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SUMARIO
ESTUDIOS
• Teología de la cruz y misterio trinitario
Ángel CORDOVILLA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181
• Murió por nuestros pecados
Juan Manuel MARTÍN-MORENO, SJ . . . . . . . . . . . . . . . . . 193
• «...niéguese a sí mismo cargue con su cruz y sígame»,
o «no des vueltas sobre ti mismo, vive para los demás
(ama) y sígueme»
Ignacio IGLESIAS, SJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205
• La buena noticia de la Cruz
para los crucificados de nuestra historia
Daniel IZUZQUIZA REGALADO, SJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 219
RINCÓN DE LA SOLIDARIDAD
• Misión a la «intemperie».
Equipo itinerante de la Amazonía
Fernando LÓPEZ, SJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 233
COLABORACIÓN
• Contemplar al Crucificado
Jesús GARCÍA HERRERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 239
«PALABRAS INCOMPRENDIDAS»
LOS LIBROS
• Recensiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257
sal terrae
ESTUDIOS
ST 96 (2008) 181-192
Teología de la cruz
y misterio trinitario
Ángel CORDOVILLA*
a) El nivel religioso
La muerte de Jesús fue vista como la muerte del profeta y del Mesías.
Ante el judaísmo, Jesús muere como un blasfemo y como un maldito,
tal como advertía ya la prescripción del Deuteronomio (cf. Dt 21,21-
23; Ga 3,13); fuera de la puerta de la ciudad santa, es decir, del ámbi-
to de la alianza establecida por Yahvé con su pueblo (Mt 27,32; Heb
13,12). La muerte de Jesús significa la desacreditación de su persona
(falso profeta) y el fracaso de su pretensión mesiánica (Mesías impos-
sal terrae
TEOLOGÍA DE LA CRUZ Y MISTERIO TRINITARIO 183
b) El nivel político
La muerte de Jesús fue comprendida como la muerte del esclavo. Ante
el poder político de Roma, Jesús muere en el contexto de un conflicto
y lucha de autoridades y realezas. Si bien es verdad que, como dice el
evangelio de Juan, ambos reinos no se sitúan en un mismo plano («mi
reino no es [como el] de este mundo»), ello no significa que no se si-
túen en una confrontación dramática. La muerte de Jesús es la muerte
del esclavo crucificado, semejante a la de aquellos siete mil esclavos
que fueron crucificados después de la derrota de Espartaco en la Via
Appia en el siglo I a.C.1, como castigo por su sublevación y su lucha
por la libertad. No obstante, como paradoja suprema, el evangelio de
San Juan afirma con rotundidad que Jesús es el rey, que reina sobre el
madero.
c) El nivel teológico
La muerte de Jesús revela más profundamente la real muerte del Hijo.
Ante Dios, Jesús muere como el Hijo abandonado. En el momento de
su muerte, Jesús se dirige a ese Dios al que anteriormente había invo-
cado como «Abba», para expresar el abandono y la soledad que en es-
tos momentos experimenta. Jesús se vuelve hacia su Padre en el mo-
mento de su agonía para ponerse enteramente bajo su voluntad: «No lo
que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mc 14,35). El silencio de Dios
se prolonga hasta el desgarrador grito de Jesús en el que ese abandono
se consuma. Ese grito de Jesús que parece expresar su experiencia de
abandono en la cruz: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abando-
nado?» (Mc 15,34 par; cf. Sal 22,2).
Conclusión
sal terrae
Murió por nuestros pecados
ST 96 (2008) 193-204
1. El cambio de perspectiva
Para vivir una vida plenamente humana como la nuestra, Jesús tenía
que solidarizarse con nuestra condición mortal. Sólo con su muerte pu-
do Jesús completar su total identificación con nuestra vida mortal. Su
muerte rubrica y culmina su estilo de vida entregada.
Pero el modo cruel en que Jesús murió no es consecuencia de un
destino ineluctable fijado por Dios Padre, sino que es consecuencia de
la crueldad de los hombres, que no podían tolerar la presencia del jus-
to en medio de ellos.
Dios nunca pudo complacerse en esa muerte, que fue el pecado
más horrible de cuantos ha cometido nuestra humanidad. Dios nunca
puede complacerse en un pecado. Sólo se complace en el amor que
Jesús muestra al entregar su vida en fidelidad a su misión.
Somos nosotros quienes llevamos a Jesús a la muerte, no Dios
Padre. Jesús muere por ser fiel a la línea de conducta que le había sido
marcada. En este sentido, podemos decir que murió en el cumplimien-
to de la voluntad de Dios. Jesús no habría muerto crucificado si hubie-
se traicionado su mensaje llegando a un arreglo con los poderes de es-
te mundo o abandonado su misión. Fue por su fidelidad a la misión en-
comendada por lo que se encontró con aquella muerte tan horrible.
Sólo en ese sentido indirecto podemos decir que Jesús murió como re-
sultado de su cumplimiento de la voluntad de Dios.
