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CÓMO
CASARSE CON
UN LORD
SALVAJE
Hellions of Halstead Hall 4
Para Susan Williams, quién siempre ha estado ahí para mí.
¡Gracias por todos esos maravillosos años!
Y para mi querido hermano, Craig Martin, el fanático de la adrenalina,
quien inspiró el personaje de Gabe.
¡Ten cuidado!
ARGUMENTO
Para satisfacer el ultimátum de su abuela, lord Gabriel Sharpe persigue a una dama temperamental
que cree lo necesita desesperadamente. Luego se vuelven las tornas…
Como todas las cosas temerarias que Gabe Sharpe hace, cortejar a Virginia Waverly es un
juego de alta apuesta. Desde que su hermano Roger muriera corriendo contra lord Gabriel,
Virginia ha anhelado tomarse venganza sobre el imprudente lord batiéndolo en su propio
juego. Pero cuando desafia a lord Gabriel a una carrera, el libertino llamado “el Ángel de la
Muerte” ¡responde con una propuesta de matrimonio!
Gabe sabe que Virginia está en grandes apuros económicos… asi que ¿por qué no casarse
con ella y resolver los problemas de ambos? Ella afirma estar horrorizada por su propuesta,
pero la respuesta a sus besos dicen otra cosa. Y cuando ambos comienzan a desentrañar la
verdad tras la muerte de Roger, Gabe arriesga la mayor apuesta de todas, ofrecer a la
valiente belleza algo más precioso que cualquier herencia: amor verdadero
Queridos lectores,
Estoy al borde de mi ingenio con mi nieto, Gabriel. Es por él que exigí que todos
mis nietos se casaran dentro de un año o serían desheredados. Su mejor amigo murió
en una carrera con Gabe, sin embargo, casi siete años más tarde, ¡el chico imprudente
se rompió el brazo haciendo otra tonta carrera en el mismo sitio traicionero! Eso es lo
que me hizo enfadar. Y no es de extrañar, la gente llama a Gabe el Ángel de la
Muerte precisamente porque la corteja en todo momento.
Mientras tanto, me estoy haciendo vieja para esto. Si este noviazgo no sale bien,
quizás tenga que atar a Gabe al establo hasta que entre en razón. ¡Deséenme suerte,
queridos amigos!
Sinceramente,
Hetty Plumtree
Prólogo
Gabriel Sharpe, de siete años, tercer hijo del marqués de Stoneville, trató de
cubrirse las orejas para borrar el sonido. Odiaba los gritos, hacían que se le retorciera
el estómago, especialmente cuando mamá le gritaba a papá.
Sólo que esta vez mamá estaba gritando a su hermano mayor. Gabe podía oírlo
claro como el agua, porque la habitación de Oliver estaba justo debajo de la sala de
clases. Gabe no pudo distinguir las palabras; sólo sonaban enfadados. Era extraño
que se le gritara a Oliver, era el favorito de mamá. Bueno, la mayoría del tiempo. Ella
llamaba a Gabe "su chico querido", y nunca llamaba así a sus hermanos.
¿Era eso porque eran casi mayores? Gabe frunció el ceño. Debería decirle a mamá
que no le gustaba que le llamaran "su chico querido"…excepto que le gustaba. Ella
siempre lo decía justo antes de darle tartas de limón, sus favoritas.
Una puerta se cerró de golpe. Los gritos se detuvieron. Dejó escapar un suspiro y
algo se aflojó dentro de él. Tal vez todo saldría bien ahora.
Bajó la mirada a su libro para niños. Se suponía que estaba leyendo una historia,
pero era estúpida, sobre un petirrojo que fue asesinado:
Muerto y frío.
Pronto revelará.
Hablaba de todas esas criaturas que hicieron cosas por el muerto Cock Robin, la
lechuza que lo enterró y el toro que tocó la campana. Pero aunque dijo cómo murió
Cock Robin, el gorrión le disparó con una flecha, nunca dijo por qué. ¿Por qué un
gorrión dispararía a un petirrojo? No tenía sentido.
1
The Death and Burial of Cock Robin. La muerte y entierro de Cock Robin, es una rima para niños bastante macabra que fue muy
utilizada como arquetipo del asesinato. El registro más antiguo de esta obra data de 1744
Y tampoco había caballos. Había recorrido las imágenes, así que lo sabía con
certeza. Un montón de pájaros, un pez, una mosca y un escarabajo. Nada de caballos.
Prefería leer una historia sobre un caballo corriendo una carrera, pero nunca había
historias para niños sobre eso.
Aburrido, miró por la ventana y vio a su madre dirigirse hacia los establos con
pasos largos y fuertes. ¿Iba a ir al picnic para contarle a su padre acerca de Oliver?
Pero papá podría perdonarle si se había enfadado con Oliver. Si mamá iba al
picnic, Gabe incluso podría convencerla de que lo llevara también.
Miró al otro lado de la habitación; su tutor, el señor Virgil, dormía en la silla. Gabe
podría escabullirse fácilmente y preguntarle a mamá. Pero sólo si se apresuraba.
—Buenos días, joven señor —dijo el mozo de cuadras, Benny May, que estaba
herrando un caballo. Él solía ser jockey para el abuelo de Gabe, antes, cuando los
Sharpe presentaban muchos caballos a las carreras—. ¿Busca a alguien?
Gabe no iba a admitir que había buscado a su madre. En vez de eso, hinchó el
pecho y se metió los pulgares en la cintura de sus pantalones como los mozos de
cuadras.
—Sólo me preguntaba si necesitas ayuda. Parece que los mozos de cuadras se han
ido.
—Sí, para el picnic. Me imagino que mucha gente va a entrar y salir esta tarde. Las
bellas damas y caballeros se cansarán del aire libre antes de tiempo. —Benny
mantuvo su mirada en la pata del caballo—. ¿Por qué no está en el picnic?
—Debería ser más amable con su hermana, ¿sabe? Es una niña dulce.
Gabe resopló.
—Es una acusica. De todos modos, vine a ver a Jacky Boy. —Ese era el poni de
Gabe. Su padre se lo había dado en su cumpleaños el verano pasado—. A veces se
pone de malhumor.
—Bueno, bien, es curioso que lo pregunte, porque creo que podría necesitar unos
pocos cuidados. —Levantó la cabeza hacia el guadarnés—. Ya sabe dónde
guardamos las almohazas.
En el mundo entero no había nada mejor que acicalar a Jacky Boy, el suave
movimiento de la almohaza, la respiración del poni calmándose hasta un ritmo
suave, la sensación del sedoso pelaje de Jacky Boy bajo sus dedos…Gabe nunca se
cansaba de eso.
Incluso ese sonido terminó cuando Benny fue llamado para ayudar con un
carruaje que se acercaba. Durante unos minutos Gabe estuvo en un estado de pura
felicidad, solo con su poni. Luego escuchó unas botas pisando fuerte por el pasillo.
—¿Hay alguien aquí? —gritó una voz de hombre—. Necesito una montura.
—Lo siento, señor, no soy un mozo de cuadras. Sólo estoy cuidando de mi caballo.
El estómago se le revolvió.
—¿Co…cómo lo sabe?
—Los únicos niños que tendrían sus propios caballos aquí en el establo son los
niños Sharpe.
—Yo…yo…
—Lord Jarret está en el picnic, y lord Oliver decidió no ir. Eso deja solo a lord
Gabriel. Tú.
La voz del hombre era suave, incluso amable. No dijo las cosas en ese tono alto
que los adultos usan con los niños. Y no sonaba como si quisiera meter a Gabe en
problemas.
Oliver ensillaba su propia montura todo el tiempo. Lo mismo hacía Jarret. Gabe no
podía esperar hasta ser lo suficientemente grande como para ensillar una montura.
Entonces no tendría que pedir permiso a papá para montar a Jacky Boy.
No, el hombre sabía el nombre de Gabe y todos los demás. Tenía que ser un
invitado. ¿Cierto?
Benny regresó al establo y, antes de que Gabe pudiera decir algo, gritó:
—Los invitados están regresando del picnic, muchacho. Será mejor que corra a la
casa si no quiere que su padre le atrape aquí.
Corrió hacia la casa. Cuando llegó a la sala de clases, su tutor seguía roncando.
Con un suspiro de alivio, Gabe se sentó en la silla y volvió a tomar el aburrido libro.
Pero no podía pensar en el muerto Cock Robin. Seguía preguntándose por el
hombre desconocido. ¿Debería haber dicho algo a Benny? ¿Qué pasaría si se oyera
un alboroto acerca de un caballo robado? ¿Y si se metía en problemas?
El pulso de Gabe saltó al galope. El hombre del establo debió haber robado un
caballo, y de alguna manera la abuela se había enterado de que Gabe se lo había
dejado hacer. Pero entonces, ¿por qué traer a Minerva?
El criado los llevó a la biblioteca, dejando a Celia con la niñera y el señor Virgil.
Cuando Gabe vio a Oliver allí de pie con su pelo mojado y sus ojos rojos, llevando
ropa diferente de la que había usado antes, no sabía qué pensar.
El rostro de Oliver se endureció hasta el granito y sus ojos mostraron una mirada
asustada.
—Tengo algo que deciros, niños. —La abuela habló más suavemente que de
costumbre—. Ha habido un accidente. —La voz se le entrecortó, y se aclaró la
garganta. ¿Estaba llorando? La abuela nunca lloraba. Papá decía que tenía un
corazón de acero.
—Vuestros padres…
—Mamá y Papá están muertos —terminó por ella en una voz que ni siquiera
sonaba como la suya.
Al principio, las palabras no calaron. ¿Muertos? Al igual que Cock Robin? Gabe
los miró fijamente, esperando a que alguien le corrigiera.
Nadie le rectificó.
—No, no, no puede ser. ¿Cómo es posible? —Oliver se acercó a la ventana, con los
hombros temblando.
A suspirar y sollozar,
Era como el poema, excepto que no había campana. Gabe no sabía qué hacer. La
abuela estaba diciendo que no debían hablar de ello a nadie, porque habría escándalo
suficiente sin eso, pero sus palabras no tenían sentido. ¿Por qué él querría hablar de
ello? Ni siquiera podía creer que había ocurrido.
—¿Estás segura que eran ellos? —preguntó con voz vacilante—. Tal vez fue
alguien más el que recibió un disparo.
—Estoy segura. Oliver y yo vimos... —Con una mueca, la abuela se acercó para
abrazarles a él y a Minerva—. Lo siento, queridos míos. Tratad de ser fuertes. Sé que
es difícil.
Gabe pensó en la última vez que vio a papá, saliendo al picnic, y a mamá,
corriendo hacia el establo. ¿Cómo pudo haber sido la última vez? Ahora no podía
decirle a papá que lamentaba haber puesto la araña en el cabello de Minerva. Papá
había muerto pensando que era un chico malo que no se disculparía.
Fue entonces cuando las lágrimas brotaron en sus ojos. No podía permitir que
Jarret y Oliver lo vieran, le considerarían una niña estúpida. Así que salió disparado
de la habitación, ignorando el grito asustado de la abuela, y corrió hacia el establo.
Estaba en silencio; los mozos de cuadras estaban cenando. Tan pronto como llegó
al puesto de Jacky Boy, se derrumbó en el suelo y comenzó a llorar. ¡Eso no estaba
bien! ¿Cómo podían estar muertos?
—No es justo. —Gabe miró a Jarret—. Los padres de otros niños no mueren.
¿Por… por qué debieron morir los nuestros?
—Es j…justo como ese es…estúpido libro sobre Cock Robin. N…no tiene sentido.
—La vida no tiene sentido —dijo Jarret suavemente—. No debes esperar que lo
tenga. El Destino tiene una mano en todo, y nadie puede explicar por qué el Destino
actúa como lo hace.
Jarret no lloraba, aunque sus ojos estaban hundidos y su cara estaba crispada de
una manera extraña, como si alguien le hubiera dado un fuerte pisotón.
Gabe siempre había querido a Jarret más que a los demás, pero en este momento
odiaba lo tranquilo que estaba Jarret. ¿Por qué su hermano no estaba enfadado?
No era la vida lo que no tenía sentido. Era la muerte. Se llevaba a la gente sin
razón. Mamá no debería haber matado a papá, y los gorriones no deberían disparar a
los petirrojos. Sin embargo, todos estaban muertos.
¿Cómo iba a detenerlo? La muerte parecía ser una bastarda taimada, subiendo por
detrás para dar golpes bajos. Si iba detrás de él…
Tal vez Jarret tenía razón. No había nada más que hacer sino hacer frente a la
muerte. O incluso tratar de ignorarla. Gabe había jugado con bastantes bastardos
taimados, y la única manera de lidiar con ellos era no encogerse, no mostrar que te
hacían daño. Luego se iban a atormentar a otros tipos y te dejaban solo.
Pensó en mamá y papá yaciendo muertos en algún lugar, y las lágrimas le picaron
de nuevo en los ojos. Se las limpió sin piedad e hizo un puchero. Tal vez la muerte
podría cruzarse en su camino de la misma manera en que había agarrado a mamá y
papá, pero no sin una pelea.
Por un momento, dejó que su mente vagara por una encantadora fantasía de estar
bailando por la sala con un apuesto oficial de caballería. ¡O tal vez por su propio
anfitrión, el duque de Lyons! ¿No sería eso grandioso? Ella sabía lo que la gente decía
de su padre, a quien ellos llamaban "El Duque Loco", pero nunca prestó atención a
esos chismes.
Ojalá tuviera un vestido más de moda, como el de gros rosa de Nápoles 2 que había
visto en The Ladies Magazine. Pero los vestidos de moda eran caros, por lo que tuvo
que conformarse con su vieja seda de tartán, comprada cuando el atuendo escocés
estaba a la orden del día. Cómo deseaba haber escogido algo menos…distintivo para
cambiar de imagen. Todo el mundo le echaría una mirada y sabría lo pobre que era.
—Solo un poco. Traté de hacer este vestido más de moda añadiendo una envoltura
de red, pero las mangas todavía son cortas, por lo que ahora sólo se ve como un
vestido anticuado con mangas extrañas.
2
El gros es un tipo de tela confeccionada únicamente en seda. El de Nápoles es un tipo de tafetán de buena seda de organza.
conozco que nunca ha estado en un baile. Hasta la hija del granjero de al lado fue a
Bath, ¡y sólo tiene dieciocho años!
Ella parpadeó.
Hacía unos años, el duque de Lyons había iniciado una carrera anual, “el clásico
de Marsbury” en su propiedad. Este año su abuelo, el tío-abuelo de Pierce, el general
Isaac Waverly, había presentado un semental pura sangre de su granja.
Lamentablemente, Ghost Rider había perdido la carrera y la Marsbury Cup.
Era por eso que Pierce la acompañaba al baile de la carrera esta noche, en lugar de
su abuelo, el pobre rendimiento de Ghost Rider había decepcionado mucho al
abuelito. También la había decepcionado a ella, pero no lo suficiente como para
impedirle asistir al baile.
Su estómago se hundió.
—¡Eso no puede ser! Las únicas personas que estaban allí eran Lord Gabriel y un
tipo llamado Kinloch...
—El marqués de Kinloch, sí. Ese era el título de Lyons antes de que su padre
muriera y heredara el ducado.
—Es por eso que no lo hizo. El tío Isaac quería que te divirtieras por una vez. Y
asumió que Sharpe no estaría allí puesto que no estaba en la carrera.
—Aun así, tendré que enfrentarme con el duque, que dejó que Roger corriera esa
terrible carrera en Turnham Green a pesar de saber los riesgos. ¿Por qué nos invitó?
¿No se da cuenta quiénes somos?
Ella resopló.
—Vamos, no puedes culpar a Lyons por lo que pasó. O a Sharpe, por otra parte.
Ella miró fijamente a Pierce. Habían tenido esta discusión muchas veces en los
últimos siete años desde que su hermano había muerto en una peligrosa carrera de
carruajes contra Lord Gabriel.
—No lo sabes.
—Bueno, nadie lo sabe con seguridad, ya que lord Gabriel se niega a hablar de
ello. Pero el abuelito dice que eso es lo que pasó, y yo le creo. Roger nunca habría
aceptado enhebrar la aguja con lord Gabriel si hubiera estado sobrio.
La carrera se llamaba “enhebrar la aguja” porque corría entre dos peñascos con
espacio suficiente para que sólo pasara un carruaje. El corredor que venía detrás
tenía que refrenar los caballos para permitir que el otro pasara. Roger no había
retrocedido a tiempo y había sido lanzado contra una roca. Había muerto al instante.
—Los hombres hacen cosas estúpidas cuando están borrachos —dijo Pierce—
Especialmente cuando están con otros hombres.
—Porque aunque puede ser un loco imprudente que arriesga su cuello cada vez
que puede, no es el demonio que el tío Isaac le hace ser.
Él se rió.
—Ciertamente lo es.
—¡Porque es una locura! —Entrecerró los ojos hacia ella—. No es que fueras a
hacer algo tan irresponsable. Sé que no tenías la intención de lanzar ese reto... solo
estabas enfadada, pero continuar sería una tontería, y tú no eres tonta.
Ella apartó la mirada. A veces Pierce no tenía idea de lo que pasaba en su interior.
El abuelito y él insistían en verla como un pilar de virtud doméstica que mantenía la
granja en funcionamiento y que quería las mismas cosas que todas las mujeres de su
edad: un hogar estable y una familia, aunque sólo fuera con el abuelito.
No era que no quisiera esas cosas. Solo que… no las quería junto al sacrificio de su
alma. A la parte de ella que se sentía encajonada a veces por el trabajo constante y la
responsabilidad. La parte que quería bailar en un baile.
—¿Cómo va a oír hablar de eso? —Virginia aleteó las pestañas hacia Pierce—.
Seguro que no serías tan cruel como para decírselo.
—Oh, no intentes tus bromas conmigo, querida niña. Pueden funcionar con el tío
Isaac, pero soy inmune a esas cosas.
Ella se tensó.
—En realidad, lo he hecho. Por eso debes dejar de atormentar a lord Gabriel. Este
baile es tu oportunidad de encontrar un marido. Y a los muchachos no les gusta
cuando las mujeres van desafiando a los hombres a carreras necias.
—No tengo prisa por casarme —dijo, dándole la misma mentira que siempre le
daba a su abuelo—. Prefiero quedarme con el abuelito todo el tiempo posible.
—Virginia —dijo Pierce en voz baja—, no seas ingenua. Tiene sesenta y nueve
años. La probabilidad de que viva mucho más tiempo...
—No lo digas. —El mismo pensamiento de que muriera el abuelito hizo que su
estómago se agitara—. Tiene buena salud. Podría vivir hasta los cien años.
Seguramente uno de nuestros caballos ganará un buen premio en los próximos años,
lo suficiente para aumentar mi patética dote.
—Podrías casarte conmigo. —Pierce agitó sus cejas marrón oscuro—. Ni siquiera
tendrías que salir de casa.
Él le frunció el ceño.
—¿Por mí? Y una porra lo harías. —Ella le sonrió—. Te conozco mejor que eso.
—Ahora ese es el Pierce Waverly que conozco. Y es precisamente por eso que
nunca podría casarme contigo.
Ella se enderezó.
—¡Mira, ya casi llegamos! ¡Creo que veo la casa! —Se alisó las faldas mientras le
miraba—. ¿Me parezco a un ratón de campo?
—¡Pierce!
Él se rió.
—Estoy bromeando, patito. Te ves perfecta, los ojos brillantes y las mejillas
sonrojadas. Por eso ofrecí casarme contigo —bromeó.
Él sonrió.
—Espero no estar todavía tan desesperada como para necesitar casarme por
conveniencia.
—El problema contigo es que tienes la cabeza en las nubes. Quieres una maldita
unión de almas, con palomas arrullando por encima de tu cabeza para bendecir la
cama conyugal.
Sorprendida de que incluso hubiera notado eso sobre ella, Victoria dijo:
—Sólo creo que dos personas deben estar enamoradas cuando se casan, eso es
todo
—¡Qué repugnante! —murmuró él. Por eso nunca podrían casarse. Pierce tenía
una clara aversión al matrimonio. Además, prefería mujeres con pechos grandes y
pelo rubio, nada de lo cual tenía ella. Y a él también le gustaban las salvajes. La
reputación de Pierce era menos que estelar, aunque Virginia sospechaba que la mitad
de ello estaba azuzado por el escándalo, la indignación y la intriga de los chismes de
mamás preocupadas cuyas hijas estaban enamoradas de su buena apariencia oscura
y de su maldad.
Luego estaba el hecho de que era prácticamente su hermano. Pasaba tanto tiempo
en Waverly Farm como lo hacía en su hacienda en Hertfordshire. Ella no podía
imaginarlo como su marido más que a su cochero.
El carruaje se detuvo y Pierce salió y la ayudó a bajar. Virginia miró con la boca
abierta la famosa Marsbury House, tres largas extensiones de pedernal revestidas de
piedra y ancladas por cuatro torres de piedra con cúpula de cobre.
El interior era incluso más grande, había columnas y estatuas de mármol por todas
partes. Mientras los sirvientes los acompañaban al salón de baile, vislumbraba ricos
tapices, enormes pinturas con marcos dorados y cortinas de seda.
Sin embargo, ¿qué otra razón podría haber para la invitación? El baile de la carrera
en Marsbury era un asunto exclusivo, y aunque el abuelito era el tercer hijo de un
conde, había pasado la mayor parte de su vida en campos de batalla más que en
fiestas finas como ésta. Al no haber tenido nunca un debut formal, ella tampoco era
exactamente de la alta sociedad.
Cuando entraron en el salón de baile, Pierce la guió a un rincón aislado para poder
orientarse. Hecho todo en oro y crema con candelabros de luz de gas, el salón de
baile poseía un cálido resplandor que hizo que su corazón se acelerara con
anticipación. ¿Y si conocía a alguien aquí esta noche? ¿No sería eso bonito?
—No mires ahora, pero el propio Sharpe se apoya en ese pilar de allí.
¡Oh, cómo odiaba ese apodo! La gente se lo había dado después de la muerte de
Roger, y él hacía todo para reforzarlo. Se vestía completamente de negro, hasta su
camisa y su corbata, que se decía que estaban especialmente teñidos para él. Incluso
había pintado su faetón de negro y lo había equipado con un par de caballos negros
como el carbón.
Resopló. Debía de estar loca. Sus ojos eran los del hombre que había matado a su
hermano. Ella sólo lo había notado porque lo odiaba tan profundamente que parecía
un ultraje para él ser tan pecaminosamente atractivo. Esa era la única razón.
Y lo último que ella vio, cuando Pierce la giró en el baile, fue al maldito Ángel de
la Muerte mirar directamente a sus ojos y sonreír.
LORD GABRIEL SHARPE observó cómo la señorita Virginia Waverly bailaba por
el salón con el conde de Devonmont. Gracias a Dios que ella había venido. Si hubiese
tenido que soportar un baile entero sin cumplir su propósito, le habría explotado el
cerebro.
Lyons era miembro del Jockey Club y el amigo más íntimo de Gabe. Tenía un
establo de pura sangres que Gabe envidiaba, uno de los cuales había ganado el
Derby dos veces y otro había ganado el Royal Ascot. Gabe había comprado la prole
del último caballo el mes pasado, después de haber conseguido reunir bastante
dinero proveniente de sus ganancias en las apuestas.
—La señorita Waverly apenas califica como némesis —dijo Gabe secamente.
Lyons resopló.
—Claro que no. —Lyons bebió su vino—. Ella no puede ser tan impulsiva como su
hermano.
Gabe se puso rígido. Siete años, y aún no podía olvidar la visión de Roger
tumbado en la hierba, con el cuello roto. Si solo…
Pero tal vez podría aliviar los terribles resultados, ahora que los conocía.
—Más preocupado de que vaya a hacer correr su carruaje sobre mi mejor equipo
de caballos.
Él resopló.
—Letty Lade tenía casi setenta años para entonces; es un milagro que la mujer no
se cayera de su pescante. Deja a la señorita Waverly conmigo. Después de esta noche,
no habrá más conversaciones sobre una carrera.
¿Qué más podía hacer? Era evidente que su abuelo la consentía, y ese villano de
Devonmont probablemente la animaba para su propia diversión. La señorita
Waverly necesitaba un hombre para que la metiera en cintura. Y puesto que él era en
parte culpable de su situación actual, él sería el que lo hiciera. En el proceso, podría
resolver su propio problema.
—La abuela exige que mis hermanos y yo nos casemos, y la señorita Waverly
necesita un marido. ¿Por qué no debería ser yo?
—Una vez que se dé cuenta de que lo que pasó con Roger fue realmente un
accidente…
O eso había pensado. Desde el desafío de la señorita Waverly, había sido volátil,
propenso a ataques irracionales de furia. No tenía sentido. ¿Cómo podría un desafío
estúpido remover los fríos cimientos en su interior? Y sin embargo lo había hecho.
Todo parecía agravar su temperamento.
Pero esta noche tenía que controlar su rabia, o nunca lograría sus planes. Así que
luchó para que sus emociones volvieran a la tumba que parecía más superficial
durante el día.
—¿Por qué no encontrar a alguien más dócil para casarte? —preguntó Lyons.
Porque su falta de docilidad atraía extrañamente a Gabe. Puesto que tenía que
casarse, no quería una muchacha de la alta sociedad servil y plácida. Quería una
esposa con espíritu. ¿Quién tenía más espíritu que una mujer lo suficientemente
valiente como para desafiar públicamente a un hombre a una carrera?
—¿Así que no fue idea de tu abuela que te casaras con la hermana de Roger?
—La abuela no especificó con quién casarnos, sino que todos debemos hacerlo, o
ninguno de nosotros heredará. Y por cierto, eso no es de conocimiento común, por lo
que te agradecería que te lo guardaras para ti mismo.
—Supongo que a la señorita Waverly no le gustaría oír que es la clave para ganar
tu herencia. Pero ¿tanto necesitas el dinero? Oliver parece tener la propiedad bajo
control, Jarret convenció a vuestra abuela para que le diera la cervecería de todos
modos, y Minerva ahora tiene un marido que puede permitirse el lujo de darle lo que
quiera. Seguramente tú puedes confiar en ellos para que te presten dinero si te
quedas corto.
—No es eso. —De tener más tiempo, él esperaba mantenerse por sí mismo de
todos modos—. Estoy preocupado por Celia.
Gabe miró hacia donde su hermana estaba bailando con un extranjero que tenía el
doble de su edad y parecía decididamente molesta. Le había dicho a Gabe la semana
pasada que no tenía intención de casarse mientras Gabe permaneciera soltero.
Tenemos que mantenernos firmes, había dicho, y la abuela tendrá que ceder. Ella tiene a tres
de nosotros emparejados, eso debería satisfacerla.
Gabe apretó los dientes. La abuela no estaría satisfecha hasta que tuviera a toda la
familia marchando al ritmo que ella marcaba. Y mientras él se negara a casarse, Celia
podría culparle por el hecho de que todos fueran desheredados.
Pero entonces ella sería la que sufriera. Mientras que él estaba poniendo sus planes
para la independencia financiera en su sitio, ella sería arrastrada de relación en
relación. Decia que no necesitaba ni quería un hombre, pero sin dote para compensar
el peso del escándalo familiar en sus candidatos matrimoniales, no tendría más
remedio que convertirse en una solterona.
—¿Tu encantadora hermana? No estoy seguro de querer una esposa que pueda
matarme a veinte pasos.
—Esa parece ser la objeción que la mayoría de los hombres tienen hacia Celia.
¿Plana? Apenas. Pero Gabe nunca había sido atraído por las mujeres con los
pechos como almohadones de silla rellenados con exceso. Las hacía parecer
descompensadas. Le gustaban los senos que podía tomar en su boca sin sentirse
ahogado.
Apostaba a que la señorita Waverly tenía pechos pequeños debajo de ese atrevido
vestido… y un pequeño trasero bien formado. De hecho, estaba condenadamente
cerca de lo perfecto. Más alta que la mujer promedio, con una figura esbelta que
denotaba horas de caminar y montar a caballo.
—Su odio hacia ti será un serio obstáculo para ganarla. Sobre todo porque no eres
bueno con las mujeres.
—No me refiero a las prostitutas y a las viudas alegres que te persiguen porque
eres el Ángel de la Muerte. No tienes que hacer nada para conseguir que les gustes,
sólo quieren ver si eres tan peligroso en la cama como en las carreras. —Lyons miró a
la señorita Waverly—. Pero ella es una mujer respetable, y éstas requieren
delicadeza. Tienes que ser capaz de hacer algo más que acostarte con ellas. Tienes
que poder hablar con ellas.
Gabe resopló.
—Sé cómo excitar a una mujer dulce. —El baile terminó y Gabe vio a Devonmont
conduciendo a la señorita Waverly desde la pista. Cuando la orquesta tocó un vals,
Gabe arqueó una ceja hacia Lyons—. Diez libras dicen que puedo hacer que baile el
vals conmigo.
Con una sonrisa, Gabe se dirigió hacia la señorita Waverly. Devonmont se dirigía
hacia la mesa del ponche. Bien. Eso debería facilitar las cosas.
Mientras se acercaba a ella otro hombre también lo hizo, pero Gabe se encargó de
eso con una mirada de advertencia. El hombre palideció y se dirigió hacia la otra
dirección.
—Me sorprende verle en una distracción tan aburrida, lord Gabriel. Mi difunto
hermano siempre decía que no le gustaban los bailes. No hay peligro suficiente,
supongo, y pocas oportunidades para crear caos.
Él ignoró su vehemencia.
—¡Espere!
—¿Sí?
Él echó una mirada significativa a la gente que se esforzaba por oír la conversación
entre el tristemente célebre Ángel de la Muerte y la notoria mujer que se rumoreaba
que le había desafiado a una carrera.
—Habría pensado que preferiría la intimidad de un vals para eso, para evitar que
su abuelo se entere de lo que está considerando, pero si no le importa...
—No, por cierto. —Ella levantó la barbilla y dijo con voz triunfante—: Me
encantaría bailar con usted, lord Gabriel.
—Muy bien.
Con una sonrisa cordial, la llevó a la pista y lanzó una mirada triunfal a Lyons.
Cuando el duque levantó los ojos hacia el cielo, Gabe sonrió.
No era bueno con las mujeres, ¡ja! ¿Qué sabía Lyons al respecto?
Era cierto que rara vez tenía relaciones con mujeres respetables, pero podía
conseguir que una mujer se casara con él. Era bastante elegible, a pesar del escándalo
que rodeaba a su familia, y a él generalmente se le consideraba guapo. Y pronto
debería heredar una buena fortuna.
Su comentario la sorprendió.
—¿Qué tiene eso que ver con algo? —Se suponía que estaban hablando de la
carrera.
Él parpadeó.
—¿Cree que no me doy cuenta que mi vestido lleva tres años pasado de moda? Sé
que las mangas parecen ridículas, pero hice todo lo posible para rehacerlo y...
—No cuando sólo tiene el espacio de un vals para discutir un asunto de gran
importancia —replicó ella—. Se supone que estamos hablando de cuándo tener
nuestra carrera. Y no tenemos mucho tiempo.
Sus ojos se veían de un verde más brillante bajo las velas, menos como un bosque
y más como un océano.
—¿Cuál es?
—Las reglas son diferentes para los hombres que para las mujeres, especialmente
las solteras, como usted bien sabe. Retarme a una carrera reducirá instantáneamente
sus perspectivas para el matrimonio.
—Supone que si no le reto, los lords y ricos comerciantes caerán a mis pies como
mendigos en un banquete.
—¿Es eso lo que quiere? ¿Que un lord le pida casarse con usted?
—De hecho, no —dijo ella mientras la conducía expertamente en los giros. No era
una gran sorpresa que fuera un buen bailarín. Probablemente era bueno en cualquier
cosa que implicara maltratar a las mujeres—. Quiero quedarme en casa y cuidar de
mi abuelo hasta que muera. Ningún lord lo permitiría. Incluso si pudiera encontrar
uno que rogara.
—¿Cómo lo supo?
—Usted…usted…¿qué?
—Me dijo que las cosas han sido difíciles. Su abuelo había planeado que Roger
heredara la granja y lo ayudara a manejarla. Entonces Roger murió. Y cuando usted
cumplió dieciséis años, el general fue arrojado de un caballo y sufrió heridas graves,
por lo que le ha costado algún tiempo para...
Ella quería que el suelo se la tragara. No, quería darle una bofetada por su
exposición insensible de sus problemas.
—El baile de esta noche es el primero al que ha asistido —continuó—. Y sólo está
aquí porque persuadí al duque para que la invitara a usted y a su familia.
—Debería haberlo sabido. Quiere humillarme ante sus amigos, como venganza
por hacerle el hazmerreír con mi desafío.
—¿Una proposición que tiene que ver con nuestra carrera? —preguntó, con el
corazón latiendo violentamente en los oídos.
No había conocido a lord Gabriel cuando era amigo de Roger. Roger la había
considerado demasiado joven, a los trece años, para estar con él cuando estaba con
sus amigos. Además, los hombres generalmente habían estado en la universidad y,
cuando no estaban allí, se habían reunido en Londres, en alguna taberna o en la casa
de la abuela de Lord Gabriel, la señora Plumtree.
Así que lo había visto una sola vez, en el funeral de Roger. Incluso eso había sido
un simple vistazo, ya que el abuelito le había ordenado salir de la propiedad en el
momento en que él había llegado.
Sin embargo, ese vislumbre había sido suficiente para hacerla odiarle por
sobrevivir a la carrera en la que su hermano no. Aunque tal vez él no era
exactamente como había pensado.
—Como si eso fuera importante —se burló ella—. Nunca antes ha mostrado
ningún interés en mi familia.
—Eso es porque no sabía que usted... No importa lo que piense de mí, Roger era
mi mejor amigo. Me preocupaba lo suficiente por él como para no querer ver a su
hermana envuelta en un escándalo. Me gustaría proponer algo más.
Por un momento pensó que lo había entendido mal. Entonces notó la mirada
expectante en su rostro y se dio cuenta de que él iba en serio.
—¿Tú? ¿Cortejarme? —Ella imbuyó las palabras con tanto desprecio como pudo—.
Esa es la cosa más ridícula que he oído.
—Y su solución a eso es que me case con usted —dijo ella, todavía apenas capaz
de creer lo que ofrecía.
—Es lo menos que puedo hacer. No espero que salte de cabeza a ello a tontas y a
locas, pero seguramente podría considerar un cortejo. —Sus ojos brillaron ante ella
bajo el cálido resplandor de las lámparas de gas—. Puede que encuentre que no soy
tan horrible una vez que me conozca.
—Ha superado sus límites —dijo ella con firmeza—. No tenía ningún derecho.
—Sólo porque ha oído algunos chismes acerca de mí. Deme una oportunidad.
Podría sorprenderla. —Él le lanzó una sonrisa arrogante—. A su hermano le caía
bastante bien.
Una expresión de aflicción cruzó su rostro, y Virginia casi deseó poder recuperar
las palabras. Hasta que desapareció ese vestigio de dolor, reemplazado por una
determinación de acero que la asustó.
—Es exactamente por eso que estoy ofreciéndole compensaciones casándome con
usted —dijo con una fría falta de emoción—. Porque tiene un futuro sombrío por
delante si no encuentra marido.
Qué cosa monstruosa que decir, aunque fuera verdad. Ella levantó la barbilla.
—Como su esposa, estaría sujeta a sus caprichos. ¿Por qué es eso mejor?
—¿Se lanzaría a la misericordia de alguna matrona con cara de perro y sus siete
hijos? ¿Cómo podría ser eso satisfactorio para una mujer de educación y buena
crianza? —Su mirada se movió sobre su rostro—. ¿Y si su belleza la pone a merced
de un marido loco o de un hijo lujurioso?
—No son mis valores —dijo bruscamente—. Pero muchos hombres los tienen, y
odiaría ver a la hermana de Roger caer presa de tal cosa.
Allí estaba de nuevo, su referencia a ella como la hermana de Roger. ¿Se sentía
realmente culpable por lo que había sucedido? El día que ella lo había enfrentado en
Turnham Green, había mostrado mucho remordimiento, pero había supuesto que
sólo era porque estaba delante de su familia y no quería que pensaran mal de él. Sin
embargo, aquí estaba otra vez.
Ella resopló. No era remordimiento lo que estaba mostrando, sino arrogancia. Qué
típico. La forma en que se paseaba por la ciudad riéndose de la muerte, como si el
accidente de Roger no le hubiera afectado ni una pizca, la hacía perder el control.
Virginia no creyó ni por un minuto que él genuinamente deseaba hacer las paces.
No había intentado hacerlas desde las cartas que había escrito al abuelito justo
después de la muerte de Roger. Y esto sería una manera extrema de hacer las paces,
atándose para toda la vida. No, debía tener algún motivo ulterior. Ella simplemente
no sabía lo que era.
—Tan halagada como estoy por su afán de mejorar mis circunstancias, señor —
dijo en un tono cortante—. Me temo que debo rechazar su oferta. Lo único que
quiero de usted es una oportunidad para competir con usted. Si no está interesado en
eso, no veo ninguna razón para continuar esta conversación.
Lord Gabriel parecía frustrado, lo que le dio una satisfacción perversa.
—¿Y si estoy de acuerdo con una carrera diferente? —dijo, mientras sonaban las
últimas notas del vals—. No en la carrera que mató a su hermano, sino en otra.
