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Opiniones varias.
Loisy, un filósofo y teólogo del siglo pasado formuló una de las frases que más se
encuentra en la boca de los que desconfían de la Iglesia: “Jesús predicó el reino y
lo que sucedió fue la Iglesia”. Él entiende que la Iglesia es algo extraño a la
predicación del Nazareno, que Jesús pretendía otra cosa, pero algunos manipularon
su intención hasta crear una institución que traiciona los ideales del Maestro. Por
eso, válidos serían los Evangelios, pero no las Cartas de Pablo, Pedro, Santiago, Los
Hechos de los Apóstoles, etc. Y por supuesto, toda la historia de la Iglesia sería un
intento de mantener el poder basado en una ideología supuestamente cristiana.
Ahora es casi políticamente correcto decir que uno no cree o que, en todo caso, si cree
en algo, no quiere saber nada de la Iglesia, a la que mira con una hostilidad que va
desde el simple rechazo hasta la furia, y a la que se considera canalla y retrógrada.
Este extremo del triángulo es menos fácilmente identificable con una posición única.
Los “anti‐eclesiales” pueden ser creyentes que, aceptando alguna forma de
trascendencia, sin embargo rechazan cualquier concreción en una religión institucional
(y, por supuesto, en el catolicismo). Pueden ser agnósticos que sobre la trascendencia
suspenden el juicio, pero sobre la Iglesia lo tienen muy claro: culpable. Y pueden ser,
en fin, ateos, convencidos de que Dios y las iglesias que dicen actuar en su nombre son
una falsedad. A menudo, el discurso en este nivel no va a las críticas y dificultades
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profundas (que también las hay, y tienen que dar pie a diálogos mucho más
ponderados). Es verdad que hay personas cuyas críticas a la Iglesia son hondas y
nacidas a veces de un dolor propio o compartido, o de una honestidad intelectual que
les lleva a cuestionar determinadas realidades. Pero en muchos casos el discurso anti‐
eclesial tiene algo de sensacionalista, de propuestas imposibles y análisis ingenuos. Es
agotadora, por injusta y por nociva, la militancia anti‐eclesial que se queda en titulares,
en tópicos de tertulia. Y es muy dañina, porque muchas veces es de la que quedan
ecos, es la que dificulta una visión más equilibrada, la que genera discursos de sordos y
permite funcionar con etiquetas.
http://www.infobae.com/contenidos/415915-100884-0-Un-cardenal-pide-reformas-que-
revolucionar%C3%ADan-a-la-Iglesia-y-al-mundo-cat%C3%B3lico
Carlo María Martini fue uno de los máximos candidatos a suceder a Juan Pablo II. En su último libro,
pide al poder eclesiástico que permita tratar temas que hasta el momento son considerados tabú por la
Iglesia. Sus propuestas más polémicas
Uno de los máximos exponentes de la Iglesia Católica reclamó en su más reciente libro que el Papa
Benedicto XVI encare una nueva etapa al frente de la vida eclesiástica con amplias reformas que podrían
revolucionar la vida de miles de millones de católicos.
En la década pasada, la Iglesia Anglicana encaró esta reforma para repensar el papel de la mujer en la
vida eclesiástica. "Es algo que podría ayudarnos también a nosotros a ser más justos con las mujeres
y a entender cómo puede seguir el camino en el futuro", dice el cardenal.
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"Hay que repensar la relación con la sexualidad y la comunión para los divorciados que han vuelto
a contraer matrimonio", dice Martini en su libro.
En este sentido, el cardenal italiano critica la distancia que hay entre la encíclica Humanae Viate y la
actualidad. "Muchos ya no toman más en serio a la Iglesia como interlocutora o como maestra.
Sobre todo nuestros jóvenes que ya casi ni recurren a la Iglesia por temas como la planificación
familiar o la sexualidad", asegura.
Martini, sin embargo, es pesimista acerca de la posibilidad de que Benedicto retire esa encíclica.
"Hubiese sido mejor guardar silencio" sobre ciertos temas referidos a la sexualidad, dice el religioso
jesuita.
"Con los homosexuales hemos sido insensibles en muchos casos", declara Martini en forma de
autocrítica y propone revisar la forma de trato hacia estas personas. "En mi círculo de conocidos hay
homosexuales y son muy respetados", manifestó.
Hace ya algunos años, Martini desató una gran polémica en la cúpula de la Iglesia: se había mostrado
a favor del uso del preservativo en las relaciones sexuales, argumentando que de esta manera se estaba
ante un "mal menor".
Críticas a la Iglesia
http://blogs.periodistadigital.com/predicareneldesierto.php/2007/06/25/p102731#more1027
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Recuerdo haber leído a un historiador que manifestaba en uno de sus libros la perplejidad que sentía al ocuparse
de la Iglesia, un objeto histórico singular, difícil de encuadrar en los cánones teóricos de los que se sirven los
analistas para explicar las transformaciones sociales.
