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DE LA COMPRAVENTA
Y DE LA PROMESA DE
VENTA
Tomo I
Volumen 1
CAPITULO PRIMERO
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
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DE LA NATURALEZA DEL CONTRATO DE COMPRAVENTA
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
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DE LA NATURALEZA DEL CONTRATO DE COMPRAVENTA
1 Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo V, sec. 1ª, pág. 400 (considerando 2º de la sen-
sentencia de 2ª instancia).
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1 L AURENT, tomo 24, núm. 5, pág. 10; HUC, I, núm. 8, pág. 18; AUBRY ET RAU, V, pág. 2;
GUILLOUARD, I, núm. 7, pág. 14; BAUDRY-LACANTINERIE, núm. 17, pág. 11; TROPLONG, II,
núm. 6, pág. 16.
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DE LA NATURALEZA DEL CONTRATO DE COMPRAVENTA
1 ORTOLAN, Instituciones de Justiniano, tomo II, pág. 334; MAYNZ , Cours de Droit Romain, tomo
II, pág. 208; RUBEN DE COUDER, Droit Romain, II, pág. 189; SERAFINI, Instituciones de Derecho Roma-
no, tomo II, pág. 143.
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Maynz dice que la cuestión relativa a saber por qué los romanos se
limitaron a imponer al vendedor la obligación de entregar la cosa vendida
y no la de transferir la propiedad ha sido muy mal apreciada por los auto-
res, dirigiendo de este modo un reproche a los que sostienen que se debió
al formulismo romano. He aquí lo que al respecto expone el gran roma-
nista: “El enigma se explica fácilmente si se toma en cuenta el desarrollo
histórico de la sociedad romana. Imponiendo, en el origen, al vendedor la
obligación de transferir el dominio de la cosa vendida, se habría excluido
del comercio a todos los extranjeros, por la razón de que éstos eran inca-
paces de adquirir y con mayor razón de transferir el dominium ex iure Quiri-
tum. Para evitar este resultado inadmisible en el contrato de venta, ya que
éste más que cualquier otro, participaba del ius gentium, era necesario limi-
tar las obligaciones del vendedor a la tradición de la cosa, sin perjuicio de
agregar a esta simple entrega material todas las garantías que el caso exi-
gía. Entre los ciudadanos nada impedía a las partes que convinieran que la
tradición fuera precedida, acompañada o seguida de la mancipación. Pero
cuando un peregrinus intervenía en el contrato o cuando se trataba de co-
sas no susceptibles de mancipación se empleaban los medios que los pro-
gresos de la civilización no tardaron en descubrir”.1
Es posible que esta argumentación sea exacta; pero dado el carácter
formulista del Derecho Romano y el rigorismo con que exigía el cumpli-
miento de esas formalidades que, por lo demás, no abandonó ni aun en
los últimos tiempos de su existencia, no puede dudarse que si ese formu-
lismo y ese criterio riguroso no fueron la causa precisa e inmediata de
haberse considerado el contrato de compraventa únicamente como pro-
ductivo de obligaciones e incapaz de operar el traspaso del dominio, fue-
ron, por lo menos, bastante poderosas para contribuir a la creación de ese
aspecto en dicho contrato.
En fin, cualesquiera que hayan sido las causas que determinaron esa
concepción, lo cierto es que en el Derecho Romano el contrato de com-
praventa, como todo contrato, fue sólo un mero acto generador de obliga-
ciones y nunca un modo de adquirir la propiedad.
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9. Fueron los redactores del Código Civil francés quienes sentaron defini-
tivamente, como dice Baudry-Lacantinerie, la nueva doctrina que consistía
en hacer del contrato de compraventa un acto traslaticio de dominio, o en
otras palabras, que el comprador adquiriera el dominio de la cosa vendida
por el solo hecho de celebrarse el contrato sin que para ello fuera necesa-
rio la tradición.
He aquí, en consecuencia, los dos sistemas entre los cuales se dividen
los códigos modernos y que estudiaremos en su aspecto positivo, tomando
como base del sistema romano, nuestro Código y como base del sistema
francés, el Código de Napoleón.
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1 Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VIII, sec. 1ª, pág. 433. Véase en el mismo senti-
do, sentencia 2.608, pág. 1083, Gaceta, 1878.
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propiedad, según el artículo 711 del Código Civil francés. Además nada
importa no definir el contrato expresando las obligaciones que produce,
porque aparte de ir comprendida en el hecho de la transferencia, que es
el resultado final de la obligación de entregar, va subentendida en la
palabra contrato que, como sabemos, es uno de los actos jurídicos que
crean obligaciones.
Guillouard,1 Laurent,2 Baudry-Lacantinerie,3 Planiol,4 Marcadé,5 Huc,6 etc.,
sólo aceptan definiciones análogas a la indicada como las únicas compatibles
con el carácter que al contrato de venta atribuye el Derecho francés.
El carácter traslaticio de dominio que se da al contrato de venta trae
como consecuencia que, dentro del sistema que acepta esa doctrina, la ven-
ta de cosa ajena es nula. Siendo el objeto del contrato la transferencia del
dominio y pudiendo transferirlo sólo el que lo tiene, es indudable que aquel
que no es dueño de una cosa no puede obligarse a transferirla. En el Dere-
cho francés la obligación del vendedor y el efecto mismo del contrato es
transferir la propiedad de la cosa; por lo tanto, si aquél no tiene ese domi-
nio hay una imposibilidad jurídica para la validez de la convención. De ser
así, la venta no puede producir el efecto propio de ella y en tal caso adolece
de nulidad. Marcadé se expresa al respecto en los términos siguientes: “Pero
hoy que vender es operar inmediatamente el traspaso de la propiedad, es
claro que, por la fuerza misma de las cosas, yo no puedo vender lo que no
me pertenece, aquello cuya propiedad no tengo, pues no se habrá transmiti-
do a otro el derecho que no se tiene por sí mismo”.7
Antes de concluir esta materia conviene dejar establecido que aun cuan-
do la venta en el Código francés transfiere el dominio de la cosa al com-
prador, este efecto sólo lo produce entre las partes. Respecto de terceros,
éste no es dueño de la cosa mientras no se efectúe la transcripción del
contrato, si se trata de inmuebles y mientras no tenga la posesión real, si se
trata de muebles.8
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14. Resumiendo las diferencias que existen entre los dos sistemas anterior-
mente expuestos, podemos señalar las siguientes:
1 De la vente, I, núm. 6, pág. 13; HUC, X, núms. 3 y 4, págs. 9 a 13; LAURENT, 24, núm. 4,
pág. 9; AUBRY ET RAU, V, pág. 2, nota 1; BAUDRY-LACANTINERIE, núms. 11 a 14, págs. 8 a 10;
TROPLONG, I, núm. 4, págs. 5 a 16; MARCADÉ, VI, págs. 148 a 150; RICCI, 15, núm. 97, pág. 231;
LACROIX, III, págs. 141 a 144; CHARRIER JUIGNET, II, págs. 93 y 94; RAMBAUD, III, págs. 126 y
127; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núms. 8 a 13, págs. 810 y 811; MANRESA, X, págs. 19 a 23.
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CAPITULO SEGUNDO
16. Al comenzar este estudio hicimos notar que una de las características
del contrato de compraventa era su carácter consensual, es decir, que se
perfecciona por el mero acuerdo de las voluntades de los contratantes sin
que sea necesario agregarle la realización de solemnidades o la entrega de
la cosa. Ni esas formalidades externas que la ley denomina solemnidades,
ni la tradición que debe efectuarse para que el comprador adquiera el
dominio de la cosa vendida, ni la entrega del precio son requisitos esencia-
les para su formación. De aquí que el inciso 1º del artículo 1801 diga que
“la venta se reputa perfecta desde que las partes han convenido en la cosa y en el
precio”.
Es ese acuerdo de voluntades manifestado en forma indubitable sobre
la cosa que debe entregar el vendedor y sobre el precio que debe pagar el
comprador, lo que da origen al contrato y desde el momento que se pro-
duce, nacen los derechos y obligaciones para ambas partes. En una pala-
bra, el contrato queda perfecto, sin que sea necesario, ni la entrega de la
cosa ni la entrega del precio. “No es la entrega del precio, sino la conven-
ción, la que perfecciona la venta”, decía Ulpiano.1
Naturalmente antes de llegar a producirse ese acuerdo ha tenido que
realizarse un proceso jurídico tendiente a reunir ambas voluntades, proce-
so que se estudiará al analizar el requisito denominado consentimiento.
Aquí sólo bástenos saber que es el consentimiento de las partes, una
vez verificados todos los actos conducentes a obtenerlo, lo que forma en
su esencia el contrato de compraventa, consentimiento que debe versar,
según dijimos, sobre la cosa y el precio.
La ley dice que este contrato se reputa perfecto por ese solo hecho,
porque son esos requisitos, el consentimiento, la cosa y el precio, los que
constituyen la esencia misma de la compraventa. Si uno falta no puede
existir ni jurídica, ni aun materialmente este contrato. Es el cambio de
una cosa por dinero lo que constituye la compraventa y si ese cambio no
se realiza por la omisión de alguno de esos elementos, no hay venta, ni
material ni jurídicamente hablando.
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En esto se fundan algunos autores para manifestar que esos requisitos son
de derecho natural, no en la acepción que ordinariamente se da a este dere-
cho, sino para expresar que ellos constituyen por sí mismos la compraventa,
aun cuando la ley no lo hubiera dicho ni lo hubiera establecido. Se dice que
son requisitos de derecho natural, porque los establece la noción misma de la
compraventa; sin que sean una creación jurídica o legal, como ocurre con
otros que, en ciertos casos, establece la ley civil, que, aunque falten, no aca-
rrean la inexistencia material del contrato de venta. Su falta acarreará tal vez
la inexistencia del acto jurídico, pero el acto material de la compraventa exis-
te aun sin ellos porque existen y concurren todos los requisitos que bastan
para constituir ese hecho que en la práctica se denomina venta.