—Una carrera de carruajes —dijo ella, para confirmar lo que él quería decir.
—Entre usted y yo. Si gana, correré con usted en Turnham Green ya que me ha
estado atosigando para que lo haga. —Le lanzó una mirada desafiante—. Pero si yo
gano, dejará que la corteje.
Él asintió.
Ni muerta. Había corrido con Lady Lade en Waverly Farm, cuando los Lade
habían venido para hacer cubrir una yegua por uno de los sementales del abuelito.
Ella y lady Lade habían corrido por una pista de tierra de sólo un kilómetro de largo.
Esperar que el tristemente célebre Ángel de la Muerte compitiera a lo largo de ese
trayecto tan doméstico sería vergonzoso.
—¿Sabe eso?
Ella vaciló. Pero en realidad, ¿cómo podía negarse? No importaba que sus
términos implicaran el cortejo: iba a ganar. Sus caballos conocían bien el trayecto. Él
podría tener un equipo rápido, pero ella también tenía la ventaja de ser más pequeña
y más ligera que él.
Eso le daba poco más de tres días para prepararse, pero bastaría.
—Por supuesto, mientras sea después de la una del mediodía, así mi abuelo piensa
que estoy dando mi paseo de la tarde. —Ralentizando los pasos mientras se
acercaban a Pierce, ella bajó la voz—. Y no se lo diga a mi primo. Él iría directamente
al abuelito con ello.
—¿Significa eso que vamos a tener una carrera secreta? ¿Sólo nosotros dos?
—No sea ridículo. Pierce tiene que estar allí. Alguien debe asegurarse que no hace
trampa.
—Pero no se lo diré hasta el último minuto. Eso funcionó bien cuando me llevó a
Turnham Green. —Ella levantó la barbilla—. Puedo hacer que Pierce haga lo que me
plazca.
—Aún.
Lord Gabriel no entendía su amistad con su primo. Ella era prácticamente una
hermana para él.
—Buenas noches, Sharpe —dijo Pierce con voz fría. Le entregó una copa a ella—.
Dijiste que tenías sed.
—Me sorprendió veros bailar, Sharpe, dada la aversión de Virginia por ti.
—Eso es agua pasada —dijo lord Gabriel con una sonrisa desdeñosa.
Virginia le miró de reojo. El hombre tenía una irritante tendencia a creer lo que le
convenía.
Un caballero que le parecía familiar se acercó a ellos, y tanto Pierce como Lord
Gabriel se pusieron rígidos ante su acercamiento.
—No había motivo para ir. Sabía que iba a ganar la potra de Jessup.
—Chetwin fue el que corrió con su carruaje contra Sharpe en Turnham Green —
añadió.
—Dígame, señorita Waverly —dijo el teniente con una sonrisa—. ¿Sharpe todavía
se resiste a competir con usted?
—Sí, pero no golpear las rocas es el propósito, compañero —se burló el teniente
Chetwin—. ¿No está de acuerdo, señorita Waverly?
—Sólo porque uno de los cascos de mis caballos pilló una piedra, como bien sabe
Sharpe. Y porque tuve el buen sentido de retroceder antes de estrellarme sobre las
rocas.
Ella se quedó atónita ante la referencia. ¿Qué clase de burro pisoteaba el dolor de
alguien?
—Eso fue totalmente inaceptable, Chetwin. Pero claro, nunca aprendiste a hablar
correctamente a una dama —gruñó lord Gabriel.
En el momento en que las palabras salieron de su boca, ella podría haberse dado
una patada.
Esta vez el baile era un reel. Adecuado, ya que su mente estaba dando vueltas.
Lord Gabriel la había defendido de ese desagradable de Chetwin. Y hasta que ella
misma lo dejó escapar, también había guardado su secreto sobre la carrera, cuando
pudo contrarrestar las insinuaciones del teniente al alardear ante el hombre. Dado su
aparente estilo para lo dramático, eso era bastante extraño.
La cogió por la cintura para llevarla a la línea de baile y dijo:
—Usted le recordó que le vencí. Esa es razón suficiente para que no le guste. ¿Por
qué hizo eso, cuando pretende odiarme también? —Sus ojos brillaron al mirarla
como si hubiera sacado una conclusión falsa de eso.
Ella resopló.
—Si alguien te va a criticar, lord Gabriel, voy a ser yo, no un vil tonto cuya misión
en la vida parece ser causar problemas.
Después de eso no hablaron más, pero ella estaba muy consciente de que algo
había cambiado entre ellos.
Las palabras del teniente se deslizaron en su mente: La última vez, tuve que insultar
a su madre para inducirlo a enhebrar la aguja. ¿Era ésa la razón por la que lord Gabriel
había hecho una carrera con ese vil compañero, a causa de un insulto a su madre?
Eso no cambiaba nada, por supuesto. Pero lo… bien…mitigó un poco, ya que sus
padres habían muerto escandalosamente.
Había oído todos los rumores sobre el difunto lord y lady Stoneville años atrás. La
historia oficial era que lady Stoneville había matado a su marido por accidente y que
después se suicidó fuera de sí por la pena, pero abundaron toda clase de otras
historias. Que su hijo mayor, el actual lord Stoneville, los había asesinado por su
fortuna. Que lady Stoneville había matado a su marido por celos a causa de sus
muchas indiscreciones.
No era de extrañar que lord Gabriel se sintiera obligado a aceptar el desafío del
hombre.
Ella frunció el ceño. ¿Cómo podía excusarle? Era un tonto imprudente sin sentido
de la decencia, un sinvergüenza arrogante que pensaba que debía estar agradecida
de que él quisiera casarse con ella…Y un hombre que había perdido a sus padres de
una manera horrible a los siete años, y de alguna manera todavía logró encontrar
algo de alegría en la vida.
Ella lo miró mientras giraban con sus compañeros alternos en el baile. La mujer
que estaba girando sonrió hacia él, y él sonrió abiertamente.
Muy bien, así lograría ver cómo algunas mujeres podían encontrarle encantador.
Tenía una manera de hacer que una mujer sintiera que tenía toda su atención cuando
estaba con él.
Cada vez que el baile los hacía volver juntos, él sonreía, y cada vez que lo hacía, su
pulso se agitaba un poco.
—Déjeme a Pierce. Nos vemos el viernes a la una y media. Sólo asegúrese de estar
allí.
Pierce podía gritar todo lo que quisiera. Haría la carrera contra Lord Gabriel, y ella
ganaría primero en Ealing, luego en Turnham Green. Entonces se quitaría para
siempre de la mente la buena apariencia de él y su reputación salvaje.
Capítulo 3
Su nieto de metro noventa se echó a reír y señaló la ventana abierta detrás de ella.
Gabe se inclinó para besar su mejilla, y ella olió el aroma almizclado de caballos en él.
Debía haberse quedado en los establos para almohazar su propia montura, lo que la
alarmó. Sólo lo hacía cuando algo le había perturbado.
—¿Dónde has estado? —Espetó ella—. Todos los demás han estado en casa hace
horas.
—La última vez que lo comprobé —dijo arrastrando las palabras mientras se
dejaba caer en la silla enfrente de ella—, no debía informar sobre mis idas y venidas.
Gabe cubrió las heridas con algunas bromas y una sonrisa temeraria, pero en las
últimas seis semanas, la cobertura parecía estar agrietándose. Él no podía verlo, pero
ella sí. Y cuando esas heridas comenzaran a sangrar de nuevo, todas las bromas del
mundo no iban a contener la sangre.
Su sonrisa se desvaneció.
—Sabes perfectamente cómo fue. Estoy seguro de que los demás te lo contaron
todo.
—Sí.
Él frunció el ceño.
—Porque es cierto.
—No me puede odiar, no me conoce. Ella odia que su hermano muriera corriendo
conmigo, pero eso no significa que me odie. —Cruzó sus brazos sobre su pecho—.
Conseguí que bailara conmigo, ¿no?
—¿Qué hiciste... insinuar que estarías de acuerdo en correr con ella si bailaba
contigo? —Cuando él se encogió de hombros, Hetty resopló—. Lo que no sabéis
acerca de las mujeres podría llenar un océano. Manipular a una mujer no te lleva a
ninguna parte con ella a largo plazo.
—Eso es diferente. ¿Para qué son los abuelos sino para molestar a sus nietos?
—No tienes que elegir a la única mujer que tiene todas las razones para odiarte.
—Gracias a mí, estará desamparada cuando muera su abuelo. Pensé que casarme
con ella era lo menos que podía hacer.
—Gabriel…
—Tienes que vivir hasta la boda para que cuente, sabes —dijo ella mientras se
alejaba.
—Has tenido suerte tres veces. A nadie le dura la suerte para siempre.
Su frente se arrugó.
—¿Y si juro que nunca volveré a enhebrar la aguja contra la señorita Waverly o
cualquier otra persona? ¿Qué me darías?
Ella dudó. Tal promesa eliminaría su mayor preocupación: que él hiciera esa
carrera y se matara a sí mismo o a otra persona. Cualquiera de los escenarios podría
ponerlo fuera del alcance de su familia para siempre.
Sin embargo, negociar con sus nietos era arriesgado. Había trabajado en beneficio
de Jarret, pero Gabe era otra cosa completamente distinta.
—¿Qué deseas?
—Eso nunca sucederá —interrumpió ella—. Además, dijiste que querías casarte
con la señorita Waverly para ayudarla.
—¿Por qué?
—Recuerda lo que dije. Si mueres antes de casarte, entonces nadie consigue nada.
—¿De verdad? ¿Castigarías a mis afligidos hermanos sólo porque tuve la audacia
de morir y perdiste la oportunidad de que se cumplieran tus planes? No lo creo. —
Entonces, esa luz impudente apareció en sus ojos, la que ella conocía tan bien desde
que era un niño y salía furtivamente al establo, sin importar qué castigo inventara
para hacerle quedarse—. Además, ¿no lo has oído? Soy el Ángel de la Muerte, no
puedo morir.
Un escalofrío recorrió su columna vertebral. Maldito tonto. Decir tal cosa era
tentar al destino.
—Y voy a vivir solo para ver a Celia hacer que te retuerzas, abuela. Sospecho que
después de que a ella le llegue el turno de encontrar a un cónyuge, te arrepentirás de
haber seguido con este plan tuyo. Nunca digas que no te lo advertí.
—Pensaré en eso.
—Es mejor que lo consideres pronto —dijo arrastrando las palabras—. Voy a
competir con la señorita Waverly en tres días. —Salió dando zancadas.
¡Maldito sea ese muchacho! Parecía que había heredado cada pedazo de su
destreza en la manipulación. Si no era cuidadosa, podría sacar ventaja en esta batalla.
Pero había llegado hasta ahí sin ceder ante las quejas de sus nietos. No iba a darse
por vencida debido a las amenazas de Gabe.
Ghost Rider debería haber ganado, el potro había perdido por una mera nariz.
¿Cómo se suponía que Waverly Farm saldría de la deuda si sus caballos no podían
ganar premios en metálico?
Él temía mucho que no encontrara marido con su pequeña dote. Entre su falta de
temporada y su incapacidad para morderse la lengua cuando debía, necesitaba toda
la ayuda que pudiera conseguir. Y se lo debía a ella. La niña había renunciado a su
futuro para cuidar de él después de su lesión, la muchacha merecía algo más que una
vida de cuidar de un viejo cascarrabias como él.
Miró a Pierce.
Su sobrino vaciló, luego miró hacia la puerta que daba a la cocina, de donde salían
los sonidos de la feliz conversación de Virginia con los sirvientes.
No era ninguna sorpresa para Isaac que ella estuviera tan cómoda en la cocina
como en un salón. En aquellos largos meses después de haber sido arrojado de un
caballo e incapaz de salir de su cama, la única compañía de Virginia, aparte de la
ocasional visita de Pierce, habían sido los sirvientes.
—Gabriel Sharpe.
—Hay algo que debería haberte dicho hace un mes, cuando sucedió. Pero me
imaginé que tenías suficientes cosas en la cabeza, y realmente no pensé que ella
seguiría adelante. Ahora no estoy tan seguro.
—Sí, ¿abuelito?
Él frunció el ceño.
—Pierce me ha dicho que quieres hacer una carrera tonta contra Lord Gabriel
Sharpe.
—¡No me importan las malditas zapatillas de Pierce! —gritó Isaac—. ¡Quiero saber
qué te ha poseído para desafiar a Sharpe a una carrera! No parece propio de ti hacer
algo tan tonto.
—No hay nada de qué preocuparse, es sólo una carrera de carruaje rápido por ese
camino en Ealing. Te acuerdas de la que… esta es menos peligrosa.
—Pensé que podría vencerle y que por fin dejaría de pavonearse por la ciudad,
demostrando su destreza en conseguir que la gente se matara.
—Oh, corderita —dijo—. Tienes que dejar de preocuparte por Sharpe. Odio a ese
tipo tanto como tú, pero...
—Si sólo lo hubieras visto el mes pasado en la carrera, jactándote de cómo había
vencido al teniente Chetwin. —Ella cerró las manos en puños—. ¡No se molesta por
el hecho de que Roger murió haciendo esa carrera! Alguien tiene que poner a Lord
Gabriel en su lugar, para enseñarle algo de humildad, algún…algún sentido de
decencia.
—No voy a ver cómo arriesgas tu vida, y tu futuro, podría añadir, tratando de
competir con ese hombre, de todos los hombres. Ve a buscar tu bonete. Vamos a
visitar a Lord Gabriel Sharpe. Tú, querida, vas a decirle que has visto el error de tu
proceder y te niegas a correr con él.
—¡No voy a hacer tal cosa! —Espetó ella—. Me niego a dejarle pensar que soy una
cobarde.
Ella palideció.
—¿Papá se ha ido?
Mirándolo con ojos enormes, llenos de lágrimas, ella le había lanzado sus
pequeños brazos regordetes alrededor de su pierna y dijo:
—Abuelito quédate.
—Te vamos a librar de esta carrera con Sharpe, o juro por Dios que te encerraré en
tu habitación y nunca te dejaré salir de nuevo.
La chica discutió con él a cada paso del camino. Ella protestó mientras esperaban
la llegada del carruaje. Suplicó mientras se dirigían a Ealing. Pero como sus esfuerzos
no produjeron nada durante la hora de trayecto a Halstead Hall, se quedó en un
silencio cabizbajo. Él no sabía qué era peor.
Incluso las carreras no le habían molestado. Después de todo, los jóvenes eran
jóvenes. Pero entonces Roger había empezado a pasar todo su tiempo en los burdeles
de Londres, bebiendo y jugando más allá de sus posibilidades, e Isaac empezó a
preocuparse.
Ver Halstead Hall trajo todo de vuelta. No era de extrañar que Roger se hubiera
prendado de Sharpe y ese hijo del duque ¿cómo no habría podido seducir al
muchacho con tales ventajas cuando las suyas eran tan modestas?
Llegaron a las enormes puertas delanteras demasiado pronto. Halstead Hall era
una de esas espaciosas mansiones de estilo Tudor aptas para albergar a un rey, el
cual aparentemente era su dueño antes de que fuera entregada a la familia Sharpe
hacía más de doscientos años.
—Mira —le dijo a Virginia mientras los lacayos y los mozos de cuadras corrían
hacia su carruaje—. Me dejarás hablar hasta que nos encontremos con Sharpe.
Entonces le informarás que has cambiado de opinión sobre competir con él, y punto.
—Pero abuelito...
—Lo digo en serio, Virginia. —Cuando ella cruzó los brazos sobre el pecho en un
gesto de desafío, él suspiró—. Si haces lo que te digo, prometo comprarte unos
vestidos nuevos. Incluso podríamos ir a Londres para un baile o dos. Estoy seguro de
que Pierce podría arreglarnos una invitación en alguna parte.
—Incluso si hubiera dinero para vestidos y bailes, no soy una chica de sociedad con
una cabeza hueca para ser influenciada por ellos. Hay un principio en juego.
Pero este era el mundo en el que Isaac había crecido. Uno en donde se definía la
“buena crianza” como la habilidad de poner a un advenedizo en su lugar, donde los
hombres eran juzgados por el corte de sus abrigos, no por el corte de su carácter.
—¿De verdad es aquí donde vive Lord Gabriel? —susurró mientras el sirviente se
alejaba, presumiblemente para ir a buscar al hombre. Isaac frunció el ceño.
—Eso he oído. —Issac le frunció el ceño—. Seguro que conocías sus antecedentes.
—Bueno, sí, pero nunca me di cuenta…En su mayor parte, presté atención a sus
hazañas.
— Halstead Hall es famosa en esta zona por su tamaño: trescientas sesenta y cinco
habitaciones. Sus jardines son enormes, y tiene uno de los laberintos más grandes de
Inglaterra. La última vez que oí, la finca tenía setenta arrendatarios.
—Lo suficientemente rica como para comprar lo que sea y a quien quiera. Tenlo en
cuenta cuando pienses hacer una tontería como la de una carrera. —No se molestó en
modular la voz; no iba a dejar que estos Sharpe lo intimidaran con toda su riqueza—.
Aunque he oído que su dinero proviene del lado materno de la familia, no del
marqués.
—Usted debe ser el general Waverly —dijo mientras se acercaba a ellos—. Soy
Hester Plumtree, abuela de...
Pero él había esperado a una matrona con la voz de una arpía, y una actitud
varonil. No esta criatura de apariencia frágil con una hermosa tez y una sonrisa que
hacía que la sangre envejecida de un hombre corriera de nuevo.
—Me temo que no sé exactamente dónde está en este momento. Pero mientras los
sirvientes lo buscan, ¿quizá quieran un poco de té? Deben estar sedientos después de
su largo viaje.
—No quiero té —espetó él, sabiendo que se estaba comportando como un asno
viejo y malhumorado pero incapaz de detenerse.
—Me encantaría un poco de té —dijo Virginia con una sonrisa brillante—. Gracias.
¿Ahora decidía la chica comportarse como una jovencita bien educada? Iba a
llevarlo a una tumba temprana.
La señora Plumtree ordenó al criado que les trajera té y le dijo que lo tomarían en
la biblioteca.
—¿Deduzco que esto es sobre la carrera que mi nieto y su nieta acordaron hacer?
—¡Turnham Green! —Él frunció el ceño hacia Virginia—. ¡Me dijiste que
planeabas hacer la carrera en Ealing!
—¡Segura! —gritó Isaac—. ¿Hacer correr un carruaje por algún camino lleno de
baches contra un hombre que es conocido por su imprudencia, un hombre que hará
cualquier cosa para ganar?
—Mi nieto no permitirá que ella resulte herida, si eso es lo que está insinuando,
señor —dijo la señora Plumtree gélidamente.
—Perdóneme, señora, pero he visto el caos que su nieto inflige cuando corre.
—Seguramente una carrera tan inocua no podrá causar ningún daño —replicó
ella.
—Pero...
—¡Ahora, Virginia!
Con un bufido, ella se levantó y salió.
—¿Así que usted ha tenido éxito en reprimir sus locas ideas en el pasado?
—No ha tenido ninguna idea loca en el pasado. Hasta que llegó su nieto, ella era
responsable y equilibrada y...
—Mi nieto no cambió su carácter, señor. Tal vez él solo expuso lo que ya estaba
allí.
—Conozco a las mujeres jóvenes. Tengo dos nietas propias, y una hija antes que
ellas. Soy muy consciente de lo obstinadas que son las jóvenes, especialmente las de
naturaleza apasionada, como su nieta. Si usted se mantiene firme, es probable que
ella actúe a sus espaldas. ¿Cuándo descubrió que había desafiado a mi nieto a una
carrera?
—Hoy.
—Bueno, si pudiera evitar que su maldito nieto hiciera cosas necias, como correr
en la carrera de Turnham Green...
—Hago todo lo posible —dijo ella con rigidez—. Pero considere que usted tiene
solamente una nieta a la que amenazar. Yo tengo cinco.
—¿Y qué hay de su nieta? Sus tácticas no parecen hacer mucha mella en ella.
Estaban tan cerca que Isaac podía ver en sus ojos azules insondables y oler el agua
de rosas en ella. La mujer era enloquecedora. Era fascinante. Habían pasado años
desde que había encontrado una mujer fascinante, no desde que murió su Lily. Pero
esta mujer…
Se puso rígido.
—¿Y qué propone que hagamos? ¿Dejarles que se maten el uno al otro?
—Oh, por favor —dijo con brusquedad—. Ustedes los hombres siempre exageran.
No se matarán. Si permite la carrera, entonces usted tiene control de cuándo, dónde y
cómo sucede. Podemos estar allí para controlar la situación. Su nieta estará tan
contenta que dejará de pelear con usted, y correr contra mi nieto purgará su deseo de
venganza. Entonces usted no tendrá que preocuparse por más encuentros entre ellos.
—¿Y si no lo permito?
Por mucho que odiara admitirlo, sus palabras tenían sentido. Podía reconocer a un
maestro estratega cuando se encontraba con uno.
—Tendrá que darme lecciones sobre cómo lograr tal hazaña —dijo con una
sonrisa.
—Sería un honor. —Una sonrisa tímida curvó sus propios labios. Tenía unos
labios bonitos, no pudo dejar de notarlo.
Entonces se sorprendió. ¿Qué estaba haciendo? Esta era la abuela de los Sharpe,
¡por el amor de Dios! El sinvergüenza había adquirido claramente su imprudencia de
ella. Honestamente; Isaac bien podía imaginar a Hester Plumtree conduciendo un
carruaje a toda velocidad por algún sendero. Y ¡ay del loco que se interpusiera en su
camino!
Venir aquí había sido un error. Encerraría a la chica el viernes; dejaría que Sharpe
viniera tras ella si quería su carrera.
—¡Virginia! —gritó.
Virginia siguió las detalladas instrucciones que el buen sirviente le había dado
hacia los establos. Esta mansión era increíble. ¿Quién vivía en un lugar así?
No era de extrañar que lord Gabriel estuviera tan seguro de sí mismo. Se le había
entregado todo en bandeja de plata desde el momento en que nació, por lo que
asumió que tenía derecho a todo.
Era una lástima que el abuelito estuviera siendo tan obstinado con la carrera de
carruajes. ¿No quería ver a Lord Gabriel humillado públicamente?
Bueno, ella tenía un plan. Si pudiera echar un vistazo a los caballos que lord
Gabriel usaba para tirar de su faetón, tendría alguna munición para sus argumentos
con el abuelito. Ella detallaría sus fortalezas y debilidades, luego señalaría
exactamente cómo podía vencerlas con sus propios caballos. Después de todo, tenía
una granja llena de sementales. Dudaba que Lord Gabriel tuviera eso.
De repente salió un mozo de cuadras del edificio más grande llevando un cubo.
Ella se agachó en una puerta para mirar mientras él llamaba a un mozo más joven.
Tan pronto como el más joven llegó volando, el mayor le dio el cubo y dijo:
—Ésta es la mezcla especial que el señor Gabriel quería para su caballo nuevo.
Asegúrate de que la bestia se lo come todo. Le aliviará la digestión.
El mozo de cuadras joven se apresuró a ir hacia el edificio más pequeño y entró
con el cubo, y poco después salió sin él.
Virginia dejó escapar un suspiro. El nuevo caballo de lord Gabriel debía ser para
su faetón. Ya que el pequeño establo no estaba tan ocupado como el grande, tal vez
podría entrar a verlo sin ser vista.
Se dirigió hacia la entrada y buscó por los alrededores a cualquiera de los mozos
de cuadras que pudiera salir del más grande. Cuando oyó voces que se acercaban, se
lanzó hacia el establo pequeño.
Contuvo el aliento. Con mangas de camisa, pantalones de montar y botas altas, era
un hombre bastante impresionante, delgado, en forma y guapo. Demasiado guapo
para la cordura de cualquier mujer.
—Vamos, mi pequeña potranca —le dijo al caballo—. Esto debería hacerte sentir
mejor.
Su voz tranquilizadora hizo que algo se agitara en su interior. Era difícil no dejarse
seducir por un hombre que podía tratar a un animal con tanta ternura. Le hacía
preguntarse cómo sería con una mujer.
—Y dejarás de pelear contra los mozos de cuadras, ¿lo harás? —Le dijo Gabriel a
la potranca—. Debes ahorrar esa energía para St. Leger Stakes 3. Les vas a hacer caer
de culo, mi linda chica. Vas a correr como el viento y dejar a todos esos estúpidos
potros muy atrás.
¿Planeaba meter un purasangre en St. Leger Stakes? Dios mío, también el abuelito.
Y si lord Gabriel la atrapaba aquí…
3
St. Leger Stakes: Carrera para purasangres de tres años. Se celebra en septiembre en Doncaster, desde 1776. La distancia que se
recorre es de 2.921 metros.
Con el corazón en la garganta, empezó a retroceder. Entonces un caballo cerca de
ella relinchó, y la cabeza de lord Gabriel se giró. La miró entrecerrando los ojos, dejó
el cubo y se acercó a ella.
Virginia dio media vuelta para correr, pero él estuvo a su lado en dos pasos y la
agarró por los brazos.
—Alto ahí —gruñó mientras la giraba hacia él—. ¿Qué diablos está haciendo aquí?
—Yo…esto…bien…mi abuelo quería hacerle una visita, pero está hablando con su
abuela, y…—Ella pensó rápidamente—. Y oí que tenía un espectacular laberinto, así
que fui a buscarlo. Entonces me perdí y terminé aquí.
—Así que no tiene nada que ver con tratar de observar a su competencia. —Sus
ojos la taladraron.
—¡Para nada! No tenía ni idea de que tenía un pura sangre al que tenía la
intención de... quiero decir…
—Me escuchó hablando con Flying Jane —acusó—. ¡Vaya, pequeña bruja taimada!
Oh, Dios, ahora estaba realmente en problemas. El mundo de las carreras estaba
lleno de subterfugios. Dado que las probabilidades se establecían sobre la base del
conocimiento de un caballo, los vendedores a menudo se colaban en los establos o
espiaban las pruebas secretas para obtener información. Así que cualquier dueño de
un pura sangre sospechaba si un competidor se acercaba a sus caballos,
especialmente antes de una gran carrera como la de St. Leger Stakes.
—¡No! —Al verle arquear la ceja, agregó—. No se lo diré a nadie. Nunca lo haría.
—Me habrían tratado mejor que usted, me atrevo a decir —replicó ella con una
inclinación de la barbilla—. Por favor, déjeme ir.
—Entonces tenía otra razón para venir aquí —dijo, su voz se profundizó—. Tal
vez alguna razón más…personal.
—Por supuesto que no. ¿Por qué le buscaría aquí, de todos los lugares?
—Porque los criados, sin duda, le dijeron que a menudo paso aquí mis mañanas.
—Su voz era ronca ahora, y sus manos se movían arriba y abajo de sus brazos,
calentándolos, haciendo que su corazón se acelerara inexplicablemente.
—No pregunté a los criados… Quiero decir, les pregunté acerca del est…el
laberinto, pero yo…—Estaba balbuceando como una colegiala enamorada, por amor
de Dios—. No sabía que estuviera aquí —terminó ella. —Está siendo ridículo.
—No soy una de esas coquetas que se desmayan con cada una de sus palabras, ya
sabe.
—No es con las palabras con lo que se desmayan. —Él rodeó su cintura y la acercó
aún más—. Y aunque no sea ni un poco coqueta, eso no significa que no tenga
curiosidad por mí.
Su respiración se negó a obedecer sus órdenes, acelerándose febrilmente. Debería
darle una bofetada, empujándole lejos.
—Eso es absurdo. ¿Cómo podría yo sentir curiosidad acerca de u…un canalla con
su reputación?
—Se me ocurre una idea —dijo con voz ronca, inclinando la cabeza hacia ella—.
¿Por qué no satisfago un poco su curiosidad? —Él cubrió su boca con la suya.
Virginia se quedó inmóvil ante el asalto íntimo. Qué horroroso. Qué inaceptable.
Qué intoxicante. Sus labios se movieron sobre los suyos con la seguridad de un
hombre que había besado a muchas mujeres. Una emoción instantánea se deslizó por
su columna vertebral que le hizo las cosas más deliciosas a su interior.
Podía sentir su boca suavizarse debajo de la de él, sentir su aliento vacilar contra
sus labios, sentir su sangre correr incontroladamente por sus venas. Esto estaba mal,
muy mal. Y se sentía completa y totalmente correcto.
—Ah, bruja —susurró contra sus labios—. Qué boca tan besable tienes.
—Tienes razón. Eres algo más…íntimo. Así que llámame Gabriel. Casi nadie lo
hace. O mejor aún, llámame “cariño”. Nadie me llama así, cariño. —Antes de que ella
pudiera resistirse a esa desfachatez, volvió a tomar sus labios.
Pero esta vez sus labios eran más firmes, más cálidos. Gabe la empujó contra él y
abrió su boca sobre la suya, persuadiéndola para poder meter su lengua dentro.
Antes de que ella lo supiera, la había presionado contra la pared entre dos
compartimentos, sus labios seduciendo los suyos. No podía respirar, no podía
pensar.
Ella puso sus manos sobre su pecho, con la intención de empujarlo hacia atrás,
pero sus dedos se enroscaron en su chaleco como pequeños traidores.
En unos instantes, el mundo entero se redujo a este hombre con su boca sobre la
suya y sus manos moviéndose por sus costillas y su cintura, sus pulgares rozando la
parte inferior de sus pechos a medida que se deslizaban…
—¿Qué diantres?
—¡Jacky Boy! —Gabriel le gruñó al pony que acababa de morderla—. ¡Eso no!
Ella giró su cabeza para mirar al poni cuyos labios estaban separados para mostrar
los dientes. Si alguna vez se podría decir que una bestia fulminaba con la mirada,
ésta estaba haciéndolo.
El poni le dio un empujón a Gabriel con su cabeza, metiéndose entre ellos como
para separarlos.
Gracias al cielo. Ella había estado a punto de hacer Dios sabe qué.
—Lo siento —dijo Gabriel—. Jacky Boy fue la primera montura que tuve, por lo
que tiende a ser posesivo. Está celoso de cualquiera a quien preste atención. Ya
estaba molesto por la llegada de Flying Jane al establo, así que se desquitó contigo.
—Sin duda los tiene. —Su mirada recorrió su cuerpo con tal calor que su
respiración volvió a acelerarse—. Pero tendrá que acostumbrarse.
La insinuación de que tenían algún tipo de futuro juntos la alarmó como nada más
lo había hecho. Retrocedió, horrorizada de haber ido tan lejos con él.
El rostro de él se volvió de piedra, pero sus ojos brillaron con un calor que la
abrasó.
—Tu abuelo no estaba allí. Necesita culpar a alguien, así que me culpa a mí. Pero
eso no significa que tenga una razón para ello.
—La gente se engaña a veces —se dirigió hacia ella otra vez—. Es mejor que
enfrentar la verdad, que tu hermano...
—¿Qué demonios está pasando aquí? —llegó la voz de su abuelo desde la entrada.
Gabriel se detuvo.
—Buenos días, general —dijo, aunque mantenía los ojos fijos en los suyos—. Su
nieta y yo estábamos hablando de una carrera.
Mientras su abuelo se aproximaba, ella añadió apresuradamente:
—Vine a los establos para ver si podía ver a Gabriel…quiero decir, el carruaje de
lord Gabriel y los caballos, abuelito, y encontré a su señoría en su lugar.
—No tienes por qué vagar sola en los establos —repuso el abuelito.
Con una expresión escéptica, su abuelo miró de ella a Gabriel. Virginia rezó para
que no supiera que estaba mintiendo. Que no pudiera decir que acababa de ser
besada hasta dejarla aturdida.
El abuelito se puso rígido y le lanzó a la señora Plumtree una mirada torva. Luego
miró a Gabriel.
—Todo bien. Así es como va a ser. Los dos tendréis vuestra carrera el viernes. La
Sra. Plumtree y yo estaremos allí para asegurarnos de que se haga de manera justa y
segura. Después...
—Volveremos todos a Halstead Hall para cenar —dijo la señora Plumtree—. ¿Qué
dice usted, general? ¿No sería una manera agradable de terminar el día?
—Sí —convino Virginia. Una vez que la carrera hubiera terminado, ella y Gabriel
podían administrar el resto de su pacto de manera más discreta.
—Muy bien. —El abuelito le tendió el brazo—. Vamos, mi niña, vamos a casa.
Ella le tomó el brazo, sin atreverse a mirar a Gabriel por miedo a lo que pudiera
ver en sus ojos. Y lo que podría hacer que se sintiera.
—¿Sí?
—Quise decir lo que dije sobre Jacky Boy. Tiene todas las razones para estar
molesto. Porque sabe que no me rendiré.
Ella tragó saliva. No estaba tan horrorizada como debería estar por su
recordatorio. El diablo lo lleve.
El abuelito resopló.
No, él sabía exactamente lo que estaba haciendo, con los caballos y las mujeres. Lo
que era una lástima.
Señor, por mucho que quisiera que el abuelito la viera por lo que era, no quería
que él viera la parte de ella que había disfrutado imprudentemente de besar a
Gabriel.
—Debió haber sido él. De lo contrario, habría culpado a Roger hace mucho
tiempo.
Ella pensó en lo que Gabriel había dicho. No había mencionado quién había hecho
el desafío. Pero obviamente le había mentido acerca de la borrachera de Roger.
—No lo sé.
—¿Qué quieres decir?
—Pero pensé que lord Gabriel lo desafió después de haber estado bebiendo toda la
noche y la mitad de la mañana. Luego salieron para hacer la carrera.
—No exactamente.
—¿Por qué importa? —Espetó él—. ¿No basta con que convenciera a Roger de
correr con él cuando el muchacho estaba borracho, y luego lo arrastrara a esa
condenada carrera para morir más tarde?
Aunque eso no era del todo cierto. Siempre había asumido que Gabriel había
convencido deliberadamente a Roger a emborracharse para poder vencerlo. Pero si
habían transcurrido horas entre el momento en que Roger había aceptado el desafío y
los dos hombres habían corrido la carrera…
Gabe no sabía qué le molestaba más: que la abuela estaba a punto de descubrir el
nuevo uurasangre que había estado manteniendo en secreto…o que casi lo había
pillado besando a Virginia.
—¿Sobre qué?
Ah, eso. Una lástima que ella lo hubiera descubierto tan pronto. Había esperado
que la preocupación por él pudiera hacer que la abuela aceptara dejar a Celia fuera
del ultimátum matrimonial.
—No mentí —se agarró su chaqueta y se dirigió hacia ella a la puerta del establo—
. La señorita Waverly y yo vamos a correr para determinar si vamos a enhebrar la
aguja. Si gano, entonces ella me deja cortejarla. Si ella gana, entonces enhebramos la
aguja.
La abuela bufó.
—Las carreras son impredecibles. —Le lanzó una mirada astuta—. Y eso sin contar
que puedo resultar herido mientras compito con ella en Ealing.
—Si te lastimas en esa carrera, mereces perderte. Así que esperaré a ver quién
gana antes de decidir si quiero liberar a Celia de mi demanda.
—Como quieras. —Se dirigió hacia la casa, igualando su zancada con su paso
vacilante.
—¿Conocías a su madre?
—Ella fue presentada en sociedad al mismo tiempo que la tuya. La mocosa tenía el
ojo puesto en tu padre, pero Prudence no tenía nada que hacer. Lewis deslumbró a tu
madre, pobrecita. Una vez que lo conoció no había nadie más, y tampoco iba a
permitir que ninguna otra mujer lo tuviera.
—Esa es una declaración dura por tu parte, quien nunca está sin una mujer en su
cama.
Él apretó los dientes. Se entretenía con una viuda o una camarera de vez en
cuando, pero la mayor parte de sus días los pasaba con sus caballos. No era el putero
que ella parecía pensar. Ciertamente nunca había rivalizado con su padre por el
libertinaje. O incluso con sus hermanos mayores.
—Las mujeres del tipo que has estado ganando no cuentan, se pueden comprar.
Dudo que la señorita Waverly pueda ser comprada.
—Gracias a Dios —dijo con frialdad—, ya que sólo obtengo dinero de ti si Celia
también se casa, y eso no es seguro.
—¿Qué tipo de perspectivas? ¿Tienen algo que ver con esa nueva potra
purasangre que estás escondiendo?
—Estaba en los viejos establos, los cuales sólo han mantenido a Jacky Boy durante
años. Espero que no tengas la tonta idea de hacerla entrar en una carrera de caballos.
Tu padre tuvo que casarse precisamente porque su padre...
Numerosas veces. Su abuelo paterno había estado loco por los caballos. Por
desgracia, también había sido maldecido con malos entrenadores y caballos aún
peores. Había perdido cientos de miles de libras en sus establos para poder competir
con purasangres, ninguno de los cuales le había hecho ganar dinero.
Por eso Gabe no quería que supiera que esperaba construir su propio establo de
purasangres. Ella nunca creería que podría triunfar. Él tenía un ojo mejor para los
caballos que el que su abuelo nunca había tenido, y podría entrenarlos él mismo
mientras encontraba el jinete adecuado para montarlos.
Pero la abuela pensaba que las carreras de purasangres eran un deporte para
jugadores, y el juego para ella era una pérdida de tiempo.
