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Cangrejos

por Taeko Kono


INICIA AQUÍ:

Pretendiendo que no había escuchado, Yuko permaneció en silencio. Takeshi no pareció


necesitar que se le rascara la espalda para tomar sus siestas de la tarde. Cuando ella lo miró
después de que se había callado, ella vio que el niño ya estaba dormido. Yuko cerró sus
ojos de nuevo.
Aunque lo llamó una siesta de la tarde, todo lo que hizo fue acostarse y cerrar los ojos. Ella
casi nunca dormía. Cuando comenzó a tomar siestas por primera vez, le preocupaba la
tendencia a dejar que su mente se detuviera en sus problemas, pero eventualmente
desarrolló el hábito de caer en un estado próximo al sueño incluso cuando sentía la luz
golpeaba sus párpados.
Pero hoy fue diferente. Tan pronto como su siesta de la tarde terminó, ella supo que tendría
que salir a buscar los cangrejos de nuevo. Estaba deseando encontrar algo para el niño y por
eso no podía relajarse, tan ansiosa estaba por la llegada de las tres en punto.
“¿Sabes dónde hay cangrejos?”.
Desde la mañana, Yuko ha hecho esta pregunta varias veces, primero a su casera. “Ya ves,
al chico le gustaría algunos cangrejos”.
“Hay algunos por aquí”, había respondido la casera.
“¿Dónde entran las olas en la playa?, ¿en la parte arenosa?”.
“Yo creo. Cuando recolectamos almejas durante la marea baja, vemos muchas de ellas”.
Al recordar que el cangrejo desmembrado que Takeshi había encontrado ayer había estado
en la parte arenosa, Yuko se llevó a Takeshi con ella y se dirigió a esa área.
Con la luz del son cayendo sobre ellos, caminaron a lo largo de la hebra húmeda. Aquí,
ningún gato muerto o trozos de rábano o incluso una sola sandalia rota ha llegado flotando.
La playa era hermosa. Todas las huellas que repartidas en la orilla pertenecían a ellos.
“Voy a tratar de cavar por algunos”, dijo Takeshi, buscando en la bolsa de Yuko sacó un
saquito que había metido cuando salieron de la posada, para usar en caso de atrapar algún
cangrejo. Extendiendo sus piernas y ahuecando ambas manos, él comenzó a cavar llevando
la arena hacia sí mismo.
“Espera un momento”, dijo ella, deteniéndolo y desabotonándole los puños de la camisa.
Juntando cada una de sus muñecas por turnos, Yuko sintió como si estuviera pelando cada
uno de sus delgados y cortos brazos mientras enrollaba las mangas de su camisa sobre sus
codos.
Takeshi emprendió su trabajo con gran entusiasmo. El agua de mar se filtró en el fondo del
hueco que había hecho en la arena.
“Pare que no hay ninguno aquí”, dijo Yuko, permaneciendo de pie y mirando hacia abajo.
“Cabaré en otro lugar”.
Pero no importa cuántas veces el cavó, la único que surgió fue agua de mar.
“Tía, tal vez haya algunos un poco más lejos de la playa”, dijo, corriendo sobre el extremo
seco de la playa, que examinó exhaustivamente.
Todavía no encontrando cangrejos, Yuko le hizo una seña a Takeshi y, permitiéndole
recoger unas cuantas conchas más, caminaron hacia la autopista. Se dirigieron más allá de
la estación hacia la reserva de peces creada fuera del arrecife natural. Las personas que
dirigían la reserva eran mayoristas de productos de pescado. Los botes de las mujeres que
buceaban se dirigían al puerto y salían al mar en la zona, las redes se colgaban para secarlas
y el olor de salmuera era especialmente intenso. El lugar levantó las esperanzas de Yuko,
aunque no sabía por qué. Cuando se aproximaron a la reserva de peces que esa mañana
estaba desierta.
“Preguntaré allí”, le dijo Yuko a Takeshi y fue a hacer la consulta a la casa de cobertizo
construida en el arrecife. Cuando Yuko abrió la ruidosa puerta de madera, se quedó
mirando el piso de tierra del interior oscuro y las canastas apiladas hasta el techo. Después
de llamar, vio a una anciana aparecer.
“¿Me pregunto si podrías decirme si hay cangrejos?, dijo sin preámbulos.
“Te refieres a cangrejos de arena”, dijo la anciana, indicando su tamaño con las manos y
agregando, “no son muy sabrosos. No atrapamos a muchos y tampoco los traemos con
nosotros al atraparlos”.