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FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
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Sólo un documento otorgado ante notario y que cumpla con las for-
malidades que esas leyes señalan, recibe el nombre de escritura pública y
es el único capaz de satisfacer con la exigencia que establece la ley en
ciertas ventas.
Según el artículo 1701 de ese Código los actos o contratos para los
cuales la ley ha exigido un instrumento público –la escritura pública lo es
según acaba de decirse–, se reputan no ejecutados o celebrados mientras
no se otorgue aquel instrumento. Esta disposición está confirmada por la
del artículo 1682 que establece que son nulos absolutamente los actos o
contratos en los cuales se haya omitido algún requisito o formalidad exigi-
da por la ley para el valor de los mismos en consideración a su naturaleza y
no a la calidad de las personas que los ejecutan o celebran.
De ambas disposiciones se desprende que cuando la ley exige para
ciertos actos o contratos el cumplimiento de determinadas solemnidades
en atención a su naturaleza, la disposición legal que las señala da a esos
actos o contratos el carácter de solemnes, los convierte en actos o contra-
tos que no se reputan perfectos ante la ley ni tienen existencia jurídica
mientras no se cumplan esas solemnidades, no obstante la concurrencia
de los demás requisitos legales.
En tales casos la solemnidad exigida por la ley es un elemento que
genera el contrato; no sólo sirve para probar su celebración, sino que es la
causa determinante de su existencia; de tal modo que si falta, el contrato
no existe jurídicamente.
La omisión de la solemnidad en los contratos en que la ley la exige en
atención a su naturaleza y no a la calidad de las personas que en ellos inter-
vienen no lo hace nulo absolutamente, como dice el artículo 1682, sino
inexistente. Existirá el acto material; pero el acto jurídico no existe, carece
de vida y ni la prescripción ni la ratificación posterior sanearán el defecto,
porque afecta a un elemento vital que sólo un nuevo acto podría contener.
Pues bien, en el contrato de compraventa nuestro Código Civil exige
en ciertos casos la escritura pública, en atención a la naturaleza del contra-
to y no a la calidad de las personas que lo celebran. Le da, en consecuen-
cia, el carácter de solemne y convierte a la escritura pública en la causa
determinante, en una solemnidad generadora del mismo que mientras no
se otorgue, no hay contrato, aunque haya consentimiento, cosa y precio.
En esta hipótesis, habría venta material pero no venta jurídica. La escritu-
ra pública no es, pues, en el contrato de venta un requisito necesario en
absoluto para la constitución misma del contrato, sino únicamente para su
existencia jurídica. Es un requisito que la ley lo ha elevado en ciertos casos
a la categoría de esencial, de constitutivo del contrato. De ahí que, según
el artículo 1701, su omisión no pueda suplirse por ninguna otra prueba,
considerándose en tal evento el contrato como no ejecutado. De ahí tam-
bién que, en el mismo caso, según el artículo 1682, el contrato de compra-
venta sea nulo absolutamente aun cuando, en realidad, carece de existencia
jurídica. Es más que nulo, es inexistente.
La jurisprudencia de nuestros tribunales se ha pronunciado en el mis-
mo sentido y cada vez que se encuentran en presencia de una compraven-
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FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
1 Sentencia 646, pág. 234, Gaceta 1863; sentencia 1.805, pág. 809, Gaceta 1873; sen-
tencia 2.702, pág. 1225, Gaceta 1873; sentencia 1.518, pág. 734, Gaceta 1874; sentencia
1.561, pág. 756, Gaceta 1874; sentencia 1.826, pág. 820, Gaceta 1875; sentencia 16, pág.
5, Gaceta 1877; sentencia 125, pág. 65, Gaceta 1877; sentencia 4.374, pág. 1828, Gaceta
1878; sentencia 558, pág. 369, Gaceta 1881; sentencia 606, pág. 400, Gaceta 1880; senten-
cia 449, pág. 280, Gaceta 1881, sentencia 287, pág. 171, Gaceta 1882 (considerando 2º);
sentencia 1.641, pág. 918, Gaceta 1882 (considerando 2º); sentencia 427, pág. 249, Gace-
ta 1886; sentencia 812, pág. 476, Gaceta 1887, tomo I; sentencia 414, pág. 668, Gaceta
1889, tomo II; sentencia 826, pág. 397, Gaceta 1890, tomo I; sentencia 4.581, pág. 346,
Gaceta 1897, tomo III; sentencia 1.187, pág. 962, Gaceta 1907, tomo II (considerandos 5
a 8). Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo III, sec. 1ª, pág. 161; Revista de Derecho y Juris-
prudencia, tomo V, sec. 1ª, pág. 414; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo X, sec. 1ª, pág.
27; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo X, sec. 1ª, pág. 37; Revista de Derecho y Jurispru-
dencia, tomo X, sec. 1ª, pág. 54.
2 Sentencia anotada bajo el número 3 de la palabra “compraventa” en la pág. 142 de la
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FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
24. Si se vende por escritura pública un bien raíz y los contratantes por
acto posterior otorgado en escritura privada declaran que la compra debe
entenderse hecha a favor de un tercero que la acepta, en esta última venta
hay nulidad absoluta, porque aun cuando en la primera se llenaron las
exigencias legales, esto nada significa desde que según la declaración de
las mismas partes, debía reputarse como comprador a ese mismo tercero.
La aceptación de éste no constó por escritura pública; por consiguiente,
no ha podido perfeccionarse la compraventa realizada a su favor, desde
que sólo esa escritura es la única forma en que puede constar el consenti-
miento de las partes, tratándose de un bien raíz, para que la venta se
repute perfecta. Así lo ha declarado la Corte de Apelaciones de Santiago.3
1 Sentencia 1.581, pág. 756, Gaceta 1874; sentencia 16, pág. 5, Gaceta 1877; sentencia
1.968, pág. 294, Gaceta 1894, tomo II; sentencia 4.581, pág. 346, Gaceta 1897, tomo III.
2 Sentencia, 1.518, pág. 734, Gaceta 1874.
3 Sentencia 1.187, pág. 962, Gaceta 1907, tomo II.
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27. 1º VENTA DE BIENES RAÍCES. “La venta de los bienes raíces, servidumbres y
censos y de una sucesión hereditaria, no se reputan perfectas ante la ley, mientras
no se ha otorgado escritura pública”, dice el inciso 2º del artículo 1801.
De la disposición legal transcrita aparece que la venta de todos esos bie-
nes no tiene valor jurídico alguno, aunque haya acuerdo de las partes en la
cosa y en el precio, mientras no se otorgue por escritura pública. En estos
casos, hay venta cuando el consentimiento de las partes consta por escritura
pública. Si nos fijamos en la redacción de ese artículo hallaremos la confir-
mación más evidente de lo que se dijo más arriba acerca del carácter de la
escritura pública. Ese inciso habla de valor o de perfección de la venta ante
la ley, con lo cual está manifestando que esa solemnidad sólo valida la venta
ante sus ojos, por disposición de ella, de donde se desprende que aun sin el
otorgamiento de dicha escritura existe la compraventa material. Su omisión
1 Sentencia de 13 de abril de 1917 suscrita por los ministros señores Varas, Gaete, Fós-
ter, Castillo, Benavente, Silva, Zenteno y Rojas y publicada en extracto en La Nación del 2
de mayo del mismo año.
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Pues bien, la ley, tomando en cuenta esos dos hechos, ha querido regla-
mentar cuidadosamente la manera de dar estabilidad a la propiedad para
evitar los perjuicios y los daños que pudieran resultan si no se rodeara su
constitución de ciertos requisitos que impidieran toda confusión entre los
terratenientes. Nuestro legislador pensó tal vez que dejar sometida la venta
de los inmuebles a las reglas generales de los demás contratos era muy peli-
groso, pues con ello podrían cometerse muchos abusos y suscitarse discusio-
nes y dudas de todo género. Para obviar esos inconvenientes no había otro
medio que rodear esas ventas de solemnidades que, si no hacían los abusos
imposibles del todo, los redujeran a lo menos casi a la nada. Esas solemnida-
des no podían ser otras que el medio de prueba por excelencia y el que
produce los mejores efectos ante la ley: la escritura pública.
Además, según la doctrina de nuestro Código, el contrato de compra-
venta no transfiere el dominio, como se ha dicho; éste sólo viene a adqui-
rirlo el comprador mediante la tradición que, tratándose de inmuebles, se
efectúa por la inscripción en el Registro del Conservador de Bienes Raí-
ces. De allí que esta inscripción tenga, entre nosotros, una gran importan-
cia, puesto que es la que constituye la propiedad y la que la organiza en
bases fijas y estables.
Dada, pues la importancia de la inscripción era menester buscar el
sistema más apropiado y que presentara menos inconvenientes para el ob-
jeto que se perseguía. El mejor sistema era, desde este punto de vista,
exigir la escritura pública para la celebración de todos los contratos que
importaran enajenación de bienes raíces, porque de este modo la inscrip-
ción se haría sobre la base de un documento auténtico y fehaciente. Por
esta razón, el artículo 57 del Reglamento sobre el Registro Conservatorio
exige, para que puedan efectuarse las inscripciones, que se exhiba al Con-
servador copia auténtica del título respectivo.
Tales han sido, a nuestro juicio, los motivos que indujeron al hábil
redactor del Código Civil a modificar tan radicalmente la doctrina romana
sobre este particular.
Es, por consiguiente, esencial para que la compraventa de bienes raí-
ces se repute perfecta ante la ley que el consentimiento de las partes sobre
la cosa y el precio conste por escritura pública, siendo de advertir que su
omisión acarrea la nulidad absoluta de la misma.1
1 Sentencia 646, pág. 234, Gaceta 1863; sentencia 1.805, pág. 809, Gaceta 1873; senten-
cia 2.702, pág. 1225, Gaceta 1873; sentencia 1.518, pág. 734, Gaceta 1874; sentencia 1.561,
pág. 756, Gaceta 1874; sentencia 1.826, pág. 820, Gaceta 1875; sentencia 16, pág. 5, Gaceta
1877; sentencia 125, pág. 65, Gaceta 1877; sentencia 558, pág. 369, Gaceta 1880; sentencia
606, pág. 400, Gaceta 1880; sentencia 449, pág. 280, Gaceta 1881; sentencia 287, pág. 171,
Gaceta 1882; sentencia 427, pág. 249; Gaceta 1886; sentencia 812, pág. 476, Gaceta 1887,
tomo I; sentencia 826, pág. 397, Gaceta 1890, tomo I; sentencia 1.968, pág. 294, Gaceta 1894,
tomo II; sentencia 4.581, pág. 346, Gaceta 1897, tomo III; sentencia 1.187, pág. 962, Gaceta
1907, tomo II.
