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RETÓRICA

Grado en Lengua y Literatura españolas (UNED)


Rosa M.ª Aradra

TEMA 4
LAS NUEVAS RETÓRICAS

LA PLURIDISCIPLINARIEDAD DE LA RETÓRICA

0. Observaciones preliminares
La retórica estuvo vinculada ya desde sus orígenes a otras disciplinas, como un
saber asociado necesariamente a otros conocimientos. En los tratados clásicos fue una
constante la reiterada reivindicación de otros saberes filosóficos, gramaticales,
psicológicos y de todo tipo, que contribuían al dominio del discurso en sentido amplio,
a su adecuación a las circunstancias de emisión, recepción y puesta en escena. El que la
retórica fuera definida como ars bene dicendi implicaba que establecía las bases para
hablar adecuadamente, y esto conllevaba la adaptación del mensaje a todos los
elementos de la comunicación persuasiva, y, por tanto, a toda una serie de disciplinas
próximas que la podían auxiliar en determinados puntos.
Recordemos, por citar solo un ejemplo, la importancia que le concedió
Aristóteles en su Retórica al conocimiento y dominio de las pasiones para que el orador
encontrara lo conveniente en cada momento para persuadir, apoyándose en el
conocimiento directo del alma humana. En Cicerón también vamos a encontrar ese
mismo convencimiento de la necesidad de conocer otras disciplinas, como la Filosofía,
la Dialéctica, la Física, la Historia, el Derecho, etc.
En épocas posteriores la relación de la Retórica con otras disciplinas se enmarca
también en la organización de los estudios de los que esta disciplina forma parte. De ahí
que en el Medievo, por ejemplo, la Retórica se uniera a la Gramática y a la Dialéctica en
el trivium, como disciplinas preparatorias todas ellas para una especialización posterior.
De este modo, la cambiante situación de la retórica en los programas de estudios
posteriores reflejará cómo va cambiando su concepción, y en sentido contrario, los
cambios que las circunstancias históricas y sociales imponen en las sociedades van a
influir en la utilidad práctica de la retórica y en los requisitos que se reivindiquen para la
misma.
Lejos de las visiones reduccionistas de otras épocas, que asociaban la retórica
sobre todo a los procedimientos de la elocutio y a sus implicaciones literarias, las
aproximaciones más recientes a esta disciplina han insistido precisamente en la
amplitud de sus intereses, aplicaciones y efectos. Cuando Roland Barthes decía en su
conocido trabajo sobre “La antigua Retórica” (1970) que “el mundo está increíblemente
lleno de antigua Retórica”, estaba dando las claves de su potencial. El hecho de que se
ocupe de la palabra y del discurso en sentido amplio, de la voz y los gestos, de la puesta
en escena del discurso, de convencer con argumentos al receptor, de expresar con ornato
y belleza un mensaje, de hablar en público… la sitúa en una posición privilegiada en el
ámbito de las Ciencias Humanas y la acerca a los ámbitos del cine, la publicidad, la
imagen, la política, la práctica jurídica, publicitaria, etc. Su radio de acción, se enmarca,
pues, dentro de lo que son las prácticas sociales de la comunicación.

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El carácter pluri e interdisciplinar de la retórica la relaciona, pues, con otras


disciplinas como la Filosofía, la Ética, la Lógica, la Historia, la Poética, la Sociología, la
Antropología, la Psicología, la Lingüística, la Semiótica, la Dialéctica, etc.
Detengámonos algo más en algunas de estas relaciones.

1. Retórica, Filosofía, Antropología, Psicología…

A lo largo del tiempo, Retórica y Filosofía han guardado entre sí una relación
muy estrecha y no siempre bien resuelta. Esto último lo apreciamos ya en las tempranas
críticas que recibiera por parte de Platón. El filósofo griego trató expresamente de la
retórica en dos de sus diálogos, el Gorgias y el Fedro. En el primero atacó duramente la
retórica de los sofistas, que no consideraba arte, y cuestionó un saber que podía
manipular fácilmente al público ignorante al poder persuadir de lo justo en igual medida
que de lo injusto. En el Fedro, por el contrario, presentaba una opinión más favorable
sobre la retórica al reconocer su función de conducción de las almas. Por ello hablará de
la necesidad de conocer los distintos tipos de almas y los tipos de discursos propios de
cada una.