“No, no los cangrejos que comes, me refiero a los pequeños…”.
“Oh, ¿aquellos que mantienes como mascotas? ¿los de tenazas rojas?”.
“Sí, esos”, respondió Takeshi.
La anciana entrecerró sus ojos y miró hacia el niño, “Oh, ¿son los que quieres? ¿dónde
podrías encontrarlos? No encontrarás muchos cangrejos por aquí. Pero, ¿qué tal si miran
algunos peces en nuestra reserva?”.
“¿Deberíamos hacer que nos los muestre?, Yuko le preguntó a Takeshi.
“¿Reserva? ¿qué significa eso?”.
“Hay un gran agujero debajo de este lugar que se llena con agua de mar y crían peces allí.
Tienen abulón en cestos y otros peces. ¿Qué te gustaría hacer?”.
“No me importa”, respondió Takeshi.
“Entonces, ¿nos vamos? Muchas gracias de todos modos”, dijo Yuko y comenzaron a salir.
“¿Dónde crees que están los cangrejos?”, preguntó Takeshi.
Tres estudiantes de secundaria, con los brazos apoyados en los hombros de los demás, se
acercaron a ellos desde el otro lado de la calle, “esos chicos deberían saber”, ella le dijo a
Takeshi, y los llamó justo cuando iban a pasar.
“¿Saben ustedes donde podemos encontrar algunos cangrejos, de aquellos pequeños que
ustedes mantienen como mascotas?”.
“¿Qué dijiste?”.
Con los brazos todavía apoyados uno en el otro, ellos cruzaron la calle y Yuko repitió la
pregunta.
“¿Eso es lo que ella quiere?”, preguntaron los alumnos, mirándose entre ellos. “Debe haber
una gran cantidad de cangrejos alrededor”. Ellos sonrieron vagamente, listos para irse.
“¿Dónde están?, Yuko casi suplicó.
Todavía en grupo, ellos avanzaron en ángulo, mirando hacia atrás sobre sus hombros,
mientras que el chico en el otro extremo le dijo, “no lo sabemos”.
Al ver a los estudiantes irse, Yuko no podía decir si eran tímidos o realmente no sabían o si
solo estaban burlándose de ella.
“¿Por qué no nos dijeron simplemente donde están los cangrejos? Dijeron que había
algunos”, preguntó Takeshi con remordimiento.
“Ellos probablemente no tienen idea. Le preguntaré a alguien más”, dijo Yuko para
consolarlo.
Cuando comenzó a caminar, Yuko recordó por los estudiantes que cerca de donde ellos
estaban había una escuela secundaria y que seguramente de allí provenían los chicos. La
escuela estaba ubicada en la colina cruzando la autopista desde la playa. Desde los amplios
terrenos, la vista del mar era magnífica. Dos o tres veces durante sus caminatas, ella había
usado, sin permiso, el baño de la esquina de la escuela y cada vez había pensado que
enseñar en esa escuela debía ser algo placentero. Los profesores probablemente iban a
trabajar en bicicleta y salían a pescar los domingos. Un profesor de biología allí podría usar
su tiempo libre para investigar los diferentes tipos de peces en la zona. Una persona así
podría decirles, con mucho conocimiento, dónde vivían los cangrejos en los alrededores.
Pero ahora estaban en vacaciones de primavera, y aquello era imposible.
Una jovencita que cargaba un canasto vacío emergió desde la vegetación a lo largo del lado
del mar. Ella probablemente había estado secando algas en la playa. Tomando la mano de
Takeshi, Yuko se acercó a ella y le preguntó si había algún cangrejo en el área.
“Los encontraras en las montañas”, respondió ella.
“¿En las montañas?”, preguntó Yuko alzando la voz. “¿No en el mar?”.
“¿Te refieres a esos con tenazas rojas?”.
“Sí”.
“Cangrejos rojos. Se llaman cangrejos de agua dulce porque se encuentran en los
manantiales de montaña. Los niños atan cuerdas alrededor de ellos para jugar”.
“A esos me refiero. ¿No hay cangrejos por aquí?”.
“Los pequeños como motas de polvo son todo lo que encontrarás aquí”.
“¿De qué color son?”
“Ellos no tienen ningún color. Si recoges una piedra en la costa, ellos saldrán corriendo”.
Si hubiera tantos por aquí, entonces al menos uno debe ser grande, aunque no tengan color.