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Apuntes tomados en clase de don Luis Claro, tomo II, pág. 218.
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Es así como el artículo 833 establece que “el dominio de la nave adquirida
por contrato no podrá ser justificado contra terceros sino con la escritura pública
que deberá otorgarse en un registro especialmente destinado a este objeto”. Y agrega
que esta disposición no se aplica a las naves que midan menos de 10 tone-
ladas.
Surge aquí esta cuestión: ¿puede justificarse ese dominio entre las par-
tes por otro medio que no sea la escritura pública, o mejor dicho, es la
escritura pública un requisito sin el cual no existe la compraventa de naves
o es sólo un medio probatorio del contrato?
Nos inclinamos a creer lo primero, esto es, que la escritura pública es
un requisito esencial para el contrato de venta de una nave. En otros tér-
minos, mientras ésta no se otorgue, no hay venta ante la ley. Tenemos
nuestras razones para pensar así.
Es cierto que la redacción del artículo 833 es un poco oscura y carece de
precisión. Es cierto también que este artículo sólo dice “el dominio no podrá
ser justificado contra terceros”, sin agregar nada más. En cambio, el artículo
1801 del Código Civil, al hablar de las ventas que requieren escritura públi-
ca, dice “tales ventas no se reputan perfectas ante la ley, mientras aquella no se
otorgue”.
Hay diferencia en el modo de expresarse y esto podría hacer creer que
en ambas ventas la escritura pública desempeña un rol diferente; en la
primera sería un medio probatorio y en la segunda una solemnidad esen-
cial del contrato.
No obstante la redacción del artículo 833, que pareciera ser muy
limitativa del alcance que debe darse en esta venta a la escritura públi-
ca, creemos que en la venta de naves esa escritura no es sólo un medio
probatorio, sino también una solemnidad esencial para la existencia
del contrato.
Según una regla de hermenéutica que consagra el artículo 22 del Có-
digo Civil, el contexto de la ley servirá para ilustrar el sentido de cada una
de sus partes de manera que haya entre todas ellas la debida correspon-
dencia y armonía, pudiendo ilustrarse sus pasajes oscuros por medio de
otras leyes, sobre todo si versan sobre el mismo asunto.
Aplicando este principio al caso actual, ya que el tenor literal y el espí-
ritu del legislador no son muy claros, tenemos en el Código Civil dos dis-
posiciones que vienen en ayuda de nuestra opinión. Son las de los artículos
1682 y 1701 que, aun cuando no figuran en el Código de Comercio, se le
aplican, porque según el artículo de este Código, se aplicarán las disposi-
ciones del Código Civil en todos los casos que no estén resueltos expresa-
mente por la ley mercantil.
Según el artículo 1701, la falta de instrumento público no puede su-
plirse por otra prueba en los actos y contratos en que la ley requiere esa
solemnidad; y se mirarán como no ejecutados o celebrados, aun cuando
en ellos se prometa reducirlos a instrumento público. En estos actos, este
instrumento tiene el alcance de un requisito esencial del acto o contrato,
sin el cual no puede formarse, y de ahí que su omisión produzca la inexis-
tencia y haga que se considere como no ejecutado o celebrado.
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35. ¿Qué naves deben venderse en esa forma? Según el artículo 823 del
Código de Comercio es nave toda embarcación principal sea cual fuere su
magnitud y denominación y sea de vela, remo o vapor. Cualquiera que sea
el mecanismo que ponga en movimiento a la embarcación, la materia de
que está construida, su objeto, tonelaje, magnitud, nombre, etc., su venta
deberá hacerse por escritura pública. Esto sólo tiene la excepción del inci-
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36. ¿Los aparejos de una nave deben venderse también por escritura pú-
blica? Es evidente que cuando se vende la nave completa van comprendi-
dos en la venta, no sólo por formar parte de ella, sino porque así lo dispone
expresamente el artículo 831 a menos, naturalmente, que se estipule lo
contrario.
En este caso la venta debe hacerse por escritura pública, porque el
objeto principal es la nave y no los aparejos que sólo siguen su suerte por
la razón ya expuesta. Es la nave y no los aparejos la que determina aquí las
solemnidades del contrato.
Pero cuando se venden separadamente los aparejos no es necesaria la
escritura pública, porque en tal caso pasan a ser bienes muebles, de acuer-
do con el artículo 517 del Código Civil, ya que se separaron del bien prin-
cipal a que accedían.
No podría decirse que la venta de los aparejos deba constar por escri-
tura pública por ser naves según el artículo 823 del Código de Comercio.
Esto sería un absurdo. El Código de Comercio en ese artículo no ha queri-
do decir que los aparejos sean naves, sino que ésta comprende no sólo el
casco y la quilla, sino también los aparejos y accesorios. Es decir, llama
nave a todo ese conjunto; poro no dice que cada parte de él sea una nave.
Si se sacan los aparejos, siempre queda la nave en pie y conserva su identi-
dad. En tanto que si fueran la nave misma, al retirarlos desaparecería aqué-
lla; y si también fueran naves, resultaría que cada parte de la nave debía
ser tal y en una nave habría tantas naves cuantas fueran sus partes, y esto
no es aceptable.
Los aparejos son parte de la nave, quedan comprendidos en esa pala-
bra mientras están en ella y son destinados a su servicio, maniobra o nave-
gación; pero una vez separados recuperan su carácter de objetos
independientes y toman el nombre que cada uno tiene o bien siguen de-
nominándose aparejos.
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FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
37. 6º V ENTA DE MINAS. Según el artículo 568 del Código Civil las minas
son inmuebles, de modo que aun cuando el Código de Minas no hubiera
dicho expresamente que su venta se hiciera por escritura pública, siempre
habría requerido para su validez esta solemnidad en virtud del inciso 2º
del artículo 1801.
No obstante la ley, en atención a la importancia que ellas tienen y a la
conveniencia que hay en consolidar y establecer sobre bases ciertas y dura-
deras la propiedad minera, creyó conveniente consignar una disposición
especial al respecto y de ahí que diga en el artículo 85 del Código de
Minas: “La venta de las minas no se reputará perfecta mientras no se haya otorga-
do la escritura pública”.
Como en los casos anteriores, la escritura pública tiene aquí el carácter
de requisito generador del contrato; su omisión, por consiguiente, lo vicia
de nulidad absoluta.1
La disposición del artículo 85 se aplica a todas las minas y también a
las salitreras, y no se refiere únicamente a las pertenencias que hayan sido
demarcadas, sino a todas las minas en general, ya que cualquiera que sea
el estado de las gestiones que el registrador haya hecho para constituir
definitivamente su título, el carácter y naturaleza de bien raíz que la ley
atribuye a la mina que es objeto de dichas gestiones no se altera ni modifi-
ca. En consecuencia, sea que una mina se enajene cuando haya sido sim-
plemente manifestada y registrada, o bien después de su ratificación o
mensura, la enajenación debe hacerse siempre por escritura pública. Así
lo ha resuelto la Corte Suprema.2
Sin embargo, como vimos, la venta de minas otorgada por escritura
privada no es del todo ineficaz, pues vale como promesa de celebrar este
contrato, siempre que reúna, naturalmente, las exigencias que señala el
artículo 1554 del Código Civil.
La venta de los minerales, según tendremos ocasión de decirlo más
adelante, no requiere escritura pública, porque se encuentran expresa-
mente exceptuados de esa solemnidad por el inciso final del artículo 1801
del Código Civil. La misma doctrina ha establecido la Corte de Apelacio-
nes de Santiago.3
tomo II.
47
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1
Sentencia 1.870, pág. 1969, Gaceta 1877; sentencia 909, pág. 616, Gaceta 1880; sen-
tencia 292, pág. 187, Gaceta 1881; sentencia 704, pág. 373, Gaceta 1883; Revista de Derecho y
Jurisprudencia, tomo IX, sec. 1ª, pág. 224.
2
De la vente, núm. 740, pág. 775.
48
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
50
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
43. Hay ciertas cosas que, por estar adheridas a los inmuebles, o porque
son producidas por éstos, forman parte de los mismos. Tales bienes son
por su naturaleza muebles y si la ley los reputa inmuebles es sólo por la
razón apuntada. Pero como no tienen ni la importancia de los bienes raí-
ces y como, por otra parte, pueden ser enajenados separadamente del
inmueble a que acceden, el Código los reputa muebles para el efecto de
constituir derechos sobre ellos.
De ahí que en su artículo 571 diga: “Los productos de los inmuebles y las
cosas accesorias a ellos, como las yerbas de un campo, la madera y fruto de los
árboles, los animales de un vivar, se reputan muebles, aun antes de su separación,
para los efectos de constituir un derecho sobre dichos productos o cosa a otra persona
que el dueño. Lo mismo se aplica a la tierra o arena de un suelo, a los metales de
una mina, y a las piedras de una cantera”.
Siendo muebles esos bienes es evidente que no quedan comprendidos
en la excepción del inciso 2º del artículo 1801 ya citado, porque éste solo
hace solemne la venta de bienes raíces. Por consiguiente, en virtud del
artículo 571 del Código Civil y del mencionado inciso 2º del artículo 1801,
la venta de esos productos o cosas es meramente consensual.
