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En 1996 publicó Précis de sémiotique générale, texto cuenta con una versión en español titulada,
Manual general de semiótica, publicada en el año 2006. El texto en cuestión fue concebido con
la intención ser un manual para el principiante, para el estudiante, para el curioso, para el artista,
periodista o publicista que desee reflexionar y mirar de manera distinta las prácticas del día a día.
Un texto que, a pesar de no ser exclusivo de expertos, no sacrifica la complejidad del tema, pues
realiza todo un recorrido histórico, conceptual, teórico de la semiótica. El presente texto va a
concentrarse en el contenido del tercer capítulo de Manual general de semiótica, titulado “La
significación”; el capítulo en cuestión está dividido en cinco partes que se desglosarán a
continuación:
I. Comunicación y significación
En el segundo capítulo del texto Klinkenberg expone la correspondencia que existe entre los
signos y el código. En el tercero, por consiguiente, se dedica a examinar a profundidad la
relación que se da entre dos fenómenos susceptibles a ser el objeto principal de la semiótica: la
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comunicación y la significación. Si bien en el capítulo dos el autor menciona que sin
significación no hay comunicación, pues el objetivo de la última es transmitir nuevos códigos y
por ende nueva significación e información, aquella relación es más compleja y no se restringe a
un único caso.
Existe también la comunicación sin significación, caso en el que el proceso se reduce a una
secuencia acción/reacción, a un ciclo estímulo/respuesta, sin embargo, de este tipo de
comunicaciones no se ocupa la semiótica, sino de aquellas donde hay actualización de la
significación, referidas por Klinkenberg como: comunicaciones semióticas. Otra circunstancia
propia de esta relación es la significación sin comunicación, el autor autor ilustra lo anterior de
dos maneras: la primera, se vale de cómo el signo permite categorizar conceptos como el bien vs.
el mal en la historia de señor Sigma y el médico, para aludir a la categorización en sí misma y a
la estructuración del universo propia y única de cada personaje, cada uno de ellos posee un
código y significación que no comunica a menos que se dé la oportunidad, pues la información
está pero si no se da un conversación eventual esta no se comunica; la segunda situación
presentada es la siguiente: “(...) se puede tener en la libreta de direcciones un número de teléfono
que jamás se ha utilizado: la significación está presente allí (ese número corresponde
efectivamente a alguien), pero la comunicación (la llamada) no ha tenido lugar.” (Klinkenberg, J.
M., 2006, p. 88)
Una vez el autor ha distinguido entre los conceptos de comunicación sin significación y
significación sin comunicación, ahonda en la interacción entre estos, para ello se basa en el
ejemplo de la luz roja que significa detenerse. La pregunta que se plantea es: ¿cómo atribuye el
receptor en una comunicación una significación precisa a una señal percibida? La responde en
tres tiempos que ocurren de manera simultánea, pero que por fines expositivos son presentados
uno a uno, estos son:
En la decisión semiótica para que un signo tome sentido y comunique se deben tener en cuenta
condiciones como: las condiciones del color, la forma del objeto, su ubicación y disposición en
el espacio, además del conocimiento de la equivalencia que le da la sociedad o una institución a
determinado código o el conocimiento de las circunstancias bajo las cuales determinada
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equivalencia es válida. “Una luz emitida por una fuente eléctrica situada en lo alto de un mástil
no tiene a priori ninguna obligación de significar algo para alguien. En un caso dado, soy yo
quien le atribuye una significación, y quien la hace sede de una comunicación entre yo, como
usuario de la vía, y un emisor (que puede ser la administración de tránsito, la colectividad de los
usuarios o la sociedad global).”(Klinkenberg, J. M., 2006, p. 89) “(…) en otros contextos, la
misma luz no tendría la significación observada, o incluso no la tendría en absoluto: si la caja
luminosa brillara en la sala de mi casa ya no sería una señal del código de tránsito, sino del arte
conceptual; si se encontrara en un corredor, pero puesta sobre una mesa baja, o si la
encontráramos en la parte más alta de un poste que sobrepasara en altura a un edificio, no se
impondría la información «pare».” (Klinkenberg, J. M., 2006, p. 89)
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han insistido en la importancia de distinguir entre: los hechos producidos con la necesidad de
comunicar, entiéndase por estos, las señales de tránsito, los semáforos, el lenguaje de signos; y
aquellos producidos con una necesidad accesoria, a saber: la posición del volante, el vestido, el
color. Asimismo, unido a aquella discusión se fue menester distinguir todas aquellas
significaciones a través de la constitución de una semiología de la comunicación independiente
del modelo de linguística y, una vez fundamentada, se podría pasar a una semiótica de la
significación.
