Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
“ser-ahí”.
Dasein, que literalmente significa “ser ahí” y se refiere a la existencia humana y al ser
humano mismo.
Resumen
“¿Dónde estamos?” (Wo stehen wir) se pregunta Martin Heidegger hacia mediados de
1938.[1] Esta pregunta apunta en dirección de una respuesta que tiene que venir tanto
de la historia del Seyn, como de la verdad y de la diferencia del Ser. Pregunta
“directamente” por el “«lugar» dentro de un espacio de la historia, supuestamente,
conocida” por lo “ocular”. Esta percepción del mundo, del hombre y de la historia ya
ha sido destruida en Ser y tiempo por tratarse de una errónea percepción del mundo y
de la existencia, basada en una subjetividad personal que, a su vez, hunde sus raíces
en un mundo sin raíces propias, meramente intelectual, tal y como, al parecer
Heidegger lo sugiere con la figura del “sujeto trascendental” fenomenológico que
conoció a través de Husserl.
Vuelvo a Heidegger: el nuevo comienzo del Ser-Aquí como conciencia de una época
que se conoce a sí misma como “los fundadores del Dasein”. El hundimiento conlleva
esta refundación de la existencia humana contra el desarraigo de la modernidad que
viene acelerando la metafísica de acuerdo con su errado origen, según Heidegger,
que no es otro que el olvido del Seyn; olvido que corre por sus venas en calidad de
“pensamiento sin suelo”. No es baladí pensar que el modelo de existencia
heideggeriano es el de su terruño: esa unidad natural, pre-reflexiva, que forman los
árboles y su suelo. La Selva Negra ocupa, en este caso, el papel que parece que
juegan los ríos alemanes para el Hölderlin de Heidegger. Heidegger se queda en
provincias a la hora de hacer su ontología y su política porque en ese lugar se
encuentra más cerca del “origen” (“habitar poéticamente la tierra”). Ahora bien, esto es
muy discutible. “Los árboles tienen, en efecto, raíces; pero los hombres tenemos
piernas para movernos hacia donde queramos”. El aforismo es de Lichtenberg y lo
saca a la luz Savater en el libro citado para denostar el inmovilismo del nacionalismo
que no conoce otro movimiento que el que le regresa al origen. Esto nunca querrá
decir que los modernos no tengamos nuestro corazón y amemos, cómo no, nuestra
tierra; pero, a diferencia del “ser-ahí”, nosotros tenemos piernas para el
cosmopolitismo y visitar otras lenguas.
Así, pues, queda demostrado (ahora desde Cuadernos negros) que la pregunta por el
Ser siempre fue de carácter “geopolítico”[12] y, además, que la cuestión del “espíritu”
no entra en los parámetros clásicos de lo que es una idea, sino tal como lo advirtió
Emmanuel Lévinas a propósito del hitlerismo, en ese otro ámbito elemental, primario,
de la “fuerza”. La introducción del nazismo en la filosofía de Emmanuel Faye. Puede,
entonces, seguir siendo analizada y confirmada a través de esta autobiografía
filosófica y política de Martin Heidegger que merece ser leída.
Reconozco mi perplejidad, pero, tal vez, podríamos arriesgar la siguiente tesis: dado
que la pregunta fundamental de la Metafísica, “¿por qué hay «estar-aquí» y no más
bien nada?”, ya ha superado la metafísica porque le ha encontrado, por fin, un
verdadero fundamento a la filosofía que viene de su “propia” existencia como “suelo”
(“dónde”) que funge de unidad de la esencia del Seyn; pero dado que Heidegger
piensa que aún no se llega al verdadero “hundimiento” y “final” de la filosofía anterior y
que el nacionalsocialismo no se ha acabado, es posible pensar, por nuestra parte, que
la pregunta por el Ser, la pregunta por ese “nosotros” o “quiénes”, pertenece a lo que
el mismo filósofo denominó como “mismidad en transición”. Heidegger no puede
describir la respuesta a “¿Quiénes somos nosotros?” encadenados al “dónde” como
destino histórico-espiritual del Volk alemán que, a su vez, pregunta esto, porque “esto
apunta a una condición inusual del hombre que es imposible describir por aislado”.