Sin embargo, el legislador, para evitar toda duda que pudiera surgir al
respecto, estableció expresamente que la venta de esos bienes no requiere
escritura pública para su validez. Y es así como después de enumerar los
casos en que la venta es solemne, agrega en el inciso final del artículo
1801: “Los frutos y flores pendientes, los árboles cuya madera se vende, los materia-
les de un edificio que va a derribarse, los materiales que naturalmente adhieren al
suelo, como piedras y sustancias minerales de toda clase, no están sujetos a esta
excepción”. Es decir, la venta de estos bienes no es de aquellas que deben
otorgarse por escritura pública.
Estos bienes son los que se conocen en derecho con la denominación
de muebles por anticipación y podemos decir que la venta de tales cosas es
meramente consensual, no solamente por haber sido exceptuados de un
modo expreso por la ley del carácter solemne que este contrato puede
revestir en ciertos casos, sino también porque son considerados muebles
para el efecto de su enajenación, ya que éste es uno de los actos que pue-
de conferir derechos sobre ellos a favor de terceros. La Corte de Apelacio-
nes de Santiago, fundada en esa disposición, ha declarado que la venta de
los minerales que produzca una mina no exige, para su validez, que se
otorgue por escritura pública.1
No faltará quien diga que la disposición del inciso 3º del artículo 1801
es menos comprensiva que la del artículo 571, lo que estaría demostrando
que ha tenido por objeto eximir del carácter de solemne únicamente la
venta de los bienes allí mencionados, porque si su objetivo hubiera sido
51
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
eximir la de todos los que enumera el artículo 571, le habría bastado con
referirse a él, lo que, sin embargo, no ha hecho.
Esta observación carece de todo valor, a mi juicio, porque si se leen
detenidamente ambas disposiciones, encontraremos que los únicos bienes
que el artículo 1801 no enumera de los que figuran en el artículo 571 son
los animales de un vivar.
¿Querrá decir entonces que los animales de un vivar deben venderse
por escritura pública? De ninguna manera, porque son muebles para el
efecto de constituir derechos sobre ellos, y uno de estos derechos, como
dijimos, es el dominio que, las más de las veces, se constituye por el con-
trato de venta. De modo que aun cuando nada hubiera dicho la ley res-
pecto de los bienes que señala en el inciso 3º del artículo 1801, por el
hecho de ser muebles para aquel efecto, no habrían requerido la escritura
pública, de acuerdo con lo dispuesto en el inciso 1º de ese mismo artículo.
Además, la enumeración del inciso 3º del artículo 1801 no es taxativa sino
enunciativa o descriptiva, es decir, las cosas o bienes que allí se mencionan
no son todos los que la ley ha exceptuado, sino algunos de éstos y han sido
citados sólo por vía de ejemplo.
Los animales de un vivar no requieren, pues, escritura pública para su
venta, como no la requiere tampoco ningún otro bien que se repute mue-
ble para el efecto de constituir derechos sobre ellos, aunque no figure en
la excepción del artículo 1801 ni en la disposición del artículo 571.
En la jurisprudencia de nuestros tribunales encontramos diversos casos de
ventas sobre bienes de esta especie y en los cuales, según lo han declarado los
tribunales de acuerdo con los preceptos citados, no es menester la escritura
pública. Así, la Corte de Apelaciones de Santiago ha reconocido la eficacia de
un contrato de venta de un bosque otorgada por escritura privada.1
44. Dentro de esas ideas, es muy aceptable la doctrina sostenida por mu-
chos fallos en orden a que la venta de un edificio construido en terreno
ajeno, como de cosa mueble, no requiere, para su validez, ser otorgada
por escritura pública.2
45. Los inmuebles por destinación, es decir, por estar destinados perma-
nentemente al uso, cultivo o beneficio de un inmueble, no necesitan tam-
poco, la escritura pública cuando se venden separadamente del inmueble
a que acceden. Estos bienes son muebles por su naturaleza y si se les repu-
ta inmuebles es porque están adheridos a éstos o se dedican a su explota-
ción. De ahí que sólo tengan este carácter mientras adhieran a un inmue-
ble. Si son vendidos separadamente de éste, es claro que dejan de
pertenecer al propietario del inmueble y, en consecuencia, de destinarse a
su uso o cultivo, con lo cual pierden su calidad de inmuebles para reco-
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
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1 B AUDRY-L ACANTINERIE, De la vente, núm. 19, pág. 12; FUZIER-HERMAN , tomo 28, Navire,
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
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FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
1 S ALEILLES, Etude sur la théorie générale de l’obligation d’après le premier projet de Code Civil
pour l’Empire Allemand, núm. 163, págs. 179 y 180.
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
tro. En el primer caso, las solemnidades propias del contrato de venta son
el acto escrito; y en el segundo, la entrega y la inscripción.
Esta desempeña, por consiguiente, dos roles. En el primero de los ca-
sos mencionados, sirve para efectuar la tradición únicamente; y en el se-
gundo, a más de esto, para validar el contrato de venta, o mejor dicho,
para subsanar el vicio de forma en que se incurrió al celebrarlo.
Resumiendo lo expuesto, resulta que en el Código alemán, el contrato
de venta de inmuebles es esencialmente solemne y su celebración está
sujeta al cumplimiento de ciertas formalidades cuya omisión lo vicia de
nulidad.
Respecto de la venta de una sucesión hereditaria los artículos 312 y
2371, exigen que se haga por acto escrito otorgado ante notario o ante
juez. Su omisión anula el contrato.
En cuanto a la venta de naves, el Código de Comercio alemán no esta-
blece ninguna solemnidad, sin perjuicio del derecho de cada parte para
exigir, cuando así lo desee, un instrumento legalizado de la convención
(art. 440).
47. Al comenzar este capítulo hicimos ver que en algunos casos el contra-
to de venta podía ir acompañado de otras solemnidades a más de la escri-
tura pública en aquellas en que la ley la exige.
Pues bien, esas solemnidades exigidas por la ley para algunos contratos
de ventas son las que hemos denominado especiales. Consisten en las for-
malidades que deben acompañar a ciertas ventas en atención a las perso-
nas que en ellas intervienen o a las condiciones en que se realizan.
Atendiendo a si son o no indispensables para generar el contrato de
venta, podemos dividirlas en dos grupos: unas que bastan por sí solas para
generar el contrato y que, por consiguiente, hacen innecesaria la escritura
pública aun en las ventas que requieren esta solemnidad y otras que no
tienen virtud y que, por lo tanto, deben ir siempre acompañadas de la
escritura pública en las ventas en que la ley la exige. Las primeras pode-
mos llamarlas solemnidades especiales únicas o especialísimas y las segun-
das, que son las más numerosas, podemos denominarlas solemnidades
especiales accesorias.
Al primer grupo pertenecen las que se exigen en el caso de la expro-
piación por causa de utilidad pública. Y al segundo, las que se establecen:
a) para las ventas forzadas hechas ante la Justicia; b) para las ventas de los
bienes comunes o de una sucesión; c) para las ventas de los bienes de
personas relativamente incapaces; d) para las ventas de bienes dados en
prenda o hipoteca, y e) para las ventas de terrenos de indígenas.
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FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
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FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
1 Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo XIII, sec. 1ª, pág. 232. Véase en el mismo sen-
tido y del mismo Tribunal: sentencia 1.741, pág. 9, Gaceta 1901, tomo II; Revista de Derecho y
Jurisprudencia, tomo II, sec. 1ª, pág. 325.
63
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
53. 1º. Juicios ejecutivos por obligaciones de dar. Pueden venderse en estos jui-
cios todos los bienes del deudor, sean muebles o inmuebles, corporales o
incorporales, salvo aquellos que expresamente exceptúa el artículo 466
del Código de Procedimiento Civil y las minas que, según el artículo 155
del Código de Minas, son inembargables.
Las formalidades de la venta forzada, en este caso, son diversas según
se refiera a muebles o inmuebles.
Los muebles se venderán al martillo, siempre que sea posible, sin nece-
sidad de tasación, debiendo anunciarse la venta por avisos publicados cua-
tro veces, por lo menos, en un diario del departamento y por carteles que
deben fijarse durante ocho días en el oficio del secretario. Iguales publica-
ciones se harán en el departamento en que estuvieren situados estos bie-
nes, si no fuere el mismo que aquél en que se sigue el juicio (artículos 503
y 510 del Código de Procedimiento Civil). Si los bienes son fácilmente
64
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
54. 2º. Juicios ejecutivos de menor cuantía. En estos juicios, las solemnidades de
la venta son las que señala el artículo 877 del Código de Procedimiento
Civil, a saber: a) tasación de los bienes embargados; b) publicación de avisos
con quince días de anticipación en un diario del departamento y fijación de
carteles en la puerta del tribunal por igual tiempo; c) remate realizado ante
el juez con previa citación de las partes. Como ese artículo no distingue
entre bienes muebles e inmuebles creemos que se aplica a unos y otros.
55. 3º. Juicios de concurso. En éstos se aplican las mismas reglas que rigen la
venta forzada en los juicios ejecutivos, de acuerdo con el artículo 620 del
Código de Procedimiento Civil. De modo que nos remitimos a lo dicho en
el número 53.
56. 4º. Juicios de quiebra. Se aplican en ellos, por lo que hace a la enajena-
ción de los bienes del fallido según el artículo 897 del Código de Procedi-
miento Civil, las disposiciones que rigen en el concurso y que son las mismas
del juicio ejecutivo, a que ahora nos referimos.
65
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1 Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo XI, sec. 1ª, pág. 206 o sentencia 1.055, pág.
sos). Sentencia 1.395, pág. 1149, Gaceta 1911, tomo II (omisión de avisos). Sentencia de 11
de octubre de 1913 suscrita por los ministros señores J. C. Herrera, A. Bezanilla y Salinas y
publicada en Las Ultimas Noticias del mes de octubre o noviembre de ese año. Sentencia de
3 de abril de 1913 suscrita por los ministros señores A. Bascuñán, V. Risopatrón y F. Urzúa y
publicada en Las Ultimas Noticias de ese mes (omisión de avisos y carteles). Sentencia 576,
pág. 1863, Gaceta 1913 (omisión de la tasación). Sentencia 287, pág. 903, Gaceta 1913 (omi-
sión de carteles).