Sin embargo, para Klinkenberg la distinción anterior no es sostenible pues no se puede aislar una
significación de la otra, la que prevé el código previsto y la que especifica el contexto, pues
incluso en aquellos casos donde se establece una comunicación semiótica bana esa relación es
necesaria porque como se vio la relación entre ambos tipos de significación es estrecha y de
dependencia, se necesitan mutuamente para generar sentido y ofrecer una significación. Por lo
tanto, se necesita establecer una semiótica de la significación para que la semiología de la
comunicación válida pueda elaborarse.
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Las semióticas “(...) que estudian el código de tránsito, la señalización marítima, los
grados militares, la heráldica, las banderas nacionales, (...) los signos de carretera, los
gestos de los mimos, todas las escrituras (la nuestra, las inscripciones mayas, el lineal B,
los jeroglíficos egipcios o hititas, las cuneiformes sumerias), los ábacos, el Braille, el
Morse, el lenguaje por gestos de los indios de las planicies, el de Camerún o incluso el de
los mayas, la “lengua de signos” de los sordomudos, los ritos de saludo, las fórmulas
químicas, (...) las cartas de navegación, los uniformes de los futbolistas o de los ciclistas,
los toques de clarín, los de las campanas o del teléfono, las fumarolas de la elección
papal, (...) las recetas de cocina, las etiquetas de precios, los números de vuelos
comerciales, las pirámides de las edades, los colores de las estelas de los planeadores, las
curvas de natalidad, (...) los cheques, los números de las cuentas bancarias, las tarjetas de
crédito, las imágenes obtenidas por tomografía, termografía, radiografía, ultrasonidos,
resonancia magnética nuclear, la escintografía, el telégrafo Chappe, los planos de
instalación eléctrica, los iconos del Macintosh y de Windows,” (Klinkenberg, J. M.,
2006, p. 92) etcétera.
Además de todas las semióticas enumeradas anteriormente, están las semióticas que explican los
hechos que no fueron concebidos con la intención de comunicar.
La proxémica es la semiótica que estudia los usos sociales de la organización del espacio, en esta
ciencia de los signos se pueden ver los tiempos de significación mencionados anteriormente. Uno
de los ejemplos que ofrece Klinkenberg tiene que ver con la distancia interpersonal que a pesar
de ser la relación entre individuos, varía según la cultura. “En los países del norte de Europa, la
distancia entre cualquier interlocutor debe ser x: una /distancia inferior y/ significaría
«intimidad». Ahora bien, en los países del Sur, la misma /distancia y/ no tendría la misma
significación.” (Klinkenberg, J. M., 2006, p. 93) El anterior es un claro caso de significación
potencial.
La proxémica también “se ocupa de los artefactos de los que nos servimos para
estructurar el espacio. Por consiguiente,en nuestra sociedad las grandes oficinas están
reservadas a personas de altos puestos, con el fin de expresar la distancia jerárquica que
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separa a los interlocutores. Esta distancia jerárquica puede también ser recordada al
subordinado por el espacio que debe recorrer para acceder al superior, después de la
puerta hasta el escritorio (recordemos El dictador y el champiñón, de Franquin).
Finalmente, esta misma importancia se puede indicar por la altura de la silla (recordemos
esta vez la escena del peluquero en El gran dictador, de Chaplin; en cuanto a los reyes, se
sabe que todos tienen su trono).” (Klinkenberg, J. M., 2006, p. 93)
“Al lado de estas diversas semióticas del espacio y de la semiótica de la moda, se puede también
concebir una semiótica de la cocina y de la nutrición, una semiótica de los colores, una semiótica
de los perfumes, pero también una semiótica de los afectos, una semiótica del poder, etc.”