Aristóteles, por su parte, sí habló de la retórica como un arte, y la presentó como


facultad correlativa de la dialéctica. Y sabido es que Cicerón trató con detalle de las
conexiones entre Retórica y Filosofía y de su función subordinada a la Filosofía, como
se puede apreciar en El Orador (párr.118):
Y no debe solo estar instruido en la dialéctica, sino que debe también tener
conocimientos y práctica de todos los temas de la filosofía. Y es que sin esta ciencia que
acabo de citar no podrá hablar ni explicar con profundidad, con amplitud y con
abundancia, nada sobre la religión, nada sobre la muerte, nada sobre la piedad, nada
sobre el amor a la patria, nada sobre el bien y el mal, nada sobre la virtud y el vicio,
nada sobre las obligaciones, nada sobre el dolor, nada sobre el placer, nada sobre las
pasiones y pecados del alma, temas que muchas veces se presentan en las causas y que
son tratados con excesiva sequedad.

No podemos detenernos ahora en el devenir histórico de esta vinculación, pero


es cierto que si el hecho retórico conlleva una visión de la persona como ser racional,
lingüístico, emocional, político y social, esto lo aproxima desde su mismo
planteamiento a la preocupación filosófica sobre estas mismas cuestiones. Del otro lado
quedan las necesarias delimitaciones entre ambos campos: el enfoque más universal de
la filosofía, frente al más particular de la retórica a cada caso, o la atención retórica a los
condicionantes de emisión y recepción del discurso, frente a la desvinculación filosófica
de las circunstancias concretas del emisor y del receptor.

En cuanto a los planteamientos más recientes, la atención a la Retórica por parte


de la Filosofía en el último siglo se relaciona más con el interés filosófico por la lengua
como vehículo del pensamiento. Los casos de Russell, Carnap, Wittgenstein, o el de
Perelman y Olbrechts-Tyteca, interesados estos últimos por la argumentación, son una
buena muestra de ello.

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Por otro lado, si estrecha ha sido la relación de la Retórica con la Gramática, no


lo ha sido menos con la Dialéctica, disciplina con la que mantuvo históricamente una
lucha de poder. Hemos aludido antes a la composición del trivium medieval, y a cómo
la Retórica consigue finalmente desplazar a las otras dos disciplinas hasta su máximo
auge académico en el siglo XVI. El enfrentamiento que tuvo con la Dialéctica relegaría
a la Retórica a un lugar secundario durante la Edad Media. Recordemos que Jorge de
Trebisonda intentó armonizar el estudio de estas dos disciplinas, mientras que Lorenzo
Valla, su rival, consideró la Dialéctica como una parte de la Retórica. No obstante, la
Dialéctica se pospuso en la mayoría de los casos a la Retórica, limitada más a cuestiones
de estilo y lenguaje adornado.
La Dialéctica, dominada por los sofistas y originariamente asociada al arte del
diálogo, aportó a la Retórica un mejor conocimiento de los procesos de argumentación,
enseñando cómo construir argumentos sólidos, cómo demostrar nuestras tesis o cómo
rebatir las ideas contrarias.
Tampoco la Retórica parece quedar al margen de la Antropología. El estudio
del comportamiento humano en el seno de una cultura iluminará una mejor
comprensión de la eficacia de los procedimientos retóricos en una determinada cultura o
grupo social. La adecuación al auditorio que exige todo acto persuasivo conlleva el
necesario conocimiento de las formas de representar, comunicar, gesticular o hablar…,
de los grupos humanos.
Con respecto a la Psicología, la Retórica moderna tiene en ella una de las
disciplinas más útiles a la hora de abordar cuestiones como la empatía, la afinidad
emocional, la influencia persuasiva, etc., que requieren por parte del orador-emisor unas
habilidades psicológicas fuera de toda duda. El temperamento, la personalidad, el estado
de ánimo, la expresividad del rostro, la autoestima, la humildad, el miedo escénico, la
memorización del discurso, la atención… son aspectos directamente relacionados con la
psicología del orador y del receptor, que, consciente o inconscientemente repercuten en
la teoría y práctica retórica. La persuasión, en sentido amplio, se logra en buena medida
con el dominio de la psicología. De ahí también su fuerza transformadora o
psicagógica. Como recogen J. A. Hernández Guerrero y M. C. García Tejera en El arte
de hablar (2004: 44), según el sofista Gorgias (s. V a. de C.), la retórica
enseña a componer discursos que, como drogas del alma, suscitan en los oyentes
emociones, cautivan, embelesan y roban la voluntad de los oyentes por medio del
sentimiento y del placer. El poder de la palabra –como todo poder– es, efectivamente,
ambivalente, posee valores contrapuestos: puede construir y destruir, salvar y condenar,
defender y ofender, curar y matar; es una herramienta eficaz y un arma peligrosa.