Dios quiso con voluntad de beneplácito la encarnación de su Hijo,
se complació en el amor tan grande que Jesús le mostraba asumiendo
todas las consecuencias de una vida mortal; pero Dios no es el res-
sal terrae
MURIÓ POR NUESTROS PECADOS 197
Hay una expresión griega muy usada en el Nuevo Testamento para re-
ferirse a la muerte de Jesús: edei = «Era necesario». «Cristo tenía que
padecer para entrar en su gloria» (Lc 24,26). La interpretación ansel-
miana busca la razón de esta necesidad en el valor penal del sufri-
2. J.R. BUSTO, Cristología para empezar, Sal Terrae, Santander 19919, p. 140.
3. PLATÓN, «República», en Diálogos 361e-362a, vol. IV, Gredos, Madrid 1998,
pp. 110-111.
sal terrae
MURIÓ POR NUESTROS PECADOS 199
Dice San Agustín: «Bello Dios, bello Verbo junto a Dios. Bello en
el leño, bello en la tumba, bello en la gloria». ¡Qué bien lo ha sabido
reflejar la imaginería española de la Semana Santa...! Aquellos artistas
supieron reflejar la belleza de un cuerpo torturado en la medida en que
experimentaron en sí mismos los frutos de este martirio.
No existe en el mundo una figura absolutamente bella, sino la de
Cristo. Si no tuviésemos presente esa preciosa imagen, estaríamos
completamente perdidos y extraviados. Es la belleza la que salvará al
hombre (F. Dostoyevski).
Pero no todos pueden captar esa belleza de Jesús en la cruz, sino
tan sólo los que experimentan en sí mismos los frutos liberadores y sal-
vadores de su muerte. Decía el reformador Melanchton: «Conocer a
Cristo equivale a conocer sus beneficios». «El verdadero conocimien-
to de Jesucristo es la experiencia del bien que él es para nosotros y de
los frutos de vida plena que de él, glorificado por el Padre, se derivan
para quienes lo acogen en la audacia de la fe»5. Ahí captamos la fuer-
za redentora de la cruz en el poder de atracción que ejerce sobre noso-
tros y nos lleva a cambiar de vida.
No lo ven así quienes no han experimentado esta gracia. Me con-
taban de una joven postmoderna que regresó encantada de una gira por
Camboya diciendo: «¡Qué maravillosas esas estatuillas de Buda en ac-
titud contemplativa...! ¡Qué paz da frotarles la pancita...! Y no como
esos Cristos vuestros en las iglesias, que me quitan la paz y me ponen
histérica».
En la pasión del Señor es más bien la humanidad la que muestra su
rostro más horrible. Nadie se salva; ni los políticos, ni los intelectua-
les, ni los sacerdotes, ni los moralistas, ni el pueblo, ni los discípulos.
Uno se avergüenza de pertenecer a esta humanidad monstruosa y trai-
dora y pregunta dónde puede uno desapuntarse. Pero al ver la nobleza
de Jesús al morir por amor, entendemos que la humanidad ha quedado
redimida. Uno puede ya apuntarse a esta humanidad en la que floreció
Jesús. En él la entera raza humana ha sido rehabilitada. Ya no nos aver-
gonzamos de ser hombres, desde que Jesús ha inaugurado un modo de
ser hombre distinto del que vemos a diario en esta sociedad corrupta,
violenta, egoísta e injusta.
5. La vida nueva
Hay una serie de términos bíblicos para la acción redentora que nece-
sitan ser comprendidos hoy de un modo no anselmiano. Hay que recu-
perar su verdadero significado bíblico. Pensemos por ejemplo en el
verbo «reparar». En la teología de Anselmo y de Lutero, «reparar»
significaba desagraviar el honor de Dios ofendido.
No es éste el sentido bíblico. Dios está siempre dispuesto a perdo-
nar sin exigir antes «reparación» alguna por parte del culpable, y mu-
cho menos de un inocente que ofrezca una satisfacción vicaria. El len-
guaje de Anselmo estaba muy imbuido de las categorías caballerescas
del honor ultrajado y de la satisfacción exigida.
En la Biblia, Dios ofrece su perdón a los hombres gratuitamente,
porque son los hombres los que necesitan «ser reparados». Quiere res-
catar al hombre de su situación de impotencia y de esclavitud al pecado.
Ya el propio Santo Tomás reconoció que el hombre no puede pro-
piamente ofender a Dios. «No recibe ofensa Dios de nosotros sino por
obrar nosotros contra nuestro bien»6. No podemos dañar a Dios, pero
7. A. VANHOYE, Tanto amó Dios al mundo, San Pablo, Madrid 2005, p. 33.
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204 JUAN MANUEL MARTÍN-MORENO, SJ
8. Ibid., p. 6.
9. Ibidem.
sal terrae
«...niéguese a sí mismo, cargue
con su cruz y sígame» (Lc 9,23),
o
ST 96 (2008) 205-217
1. J.M. RODRÍGUEZ OLAIZOLA, SJ, «La era de la simpasión»: Sal Terrae 1.118 (di-
ciembre 2007), 931-942
sal terrae
«...NIÉGUESE A SÍ MISMO, CARGUE CON SU CRUZ Y SÍGAME»... 207
2º) aliviar las que no somos capaces de eliminar, que sin duda son
muchísimas. Y aliviamos cuando compartimos. Una cruz compartida
es media cruz;
3º) y cuando no podamos eliminar más cruces y no demos abasto
a aliviar el resto (y no lo daremos), para que, ¡mirando Al que traspa-
saron! (cf. Jn 19,37), cooperemos con Dios a integrar nuestras cruces
reciclándolas y ayudemos a otros a reciclar las suyas. A convertirlas en
cruz por otros, en amor a todos. Es la moneda patrón de cambio de
Dios, la única de curso legal, con la que han de medirse todos los de-
más valores de la relación humana: «Todo lo que lleva la marca de la
Pascua de Jesús es auténtico; lo que no, es un sucedáneo» (F. Varillon)
que la cruz ajena nos tome tanto que despierte en nosotros capacidades
de amar desconocidas y adormecidas, y el que, incluso con nuestra
cruz encima, nos movilice a eliminar, aliviar, reciclar las ajenas... Esta
transformación interior, verdadera conversión –de la preocupación al
olvido, del «mirar por mí» a «mirar por otros», de mirar como criatu-
ra a mirar como nos mira Dios– no sólo cura y alivia cruces ajenas, si-
no que comienza por curarnos las propias.