[15] En efecto, cuando se yergue frente al “desarraigo” la pregunta-eco “¿Dónde
estamos?”, Martin Heidegger pregunta, a su vez, “¿Estamos de alguna manera?”.
Pone en cuestión al “estar” porque modernamente, aunque ya desde las matemáticas
de Platón, el ser del estar carece de “dónde”, ya que se trata de un mundo percibido a
través de ideas y de una racionalidad que no tiene “raíces” en el terruño del “ser-ahí”.
Ideas que, a diferencia de la “fuerza” del “origen” y del “dónde”, no necesitan estar en
el mismo epicentro porque pensar (pienso en la fenomenología de modo más
definitorio) es ya estar más allá de uno mismo. Al ponerse en marcha el pensamiento
dejo de estar en el “ser-ahí” y mi cerebro, qué buenas piernas, me transforma en un
nómada incansable. Frente a un no estar todavía en la unidad del suelo como única
raíz de “nuestra” existencia y de la “propia” filosofía, Heidegger profetiza una
existencia humana en unidad esencial y excluyente respecto de su tierra. El “animal
racional” es el obstáculo metafísico y político para el nuevo comienzo del Ser en tanto
estar-Aquí de la comunidad de sangre y tierra. La pregunta “¿Dónde estamos?” tal y
como aparece exigida, configurada, por la ontología de la facticidad histórica del
origen, carece de respuesta antes del final de la impropia o inauténtica filosofía. Aún
no acaba la Alemania de 1938, se queja Heidegger, de estar en el necesario
“hundimiento” de Occidente. Las preguntas que hacía Heidegger a un paso del
estallido mundial de la violencia (alusión histórica que reivindico desde el propio
pensar heideggeriano) dan cuenta del interés del propio Heidegger por su época.
¿Y si, como caracterización del ser del hombre, “estar” significa más que “estar
presente”? ¿Y si “estar” significa el acto de la estancia encarecida en el “ser-ahí” y la
perseverancia en ella? En este sentido todavía no “estamos”, sino que nos aferramos
a la vitalidad y a la racionalidad del animal rationale. [16]
Desde el punto de vista de la historia de la filosofía esta aparición del “dónde” debería
servirnos a los profesores de filosofía para explicar por qué Heidegger nunca fue
fenomenólogo. Porque como fundador del Dasein nunca pudo haber puesto al mundo
entre paréntesis. No, no se trata de un error porque nunca se lo propuso. Fue un
nacionalista desde el principio; y llegado el momento del “dónde” como fundamento
metapolítico del nuevo pensar, entre Husserl y el nacionalsocialismo eligió su versión
del “ser-ahí” porque, lo sabía al menos desde 1917, la fenomenología era una lucha
constante contra los privilegios, ya intelectuales, ya políticos, del “ser-aquí”. La
potencia filosófica que lo rechaza, la epoché, se convierto en el enemigo público
número uno a abatir. Provoca que busque asidero para la nueva Alemania en lo
menos transcendental: el hitlerismo, que, al parecer, nadie como él conocía en su
“verdad interior y grandeza”. Por lo que no solo, como todos sabemos, retiró en la
segunda edición de Ser y tiempo la dedicatoria a Edmund Husserl, sino que, ahora lo
sabemos, tenía que destruir la imagen de su maestro por ser judío al mismo tiempo
que asociaba de forma repugnante a la “metafísica” con “la cuestión judía” porque,
como dice Faye, esto no es un “error”, sino una “ignominia”.
Pero, sí, tenemos que admitirlo: Heidegger ha tenido éxito y engancha en aquellos
lugares en donde el “ser-ahí”, como en México, Sudamérica y los nacionalismos
periféricos europeos, aún siguen en el laberinto de su única y sola mismidad perdida.
Y es muy complicado dialogar críticamente con ellos porque nos han dejado atrás
para instalarse en lo que ha de venir después de la época de la imagen del mundo: el
“dónde” de la post-verdad.