3 Sentencia 1.075, pág. 608, Gaceta 1912, tomo II (omisión de carteles y avisos).
66
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
61. 5º Juicios ejecutivos sobre naves. Según el artículo 847 del Código de Co-
mercio, el remate judicial de las naves que se haga a consecuencia de un
juicio se hará con la forma y solemnidades establecidas para las ventas
judiciales, salvo las modificaciones allí establecidas. Estas consisten en que
se anuncie previamente la venta durante dieciocho días por medio de car-
teles y avisos en los periódicos. Los carteles serán fijados en los sitios acos-
tumbrados del lugar del juicio, en el puerto donde se encuentra la nave, si
éste fuere distinto de aquél y en la puerta principal de la Gobernación
Marítima. La fijación de carteles y la publicación de los avisos se harán
además constar en el expediente respectivo, so pena de nulidad.
Luego, las modificaciones se refieren únicamente a los avisos y carte-
les; respecto de la forma de la subasta, del acta de remate, etc., se siguen
las reglas del juicio ejecutivo.
Las formalidades que este artículo señala para la venta de las naves se
refieren no sólo a las ventas que se hagan por créditos contraídos por
1 Sentencia de 25 de octubre de 1905 suscrita por los ministros señores Mora, Larraín
lla y Risopatrón, publicada en Las Ultimas Noticias de los meses de octubre o noviembre de
ese año.
68
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
ellas, sino que se aplican siempre que su enajenación judicial sea necesaria
por cualquier motivo, pues se han establecido en atención a la naturaleza
misma de las naves y no a las causas que puedan originar su venta por
medio de la justicia. Esta doctrina ha sido establecida por un fallo de la
Corte de Apelaciones de Iquique.1
62. 6º. Venta de una nave por encontrarse en estado de innavegabilidad. Según
el artículo 845, la venta se hará en este caso en la forma señalada para las
ventas judiciales, por cuya razón nos remitimos a lo dicho en el párrafo
anterior.
64. 7º. Venta de una mina por falta de pago de la patente. Según el artículo 135
del Código de Minas, en el remate que se haga de una mina por falta de
pago de la patente deben llenarse las siguientes formalidades: a) se publi-
carán avisos por cinco veces en un periódico del departamento o, en su
defecto, se fijarán carteles que indiquen el día del remate; y b) el remate
se hará entre los cuarenta y cuarenta y cinco días contados desde la fecha
de la primera publicación del aviso.
Sólo esos requisitos deben llenarse en estas ventas. Luego, no son ne-
cesarias ni la tasación de las minas que se enajenan ni tampoco la notifica-
ción al dueño de éstas. Así lo ha declarado la Corte Suprema, fundada en
que el Código de Procedimiento Civil no ha derogado en esta materia al
Código de Minas.3 Este mismo tribunal ha establecido que no se requiere
para esta venta que los avisos deban contener el nombre de los dueños de
las minas, pues no importan un requerimiento sino un simple medio de
publicidad para hacer saber el remate a todos aquellos que pudieran tener
interés en la subasta.4
El mismo fallo ha declarado que las actas de remate de minas que no
hayan pagado patente deben extenderse en el registro del secretario que
69
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
65. Las disposiciones establecidas por el artículo 135 del Código de Mine-
ría para la venta de las minas que no hayan pagado la patente no constitu-
yen un juicio propiamente dicho sino un procedimiento especialísimo que
se rige por dicho Código y no por el de Procedimiento. Además, la forma
imperativa empleada por ese artículo al disponer que el remate deberá te-
ner lugar entre los cuarenta y los cincuenta días contados desde la prime-
ra publicación del aviso, importa una verdadera prohibición para que el
remate se efectúe antes de los cuarenta días ni después de los cincuenta
contados desde la fecha del aviso expresado; y como según el precepto del
artículo 10 del Código Civil son nulos y de ningún valor los actos que la
ley prohíbe, resulta que el remate efectuado antes o después de esa época
es nulo. Esta nulidad es, en consecuencia, absoluta, porque se trata de
requisitos exigidos en atención a la naturaleza del acto o contrato; luego,
puede hacerse valer en un juicio aparte y en conformidad a las disposicio-
nes del Código Civil que reglan la nulidad. Tal es la doctrina consignada
en un fallo de la Corte de Apelaciones de La Serena que aceptamos en
todas sus partes.1
70
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
1
Sentencia 737, pág. 1257, Gaceta 1911, tomo I; sentencia de la Corte de Apelaciones
de Santiago de 3 de diciembre de 1913 suscrita por los ministros señores Bascuñán, Risopa-
trón y Urzúa y publicada en Las Ultimas Noticias de ese mes; sentencia 576, pág. 1863, Gace-
ta 1913; sentencia 287, pág. 903, Gaceta 1913.
71
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1 Sentencia 288, pág. 510, Gaceta 1911, tomo I; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo
IX, sec. 1ª, pág. 139; sentencia de 5 de agosto de 1915 de la Corte de Apelaciones de San-
tiago dictada en el juicio de García Cruz con Rojas Arancibia.
2 Revista de Derecho y Jurisprudencia tomo VI, sec. II, pág. 100; Revista de Derecho y Jurispru-
dencia, tomo VII, sec. 1ª, pág. 529; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo IX, sec. 1ª, pág.
139; sentencia 2.919, pág. 1026, Gaceta 1894, tomo II.
3 Sentencia 2.545, pág. 1415, Gaceta 1881.
4 Sentencia 1.933, pág. 818, Gaceta 1869; Sentencia 1.969, pág. 890, Gaceta 1875; Sen-
tencia 5.998, pág. 383, Gaceta 1881; sentencia 2.485, pág. 1380, Gaceta 1883; sentencia 1.501,
pág. 1058, Gaceta 1892, tomo I; sentencia 2.919, pág. 1206, Gaceta 1894, tomo II; Revista de
Derecho y Jurisprudencia, tomo IX, sec. 1ª, pág. 139.
5 Sentencia 534, pág. 333, Gaceta 1884; sentencia 4.058, pág. 2613, Gaceta 1886; sen-
tencia 220, pág. 247, Gaceta 1902, tomo I; sentencia 1.098, pág. 690, Gaceta 1909, tomo II;
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo III, sec. 2ª, pág. 129; Revista de Derecho y Jurispruden-
cia, tomo II, sec. 1ª pág. 286; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo II, sec. 1ª, pág. 320;
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo II, sec. 1ª, pág. 348; Revista de Derecho y Jurisprudencia,
tomo VI, sec. 2ª, pág. 14; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VI, sec. 1ª, pág. 436; Revista
de Derecho y Jurisprudencia, tomo VII, sec. 1ª, pág. 529; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo
XII, sec. 1ª, pág. 381.
6 Sentencia 1.734, pág. 625, Gaceta 1864.
7 Sentencia 322, pág. 172, Gaceta 1885; sentencia 2.124, pág. 405, Gaceta 1892,
tomo II.
8 Sentencia 216, pág. 313, Gaceta 1909, tomo I.
72
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
cea para pagar las deudas y legados (artículos 1293 y 1294 del Código
Civil).1
II. MUEBLES. A) Se requieren ambas solemnidades en las ventas de mue-
bles pertenecientes:
1) Al desaparecido (artículo 88).
2) Al pupilo (artículos 393 y 394), a la herencia yacente, al ausente y al
que está por nacer (artículos 484, 488 y 489), siempre que sean preciosos
o tengan valor de afección; no siendo necesarias ni una ni otra, por lo
tanto, en la de los muebles que no reconocen esas calidades.2
B) Se requiere la pública subasta, únicamente:
1) Si se trata de muebles que tengan valor de afección y que venda el
albacea para pagar las deudas y legados (artículos 1293 y 1294).
2) Si se trata de cosas al parecer perdidas cuyo dueño no haya apareci-
do (artículo 630).3
70. Las solemnidades establecidas para las ventas de bienes del pupilo,4
del ausente, de la herencia yacente,5 del hijo de familia,6 del habilitado de
edad7 de la mujer casada o separada de bienes,8 del desaparecido, del que
está por nacer y de las personas jurídicas se exigen en atención al estado o
calidad de las personas. En consecuencia, su omisión produce nulidad re-
lativa y así lo han declarado los tribunales en los fallos que anotamos.
Por lo que hace a las ventas que haga el albacea sin cumplir con las
formalidades legales, la Corte de Apelaciones de Concepción ha resuelto
prudencia, tomo VII, sec. 1ª, pág. 529; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo IX, sec. 1ª,
pág. 139.
5 Sentencia 2.545, pág. 1415, Gaceta 1881.
6 Sentencia 1.969, pág. 890, Gaceta 1875; sentencia 1.501, pág. 1058, Gaceta 1892, tomo
II; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo IX, sec. 1ª, pág. 139; sentencia de la Corte de
Apelaciones de Santiago de 5 de agosto de 1915, dictada en el juicio de García Cruz con
Rojas Arancibia.
8 Sentencia 534, pág. 333, Gaceta 1884; sentencia 4.058, pág. 2613, Gaceta 1886; sen-
tencia 216, pág. 313, Gaceta 1909, tomo I; sentencia 1.098, pág. 690, Gaceta 1909, tomo II;
sentencia 220, pág. 247, Gaceta 1902, tomo I; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo II, sec.
1ª, pág. 348; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo IV, sec. 2ª, pág. 43; Revista de Derecho y
Jurisprudencia, tomo VI, sec. 1ª, pág. 436; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VII, sec. 1ª,
pág. 529; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo XII, sec. 1ª, pág. 381; sentencia 840, pág.
269, Gaceta 1906, tomo II; sentencia 785, pág. 143, Gaceta 1906, tomo II.
73
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
71. Nada impide que un mayor de edad o una persona que no está obliga-
da a cumplir esas solemnidades en la venta de sus bienes se allane a efec-
tuarlas, es decir, que publique avisos por el tiempo que ordena la ley, que
haga tasar previamente los bienes que van a subastarse y por último, que
haga la venta en pública subasta. Toda persona puede vender sus bienes
en la forma que mejor le plazca, ya que en eso consiste el derecho de
propiedad y no existiendo, por otra parte, disposición alguna que prohíba
obrar así a un individuo no se ve inconveniente para que proceda en esa
forma, desde que en derecho privado, puede hacerse todo lo que la ley no
prohíbe expresamente.