4. G. CANNOBIO, ¿Puede Dios sufrir?, PPC, Madrid 2007, pp.13ss. y toda la bi-
bliografía utilizada en esa breve obra.
5. F. VARILLON, La souffrance de Dieu, Le Centurion, Paris 1975, p. 21.
6. Summa Theologica, Ia, q. 37, art. 1.
7. «Decir que Dios es pasible no es de ninguna manera proyectar sobre Él nues-
tras propias impotencias, sino franquear, temblando, el umbral más allá del cual
aparece finalmente, con una evidencia desmesurada, que la vulnerabilidad per-
tenece a su esencia, sin que podamos indicar sobre ella más que una impercep-
tible huella» G. MOREL, SJ, en Christus 83 (junio 1974), pp. 311-314.
sal terrae
«...NIÉGUESE A SÍ MISMO, CARGUE CON SU CRUZ Y SÍGAME»... 211
11. Ibid., p. 12
12. P. CLAUDEL, Commentaires et exégèses, en Oeuvres complètes, t. XXVII,
Gallimard, Paris 1974, p. 18.
13. P. CLAUDEL, L’ épée et le miroir, Gallimard, Paris 1939, p. 256.
14. Ctado por F. VARILLON, op. cit., p. 111.
15. Ibidem.
sal terrae
«...NIÉGUESE A SÍ MISMO, CARGUE CON SU CRUZ Y SÍGAME»... 213
Este sufriente amor trinitario a todo ser humano toma forma visible de
sufrimiento humano en el Hijo, el amado, el predilecto, a quien el
hombre ha de escuchar y mirar para realizarse. Desde Él, la cruz, cual-
quiera, rebosa de sentido cuando, como la suya, es cruz por otros. En
cambio, se hace insoportable cuando es la cruz del esfuerzo por aho-
rrarnos la mayor cantidad posible de cruz, ignorando las de los demás,
o la de la pretensión de construirnos un mundo sin cruz. Y peor toda-
vía si esta pretensión se construye sobre el precio de las cruces de
otros, lo que significaría que nos deslizamos en pendiente abierta ha-
cia la idolatría más sutil y, a la vez, más destructora, que, como toda
idolatría, acabará devorándonos.
Ya hace medio siglo, avanzada la década de los cincuenta, un gran
profeta, Mons. Fulton Sheen, radiografió así su mundo, en fase de cre-
ciente guerra fría:
«Nuestro tiempo moderno ha visto “el gran divorcio”, el divorcio de
Cristo y de su Cruz. Por un lado, la Cruz con su palo vertical de vida
en contradicción con su palo horizontal de muerte (comunismo). Por
otro, un Cristo sin cicatrices y sin redención. Como un Buda o un
Confucio, como un maestro de moral... La gran cuestión frente al
mundo moderno es ésta: ¿Hallará la cruz a Cristo antes que Cristo a
la Cruz? Creo que el comunismo hallará a Cristo antes que la civili-
zación occidental postcristiana halle la cruz»17.
sal terrae
«...NIÉGUESE A SÍ MISMO, CARGUE CON SU CRUZ Y SÍGAME»... 215
18. «Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por el testimonio que
dieron, y no amaron tanto la vida que temieran la muerte» (Ap 12,11).
19. BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, La Esfera de los Libros, Madrid 2007,
p. 100.
sal terrae
216 IGNACIO IGLESIAS, SJ
Y llevármela dentro.
Enséñame a ser tu abrazo
Y tu pecho.
A ser regazo tuyo y camino hacia Ti
De regreso.
Pero no camino mío,
Sino con muchos dentro.
Dime cómo se ama
Hasta el extremo.
Y conviérteme en ave
La cruz que ya llevo
¡O que me lleva!
Porque ya estoy en vuelo.
sal terrae
ST
EDITORIAL
VEDAD
NO
ARTHUR PEACOCKE
Los caminos de la ciencia
hacia Dios.
El final de toda
nuestra exploración
256 págs.