Pero cuando pensó más en el asunto, se dio cuenta de que no había tantos lugares alrededor
de la costa donde hubiese rocas con las que uno pudiera toparse o donde poder encontrar
cangrejos que se refugiasen debajo. Hubo tramos de arena o arrecifes masivos, o si no,
estos bancos de arena profundamente plantados en la arena y lavados por las olas.
Con Takeshi en la mano, Yuko se dirigió a la playa por varios caminos a través de un
pasaje cubierto de hierba que parecía fácil de recorrer, un camino con una flecha apuntando
en dirección a una posada grande, y una vía angosta entre las viviendas con altas antenas de
televisión pegadas en sus techos. La situación era como ella había temido.
"Este lugar tampoco tiene remedio. No hay tales rocas aquí", tenía que decirle a Takeshi
otra vez.
"Me pregunto de qué lugar estaba hablando", reflexionó Takeshi mientras se daban la
vuelta.
Por fin, Yuko descubrió un lugar en la costa con piedras como la niña había descrito. Varias
rocas del tamaño de balones de fútbol estaban dispersas en un tramo arenoso donde no
había marea, excepto durante una tormenta. Esto estaba lejos de ser el lugar donde
probablemente encontrarían cangrejos, pero Yuko, que había querido darle a Takeshi al
menos la oportunidad de mover algunas rocas, lo llevó al lugar.
"Tenemos suerte", dijo.
"Moveré las piedras. Si sale alguno. Tía, ¿me los agarrarás?".
"Claro que sí".
No deben dejar escapar ningún cangrejo una vez una vez él haya levantado la piedra, por lo
que tuvieron que proceder con cautela. Takeshi, con sus manos agarrando la roca en la que
había puesto su corazón, comenzó a levantarla poco a poco, todo el tiempo mirando debajo
de ella hasta que estuvo casi sobre su cabeza. Yuko lo miró de frente, y sus cabezas casi se
tocaron. Ella se quedó mirando el espacio debajo de la piedra.
"¿Ves alguno? ¿Tía? ¿Hay cangrejos allí?", preguntó Takeshi con entusiasmo.
A pesar de sus dificultades para encontrar cangrejos, a pesar de sus numerosos fracasos, el
niño no mostró signos de rendirse, ni siquiera al seguir preguntando "¿por qué no podemos
encontrar ninguno?" o "¿dónde quiso decir la chica que los podríamos encontrar?", él
siempre agregaría, "¿cuándo me encontrarás algo?" "¿dónde buscaremos ahora?".
¿Era su preocupación por los cangrejos que ellos no podían encontrarse más fuertes, o
simplemente estaba demostrando la inocente crueldad de un niño que creía que los adultos
podían hacer algo?, Yuko no pudo decir que debía rendirse cuando Takeshi le hablaba así.
Por el contrario, sin pensarlo, sus respuestas aumentaron el entusiasmo de él. Ahora ella
anhelaba ese momento en el que agarraría un cangrejo que, con su tenaza lista, se escabullía
de lado. Ella le diría a Takeshi, "lo estoy atrapando por ti porque si su tenaza te agarra un
dedo, te dolerá, y tú lo metes en la bolsa de nylon transparente”.
"¿Todavía no, tía?", preguntó de nuevo.
"Todavía no. Intenta levantarla un poco más".
Mientras miraba hacia las profundidades de la grieta, con la cabeza ladeada y casi inclinada
sobre sus pies, anhelaba ver la tenaza carmesí blandida por el cangrejo ante la repentina luz
solar que invadía su dominio, que ella sintió los músculos de entre sus cejas ponerse
rígidos.
Takeshi aún no se había despertado de su siesta de la tarde. Yuko cerró los ojos una vez
más.
En serio, ¿por qué no había cangrejos? Ojalá hubiera podido conseguir que el hombre le
vendiera la tortuga bebé. Pero Yuko sabía que incluso si lo hubiera hecho, ella misma
nunca podría renunciar a la idea de capturar un cangrejo mientras Takeshi no dijera que
ahora que tenía una tortuga, ya no necesitaba un cangrejo.
Cuando le había prometido ayer que le encontraría unos cangrejos, no habría recurrido a la
astucia de persuadirlo a quedarse. Sentía que en algún lugar de toda esta costa ancha al
menos un cangrejo vendría corriendo si ella lo llamaba. ¿No había sido eso cierto para
todas las personas con las que se había encontrado hasta ahora? Todos los que le habían
dado consejos tal vez habían sentido que había cangrejos alrededor y habían hablado de los
lugares donde pensaban que los habían visto. Al igual que la casera que había dicho,
cuando habían regresado con las manos vacías, "¿es serio? ¿no encontraste ninguno? Tengo
la sensación de que vi algunos cuando fui a recoger conchas durante la marea baja. Pero es
todavía unos días antes del primero de abril y la temporada abierta. Cuando vi los
cangrejos, debió haber sido unos días más tarde".