(Klinkenberg, J. M., 2006, p. 94)
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Para finalizar la primera parte dedicada a la comunicación y la significación, Klinkenberg, se
refiere al éxito o fracaso de la comunicación. Para el autor las significaciones contextuales no
son iguales en el emisor ni en el receptor, en consecuencia, las significaciones determinadas por
ellos pueden ser divergentes. Los valores distintos y las diferencias en la comunicación se
presentan en función de la proximidad objetiva, temporal o espacial a los hechos, y de la
concepción que cada sujeto tiene de los mismos. Para ilustrar lo anterior, solo basta tomar en
consideración ejemplo presentado por el autor: un compañero a quien se le pide prestado un lápiz
rojo, dicho objeto está en el pupitre sin que él lo sepa, él no sabe de qué se está hablando porque
el referente (el lápiz) no está determinado. En dicho caso la comunicación fracasa, sin embargo,
si el compañero tiene conocimiento del lápiz sobre el pupitre, la comunicación es exitosa porque
la configuración del espacio contextual lo habrá inducido a ello. En el éxito comunicativo hay
coincidencia entre las significaciones dadas por el emisor al receptor; en el fracaso
comunicativo, no hay coincidencia en la información o bien hay ambigüedad en la misma.
En consideración al fracaso o éxito de la comunicación Klinkenberg señala también el siguiente
caso: “un simulador puede estar interesado en que sus palabras sean percibidas en un sentido
diferente del que él les da: el fracaso comunicativo será pues para él un éxito.” (Klinkenberg, J.
M., 2006, p. 96)
En otras fuentes posibles de fracaso, señaladas por el autor, el error puede estar, o bien en el
signo, o bien en el contexto.
Los errores del signo pueden ser de dos tipos: en primer lugar, el signo no puede ser identificado
como tal puesto que no hay decisión semiótica; en segundo lugar, sí hay decisión semiótica, pero
el signo no se entiende, el código es desconocido, mal conocido o mal apreciado. Ahora bien,
cuando se habla de errores en el contexto se derivan por un lado, las circunstancias que pueden
no ser objeto de decisión semiótica; y por el otro, aunque a las circunstancias se les reconoce un
estatus semiótico pueden ser mal apreciadas.
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Desde el primer capítulo Klinkenberg define al signo como una cosa que se pone en lugar de
otra, pero respecto al funcionamiento del signo hace una serie de interrogaciones, “¿ qué son esas
«cosas»? ¿Son verdaderamente «cualesquiera»? ¿Y están puestas verdaderamente en el lugar de
otra, o no lo están sino desde cierto punto de vista muy particular? ¿Y qué es lo que hace que se
decida que una cosa vale tanto por ella misma como por otra?” (Klinkenberg, J. M., 2006, p. 97)
Un signo está compuesto por cuatro elementos, ellos son: el stimulus, el significante, el
significado y el referente. Para que un signo exista y cumpla con su función de reemplazar debe
cumplir con esos cuatro elementos. El modelo que recoge estos cuatro elementos es El modelo
tetrádico del signo. Consiste en un esquema representado por un cuadrado en el que en cada
ángulo se ubica un elemento.
El stimulus es el medio, el soporte, el vehículo que hace que el receptor entre en contacto con el
signo, es el que permite reconocer el signo a través de los sentidos. La luz roja que choca contra
la retiena indicando el pare, los sonidos del lenguaje o de la música que impactan mi tímpano, el
olor a un perfume que indica la pertenencia a una determinada clase social, el sabor del aceite de
oliva, que me comunica el origen mediterráneo de cierto plato, las sensaciones táctiles en el
juego de la gallina ciega.