No es que le importara. Ella había arruinado su vida con este asunto del
matrimonio. No iba a arruinar su futuro en las carreras, también. Ésta era su póliza
de seguro en caso de que Celia decidiera no casarse.
—¿Para qué está usando Gabe mis establos para esta vez? —Preguntó Oliver
desde su asiento en el sofá.
Gabe se sobresaltó al ver a Oliver, junto con el resto de su familia, dispersos por la
habitación. Los únicos desaparecidos eran el hijastro de Jarret, George, que visitaba a
su familia en Burton, y el esposo de Minerva, Giles, que probablemente estaba
demasiado ocupado con un juicio para venir. Pero Jackson Pinter, el Bow Street
runner, estaba aquí.
Maldita sea, había olvidado que le había pedido a Pinter y a sus hermanos que se
reunieran en la sala de Halstead Hall hoy al mediodía. Ahora había una audiencia
para esta discusión.
—Compré un caballo que tengo en los viejos establos —dijo Gabe, preparándose
para una pelea—. Yo mismo cuido a Flying Jane. Pero si eso es un problema...
—Es fácil para ti decirlo. Los establos no son tuyos para mantenerlos.
—No —dijo Oliver bruscamente—, son míos. Sigues olvidando eso, abuela. La
finca está bien encaminada para sustentarse por si misma. Así que no tienes nada que
decir en lo que permito en mis establos.
—Yo mismo estoy pagando por el mantenimiento de la potra y dando a los mozos
de cuadras un extra para cuidar de ella cuando sea necesario. No estoy confiando en
Oliver para nada más que espacio en los establos, que, como Jarret señaló, hay un
montón.
—Y se vuelve loco con mucha facilidad —dijo Minerva, con los ojos verdes
brillando—. No puedo esperar a ver cómo se desarrolla la nueva aventura de Gabe.
—Por supuesto que no —dijo Gabe, satisfecho de que sus hermanos estuvieran
tomando esto tan bien—. Aunque necesitaré encontrar un jockey.
—Yo conozco a un jinete decente que busca un trabajo —le ofreció Jarret.
—Estáis todos locos —dijo la abuela con un bufido—. Cada uno de vosotros.
—Relájate, abuela. También estoy haciendo todo lo posible para casarme. ¿No es
suficiente?
—Lo he hecho.
Aunque se llevaba tres años con su hermana menor, y sólo dos con su hermano
mayor, él y Celia siempre habían estado más cerca en espíritu. Minerva se había
hecho cargo de ambos mientras Jarret y Oliver estaban en la universidad, por lo que
Celia y él se habían convertido en compañeros de delitos. Había sido él quien le
había enseñado a disparar; ella había mentido por él cada vez que se escapaba a las
carreras.
Ahora la mirada de traición en los ojos de Celia le llegaba al corazón. Pero su plan
para que ambos se mantuvieran firmes contra la abuela nunca habría funcionado, así
que tuvo que intentar las cosas a su manera. Si jugaba bien sus cartas, todavía podría
ganar la libertad de ella.
—¿Con quién piensas casarte? —preguntó Annabel con una sonrisa y ansiosa
anticipación.
Celia se sentó allí sonriendo, obviamente menos preocupada ahora que sabía
quién era su futura esposa.
—La señorita Waverly es muy consciente de las intenciones de Gabe, y creo que
no está tan opuesta a la idea como pretende. Ha estado aquí para organizar una
carrera con vuestro hermano. Y espero que todos vosotros asistáis. Eso también
podría demostrarle que no somos los monstruos que ella ha creado en su mente
desde la muerte de Roger.
Esto provocó una nueva ronda de preguntas que Gabe contestó, aunque se
abstuvo de mencionar la apuesta unida a la carrera. Cuando empezó a explicar sobre
la situación financiera de la familia Waverly, Celia enfrentó al Bow Street runner.
—Tienes motivos. —Celia se levantó y se acercó para mirarle con las manos
apoyadas en las caderas—. Probablemente le sugeriste la mujer a Gabe. No estarás
satisfecho hasta que nos veas a todos casados y desgraciados.
—Mientras tú, mi señora, deberías avergonzarte de pelearte así con ella. Ten
cuidado de que al morder la mano que te alimenta, no te rompas los dientes.
—Sólo estoy señalando que tu abuela tiene tus mejores intereses en el corazón,
algo que pareces incapaz de reconocer.
—Porque a diferencia de ti, a quien se paga por apoyar lo que dice y hace, puedo
ver que está equivocada. Así que si piensas que me quedaré aquí y escucharé al
lacayo de mi abuela sermonearme...
—Pinter ha venido hasta aquí hoy a petición mía, así que apreciaría que lo tratases
de forma civilizada.
—Si debo hacerlo… —dijo ella rígidamente, luego se giró para volver a su silla.
Los ojos de Pinter siguieron su retirada con un interés que le dio que pensar a
Gabe. ¿Podría Pinter querer a Celia?
No, la idea era absurda. Luchaban constantemente. Y Gabe sabía de hecho que
despreciaba al hombre.
Gabe tomó aire temblorosamente. No era tan fácil como él esperaba. Pero después
de que su despreciable primo, Desmond Plumtree, revelara que había visto a un
hombre cabalgando hacia el pabellón de caza después de haber oído los tiros que
asesinaron a sus padres, eso hizo que Gabe se hubiera vuelto a preguntar por el
hombre que había conocido aquel día.
—Ese asunto con Desmond fue hace casi dos meses. ¿Por qué no dijiste nada
entonces? Es más, ¿por qué no nos hablaste de ese hombre hace años?
Por alguna razón, Gabe sintió una punzada de resentimiento. Nadie había saltado
nunca para calmar sus oscuros estados de ánimo.
—Excepto que nunca le dijo a nadie lo que había visto —recordó Jarret, con los
ojos brillando a la luz de las velas.
—Sí, lo consideré. ¿Pero tú le dirías a alguien si te has topado con dos cadáveres?
¿No te preocuparía que pudieras ser implicado en sus muertes, aunque no hubieras
hecho nada?
—Si consideras que su presencia es irrelevante, ¿por qué nos lo estás contando
ahora?
—Lo encontraste fácilmente hace unos meses, cuando Jarret te envió a buscarlo —
dijo Gabe—. ¿No te parece raro que desaparezca sólo un par de meses después de
revelar cómo mamá le advirtió que no le mencionara a padre a dónde iría ese día?
—Sólo porque tomó un camino diferente —dijo Pinter—. Una vez que encontré su
rastro en Manchester, estaba a sólo unos días de él. Pero debió haberse detenido en
alguna parte cerca de Woburn, puesto que allí lo perdí. Tampoco ha vuelto con su
familia.
—Lo que me parece preocupante —dijo Gabe—. Supongo que es posible que no
quiera ser encontrado. Tal vez él sabe algo. Quizás también vio al hombre, pero lo
reconoció.
—Tenía que serlo —dijo Oliver—. Nadie más se atrevería a entrar y robar un
caballo. Además, Gabe dijo que conocía nuestros nombres y adivinó la identidad de
Gabe. Ese no era un ladrón de caballos.
—Por eso no he abordado este tema hasta ahora —les dijo Gabe—. Sabía que no
podíamos seguir adelante sin hablar con él. Esperaba que apareciera e identificara al
hombre.
Esta vez el silencio que cayó sobre la habitación reflejó su inquietud. Parecía que
cuanto más ahondaban en las muertes de sus padres, descubrían asuntos más
desagradables. A veces Gabe se preguntaba si incluso estaban cometiendo un error al
tratar de llegar al fondo de aquello. Después de todo, habían pasado diecinueve años.
Nada podría devolver a sus padres. Y sin embargo…
—¿Se le ha ocurrido a alguien más que el hombre podría haber sido el Mayor
Rawdon? —dijo Jarret—. Su esposa y él salieron a toda prisa la noche de las muertes
de la mamá y papá. Asumimos que fue por el incidente con Oliver, pero podría
haber sido algo más oscuro. Si su mujer le estaba engañando con papá...
—Tenía que hacerlo. Mamá dijo: Ya lo has tenido. ¿Qué más podría querer decir?
—Yo no dudo que tu madre pensara que tu padre la estaba engañando con la
señora Rawdon, en vista de sus acciones pasadas —observó Pinter—. Pero eso no
quiere decir que lo hiciera. Hace unos días localicé al ayuda de cámara de tu padre.
Dijo que conocía todos los secretos de tu padre, y ese no era uno.
—Oh Dios —dijo Oliver con voz ronca—. Si eso es verdad, ¿por qué me sedujo la
mujer?
—Porque podía. O tal vez había intentado seducir a tu padre y fracasó, así que
después lo intentó contigo. O tal vez no le gustaba tu madre.
Oliver se estremeció.
—No puedo creerlo. —Miró a Pinter—. Así que si mamá mató a papá por la ira de
la señora Rawdon, ¿podría haber sido por nada? ¿Porque estaba celosa?
—Me temo que sí. Todavía me gustaría hablar con los Rawdon, pero el capitán ha
sido trasladado a la India por algunos años. Tan pronto como mencionaste su
amistad con tus padres, le envié una carta a él y a sus superiores con numerosas
preguntas, pero pasarán meses antes de recibir una respuesta. Y pueden ser reacios a
hablar de la inclinación de tu madre por la violencia en una carta.
—Mamá no mató a papá —dijo Minerva con firmeza—. Giles está casi seguro de
eso. O por lo menos no de la forma en que inicialmente asumimos.
—Pero no lo hemos descartado por completo —dijo Pinter con una mirada de
dolor—. Además, aunque fuera el capitán Rawdon a quien viera tu primo, no podría
haber sido él quien los matara. Desmond dejó claro que el hombre misterioso llegó al
pabellón de caza después de los asesinatos.
—Así que estamos de vuelta a la necesidad de saber lo que vio ese hombre, y por
qué fue allí en primer lugar —dijo Gabe con firmeza.
—Está bien —dijo Oliver—. Esto es lo que haremos. Pinter, vuelve y encuentra a
los otros mozos de cuadras, los de tus entrevistas iniciales que dijeron que no vieron
nada y descubre si recuerdan ese caballo y quién pudo haberlo devuelto. Pregunta
también acerca de su asociación con Benny. Algunos de ellos pueden seguir viéndolo
de vez en cuando.
—Muy bien —dijo Pinter—. Y si lo deseas, hablaré con la familia de Benny otra
vez, para ver si conocen a alguien más con información sobre su paradero exacto. Si
todo falla, haré otro viaje a Manchester.
La sensación de que Benny pudiera tener la llave de lo que había sucedido ese día
no le abandonaba. Hasta que hablara con el hombre y se convenciera de que Benny
no sabía nada, no podía estar tranquilo.
Capítulo 6
—Es un día desagradable para una carrera —dijo el abuelo de Virginia mientras se
dirigían a Ealing.
Ella miró por la ventana del carruaje al oscuro cielo que amenazaba lluvia. Sus
caballos, que habían sido enviados por adelantado al sitio de la carrera hacía horas,
corrían como demonios cuando hacía buen tiempo. El mal tiempo podría desbaratar
todo, especialmente si el viento se levantaba. A los caballos no les gustaba el viento.
—¿Es el clima lo que te tiene tan mal humor? —preguntó Pierce. Habría regresado
a casa ayer si no fuera por la carrera. Aparentemente se le necesitaba de nuevo en su
finca.
Su mal humor había comenzado el día en que había dejado los establos de
Halstead Hall. Ese diablo de Gabriel no salía de su cabeza. Seguía sintiendo la
presión de su firme cuerpo contra el suyo. Tenía el tipo de músculos que hacían que
una mujer sólo quisiera disfrutarlo y agarrarse. Un físico tan bueno tenía que ser
criminal.
Un rubor se elevó en sus mejillas. ¡Dios!, ella era tan perversa como él. No quería
que ese hombre la besara de nuevo. Él era horrible. Detestable. Despreciable.
Entonces lo vio en la pista, vestido con su característico color negro y sus brillantes
botas, y su estómago dio un pequeño vuelco. Maldito hombre. ¿Por qué la afectaba
así?
—Y mantén el exterior del vehículo bien controlado mientras das las curvas, o
frenará el carruaje.
—O quizás debería darle rienda suelta a los caballos y ver si pueden hacer la
carrera por su cuenta —dijo ella suavemente.
—Me di cuenta de eso. Pero es hora de que me dejes elegir mi propio camino y ver
lo que puedo hacer.
—Pero...
Ella siguió su mirada por la ventana. Por Dios, él tenía razón. La gente se alineaba
a cada lado de la pista, se inclinaba para verla bajar del carruaje.
—Entiendo por qué la familia de lord Gabriel está aquí, pero ¿quiénes son los
demás?
Por un momento, el corazón le falló. Había querido que Gabriel se humillara ante
sus amigos, pero también quería una carrera fácil. Con tanta gente agolpada y sin
rieles para contenerlos, la carrera no sería sencilla.
—Machácalo, corderita.
Pierce saltó para ayudarla a bajar, luego se inclinó para besar su frente.
—Es hora de barrer el suelo con Sharpe, prima. He apostado veinte libras por ti.
Ella rió temblorosa pero notó que Gabriel miraba furiosamente a Pierce. ¿Oyó su
conversación? Seguramente no esperaba que su primo apostase por él.
—No es demasiado tarde para renunciar —dijo con una sonrisa satisfecha que le
hizo apretar los dientes.
—Oh, ¿querías renunciar? —Dijo dulcemente—. Estoy más que feliz de aceptar.
Eso borró la sonrisa de su rostro. Él tomó sus riendas, sus ojos brillando con
desafío.
—¡Bravo! —gritó una voz femenina, y Virginia se volvió para ver a una mujer que
estaba junto a la familia de él. Era la recién casada Lady Minerva, que había estado
en la carrera con Gabriel el día en que Virginia lo había desafiado. ¿Cuál era su
nombre ahora? Oh sí, señora de Giles Masters.
—Gracias por ofrecerle un incentivo para perder, Minerva —dijo Gabriel con buen
humor, aparentemente nada preocupado porque su hermana estuviera animando a
su competencia.
—Ah, pero entonces finalmente tendrás un héroe que valga la pena —dijo Gabe
juguetonamente.
—¿Qué te hace pensar que serías un héroe? —preguntó la señora Masters con una
sonrisa burlona.
Virginia los miraba, envidiosa de sus bromas. Había olvidado lo agradable que era
tener un hermano. Pierce era un buen amigo, por supuesto, pero no era lo mismo.
Había algo especial acerca de tener un hermano cerca quien compartía un lazo de
sangre contigo y te entendía cuando nadie más podía.
Por supuesto que lo estaba. Estos hombres podían ser amigos de Gabriel, pero
también eran caballeros con un famoso y honrado código de honor. No juzgarían una
carrera injustamente.
Como si alguna vez fuera a hacer algo así. Ella no era uno de esos tontos señores
que arriesgarían la vida de otra persona para ganar.
—Tercera regla. No azotar a los caballos del otro, a riesgo de perder la carrera.
¿Realmente la gente hacía esas cosas? Por Dios, eso era más que injusto.
El duque le sonrió.
—Muy bien. El juez de salida del Jockey Club señalará el comienzo de la carrera
con una bandera —Miró a Virginia—. ¿Está lista, señora?
—Por supuesto.
Ella se dio cuenta de que no le había preguntado lo mismo a Gabriel, cuya actitud
había cambiado de la manera más inquietante. Parecía remoto, resuelto y frío. La
encarnación del Ángel de la Muerte.
El recorrido era de tres kilómetros, una buena prueba para un carruaje de dos
caballos, pero después de algunos metros de terreno plano, corría alrededor de la
mitad de una colina antes de terminar en otro metro que llevaba a la línea de meta.
Así que la parte que bordeaba la colina sería difícil. Como retadora, le habían dado la
posición menos ventajosa a la salida. Si permanecían parejos, Gabriel tendría la pista
interior. Tenía que pasarle antes de que llegaran a la colina para poder tomar el
sendero interior.
Pero el viento era muy fuerte, le arrancaba los alfileres del pelo e inquietaba a sus
caballos. Tiraban de las riendas, tirando de sus manos hasta que sus hombros le
dolieron por el esfuerzo de controlarlos. Una mirada a Gabriel le mostró
perfectamente relajado. Su atención parecía centrarse en la pista y en sus caballos.
No parecía darse cuenta de que la gente se acercaba a ambos lados con tanta
fuerza que los dos carruajes pronto salieron disparados por un camino estrecho
apenas lo suficientemente grande para ambos equipos. Aunque ella instó al suyo,
sabía que estaba conteniéndose un poco.
Gabe estaba un cuerpo por delante, y apretó los dientes. ¡No podía dejarlo ganar!
Instando a su tiro con un chasquido del látigo y un “¡Hi ya!” Se obligó a ignorar a la
multitud. Y su carruaje comenzó a acercarse al de él.
Los dos carruajes corrieron estruendosamente por la pista, los cascos volando, las
cabezas balanceándose. Ella ahora estaba avanzando; incluso el polvo que le picaba
los ojos no podía mantenerla alejada de su propósito.
Pero en vez de eso, él llevó a su tiro hacia la empinada colina. Mientras Virginia
pasaba al hombre caído que estaba siendo sacado de su camino por otros
espectadores, el carruaje de Gabriel se balanceó cerca de ella.
¡Si su faetón volcaba, podría matarlos a ambos! Con una maldición, ella redujo la
velocidad, rezando para poder controlar a su tiro cuando cayera el carruaje de
Gabriel, llevándose al hombre y a sus caballos con él.
Ella instó a su tiro en un sprint que habría dejado a cualquier otro atrás, pero
Gabriel parecía tener el cielo a su lado, porque sus caballos corrieron más rápido que
el viento. En el momento en que llegaron a la línea de meta, él todavía estaba a un
metro o más por delante de ella.
—¿Estás loco? ¡Sólo tú podrías convertir una carrera anodina en una trampa
mortal!
—¡Espero que tengas un poco de respeto por la vida humana! —Su sangre seguía
resonando en sus oídos—. ¡Podrías habernos lastimado tanto a nosotros como a
nuestros caballos!
Con los ojos brillantes, él se frotó la mandíbula donde ella lo había golpeado.
—¡Estoy enfadada de que hayas tomado un riesgo tan enorme! ¡Si tu faetón
hubiera volcado a esa velocidad, te habrías roto el cuello!
—Yo estaba preocupada por mis caballos y por mí. ¡Me importa un bledo si te
quieres matar haciendo carreras, pero te agradecería que no me matases en el ínterin!
Eso finalmente rompió su extraña reserva, porque la ira se encendió en sus rasgos.
—No me habría arriesgado si hubiera pensado que resultarías herida. En verdad,
no pensé en absoluto, apenas tuve tiempo de reaccionar. Tú viraste, y yo viré. Al
darme cuenta de que estaba subiendo la colina, pensé que lo mejor que podía hacer
era jugármela.
—No, no podía. —Estaba nariz con nariz con ella ahora, con los ojos encendidos—
. Puesto que vencer era la única manera de ganar una oportunidad de cortejarte, no
tenía ninguna opción.
Dios mío, les había olvidado por completo. Se terminó mantener las verdaderas
apuestas ocultas a su familia. Y a la mitad de los chismosos de Londres.
En ese punto, todo el clan Sharpe había aparecido y los rodeaban como
espectadores en un combate de boxeo.
—No me enteré de ello hasta después de que usted se marchara —replicó la mujer.
—No me importa la apuesta que hizo mi nieta con usted, señor. No dejaré que la
corteje.
—Déjelos, general Waverly —dijo la señora Plumtree con firmeza—. Debería dejar
que ellos lo arreglen.
—Eso es lo que dijo antes. Me convenció para dejarles que hicieran esto
diciéndome que pondría fin a su asociación. Pero sabía que no lo haría. Es una
diabólica y manipuladora diablilla con...
—El mal humor está comprensiblemente alto en este momento. Así que antes de
que todo el mundo empiece a lanzar acusaciones públicas, sería mejor que todas las
partes tengan los hechos de la situación. —Miró a la multitud ansiosa que estaba más
allá—. Y esas discusiones se llevan a cabo mejor en privado.
—Haré lo que dice, señor, pero sólo porque no disfruto entreteniendo a sus
amigos. Vamos, Virginia. —La agarró del brazo y la empujó hacia el carruaje.
Tan pronto como estuvieron fuera del alcance del oído, dijo:
¿Por qué? ¿Porque hice algo para satisfacer mis propias necesidades por una vez? Pero
eso sólo haría daño a sus sentimientos, y todavía no lo entendería.
—Por supuesto que no —espetó Pierce—. Ella debe haber hecho la apuesta
mientras estaba bailando con Sharpe en ese baile.
Él tenía razón.
—Bueno, entonces, tal vez tenga algún otro motivo ulterior que no se me ocurre. O
tal vez realmente quiere reparar lo que le hizo a Roger. Él dice que esa es la razón. Y
yo empiezo a creer que lo dice en serio.
Pierce estaba frunciendo el ceño, su mirada voló de ella hacia su abuelo con una
inquietante intensidad. Era raro que no estuviera dando su opinión como siempre.
—Te diré lo que quiere —dijo el abuelito—. Quiere arruinarte. Puedo verlo en
cómo te mira, como si pudiera ver a través de tu ropa.
Ella resopló.
—Oh, por amor de Dios, no lo hace. —Al menos, no cuando alguien más estaba
alrededor. Ese día en los establos, ciertamente la había mirado con mucho ardor. Y
sus besos
No, ella no estaba pensando en eso de nuevo, no con el abuelito sentado aquí
mismo, observándole cada rubor.
—Claro que no. —Esa era la verdad. Principalmente—. Algunas mujeres podrían
encontrar atractiva su manera de ser diabólico, pero no yo.
—Justo lo que dije. —Pierce mostraba una expresión sombría—. Sólo tengo la
información de segunda mano, así que no iba a mencionar nada. Pero ya que
claramente estás perdiendo la cabeza por el cabrón…
Ella miró a Pierce, tratando de captar lo que estaba diciendo. ¿Todo, la carrera y el
cortejo, era simplemente para que Gabriel pudiera obtener su herencia?
Pero por supuesto una pequeña, tonta parte de ella lo había pensado. Los besos y
los bailes y su determinación de ganar la apuesta…
Los ojos le picaban por las lágrimas y luchó por mantenerlas a raya.
—¿Estás seguro? —Ella debería haberlo visto antes. Había sabido que estaba
tramando algo, y su propuesta inicial había sido fríamente impasible, más calculada
que apasionada. ¿Por qué debería sorprenderse con esta noticia? Encajaba con todo lo
que sabía de él. Y aun así, dolía.
—Chetwin.
—Tal vez —dijo Pierce—, pero no lo creo. Chetwin dijo que lo obtuvo de una
buena fuente, alguien que oyó a dos de los hermanos Sharpe hablar de ello durante
un juego de cartas hace algún tiempo. ¿Y no te has dado cuenta de que tres de sus
hermanos se han casado en pocos meses? ¿Después de años sin mostrar ningún
interés en el matrimonio?
—Tal vez todos ellos se encontraron con la persona adecuada al mismo tiempo. —
Eso sonó absurdo, incluso para ella.
Pero realmente había comenzado a pensar que tal vez había sido injusta con él.
¿Su juicio era tan malo? Y sus besos...
¡Deja de pensar en sus besos! Ha besado a cien mujeres; probablemente no significa nada
para él.
Lo que hacía aún más patético que eso significara algo para ella.
Tonta. Idiota. Cerró los puños en el regazo. ¿Cómo podía haberle tomado el pelo
tan fácilmente? Esto era lo que venía por dar rienda suelta a sus impulsos más
salvajes. No traía nada bueno.
—Ya casi llegamos. ¿Qué quieres hacer? Podemos irnos a Waverly Farm ahora
mismo si quieres.
Oh, cómo ella quería saltar ante esa sugerencia, huir y olvidar que había conocido
a Gabriel Sharpe. Pero no podía.
—No, eso sería grosero. Además, me gustaría determinar por mí misma cuál es la
verdad. Sin ánimo de ofender, Pierce.
—Faltaría más —dijo Pierce—. Sé que no vas a creerlo hasta que tengas una
prueba sólida.
—Oh, lo creo —dijo ella, luchando por mantener el tono—. Pero quiero que él sepa
que lo sé. Así entenderá por qué nunca podré aceptar su petición.
—No te preocupes, no durará mucho. Voy a poner fin a ello sin renunciar a
nuestra apuesta.
—Al final de nuestra cena de hoy, lord Gabriel tendrá un decidido cambio de
actitud al cortejarme. Me aseguraré de eso. —Endureció su voz—. Porque va a helar
en el infierno antes de dejar que se case conmigo para ganar su herencia.
Capítulo 7
Gabe no sabía por qué se sentía tan irritado cuando el carruaje de Oliver avanzó
pesadamente hacia Halstead Hall. Generalmente ganar una carrera le hacía sentir
como un rey. Pero la reacción de Virginia a su victoria lo había perturbado.
—Ella tenía razón, ya sabes —dijo Oliver desde donde estaba sentado junto a
Gabe, frente a María y la abuela.
—¿Sobre qué? —Gruñó Gabe. Él no tenía que preguntar quién era ella.
—El enorme riesgo que asumiste en esa carrera. Podrías haber hecho que ambos
os matarais.
Maldita sea, una cosa era que ella se quejara de eso. Otra muy distinta era que su
hermano le reprendiera por eso.
—No era como si hubiera planeado subir la colina, por el amor de Dios. No fui yo
quien se desvió.
—Pero no puedes culparla por virar. Era eso o toparse con la multitud. Ella
manejó una situación difícil bastante bien y sin entrar en pánico, lo cual es más de lo
que muchos hombres harían.
Gabe no necesitaba que le dijeran eso. Desde el comienzo de la carrera, ella había
demostrado ser una excelente conductora experta en el manejo de su equipo, experta
en sacar lo mejor de ellos, y valiente más allá de lo que hubiera esperado de una
joven protegida.
—Una vez que tomó su decisión, hice lo que era necesario para ganar. —Como
siempre había hecho.
Miró a su hermano.
Se estremeció, luego se maldijo por eso. Siempre había sobrevivido a estas cosas
mirando a la Muerte a la cara, al no permitir que la idea de morir le diera miedo. El
hecho de que esta carrera lo hubiera hecho, que ella lo hubiera hecho, le alarmó.
No querer vivir con miedo era precisamente la razón por la que había evitado
acercarse a alguien fuera de su familia. Tener una amante, una esposa o hijos hacía
que un hombre tuviera miedo, de perderlos, de tenerlos alejados de él, de morir y
dejarlos sufriendo. En el minuto en que un hombre mostraba debilidad, la Muerte se
abalanzaba para vencer.
De todos modos, eso es lo que siempre había pensado. Ahora no estaba tan
seguro. No había estado seguro de nada en los últimos meses. Y eso le asustaba
mucho.
Frunció el ceño. ¡No, maldita sea! No iba a dejar que eso lo asustara. Y ciertamente
no iba a dejar que Virginia sembrara el miedo en su mente con sus delirios sobre sus
acciones temerarias.
—No vale la pena vivir la vida sin riesgo —dijo, aunque por primera vez, las
palabras sonaron un poco huecas—. Incluso la señorita Waverly lo reconoce, o no me
habría desafiado en primer lugar.
—¿Es esta la parte en la que me das un sermón sobre establecer una apuesta
escandalosa con ella? ¿Y a la abuela sobre ocultar un secreto a su familia?
Oliver soltó una risita triste.
—Además, Gabe, parece que necesitas toda la ayuda que puedas obtener con la
señorita Waverly. Dijo que nunca se casaría con un hombre tan imprudente como tú.
—Ella puede decir todo lo que quiera, pero no lo dice en serio —replicó Gabe—.
Vi la expresión de su rostro cuando puntualicé que tenía que ganar para poder
cortejarla. Estaba más contenta que unas castañuelas, lo admitiera o no. A las mujeres
les encanta que un hombre arriesgue su vida por ellas.
María resopló.
—A las mujeres les gustan los hombres que toman decisiones inteligentes. No
hombres que corran locamente hacia una situación temeraria. Una mujer puede estar
momentáneamente influenciada por el romance, pero al final quiere un hombre
racional.
—Está condenado.
—Efectivamente. —María miró a Gabe—. ¿Ella sabe que te vas a casar para
obtener tu herencia?
Gabe se tensó.
—No. Y prefiero mantenerlo así hasta que pueda convencerla para que pase por
alto el accidente con su hermano y me conozca.
—Preferiría que no supiera lo del dinero todavía —dijo Gabe—. Necesito más
oportunidades para demostrar lo que ya sé, que me gusta lo suficiente como para
casarse conmigo. Si puedo hacer que deje de pensar con la cabeza y empiece a pensar
con su…su…
—¿Sí? —Preguntó María, sus ojos azules brillantes de humor—. ¿Con su qué?
Tan pronto como él y su familia llegaron a casa, les dijeron que los Waverly y
Devonmont les esperaban en el gran salón. Gabe llevó aparte a sus hermanos y
reiteró lo que les había dicho a la abuela, Oliver y María, que no quería mencionar el
ultimátum de la abuela.
Ahora de todo lo que tenía que preocuparse era del general. Afortunadamente,
cuando las dos familias se encontraron, el general parecía bastante más tranquilo que
antes. No se quedó así, por supuesto, una mirada a Gabe le hizo fruncir el ceño, pero
no parecía como si acabara de ordenar a su nieta que abandonara.
Y Virginia parecía…
Gabe contuvo el aliento. Virginia parecía una diosa de los sueños más eróticos de
un hombre. Su pelo todavía estaba en desorden de la carrera, sus mejillas estaban
brillantes, y sus ojos tenían un destello de astucia que le hubiese dado que pensar si
no lo hubiese hipnotizado. Con su vestido color azul real, era todo lo que un hombre
podía desear en su cama.
Una cosa era cierta: no tendría problemas para consumar el matrimonio. La idea
de poner sus manos sobre ella y mostrarle cómo satisfacer sus deseos y los de él hizo
que su garganta estuviera en carne viva. Harían una excelente pareja. Ella lo
entendería pronto.
Entraron en el salón para tomar una copa de vino y esperar a que se sirviera la
cena. Por una vez, se alegró del boato que la abuela insistía en que Oliver empleara
con los invitados. Sus copas de cristal podían tener un par de arañazos y la tapicería
de los sofás podía ser vieja y gastada, pero era un buen cristal y el tejido era caro, y el
vino era de excelente calidad. Si alguna vez él quería impresionar a alguien, era
ahora.
Tan pronto como se sentaron con sus copas, la abuela presentó formalmente a la
familia. Todos estaban allí, excepto el esposo de Minerva ya que tenía que estar en la
corte.
Annabel sonrió.
—Perdiste una apuesta conmigo. —La sonrisa de Jarret insinuó que había sido
más escandalosa que la que Gabe había presenciado.
—Eso es parte del cortejo, ¿no es así? Generalmente no sería invitada a tales
eventos, pero tan pronto como se sepa la noticia de que eres mi pretendiente, estoy
segura de recibir muchas invitaciones. Y querrás presentarme a todos tus amigos.
¿Qué mejor lugar que en un baile? La gente amable, la excelente conversación…
Porque incluso el ponche es delicioso.
—La temporada ha terminado en Londres —señaló Gabe—. Dudo que haya bailes
en los próximos meses.
Gabe bebió su copa de vino de un largo trago. Maldita sea. Parecía que tenía
semanas de su peor pesadilla delante de él.
Genial. Ahora tenía que ir a bailes con Virginia y su familia. Eso no era lo que
había tenido en mente. Había imaginado picnics en el bosque, acompañados de una
criada a la que podía hablar con dulzura para que le dejara tiempo a solas con su
futura esposa. O paseos largos y excitantes por caminos rurales solitarios cerca de
Waverly Farm.
—Oh, seguramente no crees que suceda tan rápido como todo eso. —Su inocente
sonrisa no lo engañó ni por un minuto—. Dijiste que necesitaba conocerte, y estoy
totalmente de acuerdo. Es por eso que los cortejos largos son las mejores.
—Mi difunto hijo cortejó a su esposa durante dos años antes de casarse — dijo el
general Waverly, con un brillo sospechoso en sus ojos—. Odiaría ver a mi nieta
apresurarse. ¿Qué te parece, Pierce?
—Oh, sí —dijo, levantando su vaso para beber—. Dos años es suficiente tiempo.
—En efecto.
—Un año es suficiente. —Le lanzó a Gabe una mirada astuta sobre el borde de su
copa de vino—. Aunque supongo que podría acortarse a seis meses.
Ante el gemido de Gabe, Celia se echó a reír.
—No hay prisa, ¿no? —Virginia le lanzó otra de esas dulces sonrisas que le
hicieron detenerse—. ¿Cómo puedo tomar una decisión juiciosa sobre toda mi vida
en tan poco tiempo?
—Además —continuó ella con una voz súbitamente acerada—, necesitarás ese
tiempo para prepararte para la mudanza.
—¿La mudanza?
—Supongo que si nos casamos, vendrás a vivir a Waverly Farm conmigo y con el
abuelito. Seguramente no supondrás que puedo vivir aquí.
—De hecho, tengo la intención de que tengamos una casa propia —dijo mientras
caminaba frente a la chimenea.
—Y perdóname por mi falta de tacto, pero dado que no tienes una profesión y yo
tengo una pequeña dote, bueno…No veo cómo podríamos permitirnos una casa.
Todos los ojos se volvieron hacia él. ¡Maldición!, ¡maldición!, ¡maldición! Podía
decir que estaban disfrutando de esta conversación increíblemente vulgar. ¿Y, de
todos modos, qué mujer de buena cuna sacaba el tema de los futuros ingresos de su
prometido como conversación educada en la cena?
—Oh, nunca pensé lo contrario. —Los ojos de Virginia brillaban con recelo—. Pero
una mujer tiene que ser práctica. Sé que los hombres como Lord Gabriel requieren
esposas que puedan aportar algo a un matrimonio. Como no puedo, debo hacer todo
lo que pueda para ayudar a nuestra situación.
—¿Oh? ¿Y cuáles podrían ser? —La mirada de Virginia se encontró con la suya,
llena de desafío—. Uno nunca debe vender la piel del oso antes de cazarlo, ya sabe.
Tengo que pensar prácticamente.
Gabe se puso rígido. Ella lo sabía. No sabía cómo, pero debía haberse enterado del
ultimátum de la abuela. Y estaba claramente ansiosa por atacarle. Había estado
jugando con él hasta ahora. Se acercó a ella.
—Señorita Waverly, parece que la cena puede durar un poco más. ¿Quizás te
gustaría ir a ver nuestro laberinto? Pareciste muy interesada en eso la última vez que
estuviste aquí, y me gustaría mostrártelo.
—Estaría encantada —dijo ella, como si estuviera buscando una pelea—. Podemos
hablar algo más de tus “perspectivas”.
No, no tardaría. Gabe tenía la intención de recordarle todas las razones que
necesitaba para casarse, y todas las razones por las cuales era el candidato perfecto.
Su orgullo se podía pinchar en ese momento, pero ella seguía diciendo que era una
mujer práctica, y no podía negar que su oferta era tan ventajosa para ella como para
él.
Pero no la dejaría retirarse de esto, por Dios. Él había ganado esa apuesta en forma
justa, y ella le debía un cortejo. Después de todo tenía que pensar en Celia. Él tenía
que casarse.
Llevándola hacia el laberinto, la apresuró por el pequeño camino entre los setos
recortados para encontrar algo de privacidad de cualquier curioso oyente.
Él se había olvidado de todo ese debate, que había tenido lugar en un espacio
público.
—Estás trabajando bajo una suposición falsa. Te elegí como mi esposa porque
perjudiqué a tu familia —espetó, molesto por haber sido descrito tan poco
favorablemente—. Confía en mí, hay muchas mujeres deseosas de casarse con el hijo
de un marqués. Podría haber encontrado una en cualquiera de tus preciosos bailes
sin tener que correr el riesgo de correr contigo.
Tan pronto como pronunció las palabras, se arrepintió de ellas, porque la mención
de otras mujeres parecía inflamarla aún más.
Ella se giró para volver, pero él bloqueó su camino. ¡La haría escuchar, por Dios,
aunque fuera lo último que hiciera!
—¿Tu hermana?
—No sé cuánto has escuchado sobre la demanda de la abuela, pero dice que todos
tenemos que casarnos antes de fin de año, o ninguno de nosotros heredará. Entonces,
si uno no se casa, los demás también pierden su fortuna. Los tres mayores están en
buenas situaciones, por lo que no estoy preocupado por ellos. Y tengo ingresos
suficientes para apoyarme en las carreras. Pero Celia… —Se pasó los dedos por el
cabello—. Ella merece algo mejor que ser desheredada solo porque es demasiado
terca para ceder. Si no me caso, ella usará mi rechazo como una excusa para negarse
también. Pero si me caso, no querrá ser la única que sostenga a todos los demás. Ella
hará lo que tiene que hacer.
—Dios mío, eres incluso peor de lo que pensaba. Quieres obligarme a casarme
para poder obligar a tu hermana a casarse, también.
—¡No, maldita sea! —Tomó aliento, lo expulsó, luego volvió a tomar aire,
luchando por calmarse—. No quiero forzar a nadie a nada. Si tuviera elección,
seguiría como siempre había planeado, compitiendo con quien quisiera, viviendo de
mis ganancias y tratando de establecer un establo de pura sangre decente. —La miró
fijamente. —Pero no tengo elección. Y tampoco Celia. Para el caso, tampoco tú.