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la terrible pandemia del sida, la falta de recursos para afrontar tales di-
ficultades, le preguntaron: «¿Cómo podéis vivir así? ¿Qué hacéis para
mantener el entusiasmo y qué es lo que os anima a seguir? ¿No sien-
tes rabia y ganas de escapar ante la impotencia?». Ella les contestó que
también sentía impotencia y rabia, pero que estaba con ellos para se-
guir denunciando que todo aquello estaba ocurriendo por el egoísmo y
las injusticias de los poderosos y por nuestra complicidad. Que estaba
para acompañarlos, para que no perdieran la esperanza, para levantar
la voz por ellos cuando hubiera oportunidad. En definitiva, para llevar
las cruces con ellos, tomar la mano del que ya no puede más o sujetar
los cuerpos moribundos, porque en muchos casos ya no les queda otra
persona. Recordaba también mi amiga: «He visto a hombres y mujeres
anudando el crucifijo o una imagen de la Virgen entre las manos de su
hijo, mujer o marido moribundo para que no se les cayera y lo mantu-
vieran hasta el final. Me han invitado a rezar con ellos, a que siguiera
leyendo salmos o cantando el Magnificat hasta que dejaban de respi-
rar... Esas madres rezando y diciéndoles que no tuviesen miedo me
emocionaban, y me parecía oír a Jesús: “Grande es tu fe”. Grande es la
fe de estas gentes sin publicarlo».
En Málaga o en Malawi (en Auschwitz, Ayacucho o Guantánamo),
¿es la cruz una mala o una buena noticia para los crucificados?
4. Ibid., p. 75.
5. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Sollicitudo Rei Socialis, n. 36.
sal terrae
224 DANIEL IZUZQUIZA REGALADO, SJ
6. Pablo ALONSO, SJ, «“Porque Dios también perdió un hijo”. Una perspectiva
bíblica del exilio», en (Servicio Jesuita a Refugiados [SJR]) El Dios de los re-
fugiados. Hacia una espiritualidad compartida, Mensajero, Bilbao 2006,
pp. 21-35.
7. Cf. Walter WINK, Jesus and Nonviolence: A Third Way, Fortress Press,
Minneapolis, MN 2003. Véase también James ALISON, Conocer a Jesús.
Cristología de la no-violencia, Secretariado Trinitario, Salamanca 1994, que
se apoya en el pensamiento del filósofo francés René Girard.
sal terrae
LA BUENA NOTICIA DE LA CRUZ PARA LOS CRUCIFICADOS DE NUESTRA HISTORIA 225
La paradoja de la Cruz
8. Aloysius PIERIS, SJ, El Reino de Dios para los Pobres de Dios. Retorno a la
fórmula de Jesús, Mensajero, Bilbao 2006, pp. 77-80. Hay sintonía entre esta
postura y la distinción de Jon Sobrino entre mártires jesuánicos (activos) y
siervos sufrientes o pueblo crucificado (pasivo). Véase Jon SOBRINO, SJ, «Los
mártires jesuánicos en el tercer mundo»: Revista Latinoamericana de Teología
48 (1999) 237-255.
9. He subrayado la importancia de la alternativa comunitaria de la Iglesia para los
pobres y oprimidos en Daniel IZUZQUIZA, SJ, Enraizados en Jesucristo. Ensayo
de eclesiología radical, Sal Terrae, Santander 2008.
sal terrae
228 DANIEL IZUZQUIZA REGALADO, SJ
fin de cuentas). Sólo las víctimas, y nadie más que ellas, pueden per-
donar a los asesinos; sólo los oprimidos pueden perdonar a los opreso-
res. El perdón no es una derrota que deja inalteradas a las personas e
instituciones que han cometido masacres, como si no fuesen responsa-
bles de las mismas. Más bien, se trata de un modo de superar la injus-
ticia desde la perspectiva del evangelio, que sienta así las bases para la
no violencia revolucionaria. Sólo las grandes personas y comunidades
son capaces de perdonar, como insinúa el mismo nombre de Gandhi
(Mahatma, «alma grande»). Vivir el evangelio supone tomar la Cruz
cada día y seguir a Jesús en su vida de servicio al Reino.
El camino de la Cruz
Es cierto que, a lo largo de la historia, la Cruz se ha tergiversado de-
masiadas veces para infligir violencia a los oprimidos o para legiti-
marla. Se ha llegado a confundir la Cruz con la espada. Pero ya sabe-
mos que la Cruz no es ninguna vara; más aún, en la Cruz del Señor se
hace realidad el anuncio del profeta: «la vara del opresor y el yugo de
sus cargas, su bastón de mando los trituraste» (Is 9,3). Pero esta ani-
quilación de las dinámicas violentas no hace de la Cruz una varita má-
gica. Asumir en nuestra vida la dinámica alternativa de las bienaven-
turanzas es un proceso lento que lleva su tiempo. La Cruz supone
siempre Vía Crucis.
Creo que esta revelación progresiva y dinámica es indispensable
para captar el misterio de la Cruz, para dejarse transformar por él y pa-
ra captar la buena noticia que nos espera, agazapada, en la Cruz. Y es-
to es cierto también para los crucificados de la historia, aunque ocurra
por caminos no siempre bien conocidos ni trillados por las habituales
mediaciones eclesiales. También los oprimidos son invitados a unificar
en sus vidas las dos bienaventuranzas cruciales y abrirse así a la espe-
ranza cruciforme.
En un librito recientemente traducido al castellano, Henri J. M.
Nouwen subraya que la movilidad descendente es un rasgo esencial de
la espiritualidad cristiana, tanto en el nivel personal como en el socio-
político12. Allí leemos expresiones tan claras como que «el camino des-
13. James ALISON, Faith Beyond Resentment: Fragments Catholic and Gay,
Crossroad, New York 2001, especialmente el capítulo 5, pp. 105-124.
14. Joseph RATZINGER (Benedicto XVI), Jesús de Nazaret. Primera Parte: Desde el
Bautismo a la Transfiguración, La Esfera de los Libros, Madrid 2007, p. 124.