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El significante (Ste) para entender el papel que cumple el significante dentro del esquema de
signo es necesario detenerse en el concepto de modelo. Un modelo es una imagen que nos
hacemos de una cosa que no puede ser observada directamente. “Un físico puede observar la
caída de un objeto particular, pero no la noción de masa. Esta imagen es elaborada gracias a
observaciones directas, llevadas a cabo sobre fenómenos visibles, y gracias a hipótesis que se
verifican sobre esos fenómenos.” (Klinkenberg, J. M., 2006, p. 99) ¿Por qué es importante tener
en cuenta la noción de modelo cuando se habla de significación? El modelo es abstracto y puede
dar cuenta de fenómenos que se han producido, se producirán o podrían producirse. El modelo
no es algo concreto que se pueda encontrar en la realidad, es una abstracción, sacada de la
realidad, que toma cosas y que da cuenta de ella, pero que no es ella. En el ejemplo, el físico se
vale del modelo para hacerse una imagen de un noción abstracta como lo es la masa de un
cuerpo, pero que se la puede imaginar si toma en consideración las observaciones y los
fenómenos visibles que tiene a la mano. Según lo anterior, el significante no es un fenómeno
físico y para obtener su valor debe estar acompañado del significado.
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El referente (Ref) es aquello de lo que se trata en un proceso de comunicación o significación
llevado a cabo, en donde el referente es particular porque se da una actualización de significado.
“Un referente no es necesariamente real ni concreto. No es necesariamente real: sabemos cómo
son los unicornios, aunque no creamos en su existencia. No es necesariamente concreto: el
referente puede ser un objeto, ciertamente, pero también una cualidad o un proceso.”
(Klinkenberg, J. M., 2006, p. 101)
Ahora bien, entre los cuatro elementos constitutivos del signo existe una correspondencia y se
necesitan entre sí para poder significar. Según Klinkenberg (2006) “un stimulus no es un
stimulus semiótico sino porque actualiza el modelo que es el significante; un significante no
existe como tal (con el estatus de significante) sino porque entra en asociación con un
significado; un referente no tiene ese estatus sino porque hay un significado que permite
clasificarlo en una clase. Es la relación entre estos elementos lo que forma el signo.” (p. 101)
El signo no existe fuera del proceso de significación que lo engendra y los elementos que lo
conforman no significan ni tienen ninguna existencia semiótica si se hallan aislados y no se
mantienen como conjunto. Un objeto por sí mismo como: un conjunto de sonidos o un pedazo
de papel esmaltado y recubierto de manchas negras y blancas, no significa nada, no constituye un
signo si no se le ha asignado la función. Para que haya una existencia semiótica y para que el
objeto constituya un signo, debe someterse a la decisión semiótica para ser entonces un sonido
que se convierte en un fonema o una nota musical y unas manchas pueden entonces constituir
unas letras y significado. Una última situación mencionada por el autor en la cual un signo no
puede significar es cuando no va dirigido a un receptor (uno o más individuos) así este aparezca
de manera tácita, pues dentro del proceso de comunicación la presencia de un receptor es
indispensable.
El esquema expuesto anteriormente es, El modelo tetrádico del signo, sin embargo, en el capítulo
se alude a un segundo esquema de representación del signo, El triángulo semiótico. Modelo que
como su nombre lo indica es representado por medio de un triángulo.
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El triángulo semiótico, conocido como la representación triádica o como: el triángulo de Ogden-
Richards, es la disposición más sencilla y la que ha dominado en algunas escuelas semióticas
americanas y una parte de la tradición lingüística heredada por Saussure. En relación a la
representación no hay un consenso sobre la distribución de los elementos, cuáles son tomados en
cuenta y cuáles excluidos. Hay quienes representan solo dos elementos, el significante y el
significado omitiendo el referente, también se da el caso de autores que invierten la disposición
de los elementos en los ángulos y casos en donde hacen uso de una terminología distinta.
Uno de los puntos a favor de la representación tetrádica es que “(...) permite distinguir dos cosas
que la tradición de representación triádica confundía bajo el apelativo único de significante: por
una parte, el fenómeno físico que es el soporte del signo (stimulus),y por la otra, el modelo
abstracto cuya actualización es este fenómeno sensible.” (Klinkenberg, J. M., 2006, p. 103) Pero
si se habla de las diferencias entre un modelo y otro, cabe destacar, la manera en la que cada uno
concibe la significación es muy distinto.