Quieres vivir para siempre con tu abuelo en tu acogedora granja, pero ambos
sabemos que eso no puede suceder. Este cortejo es la única forma que pude encontrar
para hacernos felices a todos.
—Por supuesto que me importa el dinero; no soy idiota. Sé que mi herencia podría
permitirme alcanzar mi sueño mucho más rápido que si tuviera que luchar por mi
cuenta. Pero si Celia ya estuviera casada y decidida, le diría a la abuela que se fuera a
hacer puñetas. —Dios sabe que deseaba poder hacerlo.
—En cambio —espetó ella—, has decidido que debo renunciar a mi libertad para
que tú y tu hermana podáis disfrutar de los frutos del trabajo de tu abuela.
—Para una mujer que está indignada porque me casaría con ella para obtener mi
herencia, pareces terriblemente interesada en mis “expectativas”. Hace un momento
montaste un escándalo por ellas.
Lo sabía. Porque cuando se trataba de él, Virginia no era práctica. Las mujeres
prácticas no desafiaban a los hombres a las carreras en un ataque de mal humor. Las
mujeres prácticas no tiraban piedras a su propio tejado cuando se presentaba una
propuesta de matrimonio perfectamente buena, y las mujeres prácticas no
rechazaban un montón de dinero.
Dios, debería haberse dado cuenta antes. Nunca llegaría a ninguna parte
argumentando lo factible de la cosa. Sus emociones eran demasiado altas. Él
necesitaba seguir una táctica diferente.
—¿Lo es? —El tiempo de hablar había pasado. En lugar de eso, la besó.
Por un segundo ella estuvo rígida y quieta, como una potranca a punto de
desbocarse. Entonces sus labios se suavizaron y su cuerpo se inclinó hacia él, y Gabe
supo que había elegido bien.
Porque Virginia era más como él de lo que ella quería admitir. Era física,
susceptible al tacto y al gusto, no a las palabras y argumentos. Y eso estaba bien para
Gabe. Con su sangre todavía acelerada por la carrera y su discusión, ardía por tocarla
y volver a saborearla.
Él empujó la lengua entre sus tiernos labios para atormentar y explorar. Dios, su
suave boca hizo que quisiera perderse en ella para siempre. Virginia Daba tanto
como recibía, también, enredando su lengua con la suya, enredando sus dedos en su
abrigo para mantenerlo quieto para poder incendiar su sangre.
Esta era la mujer que quería, con su cuerpo esbelto y su piel suave y su risa
gutural lo que seguramente era la envidia de las mujeres en todas partes. Era una
encantadora hechicera que triunfaba en su misión despiadada de volverlo loco.
La besó de nuevo. Sólo que esta vez, la arrastró a sus brazos y asaltó su boca.
Tardó unos momentos en relajarse, pero una vez que la tuvo suave y ansiosa, dejó un
sendero de besos en su mandíbula entonces pudo colocarle uno en la curva de su
cuello…su cuello de piel sedosa, con su aroma a flores de naranja y almendras que le
hacía desear devorarla por completo.
Bien, susurró su mente. Luego se vería comprometida, y él podría casarse con ella
sin tener que navegar por la carrera de obstáculos del cortejo.
Virginia no podía creer que Gabriel tuviera las manos en sus senos. ¡Era
impactante! ¡Indignante!
Delicioso.
¿Cómo algo tan escandaloso podía parecer tan bueno? Ya era suficientemente malo
que la hubiera besado, ahora estaba causando estragos en sus sentidos con sus
caricias atrevidas. Simplemente no era justo. Estaba haciendo trampa. Y ella le estaba
dejando.
Era tonta Debería hacer que se detuviera. Y lo haría, en unos minutos. Después de
que descubriera por qué no quería hacerlo.
Y ella debía estar haciendo lo mismo con él; podía sentir la dureza subiendo en sus
pantalones donde estaba presionado contra ella. Criada en una granja de sementales,
sabía exactamente lo que eso indicaba. Debería ser una advertencia para detener esta
locura, pero simplemente la hizo sentirse feliz. Él había dicho la verdad acerca de
desearla. Cuando la besaba, no había señales del señor frío y remoto, y su vanidad
femenina se emocionó ante eso.
—¡No lo sé! —Dijo, pero eso era una mentira. La sensación de su mano desnuda
deslizándose dentro de su corpiño era exquisita. La hizo sentir como una mujer de
verdad. Su mujer.
Él la besó en la oreja.
Su corazón se aceleró. ¿Por qué tenía que ser el único que se daba cuenta de que le
urgía ser increíblemente irresponsable?
—No me digas que no fuiste arrastrada por la emoción de la carrera esta tarde —
continuó como un pequeño demonio sentado sobre su hombro, susurrando verdades
terribles—. Lo pude ver en tu cara.
—¿Antes o después de que casi matarte? —Se ahogó. Oh, Señor, él había
alcanzado dentro de su copa de corsé para acariciarle el pezón a través de la
combinación. Deseó quitarse la ropa para que él pudiera hacerlo mejor.
—No lo niegues, estabas preocupada por mí. —Él hizo rodar su pezón entre sus
dedos, haciendo que sus rodillas se debilitaran. ¿Por qué no hacía que se detuviera?
Porque esperaba que nunca se detuviera.
—Nadie sino mi familia se preocupa por mí. Todos piensan que soy invencible.
Algo en su voz hizo que quisiera atraparlo en sus brazos y calmarlo. En cambio, se
apartó para mirarlo.
Sus ojos tenían una desolación que hacía que sufriera por él.
—Ah, sí. Tu hermana necesita que lo hagas. —Ella no sabía si admirar su lealtad
hacia su familia o despreciar su suposición arrogante de que su plan era el mejor
para todos—. Y no te importa a qué mujer hieras en el proceso.
—No estoy tratando de herirte. Necesito una esposa y necesitas un marido. ¿Por
qué no hacerlo fácil y casarnos?
—No quiero un marido que se case conmigo por pena de mi situación. O porque
quiere que su hermana obtenga su herencia.
—¿Esto te parece pena? ¿Esto parece como una intención mercenaria? —Cuando
respiró con dificultad, agregó—: He tenido siete meses para encontrar una esposa,
cariño, y eres la primera mujer que he considerado. ¿Quieres saber por qué?
Señor, sí.
—Despiertas mi sangre. No tengo otra forma de describirlo. No soy poeta, no soy
bueno con bonitos cumplidos, y Dios sabe que tengo poco que ofrecer excepto una
posible herencia. Pero te prometo que en el dormitorio, puedo hacerte feliz. Tal vez
eso no cuente mucho, pero la gente se ha casado por menos.
Él la estaba besando de nuevo, tan dulcemente que hacía que le doliera la garganta
por la belleza de aquello. ¿Qué pasa si él tenía razón? ¿Y si esto fuera suficiente? Dios
sabe que también despertó su sangre. Si no fuera por su loca necesidad de estar en
peligro a cada momento, y su sensación de que estaba traicionando a Roger por estar
con él, casi podría imaginar una vida con Gabe.
Cuando Gabriel medio aturdido estiró la mano, ella le dio una palmada.
—¿Estás tratando de arruinarme? —Se pasó los dedos por el cabello, luego miró
hacia la entrada del callejón sin salida.
Él la siguió.
Gabriel se tomó su tiempo para dejar caer sus manos de su vestido, el demonio.
Virginia miró a Pierce parado en la entrada del callejón sin salida, que los
observaba con desconfianza. A medida que el calor subía en sus mejillas, se le ocurrió
que probablemente su pelo estaba despeinado por tener las manos de Gabriel
enterradas en él. Oh querido. ¿Cómo podía haber sido tan tonta?
—Pierce, ¿no es este el laberinto más lindo? He estado admirando los setos
recortados —mintió alegremente.
—¿Con las manos de Sharpe en tu trasero? —Dijo Pierce. Las mejillas de Virginia
se calentaron. ¡Ya le valía a Gabriel por eso!
—No seas grosero, Pierce. Lord Gabriel me estaba ayudando a quitarme las hojas
del vestido.
—Apuesto a que lo hacía —dijo Pierce secamente, con la mirada fija en Gabriel.
El cual se encontró con la mirada de Pierce con una que era demasiado engreída.
Su primo dijo:
—No hay necesidad de tales dramatismos. Un hombre debería ser capaz de robar
un beso sin verse encadenado, ¿no estás de acuerdo?
—Está bien, cariño. Estoy más que feliz de hacer esto bien.
—Por supuesto que lo estás —dijo Pierce arrastrando las palabras—. Tienes esa
pequeña herencia esperándote.
—No es que sea de tu incumbencia, pero le estaba explicando a tu prima por qué
no me caso con ella por mi herencia.
—Entonces cásate para amor. —El tono frío de Pierce contradecía sus palabras
sentimentales—. Te quiero con locura, prima. Así que debería tener una buena
oportunidad contigo como él. O mejor, a menos que Sharpe afirme que también te
ama con locura.
Ella casi se echó a reír. Pierce claramente no la amaba. Si ella tenía la cabeza en las
nubes, como decía Pierce, él tenía la suya firmemente arraigada en la tierra.
Su declaración estaba teniendo el efecto más extraño sobre Gabriel, quien parecía
loco de atar. Qué curioso ¿Estaba molesto porque odiaba perder su herencia futura?
¿O porque odiaba perderla a ella? Virginia realmente necesitaba saberlo.
Tal vez debería dejar que Pierce continuara con esta pequeña farsa.
Cuando Pierce le disparó una mirada con una advertencia silenciosa, se alegró de
haber seguido con sus instintos.
—¿Qué pasa si lo hago? —Dijo Pierce arrastrando las palabras—. ¿No es eso
normal para un hombre enamorado?
Él prácticamente hizo una mueca y ella tuvo que ahogar un bufido. Seguramente
incluso Gabriel podía decir que Pierce estaba mintiendo; prácticamente se atragantó
con la palabra amor.
—¿Pero planeas serle fiel? —Pierce le lanzó a Gabriel una mirada fulminante—.
Una vez que tengas el dinero de tu abuela, estarás gastando todas las noches en
burdeles.
—No sabes nada de lo que quiero hacer con el dinero de mi abuela —espetó
Gabriel.—Y no sabes nada de mí.
Pierce se acercó.
—Primo segundo. Y de todos modos, no hay impedimento legal para que los
primos se casen. —Le dirigió a Gabriel una mirada minuciosa—. Me he dado cuenta
de que no has hecho ninguna afirmación de amarla.
Pero una pequeña parte de ella estaba decepcionada. Lo cual era completamente
ridículo. No lo amaba ¿Por qué debería querer que él la amara?
—¿Perdona? —Dijo con su voz más helada—. No sabía que tenías derecho a
mandarme.
—Sí, pero no había nada en nuestra apuesta que impidiera que nadie más me
cortejara. Muchas gracias por llevarme por el laberinto, pero ahora que mi primo ha
declarado sus intenciones, creo que dejaré que me lleve a cenar. Parece justo que os
dé a ambos el mismo tiempo.
—Es posible que desees tomarte unos minutos, hombre, para…estar presentable.
—La mirada de Pierce fue a la ingle de Gabriel, provocando una maldición de
Gabriel.
—Si vas a cenar con ese aspecto, y el general se da cuenta, no solo no habrá boda,
sino que habrá pistolas al amanecer. Eso no te servirá de nada.
—A veces eres muy malvado —dijo ella tan pronto como estuvieron fuera del
alcance del oído.
Virginia tragó saliva. Había algunas cosas que una mujer definitivamente se
guardaba para sí misma.
—Nada. —Ella lo miró de soslayo—. Debes decirme qué tramas. Porque ambos
sabemos que no quieres casarte conmigo, y ciertamente no me amas locamente.
—Amo a toda mi familia —aclaró, con una sonrisa diabólica curvándose en sus
labios.
—En otras palabras, entonces me amas como lo haces con tu madre.
Él se encogió de hombros.
Él bajó la voz.
Ella lo hizo y vio a Gabriel saliendo del laberinto, con las manos apretadas y sus
ojos enviando puñales a la parte posterior de la cabeza de Pierce.
—¿O como un hombre que no quiere perder una oportunidad con una mujer que
él desea?
—Es lo mismo.
—No, no es así. —Pierce miró hacia Halstead Hall—. Cualquier mujer será
suficiente para ayudar a Sharpe a ganar su herencia. Está irritado en este momento
porque le han quitado lo que ve como una conquista fácil. Y si lo único que le
importa es el dinero, pasará a otra mujer ya que hay competencia. No tiene tiempo
para pelear una guerra de noviazgo.
—Entonces él te desea.
—Vamos, cariño, el amor es una farsa para un hombre como Sharpe. Lo mejor que
obtendrás de él es el deseo.
Te prometo que, al menos en la habitación, puedo hacerte feliz. . . La gente se ha casado por
menos.
Él la miró solemnemente.
Ella apretó los dientes. Pierce no siempre sabía lo que pensaba, pero a veces estaba
en lo cierto.
Bueno gracioso, ¿de dónde venía ese pensamiento? Esto era lo que pasaba por
dejar que un diablo como Gabriel la besara y le pusiera las manos encima. Eso
alimentaba la inquietud en su alma y provocó los pensamientos y fantasías más
imprudentes.
Pero quizás Pierce tenía razón. Si ella quería considerar a Gabriel como marido, de
lo cual no estaba del todo segura, no estaría de más darle una cierta competencia. E
incluso si ella no quería casarse con él, darle competencia sería una manera
encantadora de atormentarlo. Por el momento, descubrió que eso era muy atractivo.
—No se lo creerá.
—No apostaría por eso. —Su expresión se volvió solemne—. Se tragará cualquier
cosa en lugar de enfrentarse a la posibilidad de que Sharpe se te lleve lejos de él
después de hacer lo mismo con Roger.
Él tenía razón. El abuelito nunca perdonaría a Gabriel por haber matado a Roger.
Ella todavía no estaba del todo segura de poder hacerlo.
—¿Roger estaba borracho el día de la carrera? ¿Y fue él quien hizo el desafío, o fue
Sharpe?
Cierto. Aunque una parte de ella tenía miedo de saber la verdad. Porque si el
abuelito tenía razón acerca de Gabriel, incluso mientras había estado dejando que el
canalla la besara y acariciara…
Virginia lanzó una mirada a su abuelo, que parecía aturdido. Entonces, sonrió
ampliamente. Oh querido. Ella no quería que él se hiciera ilusiones.
—¿Tan amable? —Gabriel se sentó frente a ella, con los ojos echando fuego—. Me
parece que él aprovechó su oportunidad para arrebatarte de mí.
Lady Stoneville hizo un gesto al criado para que sirviera la sopa, y este comenzó a
moverse por la mesa.
—No del todo —dijo Lord Jarret—. Más bien…omitimos algo de la verdad.
Eso hizo que Virginia se quedara sorprendiera. ¿Qué había dicho cuando ella lo
había acusado de pensar que él era invencible? En realidad, no me importa si lo soy o no.
—También puede ser muy terco al respecto. ¿Recuerdas ese incidente en Navidad
con el tutor? —La señora Masters comió una cucharada de sopa mientras miraba a
Lord Jarret—. ¿El budín de ciruela robado?
—Pero el muchacho se negó a admitir que había robado y comido el pudin —dijo
Lord Jarret—. Él no lo negaría, eso sería mentir, pero tampoco lo admitiría. El señor
Virgil exigió que confesara lo que había hecho, pero Gabe continuó negándose a
responderle.
—Espero que el tutor tuviera el buen sentido de darle con un bastón —dijo su
abuelo mientras hundía la cuchara en su sopa—. Se debe ser firme con un muchacho
así.
—Eso solo hizo que Gabe se emperrara —dijo Lord Jarret—. Se negó a decir una
palabra.
Virginia bien podía entenderlo. Su niñera lo había intentado con ella cuando era
niña, y siempre la había enfurecido. Había sentido que si sus padres hubieran
querido que se comportara, no deberían haberse ido. La muerte no había sido algo
que ella realmente entendiera. Se había sentido abandonada. Sin duda él también lo
había hecho.
—Una vez que la abuela lo supo —agregó Lord Jarret—, le dijo a Gabriel que lo
que él había hecho era incorrecto, que ella usaría su paga de Navidad para comprar
otro pudin de ciruelas en la panadería de Ealing, y luego lo azotó por robar. Ya no se
habló más de admitir nada. Ella se dio cuenta en ese momento de que nunca lo
conseguiría.
—Sí, importa —dijo con acritud, con los ojos fijos en su hermano—. Han estado
equivocados todos estos años, y no puedo soportarlo más. —Ella se encontró con la
mirada de su abuela—. Gabe nunca tomó el pudin. Es por eso que no dijo que lo
hizo. Fui yo quien lo tomó.
—Los puso allí para encubrirlo —dijo Lady Celia—. Cuando me encontró en la
cocina con el pudin, ya me había comido la mayor parte. Tenía hambre y había pudin
de ciruela. Ni siquiera me di cuenta de que era para la cena de Navidad.
—De todos modos —continuó lady Celia—, escuchó que venía Cook, así que tomó
mi mano y lo que quedaba del pudín y corrimos.
—¿Por qué no la dejaste allí? Cook habría estado enojada, pero siempre tuvo una
debilidad por Celia...
— Celia no sabía eso —dijo en voz baja—. Cuando la reñí, ella preguntó: “¿La
abuela se irá porque he sido una niña mala?”, Le dije que no, que la abuela nunca lo
descubriría. Entonces yo…solo reaccioné La saqué de allí, y desmenucé el resto del
pudin en el ático.
Pero se había negado a mentir y decir que lo había comido. O decir algo que
pudiera plantear la pregunta de quién realmente había robado el pudin.
—Oh, Señor —dijo la señora Plumtree, con la cara llena de amor—. Celia, niña,
nunca supe que temías que me fuera.
—Pensé que mamá y papá habían muerto porque éramos niños malos — admitió
lady Celia.
¡Pobrecita!
—Entiendo eso —dijo Virginia—. Cuando éramos niños, Roger solía decir que
mamá y papá nos habían dejado porque habíamos sido traviesos.
—Le dije al muchacho que eso no era cierto —dijo el abuelito bruscamente.
—Pero los niños sienten cosas en sus corazones, incluso cuando les dices que no
son lógicos —dijo la señora Plumtree—. Es difícil para un niño tan pequeño perder a
un padre.
¿Y Lady Celia se daba cuenta del sacrificio que estaba haciendo para que tuviera
un futuro? Era terriblemente arrogante para él suponer que a su hermana le iría
mejor casada, pero estaba tratando de hacer lo que pensaba que era correcto.
Algunos hermanos no lo harían si eso significara que tenían que casarse cuando no
querían hacerlo.
Porque pudo haber mentido. Pudo haber negado totalmente el chisme sobre su
herencia. Su familia claramente habría confirmado su historia. Incluso podría haber
lanzado algunas tonterías sobre haberse enamorado de ella durante sus dos breves
encuentros. No es que ella le hubiera creído, pero podría haberlo intentado.
Podría haberle mentido a Pierce cuando tuvo la oportunidad, aunque solo fuera
para salvarse. Pero cuando Pierce le había preguntado si la amaba, Gabriel se había
negado a responder.
Pero esa parecía ser su única virtud. Seguía siendo imprudente y salvaje,
dispuesto a hacer cualquier cosa escandalosa para ganar una carrera. Y aún había
causado la muerte de Roger, aunque su comprensión de lo sucedido se volvía más
confusa con cada nueva información.
Virginia se quedó mirando la sopa con el ceño fruncido. ¿Podría eso ser suficiente
para un buen matrimonio? ¿Le parecía lo suficiente como para arriesgarse a verlo
matarse por el camino?
Simplemente no lo sabía.
Los demás parecían complacidos por el trifle 4 de naranja que ella y María habían
elegido, y la cena había ido bien. La señorita Waverly ciertamente parecía menos
enojada con Gabe.
Desde el momento en que sus padres habían muerto, Oliver había reprimido sin
piedad cómo se sentía, sofocando sus emociones con tanta fuerza que cuando
finalmente estallaron, después de encontrarse con María, había sido un desastre
emocional.
Jarret había descartado sus sentimientos por no ser útiles para sus objetivos, y se
había convertido en una criatura fríamente analítica que genuinamente no se había
preocupado por nada ni por nadie. Gracias a Dios, finalmente conoció a una mujer
que lo hizo sentirse lo suficientemente seguro como para redescubrir la parte de él
que podría importarle.
4
Postre típico de la cocina inglesa elaborado con crema, frutas, masa de bizcocho y zumo de fruta. Los ingredientes se distribuyen en
capas con el bizcocho como separación entre ellas.
El enfoque de Gabe era luchar contra sus sentimientos. No los ignoraba o
descartaba. ¿Sus padres estaban muertos? Bien, él se burlaría de la muerte para que
también se lo llevara. Se burlaría del tormento y se reiría del peligro y nunca
consideraría el costo de ninguna acción. Él golpearía a la muerte hasta la sumisión.
Era solo otra forma de no enfrentar el dolor. Otra forma de no lancear la herida
para que pudiera sanar. Y la muerte de Roger lo había empeorado, y se había
convertido en un nudo de agonía que se había infectado justo debajo de la superficie.
El tontorrón pensó que podría arreglarlo al casarse con la señorita Waverly. Con
su habitual imprudencia, se había lanzado a la acción, persiguiéndola con el celo que
tenía por cada desafío o conquista. Había logrado llegar muy lejos con ella, también,
hasta que ese maldito primo suyo había aparecido.
—Señoras, ¿nos vamos al salón y dejamos a los caballeros con el oporto y los
cigarros?
—Por supuesto —dijo Hetty, complacida de que María se hubiera adaptado tan
bien a los hábitos de la buena sociedad inglesa. La chica podría ser estadounidense,
pero había estado dispuesta a aprender, y Hetty había sido feliz enseñándola.
Las damas se levantaron, ansiosas por estar lejos de los caballeros para poder
hablar de bebés, guarderías y moda y todas esas cosas que aburrían a los hombres.
Con dos de sus nietas embarazadas, Hetty estaba muy ansiosa por discutir tales
asuntos. Había estado esperando bisnietos por mucho tiempo.
Como siempre fue la última que salió por la puerta, dada su lenta marcha, y el
general la siguió.
Una vez que el pasillo se despejó, ella lo miró expectante. Con una mirada a la
puerta abierta del comedor, él la tomó del brazo y la condujo por el pasillo hasta la
biblioteca.
—La felicito, señora —dijo el general acaloradamente—. Eso fue muy hábilmente
manejado.
—Gracias, creo que fue bastante bien. La sopa podría haber estado un poco más
caliente, pero...
—Si bien tengo una “habilidad” para manejar a las personas, no tuve nada que ver
con lo que ocurrió en la cena.
—¿En serio? —Dijo con escepticismo. —Así como a mi chica se le recuerda qué
clase de criatura es realmente su nieto, he aquí, que su nieta relata un cuento triste
que la ha vuelto loca de nuevo. ¿Y espera que crea que no tuvo nada que ver con eso?
—Incluso si hubiera instado a mi nieta a contar una historia sobre Gabe, no habría
escuchado. Siempre hace exactamente lo que quiere. En este caso, ella quería pintar a
su hermano de una manera más atractiva. Y dado que ninguno de nosotros, incluida
yo misma, no tenía ni idea de la participación de Celia en el incidente, no podría
haber diseñado su confesión.
Pero a ella le gustaba mirar a un buen hombre, incluso a alguien que tenía casi su
edad. Sus nietos actuaban como si estuviera a la puerta de la muerte, pero nada
estaba más lejos de la verdad. Especialmente cuando estaba cerca del general. La
hacía sentir como una niña de nuevo. Y por eso valía la pena aguantar sus tontas
sospechas.
El hombre tenía una sonrisa encantadora. Hacía que las comisuras de sus ojos se
arrugaran de una manera muy atractiva, incluso si eso tenía un rastro de confianza
en sí mismo.
—¿Está tan ansiosa por impresionarme? —Preguntó con la voz ronca y baja de un
hombre que había bebido mucho whisky, fumado abundantes cigarros y seducido a
muchas mujeres hermosas en su juventud.
No es que quisiera que el general supiera lo que tenía en mente; nunca dolía
mantener desconcertado a un hombre.
—Mi nieto no es el demonio que haces de él. Ha sufrido por la muerte del joven
Roger más de lo que posiblemente puedas saber.
—Estoy de acuerdo en que fue imprudente que Gabe compitiera con Roger en ese
camino, pero ambos sabemos que los jóvenes actuarán como les plazca. Y tu nieto
también tuvo algo de culpabilidad en el accidente.
—Parece que tú y yo tendremos que aceptar estar en desacuerdo sobre este asunto.
Ella quería argumentar más, pero el hombre tenía la mente fija y nada tan trivial
como la verdad iba a alterarlo.
—Solo pido que no permitas que tus estúpidas opiniones mantengan a tu nieta
lejos de un buen matrimonio.
—¿Lo sería?
Él la miró fijamente.
Él se sonrojó.
—Crees que no entiendo cómo te sientes, pero sí. Estás preocupado por ella. Los
dos vais haciéndoos mayores cada año, y temes que si espera mucho más para
casarse, no encontrará a nadie y se quedará completamente sola.
—No es bueno que una mujer esté sola en este mundo —estuvo de acuerdo.
Ella tragó saliva. Había pasado mucho tiempo desde que un hombre podía leerle
los pensamientos. Había olvidado lo inquietante que podía ser.
—¿Por qué crees que establecí mi ultimátum? Mis nietos nunca se habrían casado
si no fuera por eso.
—Estoy seguro de que tienes razón. Yo hubiera hecho lo mismo. Pero no entiendo
por qué estás tan empeñada en tenerlos a todos casados, y en el plazo de un año,
además. Con tres casados y dos embarazadas, ¿por qué obligar a los otros dos a tu
programa?
Se había preguntado a sí misma lo mismo. ¿Estaba siendo tan obstinada y
determinada como sus nietos?
Pensó en Gabe, poniéndose en peligro para evitar sentir el dolor de lo que había
perdido. Y Celia, que apenas recordaba a sus padres pero aún luchaba por ser lo más
diferente posible.
No era un misterio para ella por qué a la chica le encantaba disparar. Celia había
pasado su vida creyendo que su madre había sido lo bastante tonta como para
dispararle accidentalmente a su padre, por lo que había decidido aprender a usar un
arma adecuadamente, para demostrarle al mundo que una Sharpe, al menos, tenía
buen juicio con las armas.
Lo que Celia no admitiría era como le gustaba que sus disparos hacían que los
hombres fueran cautelosos con ella. No necesita arriesgarse a enamorarse de un
sinvergüenza, como lo había hecho su madre. Nunca más necesitaria arriesgarse a ser
abandonada por alguien a quien amaba.
Él resopló.
—Vosotras las mujeres con vuestras nociones románticas. No tiene nada que ver
con el amor. Si lo hiciera, se sentaría y dejaría que la Madre Naturaleza siguiera su
curso.
—Disparates. Lo estás haciendo por tu propio bien, para poder asegurarte de que
se haga antes de que ya no puedas controlar las cosas. Y me críticas por alentar el
cortejo de Pierce a mi nieta. No eres mejor.
Él se volvió y se alejó.
Calor, tanto calor. La transpiración le corría por la espalda. A mediodía en pleno verano no
era el momento para una maldita carrera, pero Gabe podía manejarlo. A pesar de que la bebida
que había estado tomando toda la noche se agrió en su estómago, instó a correr a sus caballos.
Debía. Vencer. A Roger. El estribillo clamó en sus oídos. Debía. Ganar. O Roger y Lyons
nunca le dejarían olvidarlo.
Pero eran reales, y Gabe los alcanzaría primero. ¡Ja! Estaba adelante, bien adelante
mientras conducía…
Un grito sonó detrás de él, seguido del horrible crujido de la madera contra la piedra y los
gritos de los caballos. Mirando hacia atrás, vio a Roger tocar el suelo.
La fiebre de la carrera cambió a una sacudida enfermiza. Tiró frenéticamente de las riendas,
con todas sus fuerzas. ¡Tenía que llegar a Roger! Pero los caballos continuaron. No pudo
regresar. Y ahora un nuevo peñasco extraño se alzaba adelante, y se dirigía directo hacia él, y
no podía detenerse, no podía parar, no podía...
Gabe se despertó con un sudor frío, como siempre hacía. Yacía mirando el techo
con el corazón palpitando y las manos tirando de las sábanas.
Luchó contra su respiración frenética, y forzó sus manos para soltar las sábanas.
Luego, levantándose, sacó las piernas por el borde de la cama y miró por la ventana
el inminente amanecer.
La abuela tenía razón. El hecho de que tuviera que casarse no significaba que
tuviera que elegir a la hermana de Roger. Podía ir a cualquier maldito baile y
encontrar muchas mujeres que se consideraran afortunadas de ser cortejadas por el
hijo de un marqués. Además, Virginia ni siquiera quería su ayuda. No, ella quería al
tonto de Devonmont.
Frunció el ceño. El conde pensaba que podía intervenir y arreglar todo solo
casándose con ella. Y aparentemente Virginia pensó lo mismo.
Ese asno con título y con un legado, que iba a heredar el hogar de la infancia de
Virginia.
Pero una mujer con la pasión de Virginia nunca podría ser feliz con Devonmont,
¡maldita sea! El hijo de puta era incapaz de ser fiel; probablemente estaría
recorriendo los burdeles en su noche de bodas.
Sin previo aviso, las palabras de Devonmont saltaron a su mente: al menos aprecio
tu inteligencia, tu espíritu y tu buen corazón. Sharpe solo quiere meterse en tu cama.
¡Esa no era la razón por la que estaba haciendo esto! No tenía nada que ver con
cómo ella calentaba su sangre o lo hacía reír, nada que ver con la forma en que sus
ácidos comentarios y la preocupación por su seguridad le desestabilizaban, y le
hacían querer…
¿Qué había dicho Lyons? Es una mujer respetable, y ellas requieren delicadeza. Tienes
que ser capaz de hacer algo más que acostarte con ellas. Tienes que poder hablar con ellas.
Había intentado hablar con ella, maldita sea. Luego había intentado besarla.
Ninguno de las dos cosas había funcionado. Ella se había ido felizmente a casa esta
noche sin echar la vista atrás para mirarle. Por lo que necesitaba otro plan.
Miró por la ventana otra vez al sol naciente. Era muy temprano para llamarla.
Por otra parte, la mujer vivía en una granja de sementales. Los caballos tenían que
ser alimentados y ejercitados, y los compartimentos limpiados. Sin duda ella también
tenía deberes. Para cuando se vistiera y cabalgara hacia Waverly Farm, no sería tan
temprano. Él podría atraparlos en el desayuno.
Gabe corrió hacia el lavabo. Lo único que no debía hacer era hacer mal las cosas
como lo hizo en el laberinto. No debería haber besos ni caricias. Definitivamente nada
de caricias. Lyons podría estar en lo cierto al respecto: a las damas respetables les
gustaban otros métodos de cortejo que besarse.
Solo tendría que rezar para que ella no llevara otro de esos vestidos de volantes
con los corpiños que se abrochaban en la parte delantera, los que le hacían imaginar
desabrochar cada pequeño botón y desenvolverla como un regalo de Navidad…
Pero él podría manejar este error de una chiquilla. Tal vez tomaría algunas flores
del jardín. A las mujeres les gustaban las flores Tomaría esas bonitas moradas, había
muchas. Y más siempre era mejor que menos.
Gabe se puso la ropa y se fue antes de que su familia se levantara. Luego se fue a
Waverly Farm con las flores en la mano. ¿Y ahora qué? Dudaba que un puñado de
flores fuera a compensar sus pecados percibidos.
Él debía mostrarle que no era solo el hombre que ella veía como el asesino de su
hermano. Que no era un tonto imprudente empeñado en suicidarse, o un tipo
mercenario empeñado en obtener su herencia. Debía mostrarle que podía ser un
caballero. Que podría ser un marido responsable.
Cuando se acercó a Waverly Farm, los recuerdos lo asaltaron: venir aquí para el
funeral, con el estómago revuelto por la idea de ver a Roger en una tumba en el
cementerio de la finca. Cabalgar hasta la casa y hacer que el general saliera con el
asesinato en sus ojos. Gabe apenas había pronunciado una palabra antes de que dos
mozos de cara sombría lo escoltaran fuera de la propiedad.
Sin embargo, tenía que tratar de arreglar las cosas entre las familias. Simplemente
parecía correcto. Y Virginia era la clave para eso.
Mientras cabalgaba hacia la casa solariega, se dio cuenta de que no tenía que
preocuparse por la hora temprana. Ya había un alboroto proveniente del corral más
allá de los establos.
Rodeó los establos para encontrar un grupo abigarrado reunido junto a la cerca
del potrero. Estaban observando atentamente al general, que se acercaba a un caballo
que estaba peleando brutalmente contra un mozo de cuadras. ¿Estaba loco el
hombre? ¡Él sería pisoteado! ¿Por qué los otros solo estaban mirando, por el amor de
Dios? ¡Waverly tenía casi setenta años!
Cabalgando hasta la valla, Gabe saltó de su montura y se lanzó hacia adelante, con
la intención de arrastrar al general desde el potrero. Pero alguien lo tomó del brazo.
Cuando le lanzó a la persona una mirada oscura, descubrió, para su asombro, que
era Virginia, vestida con un vestido mañanero de chintz marrón con un delantal
blanco liso.
Él siguió su mirada hacia donde el general había agarrado el cabestro del caballo.
Ordenó al mozo de cuadras que se fuera, se acercó al semental y le habló en voz baja.
El semental dejó de encabritarse de inmediato, aunque todavía brincaba agitado. El
viejo se acercó para acariciar el cuello del caballo, murmurándole todo el tiempo.
—Nuestro jefe de cuadras lo mencionó un par de veces. ¿No era ese “susurrador
de caballos”?
—Ese es un nombre sin sentido que la gente le dio cuando lo vieron susurrándole
a los caballos. No fue el susurro lo que lo hizo, sino sus métodos de entrenamiento.
Sullivan había sido una leyenda en los círculos de los caballos hacia veinte años
por ser capaz de calmar y entrenar a los caballos que todos pensaban que eran
intratables. Algunos dijeron que había aprendido sus técnicas de los gitanos, pero
nadie lo sabía con certeza.
—Pensé que no compartía sus métodos con nadie.
Gabe observó con asombro cómo un caballo al que él habría renunciado por
imposible se calmaba lo suficiente como para permitir que le pusieran una silla de
montar en el lomo.
—A veces, cuando la gente tiene caballos que les desesperan —continuó—, se los
llevan al abuelito. Él hace lo que puede para hacerlos útiles. Ha estado trabajando
con el castrado durante semanas. Ese tonto mozo de cuadras no escuchó cuando mi
abuelo le dijo cómo manejar el caballo, por lo que el abuelito tuvo que intervenir —
suspiró—. Desafortunadamente, eso probablemente significa que despedirá al mozo
de cuadras. Y no podemos permitirnos perder otro.
En ese momento, Gabe se dio cuenta de cómo acercarse a Virginia para poder ver
su lado bueno.
—No me importa.
—Supongo que no. Tienes dinero suficiente para comprarte una elegante camisa
negra todos los días de la semana.
—Sé que no me aprecia, pero mi oferta es sincera. ¿Por qué no aceptarla? Puede
hacerme trabajar hasta matarme y luego echarme de la propiedad cuando haya
terminado conmigo. Es una forma de castigarme por lo que le hice a Roger.
—Esa maldita apuesta —refunfuñó él—. Las jóvenes no deberían hacer apuestas
con caballeros.
—Pero si las hacen, deberían honrarlas, ¿no cree? —Presionó Gabe—. Consideraré
esto como parte del cortejo si me permite ayudarle.
—¿Y has barrido un establo? Necesito mucho de eso. —El general arqueó una ceja
en claro desafío.
—Te digo algo, Sharpe. Ven aquí todos los días a esta misma hora, quédate hasta
el anochecer y haz lo que te pida, y al cabo de una semana te dejaré que lleves a mi
nieta a dar un paseo en coche. Conmigo. Después de eso, ya veremos.
—No me habría ofrecido si no fuera así. —De repente recordó las flores, y se
volvió para sacarlas de donde las había metido: en su alforja abierta. Él frunció el
ceño. Parecían marchitas y golpeadas después de la hora de viaje.
Él se veía incómodo.
—Me encanta la lavanda —dijo con una sonrisa vacilante cuando se acercó a él
para sacarlos de la alforja—. ¿Cómo lo supiste?
Enterró el rostro en las pequeñas flores, y a él se le secó la garganta. Se veía muy
atractiva, incluso con su vestido y delantal de trabajo diario.
—¿Estás loco? Pierce nunca se levanta hasta mucho después del mediodía —Ella
le dirigió una mirada maliciosa por encima de las flores—. Me sorprende que estés
aquí tan temprano.
Él le hizo una reverencia y se dirigió hacia su abuelo. Esto no iba a ser fácil, pero lo
soportaría todo el tiempo que fuera necesario. Era un Sharpe, y ningún oficial de
caballería cascarrabias iba a mantenerle alejado de lo que quería.