Ella había continuado en ese sentido. En ese caso, Yuko se dio cuenta de que los
estudiantes de secundaria podían haber sido los más admirables al responder "no sabemos"
a la pregunta "bueno, ¿exactamente dónde están?", después de que habían declarado, "debe
haber cangrejos por todas partes".
¿Habría, a modo de conclusión, algún cangrejo por aquí? Todavía no habían echado un
vistazo a la orilla de los arrecifes de la costa, pero tal vez tampoco resultara buena idea. La
jovencita puede tener razón, tal vez los manantiales frescos de montaña eran los únicos
lugares donde se podían encontrar.
Yuko recordó repentinamente que de vez en cuando algunos campos estrechos en la región
tenían la tierra retenida por paredes de piedra. Es cierto que no estaba en las montañas, ni
tampoco en las crecidas de agua, pero tuvo la impresión de que había algunos parches de
tierra húmedos. Ella había estado buscando en los lugares equivocados; tal vez encontraría
cangrejos rojos allí.
Levantándose, decidió que iría a echar un vistazo mientras el niño aún estaba dormido.
 "¿Vas a salir?" preguntó la hija de la casa, que estaba justo debajo de ella mientras bajaba
las escaleras. No creía que la niña comprendiera su preocupación anormal por los cangrejos
y por eso se mostró tímida al decirle sin rodeos a dónde iba.
"El niño está durmiendo. ¿Podrías vigilarlo? Ya vuelvo", respondió Yuko.
Se puso unas sandalias y salió al piso de tierra. La casera, que estaba en cuclillas en el suelo
en ese momento con un hombre de mediana edad, con un balde entre ellos, se volvió hacia
Yuko y dijo:
"Prepararé erizos de mar otra vez para ti esta noche".
Húmedos erizos de mar, con su sombra marrón cercano al negro, estaban en el cubo, sus
cuerpos redondos, en forma de bola, que consistían solo en espinas, moviéndose
imperceptiblemente. El hombre los sacó del cubo y los puso en el suelo. Después de que el
hombre los sacara, podrían ver las otras cosas que había atrapado. Eran del tamaño de
pelotas de ping-pong y tenían el pelo verde por todas partes, aparentemente compactados en
el fondo.
 "¿Que son esos?", preguntó Yuko.
El hombre respondió: "Esos también son erizos de mar, pero no puedes comerlos. Los cojo
para usarlos en hacer muñecas".
Yuko, que nunca había visto donde viven los erizos de mar, preguntó:
"¿En qué tipo de lugar viven?".
"En la playa donde hay muchas piedras. Recojo esas piedras una por una".
"¿Hay cangrejos allí?".
"Hay de todo tipo, también hay cangrejos ermitaños y estrellas de mar".
"Entonces, si quitas las piedras, ¿encontrarás cangrejos?".
"Sí. Se dispersan de una manera cómica".
En otras palabras, lo que la jovencita le había contado sobre el levantamiento de rocas,
Yuko se dio cuenta que se refería a este tipo de roca a lo largo de la playa.
"¿Hay solo pequeños? ¿O hay alguno de este tamaño?" dijo ella, usando sus dedos índices
para describir el tamaño de una caja de cerillas.
"A veces los ves".
"¿Qué quieres decir, con a veces?"
"Quiero decir que no hay suficientes de ellos para que se dispersen. Hoy había alrededor de
diez de ellos".
"¿Con garras rojas?"
"No, por aquí, no tienen garras rojas. Son del mismo color de su espalda".
Tendrían que conformarse con cangrejos que no tengan garras rojas.
"¿Dónde está el lugar del que hablabas?".
El hombre mencionó el nombre de una zona costera a menos de una hora de viaje en tren,
desde donde los barcos se dirigen a Uraga.
"¿Es la playa cerca de la estación?".
"A unos doce o trece minutos, diría. Está en el lado opuesto a donde atracan los barcos", le
informó el hombre.
"¿Piensas ir?", le preguntó la casera desde el costado.
"No lo sé. Dependiendo de lo que suceda, podemos ir mañana o algo así ..." respondió
Yuko. Ella ya había decidido no investigar los muros de piedra que rodeaban los campos.