La tradición clásica ya se ocupó por extenso del componente emocional del


discurso y de su ejecución, especialmente Aristóteles, que estudió las pasiones al tratar
de los tipos de argumentos y del estilo. Y todas las aproximaciones posteriores de corte
pragmático, desde las corrientes sensistas y sensualistas de los siglos XVIII y XIX hasta
la actualidad, no dejan al margen este componente.
Si con la persuasión se influye en el oyente modificando su forma de pensar, su
opinión de las cosas y su visión de los hechos, si esta influencia le afecta

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emocionalmente en mayor o menor medida, esto quiere decir que entre sus intereses
inmediatos reside el estudio del control, manifestación, expresión y comprensión de las
emociones, tanto del emisor como del receptor. En cuanto al primero, su rostro,
expresiones, movimientos faciales y corporales, constituyen, como señalábamos antes,
todo un arsenal de significados psicológicos. Su actitud ante el auditorio, la mayor o
menor soltura en la puesta en escena, su mayor o menor autoconfianza, su capacidad de
descubrir las vías por las que puede acceder con más rapidez a la psique de los
oyentes…, así lo ponen de manifiesto.
Por otra parte, el estudio de las distintas fases del discurso evidencia en qué
medida este se organiza, estructura y materializa en función de una finalidad y de la
moción de unos afectos que arrastren la voluntad del auditorio. No todas las partes del
discurso tienen como objetivo central el movimiento de las pasiones, de la misma
manera que no todos los recursos de la elocución persiguen el mismo objetivo.
Además, los aspectos sociológicos, especialmente los relacionados con el
receptor, pueden ser determinantes en el éxito o fracaso de un discurso. El concepto de
decoro, en el que los clásicos concentraron el valor de la adecuación y de la coherencia
en todos los sentidos, no solo de lenguaje, es clave en la planificación discursiva.
Aspectos como el sexo, la edad, la cultura, el lugar de nacimiento y de residencia o la
profesión, ayudan a identificar las expectativas de los oyentes y en gran medida su
valoración, aceptación o rechazo de las palabras del orador (Hernández Guerrero y
García Tejera (2004: 87-88). De ahí también el interés de la Sociología.
Así, las formas diferentes de pensar o de sentir de hombres y mujeres hace que
entiendan también los mensajes y las palabras de forma diferente. La credibilidad, el
interés o la forma de dirigirse a un público de adultos, jóvenes o niños, es también
distinto. Por otra parte, tanto el nivel cultural como los conocimientos de que disponga
el auditorio, sus esquemas mentales o valores, repercuten en la eficacia del discurso. Y
otro tanto se puede decir de, según qué discursos, la influencia de la procedencia
geográfica de los oyentes y su experiencia vital, igual que el ámbito profesional al que
pertenezca el auditorio.
Por último, hablar de Retórica y Pedagogía es, en cierto modo, hablar de la otra
cara inseparable de la moneda retórica. En el ámbito de la enseñanza, la Retórica ha
ejercido en la tradición occidental un papel central en los planes de estudio, en especial
de los siglos XV al XVII. Si Quintiliano la vio como educación integral del ser humano,
su función se verá claramente limitada en estadios posteriores hasta llegar al
reduccionismo que experimenta en el siglo XVII en torno a las largas listas de tropos y
figuras.
Como parte sustancial de la formación humanística, la Retórica fue enseñada,
junto con la Gramática, por diversas órdenes religiosas, entre las que destacaron los
jesuitas. Así, en la “Ratio Studiorum” estas disciplinas se ven como medio para alcanzar
un mejor conocimiento de las Sagradas Escrituras. Por otra parte, durante el siglo
XVIII, la progresiva secularización que experimenta la enseñanza en España, y la de la
Retórica en particular, la hará permeable a una importante influencia filosófica, que en
el XIX se materializa en las huellas que dejan en ella el sensualismo, el empirismo, el
tradicionalismo, el neoescolasticismo, etc., sin olvidar la incorporación de la Estética a
los tratados. El acercamiento que experimenta entonces la Retórica con la Poética en los