Eso sí que, en tal evento, la omisión de esas solemnidades no viciaría el
acto de nulidad, por cuanto no se trata de requisitos exigidos por la ley,
sino creados por la voluntad del vendedor, quien, naturalmente, no ha
entendido darles el carácter de esenciales.
Lo que en ningún caso podría hacerse, tratándose de bienes de perso-
nas respecto de las cuales no se exigen esas formalidades, sería proceder a
esa venta con autorización judicial o ante el Juez de Letras respectivo,
porque según el artículo 2º de la Ley de Organización y Atribuciones de
los Tribunales, el poder judicial interviene en los actos no contenciosos
cuando una ley expresa requiere su intervención. En este caso no hay
ninguna ley que faculte al juez para autorizar la enajenación e intervenir
en ella. Por consiguiente, el juez a quien se la pidiera, tendría que decla-
rarse incompetente.
74
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
75
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
76
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
“24. Que la segunda conclusión jurídica de los jueces del fondo, o sea la marcada
más arriba con la letra B, es tan errónea e inaceptable como la que se ha examina-
do en los considerandos precedentes, no sólo porque lo dispuesto en los artículos
2397 y 2424 del Código Civil son cosas que corresponden a la naturaleza del con-
trato real de hipoteca, y se entienden pertenecerle durante toda su vigencia, aun
sin necesidad de cláusula especial, sino porque ‘los contratos deben ejecutarse de
buena fe, y por consiguiente, obligan no sólo a lo que en ellos se expresa, sino a
todas las cosas que emanan precisamente de la naturaleza de la obligación o que
por la ley o la costumbre pertenecen a ella’, como textualmente lo prescribe el
artículo 1546 del Código tantas veces citado;
“25. Que, de consiguiente, todos los derechos que el contrato de hipoteca con-
fiere al acreedor hipotecario y todas las obligaciones que a virtud del mismo
pacto contrae el deudor, deben ejercerse y cumplirse hasta su solución definiti-
va, con estricta sujeción a las disposiciones que lo rigen, sin que sea lícito a
ninguna de las partes modificarlas o suspenderlas, sino en los casos expresamen-
te determinados por la ley;
“26. Que la deducción a fortiori que la sala sentenciadora pretende sacar de que
en el supuesto de no interpretarse como ella quiere el artículo 2397 del Código
Civil, sería imposible que el deudor pudiera disponer de la cosa hipotecada en
otra forma que la del remate o de la adjudicación en pago, es inexacta en dere-
cho, por cuanto ese precepto no impide que el deudor hipotecario pueda dispo-
ner libremente de su cosa por todos los medios indicados en las leyes, y el acree-
dor adquirirla, con tal sólo que no sea para cumplir con el contrato de hipoteca
celebrado entre ambos;
“27. Que siendo de orden público los mandatos prohibitivos de la ley y habiendo
además objeto ilícito en todo acto o contrato en que se incurra en tales prohibi-
ciones, la adjudicación, sin tasación previa del fundo hipotecado, hecha en favor
del Banco Garantizador, a falta de postura admisible, es nula de pleno derecho y
la justicia no pudo decretarla, aun cuando la falta de oposición del deudor pudie-
ra significar su consentimiento”.1
74. e) VENTA DE TERRENOS DE INDÍGENAS. Estas ventas se reglan por las leyes
de 4 de diciembre de 1866 y de 4 de agosto de 1874. Según ellas, los
particulares no pueden adquirir los terrenos de indígenas situados dentro
de territorio indígena sino cuando el enajenante tenga título escrito y re-
gistrado competentemente. Sólo así pueden venderse esos terrenos y en
tal caso la venta se ajustará a las disposiciones del decreto de 14 de marzo
de 1853. Diversas leyes posteriores han ampliado y restringido los límites
de lo que debe entenderse por territorio indígena para este efecto, como
igualmente, hay varias otras que han prorrogado esa prohibición de diez
en diez años hasta el año 1923.2
77
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
2º SOLEMNIDADES VOLUNTARIAS
76. Las solemnidades voluntarias, como dijimos, son aquellas que estable-
cen las partes y de cuyo cumplimiento suelen hacer depender la existencia
o validez del contrato de venta. La ley las acepta fundada en el principio
de que los contratantes son libres para estipular cuanto se les antoje con
tal que no se contravenga a las leyes, al orden público ni a las buenas
costumbres. La convención que crea dichas solemnidades no contravie-
nen ni a unas ni a otras.
Estas pueden acompañar tanto al contrato de venta solemne como al
no solemne; eso sí que en el primer caso, la escritura pública y las demás
solemnidades que establezca la ley no pueden faltar de ninguna manera.
En esta especie de venta, las solemnidades voluntarias se cumplirán a más
de las legales, desde que sin ellas no existiría. En el segundo caso, sí que
sólo deben otorgarse las primeras, porque el contrato, desde que es con-
sensual, no requiere para su perfeccionamiento ninguna formalidad legal.
Difícil será que se presente en la práctica el primero de los casos enun-
ciados, por cuanto la solemnidad más frecuente que las partes convienen
en agregar a la venta es la escritura pública o privada; y como aquélla debe
acompañar siempre a la venta solemne, resulta que ni una ni otra podrán
agregársele con el carácter de tal, la primera porque, aun sin convenio de
las partes, debe concurrir en el contrato y la segunda, porque otorgándose
escritura pública es innecesario otorgar la escritura privada. En tales con-
tratos, las solemnidades voluntarias consistirán en otros actos o formalida-
des que no sean algunas de las mencionadas.
Desde que la ley no ha limitado la facultad de las partes en lo relativo a
las solemnidades que pueden agregar al contrato de venta, es lógico acep-
tar que pueden consistir en cualquier acto externo que no sean de los
prohibidos por ella.
1 Sentencia 77, pág. 51, Gaceta 1880; sentencia 1.772, pág. 387, Gaceta 1888, tomo II;
78
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
78. El artículo 1802 tantas veces citado dispone lo siguiente: “Si los contra-
tantes estipulan que la venta de otras cosas que las enumeradas en el inciso 2º del
artículo precedente no se repute perfecta hasta el otorgamiento de escritura pública o
privada, podrá cualquiera de las partes retractarse mientras no se otorgue la escritu-
ra o no haya principiado la entrega de la cosa vendida”.
79
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
79. De lo expuesto resulta que la venta, cuando las partes han estipulado
que deba otorgarse por escritura pública o privada, es un contrato solem-
ne, cuya perfección depende, salvo el caso ya mencionado de ratificación
tácita, del otorgamiento de dicha escritura. Teniendo tal carácter, es claro
que no existe en tanto ésta no se otorgue; habrá sólo un proyecto de con-
trato, habrá actos que suponen los preliminares del mismo; pero de nin-
guna manera, existirá vínculo jurídico, ya que éste sólo nace con el
cumplimiento de dicha solemnidad. Participa, pues, la solemnidad men-
cionada del carácter de requisito generador del contrato.
Sin embargo, no faltan autores que creen que la escritura, en el caso
que ahora estudiamos, es una mera condición suspensiva de cuya realiza-
ción depende la existencia misma del contrato. Los que así piensan se
1 LAURENT, 24 núm. 129, pág. 134; BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 186, pág. 195;
HUC, núm. 2, pág. 7; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 883, pág. 954.
2 Sentencia 2.276, pág. 939, Gaceta 1878 (considerando 5º).
80
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
81
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
82
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
80. Diverso es el caso en que éstas hayan estipulado que la escritura públi-
ca o privada no tenga el carácter de requisito esencial para la existencia
del contrato, sino el de un medio probatorio, es decir de una formalidad
que debe llenarse más tarde sin que su omisión acarree la inexistencia o
nulidad de aquél. Este caso no lo contempla expresamente nuestro Códi-
go, pero ello no obsta para que tal cláusula no sea válida si se estipula,
desde que no es contraria a la ley. Además el artículo 1545 declara que
toda estipulación lícita contenida en un contrato es una ley para los con-
tratantes.
Cuando las partes han celebrado un contrato de venta, sea verbal pro-
metiendo reducirlo después a escritura pública o privada, sea por escritura
privada prometiendo otorgar más tarde la escritura pública, el contrato
83
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
81. La diferencia principal que existe entre esta estipulación y la que esta-
blece el artículo 1802, consiste en que cuando las partes dan a la escritura
el carácter de solemnidad generadora del contrato, como ocurre en este
segundo caso, éste no existe en tanto no se otorgue aquélla y por consi-
guiente, ninguna de las partes puede exigir su cumplimiento y cualquiera
de ellas puede retractarse sin estar obligada a indemnización de ninguna
especie; mientras que en el primero, el contrato, como decía Portalis, “no
es un simple proyecto, se promete agregarle una solemnidad más eficaz,
pero el fondo del contrato queda siempre independiente de esa forma. Se
puede realizar o no la promesa que se ha manifestado en orden a dar
mayor publicidad a la convención, sin que por ello se altere la sustancia de
las obligaciones contraídas”.5
La diferencia es, pues, esencial. En el caso del artículo 1802 sólo hay
contrato desde que se otorga la escritura; en el otro, desde que hay acuer-
do en la cosa y en el precio y ésta no es sino una mera formalidad destina-
da a crear un medio de prueba, pero de cuyo otorgamiento no depende,
en absoluto, su existencia.
Además, en el caso del artículo 1802, mientras no se otorgue la escritu-
ra cualquiera de las partes puede retractarse, desde que aún no hay con-
trato. Esta facultad no la tienen en el otro por la sencilla razón de que el
contrato ya está perfecto.
pág. 135; HUC, X, núm. 2, pág. 7; GUILLOUARD, I, núm. 9, pág. 19; TROPLONG, I, núm. 18,
pág. 27; MARCADÉ, VI, pág. 152.