“El modelo tetrádico insiste en el parentesco de estatus entre el stimulus y el referente por
una parte, y en el parentesco del significante y el significado por otra. Al hacer esto
podemos ver que la experiencia del mundo y la experiencia del sentido son dos cosas
distintas, pero que se establecen relaciones entre estas experiencias, relaciones que
estudia precisamente la semiótica. El modelo triádico, por su parte, no hace que aparezca
claramente la distinción entre estos dos tipos de experiencia, y parece sugerir que el
sentido es dependiente del referente.” (Klinkenberg, J. M., 2006, p. 103)
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III. ¿De dónde viene el sentido?
Las teorías sobre el sentido son numerosas, entre ellas también se encuentran algunas que se
ocupan de la comunicación. Sin embargo, hay una discusión que la mayoría de teorías eluden, a
saber: ¿de dónde viene ese sentido? Un interrogante que parece ir dirigido a ser respondido desde
la comunicación, pues se señala que las teorías de la comunicación parten de un principio de
convencionalidad, donde se invoca un acuerdo previo a toda comunicación y la existencia de un
código que se impondría, de modo imperativo, a los diferentes participantes del diálogo. La
anterior no es quizás el proceso comunicativo que permite profundizar en el sentido que se ha
expuesto a lo largo del texto, un sentido cuyo funcionamiento está determinado por hechos con
los que mantiene una solidaridad.
Por lo anterior, el problema a tratar debe ser reformulado, Klinkenberg propone la siguiente
pregunta: ¿cómo emerge el sentido de la experiencia? El autor desglosa entonces otra
interrogante más depurada que toma en consideración los aspectos de la semiótica abordados
hasta el momento y permite tal vez, se verá más adelante, responder a la pregunta que enmarca
esta tercera parte, nos referimos entonces a: ¿cómo puede anudarse un vínculo entre un sentido
que parece no tener fundamento físico y las estímulos físicos provenientes del mundo exterior,
estímulos que, como tales, no parecen tener sentido?
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Las reflexiones filosóficas occidentales han contribuido con dos tipos respuestas, una de tipo
idealista y otra de tipo simplista; en el primer caso, “para los idealistas son los conceptos que
están en nosotros los que hacen existir las cosas, en el segundo caso, para los empiristas, es la
existencia de las cosas la que suscita en nosotros los conceptos.” (Klinkenberg, J. M., 2006, p.
104)
“que el sentido proviene de una interacción entre los stimuli y los modelos. Ello supone
un movimiento doble que va del mundo al sujeto semiótico y de éste al mundo. En uno de
los movimientos, los stimuli se aprecian a la luz del modelo del que se dispone (yo
percibo un ser y lo clasifico dentro de la categoría «viviente» que he elaborado, o que han
elaborado para mí, o en la categoría «animal», o más precisamente en la categoría
«gato»). En el otro movimiento, es el modelo el que se modifica por los datos que
proporcionan la percepción y la observación (creo que todo lo que es animal y vive en el
agua es un «pez»; pero observaciones recientes me persuaden de que dicho pez —la
ballena o el delfín— presenta unas características que lo acercan a otros animales;
inmediatamente, reorganizo la categoría «pez», pero también la categoría en la que
integro en adelante a la ballena, porque debe ser apropiada para ubicarla; por ejemplo,
preveo una nueva subcategoría entre los mamíferos).” (Klinkenberg, J. M., 2006, p. 104)
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En la quinta y última parte, Klinkenberg se ocupa de perfeccionar la relación semiótica que hay
detrás del signo —esbozada en el segundo punto tomando como base el modelo tetrádico— a
través de tres conceptos: materia, forma y sustancia. Es un conjunto de conceptos situados en una
zona límite de la semiótica y la filosofía.
La tríada puede presentarse bajo la forma de una comparación o de una parábola. El autor la
ilustra de la siguiente manera: se toma la arcilla que es una (materia) informe, no posee un
contorno ni una extensión, permite ser moldeada por lo que se la puede poner en un molde, una
vez realizada la cocción se obtiene un ladrillo (forma). El ladrillo tiene una forma que la
geometría describe como un paralelepípedo rectángulo. Ahora bien, la figura geométrica descrita
no posee un carácter material no está en la realidad, es una abstracción, un conjunto de relaciones
constituidas por puntos, líneas y ángulos que carece de espesor. Es una idea, un modelo. En
consecuencia a lo anterior, la transformación de la materia por la forma es lo que proporciona la
(sustancia). En ese orden de ideas el resultado es la sustancia: el ladrillo, obtenido a partir de la
tierra moldeada de determinada manera para que corresponda al modelo de la forma.