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curricula, aunando en un mismo tratado el estudio de las composiciones en prosa y en


verso, como manuales de retórica y poética o preceptivas literarias, determinará un
cambio radical en su concepción hacia la moderna teoría de la literatura (Aradra: 1997).
Durante la primera mitad del XX continúa su deriva reduccionista al plano
expresivo y a las tradicionales listas de tropos y figuras, hasta que a mediados de los
años cincuenta surge una Neorretórica con intención científica, abierta a otros campos
del conocimiento, en especial el filosófico, el lingüístico y el general. Como recogen
Hernández Guerrero y García Tejera (2004: 64), en este panorama destacan algunos
hitos en la década de los sesenta, como los trabajos de Jakobson en los que esboza las
líneas programáticas para la renovación lingüística de la Poética y de la Retórica a partir
de sus estudios sobre la metáfora y la metonimia; la renovadora mirada de Barthes hacia
la retórica desde la lingüística estructural, o la serie de estudios de Genette sobre las
figuras. También Todorov contribuyó a esta valoración positiva de las aportaciones de
la retórica, o ya más específicamente los miembros del Grupo Mi, que recuperan desde
un enfoque moderno el protagonismo de la elocutio retórica.
Sobre esta reinterpretación científica de la retórica en España habla en la década
de los ochenta García Berrio (1984), quien propugna una Retórica General y científica,
que supere la miope atención retórica a lo elocutivo con un alcance mucho más amplio.
Desde una perspectiva moderna, la relación de la retórica con la enseñanza de
determinados contenidos tradicionalmente vinculados a ella, y en los que no vamos a
entrar ahora, queda sobrepasada por su eficacia práctica en el discurso académico a la
hora de explicar contenidos o difundir los resultados de investigaciones realizadas.

Retórica, Publicidad y Política


La persuasión es el fundamento común entre Retórica y Publicidad, cuya
finalidad es la creación de mensajes con el propósito comercial de vender un
determinado producto. Así, el discurso persuasivo habrá conseguido igualmente su
objetivo si el jurado es convencido de la inocencia del acusado, si la tropa interviene
finalmente en la guerra, o si el consumidor acaba comprando el coche publicitado.
Por ello, el discurso publicitario, como el retórico en sentido amplio, resulta
eficaz solo en determinadas condiciones de emisión, recepción, canal, medios y
formulación. En el caso de la publicidad, esta se valdrá sobre todo de la alabanza del
producto al destacar sus valores frente a los de los rivales, de la lisonja al consumidor,
de la configuración atractiva del propio mensaje, etc. En este sentido los cambios que
los nuevos soportes audiovisuales han proporcionado otros vehículos de comunicación
del mensaje publicitario, en los que intervienen de forma decisiva la imagen, la música
o el silencio, incluso, abren enormemente las posibilidades de estudio de la eficacia
persuasiva de estos otros medios a los que no pudo atender la retórica clásica.
En otro orden, el análisis del lenguaje publicitario ha sido uno de los aspectos
más estudiados, al contener una amplísima muestra de tropos y figuras retóricas de todo
tipo. El libro de Kurt Spang Fundamentos de retórica [1979] es una buena muestra de
ello, al proporcionar ejemplos literarios y publicitarios de los recursos descritos, a los