Capítulo 11
Cinco días después, Virginia estaba de pie en la ventana de la sala del desayuno
mirando el camino. Se apresuró a comer su desayuno para estar lista. Eran casi las
ocho.
Todos los días esperaba no volver a ver a Gabriel, y todos los días aparecía con la
regularidad de un trabajador remunerado. Y cada vez que aparecía, él destruía sus
defensas.
¿Por qué? Pasaban poco tiempo juntos a solas, su abuelo y su primo se aseguraron
de eso. Principalmente lo veía cuando ella sacaba sándwiches al mediodía, como
siempre había hecho. Y si tenían un momento para sí mismos, no intentaba besarla.
No es que ella quisiera que él lo hiciera. Solo porque ocasionalmente pensara en sus
besos, y se preguntara si realmente habían sido tan asombrosos como lo recordaba,
no significaba nada.
Por eso salía a ver cómo lidiaban con una yegua en celo o ejercitaban a un pura
sangre. No dejaba de ser molesto que Gabriel pareciera estar más interesado en los
caballos que en ella. Aunque se suponía que debía cortejarla. No es que ella quisiera
que él lo hiciera. Pero cuando las personas decían que estaban en un lugar para hacer
una determinada cosa, debían hacerlo, eso era todo.
Alcanzó a ver a Gabriel al final del camino, y se quedó sin aliento. ¡Dios mío, qué
guapo! Montaba un caballo mejor que cualquier hombre que ella conociera: cabalgar
le parecía tan natural como respirar. El caballo y él se movían como uno solo,
tendones y músculos flexionándose juntos, haciendo que su boca se secara.
—Está aquí otra vez, ¿verdad? —Dijo una voz suave a su espalda.
—Te dije ayer que me iba a casa esta mañana y planeaba hacerlo temprano.
—No, tú estabas allí exactamente a las ocho para ver entrar a los recogedores de
heno.
—Supongo que también es por eso que tú misma pareces una flor en plena
floración en estos días —dijo con una sonrisa petulante.
—Ella está usando sus mejores vestidos para ti, eso es lo que es —dijo el abuelito
alegremente cuando entró en la habitación.
—Sí —dijo él arrastrando las palabras, con una mirada diabólica en los ojos—.
Todo para mí. ¿No es eso dulce?
Mirándole con el ceño fruncido, ella tiró conscientemente de la pañoleta de encaje
que solía dejar suelta, luego se dirigió al aparador para envolver una rebanada de
pan con dos salchichas para el abuelito. De lo contrario, no desayunaría en absoluto.
—Bueno, puedes decir que está feliz de tenerte aquí —dijo el abuelito, totalmente
ajeno a los astutos consejos de Pierce—. Ha estado esparciendo lavanda por toda la
casa para que huela bien para ti.
—Me gusta la lavanda. No tiene nada que ver con Pierce ni con nadie más.
—Eso es lo que tú dices. Mientras tanto, estamos a punto de ahogarnos con el olor.
—En realidad, tío Isaac, creo que ella está obteniendo la lavanda de...
Sus ojos se abrieron de par en par. Un desliz de su mano y sus noches serían
decididamente menos agradables.
—Desde luego.
—Bueno, asegúrate de que no vacías el jardín por completo. —El abuelito. Poppy
devoró el resto de su desayuno—. Sé que lo usas para possets 5 y esas cosas. A este
ritmo te quedarás sin él antes del invierno.
—Sí, prima, ten cuidado —dijo Pierce, con los ojos brillantes.
—Tengo que irme —dijo el abuelito. Haciendo una pausa solo el tiempo suficiente
para agarrar el vaso que ella le tendió y engullir su contenido, se dirigió a la puerta—
. Hoy voy a dejar a Ghost Rider a su antojo, para ver si puedo espabilarle para St.
Leger Stakes. Tengo que hacerlo mientras Sharpe está fuera del camino.
Su abuelo sonrió.
—¿Un resfriado? Es verano, por el amor de Dios. Así que no puedes culparle por
quitársela.
—Esa no es razón para que vaya con el torso desnudo. Conseguirá matarse si
sigue así. No es saludable, te lo digo. —El abuelito se dirigió hacia la puerta.
¿Gabriel iba con el torso desnudo en los establos? Seguramente el abuelito no quiso
decir que iba sin siquiera una camisa.
—Puede que quieras cerrar la boca, prima —dijo Pierce secamente—, antes de que
te entren moscas.
5
Bebida de origen medieval a base de leche, vino y especias. Se consideraba un remedio casero contra resfriados o para conciliar el
sueño.
Ella se giró hacia él.
—Desearía que dejaras de hacer que el abuelito piense que realmente quieres
casarte conmigo.
—¡No son para nada aburridas! —Se maldijo por su lengua rápida. Pero no pudo
evitarlo; nadie le había traído flores antes. Ella lo encontró terriblemente dulce.
—Por supuesto, el voluntariado para ayudar por aquí fue bastante original. Para
ser honesto, no esperaba que durara tanto.
—Si no te importa, ¿qué estás haciendo aquí? —Él movió su mano hacia un plato
de tartas de limón en el aparador—. Oí a Sharpe decirle a Cook ese primer día que le
encantaban las tartas de limón. Y desde entonces, han estado apareciendo en el
aparador cuando él y el tío Isaac vienen a tomar el té.
—Estoy segura de que Cook solo intenta hacerle sentir como en casa.
—Cook ni siquiera hace tartas de limón para mí, querida, y yo soy su favorito.
Además, tú eres quien le dice a ella qué cocinar. —Vació su taza de té, luego la dejó—
. Ten cuidado, prima —dijo en voz baja—. Sharpe no es un perro callejero al que
puedas atraer y que se enamore de ti con tartas de limón. Asegúrate de que él es lo
que quieres, tal como es, antes de mostrar tus cartas.
Para mí. Para cortejarme. Oh, cómo deseaba que eso no la emocionara cada vez que
pensaba en ello.
—Por supuesto.
Él se rió.
Salieron al camino para encontrar a Gabriel que regresaba del pasto donde
aparentemente había conducido a un par de caballos, probablemente vaciando los
compartimentos para prepararse para limpiarlos.
Gabriel se detuvo.
—Lo sé, pero él le aprecia. De verdad. —Ella se puso de puntillas para besar su
mejilla—. Igual que yo.
Pierce lanzó una mirada de soslayo hacia donde Gabriel estaba escuchando, y dijo
arrastrando las palabras:
Y sin previo aviso, él tomó su cabeza entre sus manos y la besó en los labios. No
fue contenido o breve. Se demoró, por amor de Dios.
—No veo por qué no. A los primos se les permite besarse.
Gabriel se acercó.
Apenas sabía cómo responder. Pierce nunca la había besado en los labios antes.
Ella habría esperado más impacto. Después de todo, Pierce era famoso por su talento
con las mujeres. Pero había sido extraño e incómodo, como besar a un hermano en
los labios.
Pierce sonrió.
—Quienes saben perfectamente que no pasa nada entre nosotros, palomita. Nunca
está de más hacer que un hombre se preocupe un poco. No puedo dejar que piense
que eres un blanco fácil, cuando le estás tirando tartas de limón y vistiéndote con tus
mejores vestidos y mirándolo por la ventana.
—¡No lo hago! Y solo quiere casarse conmigo para poder ganar su herencia.
—Quizás. —Miró hacia el granero—Quizás no. —De repente, Pierce se puso muy
serio—. Mira, prima, si algo sucede mientras estoy fuera, envía una nota a
Hertfordshire y volveré de inmediato.
—Lo sé. Eres un encanto. —Ella cruzó sus brazos sobre su pecho—. Uno muy
malvado, pero supongo que eso es lo que se espera de la forma en que vives cuando
estás en Londres.
Ella parpadeó.
—Fue…perfectamente agradable.
—Estaré bien.
Mirando alrededor, se dio cuenta de que todos los sirvientes habían desaparecido.
El abuelito se había ido con Ghost Rider al pasto de atrás, y sus dos mozos de
cuadras probablemente estaban con él. Lo cual dejaba a Gabriel solo en el establo.
Tal vez debería hablar con Gabriel sobre Pierce. Solo podía imaginar lo que
Gabriel debía pensar después de la travesura de Pierce, y quería aclararlo.
Solo quieres ver si Gabriel realmente trabaja allí con el torso desnudo, dijo su conciencia.
Aun así, tragó saliva mientras se dirigía al jardín de la cocina, que justamente
estaba al lado de la entrada trasera del establo. Y tuvo cuidado de no hacer ningún
ruido cuando entró.
Se detuvo junto a la escalera que conducía al altillo del heno. Tal vez antes de
hablar con él, debería mirarle trabajando. Después de todo, el abuelito no estaba
seguro de que él estuviera haciendo un trabajo decente, por lo que sabían, estaba
pagando a uno de los trabajadores para que hiciera el trabajo.
Contuvo el aliento. Dios del cielo, tenía el torso desnudo. No tenía nada de cintura
para arriba. Y atacaba la paja con una pala como si fuera un soldado enemigo al que
había encontrado en la batalla.
Cuando finalmente él volvió a palear, no podía decidir qué le gustaba más, verlo
inclinarse o mirarlo palear. No se sorprendió al descubrir que tenía una forma muy
atractiva, pero no había sabido que ver tanto de lo revelado tendría un efecto tan
sorprendente en ella. Con la transpiración haciendo que su espalda le brillara, no
podía pensar en nada más que en cómo le gustaría tocar sus músculos. Lo cual era
absolutamente ridículo
Tenía un poco de pelo en medio del pecho y rodeando su ombligo, pero por lo
demás, toda la parte superior de su cuerpo parecía tallado en roble. Su carne se veía
tensa y firme, con ondas de músculos corriendo por su vientre. Apenas podía
respirar a la vista de un hombre tan…dotado.
Casi estuvo feliz cuando él desapareció por la parte posterior del establo. Por fin
pudo recuperar el aliento. Ella debería bajar la escalera y esperarlo abajo para que no
supiera que lo había estado mirando, pero ¿y si la atrapaba?
—Disfrutando, ¿verdad? —Con un chillido, ella se puso de pie y giró. Para su total
mortificación, allí estaba Gabriel, a unos pocos metros de distancia.
Y a juzgar por el ceño fruncido y el brillo feroz en sus ojos, estaba furioso.
Capítulo 12
Gabe no lo podía creer. ¡Después de todo lo que había tenido que soportar esta
semana, ella tenía la audacia de espiarlo! ¿No era suficiente que hubiera besado
felizmente a su primo mientras él se quedaba allí mirando y montando en cólera?
Y ahora, probablemente estaba aquí para asegurarse de que él hiciera exactamente
lo que su abuelo quería.
Al menos tenía la elegancia de sentirse avergonzada; el color rojo fuego subió
lentamente por su cuello hasta su rostro.
—Yo… yo…
—Me estabas espiando. Otra vez. —Él cruzó los brazos sobre su pecho—. ¿Te
preocupa que tu abuelo no consiga suficiente trabajo de mi parte? ¿O te pidió que le
informaras sobre mi progreso? Supongo que no le basta con hacerme trabajar como
un maldito caballerizo…
—Quería hablar contigo, eso es todo—soltó ella.
Sus ojos se entrecerraron.
—¿Sobre qué?
Ella se mordió el labio inferior.
—Sobre Pierce.
Eso le dio el toque final a su cólera. Ahora iba a explicar cómo su despiadado
primo y ella eran perfectos el uno para el otro, y Gabe podría ir al infierno.
—¿Qué hay de él?
Ella se alisó las faldas, negándose a mirarlo a los ojos, lo que confirmó sus
sospechas.
—Mi primo y yo no… es decir… nosotros… nosotros dos… nunca hemos… —
Tomando una respiración profunda, ella comenzó de nuevo—. Esa fue la primera y
única vez que me ha besado… así. No quería que tuvieras la impresión de que
habíamos sido...
—¿Íntimos?—preguntó mordazmente.
Aunque su rubor se profundizó, su mirada se disparó hacia la de él.
—Sí. Íntimos. Pensé que deberías saber que no importa lo que él insinuó, no
tenemos ese tipo de… amistad.
Él la miró un largo momento, tratando de captar lo que estaba diciendo. ¿Así que
ella no estaba rechazando su cortejo? ¿Le daba vergüenza ser acusada de ser
“íntima” con su primo?
—¿Estás segura de que él lo sabe?—preguntó confundido.
—¡Por supuesto!— Ella soltó una exhalación frustrada—. Lo hizo para molestarte.
Y me tomó tan de sorpresa que no supe qué decir cuando me preguntaste si
realmente no me importaba.
Cuando se dio cuenta de lo que eso significaba, su cólera disminuyó.
—Ese es el mayor defecto de Pierce, ¿sabes? —prosiguió ella—. No sabe cuándo
dejar las cosas tranquilas. Parece adorar…
—Él se convertiría en un pésimo esposo para ti—interrumpió Gabe.
Ella no saltó para negarlo.
—¿Qué te hace decir eso?
Él aprovechó su ventaja.
—Devonmont te da por sentado.
Ella parpadeó.
—Eso es absurdo.
—Vamos, cariño. Veo cómo te encargas de las cosas aquí. Mantienes unida esta
casa. Tú eres la que se asegura de que todos estén bien alimentados. Sin ti, ese
cocinero perezoso de tu abuelo les daría pan duro y cordero, y ellos lo aceptarían
porque él no puede permitirse un cocinero decente.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—No puedo creer que te hayas dado cuenta.
—No soy ciego —le espetó—. Veo cómo son las cosas. Cuando vas a la ciudad a
comprar, las dos criadas pasan el tiempo flirteando con tu desatento lacayo y tus
mozos de cuadra, y el ama de llaves bebe whisky hasta tu regreso. —Mientras lo
miraba con evidente conmoción, añadió—. Pero cuando estás aquí, ellos hacen su
trabajo, y casi felizmente, también.
—Porque temen que los despida.
Él bufó.
—Saben que no puedes permitirte eso. Esa no es la razón. —Él buscó
afanosamente las palabras para explicárselo. De repente parecía muy importante que
ella comprendiera su valor—. Es porque eres muy alegre.
Eso lo había sorprendido completamente. La había visto como la mujer que
consideraba un ultraje la sola existencia de él. Pero eso fue antes de que la hubiera
observado en su elemento. Aquí, en Waverly Farm, era un torbellino de mujer feliz,
entrando y saliendo, subiendo y bajando, calmando los nervios crispados y avivando
el entusiasmo dondequiera que fuera.
—¿Quién no querría hacerte feliz?—se atragantó—. Tú… bien, haces que todos de
alguna manera… encuentren la fuerza para superarse. —Ella le hacía eso a él
también, pero Gabe tragaría pólvora antes de admitirlo—. Te las apañas con el
personal que tienes, y lo haces de manera brillante. Devonmont no ve eso ni le
preocupa. Está acostumbrado a tener todo funcionando como debería, por lo que no
se da cuenta de que lo que ocurre en esta casa es obra tuya.
Ahora lo miraba con una expresión abiertamente vulnerable que lo enojaba.
¿Cómo no podía saber estas cosas sobre sí misma? ¿Cómo ninguno de ellos podía
hacer que lo supiera?
—Devonmont no se da cuenta de que cuando tú no estás cerca, tu abuelo cae en
un estado de ánimo más oscuro. El conde es un culo egoísta y condescendiente, y no
te merece. —Ante su obvia conmoción, masculló—: Perdona mi lenguaje, pero es
verdad.
Su atenta mirada le hizo sentir incómodo. Descruzó los brazos y metió los
pulgares dentro de la cintura de sus pantalones de montar en un gesto de desafío
para demostrarle que él no era el idiota que parecía.
Entonces la mirada femenina se deslizó lentamente por su pecho hasta su
vientre… se detuvo en sus pantalones… antes de regresar bruscamente hacia su cara.
El nuevo rubor que cubría sus bonitas mejillas lo tomó por sorpresa.
Y de repente la vio mirarlo con una nueva luz.
Bueno, caramba.
¿Lo podría estar observando por otra razón? El mero pensamiento de que la
curiosa y virginal Virginia lo mirara en su estado medio desnudo hacía que se le
calentara la sangre.
Ella levantó la barbilla.
—Sólo dices estas cosas de Pierce porque me quieres para ti.
Absolutamente cierto, la quería. Incluso más, ahora que sospechaba que ella sentía
lo mismo.
—Lo digo porque es cierto. Mereces algo mejor.
—Yo te merezco, supongo.
—Te mereces a un hombre que te vea por lo que eres. —Ella lo miró
cautelosamente.
—Y ¿qué es eso?
—Una mujer necesitando de alguien que cuide de ella, para variar. Que considere
sus sueños, deseos y necesidades. —Él arrastró su mirada lentamente por su cuerpo,
su sangre saltando al ver cómo eso la turbaba—. Alguien que te pueda dar lo que
deseas ardientemente.
Su respiración se aceleró.
—No sabes lo que deseo ardientemente.
—Oh, creo que lo sé. —Él se acercó, regocijándose cuando sus mejillas se pusieron
rosadas bajo su mirada—. Admítelo, no viniste aquí para hablar.
La alarma se extendió por su rostro.
—¡Por supuesto que sí! Quiero decir, ¿por qué si no podría...?
—No juegues a la inocente indignada conmigo, cariño. —Le lanzó una conocedora
sonrisa—. Las jóvenes inocentes no se esconden en el heno para mirar trabajar a los
hombres semidesnudos.
Su boca se abrió. Cuando se cerró bruscamente y el genio ardió en sus ojos, él se
dio cuenta de que se había pasado de listo.
Sin embargo, lo tomó por sorpresa cuando ella lo empujó con la fuerza suficiente
para hacerlo caer en el heno.
—Y los caballeros inocentes no trabajan semidesnudos en una propiedad donde
podrían deambular jóvenes inocentes.
Ella se volvió para alejarse, pero él medio se levantó para arrastrarla al heno a su
lado. Cuando ella jadeó y abrió su boca indignada, se inclinó y la besó.
Por un momento, temió que la hubiera malinterpretado. Pero mientras moldeaba
sus labios con los de él, ella se relajó debajo de su cuerpo y le echó los brazos al
cuello.
Después de eso él estaba perdido. Su cabeza le decía que debería evitar esta
invitación, darle un beso que no la hiciera escaparse corriendo alarmada. Pero había
pasado días observándola desde lejos, ocultando el padecimiento por volver a
tocarla, por mostrarle que lo que había entre ellos era más poderoso que cualquier
otra estúpida apuesta. Y ahora que tenía su oportunidad, no podía ser suave, tierno o
tranquilo.
Mientras separaba sus labios con los de él, se movió hasta quedar medio encima
de ella. Luego hundió su lengua dentro de la boca femenina de la manera en que
quería hundir su dolorida polla en ella.
Y gracias a Dios, ella le devolvió el beso. Virginia enredó su lengua con la de él y
lo encontró con el suficiente entusiasmo para ponerlos a ambos en llamas. El deseo
estalló en su interior. Ardía de deseos de tomarla aquí mismo, levantar sus faldas y
poner fin a los días de imprudente carestía. Pero tenía suficiente aplomo para saber
que eso no era prudente.
En lugar de eso, puso la mano sobre su pecho. Y ella le dejó. Incluso se arqueó en
su mano mientras la acariciaba a través del vestido. Eso era suficiente para
enloquecer a un hombre. Febril por tocar su piel desnuda, rompió el pedazo de
encaje que llevaba alrededor del cuello, luego buscó a tientas los lazos que sostenían
su vestido cerrado en el frente.
Le tomó unos segundos darse cuenta de que disfrazaban los ganchos que eran la
verdadera abotonadura, pero pronto los soltó, entonces abrió su vestido para
introducir la mano y bajar la copa del corsé.
—Dulce Señor—susurró ella contra su boca mientras le acariciaba el pecho a
través de sla camisola, rodando el pezón entre el pulgar y el índice.
—Dulce Virginia. —No contento con sólo tocar, desató su camisola y desnudó su
pecho para su mirada.
Su piel se ruborizó violentamente, pero ella no hizo ningún movimiento para
detenerlo, así que se quedó satisfecho. Su seno era tan exquisito como lo había
imaginado, insolente, delicado y perfectamente formado, con un pezón rosado que
suplicaba ser chupado. Y estaba más que deseoso por atenderlo.
Cuando su boca se cerró sobre su seno, ella enterró sus manos en su cabello.
—Gabriel… no deberías… no deberíamos…
Él llenó su mano con su otro seno mientras levantaba la cabeza para mirar su cara
ruborizada.
—Es para lo que viniste aquí, mozuela. Admítelo.
—¡No! Yo… yo sólo vine a hablar contigo.
Haciendo girar la lengua sobre la punta de su pecho, él se regocijó cuando el
aliento se le atascó en la garganta.
—Y te escondías aquí en la paja porque…
—Yo… estaba buscando algo, eso es todo. Algo que perdí cuando vine aquí... a
esperar a que… terminaras de trabajar.
Él reprimió una risa. Ella era tan transparente. Tocó su seno de manera
desvergonzada, deleitándose con el pequeño jadeo de placer que pronunció.
—¿Y qué buscabas exactamente?
—Um… una… joya. —Cuando él chupó su pecho con fuerza, ella gimió—. Sí.
Un… un relicario Debe habérseme caído en la paja.
Sus manos se deslizaron hasta el masculino cuello y apretó sus hombros
convulsivamente mientras él chupaba y atormentaba sus diminutos senos.
—¿Encontraste lo que buscabas? —Le rozó el pezón.
Ella tenía los ojos cerrados.
—Yo… yo… no…
—Qué lástima. Tendré que ayudarte a buscar.
Sus ojos se abrieron de golpe.
—¡No! Q-quiero decir...
—¿Quién sabe a dónde fue? —Desabrochó más ganchos y presillas hasta que tuvo
su vestido completamente abierto—. Tal vez se cayó dentro de tu ropa.
Ella parpadeó.
—Lo dudo.
—Aquí, tal vez —murmuró, deslizando la mano por el corsé hasta la unión entre
sus piernas—. O aquí. —Él la frotó allí a través de su camisola y enaguas.
¿Cómo reaccionaría ante una invasión tan flagrante? ¿Estaría consternada? Dada
su lamentable excusa de por qué lo había estado observando, esperaba curiosidad.
Virginia estaba dividida entre la conmoción y la fascinación. Había estado
muriendo porque la tocara desde el momento en que lo había visto semidesnudo,
pero esa no era la parte que ella quería que él tocara.
Entonces él la frotó de nuevo, y ella se dio cuenta de que era exactamente la parte
que quería que él tocara.
—Oh Dios. Dios Santísimo. Es decir… ¡Oh! ¡Ohhh!
—¿ Encontraste lo que buscabas? —Una sonrisa presumida cruzó su rostro.
Él estaba tan confiado de sí mismo, y ella ni siquiera podía obligarse a protestar.
Porque lo que estaba haciendo ahí abajo la estaba volviendo loca. Nada debería
sentirse tan bien.
No era de extrañar que todo el mundo instara a las mujeres respetables a
permanecer lejos de los sinvergüenzas. Porque cada mujer arrojaría su respetabilidad
por la ventana si supiera cómo se sentía tener un hombre poniendo sus manos sobre
ella de esta manera.
Y ahora le estaba levantando las enaguas, y deslizando su mano debajo de la
camisola…
—¿O qué tal esto?—dijo con una voz ronca que hizo que su pulso hiciera un
pequeño baile divertido—. ¿Es más de lo que buscabas?
Oh. Dulce. Señor. Cuando su mano se deslizó dentro de la hendidura de sus
bragas para cubrir su montículo, un gemido escapó de ella.
—Lo tomaré como un sí—dijo arrastrando las palabras.
Un definitivo sí. Ella clavó los dedos en sus anchos hombros desnudos,
maravillándose con la sensación de seda sobre acero de la piel sobre el tendón.
Entonces su dedo se deslizó en la hendidura entre sus piernas, y ella casi se salió de
su piel. Exploró dentro de ella con un dedo, haciéndola desear retorcerse bajo su
mano. Haciéndola desear que lo hiciera más… y más…
Sus manos se deslizaron sobre el viril pecho desnudo, que era tan fuerte como ella
había pensado. No podía dejar de tocarlo. Su musculatura era magnífica, y sólo sentir
la cálida piel contraerse bajo sus dedos la hizo ansiarle ahí abajo aún más.
La respiración de él se tensó.
—Tendré que echar un vistazo —gruñó.
Ella apenas podía pensar.
—¿A qué?
—A ti. Debajo de tu ropa. —Sus ojos tenían un hambre cruda que la hizo
estremecerse deliciosamente—. ¿Cómo puedo encontrar lo que estabas buscando?
Él ya se deslizaba por su cuerpo.
Debería poner fin a la farsa del relicario perdido.
—No creo que necesites...
La cubrió allí abajo con su boca. Su boca.
—¡Gabriel!
Su lengua se deslizó dentro de ella.
—Gabriel… —suspiró—. Qué… cómo… Oh… mi… Dios. Eres malvado. Muy
malvado.
Una amortiguada risa ahogada se le escapó cuando empezó a hacer cosas con su
lengua que dieron un nuevo significado a la palabra malvado. Válgame Dios. ¿Quién
podría haber adivinado…? ¿Cómo podría haber sabido…?
Su cuerpo estaba ardiendo. Ella se tensó contra su boca, deseando sentir cada
deliciosa caricia de su lengua. Él estaba usando los labios, los dientes y la lengua para
excitarla de una manera asombrosa. ¡Era lo más glorioso que había sentido jamás!
Era como subir corriendo una colina sobre un corpulento corcel, lanzándose a toda
velocidad hacia la cima, esforzándose…
Y saltar de un acantilado al vacío.
Ella gritó. Y volvió a gritar mientras se precipitaba hacia un océano, donde olas de
placer se estrellaban sobre ella. Duraron por lo que pareció una eternidad, hasta que
al fin disminuyeron y él retiró su boca de ella.
Mientras ella yacía allí jadeando, Gabe besó su muslo.
—Creo que lo encontramos—dijo con una voz gutural.
Un largo suspiro escapó de ella.
—Yo también lo creo.
No estaba segura de qué había encontrado exactamente, pero quería encontrarlo
otra vez, cada vez que pudiera. Y claramente él quería ayudarla a encontrarlo,
observarla con una cruda necesidad que convertía sus entrañas en gelatina. Subió por
su cuerpo para tumbarse de lado junto a ella, con la cabeza apoyada en su mano.
—Esto no tiene nada que ver con ningún relicario—dijo, pasando el pulgar por su
labio inferior.
Ella lo besó.
—No.
Él enarcó una ceja.
—Sólo querías verme semidesnudo.
—Realmente eres irritantemente presuntuoso—dijo ella con petulancia.
—Pero estoy muy feliz de que lo hicieras. —Su voz cayó a un murmullo
derrotado—. Me atrevería a decir que no estaríamos aquí de otra manera. Además, el
pensamiento de que me observes semidesnudo me excita ferozmente.
—¿En serio?
—Averígualo por ti misma—le agarró la mano y la bajó a los pantalones—.
Cuando se combina con lo que estábamos haciendo…
Gabe inspiró cuando su mano acarició el prominente bulto en sus pantalones de
montar. Y cuando ella lo frotó, él masculló una maldición que la complació
enormemente. Por una vez, no parecía tan arrogante.
—¿Estabas diciendo? —preguntó. Era su turno de ser presumida.
Sus ojos se cerraron.
—Eres una muchacha provocadora que… Oh Dios… —Con un gemido se
presionó contra la mano femenina—. Sí, cariño. Tócame así. Justo ahí… Dios me
salve…
—¡Sharpe!—gritó una voz desde fuera del establo.
Podría haber sido la voz del mismo Dios, sólo que él no estaba viniendo a salvar a
nadie.
Ella retiró la mano de los pantalones de Gabriel aterrorizada.
—¡Es el abuelito! No puede encontrarnos así.
Gabriel la miró sin comprender por un segundo.
Ella lo sacudió.
—Si él te encuentra aquí conmigo, no habrá boda, ni duelo, ni nada, excepto tu
hermoso cuerpo atravesado con esa horquilla de allá.
Una sonrisa perezosa cruzó su rostro.
—¿Crees que soy hermoso?
—¡Gabriel!
—Oh, está bien. —Él se levantó y se sacudió la paja de la piel y los pantalones.
—¡Sharpe! —La voz del abuelito llegaba de más cerca ahora—. ¿Dónde diablos
estás?
Frenéticamente, trató de sujetarse el vestido.
—En verdad, debemos dejar de reunirnos donde las personas puedan
encontrarnos, cariño —replicó Gabriel mientras le lanzaba la pañoleta de encaje—.
Arruina cada vez el estado de ánimo.
Ella lo fulminó con la mirada.
Cuando la puerta se abrió abajo violentamente, masculló:
—Quédate agachada—y entonces se acercó a la horquilla que siempre se guardaba
en el altillo.
Justo a tiempo porque el abuelito entró en el establo en ese momento. Ella se
hundió en la paja, rezando para que no pudiera verla. Ayudó que Gabriel se las
arreglara para echar un poco de heno sobre ella mientras miraba por el borde del
altillo.
—Sí, general—gritó él—. ¿Quería algo?
Un breve silencio cayó, durante el cual ella murió cien muertes, segura de que el
abuelito había adivinado que estaba aquí arriba.
—¿Qué diablos estás haciendo?
Gabriel ahorquilló un poco de heno sobre el borde.
—Lo que me pidió.
—¿No oíste que te llamaba?
—Lo siento, no. Es difícil de escuchar aquí.
—Bueno, necesito tu ayuda con esta maldita yegua que Lord Danville acaba de
traer. Dijo que no vendría hasta mañana, y ahora se presenta con la condenada
yegua, esperando que lo deje todo y la instale bien. Los caballerizos están con Ghost
Rider, y no hay nadie más. Así que baja. Y ponte tu maldita ropa, también. No quiero
que mi nieta te vea desnudo.
—Demasiado tarde para eso—masculló Gabriel por lo bajo mientras pasaba junto
a ella para poner la horquilla contra la pared y descender por la escalera.
Ella contuvo la respiración, esperando a que se fueran.
—¿Qué sabes de los árabes? —preguntó el abuelito. Ella podía oír a Gabriel
moviéndose, probablemente poniéndose la ropa.
—He oído que pueden ser temperamentales.
—Sólo si se los maneja mal. Por naturaleza, son incluso moderados. Roger solía
decir que un árabe era tan temperamental como su dueño, pero probablemente
podrías decir eso de la mayoría de los caballos.
La conversación continuó mientras los hombres salían del establo, pero ella
permaneció allí un largo rato, congelada por la mención de su hermano por parte del
abuelito.
Se había olvidado por completo de él. Atrapada en sus tontos deseos y en las
dulces palabras de Gabriel, había dejado que su hermano fuera olvidado por
completo.
—Roger, lo siento —susurró mientras se incorporaba, pero eso no hizo nada para
calmar su culpable conciencia.
Mientras se levantaba y terminaba de acomodarse la ropa, ella vacilaba entre
defender a Gabriel en su mente y odiarse a sí misma por traicionar la memoria de su
hermano. Después de unos momentos de eso, se dio cuenta de una cosa.
Ya era hora de que supiera exactamente lo que había sucedido durante la noche
anterior a su fatídica carrera, y la mañana en que sucedió. Nunca se sentiría tranquila
con Gabriel hasta que lo hiciera.
Y sólo había una manera de hacerlo. Tenía que preguntarle a Gabriel. No
importaba lo incómodo que lo pusiera, y a ella, tenía que saber la verdad. Hasta que
lo hiciera, nunca podría avanzar.
Capítulo 13
Al atardecer del día siguiente, Virginia se dirigió al establo con unas jarras de
barro con cerveza, con la esperanza de ver a Gabriel antes de que saliera para
Halstead Hall. No había tenido oportunidad de estar a solas con él desde su
encuentro en el heno; el abuelito o uno de los caballerizos siempre andaban por ahí.
Ahora sabía lo que había querido decir el abuelito. Y ahora, fácilmente podía
imaginarse casada con Gabriel, lograr hacer las cosas que habían hecho ayer cada vez
que lo desearan.
Precisamente por eso tenía que hablar con él. Su defensa se erosionaba cada vez
más con cada día que pasaba cerca de él.
Se acercó para entregarle una jarra de cerveza, y su mano le rozó los dedos
mientras se la quitaba. La mirada conocedora de sus ojos decía que lo había hecho a
propósito. Esta vez ella no pudo contener el rubor que subió a sus mejillas. Cuando
él respondió guiñándole un ojo, ella inspiró profundamente. Su pulso estaba
acelerado, y su estómago estaba dando graciosas volteretas que le dificultaban
pensar bien. Si no era precavida, el abuelito se daría cuenta.
—Esta cerveza es deliciosa. —Gabriel la bebió con una lenta sensualidad que hizo
que su cuerpo zumbara—. ¿La hiciste aquí en Waverly Farm?
—Me temo que no. —Ella echó una mirada al abuelito, pero afortunadamente no
estaba prestando atención a cómo Gabriel la miraba—. He probado suerte para
fabricar cerveza casera, pero no he tenido mucho éxito.
—Si tiene instrucciones sencillas que yo pueda seguir —dijo Virginia—, estaría
muy agradecida.
—Sí, porque no es suficiente que la señorita Waverly se asegure de que estés bien
alimentado y que tus dolencias sean tratadas. Ella debería preparar una buena
cerveza también, ¿verdad?
Pero también obtuvo la atención del abuelito. Él les echó un vistazo, con los ojos
entrecerrados.
—¿Por qué?
—Debería haberlo sabido. Todos los tipos como tú disfrutan de sus noches de
viernes en la ciudad, apostando y bebiendo. Eso hace que sea difícil levantarse
temprano un sábado.
Disparándole una mirada de furia a su abuelo, Virginia se acercó para servirles la
cerveza a los dos mozos de cuadra.
—Así que finalmente te has cansado de trabajar tan duro, ¿verdad? ¿Quieres
terminar tu pequeña aventura?
—En lo más mínimo. —Gabriel engulló la cerveza con el ceño fruncido—. Tengo
un compromiso previo.
—Sucede que voy a encontrarme con un caballero. Estamos haciendo una apuesta.
Cuando se dio cuenta de qué tipo de apuesta debía ser, Virginia se giró para
enfrentarse a Gabriel.
—Dijiste que si lord Gabriel trabajaba aquí una semana, lo que ha hecho, nos
permitirías dar un paseo juntos. Quiero hacerlo ahora.
—También dije que yo tendría que estar. Y no puedo dejar la granja ahora mismo
con lord Danville viniendo a preguntar sobre su yegua.
—Vamos, corderito…
—Tú nos debes esto, abuelito. —Ella lo miró fijamente—. He sido muy paciente,
pero merezco pasar tiempo con mi pretendiente. Lo menos que puedes hacer
después de todo el trabajo que ha hecho esta semana es permitirlo.
Su abuelo la miró furiosamente, luego a Gabriel. Pero tenía que saber que había
hecho trabajar a Gabriel como un perro, y que él lo había tomado con una
ecuanimidad asombrosa.
Un poco más tarde, Gabriel la estaba subiendo al carruaje mientras Hob subía al
asiento del caballerizo detrás. Virginia tomó las riendas debido al hábito, ya que era
su carruaje, y Gabriel no dijo nada.
A pesar de que había una capota entre ellos y el mozo de cuadras, ella necesitaba
mucha más privacidad que la que el carruaje podría proporcionar.
—Hob, si me haces el favor de llevar a los caballos para que se ejerciten un poco
más allá, te estaría muy agradecida.
Hob saltó, con la mandíbula tensa mientras pasaba la mirada de ella a Gabriel.
—Tal vez debería decirle a nuestra ama de llaves que tú y Molly os habéis estado
reuniendo en secreto en el establo por la noche. —Había una razón por la que había
pedido a Hob, y no era sólo porque era el más descerebrado de los dos caballerizos.
—Por favor, señorita, el ama de llaves echaría a Molly, ella lo haría, y...
—¿Así que ejercitarás a los caballos duranrte, digamos, la siguiente media hora?
Hob vaciló un largo momento. Luego, con un suspiro, asintió brevemente y saltó
al asiento del conductor.
Ella resopló.
—La chica viene a avivar mi chimenea por la noche con heno en el pelo. Y como
nuestro otro caballerizo tiene un amor en la ciudad, eso deja a Hob. No soy la idiota
por la que mi personal me toma, ¿sabes?
—Lo sé muy bien—dijo con voz ronca. Él trató de agarrarla, pero ella se alejó.
—Oh, no. No me tomé todas estas molestias sólo para que pudieras nublar mi
cabeza con besos. Quiero saber sobre esa carrera que vas a correr mañana.
Una pequeña maldición escapó de él, y por un momento temió que no se lo dijera.
Entonces se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta con esa osada manera que
ella admiraba y odiaba, y dijo:
—Si, si, ¡si! Eso suena como una gran cantidad de si.
—No claro que no. ¿Tu abuela no te ayudará con Flying Jane?
—Ella no aprueba las carreras de pura sangre. Teme que siga los pasos del idiota
de mi abuelo, el viejo marqués, que perdió miles y miles de libras tratando de
competir. Sé que puedo lograrlo, pero ella no me cree.
Podía ver lo mucho que eso lo hería. No se le había ocurrido que pudiera tener un
plan para su vida más allá de ganar su herencia. Había mencionado que quería
construir un establo de carreras, pero ella no le había tomado en serio. Ahora que
sabía que hablaba en serio, ahora que le conocía mejor, tenía sentido.
