma-
de reflexionar y evaluar los benefi- teriales que quieren promover una
cios que puede aportar la relación de mayor salud relacional e integral en
ayuda en la tarea escolar, y poner al las personas que interactúan en este
alcance de los educadores actitudes campo. Ciertamente, las herramien-
y destrezas que puedan ayudar a me- tas prácticas que ofrece este cuader-
jorar la convivencia y la eficacia en no pueden contribuir a humanizar-
la labor educativa. nos para humanizar.
El atractivo de este material de En síntesis, nos encontramos an-
trabajo radica en su enorme realis- te una obra que, aunque dirigida a un
mo. Todos los días el educador se ámbito específico como es el educa-
encuentra con casos semejantes a los tivo, puede tener un más amplio ni-
que se plantean en este cuaderno, y vel de aplicaciones, pues las relacio-
muchas veces se encuentra sin recur- nes «educativas» no pueden identifi-
sos para dar una respuesta positiva y carse con las escolares. Responde a
eficaz a los mismos. El educador que la intencionalidad práctica desde la
lo lea se sentirá identificado, con- que está planteada esta publicación
frontado y ayudado por toda la ca- y, efectivamente, puede contribuir a
suística que plantea. construir entornos educativos con
La obra se estructura en base a «más corazón en las manos».
siete apartados, cuyos títulos son in-
dicativos de su contenido: «La rela- Sagrario de la Vega

sal terrae
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fuerza y renovación. Es una alegría profunda y cálida en el corazón que
es capaz de acompañarnos y sostenernos a través de todas las dificulta-
des de la vida. Según Eduard Lohse, la alegría es el leit-motiv funda-
mental del Nuevo Testamento. El autor se pregunta por el fundamento,
el contenido y la transmisión de la alegría en las comunidades paleo-
cristianas, y hace ver hábilmente cómo a lo largo de toda la Biblia se
extiende, como un hilo conductor, el motivo de la alegría.

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