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que hemos de sumar el amplio campo que tiene en la actualidad la retórica de visual o
de la imagen.
Con respecto a la Política, no podemos olvidar que el discurso político es un
tipo de discurso público, fundamentalmente oral, que tiene por objeto también la
persuasión final del auditorio. Muy vivo en las sociedades democráticas, este género no
ha perdido el interés en la sociedad contemporánea desde sus orígenes clásicos. No
obstante, como señala Pujante (2003: 363 y ss.), las aproximaciones al discurso político
desde la retórica cuentan con múltiples estudios desde la perspectiva del estilo y de las
figuras retóricas, pero no tantos formulan una teoría nueva general sobre los mismos en
el marco de la composición discursiva. Es más, se puede decir que los trabajos que se
publican en Europa son más sólidos desde el punto de vista teórico que los que
encontramos en la América de habla inglesa, en los que se ha insistido en la
construcción ideológica de este tipo de discursos en sus diferentes niveles.
Entre las aportaciones retóricas más recientes a este tema desde el ámbito de la
comunicación, el mismo Pujante ha resaltado aquellas que inciden en el carácter
constructivo del discurso por medio del discurso retórico, al hablar de “personaje
retórico”, “audiencia implícita”, “entendimiento del contexto”, y “ausencias del texto”.
Una de las aportaciones más importantes es la del llamado “personaje retórico”, que no
es otro que la imagen de sí mismo que crea y proyecta el orador de este tipo de
discursos. Así, no siguen los mismos registros ni los condicionantes son los mismos de
un presidente de los Estados Unidos, por ejemplo, que un líder minoritario u oprimido,
que, evidentemente, carece de esa consideración pública (Pujante, 2003: 366 y ss).
Por otra parte y de manera más próxima, en la mente de todos tenemos el
cuidado que en las campañas electorales se tiene hacia la imagen pública de los
candidatos, a sus intervenciones o debates televisivos, y en qué medida factores fuera de
lo estrictamente ideológico relacionados con el candidato y su actuación pública pueden
influir en las decisiones del electorado.

Finalmente, no podemos dejar de mencionar la estrecha relación que guarda


también la retórica con el Derecho. Como sabemos, el nacimiento histórico de la
oratoria, y de la retórica como arte de la persuasión, está vinculado al Derecho, hasta el
punto de que la primera retórica europea es una retórica jurídica.

De hecho, el objeto propiamente dicho de la retórica jurídica es “la causa en sí,


los hechos comprobados, el lenguaje que se utiliza para mover al juez, y el pueblo
representado en el Jurado” (Ortega, 2008: 22). De ahí también el interés que ha
despertado en los momentos en los que las libertades así la favorecen al plantear las
tareas del abogado en el estrado. Su campo de acción es básicamente la teoría y la
práctica de la argumentación jurídica, que determina sobre todo cómo y qué debe
decirse en el ámbito jurídico, e investiga cómo hablan los juristas, por qué tienen o no
éxito, etc.

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Retórica, Poética, Lingüística, Semiótica, Teatro y Teoría literaria