Ella se ruborizó.
—He visto cómo eres. Tienes un don para reconocer las fortalezas excepcionales
de un caballo. Hasta el abuelito ha comentado sobre ello, aunque nunca te diría nada.
Su mirada se clavó en ella, oscura y cautelosa.
—La abuela argumentaría que tener éxito en las carreras de pura sangre requiere
más que habilidad para elegir un caballo.
—Sé que estoy empezando desde abajo con Flying Jane, pero si las cosas van como
planeo, algún día podría tener un establo entero lleno de pura sangre para correr.
Incluso podría tener una caballeriza propia. —Él apartó la mirada—. Esa es mi
esperanza, de todos modos.
Podía ver lo mucho que su plan significaba para él. Pero también tenía claras
desventajas, de las que seguramente se percataría.
—Así que necesitas una gran cantidad de carreras privadas, y muchas apuestas.
Altas apuestas. Lo que significa carreras peligrosas.
Su corazón se hundió.
—Tú sabes perfectamente bien que esas pueden ser tan peligrosas, si no más.
¿Cuál es el recorrido?
—¡No son tan malos! Recuerdo al abuelito hablando de eso. ¿Lyons no se fracturó
la pierna en uno de ellos?
—Oh, Dios mío —masculló ella, el temor por él la hizo marearse—. Eres
completamente estúpido.
—No más estúpido que tú, que competiste con Letty Lade y luego me desafiaste a
una carrera. ¿Desde cuándo desapruebas las carreras?
—Desde que he visto cómo corres—dijo ella—. Desde que he visto de primera
mano cómo asumes riesgos que nadie con buen tino haría.
—¿Me vas sermonear sobre el buen tino? —Él avanzó amenazadoramente sobre
ella—. Eres la que quería correr en Turnham Green, a pesar del riesgo para tu futuro.
La conmoción llenó su rostro, rápidamente reemplazada por el dolor. Aun así, ella
no podía recuperar las palabras. Ahora que fueron dichas, no podía dejarlo pasar.
—Pintas tu faetón de negro, y te pavoneas por la ciudad con tu ropa negra y...
—¡Yo no elegí ser el Ángel de la Muerte, maldita sea! —Él prácticamente escupió
las palabras. Cuando ella parpadeó, sorprendida por su vehemencia, añadió—: Esa
fue la idea de una broma de algún tonto.
Ella seguía mirándolo, muda. ¿Una broma? ¿La muerte de su hermano era una
broma para alguien?
—Después del accidente de Roger, me vestía de negro para llevar luto por él.
Como Roger no era mi familia, Chetwin hizo comentarios sobre eso, diciendo que me
vestía de negro porque la Muerte era mi constante compañera. Señaló que todos a los
que tocaba morían, mis padres, mi mejor amigo… todo el mundo.
—Chetwin tenía razón, por supuesto. La muerte era mi constante compañera. Así
que no fue una gran sorpresa cuando otras personas comenzaron a llamarme el
Ángel de la Muerte. —Su voz se ahogó—. Después de todo, yo daba la talla.
Y en ese momento ella se dio cuenta de que había entendido todo mal. El Ángel de
la Muerte no era su manera de presumir. Era su maldición, impuesta sobre él por
personas que no se preocupaban por su tormento.
—Tenía dos opciones. Podría dejar que esos asnos me intimidaran con sus burlas,
o podría mostrarles que no tenía miedo de ellos o de la muerte. —Se dio la vuelta de
prisa hacia ella, su mirada tan profundamente torturada que le rompió el corazón—.
Así que sí, pinté mi faetón de negro, me vestí íntegramente de negro y los desafié a
llamarme lo que quisieran, siempre y cuando me dejaran solo.
—Pero, por supuesto, no lo hicieron. Cada estúpido que alguna vez había
manejado un carruaje quería desafiarme a una carrera. Al principio me negaba.
Durante casi un año dije que no a todos los desafíos, hasta que las apuestas se
pusieron tan altas que ya no podía ignorarlas.
¿Así que eso era lo que había querido? ¿Ganar lo suficiente para poder
esconderse?
—Nunca quise ser el Ángel de la Muerte—dijo con ferocidad—. Pero una vez que
lo era, estaba condenadamente bien sacándole provecho.
—Me dije que estaba honrando la memoria de Roger. Que cada vez que ganaba, lo
hacía por él, para compensar el hecho de que él nunca podría volver a competir como
tanto le gustaba. Pero supongo que puedes ver que es tan sólo mi excusa para
conseguir hacer lo que me encanta.
—A Roger le encantaba correr—dijo ella en voz baja—. No era una mala manera
de honrar su memoria.
Él se tensó.
—He oído la versión de segunda mano del abuelito, y he oído los rumores, pero
nunca he oído la verdad de tus labios. Entonces, ¿por qué no me dices qué ocurrió
realmente la noche de la apuesta y el día de la muerte de Roger?
Este Gabriel, el que estaba de pie frío e inmóvil, era el Ángel de la Muerte. Y ella se
negaba a dejar que la intimidara.
—No quieres la verdad—dijo con voz lejana—. Estás buscando una razón para
rechazar mi petición.
—No necesito una razón para eso. Lo que necesito es una razón para aceptarla.
—No hay una respuesta a tu pregunta que te haga feliz—le espetó—. Si digo que
hice el desafío, estarás enojada conmigo. Si digo que lo hizo él, estarás enojada con
Roger, y entonces me guardarás rencor por haber destruido tu perfecta imagen de tu
hermano.
—Sabes en tu corazón que lo es. No puedo salir airoso. —Se acercó y bajó la voz—.
Si queremos que este cortejo funcione, nuestra única opción es dejar atrás el pasado.
Tenemos que dejar de hablar de lo que sucedió aquella noche, quién tuvo la culpa,
qué pudo haberse hecho de manera diferente.
—Gabriel…
Una semana atrás, le habría dicho que tomara su petición y regresara a Ealing con
ésta. Pero una semana atrás, no había llegado a conocerlo.
Sí, él podía ser imprudente y salvaje, pero también podía ser responsable.
Trabajaba duro, se adaptaba perfectamente a la vida en la granja cuando el abuelito
lo permitía, y la hizo querer tener un futuro. Un verdadero futuro, no uno
dependiente de la generosidad de Pierce o de las perspectivas del abuelito de una
larga vida.
Sobre todo, él la entendía como nadie más lo hacía. Centraba la inquietud dentro
de ella. Y aunque su mente le dijo que debería ser la menor de sus razones para
aceptar su petición, su corazón y su cuerpo le dijeron algo diferente.
Si solo hubiera resultado ser tan desagradable y frío como ella había supuesto.
Pero en la granja había trabajado incansablemente sin llamar la atención sobre sus
logros. Bromeaba con los mozos de cuadras y se reía en la cara ante el desagrado del
abuelito, pero ahora veía que era sólo una máscara, sólo una forma de ocultar la
profunda infelicidad de su alma.
—Está bien. —Él enderezó los hombros como contra un golpe—. Declaro que has
cumplido con los términos de nuestra apuesta. No necesitas continuar con eso.
Él se detuvo.
Tal vez no ahora. Pero si pudiera confiar en ella, dejarla entrar en su corazón…
¿Su corazón?
Pero la posibilidad de tenerlo para ella podría valer el riesgo. Si pudiera resistirse
a averiguar sus secretos. Y sin conocerlos, no sabía si podía.
—Vuelve el lunes. Eso me dará la oportunidad de pensar lo que quiero hacer. ¿De
acuerdo?
Él miró su mano, luego su cara. La esperanza luchaba contra la cautela en sus ojos.
—Eres una mujer muy testaruda—se aventuró.
Su expresión se suavizó.
—Cierto.
Cuando empezó a alejarse, Gabriel la agarró por la cintura y la acercó para un beso
embriagador que rivalizaba con la puesta de sol por el brillo. Por un momento, dejó
que se saliera con la suya. Era tan dulce estar en sus brazos otra vez, tan fácil de
olvidar que su deseo de intimidad no se extendía más allá de lo físico.
—Ahí tienes—dijo, su mirada caliente sobre ella—. Eso debería darte algo a
considerar mientras piensas en aceptar mi petición.
La voz de Virginia sonó en su cabeza: ¡Si, si, si! Eso suena como una gran cantidad de
si.
Maldita mujer. Ella era la razón por la que había perdido. Normalmente antes de
correr, le sobrevenía una fría calma que le permitía concentrarse en ganar, en
bloquear la visión de los peligros. Pero hoy esa calma lo había abandonado, gracias a
los pensamientos que se habían agitado en su mente desde el encuentro de ayer con
la muchacha.
Se le escapó una maldición. ¿Por qué ella no podía permitir que la muerte de
Roger permaneciera en el pasado? ¿Y cómo diablos iba a lograr que dejara de hacer
sus malditas preguntas?
¿Y por qué debería exponerse así ante ella, o ante su abuela o cualquiera? Dejar
que el pasado permaneciera en el pasado. Eso era lo mejor para todos ellos.
Gimió cuando puso su caballo al trote. No quería a nadie más. No quería una
recatada jovencita de la alta sociedad que soltara risitas detrás de su abanico y dijera
una cosa insinuando otra. Él quería a la muchachuela amante de la naturaleza que
veía las necesidades de todos con una claridad que endulzaba hasta las almas más
amargadas de su personal. Quería a la mujer cuyas palabras alegres tranquilizaban a
los sirvientes, daban ánimo a su abuelo y hacía que Gabe ardiera por volver a
probarla y tocarla, por tenerla en sus brazos suspirando de placer.
No, no lo permitiría. Tenía que hacerle ver que el pasado no importaba. Que
podían empezar de nuevo. Pero no iba a hacerlo compitiendo con todos los idiotas
que lo desafiaban.
A menos que se asociara con su abuelo. Podía ser lo que Roger había sido
preparado para ser antes de su muerte, la mano derecha del general. De todos
modos, si se iba a casar con la nieta del general...
Él suspiró. Por el momento, eso era un gran si. Además, se negaba a gastar su
tiempo y energía en la construcción de una granja de sementales que Devonmont
heredaría. Necesitaba sus propios ingresos. Y eso significaba correr.
Llegó a la curva que conducía hacia Ealing y se detuvo. Tenía que irse a casa. Pero
entonces tendría que contarle a su maldita familia que había perdido la carrera.
Tendría que soportar las bromas idiotas de sus hermanos acerca de eso. Luego estaba
el corte en la cabeza. Podía intentar entrar a hurtadillas y conservar puesto el
sombrero hasta que pudiera limpiar su herida, pero su familia siempre aparecía en
los lugares más inverosímiles, y ellos encontrarían sospechosa su negativa a quitarse
el sombrero. Lo último que necesitaba era un puñado de mujeres riñéndolo por un
insignificante corte en la cabeza.
Además, el general había querido su ayuda para llevar los potros al mercado.
Puede que no fuera demasiado tarde para alcanzarles. Prefería ayudar al general que
ocuparse de las preguntas de su familia sobre la carrera. Probablemente el hombre ni
siquiera lo mencionaría: estaría demasiado ocupado por otras preocupaciones.
Y él conseguiría verla. No es que verla tuviera nada que ver con su deseo de ir a
Waverly Farm. Eso era sólo fortuito.
Bufó mientras volvía su caballo hacia Waverly Farm. Fortuito, correcto. Mejor que
se vigilara. Estaba enamorándose, y eso no podía ser. Si ella lo adivinara, trataría de
envolverlo en su dedo, y lo siguiente que sabría, es que le ordenaría que dejara de
competir.
Aun así, no podía evitar que el corazón le latiera aceleradamente mientras se
acercaba a la granja media hora después. El lugar parecía desierto. Nadie estaba en el
establo, ni siquiera los mozos de cuadras, y el general no se veía por ninguna parte.
Maldita sea, los había perdido.
Pero tal vez podría alcanzarlos en el camino. Algún criado podría saber cuál
habían tomado.
Desmontando, ató el caballo y se acercó con pasos largos hacia la puerta. Llamó.
Nadie respondió. Volvió a llamar, y estaba a punto de marcharse cuando escuchó
una respuesta amortiguada desde dentro.
Sin embargo, cuando la puerta se abrió, allí no estaba una de las criadas o el
lacayo. Estaba Virginia.
—¿Tan pronto?
—Oh. Acabo de irme a la cama hace unas horas. Molly está enferma. Por eso no
fui a la feria, alguien tenía que quedarse y cuidar de ella. —Ella parpadeó—. Espera,
¿son las nueve pasadas? Tengo que darle más agua de cebada. Con su fiebre, necesita
mucha agua. —Se dirigió por el pasillo hacia la cocina.
Gabe entró y cerró la puerta detrás de él, luego la siguió hasta la cocina.
—El abuelito tuvo que llevar a todo el mundo a la feria. Se suponía que ella y yo
íbamos a ir, pero con nosotras aquí, necesitaba a quienquiera que pudiera auxiliarlo.
—Ella le puso un vaso en la mano—. Sostén esto.
Gabe observó como ella llenaba un cuenco con vinagre, pero cuando fue a tomar el
vaso, él murmuró:
—Lo llevaré por ti.
La habitación de Molly estaba en el último piso. Era pequeña pero ordenada, con
una acogedora alfombra en el suelo y un tocador decente. Las ventanas estaban
abiertas, lo que hacía tolerable el calor del verano. Molly dormía en la cama,
roncando fuerte.
—No, eso parecía prematuro. Sospecho que ella sólo tiene un resfriado. Pero yo
consulto Medicina Doméstica del doctor Buchanan cada vez que uno de nosotros está
enfermo. Da consejos muy sensatos.
Gabe trató de imaginar a una de las bobaliconas damas de sociedad que conocía
enfrascándose en un libro de medicina, pero no pudo. En general la única cosa que
muchas consultaban era The Lady’s Magazine.
Se estaba dando cuenta de que finalmente la tenía a solas. Molly claramente no iba
a mejorarse en las próximas horas, y si todos los demás se habían ido, esta podría ser
su oportunidad de conquistarla.
Giles había conquistado a Minerva comprometiéndola. ¿Por qué no debería
funcionar eso para él?
—Podría ayudarte con Molly —dijo mientras Virginia se apresuraba a bajar las
escaleras hacia el vestíbulo.
—No necesito ayuda con Molly. —Se dirigía a la puerta principal tan rápidamente,
que tuvo que atraparla por el brazo para detenerla.
—Entonces podría ayudarte con cualquier cosa que necesites —insistió él.
—Lo único que necesito ahora es acostarme. —En el momento en que las palabras
salieron de sus labios, se sonrojó—. Quiero decir que… necesito dormir.
—Gabriel…
Él la besó. ¿Cómo podría resistirse? Recién levantada, se veía tan salvaje y lasciva
como una bailarina de ópera francesa, pero de alguna manera inocente, también, con
todo ese lino y encaje blanco. Quería hacerle el amor con fuerza y suavidad a la vez.
Por un momento, ella permaneció rígida en sus brazos. Entonces sus brazos se
deslizaron por su cintura, y ella se fundió en él como la dulce muchachuela que
era. Su boca se abrió debajo de la de él, y le metió la lengua, ansiando su suave calor,
dolorido por hacerla suya.
No podía mantener las manos quietas, no con tanta gloriosa feminidad en sus
manos, pero cuando las deslizó para acunarle los pechos, ella lo empujó.
—Deberías irte.
Esta vez sus besos fueron más largos, se volvieron más calientes, hasta que ambos
estuvieron jadeantes, y su cuerpo estuvo pegado al de él. Se las arregló para
mantenerse alejado de las partes que anhelaba tocar, pero entonces ella le echó los
brazos al cuello, quitándole el sombrero y enterrando las manos en el pelo…
Él soltó una risa y ella lo miró furiosa. Se dejó caer en una silla.
—Se podría decir que sí. —Gabe estaba disfrutando de tenerla preocupada por él.
Hasta que ella volvió y exploró su cabeza con la punta de un cuchillo de mondar.
—Buen Dios todopoderoso—masculló entre dientes—. ¿No puedes hacer eso con
menos entusiasmo?
—No más de lo que tú disfrutas arriesgando tu vida por unas pocas libras —le
espetó.
Un tintineo sonó cuando ella dejó caer algo en un recipiente de hojalata. Él miró
dentro para ver una astilla de madera de considerable tamaño.
—¡Podrías haberte arrancado el ojo! La herida no dejará de sangrar, así que tendré
que tratarla con algo. Quítate todo hasta la cintura.
—¿Perdón?
—No quiero arruinar tu ropa. —Estaba claro por su comportamiento sin sentido
que ella quiso decir eso y sólo eso.
—Es asombroso que no te arrancaras una oreja, aunque eso podría haber sido algo
bueno. Podría haberte hecho pensar dos veces la próxima vez que te dispusieras a
matarte por una apuesta absurda. —Ella se detuvo a mirarlo furiosamente—. ¿Esas
cien libras valieron casi matarte?
—¿Qué pasó?
—¿Qué quieres decir con qué pasó? Él cabalgó mejor que yo. —Estaría condenado
si le dijera que fue porque había estado pensando en ella.
Pero si había pensado que su pérdida le ganaría la simpatía de ella, estaba muy
equivocado.
—Eso lo hace aún peor. —Ella sacó una botella tapada del cofre y la trajo junto con
un paño—. Perdiste cien libras, arriesgaste la vida, y ahora tienes un corte en la
cabeza que podría matarte.
—Un pequeño rasguño, mis narices. —Ella derramó algo líquido sobre la herida.
—Supongo que piensas que un vendaje se vería más elegante. —El fuego ardía en
sus ojos—. Así que ahora tengo que buscar un poco de lino negro para envolver
alrededor de tu tonta cabeza para que se corresponda con tu negro…
Ella se interrumpió.
Virginia no podía creer que no lo hubiera notado antes. Pero ciertamente lo estaba
notando ahora. Llevaba unos pantalones de montar de piel de ante de color leonado
y sobre la mesa había un abrigo color chocolate, un chaleco amarillo cremoso, una
camisa de lino blanca y una corbata blanca como la nieve.
Él se encogió de hombros.
Había más que eso, y ambos lo sabían. Había dejado de vestirse de negro por lo
que Virginia había dicho ayer.
No podía creerlo. Había hecho un cambio tan enorme por ella. Si podía hacer eso
después de tantos años, ¿podría hacer más? ¿Podría incluso dejarla entrar en ese
receloso corazón suyo un día?
No podía dejarlo hacer esto. Había jurado no ceder a él hasta que estuviera
dispuesto a compartir sus secretos, pero aquí estaba, ya medio desnuda, con él, su
sangre calentándose, su pulso latiendo acelerado y su cuerpo anhelando tenerlo...
—Voy a buscar un vendaje para tu cabeza. C-creo que tengo una tela que puedo
usar. —Agarró su bata y corrió hacia la puerta. Si sólo tuviera un momento para
pensar, ponerse ropa apropiada, entonces no se sentiría tan expuesta…
—¡Virginia, espera! —gritó él, pero ella lo ignoró mientras salía corriendo y subía
las escaleras de prisa.
Él escudriñó la habitación.
—Después de una semana de verte aquí en la granja, pensé que tu habitación sería
más sencilla y práctica. —Él soltó una risa pesarosa—. Debería haber sido más
inteligente. Tienes una veta romántica que te atraviesa de lado a lado, tan ancha
como esa alfombra de fantasía en la que estás de pie.
Ella resopló.
Ella tragó saliva. ¿Por qué debió ser él el único hombre que vio eso? ¿El que
realmente la entendiera?
—Lo dudo. De todos modos, sólo he venido a decirte que no necesito un vendaje.
—Cayendo en la silla más cercana, golpeó ligeramente su cabeza—. Míralo por ti
misma.
—¿Qué crees que estás haciendo?—dijo con voz ronca mientras luchaba contra su
agarre—. No deberías...
Se apoderó de ella una profunda necesidad que no sería negada. Lo deseaba aquí
con ella, ansiaba perderse en su alma.
Un deleite puramente femenino la atravesó. Trató de decirse que eran las palabras
practicadas de un seductor experimentado, pero ya no lo creía. No después de ver su
agonía ayer. Gabriel era muchas cosas, pero un vano adulador no era una de ellas.
Él se llenó ambas manos con sus pechos, excitando los pezones hasta que ella se
sintió toda confundida y agitada por dentro. Nunca le había ocurrido nada tan
maravilloso, y aunque no debería consentírselo a él o a sí misma, lo anhelaba
mucho. Muchísimo.
Él lentamente le subió el camisón por los muslos para poder deslizar la mano
debajo. Su aliento llegó caliente contra el oído femenino.
Ella se ruborizó.
—Tendré que atraparte con tu camisón más a menudo. —Su mano encontró el
lugar entre sus piernas donde se sentía húmeda, caliente y ansiosa, y lo frotó
deliciosamente. Cuando deslizó el dedo dentro de ella, soltó un jadeo. Era tan
delicioso como cuando había usado su lengua en el establo.
Por supuesto que estaba funcionando. Era diabólicamente bueno en este tipo de
cosas.
Oh, Dios querido, eso podría ser su ruina. Pero era tan tentador tenerlo tocándola
por todas partes, una mano acariciando su pecho mientras la otra la acariciaba
abajo. El hombre tenía un talento para la seducción que era francamente diabólico.
Él se detuvo.
—Si ese miedo es todo lo que te impide casarte conmigo, puedo resolver ese
problema ahora mismo. Renunciaré a mi fortuna. Mientras me case, la abuela
quedará satisfecha y no desheredará a los demás. Sólo le diré que divida mi parte
entre mis hermanos.
Sorprendida, se giró sobre su regazo para poder mirarle a la cara. ¿Él realmente
renunciaría a su herencia por ella?
—Estás bromeando.
Su corazón se contrajo.
—Por esto.
Luego la estaba besando, ardiente, profunda y lentamente. Y mientras tanto la
acariciaba, despertándole una fiebre allí abajo. Ella se retorció, y luego apartó la boca
para poder recuperar el aliento. Sólo que no pudo. Inclinándola hacia atrás sobre su
brazo, trasladó su boca para chuparle el pecho mientras su mano la acariciaba con
destreza, pareciendo saber lo que necesitaba antes de que ella lo supiera.
—Te deseo, cariño —gruñó contra su seno—. Deseo hacerte el amor. ¿Me dejarás?
Una mujer sensata diría que no. Una vez que se entregara a él, no habría vuelta
atrás. Tendrían que casarse. Y él todavía guardaba mucho de sí encerrado detrás de
una puerta sin picaporte.
Pero había dejado de vestir de negro por ella. Estaba dispuesto a renunciar a su
fortuna. Era más de lo que había esperado. Y la única otra opción, alejarlo ahora y
terminar este cortejo hasta que estuviera más segura de él, tampoco la atraía. No
podía soportar más días del abuelito revoloteando, con Gabriel tan cerca, pero tan
inaccesible.
Ella estaba cansada de dar a todo el mundo lo que quería y nunca tomar algo para
sí misma. Estaba cansada de anhelar su propia casa y familia, su esposo. Lo que
Gabriel proponía no era perfecto, pero ¿qué lo era?
Y una parte de ella estaba segura de que un día él la dejaría entrar. Ya la había
dejado más allá de lo que había esperado.
—Está bien.
Con un feroz gruñido de satisfacción, la puso en el suelo para poder sacarse las
botas y arrojarlas a un lado. Entonces se levantó para sacarle el camisón de los
hombros. La prenda se deslizó por su cuerpo, dejándola desnuda como un abedul en
invierno.
—Sé que hay muchas mujeres hermosas en tu círculo—susurró ella, entre el deseo
de creerle y su temor de que careciera de los atributos físicos para conservar a un
sinvergüenza como él.
Él se rió.
—Contrario a la opinión popular, mi “círculo” es sobre todo caballos y hombres
que corren con ellos. Evito la sociedad respetable lo más posible, y las pocas mujeres
que he conocido allí son aburridas, estúpidas, o ambas cosas. No eres ni una, ni la
otra.
—No te atrevas a difamar tus curvas. Son perfectas. Eres perfecta. —Él agachó la
cabeza para besar cada uno de sus pechos—. Estoy acostado despierto por la noche
pensando en estas bellezas. Y me atrevo a decir que una vez que nos casemos y que
seas presentada en sociedad, no voy a ser el único que lo haga. La mitad de los
hombres de la alta sociedad me van a envidiar la esposa, y la otra mitad va a tratar de
seducirla.
—Estoy hablando en serio. —Él levantó las manos para acariciar el cabello sobre
los hombros—. Gracias a Dios, nunca tuviste una temporada, o algún otro te habría
arrebatado antes de que yo pudiera.
La acusación de Pierce ese día en el laberinto le vino a la mente: Una vez que él
ponga las manos en el dinero de su abuela, tendrás que pasar todas las noches sola. Gabriel
no lo había negado exactamente.
Las palabras tenían la sensación de un voto. Era lo más cercano a palabras de amor
que había oído de él. No es que ella estuviera segura de sus propios sentimientos.
—¿Feliz ahora?
Cuando su carne se alzó, gruesa, larga y cubierta de vello en la base, ella contuvo
el aliento. ¿Contenta? Más como, fascinada. ¿Quién hubiera imaginado que su
cosa sería tan larga? Había pasado algún tiempo pensando en el tema, había estado
observando muchos apéndices de caballos, pero los caballos y los hombres no eran
tan parecidos como había pensado.
—No. —Su voz sonaba tensa—. No cuando estoy desnudo, de todos modos. Es un
poco incómodo con ropa.
Lo siguiente que supo fue que estaba tendida en la cama, y él estaba encima de
ella, mirándola a la cara de manera hambrienta.
—Un hombre sólo puede soportar una cierta cantidad de provocaciones, Virginia.
Él deslizó la rodilla entre sus piernas, separándolas para poder arrodillarse entre
ellas.
—Sólo confía en mí cuando digo que necesito estar dentro de ti. Ahora mismo.
Al parecer, los hombres tenían una cosa en común con los caballos. La
impaciencia.
Ella se sentía un poco impaciente. Cuando comenzó a acariciarla otra vez entre las
piernas, volvió el desasosiego que había sentido en el establo. Entonces la estaba
besando, rudamente, salvajemente, y era tan delicioso que casi olvidó que Gabriel
estaba desnudo y que ella estaba desnuda, y él estaba a punto de tomar su inocencia.
Hasta que algo más grande que su dedo la presionó. Ella realmente iba a hacerlo.
Realmente estaba dejando que él la hiciera suya.
Debería sentirse aterrada. Debería estar asustada. En lugar de eso, una gloriosa
excitación se inflamó a través de ella. Incluso la gruesa presión de él abriéndose paso
con esfuerzo en su interior no podía contenerla.
Esto era lo que había estado anhelando, este acto temerario, esta embriagadora
fusión con un hombre que la hacía sentir viva por una vez. Que la hacía sentirse
como una mujer, no sólo la fémina que se ocupaba de las necesidades de todos.
—¿Así?
—No, tonto. —Ella se movió un poco debajo de él, buscando una posición más
cómoda, y él se deslizó más profundamente. Contuvo el aliento—. Pero después que
te vi medio desnudo ese día en el establo...
Un jadeo escapó de Virginia, pero fue más por la sorpresa que por el dolor. Ella
había sentido una punzada, nada más.
—¿Estás bien?
—Oh, sí.
—Me di cuenta de por qué besas de esa manera. Imitas lo que estamos haciendo.
—No completamente.
—No. —Él le acarició la mejilla—. Sólo una mujer en la agonía del deseo. Gracias a
Dios. Porque te he deseado noche y día.
—Yo también—admitió ella. Sintiéndose más libre de explorar ahora que habían
caído en un ritmo continuo, ella le pasó las manos por los músculos tensos de los
hombros—. Te sientes tan duro…
Ella le pasó las manos por el pecho, disfrutando de los movimientos de los
músculos debajo de los dedos. Tenía un excelente cuerpo de hombre. ¿Estaba mal
que ella amara eso de él?
Él pellizcó su pezón y envió un pequeño temblor a través de ella para unirse a los
otros que hacían que su cuerpo se estremeciera por completo. Ahora los temblores se
retorcían todos juntos, haciéndola desear, anhelar y temblar bajo su glorioso empuje.
Dulce Señor, esto estaba más allá del deseo. Éste era él y ella, unidos, dirigidos
hacia el futuro. Ella levantó los ojos hacia su caliente mirada y sintió su corazón
abrirse para dejarlo entrar.
Los ojos masculinos se abrieron de par en par, pero las palabras parecieron
empujarlo por el borde, porque él se hundió profundamente una última vez, y
estallaron juntos. Su cuerpo llenó el de ella con su esencia mientras el cuerpo
femenino se hacía pedazos tan poderosamente que sólo podía sujetarse a él mientras
el terremoto la destrozaba.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que se había enamorado de él. Su salvaje y
tempestuoso caballero era el único hombre que había visto dentro de su alma.
También era el único hombre al que había dejado acercarse lo suficiente como para
hacerle daño.
Para siempre.
¿Cómo era que no lo había pensado así hasta que ella lo había dicho? Había estado
tan concentrado en asegurarse de conseguir lo que deseaba, asegurarse de que la
conseguía, que no se había detenido a pensar en lo que estaba consiguiendo.
Una esposa, para siempre. Alguien dependiendo de él, para siempre. Alguien que
lo necesitaba más que nadie jamás.
Volviéndose de lado para poder mirarla, vio la sangre manchando sus muslos. Eso
sólo aumentó su pánico. Había tomado a su futura esposa, y ahora era responsable
de ella.
Para siempre.
Nunca había pensado en tener un para siempre, porque la muerte podía terminar
el para siempre en un santiamén. Se había deslizado cerca de la muerte tantas veces
que futuro y para siempre no tenían ningún significado para él.
Ahora tenían que significar algo. Entonces, ¿por qué casarse si sólo vas a convertir en
viuda a una mujer? Había ignorado las palabras cuando ella las había dicho, pero no
podía ignorarlas ahora. Tener una esposa lo cambiaba todo. No podía ganar carreras
si tenía que preocuparse por morir y dejar atrás a una viuda. Sólo mira lo que
sucedió esta mañana.
Era demasiado tarde para considerarlo ahora. La había arruinado. Tenían que
casarse.
—Maravillosa.
La confianza en sus ojos hizo que su garganta se secara. Su ansiedad debió haberse
hecho visible, porque la alegría de ella se desvaneció repentinamente.
Ella se relajó.
—No lo hiciste.
—¿Muerte por placer? —dijo—. Podría arreglar eso. Soy el Ángel de la Muerte, ya
sabes.
En cuanto sus ojos se pusieron tristes, quiso patearse. Qué cosa tan idiota para
decir.
—Por supuesto que no. —Se tendió sobre su espalda, quedándose con la mirada
fija en el exuberante baldaquín de damasco rojo—. Es sólo un estúpido apodo del
que espero librarme pronto.
—Pensaré en algo.
Y lo llevaría a la práctica, también. No iba a dejar que ella se preocupara por él, ni
que los temores absurdos que sentía ahora ante la posibilidad de dejarla viuda,
alteraran sus planes para el futuro.
Cambió de tema.
—¡Dios mío, no! —Fue el turno de ella de parecer alarmada. Se sentó y arrastró la
sábana sobre su cuerpo—. Si te encontrara aquí y tuviera la sospecha de que hemos
estado solos en la casa juntos, te atravesaría con su espada de caballería.
—Ella tendría que despertarse y encontrarte aquí, y eso es poco probable. Su fiebre
puede haber bajado, pero estaba durmiendo profundamente. No se despertará
durante unas cuantas horas. Incluso si se despierta, no saldrá de la cama si no tiene
que hacerlo. Aprovechará la oportunidad para descansar un poco. El Señor sabe que
no tenemos mucho de eso por aquí en estos días.
—Sí, he visto lo duro que trabajas. Más razón por la que deberíamos casarnos
rápidamente. Entonces podría mudarme y empezar a ayudar…
—Ya estás ayudando. —Le lanzó una mirada lastimera—. ¿Y por qué tienes tanta
prisa en casarte? Tienes algunos meses antes de la fecha límite de tu abuela.
—Estás loca si piensas que esperaré meses, escabulléndome para verte, y sin poder
hacer nada más que tocar tu mano en público. —Se sentó para rodearle los hombros
con el brazo—. Quiero reclamarte como mi esposa. No quiero esperar.
—Ni yo. Pero tienes que darme la oportunidad de comunicarle las nuevas al
abuelito suavemente. Afirmará que sólo me estás desposando para ganar tu fortuna.
Él no dijo nada. Tenía razón, pero sólo si Celia se casaba, y eso no era seguro.
—Así que tengo que convencer al abuelito de que eres digno de mí, incluso con el
asunto de la herencia. Además, todavía tiene la tonta idea de que Pierce y yo vamos a
casarnos.
Ella se rió.
—Mi primo no tiene ilusiones en ese sentido, créeme. —Volvió la cara y lo besó en
la mejilla—. Pero es dulce de tu parte estar celoso.
—Razón por la cual deberías casarte conmigo de inmediato. Antes de que me meta
en más problemas.
—¿Cuánto?
—Un día.
—¡Gabriel!
—Lo digo en serio. Cuando venga aquí el lunes, vendré con una propuesta de
matrimonio. Y si no dices que sí, te arrojaré sobre mi hombro y te llevaré sobre mi fiel
corcel.
—Me gustaría ver eso. Entonces el abuelito vendría detrás de ti con su espada de
caballería.
Ella se inclinó para besarlo y él tomó su cabeza entre las manos para prolongar el
beso. En cuestión de segundos se volvió ardiente, y para su sorpresa se encontró
endureciéndose de nuevo. Dios, ya lo tenía babeando detrás de ella como un
semental enloquecido. Tendría andarse con cuidado, o estaría tan atontado con ella
como sus hermanos estaban con sus esposas.
Pero era difícil mantenerse al margen cuando la única mujer que alguna vez había
encendido su sangre y su mente lo estaba excitando con locura.
Eso fue todo lo que necesitó para tenderse encima de ella. De acuerdo, así que no
tenía autocontrol cuando se acercaba a ella en la cama. Eso no significaba que
estuviera atontado. Simplemente quería decir que era el mismo patán de siempre.
Sucedía que él prefería satisfacer sus deseos con ella.
Así que dedicó toda su amplia experiencia con las mujeres a enloquecerla de
deseo. En el momento en que volvió a hundirse en ella, se había asegurado de que
ella suplicara por él, que lo encontrara estocada a estocada, moviendo su pequeño
cuerpo perfecto debajo de él exactamente como debería una esposa a la que le gusta
la pasión. Y se obligó a esperar hasta que alcanzara el clímax antes de permitirse la
misma liberación.
Fue tan maravilloso como la primera vez. E incluso mejor, ya que no tenía que
preocuparse de lastimarla.
—¿Qué?
—¡No es momento de bromear! —dijo ella con voz de urgencia—. Gabriel, por
favor...
—¡Está bien, está bien! —Se apresuró a vestirse—. Pero una vez que estemos
casados, cariño, nunca voy a salir corriendo de tus brazos, ni de tu cama, de nuevo.
Él la atrajo hacia él para un beso duro y rápido, lo hizo más rápido cuando ella lo
apartó.
—Si eres asesinado por el abuelito porque estás haciendo tonterías como besarme,
¡nunca te perdonaré!
Sin embargo, mientras se vestía y se apresuraba a bajar por las escaleras, no podía
ignorar una profunda sensación de presentimiento. Pero eso no le impidió detenerse
en el vestíbulo para acercar a Virginia para un beso abrasador.
—Quise decir lo que dije más temprano—murmuró mientras echaba una última
mirada a su boca enrojecida y a su figura escasamente vestida—. Estaré aquí el lunes,
pase lo que pase. Así que es mejor que te asegures de que el general lo sepa.
—Lo haré, lo prometo. —Ella le tocó la cabeza donde estaba la herida—. Cuida de
esto, ¿quieres? Y trata de no herirte en más carreras.
Pero cuando Jarret salió a zancadas, con la cara llena de preocupación, Gabe se
detuvo en seco.
—¿Por qué?
—Lo último que hemos escuchado de uno de los caballerizos es que habías ido a
correr con Wheaton en la propiedad de Lyons. —La voz de Jarret tenía un borde—.
Así que cuando Pinter vino con sus noticias...
Jarret lo ignoró.
—Fui a casa de Lyons a buscarte, pero él dijo que te habías ido horas antes, y con
una herida en la cabeza también. Te hemos estado buscando en el campo,
suponiendo que te habías caído en una zanja en algún lugar debido a la pérdida de
sangre.
—Oh, por el amor de Dios —replicó Gabe—. Fue un rasguño, nada más.
Oliver se acercó en ese momento.
—Bueno, ahora estoy aquí —exclamó Gabe. No iba a decirles dónde había
estado—. ¿Así que alguien podría decirme cual es la maldita noticia de Pinter?
—Me temo que eso es imposible —dijo Oliver—. A Benny lo han encontrado
muerto.
—No estamos seguros. Pero hay algunos indicios de que podría haber sido algo
sucio.
—El policía de Woburn recordó que Pinter había preguntado por Benny hacía un
par de semanas —explicó Oliver—. Así que cuando el cuerpo de un hombre del
tamaño correcto y con el color del pelo adecuado apareció en el bosque cerca de allí,
le avisó a Pinter. Él conservará el cuerpo hasta que Pinter pueda estar allí para el
examen.