15. Ibid., p. 404. Hay resonancias sugerentes con otra potente expresión para la
espiritualidad en los contextos de exclusión social: «Bruselas [es] la zarza
ardiente de la Presencia de Dios», en Josep M. RAMBLA BLANCH, SJ, Dios, la
amistad y los pobres. La mística de Egide van Broeckhoven, jesuita obrero, Sal
Terrae, Santander 2007, p. 230.
sal terrae
LA BUENA NOTICIA DE LA CRUZ PARA LOS CRUCIFICADOS DE NUESTRA HISTORIA 231
16. Véase, por ejemplo, Angelika DAIKER, Hermanita Magdeleine. Vida y espiri-
tualidad de la fundadora de las Hermanitas de Jesús, Sal Terrae, Santander
2003.
sal terrae
ST
EDITORIAL
EDAD
NOV
ANSELM GRÜN
Despreocúpate.
Sencillamente, vive
136 págs.
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«Incluso una puerta pesada no tiene necesidad más que de una peque-
ña llave». La frase de Charles Dickens puede aplicarse a las palabras de
Anselm Grün, que son como una llave que abre algo en nuestra alma.
Despejan un espacio de libertad para mí y para los demás. Vivir, senci-
llamente, satisfacción y claridad: he ahí un camino hacia la armonía in-
terior que no sólo me vivifica a mí, sino también a la comunidad.
Olvida tus preocupaciones y deja de dar vueltas en torno a ti mismo.
Entonces el mundo entero te pertenece. Todo se convierte en un regalo.
Y la vida pasa a ser un lugar para el agradecimiento.
RINCÓN DE LA SOLIDARIDAD
ST 96 (2008) 233-238
Misión a la «intemperie»:
Equipo Itinerante de la Amazonía
Fernando LÓPEZ SJ*
Misión a la intemperie
* flopez@argo.com.br
sal terrae
234 FERNANDO LÓPEZ, SJ
Discernimiento:
bajar al encuentro y la escucha de los pobres y excluidos
sal terrae
238 FERNANDO LÓPEZ, SJ
Espiritualidad Itinerante
Contemplar al Crucificado
Jesús GARCÍA HERRERO*
Saludo
Sed bienvenidos todos a este Recital, «Contemplar al Crucificado», en
el que vamos a acercarnos a este misterio a través de las imágenes
(Cristos, Calvarios, Dolorosas...) que, mediante el visor de nuestros
* Miembro del Consejo de Redacción de Sal Terrae. Párroco de «La Cena del
Señor». Madrid. <jesuscena@telefonica.net>.
sal terrae
240 JESÚS GARCÍA HERRERO
Creer en el Dios débil del Crucificado nos enseña a ver el mundo des-
de los crucificados y nos impide pasar de largo a su lado.
Mas la cruz de Cristo está iluminada por el fulgor de la Resurrec-
ción. Esa luz del crucificado irrumpe en nuestras vidas; seamos profe-
tas, vigías que velan por la vida, que sostienen la esperanza.
Muerte y vida están entretejidas,
se hiende la tiniebla y zigzaguea el rayo de luz,
la noche engendra el día, las zarzas también tienen flor;
del grano brota la espiga; en el monte calvario apunta el Tabor.
El siervo crucificado es ensalzado como Cristo Señor.
Las muertes de cada día son semilla de Resurrección.
c) La Cruz tiene su contrapunto en la Madre dolorosa en pie ante su
hijo crucificado. En esa imagen doliente se siguen identificando las
mujeres, las madres que permanecen junto al ser querido clavado
en el sufrimiento.
Vamos a escuchar el Stabat Mater, un himno medieval asociado a
las Estaciones de la Cruz, con música de Pergolesi, en la voz de Henar,
acompañada al órgano por Sandra.
d) Estos personajes del Crucificado, de la Dolorosa, caminan por
nuestras calles, acunados por las lágrimas, saetas y tambores en las
procesiones de Semana Santa en nuestros pueblos y ciudades.
Escuchamos este testimonio de Maribel sobre su vivencia de la
Semana Santa sevillana.
e) Ese Cristo que sale en procesión hace pueblo. Congrega y acom-
pasa el paso de muchos por las calles de todos. Hace su Viacrucis
y el nuestro. Suscita en quienes lo contemplan con los ojos del al-
ma las lágrimas, el rezo y, a veces, el grito expresado en forma de
«saeta», como ésta que canta ahora Tere.
f) ¿Cómo afrontar la cruz de la enfermedad, cuando nos aprieta y se
agarra a nuestra propia carne? José-Antonio, que lleva años mar-
cado por fuertes dolencias, nos confiesa sus momentos duros, sus
compases de esperanza.
g) Grandes compositores han abordado en sus obras musicales más
famosas el misterio de la Cruz de Jesús. Entre ellos, Händel, naci-
sal terrae
242 JESÚS GARCÍA HERRERO
Y la otra palabra, GRACIAS, a todos los que habéis hecho posible este
Recital.
sal terrae
«PALABRAS INCOMPRENDIDAS»
ST 96 (2008) 243-254
«Salvación»:
¿Quién nos librará de vivir
a medias?*
José María RODRÍGUEZ OLAIZOLA, SJ**
* Varias de las ideas que voy a formular aquí –en concreto, la sistematización de
las cuatro dimensiones de la salvación cristiana– las he desarrollado con más
amplitud en el segundo capítulo de Un mapa de Dios: en busca de las estruc-
turas de salvación, Sal Terrae, Santander 2006 (56-84). Dado el tono de estas
páginas y el género epistolar empleado, me remito a ese libro para el cuerpo
crítico del artículo, y opto aquí por una exposición lo más simple posible.