Mañana debía llegar Kajii alrededor de la tarde, y entonces, durante la mañana, pensó que
tomaría a Takeshi y se iría a la playa en cuestión. Sin embargo, a juzgar por su experiencia
hasta el mediodía, no tuvo más remedio que abordar el proyecto con precaución. El objeto
al que se referían era un organismo vivo. Incluso si hubiera habido diez hoy, podría no
haber ninguno mañana. Además, tal vez podría llover y no puedan ir. Y pasado mañana
podría estar lloviendo. Ella decidió no decirle a Takeshi aún. Estaba claro que, si ella no le
decía nada, debía simular la supervisión de la búsqueda hasta la noche.
Eran poco más de las tres de la tarde y Takeshi todavía estaba dormido. Como ella había
prometido decirle cuando se acabara el tiempo, ella lo despertó. Luego ella sacó algunos
dulces de la tienda y le hizo llevarlos. Juntos fueron a la cornisa del arrecife a lo largo de la
costa.
La marea había comenzado a entrar, pero, aun así, aquí y allá a lo largo del arrecife, había
huecos de agua hundidos. Señalando esos puntos, Yuko dijo, "Takeshi, tal vez hay
cangrejos aquí". Ella indicó una fisura lineal en una enorme roca.
"Mantén tus ojos en él. Pueden salir pronto".
Yuko supo ahora de otro lugar con mayores posibilidades. Por esta razón, debe haber
perdido su entusiasmo por el lugar que estaba investigando. Takeshi pareció sentir esto. No
habían encontrado ningún cangrejo y Takeshi había estado recogiendo pequeñas conchas
negras enrolladas de los charcos por un tiempo. Levantándose, sostuvo sus dos manos
alrededor de la bolsa de nylon transparente agarrando su cierre. Luego se acercó a Yuko,
que se había sentado en el arrecife.
"¿Por qué no regresamos? No hay cangrejos", dijo Takeshi.
Y luego, un aparente resultado de la indiferencia de Yuko y su comportamiento poco
confiable desde la mañana, agregó, como si la hubiera abandonado.
"Cuando llegue el tío mañana, haré que atrape algunos para mí".
"¡Takeshi! ¡Cómo puedes decir tal cosa!", exclamó ella con una voz tan indignada que las
pestañas de Takeshi se contrajeron. El rostro de Yuko se puso rojo, y no solo por los celos.
"Takeshi, no te atrevas a decir tal cosa".
Yuko se contuvo y comenzó a hablarle con más suavidad al niño, que había agachado su
pequeña cabeza.
 "Sé un buen niño y cuando venga el tío no le digas que quieres encontrar cangrejos. Y
tampoco le cuentes que venimos a buscarlos hoy y cómo no pudimos encontrarlos".
En el momento en que Yuko se dio cuenta de que Kajii podría descubrir cuánto había
estado obsesionada con encontrar cangrejos para Takeshi, se avergonzó tanto que se
sonrojó. Esto estaba más allá de la comprensión de Takeshi, pero debió haber sido
intimidado por su actitud amenazadora de hace un momento. Takeshi no le preguntó la
razón por la que no podía decirle nada a su tío. Él asintió, mirando hacia abajo.
"Si no encontramos ningún cangrejo para cuando regreses a casa, la próxima vez que
vengas, te encontraré algunos. Averiguaré dónde encontrarlos".
"Pero tal vez no vuelva".
"Entonces te los llevaré cuando vuelva a Tokio".
"Está bien", murmuró el niño, sintiéndose un poco mejor. "Una cosa", dijo, y finalmente
levantó la cabeza.
"¿Qué?", preguntó ella, poniendo su mano sobre su hombro.
"¿Te importa si le cuento a mi tío sobre la pequeña tortuga que vimos nadando?".
Después de aparentar que pensaba un poco, ella respondió: "No me importa".
"¿Y si le digo que hicimos una fogata y comimos conchas de corona frescas?".
"¿Y que fuimos a la isla en bote?".
"No me importa en absoluto".
"¿Y que encontré un cangrejo ayer?".
Reflexionando solo momentáneamente sobre la pregunta, Yuko respondió: "No me
importa".
Pero ¿qué pasa con el plan de Takeshi para ir a la playa mañana? Ya había empezado a
reflexionar sobre el asunto. Estaría más que dispuesta a llevarlo al lugar si Takeshi hablara
con Kajii solo acerca del cangrejo que Takeshi había recogido.

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