5 FENET, XIV, pág. 112.
84
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
85
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
te decir unas pocas palabras acerca de la forma externa de esta venta. Aun
cuando en ella concurren todos los requisitos de este contrato, la ley le ha
dado, sin embargo, una denominación especial y ha hecho del mismo un
contrato diverso del de compraventa. Lo ha denominado cesión de derechos
y lo reglamenta no en el título de esta última sino en el siguiente que
titula “De la cesión de derechos”. De modo que el nombre de compraventa se
reserva únicamente para la venta de bienes corporales. De ahí que, en
realidad, su estudio no tenga cabida dentro del que ahora hacemos y si
hemos estimado conveniente referirnos a su forma externa, es solo para
dar una idea más o menos completa de las solemnidades que el contrato
de venta puede adoptar en sus diversos aspectos.
La cesión de derechos propiamente tal comprende solamente la venta
de los créditos personales, de los derechos litigiosos y de una sucesión
hereditaria. No comprende la cesión de derechos reales de que ya nos
ocupamos. Y aun entre los derechos a que se refiere este contrato, solo se
rigen por las disposiciones de este título, en lo referente a sus solemnida-
des, la de ciertos créditos personales y la de los derechos litigiosos, porque
la relativa a un derecho hereditario debe hacerse, como vimos, por escri-
tura pública.
86
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
88. Se llaman arras la suma de dinero y otra cosa mueble cualquiera que
una de las partes da a la otra en el momento de la conclusión del contra-
to.2 Pueden darse tanto en el contrato de venta solemne, como en el con-
sensual, según se desprende de los artículos 1804 y 1805 del Código Civil.3
1 BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 758, págs. 803 y 804, núm. 765, pág. 809.
2 PLANIOL , II, núm. 1.387, pág. 467.
3 Sentencia 1.822, pág. 817, Gaceta 1875.
87
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
89. El origen de las arras data del Derecho romano. Fueron los romanos
quienes les dieron los dos caracteres o significaciones diversas que pueden
tener y que les reconoce nuestro Código.
En un principio tuvieron por objeto servir de señal o prueba de la
conclusión del contrato y consistían en cierta suma de dinero o en otro
objeto mueble que, ordinariamente, era un anillo (annulus). “La suma así
dada a título de arras por el comprador, dice Ortolan, era como una parte
entregada a cuenta del precio convenido, de tal manera que ya no le que-
daría sino que pagar el resto.”3 Las arras eran, por lo tanto, una prueba de
que el contrato se había perfeccionado y de aquí por qué en tiempo de los
romanos y aun hoy, se las define como la suma u objeto que una de las
partes da a la otra en el momento de perfeccionarse la venta como prueba
de su celebración. Aunque servían para probar su conclusión definitiva,
no eran, sin embargo, necesarias para su validez, pues era válida aun sin
ellas. De aquí se desprende que fueron entre los romanos –como lo son
hoy también– una formalidad probatoria del contrato de venta pero no
generadora del mismo. Este carácter de las arras se manifiesta en una sen-
tencia de Gayo en que, comentando al Edicto Provincial, decía: “Quod
saepe arrhae nomine pro emtione datur, non es pertinet, quasi sine arrha conventio
nihil proficiat; sedut evidentius probari possit convenisse de pretio”.4
Y conservaron este aspecto de medio probatorio del contrato hasta los
tiempos de Justiniano.
ventas por razón de arras, no es porque la convención no sea válida sin ellas, sino para que
pueda probarse más claramente que se convinieron en el precio”.
5 B AUDRY -LACANTINERIE, De la vente, núm. 79, pág. 59.
88
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
91. Este doble objeto que tuvieron las arras, servir como prueba de la
celebración del contrato y como un medio de retractación, fue acogido
por la legislación española que en la ley 7ª, título V de la Partida V repro-
dujo textualmente el principio consignado en las Institutas de Justiniano.
Dice esa ley: “Señal dan los omes unos a otros en las compras, e acaesse
despues que se arrepiente alguno. E por ende dezimos, que si el compra-
dor se arrepiente, despues que da señal, que la deue perder. Mas si el
vendedor se arrepiente, despues deue tomar la señal doblada al compra-
dor, e non valdra despues la uendida. Pero si quando el comprador dio la
señal, dixo assi: que la daua por señal e por parte del precio, o por otorga-
miento, estonce non se puede arrepentir ninguno dellos, ni desfazer la
vendida que non vala”.
Reconoce, pues, esa disposición el doble carácter de las arras: ser
una facultad de retractación y ser un medio de prueba de la celebra-
ción del contrato. Por lo demás, reproduce la misma doctrina, pero
exactamente la misma del Derecho romano. Citamos el texto de las
Siete Partidas, porque para nosotros tiene importancia histórica, desde
que de ahí fueron tomada las disposiciones que sobre esta materia esta-
blece nuestro Código.
1 RUBEN DE COUDER, II, pág. 83; TROPLONG, I, núm. 138, pág. 167; G UILLOUARD, I, núm.
22, pág. 35.
89
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
trario, habilitan a las partes para poder retractarse del mismo.1 A las arras
bajo este aspecto las denominaremos arras-señal, porque, en realidad, son
entregadas como señal de que el contrato puede llegar a celebrarse.
En cambio, en el artículo 1805 se presenta como un medio probato-
rio de la celebración del contrato; en este caso las arras son una prueba
de que éste se celebró y como tal, forman parte del precio o, mejor
dicho, del contrato mismo. Por esta razón, las llamaremos arras-prueba
o parte de precio.2
Tal es la situación jurídica de las arras en nuestro Código y en su derre-
dor giran las disposiciones legales que las reglamentan. De aquí que la
definición que de ella hemos dado no guarde perfecta armonía con el
verdadero carácter que tienen en nuestro Derecho.
Dentro de las disposiciones citadas, las arras pueden definirse como la
suma de dinero u otra cosa mueble que una de las partes da a la otra,
como garantía de la celebración del contrato para reservarse el derecho
de retractarse del mismo durante ese tiempo o como prueba de que éste
se ha celebrado definitivamente.
93. De los preceptos legales que rigen la materia de las arras en el Código
Civil se desprende que la regla general es darles el carácter de una señal,
es decir, siempre que se dan arras, si nada se dice sobre su alcance, se
entiende que confieren a las partes la facultad de retractarse del contrato.
Es la misma regla del Derecho romano.
Sólo por excepción tienen entre nosotros el carácter de un medio de
prueba de la celebración del contrato. Esto ocurre cuando las partes han
convenido expresamente y por escrito en darlas como parte de precio o como
medio de prueba. De no hacerse así, presume de derecho que las arras se
han dado como un medio de retractarse. No se puede, pues, presentar en
nuestra legislación la duda de saber cuándo las arras son una cosa o son
otra, ni queda tampoco esta determinación al arbitrio de los jueces, como
ocurre en el Derecho francés.3 El Código da reglas fijas e invariables para
saber cuándo son un medio de retractación y cuándo un medio de prue-
ba. Tienen este último alcance siempre que reúnan ciertos requisitos taxa-
tivamente enumerados por la ley; a falta de ellos, se presume que las arras
son un medio de retractarse.
94. Debe tenerse presente al estudiar las arras que sólo se les aplican las
disposiciones citadas siempre que hayan sido entregadas efectivamente, es
1 B AUDRY-L ACANTINERIE, De la vente, núm. 79, pág. 58; LAURENT , tomo 24, núm. 26, pág.
37; G UILLOUARD, I, núm. 21, pág. 34; HUC, X, núm. 33, pág. 53; TROPLONG, I, núm. 141,
pág. 179; MARCADÉ, VI, pág. 179; PLANIOL , II, núm. 1339, pág. 467; POTHIER, III, núm. 497,
pág. 196.
2 BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 79, pág. 58; LAURENT, tomo 24, núm. 26, pág. 37;
GUILLOUARD, I, núm. 21, pág. 34; POTHIER, III, núm. 505, pág. 197; MARCADÉ, VI, pág. 180.
3 G UILLOUARD, I, núm. 21, pág. 35; LAURENT , 24, núm. 28, pág. 39.
90
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
95. El artículo 1803 se ocupa de las arras-señal, esto es, de las que se entre-
gan con el objeto de reservar a las partes el derecho de retractarse del
contrato. Así, por ejemplo, serían de esta especie las arras que A diera a B
como garantía de la compra de un caballo que éste le venderá sin agregar
nada más, pues el hecho que se den hace presumir la facultad de retrac-
tarse, desde que para que así no suceda es menester que concurran otros
requisitos.
Dice este artículo: “Si se vende con arras, esto es, dando una cosa en prenda
de la celebración o ejecución del contrato, se entiende que cada uno de los contratan-
tes podrá retractarse; el que ha dado las arras, perdiéndolas; y el que las ha recibido,
restituyéndolas dobladas”.
91
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
98. ¿Qué efectos producen las arras en el caso del artículo 1803? ¿Se per-
fecciona el contrato desde que se entregan las arras o éste no nace aún?
He aquí una cuestión muy discutida entre los autores. Dos opiniones hay
al respecto. Según unos, y entre ellos Guillouard1 y Colmet de Santerre,
las arras dan a la venta el carácter de un contrato perfecto bajo condición
resolutoria; aquella se perfecciona y produce inmediatamente todos sus
efectos, pero se resolverá si una de las partes quiere servirse del derecho
que las arras le confieren.
Según otros, entre los cuales figuran Baudry-Lacantinerie,2 Troplong3
y Duvergier, las arras dadas en este carácter impiden que los efectos del
contrato se produzcan inmediatamente, es decir, el contrato aún no está
perfecto. Creemos que dentro de la disposición del citado artículo 1803
esta es la única solución aceptable.
En efecto, las partes, por el solo hecho de dar las arras sin estipular
nada sobre el particular, adquieren la facultad de retractarse del contrato.
Este es el efecto primordial y único que producen al entregarse, de tal
modo que un contrato que habría producido todos sus efectos y que ha-
bría sido exigible desde el primer momento, si no se hubiera celebrado
con arras, no produce tales efectos ni se reputa perfecto si en él intervie-
nen aquellas.