** Miembro del Consejo de Redacción de Sal Terrae. Trabaja en pastoral univer-
sitaria. Valladolid. <jmolaizola@yahoo.com>.
sal terrae
244 JOSE MARÍA RODRÍGUEZ OLAIZOLA, SJ
con los pies en la tierra, sobre las incertidumbres que a los jóvenes os
plantea la moral sexual, o sobre qué debe hacer la Iglesia con su dine-
ro. Hablemos sobre Jesús o sobre alguno de sus seguidores más signi-
ficativos. Discutamos sobre fe y ciencia, o sobre las distintas religio-
nes... Pero ¿hablar de la salvación? Entiendo que, de entrada, te suene
entre imposible, aburrido y ajeno. Intentaré explicarte por qué, en rea-
lidad, es algo bastante más cercano de lo que parece y tiene que ver con
lo más cotidiano de la vida.
Por cierto, perdona un comienzo tan abrupto. La cuestión es que
me han pedido que te explique qué significa, en cristiano, la salvación.
Creo que es tarea interesante, pero no es fácil lanzarse a esta cuestión
sin sonar demasiado dramático. Y, por otra parte, hoy no solemos tener
tiempo para preparar mucho el terreno. Hay que ganarse rápido al lec-
tor, que, si no, aparca la lectura hasta mejor ocasión (que rara vez lle-
ga). Así que, o consigo provocarte curiosidad en un par de párrafos, o
me temo que no llegarás a la próxima página.
II. Hay una segunda dimensión de la salvación que no tiene que ver
necesariamente con la reparación de lo que no funciona. Llamaré a esa
segunda dimensión el horizonte del bien. Hoy en día es difícil una jus-
tificación comúnmente aceptada de en qué han de fundamentarse los
valores. Pero lo que sí es cierto es que cuando hablamos del bien, de la
justicia, de la libertad o de la dignidad de las personas, estaremos de
acuerdo en que es algo deseable.
Esos principios pueden guiar nuestras actuaciones, pueden poner en
las vidas un horizonte hacia el que caminar. Se convierten en deseo
cuando están ausentes, y en aliciente si están presentes. Pues bien, des-
de la fe dichos valores se fundamentan en lo que entendemos que es
Dios, que es el bueno, justo y fuente de libertad y dignidad. Lo que
quiero decirte es que el único motivo para perseguir ciertas metas no es
que algo falla y que, en consecuencia, hay que arrimar el hombro para
arreglar los desaguisados (propios o ajenos). También es un motor muy
fuerte el tener ideales, principios que te ayuden a abrazar y definir lo
que merece la pena, a ir creando y construyendo realidades valiosas y a
darle la patada a lo que no sirve en la vida. Dios salva en la medida en
que pone en nuestras vidas un horizonte de bien como posibilidad.
III. Si hay algo que defina a Dios, es que Dios es amor. Y el amor
(Dios) salva. Hoy se habla de tantas cosas que se definen como amor
que a veces habría que dejar en el congelador el término por una tem-
porada, para despojarlo de significados superfluos. Sobre el amor can-
ta Britney Spears, escribe Ken Follet, desvaría María Patiño y, si me
apuras, discursea algún político en un alarde poético. Lo escriben los
adolescentes en las carpetas (y hoy en los nick del Messenger, en fra-
ses solemnes que quieren definir lo que uno es). ¿Y quién no busca el
amor?
La cuestión es que no todos entendemos lo mismo cuando habla-
mos del amor. Hay quien lo entiende como posesión, otros como dis-
frute (a veces muy exclusivamente asociado al placer físico); hay
quien define la búsqueda del amor como la necesidad de alguien que
te haga feliz, que te quiera, y hay también quien piensa que el amor es
sólo ese tiempo primero de pasión romántica, cuando el sentimiento es
sal terrae
«SALVACIÓN»: ¿QUIÉN NOS LIBRARÁ DE VIVIR A MEDIAS? 251
como una avalancha que se lleva por delante todas las prudencias y los
miedos.
El amor que salva, en cristiano, es el amor que es Dios, y es dife-
rente de los anteriores. Si llegas a asomarte a él, entonces te colma de
un modo único. Ese amor tiene una serie de rasgos que lo hacen her-
moso, insuperable y exigente. Si queremos entender lo que es el amor
cristiano, tendremos que preguntarnos cómo ama Dios. El amor de
Dios es gratuito –se da sin condiciones ni tarifas, no hay que ganárse-
lo; es fiel, o sea que no se va a cansar de nosotros; es lúcido, pues Dios
nos conoce y, por imposible que nos parezca, nos quiere como somos,
con nuestras flaquezas y fortalezas. Y al tiempo es altruista, porque
quiere de verdad lo bueno para nosotros. Es un amor radical, porque
quien ama así ama desde las entrañas y pone en juego toda su vida (eso
es, en definitiva, la encarnación de Dios: poner su vida en juego al
amar al ser humano). Es eterno, y eso impresiona, hoy que pocas co-
sas pueden durar para siempre. Es fecundo, en el sentido de que se con-
tagia, y quien se deja seducir por esa forma de amar termina generan-
do en torno mucha vida, mucha alegría y mucha esperanza. Y es uni-
versal, pues Dios ama a todos, aunque con la peculiaridad de que se es-
tremece más con quienes más heridos están por la vida: con los pobres,
los pequeños, los desvalidos...