Maldita fuera.
Annabel atinó a pasar por el pasillo en ese momento, y a él se le ocurrió una idea.
—Por supuesto.
El abuelito nunca iba a los servicios. No había ido desde la muerte de Roger, al
parecer había culpado a Dios por eso. Comprendía sus sentimientos, pero no era lo
suficientemente valiente como para quedarse en casa. Las personas ya hablaban
bastante de ellos y de sus problemas con la granja; no tenía sentido que todo el
pueblo los considerara paganos impíos también.
Especialmente cuando se había sentido como una pagana atea, sentada en la iglesia
y temiendo poder ser alcanzada por un rayo en cualquier momento. Después de lo
que había hecho con Gabriel ayer, debió de estar loca para hacerse ver en una casa de
Dios.
Y tenía que decirle al abuelito que tenía la intención de casarse con Gabriel. ¿Cómo
iba a hacer eso?
El criado trajo el asado y los nabos que les gustaba comer el fin de semana, y ella y
el abuelito charlaron mientras comían. Tenía que haber alguna manera de mencionar
a Gabriel sin que el abuelito tuviera una rabieta.
Su corazón se hundió.
—Por supuesto que sí. Es el arreglo perfecto. Te casas con Pierce, él hereda la
granja, los dos podéis vivir aquí y administrarla juntos…
—Todavía tendrías una casa con él, aunque vivieras en la finca de Hertfordshire.
—No puedo casarme con él —dijo ella suavemente—. Es como un hermano para
mí. Nunca funcionaría.
—Lo hará si le das una oportunidad. —Había una nota de desesperación en su voz
ahora—. Vamos, corderito, está deseoso de casarte contigo.
Maldita sea Pierce y sus tonterías. Nunca debería haber dejado que lo llevara tan
lejos.
—Pierre no tiene más ganas de casarse conmigo que las que tengo yo, abuelito.
—Para fastidiar a lord Gabriel, eso es todo. Conoces a Pierce, le gusta bromear.
—Te equivocas, te lo digo. Pierce nunca...
—¿Señor? —dijo el lacayo desde la puerta—. Hay una visita para la señorita
Waverly.
—¿Quién es?
—Malditos Sharpe. Todos ellos nos están invadiendo ahora. —Dejó el vaso de
brandy—. ¿Supongo que ella trajo el resto de los Sharpe con ella, también?
Se veía culpable.
—Por supuesto no. Pero es domingo, y temprano además. Por qué, apenas hemos
terminado de comer. No es correcto.
Ella resopló.
—Como si alguna vez antes te hubieras preocupado por las buenas costumbres. Es
probable que esté aquí para instruirme en la preparación de cerveza casera. Lord
Gabriel prometió que su cuñada me ayudaría con eso, y obviamente cumplió su
promesa.
En realidad, Virginia sospechaba que la mujer estaba aquí por algo más. Algo
como Gabriel enviando un mensaje a través de una de sus parientes. Tendría que ser
secreto, sin embargo, ya que a las damas solteras no se les permitía recibir cartas de
caballeros a menos que sus familias lo aprobaran.
—Sea cual sea su motivo, tengo el derecho de entretener a quien yo quiera cuando
quiera. —Ella lo miró fijamente—. A menos que hayas decidido empezar a
mantenerme prisionera aquí.
—No seas tonta—protestó él—. Simplemente no creo que nada bueno pueda venir
de tu asociación con esos Sharpe.
—Por favor, haz pasar a lady Jarret al salón. Y dile a Cook que nos traiga té y
tartas de limón.
—Si crees que te voy a dejar a solas con cualquier Sharpe, estás loca.
—Haz lo que quieras. Pero no digas que no te advertí cuando empecemos a hablar
sobre recetas de cerveza.
El abuelito se sirvió otro brandy y ella escondió una sonrisa. Tal vez no tendría
que preocuparse por él interfiriendo después de todo. Con dos brandis en su barriga,
sería incapaz de mantener los ojos abiertos. Podían hablar mientras él echaba un
sueño en su silla favorita.
Momentos después, ella entraba como si nada en el salón con una sonrisa.
—Qué encantador es volver a verla, milady —dijo ella, tendiéndole las manos.
—Lady Jarret—hizo con una reverencia—. ¿Qué la trajo a Waverly Farm tan
temprano un domingo?
El fuego brilló brevemente en los ojos de lady Jarret antes de desterrarlo con una
sonrisa.
—En realidad, él quería que yo le dijera que espera estar aquí el martes por la
mañana, a primera hora. Para entonces, deberían haber finalizado el asunto.
—Oh no, también tenía otro propósito para venir. Gabriel dijo que su nieta quería
consejos sobre la preparación de cerveza casera. Así que he venido a hablar con ella
sobre eso.
—Por favor, yo era una señorita hasta que me casé con Jarret, y todavía me parece
raro ser llamada “milady”. Preferiría que me llames Annabel.
—Y por favor, llámame Virginia. —Con una furtiva mirada al abuelito, añadió—.
Puede que pronto seamos familia, después de todo.
Annabel parpadeó.
—¿Perdón?
—Tendrá que hacerlo mejor que eso. Vivo con la señora Plumtree, que ha
perfeccionado el fino arte de fastidiar a los pretendientes y a sus familiares. Ella puso
a prueba al señor Masters cuando estaba cortejando a lady Minerva.
—Eso es porque ella tiene el buen tino de saber que un hombre debe tener más
que un rostro guapo y una lengua astuta para cortejar a una dama.
Eso hizo que Virginia se volviera toda tierna e inestable por dentro.
—¡No voy a permitir que él la use para lanzar su trivial adulación, lady Jarret!
Annabel parpadeó.
—En verdad, señor, deseo ayudar a su nieta con la cerveza. Si usted lo permite,
por supuesto. Siempre pienso que es importante para una casa tener cerveza decente
disponible para las comidas.
—Si es amarga lo que quieres —le dijo Annabel a Virginia—, entonces debes
conseguir el lúpulo correcto.
El té y los pasteles de limón fueron traídos en ese momento, por lo que las dos
mujeres hablaron sobre sus refrescos. Durante la siguiente media hora discutieron la
elaboración de cerveza, un tema que interesaba a Virginia de todos modos. Pero
dado que ella hoy estaba más preocupada por conseguir que el abuelito se durmiera
para que ella y Annabel pudieran tener unos momentos a solas, hizo algunas
preguntas ridículamente comunes y corrientes.
—He escrito algunas instrucciones que espero que encuentres útiles. Contienen
recetas y cosas semejantes. —Ella lanzó a Virginia una mirada significativa—. Pero
debes leer todas las instrucciones. Ellas te aclaran todo.
Virginia miró a Annabel con curiosidad, pero la mirada de la dama estaba clavada
en él, sus ojos llenos de preocupación. El abuelito empezó a entregar la hoja a
Virginia, entonces se le ocurrió dar vuelta el papel.
—Ciertamente así es. Y lo discutiremos en cuanto lady Jarret se vaya. —Con eso,
se lo guardó en el bolsillo, luego fue a la puerta y llamó al lacayo.
—Yo también—dijo Virginia, con una dosis adicional de énfasis para su abuelo. Se
estaba muriendo por saber qué había en ese trozo de papel. Si pensaba que podía
evitarlo, estaba loco.
Tan pronto como el lacayo entró, el anciano lo instruyó para que lady Jarret fuera
escoltada sin percances fuera de las instalaciones. Pero él detuvo a la mujer mientras
se dirigía a la puerta con el lacayo.
—¿Te has vuelto loco? ¿Por qué amenazaste con semejante cosa? ¡Él no ha hecho
nada para justificarlo!
—Mi querida Virginia... —La miró—. ¿El condenado cree que puede usar tu
nombre de pila ahora? ¿Cuándo comenzó eso?
Ella se negaba a responder cuando él estaba de tan mal talante. Solo apoyó los
brazos en jarra y lo miró fieramente.
—Pero como dijiste que necesitabas más tiempo para convencer a tu abuelo de
aceptar mi proposición, ahora lo tienes.
—Sí.
El anciano resopló.
—Como he dicho, hará lo que sea para conseguir lo que desea: mentir, engañar...
—¿Es tan difícil creer que un hombre pueda quererme por mí? —Ella parpadeó
para contener las lágrimas mientras años de sentirse poco apreciada brotaban desde
dentro de ella—. ¿Es realmente tan imposible de entender?
—Es como suena. —Las lágrimas corrían por sus mejillas—. No puedes imaginar
que un lord de su posición y riqueza podría quererme verdaderamente. Por eso
estabas tan ansioso por promocionar la propuesta de Pierce. Porque ¿qué hombre me
querría de otra manera, sin un montón de dinero para tentarlo?
Él apartó la mirada.
Se puso rígido.
—Ya veo. —Su ira ardió—. Tú no hablarás de ello, él no hablará de ello, y ambos
esperáis que acepte dócilmente vuestros disparates y elija entre vosotros dos, ¿es así?
—¿Por qué no me crees cuando digo que la verdad es más complicada de lo que
crees? No es el hombre que parece.
—Estoy contando las horas hasta que te vea de nuevo, mi amor. —Sólo estaba
firmado—. Tu Gabriel.
Incluso si ese amor no era correspondido, era mejor que el tipo de vida que tendría
con Pierce. Si Pierce hablara en serio, lo que dudaba. Y realmente creía que con el
tiempo Gabriel llegaría a amarla, se sentiría lo suficientemente seguro en su amor
para contarle sus secretos. Tenía que creerlo. Porque se había entregado a él ahora, y
el pensamiento de un futuro sin él era demasiado sombrío para contemplar.
—Lo digo en serio, corderito. Si viene aquí el martes por la mañana, le dispararé.
Gabe nunca se había visto obligado a ver un cuerpo tan descompuesto, y esperaba
que nunca volviera a verse obligado. Le daba un nuevo significado a la idea de mirar
a la muerte de cerca.
Empezó a entender por qué Virginia estaba tan enfadada con él por su papel de
Ángel de la Muerte. Al burlarse de la muerte, de alguna manera la había glorificado
también. Y no había nada glorioso en que el cuerpo de un hombre desintegrándose
lentamente en el calor de la oficina de un forense, mientras su familia se preocupaba
por dónde estaba.
Así como no había nada admirable en arriesgar la vida y los miembros en una
suerte de batalla inútil con la muerte. Si la Parca venía por ti, no había nada que
pudieras hacer para detenerla. Benny lo había probado.
Después de la autopsia, Pinter convenció al agente de policía para que los llevara a
donde el cuerpo había sido encontrado por un chico que buscaba leña. Pinter dijo
que quería asegurarse de que ninguna prueba crucial había sido pasada por alto en la
prisa del policía por llevar el cuerpo al pueblo para la autopsia.
—Si es así, parece improbable que el tiro fuera accidental—dijo Pinter—. Como
mínimo, alguien intentó esconder el cuerpo. En el peor de los casos, fue asesinado.
—Pinter, ¿crees que esto podría tener algo que ver con las muertes de mi madre y
mi padre? ¿Y si Benny vio algo en aquel entonces, y su asesino lo sabía?
—Alguien tiene que saber más sobre por qué viajó a Manchester—dijo Jarret—. Si
no lo sabe ninguna de las personas de aquí o de allí, entonces la familia de Benny.
Uno de nosotros debería permanecer en el pueblo un poco más de tiempo para hacer
preguntas. No puedo hacerlo. Tengo que volver a la cervecería mañana para una
reunión, pero ¿qué hay de ti, Pinter?
—Tengo una semana o poco más o menos antes de que necesite regresar a
Londres—dijo Pinter.
—Tenemos que enviar una carta a los May para que puedan venir a reclamar su
cuerpo—dijo Jarret—. Mientras esperas su llegada, puedes hacer preguntas aquí,
luego preguntarles a ellos cuando lleguen.
—Excelente idea. —Jarret miró a Gabe—. ¿Qué pasa contigo? ¿Te quedas?
—Entonces, por supuesto, deberíamos irnos —dijo Jarret con una amplia sonrisa—
. Puedes manejarlo por tu cuenta, ¿verdad, Pinter?
—Ciertamente.
—Déjanos saber lo que averigües. —Gabe odiaba irse, pero quería cumplir con su
promesa a Virginia, a cualquier costo.
Sin embargo, temía el viaje a casa con Jarret. Su hermano había pasado la mitad de
la autopsia mirando a Gabe con preocupación, y Gabe no estaba de humor para
soportar ese mismo escrutinio durante las próximas horas.
—Ésta ha debido ser casi tan difícil, dada tu amistad desde la infancia con Benny.
Gracias a Dios. Gabe se apoyó en las almohadas y cerró los ojos, pero el sueño era
imposible. No podía sacarse la imagen del cuerpo hinchado de Benny de la mente. El
hedor parecía aferrado a él, y se preguntó si se aferraría durante días, si las personas
lo olerían en él y verían el horror que se escondía en su alma.
Pero dado que Pierce no recibiría el correo urgente hasta hoy, podría no llegar
mañana por la mañana. Y ahora, con la noche cayendo, se puso nerviosa. Necesitaba
un plan para cuando apareciera Gabriel.
¿El abuelito, realmente lo recibiría con un rifle? Incluso si lo hiciera, ¿lo usaría?
Ella no podía imaginarlo, pero tampoco podía imaginarlo retrocediendo.
¿Cómo el abuelito podría ser tan ciego? ¿No había visto cuánto interés había
mostrado Gabriel en la granja? Concedido, Gabriel no la heredaría, lo que significaba
que con el tiempo tendrían que marcharse, pero eso podría ser un tiempo largo, y
mientras tanto, Gabriel podría ser de gran ayuda para él.
—¿Quién es?
Ella suspiró. Debería haber sabido que no podría evitarlo para siempre.
—¿Abuelito?
—He pensado y pensado en ello, pero no veo ninguna forma de evitarlo. Ayer
tenías razón. Por mucho que lo odie, no puedo ocultarte secretos cuando estás
dejando que ese sinvergüenza de Sharpe se meta en tu corazón.
—Me preguntaste cómo sé lo que pasó esa noche. Bueno, te lo diré. —Con una
mirada perseguida en el rostro, respiró hondo—. Tu hermano vino a casa y me lo
contó antes de salir a desafiar a Sharpe.
—Pensé que estaba hablando de apuestas de cartas, y que había jugado más de lo
que podía permitirse. Y no quería que el muchacho pensara que podría aceptar una
apuesta, y luego echarse atrás porque había estado bebiendo. Era deshonroso y
deshonesto.
—Así que le dije que sólo un canalla se volvía atrás en una apuesta. Si no podía
soportar el licor, no debería apostar. Lo correcto era mantenerse firme y pagar sus
deudas.
Oh, abuelito. La mente de ella se tambaleó. Ella fácilmente podría imaginar lo que
Roger habría pensado acerca de esas palabras del gran general de caballería. Su
hermano siempre había querido impresionar a su mítico abuelo, y estaba enojado
porque pavonearse por la ciudad con el hijo de un marqués y el de un duque no
lograba eso. Habría tomado a pecho el consejo del abuelito, mientras se negaba a
compartir toda la historia. ¿Por qué arriesgarse a otra pelea?
Y habían existido muchas peleas entre Roger y el abuelito, sobre las apuestas, el
vicio de la bebida y las horas intempestivas de Roger.
—Juro por Dios que no tenía ni idea de que estaba hablando de una estúpida
carrera donde podría matarse, o nunca habría...
Todos estos años, él había mantenido esta culpa dentro de él. Gabriel había dicho,
él necesita a alguien para culpar, así que me culpa a mí. Pero eso no significa que tenga un
motivo para ello.
Él tenía razón.
—¿Por qué no lo presioné? Si hubiera dicho que era una carrera en Turnham
Green entre él y Sharpe...
—No debes torturarte con eso. —Ella se inclinó sobre el escritorio para quitarle el
abrecartas, entonces agarró su mano tensa entre las suyas—. Estabas tratando de
enseñarle a hacer lo correcto.
—Mis últimas palabras a él fueron sobre cómo tenía que ser un hombre. ¿Qué
clase de monstruo envía a su propio nieto a su muerte porque no quiere ser
avergonzado delante de muchos idiotas?
—No lo mandaste a su muerte. Le diste el único consejo que podías dar sin
conocer todos los hechos. No fue tu culpa, fue la de él.
El anciano se giró hacia ella, sujetándole los hombros con las manos.
—Entonces, ¿por qué tu hermano dijo: “Si un hombre acepta una apuesta”? Eso
implica aceptar un desafío. Sharpe estableció el desafío, y Roger lo aceptó. De lo
contrario ¿por qué lamentarlo más tarde? Los hombres lamentan cosas a las que han
sido intimados, no las cosas que ellos mismos hicieron.
—Eso no es cierto, abuelito. Los hombres lamentan todo tipo de cosas que hacen
cuando están borrachos. Lo sabes tan bien como yo.
Pero si un hombre acepta una apuesta definitivamente sonaba como si Roger hubiera
aceptado el reto.
Ella lo miró con tristeza. Su corazón. Su corazón, abatido por la culpa y repleto de
dolor que no podía dejar ir sobre aquella noche. Gabriel tenía razón: había llegado el
momento de enterrar el pasado. Ya había causado suficiente dolor.
El problema era que ninguno de los dos hombres podía olvidarlo. Seguían
royendo ese mismo hueso viejo, preocupándose hasta la muerte. Y siempre y cuando
la verdad de lo que había sucedido se mantuviera en secreto, siempre y cuando
continuaran culpándose a sí mismos, nunca se detendrían
Alguien tenía que hacer que se detuviera. Alguien tenía que aclarar las cosas. Y
parecía que ese alguien tendría que ser ella.
No, no podía creer eso. El Gabriel que ella había llegado a conocer no intimidaría a
un hombre a nada. No estaba en su naturaleza. Él era un buen hombre; ella lo sabía
con tanta seguridad como sabía que lo amaba.
Así que sólo tenía una opción. No podía esperar hasta mañana, cuando algo
trágico pudiera suceder una vez que Gabriel llegara. Si se escabullía esta noche,
podría ir a Halstead Hall y atrapar a Gabriel. Con luna llena, no debería tener ningún
problema en el camino.
Una vez que hablara con Gabriel, él podría persuadir a la señora Plumtree de
venir aquí con él por la mañana. El abuelito no se atrevería a dispararle delante de la
señora Plumtree. Parecía gustarle la mujer.
Por desgracia, todavía tenían una larga noche por delante. A pesar de la hora
tardía, la familia esperaba un informe sobre Benny. Y antes de que Jarret fuera a
acostarse con su esposa, Gabe debía averiguar con Annabel si su visita a Virginia
había tenido éxito.
Lástima que no pudiera ir a Waverly Farm y entrar a hurtadillas a verla. Pero era
casi imposible entrar en la casa sin ser detectado, y lo último que necesitaba era una
pelea de medianoche con el general.
El solo hecho de que estuviera dispuesto a arriesgarse mostraba hasta qué punto
estaba enamorado. ¿Cuándo había sucedido? Se había acostado con un montón de
mujeres a través de los años, pero ninguna de ellas había invadido sus pensamientos
en cada momento de vigilia. Ninguna le había hecho ansiar y anhelar por ellas, en
cuerpo y alma.
Se le cayó el corazón.
—¿Por qué?
Con una mirada furtiva a Jarret, el mozo murmuró:
Jarret preguntó:
—No, milord. Tiene una visita, y ella no quiere que nadie sepa que está aquí,
excepto usted.
Esa fue toda la preparación que Gabe recibió antes de entrar en el viejo establo y
ver a Virginia.
Apenas notó que el mozo de cuadras se escabullía y cerraba la puerta. Todo lo que
podía ver era a ella, y su sonrisa dándole la bienvenida a casa.
Ella se apartó.
—No ahora. —Él arrastró su boca por su cuello que olía a lavanda, y la lengua por
la garganta—. Si tuvieras alguna idea por lo que tuve que pasar hoy...
La imagen de Benny se levantó en su mente, y la enterró bajo el deseo que le tenía
agarrado de las pelotas.
—Sí, un horrible asunto familiar. Te lo contaré más tarde, ahora mismo te necesito
demasiado. Te extrañé. No tienes idea de cuánto.
—Se ha ido. No volverá. —Le quitó el vestido de los hombros—. Nadie más sabe
que estás aquí.
Ella jadeó, y el placer resonó en cada una de las venas, tendones y huesos
masculinos. Ella todavía le pertenecía. Sería suya para siempre. Y de repente para
siempre no parecía tan aterrador como antes.
—Sí... —Ella le estrechó la cabeza contra su pecho—. Por eso vine aquí... el
abuelito dijo que te dispararía si aparecías mañana.
—Entonces nos fugaremos. —La hizo retroceder hacia la pared más cercana—.
Esta noche. Pero primero...
Se abrió los pantalones de montar y la ropa interior. Cuando la alzó para sentarla a
horcajadas sobre su cintura, los ojos femeninos se abrieron de par en par. Sabía que
no debía tomarla como una puta en un callejón. Pero la necesidad de expulsar el frío
de su alma, de estar envuelto en su calor, era tan poderosa que no podía evitarlo.
—Lo siento, cariño, pero esta noche no puedo moverme lento y suave. —Él movió
una mano entre ellos y la introdujo en la abertura de sus calzones. Estaba resbaladiza
y caliente, tan ansiosa como él, y su polla se endureció aún más—. Tengo que tenerte
ahora, aquí mismo. ¿Me dejarás?
El deseo estalló en la cara de ella, y Gabe vio la sonrisa de muchachuela que tanto
adoraba.
—Gracias a Dios —exclamó él, y entró en ella con una profunda estocada.
Asombroso era sin duda la palabra. Con sus sedosos muslos rodeándole las caderas
y sus delicados brazos apretados alrededor del cuello, ella lo envolvió en un
exuberante trópico de calor femenino. La vida en su esencia; una protección al hielo
de la muerte.
Se introdujo tan bruscamente en su interior que temió ser demasiado rudo, pero
cuando ella se movió contra él, supo que estaría bien. Virginia era una maravilla, su
futura esposa.
—¿En serio?
—¿No ves cómo has confundido mi mente? ¿Por qué más te estaría tomando aquí
como un animal salvaje?
Más tarde. Si esta noche se escapaban, podían hacer el amor en el carruaje hasta
llegar a Gretna Green.
Por ahora, su instinto le estaba diciendo que la volviera insensata. O tal vez sólo
quería volverse insensato, ser obnubilado por ella. Por esto.
—Oh, sí. —Virginia apretó las piernas alrededor de sus caderas—. Oh, Gabriel...
Por favor... Oh, por favor... Quiero... quiero...
—Lo que quieras... es tuyo. —Él empujaba en ella con movimientos acelerados que
lo trajeron justo sobre el borde.
Ella lo siguió con un grito que él amortiguó con su boca. Y mientras ella se
estremecía y sacudía, él bombeaba su semilla dentro de ella y seguía escuchando,
quiero… quiero...
Él también. Oh, cómo quería. Quería mucho más de lo que se había dado cuenta.
Quería que conociera todos los oscuros secretos de su corazón, cada parte del pasado
que había enterrado. Quería que ella conociera al verdadero él.
Virginia se sintió despojada cuando Gabriel se retiró de ella y sus piernas cayeron.
Las palabras “Te amo” estaban en la punta de su lengua, pero algo la contuvo. No
podía soportar que no correspondiera a sus sentimientos. Tal vez sería más fácil una
vez que fuera su marido.
—Si eres así cuando eres un sinvergüenza —le dijo a la ligera—, entonces
agradezco a Dios los sinvergüenzas.
—Lo sé. Yo… —Él la giró para poder abrocharle el vestido—. Necesitaba olvidar
por un algún rato lo que vi hoy.
—Muerte.
Ella se giró para mirarlo fijamente, la dura palabra vibrando sobre su piel.
Se puso rígido.
—Por supuesto. Él murió corriendo contra mí. Hay reglas oficiales para tales
cosas. Todos los que habíamos estado presentes tuvimos que responder preguntas y
dar testimonio. Tu abuelo apareció, al igual que otros testigos.
¿Significaba eso que Gabriel había sido interrogado públicamente sobre lo que
había ocurrido en la carrera? ¿Y el abuelito no habría oído ese testimonio? Porque
entonces sabría quién había lanzado el desafío, pero había actuado como si no lo
supiera. Pero nadie más había afirmado haber oído la verdad, tampoco.
—¿Era un amigo?
—Podrías decir eso. Era el mozo de cuadras principal aquí en Halstead Hall hasta
poco después de que mis padres murieran.
En pocas palabras, le explicó que en los últimos meses él y sus hermanos habían
estado investigando la muerte de sus padres. No se lo habían dicho a nadie porque
primero querían estar seguros de la verdad. Por eso no había permitido que Annabel
revelara a su abuelo la razón de su repentino viaje.
Él asintió.
—No lo había visto en diecinueve años. Después de que nuestros padres
murieron, la abuela nos llevó a vivir a la ciudad y Oliver mantuvo la propiedad
cerrada, así que la mayor parte del personal fue despedido. Pero no lo habría
conocido aunque lo hubiera visto todos los días. Su cara… —Una respiración
entrecortada escapó de él—. No fue fácil de mirar. Sólo pudimos identificarlo por un
anillo que había llevado puesto cuando Pinter lo interrogó.
—Yo no. Finalmente me he impresionado tanto que no quiero morir. —La miró a
los ojos con expresión desolada—. No quiero terminar roto y sangrando en algún
campo de algún lugar. No quiero que me dejen en el suelo para que me pudra antes
de mi hora. Pero no sé cómo evitar que eso suceda. Si Celia no se casa, entonces las
carreras son todo lo que tengo. Y si dejo que el miedo a la muerte me vuelva
cauteloso, no puedo ganar.
Él bufó.
—Pero sería sólo esta vez. Y si ganaras una carrera con ella, ellos podrían
recuperar su dinero con interés.
Con una triste sonrisa, él alargó la mano para meterle un mechón de cabello detrás
de la oreja.
—Pero es algo. Mientras tanto, podrías ayudar al abuelito a poner a competir sus
caballos y a dirigir la cuadra.
—¿Para que Pierce pueda heredarlo todo cuando muera tu abuelo? ¿Dónde nos
dejará eso?
—Ella parecía muy ansiosa por defenderte. —Virginia acunó su mejilla—. Estoy
segura que llegado el momento hará lo correcto. No te preocupes innecesariamente,
Gabriel. Todo saldrá bien.
—Siempre la alegre optimista, ¿verdad? —Él se llevó la mano a sus labios—. Estás
suponiendo que tu abuelo me dejará permanecer a un kilómetro de tu casa. Ya dijo
que quiere dispararme. ¿Estás dispuesta a fugarte?—le preguntó, con una nota de
esperanza en la voz—. Podríamos irnos esta noche.
—Él necesita saber la verdad sobre la noche cuando tú y Roger hicisteis la apuesta.
Y necesita oírla de ti.
Su mandíbula se tensó.
—Eso no es cierto —dijo ella con firmeza—. En mi corazón sé que eres un buen
hombre. Pero el abuelito necesita estar seguro de que eres un hombre honorable.
Tiene que sentir que eres digno de mí, y eso significa conocer la verdad. De lo
contrario, él nunca...
—Dios mío, Gabe. ¿Vendrás alguna vez...? —Lord Jarret se detuvo en seco,
mirando de Virginia a Gabriel—. Lo siento, viejo. Asumí que todavía estabas
mimando a tu pura sangre. —Su mirada se clavó en el abrigo en la mano de
Gabriel—. Yo… este… no quise interrumpir. Annabel dijo que necesitaba hablar
contigo, y supongo que probablemente eso es discutible ahora. Os dejaré a los dos
para... lo que sea que estabais haciendo.
—No hace falta. —Gabriel se puso el abrigo—. Virginia y yo estábamos
discutiendo nuestra fuga. Parece que su abuelo se opone al matrimonio y va
decididamente en busca de mi sangre, así que vamos a eliminar ese problema
acudiendo a Gretna Green.
—Gabriel. —Estaba huyendo de todo, de la verdad, del pasado. Tenía que parar—
. Sabes perfectamente bien que no estuve de acuerdo...
—Si estás planeando una fuga—dijo lord Jarret—, es mejor que entres. La abuela
necesita oír esto.
—¿Qué diablos te está llevando tanto... Oh. —La señora Plumtree vio a Virginia y
sonrió—. Buenas noches, señorita Waverly. Annabel dijo que su abuelo amenazaba
con disparar a mi nieto si él iba a Waverly Farm a proponerle matrimonio mañana.
¿Estás aquí para advertir a Gabe?
—En verdad…
—No, no, hijo mío, sigue adelante y fúgate con la novia—dijo alegremente la
señora Plumtree—. Sólo asegúrate de que sea legal. Haz que te den algo escrito, nada
de esas deshonestas tonterías escocesas acerca de que tu palabra es lo
suficientemente buena.
—Realmente no creo…
—El faetón no será tan cómodo para viajar, pero será más rápido. Puedes llevarte
mi carruaje, pero el cochero no ha tenido la oportunidad de descansar de nuestro
viaje. Y tampoco tú.
—¿No quieres casarte con mi nieto? —preguntó la señora Plumtree, lanzando una
mirada penetrante ante el íntimo agarre de Gabriel sobre ella.
Virginia se ruborizó.
—Por supuesto que quiero casarme con él. Pero quiero hacerlo bien. Quiero el
consentimiento del abuelito.
—Dado lo que tu abuelo me dijo la noche de nuestra cena, es poco probable que lo
dé. Sus palabras exactas fueron: “De un modo u otro, me aseguraré de que nunca se
case con el sinvergüenza de su nieto”. Y si está hablando de disparar a Gabe, no
suena como si hubiera cambiado de idea.
—¡Tiene toda la razón, no he cambiado de idea! —gritó otra voz desde la puerta.
—Lo siento, señora —dijo el criado—, pero el general Waverly se negó a esperar
en el…
—Él no tuvo nada que ver con eso—interrumpió Virginia—. Vine aquí porque
hablabas de dispararle en la mañana.
—Vino a advertirle —señaló la señora Plumtree, con un brillo en los ojos—. Usted
no puede culparla por eso. Habla bien de la chica.
—La única cosa de la que habla bien, mujer, son de tus maquinaciones. Y no culpo
a Virginia. Te culpo a ti, a tu maldita familia, y a vuestra interferencia en asuntos que
no os competen. —Se volvió para fruncir el ceño a lord Jarret—. La próxima vez que
envíe a su esposa a mi casa para pasar mensajes a mis espaldas, señor, es mejor que
esté preparado para los problemas.
—Eso lo hice yo. —Gabriel tiró de Virginia más cerca—. Quería que Virginia
supiera que estaría de regreso para casarme con ella tan pronto como fuera posible.
—Es la señorita Waverly para ti, chico. Y te casarás con ella sobre mi cadáver. —El
abuelito le tendió la mano—. Vamos, Virginia, nos vamos a casa.
—Éste no es el momento.
—No hay mejor momento. Esa noche mientras bailábamos el vals dijiste que
querías recompensar a mi familia. Bien, ésta es tu oportunidad. Necesita oírlo.
—Hazle entender.
—Entonces me voy a casa con él. —Se apartó de su agarre y se alejó unos metros.
Tenía que forzar la mano de Gabriel—. Tienes que elegir. Dile la verdad u obsérvame
marcharme.
No sabía si podía cumplir con eso, pero tenía que intentarlo. Su negativa a
enfrentar el pasado sólo envenenaría su amor, y una fuga no resolvería nada.
¿Por qué debía ser tan terco? Sin decir una palabra, se volvió y caminó hacia su
abuelo.
—¡Maldita sea, Virginia, pídeme que haga cualquier cosa excepto esto!
Aunque los demás no sabían de qué estaba hablando, parecían estar conteniendo
la respiración, al igual que ella, esperando su respuesta.
Su voz se estranguló.
—¡Por supuesto que le pregunté! —Él se giró sobre ella, su voz tan llena de rabia
que ella retrocedió por reflejo.
Él lo notó y se puso pálido. Cuando continuó, fue con una voz cuidadosamente
controlada que era más escalofriante que su ira.
—Él dijo: “Ya sabes, la carrera”. Luego tenía esa mirada de suficiencia en el rostro
que siempre tenía cuando me había derrotado y dijo: “No recuerdas nuestra
apuesta”. ¿Y yo lo admitiría? Oh, no, nunca confesaría a Roger que no podía soportar
el licor. Que no sabía de qué diablos estaba hablando. Eso me haría parecer un tonto.
Él se apartó de ella.
—Fue suficiente para mí saber que habíamos acordado una apuesta. Porque todo
caballero sabe que si haces una apuesta, borracho o no, la mantienes.
Recordando lo que el abuelito había dicho, le dirigió una furtiva mirada, pero
estaba atrapado por la historia de Gabriel.
Era cierto, recordó ella. Su rivalidad no había sido unilateral. Roger regresaría a
casa afirmando que Gabriel de alguna manera había embrujado sus caballos, o había
ganado un juego de cartas porque tenía la suerte del diablo.
Y ella le había dicho esas mismas palabras a Gabriel durante la carrera que habían
corrido. Se estremeció.
Tragó convulsivamente.
Se acercó a ella, con la cara tan muerta y fría como el tono de la voz.
—Pero una cosa sabemos con absoluta seguridad. Fui demasiado orgulloso para
admitir que no me acordaba. Fui demasiado arrogante para retroceder, o incluso
dejar que mi mejor amigo ganara. Porque cuando corría, entonces por Dios, tenía que
ganar, aunque eso significara...
La miró fijamente.
—¿No lo crees? Entonces, ¿por qué presionaste tanto para hacer que denude mi
alma? Y no digas que fue por tu abuelo. Los dos sabemos que fue por ti, así podrías
saber si yo era un hombre de “honor”. Porque nunca estuviste realmente segura.
¿Era eso cierto? ¿Había sido su necesidad todo el tiempo lo que los habían traído a
este terrible lugar?
—No importa quién hizo la apuesta, tu hermano murió porque yo fui demasiado
orgulloso para detener la carrera, porque estaba demasiado ansioso de gloria para
dejarle ganar. ¿Realmente crees que alguna vez serás capaz de olvidar eso? ¿O
perdonarme por ello?
—¡Espera! —Su mente era un torbellino con todo lo que él había revelado—.
¿Dónde vas?
—¡Gabriel! —Ella se encaminó tras él, pero el abuelito la atrapó del brazo—.
¡Déjame ir!—protestó, luchando.
—Déjalo, corderito—dijo el abuelito—. Te dije lo que Roger dijo aquella noche: “Si
un hombre acepta una apuesta mientras está borracho, ¿hay alguna manera honrosa
de que pueda salir de ésta?”. Claramente tu hermano no quería seguir adelante con
esa apuesta, y lord Gabriel lo empujó.
Virginia coincidía. El Gabriel que ella conocía nunca forzaría a nadie. Ella podría
no estar segura de lo que había sucedido esa noche, pero de una cosa estaba segura,
Gabriel no era más culpable que Roger.
Más importante aún, había ocurrido hacía siete años. Y no importaba lo que
Gabriel pensara, no cambió el hecho de que ella lo amaba.
No te merezco.
Había sido una tonta por dejarle creer, incluso por un momento, que no era digno
de ella. Creer que no era digno de amor.
—Algunas veces, cuando se pone triste por la muerte de Roger. Se marcha Dios
sabe dónde, y lo siguiente que sabemos, es que está aceptando otra tonta carrera.
—¿Por qué está tan obsesionado con las carreras? Dice que es por el dinero, pero
juraría que es más que eso.
—Es su manera de protegerse de su miedo de que podría acabar como Roger y sus
padres, muertos antes de hora.
No quiero que me dejen en el suelo para que me pudra antes de mi hora. Pero no sé cómo
evitar que eso suceda.
Sin embargo, había algo más allí, también. Algo que a ella le faltaba. Algo más.
—Vamos a casa —dijo el abuelito suavemente—. No tiene sentido quedarse aquí.
Si tienes que hablar con el hombre, te traeré de vuelta mañana. Pero necesitas dormir.
—Eso puede arreglarse. —La mirada fija de la señora Plumtree hizo que el
abuelito se ruborizara—. Su nieta no es la única que necesita dormir, me atrevería a
decir.
—Nos ocuparemos de eso cuando suceda —dijo la señora Plumtree con firmeza.
Miró a lord Jarret.
Él asintió.
Cuando lord Jarret se marchó, la señora Plumtree los guió por el pasillo.
Aturdida por el dolor, entró en la enorme suite con dos dormitorios y una sala de
estar tan grande como el comedor de Waverly Farm. La señora Plumtree ordenó a los
sirvientes que encendieran las estufas y quitaran los recubrimientos de los muebles
en tan poco tiempo que pronto Virginia y el abuelito se quedaron solos.
—Estará bien—dijo el abuelo, con un filo en la voz—. Además, esto podría ser
para bien. Ahora puedes reconsiderar la posibilidad de que tú y Pierce...
—¡No voy a casarme con Pierce! —gritó, incapaz de soportarlo más—. ¡Estoy
enamorada de Gabriel!
El abuelito parpadeó.