La conexión entre Retórica y Poética ha sido señalada también desde fechas
muy tempranas. El hecho de que los ámbitos fundamentales de la Retórica fueran el
género judicial, deliberativo y demostrativo, pronto vinculó este último a las
posibilidades elocutivas del discurso, y estas con las prácticas estilísticas del discurso
adornado objeto de la Poética. La finalidad de los textos literarios, que influyen en los
receptores de muy diverso modo, sea desde el plano cognoscitivo, estético o emocional,
marca también la relación entre ambas disciplinas, como hemos podido ver en el
epígrafe “Retórica y Teoría literaria”, y al que remitimos en este punto. No obstante,
queremos hacer una mínimas puntualizaciones al hilo de lo que se presenta en este
epígrafe.
En cuanto a las relaciones entre Retórica y Lingüística, la corrección gramatical
siempre ha sido requisito insoslayable de una adecuada comunicación, y de la oratoria
en particular. La claridad expositiva, el empleo adecuado y preciso de las palabras, la
corrección en la elaboración de la frase o la articulación clara de los sonidos a la hora de
hablar ante el público, son algunos ejemplos que se manifiestan en los distintos niveles
de análisis: fónico, morfológico, léxico-semántico y sintáctico.
Por otra parte, el marco general de la Lingüística del Texto puede aportar un
mejor conocimiento del discurso en su dimensión global, más allá de los límites de la
frase (conectores y marcadores discursivos…), además de las aportaciones que una
Pragmática lingüística puede proporcionar por su atención al texto en relación con sus
usuarios. Y esto mismo podemos decir de la Semiótica, que estudia los procesos
culturales como procesos de comunicación, en los que todos los signos se vuelven
significantes. No es difícil percibir la relación que secularmente ha guardado la Retórica
con la multiplicidad de significados que conllevan todos los elementos que intervienen
en la práctica oratoria, desde la imagen del orador, su posición, gestos, movimientos,
modulación de voz, aparte de todos los componentes discursivos que lo constituyen.
Con respecto al Teatro como manifestación semiótico-literaria, hemos de
mencionar la pronta interrelación que se estableció en los propios tratados de retórica
con el arte de la declamación actoral y la actuación en los escenarios. La progresiva
literaturización de la retórica y su restrictiva atención a los textos escritos, favoreció en
determinadas épocas el desgajamiento de una parte importante de los contenidos de la
actio en tratados de declamación orientados a la formación de los actores, en los que se
explicaban los cuidados, mecanismos y procedimientos de la voz, así como todo lo
relacionado con el gesto y el movimiento de los actores en escena.
Como vemos, las posibilidades de aplicación, de estudio, enfoque e
investigación de la retórica son muy amplias en relación a múltiples campos con los que
puede vincularse: toda una invitación para profundizar en esta materia.

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Bibliografía recomendada
Aradra Sánchez, Rosa M.ª (1997): De la Retórica a la Teoría de la Literatura (siglos
XVIII y XIX), Murcia, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia.
Barthes, Roland (1974): La antigua retórica: ayudamemoria, Buenos Aires, Tiempo
Contemporáneo [1970].
Fernandez, Eduardo (2006): Retórica clásica y publicidad, Logroño, Instituto de
Estudios Riojanos.
García Berrio, Antonio (1984): “Retórica como ciencia de la expresividad (Presupuestos
para una Retórica General)”, en Estudios de Lingüística, 2, pp. 7-59.
Garrido-Landívar, Emilio y Fernández-Montalvo, Javier (2007): Hablar en público.
Cómo afrontar el miedo a hablar en público: algunas consideraciones teórico-
prácticas, Pamplona, Universidad Pública de Navarra.
Hernández Guerrero, José Antonio y M.ª Carmen García Tejera (2004): El arte de
hablar. Manual de retórica práctica y de oratoria moderna, Barcelona, Ariel.
López Eire, Antonio (1997): Retórica clásica y teoría literaria moderna, Madrid, Arco
Libros.
Ortega, Alfonso (2008): Retórica y derecho: tareas del abogado, Salamanca,
Universidad Pontificia de Salamanca.
Pujante, David (2003): Manual de retórica, Madrid, Castalia.
Río, Emilio del; Ruiz de la Cierva, M.ª Carmen y Albaladejo, Tomás (eds.) (2012),
Retórica y política. Los discursos de la construcción de la sociedad, Logroño,
Instituto de Estudios Riojanos.
Spang, Kurt (1979): Fundamentos de Retórica, Pamplona, Eunsa. Después reeditado
como Fundamentos de Retórica literaria y publicitaria, Pamplona, Eunsa, 1991.

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