Puedes decir que está difícil lo de encontrar un amor así. Fácil, lo
que se dice fácil, no es; pero está ahí. Nuestra fe nos habla de un Dios
que nos quiere así. Pero, además, en el Dios hecho hombre, Jesús, des-
cubrimos que ese amor es posible para el ser humano. Y, por último,
hay gente que sí transparenta ese amor cristiano. Gente que ama con
ese grado de gratuidad, fidelidad y radicalidad. Madres y padres, ami-
gos, parejas, hijos... gente que da (se da) sin condiciones ni negocia-
ciones; gente que parece siempre dispuesta a acoger, a incluir a todos,
a trabajar por el bien de otros, a hacer de sus días una semilla de vida.
Atreverse a amar de esa manera quizás asusta, pero, sin duda, convier-
te la propia vida en un hogar bien poblado. Y eso salva.
mundo donde aparentemente vencen los fuertes, los duros y los pode-
rosos. Un mundo donde parece que hay que ser un poco egoísta para
triunfar, o un poco escéptico para no desesperarse. Seguro que estas
frases te resultan familiares: «Ande yo caliente, ríase la gente». «El
que pega primero pega dos veces». «No hay que ser bueno, que te to-
man por tonto». «Nadie da nada por nada», o «Hay que mirar primero
por uno mismo»...
Hay tres lecciones que parecen sólidamente arraigadas en la ma-
nera en que hoy se nos enseña a ver las cosas. Lo primero, se te insis-
te en que tienes que ser fuerte. Porque en este mundo hay que compe-
tir y, en consecuencia, siempre hay que estar comparándose, hay que
ser mejor que los demás, destacar, hacerse un curriculum excelente. Y
además hay que ser gente a quien le vaya bien, gente de éxito, no po-
bres fracasados. No sé si conoces la película Little Miss Sunshine. El
personaje del padre de familia, obsesionado con el éxito, reproduce
con patética insistencia esa convicción: «Hay que triunfar, destacar,
ganar el aplauso por las propias capacidades, para no engrosar las lis-
tas de derrotados de nuestro mundo».
Lección dos. Aunque hay un discurso políticamente correcto que
habla de la tolerancia, de la igualdad y hasta de la paridad, lo cierto es
que probablemente has ido descubriendo que en el mundo no somos
todos iguales. Como magistralmente se señala en la clásica antiutopía
de Orwell, Rebelión en la Granja, podría decirse que «todos somos
iguales, pero unos más iguales que otros». Se publica recientemente
que en España crecen los prejuicios, y que a estas alturas del siglo XXI
un 30% de los adolescentes echaría del país a moros y gitanos. No sé
qué fiabilidad tienen esas encuestas, pero lo cierto es que hay desi-
gualdades y etiquetas que marcan diferencias; y sigue habiendo ma-
chismo, racismo, xenofobia, homofobia y otras formas de intolerancia.
Seguimos catalogándonos y levantando muros que nos aíslan de quie-
nes sentimos extraños o diferentes.
Lección tres. La sabiduría es cuidar de uno mismo. Aquí los esló-
ganes publicitarios suelen proporcionar recetas infalibles: «Just Do it»
(Simplemente, hazlo); «Lo natural es cuidarse»; o «Porque tú lo va-
les»... Al final, la insistencia es en que uno viva atento a sí mismo.
Pues bien, esas tres lecciones las desarma la lógica de Dios. Digo
que es lógica pascual porque es la que aprendemos en la pascua, el pa-
so de Jesús por la vida, la muerte y la resurrección.
sal terrae
«SALVACIÓN»: ¿QUIÉN NOS LIBRARÁ DE VIVIR A MEDIAS? 253
sal terrae
ST
EDITORIAL
EDAD
NOV
ÉLOI LECLERC
San Francisco de Asís.
Exilio y ternura
168 págs.
P.V.P. (IVA incl.): 10,00 €
EDAD
NOV
JOHN POWELL
Amor incondicional.
El amor no tiene límites
104 págs.
P.V.P. (IVA incl.): 7,00 €
LOS LIBROS
Recensiones
MAIER, Martin, SJ, Pedro Arrupe. Testigo y profeta, Sal Terrae,
Santander 2007, 108 pp.
Uno de los logros de Martin Maier, Francisco Javier, y marcó como mi-
jesuita alemán experto en la Teolo- sión de la Compañía el «compromi-
gía de la Liberación y gran admira- so por la fe y la justicia». Su mirada
dor de Arrupe, en este libro, es ya el universal le llevó a tender puentes
título: aparentemente tan sencillo, el entre culturas, de modo que pue-
autor saca la vena periodística para de considerársele precursor de la
condensar en tan sólo dos atributos globalización.