—¿Es tonto querer ser tratada como una mujer deseable por una vez siquiera, y no
como un engranaje de la granja? —Ella se atragantó. Cuando el abuelo pareció
afligido, soltó una respiración entrecortada—. ¿No puedes entenderlo? Gabriel ve
todas mis partes, no sólo las partes eficientes. Ve a la mujer que quiere ser bonita y
recibir flores, que quiere bailar, que quiere sentir algo más que alivio porque el potro
que se soltó no pisoteó los nabos.
Su voz cayó.
—Al menos lo hizo hasta que lo empujé a hablar del pasado. Ahora todo lo que
puede ver es su culpa. Y piensa que eso es todo lo que yo puedo ver, también.
¿Estaba él ahí afuera incluso ahora, yendo en busca de algún nuevo desafío para
borrar la angustia de su mente, alguna nueva carrera en su batalla con la muerte?
Rezó para que tuviera la oportunidad de hacerlo entender. Porque hasta que lo
hiciera, nunca podrían casarse. Y no podía soportar la idea.
Capítulo 20
Gabe tragó una cerveza con el ceño fruncido. Tenía que sacarse esa imagen de la
mente. Tenía que encontrar ese perfecto estado de bendito entumecimiento, de fría
calma que sentía cuando estaba corriendo. Normalmente no lo buscaba en la bebida,
pero aunque esta noche se requiriera la mitad del licor de Londres, iba a sacar los
recuerdos de su mente. Soltó una risa amarga mientras miraba perdidamente su
jarra. La ironía no escapó de él.
Maldición.
Bebió más cerveza. Tenía que estar más borracho que esto para tratar con su
hermano.
—Deberías haberte quedado para verlo todo. Ella quería que te quedaras.
—Sí, me di cuenta por la forma en que me pidió que no me fuera. —¿Por qué
estaba hablando con Jarret? No cambiaría nada.
La esperanza se desvaneció.
—Viste lo que querías ver. Yo vi a una mujer que finalmente había conseguido la
verdad por la que había estado clamando y no le gustó.
Levantó la jarra para beber, pero estaba vacía. Se la tendió a una moza de la
taberna que andaba cerca.
—Entonces es una tonta. Se merece un hombre que sea digno de ella. Y yo no soy
ese hombre. —La jarra estaba colocada delante de él, y la agarró. Necesitaba no
sentir. Solía ser tan fácil, encontraba alguna carrera para competir y se convertía en el
Ángel de la Muerte. ¿Por qué no podía hacer más eso? Todo lo que quería era
hundirse en el entumecimiento, dejar que lo rodeara como la tumba...
—No quiere a Devonmont. Sólo Dios sabe por qué, pero la señorita Waverly te
quiere.
A juzgar por cómo su pulso saltó ante esas palabras, todavía no había consumido
suficiente alcohol.
—No sabe lo que quiere. Y de todos modos, estará mejor con él que conmigo.
Jarret bufó.
—Cuidado, hermano mayor. El último hombre que me llamó eso se tragó los
dientes.
—Sí, eres valiente cuando menos importa. Estás muy feliz de correr con cualquier
idiota que te desafíe, pero Dios no lo permita que debas admitir que necesitas a
Virginia. Que incluso la podrías amar. Es más fácil darse media vuelta y escapar.
Gabe se congeló.
—Pero eso no puede ser posible. Porque tomar su inocencia y luego alejarse,
dejándola solo para hacerse cargo de las consecuencias, sería diez veces peor que
cualquier cosa que le hicieras a Roger Waverly.
Gabe empujó la jarra a un lado con una retahíla de palabrotas. No podía creer que
lo hubiera olvidado. Había arruinado a Virginia, y Jarret tenía razón: no podía
dejarla sola para manejarlo. Devonmont podría ser tan indulgente como Virginia
había aducido, pero no sería indulgente al respecto. Ningún hombre lo sería.
La había seducido dos veces. Eso significaba que tenía que casarse con ella.
Si ella quería casarse con él. Miró ciegamente la jarra. A pesar de las optimistas
observaciones de Jarret, no estaba seguro de eso. Una vez que ella tuviera tiempo
para pensar en sus revelaciones, tal vez no querría tener nada que ver con él.
¿Y quién la podría culpar? Ni siquiera podia decirle lo que único que ella quería
saber, lo que había sucedido entre él y Roger aquella noche. Ella se merecía saberlo, y
él no podía decírselo.
O… ¿podría?
Gabe tiró algo de dinero sobre la mesa y salió tambaleándose de la taberna, luego
caminó a trompicones por la calle. Necesitaba despejarse la cabeza, necesitaba
pensar.
¿Quién había estado en la taberna cuando él, Roger, y Lyons llegaron? Tenía que
haber alguien que los hubiera oído. Dios sabe que él y sus amigos nunca habían sido
bebedores silenciosos. Tal vez si regresara al lugar, podría refrescar su memoria.
Gabe pasó el siguiente par de horas vagando por las tabernas. Entró en la taberna
donde habían estado aquella noche. Estar allí no resucitó nada del cementerio de su
memoria, así que comenzó a hacer preguntas. No le quedaba ningún orgullo. Sólo
quería la verdad, aunque la mitad del mundo empezara a chismorrear sobre su
extraña nueva obsesión con los acontecimientos que llevaron a la muerte de Roger.
Por desgracia, la taberna había cambiado de manos un par de veces, así que el
propietario sólo podía guiarlo a los propietarios anteriores. Preguntó a los asiduos y
a las camareras, pero ninguno de ellos tenía idea de lo que estaba hablando.
Se dedicó a hacer preguntas en una taberna tras otra. En poco tiempo, estaba
persiguiendo sombras, buscando personas que podrían conocer a alguien que
conociera a alguien que había estado allí aquella noche.
Cuanto menos borracho estaba, más empezaba a darse cuenta de lo inútil que era
su búsqueda. Nadie recordaba a un par de borrachos tontos haciendo una apuesta en
una taberna hacía siete años. La única vez que encontró a alguien que estuvo allí, el
hombre tenía poco que decirle. Evidentemente las personas que pasaban largas horas
de la noche en tabernas no eran las mejores fuentes de información. La bebida había
oxidado sus cerebros.
Ninguna de ellas era buena, y todas implicaban casarse con Virginia con las
preguntas del pasado colgando entre ellos. Tendrían que fugarse, ya que su abuelo
nunca aprobaría un matrimonio.
Estaba a punto de pedir algo de comida, no había comido durante horas, cuando
un hombre se dejó caer en el asiento frente a él.
Chetwin, malditos sean sus ojos. La última persona que quería ver esta noche.
—He oído que has estado haciendo preguntas en la ciudad sobre la noche en la
que tú y Roger hicisteis la apuesta—dijo Chetwin.
—¿Cuál es tu punto?
—Mi punto es que obviamente tienes una súbita necesidad de aclarar la historia
para la señorita Waverly. Siempre asumí que ella sabía lo que pasó de boca de su
abuelo o incluso de Waverly, pero tal vez no lo hizo. Así que querría saber la verdad
antes de casarse contigo. —Chetwin lanzó a Gabe una sonrisa presumida—. Y sucede
que conozco a alguien que lo sabe.
—Te lo diré, pero sólo bajo una condición. Que vuelvas a competir en Turnham
Green.
—No voy a caer en tu intento de conseguir una revancha. No sabes una maldita
cosa, y no voy a competir contigo.
—Sé que Lyons discutió con Waverly y salió de la taberna antes de hacer la
apuesta.
Gabe se quedó inmóvil. Eso era algo que sólo alguien que había estado allí, o que
había hablado con alguien que había estado allí, sabría.
—Si has sabido la verdad todos estos años, ¿por qué no has dicho nada a nadie?
—No dije que supiera la verdad. Dije que conozco a alguien que la sabe. —El
rostro de Chetwin se oscureció—. Una noche, cuando estaba especulando con
algunos amigos sobre lo que había provocado la apuesta, un hombre me dijo que
debía mantener la boca cerrada cuando no conocía todos los hechos. Él dejó escapar
un pedacito sobre Lyons y la pelea. Cuando me di cuenta de que él debía saber la
verdad, traté de obligarlo a decir más, pero se negó. Dijo que las familias no se
merecían estar en boca de gente como yo.
Gabe hizo un gran esfuerzo mental para saber quién podría haberle defendido,
pero por su vida, no podía pensar quién podría ser. Recordaba la discusión con
Lyons pero no recordaba a ningún amigo suyo estando allí cuando ocurrió. Tenía
que haber sido un extraño, pero ¿qué hombre que conocía a Chetwin no conocería a
Gabe también?
—El hombre no es amigo mío. Pensé que lo había aclarado. Sólo un tipo con el que
una vez hablé en una taberna. —Chetwin se recostó en la silla, presumido e insolente
como siempre—. Así que esto es lo que te propongo. Correremos en Turnham Green
mañana al mediodía por trescientas libras. Quien gane la carrera gana el dinero, pero
gane quien gane, te doy el nombre. Seguramente ese premio es lo suficientemente
dulce como para tentarte.
Trescientas libras era mucho dinero. Si ganaba, podría casarse con Virginia en una
posición financieramente más segura que ahora. Pero si perdía, estaría en una
situación desesperada. De cualquier manera, sin embargo, podía brindarle a ella y a
su abuelo la verdad al fin.
Por supuesto, Chetwin podría estar mintiendo. Pero daba lo mismo; no tenía otra
opción.
Pero esta sería la última vez que Gabe correría en Turnham Green. Virginia
tendría su cabeza en una bandeja si supiera que planeaba correr. Incluso podría
negarse a casarse con él, y eso no resolvería nada.
—Tengo una condición—dijo Gabe—. Por ahora, la carrera tiene que ser
mantenida entre los dos. Trae a uno de tus amigos para presenciarla, y yo traeré a
Lyons. Nadie más. Una vez que esté casado con la señorita Waverly puedes decirle a
quien te plazca sobre el resultado, pero no hasta entonces. ¿Estás de acuerdo?
Suspiró. Pobre señorita Waverly. Por mucho que Celia no hubiera querido que
Gabe se casara y la obligara a hacer lo mismo, tampoco quería ver sufrir a la señorita
Waverly. Parecía del tipo decente, y todo ese asunto con la muerte de su hermano era
muy triste.
Celia rodeó el establo y casi chocó con Gabe, que estaba sacando su faetón y los
caballos por las puertas junto con el joven Willy, uno de los mozos de cuadras.
—Luego. Si no te molesta, preferiría que te callaras que me has visto. Sólo por
unas horas, eso es todo.
—Puedo ver el rifle que estás ocultando sin éxito detrás de tu espalda—dijo él
arrastrando las palabras—. Creí que la abuela te había prohibido las prácticas de tiro.
—Lo que ella no sabe no la lastimará. —Le lanzó una mirada preocupada—. No lo
dirás, ¿verdad?
—Tú guardas mi secreto y yo guardaré el tuyo. —Él hizo una pausa, como si
estuviera considerando algo, y luego dijo—. De hecho... —Y volviéndose hacia Willy,
señaló el bolsillo del chaleco del muchacho.
—Si algo me sucediera, quiero que le des esto a la señorita Waverly. ¿Lo harás?
Ella dudó. Pero si quería saber lo que estaba pasando, mejor haría lo que le
pidiera. Cruzó los dedos detrás de su espalda, por si acaso.
—Lo prometo.
Pero últimamente había estado diferente, más cambiante, más irritable. Ni siquiera
vestía de negro. Además de lo que había oído de las revelaciones de la noche
anterior, todo parecía ser congruente con que su hermano estaba en serios
problemas. Jarret parecía pensar que Gabe estaba en una especie de encrucijada, que
tenía que ver con la señorita Waverly. Incluso había especulado que Gabe estaba
enamorado, una opinión que la esposa de Jarret parecía compartir.
De la nada resurgieron las palabras del señor Pinter de hacía más de una semana:
Simplemente estoy señalando que su abuela piensa en serio en los mejores beneficios para
usted, algo que usted parece incapaz de reconocer.
¿Qué sabía él al respecto? Ese maldito detective de Bow Street no tenía ni una
pizca de pasión en él. Siempre era un asunto de negocios con él. No podía entender
lo que era desear cosas negadas rutinariamente a las mujeres, la seguridad de saber
que nadie podría hacerte daño a menos que lo permitieses, la deliciosa emoción de
meter una bala en un blanco, el intenso placer de ganarle a un grupo de estúpidos y
pomposos hombres que se creían mejores que tú. Ella podría ser capaz de tolerar al
señor Pinter si el hombre tuviera alguna capacidad de senti…
Volvió su atención al sobre. Ella había estado resentida cuando Gabe había cedido
a las demandas de la abuela cortejando a la señorita Waverly. Pero eso no tendría
importancia si realmente estuviera enamorado de la mujer, lo que la carta parecía dar
a entender.
—¿Puedo pasar?
—Por supuesto.
—¿Cómo está ella? —preguntó Hetty mientras él se apartaba para dejarla pasar.
—Me temo que no. —Hetty se acercó para colocar el jarrón sobre una mesa—. Le
traje unas lavandas de nuestro jardín. Gabe dijo que eran sus flores favoritas, y pensé
que la podría animar. Me costó un tiempo para encontrar algunas, ya que alguien ha
estado cortándolas como loco.
Ella parpadeó.
—¿Por qué?
—Pensé que ella estaba llenando nuestros jarrones con nuestra lavanda. —Él negó
con la cabeza—. Tuve la tonta idea de que si mantenía a tu nieto ocupado trabajando
en el establo, no tendría la oportunidad de cortejarla. Mientras tanto, lo estuvo
haciendo todo el tiempo debajo de mis narices. Sólo veía lo que quería ver.
—No lo haces. Me dijiste que ella tenía una naturaleza apasionada, pero no la vi.
Siempre es tan responsable que olvidé que tenía otras necesidades, las necesidades
de una mujer. —Su voz vaciló—. Algo que tu nieto notó mejor que yo.
Demasiado tarde recordó a Sharpe saliendo en defensa de ella con Hob, prestando
atención a lo que llevaba puesto, dándole las gracias por los bocadillos...
comportándose como un caballero.
Si examinara con honestidad las acciones del hombre en la última semana, tenía
que admitir que Sharpe siempre se había comportado como un caballero. De hecho,
se había comportado mejor aún. Jamás se había quejado de tener que limpiar el
estiércol de las caballerizas, y tampoco había hecho un mal trabajo. Había mostrado
genuino interés en cómo Isaac entrenaba a sus caballos. Y le había ofrecido algunos
consejos de su propia cosecha sobre la alimentación de los pura sangre.
—Sé que no quieres oír esto, Isaac —dijo Hetty suavemente—, pero creo que son
apropiados el uno para el otro. Virginia tiene suficiente fuego como para mantenerlo
interesado, y él tiene el tino suficiente para escucharla cuando ella lo corrige. Ellos
harían un buen matrimonio, si pudieras encontrar un modo de permitirlo. Un mejor
matrimonio que el que podría hacer con Lord Devonmont, me atrevería a decir.
Infierno y condenación.
—Anoche dejó bien claro que nunca se casaría con Pierce. Eso fue otra cosa en la
que he estado ciego.
¿Había creído realmente que esos dos podrían casarse? Había esperado que
pudieran hacerlo, pero en algún lugar en su interior, sabía que se comportaban más
como hermanos que como amantes. Había estado tan ansioso por el matrimonio que
había ignorado lo que sus instintos le decían.
—Ella dice que sí. Pero cree que la culpa de él le impedirá amarla a cambio.
—Puede ser. —Hetty suspiró—. Lo siento por lo que te dije anoche sobre la
mentira de Roger. No quise insinuar que...
Tragó saliva con dificultad. Esto era difícil de decir, especialmente a ella.
—Roger no dijo nada sobre ser intimidado o forzado. Esa fue mi contribución.
Pero tenías razón, maldita sea. El hecho de que Roger sacara a tu nieto de la cama
para la carrera dice mucho sobre quién tenía la culpa. Traté de decirme a mí mismo
que Sharpe había mentido acerca de eso, pero si estuviera mintiendo, ¿por qué no
pretendió que Roger lanzó el desafío? ¿Por qué admitir que estaba tan borracho?
—Tal vez tengas razón. Pero sigo diciendo que Gabe será un buen marido para
ella.
Sharpe casado con su nieta. Le dolía pensar en ello, pero si ella lo deseaba con
tanta fuerza… Él suspiró.
—Todo general reconoce cuando está superado en potencia de fuego y astucia.
Entre Virginia y tú... —Él le lanzó una mirada seria—. Sólo quiero su felicidad,
¿sabes?
—Lo sé. Yo también quiero eso. Para los dos. —Ella se acercó a su lado—. Gracias,
Isaac, por mantener una mente abierta al respecto.
Se estiró de puntillas para besarle la mejilla, pero antes de que pudiera alejarse, él
sujetó su barbilla con la mano y la besó de lleno en los labios. Cuando alzó la cabeza,
ella lo miraba con los ojos muy abiertos y un rubor que le daba a las mejillas finas
como papel un juvenil tono rosado.
—Ya no. No pude hacer que se quedara. Se dirigía a correr en algún lugar, pero
me dio esto para que te lo entregue. —Ella sostuvo en alto una carta cerrada, pero
cuando Virginia corrió para conseguirla, agregó—. Debo advertirte que me hizo
prometer que no te la daría... a menos que le sucediera algo.
—Nunca ha dejado una carta para nadie antes—dijo Celia—, sabiendo lo que
esto significa, pensé que es mejor que le eches un vistazo. Tal vez diga dónde está
corriendo.
Cuando Virginia rompió el sobre y leyó, Isaac maldijo entre dientes. Sharpe le
estaba haciendo muy difícil perdonarlo en este instante.
Ella levantó la mirada hacia ellos, viéndose como si pudiera desmayarse. Hetty le
quitó la carta, y la leyó en voz alta para su beneficio y el de Lady Celia.
Querida Virginia,
Chetwin afirma conocer a alguien que me puede decir lo que sucedió aquella noche hace
siete años. No revelará el nombre a menos que compita contra él en Turnham Green, así que
acepté.
No te culpes por ello. Lo hice para que supieras exactamente con qué tipo de hombre te ibas
a casar. Sólo asegúrate de que Chetwin cumpla con los términos de nuestra apuesta, que es
que me dice (o a mi apoderado si muero) el nombre de la persona, independientemente de
quién gane. Si por fin te enteras de la verdad, mi vida no será en vano.
Ojalá pudiera estar allí para brindarte la verdad yo mismo. Haría cualquier cosa para hacer
eso por ti.
—Por supuesto. —Se volvió a lady Celia—. ¿Cuánto tiempo hace que se fue?
Miró a Hetty.
—Deberíamos tomar mi carruaje. Ya envié para que lo tengan listo. Pero sólo tres
de nosotros entrarán en él.
Su mirada se entrecerró.
—Oh no, no puede. Porque tendrá que enfrentarme después. Y no escapará ileso
de mí, te lo aseguro.
Nunca una carrera significó tanto para él. Y eso le preocupaba. Significaba que no
podía llegar a ese lugar de control frío que necesitaba para ganar.
Miró hacia abajo, hacia el lugar donde los peñascos se alzaban amenazadoramente
grandes. Las últimas dos veces que estuvo aquí, había habido tanta gente que el
recuerdo de su carrera con Roger había retrocedido ante el rugido del espectáculo. Y
la hora del día y la estación del año habían sido diferentes. Ni había estado presente
Lyons. Había estado fuera del país para las otras dos carreras con Chetwin.
Pero hoy era como ese día, hacía siete años. Verano. Mediodía. Nadie más que él y
Lyons. Gabe estaba incluso sufriendo los efectos de una noche pasada bebiendo. Todo
estaba misteriosamente igual.
Eso era diferente, Lyons no le había preguntado una maldita cosa antes de su
carrera contra Roger. En aquel entonces todos habían sido mucho más estúpidos.
—Lo sé. —No sabía si reír o llorar. Todas estas personas atribuyéndole tales nobles
motivos, cuando todo el tiempo…
Antes de que Gabe pudiera responder, el sonido de los cascos llegó a ellos. Se
volvió para ver a Chetwin conduciendo su carruaje hacia ellos con un soldado
sentado a su lado. Brevemente, Gabe se preguntó si ese podría ser el hombre que
Chetwin había mencionado. Pero su misterioso informante no había sido un amigo, o
eso decía Chetwin.
Gabe apretó los dientes. Hostigar a Chetwin no era divertido cuando el hombre
tenía algo que él quería.
—¿Debo enumerar las reglas para que podamos seguir con esto? —preguntó
Lyons.
Entonces Gabe oyó más cascos que venían desde detrás de él. Miró a Chetwin con
el ceño fruncido.
Gabe se movió en su asiento para mirar hacia atrás, entonces maldijo. La abuela.
Celia debió haber roto su promesa, maldita sea.
Al verla, su corazón comenzó a latir de prisa. Ella había venido para detenerlo. Se
había preocupado lo suficiente para intentar detenerlo, incluso después de lo que le
había dicho.
Eso hacía imperativo que él corriera esta carrera. Porque por mucho que se
preocupara por él, se merecía la verdad. Y ahora estaba seguro de que podía lograrlo.
Lyons parpadeó, sin duda no estaba acostumbrado a ser amenazado con violencia
por una mujer. Entonces rompió en una sonrisa satisfecha y levantó la bandera más
arriba.
—¡No te atrevas a correr esta carrera, Gabriel Sharpe, o juro que no me casaré
contigo!
—Lyons, maldito asno —soltó Chetwin—, si no dejas caer esa bandera, la correré
sin él y declararé que ha perdido.
Ella miraba a Gabriel a los ojos mientras su abuelo se apresuraba a ponerse delante
del carruaje de Chetwin y aferrar el arnés del caballo principal.
—Dame unos minutos, ¿quieres? Tendremos nuestra carrera. Déjame hablar con
ella. —Saltó del pescante, la agarró del brazo y la alejó del resto de ellos.
—Virginia, cariño... —comenzó.
—No entiendes...
Más allá de ellos, su abuela se bajó del carruaje, pero afortunadamente mantuvo la
distancia.
—Si lo hiciste entonces sabes que esta es la única manera de averiguar la verdad—
dijo él en el tono paciente que se usa con los niños o los tontos.
El salto de alegría en su rostro la hizo pensar que todo lo que él había necesitado
era oír esas palabras. Hasta que una triste sonrisa tocó sus labios.
—Entonces deberías comprender aún más por qué debo competir con Chetwin.
—¿Por qué?
—Porque no puedo casarme contigo sin saber si tengo derecho a ese amor. Sé que
ahora no crees que el pasado importa, pero con el tiempo envenenará lo que sientes
por mí en este momento. Estoy haciendo esto por nosotros.
—Tú mismo lo dijiste: “Engaño a la Muerte. Es lo que hago”. —Ella hundió sus
dedos en sus brazos, decidida a hacerle ver—. Crees que de alguna manera
engañaste a la Muerte ese día con Roger. Piensas que la muerte te debería haber
llevado en lugar de él.
—Desde entonces, has estado desafiando a la muerte una y otra vez, seguro de
que algún día vendrá por ti. Imaginas que bien podría ser en un momento que tú
elijas, ¿correcto? Pero lo que no puedes aceptar es que a veces las personas
simplemente mueren. Se matan en un momento de pasión, como tus padres, o están
en el lugar equivocado en el momento equivocado, como tu amigo Benny. O corren
tontas carreras, como Roger.
—¡No tenía nada que ver contigo! —gritó—. No importa que no hayas cancelado
la carrera. Él tampoco lo habría hecho. O Lyons. Y ni tú, ni Lyons lo obligaron a
correr. Ninguno de los dos le hizo tomar un riesgo y no parar cuando debería.
Tragó saliva, dándose cuenta de que tendría que exponer sus propias
vulnerabilidades si quería ganar esto.
—Nunca debería haberte culpado por ello; no tenía derecho. Estaba enojada y
herida, y extrañaba a mi hermano. Pero ahora me doy cuenta de que corrió la carrera
del modo en que él eligió. Siempre tomó sus propias decisiones.
—Quieres creer que tienes algún tipo de poder sobre la muerte, que cada vez que
compites y no mueres, le has robado su legítimo premio. Pero la verdad es que la
muerte te ha tenido en sus garras durante siete años.
Pero eso se había hecho cada vez más imposible desde el momento en que la había
conocido. Cada vez que estaba con ella, lo cubría de calor y sentimientos, sin
importar lo mucho que lo combatiera.
—La ropa y el faetón y las interminables carreras son todo tu baile con la muerte.
Si continuas con eso, vas a morir. Pero no ganarás nada, excepto lo que tontamente
piensas que merecías haber ganado hace siete años... tu lugar en la tumba, en cambio
de Roger.
Las palabras martillearon en sus oídos. Oh, Dios, era cierto. ¿Cuántas veces había
deseado no haber sobrevivido aquel día?
—¿Cómo puedes decir eso?—dijo él con voz ronca—. Roger está en la tumba,
mientras yo puedo tener una vida.
—De acuerdo.
Ella se congeló.
—Más que a la vida. Sólo Dios sabe por qué me amas, porque segurísimo que yo
no, pero sé por qué te amo. Eres mi faro en la oscuridad, y mi brújula en una noche
en altamar. Cuando estoy contigo, no quiero bailar con la muerte. Quiero bailar con
la vida. Quiero bailar contigo. Cueste lo que cueste, pretendo pasar el resto de mi vida
tratando de merecerte.
Ella comenzó a llorar a lágrima viva y se aferró a él. No sabía qué hacer, así que
siguió su instinto y levantó su cara empapada de lágrimas para un beso largo y
tierno que esperaba le mostrara cuánto la amaba.
Cuando se apartó le dirigió una sonrisa, con la esperanza de detener sus lágrimas.
—Así que si no quieres que compita con Chetwin, no competiré con Chetwin. —Él
le dio unos golpecitos debajo de la barbilla mientras ella trataba vigorosamente de
recuperar el control sobre sus emociones—. Después de todo, lo último que necesito
es que te arrojes delante de mis caballos.
Lyons dijo:
—¿Y las trescientas libras? —le dijo desdeñosamente Chetwin—. ¿No importan
tampoco?
—Absolutamente no—dijo con firmeza—. Estaremos muy bien sin ese dinero.
—No veo por qué —dijo la abuela, entrando en la pelea—. Tengo toda la intención
de invertir en los pura sangre de mi nieto. No puedo esperar a verle duplicar mi
dinero.
—El general y yo tuvimos una conversación de camino aquí. Dice que tienes una
habilidad para entrenar a los caballos, y con su ayuda, piensa que podrías
conseguirlo. Estoy dispuesta a invertir un poco para ver si eso es verdad. —Ella
levantó la barbilla—. Una pequeña cantidad, ten cuidado, pero debería ser suficiente
para financiar la entrada de un caballo a las carreras.
El sonido de más caballos que se acercaban llamó su atención. Todos miraron para
ver a Devonmont y lady Celia avanzando hacia ellos en el carruaje de Devonmont
con su palafrenero en la parte trasera.
—Llegué a Waverly Farm tarde anoche. Pensé que todos estabais durmiendo, así
que no me preocupé hasta esta mañana cuando me desperté para no encontrar a
nadie más que a los sirvientes. Me dijeron que ambos estabais en Halstead Hall, así
que fui allí. Entonces lady Celia me mostró una carta que Sharpe había escrito, y vine
aquí de inmediato.
—Esperaba detenerte. —Volvió una dura mirada hacia Chetwin—. Creo que el
teniente sabe por qué.
Virginia se congeló.
—Hasta que leí la carta de Sharpe hace instantes y lady Celia me explicó su
importancia, siempre creí que él sabía exactamente lo que había ocurrido aquella
noche.
Cuando se hizo evidente para Gabe lo que eso significaba, un alivio lo recorrió tan
profundamente que comenzó a temblar.
—Dijo que al principio te resististe. Estaba muy orgulloso de eso, parecía pensar
que lo hacía de alguna manera superior. Le dije que era un asno, que podía matarse
fácilmente en ese circuito y que tú por lo menos tenías el buen tino de reconocerlo. Le
dije que debía librarse de eso como pudiera, el honor no valía la pena.
—No sabías acerca de qué lo estabas aconsejando, abuelito. No fue tu culpa. —Ella
lo recorrió a todos con una mirada feroz—. No fue culpa de nadie. No la de Gabe,
Pierce o el duque. Roger siempre tomaba sus propias decisiones. Y aquella resultó ser
la peor de todas.
—Así que es mejor que no vuelva a oír ni una sola palabra sobre este incidente. Mi
nieta está a punto de casarse con este hombre, y no voy a tener la reputación de mi
futuro nieto mancillada por un gilipollas como usted. ¿Lo entendió, soldado?
Gabe tuvo que clavarse las uñas en la palma para no reírse. Chetwin parecía como
si estuviera a punto de orinarse en los pantalones.
—Al parecer, Chetwin tienes algún sentido después de todo—gritó Gabe mientras
el hombre se alejaba rápidamente.
—Obviamente más que tú—gritó la abuela—. No puedo creer que fueras a picar el
cebo otra vez con ese maldito…
Eso conmocionó a Gabe más que nada de lo que el general le había dicho a
Chetwin. Sobre todo cuando, en lugar de darle al hombre una respuesta de las que
sacan ampollas, su abuela lo miró suavemente y dijo:
—Suena como una excelente idea para mí—dijo Devonmont mientras subía a
Celia en su carruaje.
Ella se lo quedó mirando con una tierna mirada que hizo zumbar su sangre.
—¿Sí?
—He dicho una sarta de disparates—admitió—, y tal vez empezó de esa manera.
—Él tomó sus manos en las suyas—. Pero esa razón para cortejarte desapareció la
primera vez que te besé. La primera vez que me di cuenta de que eras la luz para mi
oscuridad y la única mujer con la que jamás podría imaginar casarme.
—Tú eres mi recompensa. Sólo Dios sabe por qué, pero no voy a cuestionarlo. Sólo
voy a tomar el premio y dar gracias a Dios por permitirme ganarlo.
—Porque de todos los premios que alguna vez he ganado, definitivamente eres el
mejor.
Epílogo
Celia era la única de los hermanos que había asistido a la carrera. Sus hermanos no
habían querido dejar a sus esposas que habían entrado en sus respectivas fechas de
parto, y la señora Masters había decidido quedarse en Londres con su marido, que
no podía abandonar su bufete por el momento. Pero ahora estaban todos juntos otra
vez, y claramente emocionados por la noticia.
—El Times dijo que fue una carrera brillante—dijo Gabriel Stoneville—. Cito,
“Flying Jane voló a la línea de meta”.
—Y tenías razón —dijo Gabriel—. Gracias a él, tengo dos caballeros clamando por
comprar a Flying Jane.
—Nunca jamás.
Virginia sonrió.
—El abuelito quiere cruzarla con Ghost Rider.
Otra ovación se alzó cuando el abuelito bajó del carruaje y ayudó a bajar a la
señora Plumtree. Pierce lo siguió, ayudando a lady Celia a apearse.
Gabriel y el abuelito habían decidido correr el mejor de los dos caballos en St.
Leger Stakes, lo que en los ensayos había demostrado ser Ghost Rider. Entonces
ambos caballos habían corrido la segunda carrera por la copa de oro ya que, como
ganador de St. Leger Stakes, Ghost Rider tenía que llevar peso adicional. Gabriel
había pensado que el peso podría inclinar la balanza a favor de Flying Jane, y lo
había hecho. Flying Jane había ganado la copa de oro, por lo que fue un triunfo en
todo. El abuelito y Gabriel habían estado celebrando todo el camino desde Doncaster.
—¿Entonces qué piensas de las carreras de pura sangre ahora, abuela? —gritó
Jarret mientras ella tomaba el brazo del general.
—No la escuches. —El abuelito le dio una palmadita en la mano—. Ganó cien
libras en apuestas en las dos carreras.
Las dos manchas rosadas que aparecieron en sus pálidas mejillas demostraban que
no había querido cometer un desliz y usar el nombre de pila del abuelito.
—Una carrera de caballos es como cualquier otra, para mí. —Con una mirada
astuta a Gabriel, metió la mano de Celia en la curva de su codo—. Gracias a Dios,
lady Celia estaba allí para mantenerme entretenido.
—Sabes que está tratando de provocarte. No puede darte celos conmigo ahora, así
que está tratando de preocuparte por tu hermana. Es su idea de diversión. Pero lady
Celia es demasiado inteligente para enamorarse de Pierce. Deberías saber eso.
Oliver se adelantó.
—De ningún modo. Los entusiastas de las carreras han regresado a casa y
estábamos de camino a celebrarlo. Eres bienvenido a unirte a nosotros.
—Porque ese arma no los mató. Nunca había sido disparada. Claramente, fue
sacada de la pared donde estaba colgada y colocada cerca de los cuerpos, así
parecería como si fuera el arma. El asesino no debió darse cuenta de que era
ornamental.
Por fin, los Sharpe tenían la confirmación de que sus padres habían sido
asesinados. Durante todos estos años, habían vivido con lo que pensaban fue una
tragedia doméstica. Habían soportado juntos esa vergüenza, habían forjado sus vidas
en torno a ello, viviendo a diario con el doloroso conocimiento de que su madre
había matado a su padre. Enterarse de lo contrario era algo descomunal.
—Sí.
—Pero ¿por qué el agente de policía no notó que no había sido disparada?—
preguntó Gabriel.
—Los policías no están entrenados en estos asuntos, son ciudadanos comunes que
sirven como oficiales de policía durante un año. No hay duda de que el agente de
policía de ese año en particular no tenía experiencia con armas. O quizás ni siquiera
la examinó de cerca, ya que tu abuela le pagó para que callara los acontecimientos de
esa noche. Cuando ella le contó lo que había sucedido, él podría haberlo aceptado
como cierto.
—Nunca debería haber interferido. Pero en ese momento parecía obvio quién
había matado a quién, y sólo quería proteger a mi familia.
—A mí también me pareció obvio—dijo Oliver—. Esta es la primera prueba
concreta que hemos tenido de que no fue mamá quien le disparó.
—Entonces, ¿qué vas a hacer con esa copa de oro?—preguntó Oliver a Gabriel—.
¿Fundirla así puedes comprar otro pura sangre?
Su propia granja. Las palabras tenían un sonido tan bonito…, pensó ella. ¿Y quién
hubiera imaginado que ella estaría sentada aquí entre personas que una vez había
odiado, junto al hombre a quien había considerado su enemigo? Ahora no podía
imaginar la vida sin él. Y le gustaba pensar que Roger lo aprobaría.
—¿Por qué no podrías una vez que recibas tu herencia de la señora Plumtree? —
preguntó el señor Masters. El abogado había venido desde Londres para pasar el día
a petición de su esposa.
Gabriel resopló.
—Faltan cuatro meses para que termine el año y no veo a nadie más que
Devonmont en nuestra puerta, y Virginia dice que eres demasiado inteligente para
enamorarte de él.
Gabriel continuó:
Celia se levantó para plantar sus manos en las caderas y examinar al resto de la
familia.
—¿Eso es lo que todos pensáis? ¿Que soy incapaz de encontrar un marido? ¿Que
nadie me ofrecería matrimonio?
—Al diablo con todos vosotros. Voy a tener un marido para Navidad, ¡ya veréis!
—Ella salió deprisa de la habitación.
Virginia saltó y corrió tras ella, pero apenas había llegado a las escaleras antes de
que Gabriel la alcanzara.
—Déjala, cariño.
—No lo entiendes. Ahora piensa que todos creemos que se va a quedar para vestir
santos.
—Bien.
—¡Gabriel! ¡Eso es cruel!
—No, Celia tiene un lado terco. Cuando la abuela dijo que teníamos que casarnos
para heredar, eso la hizo plantarse y decir que nunca se casaría. Alguien tenía que
empujarla en la dirección contraria. Ahora que tiene un reto para alcanzar, se matará
tratando de cumplirlo. Si dice que estará casada en Navidad, te lo prometo, estará
casada en Navidad.
Virginia lo miró fijamente. Su abuela era famosa por esa manipulación, pero nunca
la había visto en él.
—No, pero mi hermana sí. —La atrajo hacia sus brazos, bajando la voz hasta un
ronco murmullo—. La abuela ha tenido razón en una cosa todo el tiempo, ninguno
de nosotros habría perseguido el amor si no nos hubiera empujado. Y ahora que sé lo
que es el amor, no quiero nada menos que eso para Celia.
Esas palabras hicieron que su corazón volara muy alto, pero había algo más que
ella quería saber.
Él la miró solemnemente.
—¿La verdad? No. Correr es para jóvenes y tontos, para los que no tienen nada
que perder. —Él la besó en los labios—. En estos días tengo demasiado para
arriesgarlo por algo tan estúpido como una carrera de caballos. Ver a mi pura sangre
correr en un hipódromo contigo a mi lado es suficiente emoción para mí ahora.
—Para un hombre que una vez dijo que no era hábil en decir bonitos elogios,
ciertamente sabes cómo enternecer a una mujer.
—¿En serio? La misma noche que nos conocimos, Lyons me informó que no era
bueno con mujeres respetables.
—No lo eres— bromeó ella—. Pero ¿con las mujeres que desafían a los hombres a
correr y tienen un anhelo secreto de perder la razón por los sinvergüenzas? —Le
rodeó el cuello con los brazos y se estiró para poder susurrarle al oído—. Con esas
mujeres, mi amor, eres muy, muy bueno.
Fin