Ahora bien, es necesario trasladar la imagen de la fabricación del ladrillo al mundo que nos
compete, el de la significación apoyados en el modelo tetrádico. En una primer acercamiento, se
designa por materia a un conjunto de stimuli provenientes del mundo exterior al hombre, pero
concebidos como indiferenciados y anteriores a toda estructuración. En el ejemplo que el autor
se apoya el stimuli es la visión, en donde muestra que unas ondas electromagnéticas que se
llaman luz pueden por consiguiente constituir la “materia” del signo visual. Es necesario
recordarle al lector que todo signo debe tener una base material, que le permita estimular un
sentido humano, no obstante, la materia no cumple un rol semiótico. En este caso, el de las ondas
electromagnéticas, estas no tiene significación, poseen un color pero no tiene una carga
significativa, el color es solo un nombre dado.
Vale la pena hacer una acotación importante, anteriormente se mencionó que la materia no está
limitada por una extensión, una demarcación o un contorno. Klinkenberg trae a colación el
término continuum, que en palabras del autor es un “espectro no conoce líneas de demarcación
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(...). Como tal, un continuum no puede tener sentido. Es por definición indiferenciado.”
(Klinkenberg, J. M., 2006, p. 115)
Ahora bien, ya se dijo que la materia no tiene sentido y que este no puede ocurrir, sino a través
de oposiciones estructurantes. La materia, como tal, no puede por tanto significar nada, no puede
significar más que gracias a desgloses que permitan oposiciones: gracias a unas soluciones de
continuidad. Dicho de otra manera, lo continúo es quebrado para dar lugar a lo diferenciado, a lo
discreto. Son estos desgloses, estas discretizaciones, lo que llamaremos formas.
Por otro lado, en el caso los signos plásticos, el universo de la luz, concebido idealmente como
indiferenciado y sin límites, sería la materia; el color, en tanto que abstracción, piénsese en el
rojo por ejemplo, es la forma que se le atribuye a esta materia; la sustancia es el conjunto de
actualizaciones del color a través de los objetos (un tomate, un semáforo...).
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con una manifestación gráfica dotada de espesor, incluso de color, espesor y color que no tienen
en sí ninguna pertinencia en esa semiótica.
En la definición del mensaje dada en el capítulo dos, es una sustancia cuyos aspectos materiales
provienen a la vez del canal y del referente, y que es transmitida por el emisor y recibida por el
destinatario. La simultaneidad del impacto del canal y del referente se vuelve posible por la
coincidencia de las formas de expresión y del contenido, la coincidencia está asegurada por el
código.
Forma y sustancia no son conceptos que se aplican únicamente al significante. Así como hay una
forma y una sustancia del plano de la expresión (significante), hay una forma y una sustancia del
plano del contenido (significado). “Por ejemplo, tendremos la oposición «permitido» vs
«prohibido» (oposición que, en el caso de los semáforos, corresponde al /verde/ y al /rojo/), o
«macho» vs «hembra».” (Klinkenberg, J. M., 2006, p. 117)
En una semiótica, cualquiera que sea, la materia del contenido es difícilmente concebible. En
efecto, esta materia sería el conjunto del mundo conceptual antes de toda estructuración. Tal
materia es evidentemente una suerte de postulado filosófico. La forma es el juego de las
oposiciones y de las estructuras determinadas por el sistema del contenido. Y la sustancia es el
conjunto de conceptos en tanto que están organizados por una forma dada.
Es la entrada de los signos en los sistemas y los códigos —nociones que se profundizarán más
adelante— lo que los designa como constituidos por una sustancia de la expresión o como
hechos de una sustancia del contenido. En definitiva, son los usos sociales de los signos los que
atribuyen estatus a cada uno de estos planos.
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Referencias:
- Klinkenberg, J. M. (2006). “Capítulo III: La significación” En Velasco, A. (Ed).
Manual de semiótica general. (pp. 87-118). Bogotá: Universidad de Bogotá Jorge
Tadeo Lozano.
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