las claves de «una de las más impor- Los seis capítulos que confor-
tantes y conocidas personalidades man el libro de Maier desgranan, de
del posconcilio» (p. 10). Pedro Arru- forma organizada, esta semblanza de
pe fue testigo como pocos de su la vida, el pensamiento y la espiri-
tiempo y de la historia, de la realidad tualidad del que ha sido calificado
y la fragilidad humana –en las cárce- como «el más importante General de
les, en Hiroshima, en sus conflictos la Compañía de Jesús desde Igna-
como general de la Compañía...–, y cio» (p. 12). En menos de veinte pá-
también testigo inequívoco de Dios ginas se hace un recorrido histórico
ante los hombres –como evidencia la por la biografía del jesuita vasco,
anécdota del anciano japonés que, desde sus estudios de medicina y su
tras medio año de asistencia a sus vivencia de la pobreza y el dolor,
catequesis, no preguntaba nada; un hasta su ingreso en la Compañía, su
día, Arrupe se le acercó para ver si misión en Japón, la experiencia de
entendía: no le contestó, era sordo. la bomba atómica, su etapa como
«Cuando, más tarde, Arrupe logró General y, finalmente, sus últimos
dialogar con él, el buen anciano le años de enfermedad, tras su infarto
explicó: “Durante todo el tiempo le cerebral.
he estado mirando a sus ojos. No Cada uno de los capítulos si-
mienten. Lo que usted cree, lo creo guientes se conforma en torno a una
yo también”» (p. 29). de las grandes aportaciones del pen-
Y también fue profeta y, como samiento de Arrupe: Fe y Justicia,
todo profeta, polémico y contestado. Inculturación, Universalidad; o se
Descifrando los «signos de los tiem- construye alrededor de un tipo de
pos», Arrupe vio antes que muchos experiencia: Conflictos, Corazón es-
por dónde debían caminar la Iglesia piritual. Así organizado, el libro va
y la Compañía de Jesús, interpretó más allá de una biografía al uso y
los mandatos del Concilio y tradujo apunta más a poner remedio a su te-
a nuestros días con tino la espiritua- mor de que «la Compañía de Jesús
lidad ignaciana. Introdujo en la todavía no ha entendido todo de lo
Iglesia el concepto de «incultura- que Dios quiso hacerle partícipe por
ción», apuntado en su día por medio de Pedro Arrupe» (p. 10).
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258 LOS LIBROS
SICRE DÍAZ, José Luis, Hasta los confines de la tierra. II: El mace-
donio, Verbo Divino, Estella (Navarra) 2006, 488 pp.
José Luis Sicre vuelve a darnos la ellos con bibliografía referente al te-
oportunidad de poder sumergirnos ma que trata, además de la bibliogra-
en las aguas profundas de la Escri- fía que aconseja para quienes deseen
tura (en esta ocasión, de la mano de seguir profundizando en la figura,
las primeras comunidades cristia- las actividades y las cartas de Pablo.
nas), a la vez que nos ofrece la posi- El libro consta de dos partes. La
bilidad de penetrar en los textos de más extensa es la parte novelada y
Hechos, Gálatas y partes de Tesalo- los apéndices.
nicenses, 1 Corintios y Romanos. En este libro, Andrónico, el pro-
«Respuestas vivas a problemas tagonista principal, comenta con su
candentes, de enorme actualidad. familia y su comunidad los capítulos
Muchas cosas cambiarían en la 13 al 18 del libro de los Hechos.
Iglesia si dedicásemos más tiempo a Pero a la vez confronta lo que se di-
leer los evangelios y las cartas de ce en estos capítulos con algunas
Pablo. Quizá por eso no se leen», cartas de Pablo que de, un modo u
nos dirá el autor en la breve intro- otro, están relacionadas con los rela-
ducción al texto. tos de Hechos.
Andrónico, Livia, Lucila, Néstor, Tenemos así una lectura en pro-
Talia, Tamar, Ascanio y Leví nos in- fundidad de los capítulos de Hechos
troducen en esta singular comunidad y una lectura transversal, que lee no
que lee las cartas de Pablo y los sólo un libro de seguido, sino en pa-
Hechos, realizando lo que Sicre de- ralelo con otros escritos con simili-
nomina una «exégesis coral», que tud de temática, de contenido o de
permite al grupo y al lector entrar época relatada.
lentamente en la Escritura, descubrir- Podremos así sentir el descon-
la con ojos nuevos y dejarse interpe- cierto de los miembros de esta co-
lar por ella, como se dejan interpelar munidad, que vive en los principios
nuestros protagonistas. Sus diálogos, del cristianismo, cuando se encuen-
sus disputas, sus incomprensiones, tra con contradicciones o relatos que
sus búsquedas, consultas e investiga- no concuerdan en Hechos y Pablo.
ciones indican un camino a seguir a Podremos recorrer con ellos ese ca-
la hora de escuchar la Palabra de mino que hicieron para descubrir lo
Dios. Incluso se puede cuestionar el esencial y aprender también a reali-
texto a la vez que cada uno se deja zar nuestro propio camino de diálo-
cuestionar por la Palabra. go con la Escritura que nos permita
Sicre nos ofrece también un vas- encontrarnos con una Palabra viva,
to apartado de Apéndices que «ayu- que nos habla hoy a nosotros en
dan a comprender mejor el relato del nuestro mundo de hoy.
libro de los Hechos y las cartas de
Pablo», enriquecidos cada uno de Mª José Herrería
sal terrae
ST
EDITORIAL
VEDAD
NO
EDUARD LOHSE
La alegría de la fe.
La alegría
en el Nuevo Testamento
LA ALEGRÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO
88 págs.
P.V.P. (IVA incl.): 6,00 €