Seguramente no le faltaba razón. La Iglesia es una realidad compleja, que no se agota en su aspecto visible, concreto y
fenoménico sino que remite a una realidad más profunda que, sin embargo, le proporciona fundamento y sentido (cf
Lumen gentium, 8). Por ello, sin fe resulta difícil progresar en su comprensión.
La crítica a la Iglesia es coextensiva con su historia. Con razón y sin ella, han sido muchos quienes denunciaron la no
siempre perfecta coherencia - o, en ocasiones, la incoherencia manifiesta - entre el fondo y la forma: entre aquello que
profesa ser y lo que de sí misma se refleja en la vida de sus miembros.
Son muchos los motivos que impulsan a criticar a la Iglesia y variados los objetivos a los que estas críticas se dirigen.
Hay quienes contestan lo que la Iglesia representa; siendo contrarios a los valores religiosos en general o a los
cristianos en particular, resulta lógico que ofrezcan resistencia a una institución que - guste o no - los encarna y los
recuerda permanentemente.
Otros apuntan a quienes, por su oficio o por su compromiso personal, están como en un candelero: Papa y obispos,
curas y monjas, frailes y fieles laicos son observados por deudos y extraños con mirada pocas veces indulgente. No
faltará quien esté a la zaga para descubrir algún escándalo que implique, en la realidad o en la imaginación, a alguna
persona o entidad eclesiástica.
Las críticas llegan de fuera y de dentro. De gentes honradas y de personas que evidencian, por su acritud, lo difícil que
resulta para el ser humano retornar al Paraíso. Por lo general, la acidez se incrementa cuando el crítico militó en su
pasado bajo el estandarte de la cruz o cuando - aparentemente dentro - está a punto de darse de baja.
Todavía hay - sobre todo en nuestro país - quien pinta a la Iglesia como el exponente más acabado de la perversidad
humana: su historia es una crónica negra; su moral, hipocresía; su doctrina, superstición. Para otros, la Iglesia no es
algo terrible, sino simplemente un residuo del pasado que, si acaso, debería reconvertirse en una "ONG".
No escasean los profetas de salón que alaban la "verdadera" Iglesia, la de los suburbios que ellos no pisan, frente a la
pretendida "falsa" Iglesia del culto y del ceremonial vaticano. Ni tampoco faltan los nostálgicos para quienes toda
reforma constituye, sin más, una traición.
La Iglesia será vista, en cada caso, dependiendo de los principios de los que parta el observador. Y éste, como nos
enseña incluso la Física, nunca es neutral y difícilmente logra ser objetivo.
La crítica - que no es lo mismo que la calumnia - es imprescindible para el normal funcionamiento de la sociedad y es
también legítima y necesaria para la vida de la Iglesia. Con frecuencia, incluso las críticas más amargas - y aquí radica,
en mi opinión, su aspecto más positivo - reconocen al menos implícitamente la innegable grandeza del ideal al que los
cristianos están llamados a conformarse.
La Iglesia - la comunidad de los creyentes - resultará beneficiada cada vez que las críticas la muevan a verificar en el
Evangelio si su actuación y su vida responden a la voluntad de su Señor. Es éste, para ella, el único examen decisivo.
Los críticos más creíbles son los santos. Ellos saben que toda auténtica reforma - "Ecclesia semper reformanda" -
comienza por uno mismo.
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CONVICCIONES IRRENUNCIABLES PARA UN
CREYENTE
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declaraba a ciertas ideas como heréticas, era precisamente esta: no estar en
consonancia con lo que Jesús decía, o con lo que los primeros discípulos creían.
Hoy día también hay muchos grupos dentro de la Iglesia y muchas posturas diferentes.
La idea de una Iglesia monolítica, cerrada y en la que no hay libertad, es una creación
de los medios de comunicación que ha calado en la opinión pública. No se puede negar
tampoco que, a veces la Iglesia oficial se muestra poco autocrítica y un tanto
acomplejada con los medios de comunicación y eso se puede cambiar.
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mejor de sí mismos y llegar a unos niveles de humanidad realmente admirables. Sin
embargo, esto no quita que muchos de los miembros de la Iglesia seamos mediocres,
frecuentemente pecadores. El pecado, el error y la injusticia va a acompañar siempre a
la Iglesia, porque está hecha de hombres y mujeres normales. No se le puede pedir a
sus miembros que sean perfectos. Lo único que Dios pide es que seamos creyentes,
que nos fiemos de él más que de nosotros mismos.
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preguntarnos, ¿qué me aporta a mi esto que me están diciendo? ¿Qué aspecto estoy
descuidando o cual debería potenciar? Si leyéramos estos documentos, nos
llevaríamos muchas sorpresas.
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