Es indudable que si las partes pueden retractarse perdiendo las arras,
naturalmente, aquél no produce ningún efecto, ya que su existencia está en
suspenso. Su vida jurídica y su celebración dependen del hecho de que
aquellas no retiren su consentimiento, de que no se retracten. Este hecho es
futuro e incierto, pues no se sabe si se realizará o no. Reúne, en consecuen-
cia, el carácter de una condición. ¿Qué clase de condición es ese hecho? Si
fuera resolutoria, se retrotraerían las cosas a su estado anterior debiendo
devolverse las arras. Por otra parte, si tuviera ese carácter, los riesgos de la
cosa vendida serían de cargo del comprador desde el día del convenio, puesto
que un contrato celebrado bajo esa condición produce desde el principio
sus efectos. Esto no ocurre en la venta con arras que ahora estudiamos, pues
los riesgos son a cargo del comprador sólo una vez que vence el término
fijado por la ley o por las partes para retractarse sin que hayan ejercitado esa
facultad, es decir cuando se perfecciona definitivamente el contrato.
No siendo resolutoria la condición tiene que ser suspensiva y en reali-
dad el contrato está sujeto a una condición suspensiva negativa, pues si
alguna de las partes retira el consentimiento o se retracta, esa condición,
que consistía en no retirarlo o no retractarse, se habrá cumplido lo que
hará que el contrato no exista. Ahora, si la condición no se cumple, es
decir, si no se retira el consentimiento o no se retracta alguna parte, la
condición ha fallado y el contrato comienza a producir sus efectos, que se
retrotraen a la fecha de la convención.
92
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
99. La suerte que corren las arras dadas como garantía o señal de la cele-
bración del contrato es diversa según sea que el contrato se cumpla o no,
es decir según sea que las partes se hayan o no retractado.
1 MARCADÉ, VI, pág. 180; P OTHIER, III, núm. 503, pág. 197; BAUDRY-LACANTINERIE, núm.
82, pág. 62.
2 Digesto, libro XIX, De actionibus emti i venditi, título I, párrafo II, ley 6.
3 Sentencia 341, pág. 203, Gaceta 1892, tomo I.
4 III, núm. 502, pág. 197.
93
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
102. ¿Si uno de los contratantes se retractara haciendo uso de este dere-
cho, podría el otro exigir indemnización de perjuicios a más o en cambio
de la pérdida de las arras? Creemos que la negativa se impone.
Claro está que si las partes han estipulado otra indemnización a más o
en cambio de las arras, esa nueva indemnización se deberá también y será
exigible ya que su voluntad es ley y además la disposición del artículo 1803
no es de orden público ni afecta a terceros, de modo que pueden derogar-
la o modificarla. Sólo sienta una regla general que se aplicará siempre que
no se estipule nada al respecto.
Pero si nada han dicho las partes, el otro contratante no podría exigir
al que se retractó otra pena que la pérdida de las arras, porque es el efecto
propio de ellas, de modo que al estipularse éstas queda subentendido que
si uno de los contratantes se retracta, sólo perderá dichas arras, renuncián-
dose al mismo tiempo a toda otra acción de perjuicios. Esto es lógico,
porque, como dice Pothier “habiendo fijado la ley los daños y perjuicios
que resultan de la inejecución de la obligación del comprador sólo a la
pérdida de las arras de parte de éste y a la restitución de las mismas dobla-
das de parte del vendedor, los contratantes no pueden pretender otra in-
demnización al dar o al recibir las arras; deben contentarse con esta especie
de indemnización y entienden renunciar a toda otra”.1
103. Si una de las partes se retracta del contrato ¿podría la otra exigir su
cumplimiento? En ningún caso, porque el hecho de dar las arras implica
el derecho de retractarse, de manera que al desistirse del contrato no ha
hecho sino usar una facultad o un derecho que le acuerda la ley y cuyo
ejercicio tiene como única sanción la pérdida de aquellas. Tal exigencia
sería imposible desde que el contrato no existiría, puesto que las partes no
se ligaron definitivamente sino bajo una condición suspensiva negativa.
Como ésta se cumplió, el contrato queda en nada: no hubo consentimien-
to, ni acuerdo alguno y, por lo tanto, no puede exigirse el cumplimiento
de algo que no existe ni de una obligación que no se contrajo. Las partes
pactaron las obligaciones de dar la cosa y de pagar el precio bajo la condi-
ción de cumplirlas siempre que no se arrepintieran antes de cierta época.
Luego, si en ese tiempo se arrepintieron y retiraron su consentimiento, la
obligación se extinguió, porque se cumplió la condición de que dependía
su validez. Habrá derecho únicamente para retener las arras o para exigir-
las dobladas, que es el efecto propio de la retractación.
104. Dijimos también que el contrato puede no celebrarse por otra causa
que no sea la retractación de las partes. En efecto, puede ocurrir que los
contratantes de común acuerdo convengan en dejarlo sin efecto o que la
cosa objeto del mismo haya parecido por caso fortuito o que se haya modi-
ficado o alterado considerablemente. En todos estos casos el contrato no
se celebra, no por la retractación de una de las partes, sino por otras cau-
94
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
105. ¿En qué plazo pueden retractarse las partes? o mejor dicho ¿Cuánto
tiempo dura la facultad que tienen para retractarse del contrato? El artícu-
lo 1804 resuelve la cuestión.
Dice: “Si los contratantes no hubieren fijado plazo dentro del cual pueden re-
tractarse perdiendo las arras, no habrá lugar a la retractación después de los dos
meses subsiguientes a la convención, ni después de otorgada la escritura pública de
venta o de principiada la entrega”.
Según este artículo el plazo que las partes tienen para poder retractar-
se es legal o convencional. Es legal cuando lo fija la ley. Este plazo dura
dos meses y va subentendido en las arras siempre que las partes no estipu-
len nada al respecto. El plazo convencional es el fijado por los contratan-
tes y su duración es por el tiempo que éstos señalen.
Por consiguiente, aquellas pueden retractarse del contrato dentro de
los meses subsiguientes a la convención o dentro del plazo que fijaren. Si
venciere el señalado para este objeto o transcurrieren esos dos meses sin
que las partes hayan ejercitado su derecho, el contrato queda irrevocable-
mente celebrado.
El consentimiento que se había dado bajo la reserva de poder retractar-
se se ha otorgado, ahora, definitivamente por el transcurso de esos plazos.
106. El término legal puede también ser de más corta duración que la indi-
cada. Ello ocurre cuando se ha otorgado la escritura pública de la venta o se
ha principiado la entrega de la cosa vendida. Estos hechos importan el cum-
plimiento de la convención y es evidente que si las partes ejecutan volunta-
riamente lo convenido, quiere decir “que renuncian a la facultad de romperla
por un retracto, y dan definitivamente el consentimiento que aún no ha-
bían dado sino bajo la reserva del derecho de retirarlo”.2
Naturalmente estos actos impiden la retractación de las partes si se
ejecutan antes de transcurrir los dos meses indicados, porque una vez que
transcurran, aunque no se otorgue la escritura ni se principie la entrega
de la cosa, el contrato queda perfecto y no pueden retractarse, puesto
que, a falta de estipulación al respecto, la facultad de retractación dura ese
plazo.
1 Véase POTHIER, III, núm. 503, pág. 197; BAUDRY-LACANTINERIE , núm. 83, pág. 62; MAR-
CADÉ,VI, pág. 180.
2 BAUDRY-L ACANTINERIE, núm. 81, pág. 61; GUILLOUARD, I, núm. 24, pág. 37.
95
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
108. De manera, que cuando la ley dice que las partes no pueden retrac-
tarse una vez otorgada la escritura o principiada la entrega, se ha referido
al caso en que no hayan señalado un plazo para retractarse, en el cual éste
dura dos meses, según se ha dicho. Transcurrido ese tiempo aunque no se
ejecuten estos hechos el contrato queda perfecto y produce todos sus efec-
tos, perdiendo las partes esa facultad. Según esto, ellos ponen término al
derecho de retractarse si se verifican antes de vencidos los dos meses seña-
lados; si ocurren después, no influyen en nada. En una palabra, la ejecu-
ción voluntaria del contrato acorta el plazo que la ley fija para la retractación
de las partes; pero no lo alarga. Y es natural que así suceda, pues el objeto
de la ley ha sido señalar un término para evitar la duda en que se encuen-
tran los contratantes acerca de si aquel va o no a celebrarse. Si se realiza,
la duda desaparece, puesto que las partes ya no pueden dejarlo sin efecto.
En cambio, si la ejecución del contrato alargara el plazo fijado por la
ley, éste habría sido inútil, desde que de todos modos, sea que venciera o
no, las partes podrían siempre retractarse.
96
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
esta razón, si la venta que se celebra con arras es de aquellas que requie-
ren escritura pública, las partes conservan siempre, no obstante cualquiera
estipulación en contrario, la facultad de retractarse hasta su otorgamiento;
la pierden únicamente cuando se otorga ese documento.
Lo dicho se aplica también en todas sus partes a las ventas solemnes
por voluntad de las partes quienes, como dice el artículo 1802, pueden
retractarse mientras no se otorgue la escritura pública. La diferencia de
este caso con el anterior estaría en que si las partes dan cumplimiento al
contrato, aunque no otorguen esa escritura, perderían por aquel hecho
esa facultad, puesto que esto significaría la supresión de aquella por su
acuerdo tácito y como no era necesaria, según la ley, para su formación
resulta que quedó perfecto por ese hecho. En cambio, si el contrato de
venta es solemne por disposición de la ley, la facultad de retractarse dura
hasta el otorgamiento de la escritura sin que jamás se extinga con la entre-
ga de la cosa.
Excusado creemos decir que tanto en uno como en otro caso, la re-
tractación, según el artículo 1803, acarrea la pérdida de las arras. Así lo ha
declarado también la Corte de Apelaciones de Santiago.1
97
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
111. ¿Habría acción en este caso para exigir la entrega de las arras? Cree-
mos que sí, porque todo contrato legalmente celebrado es ley para los
contratantes y aunque el contrato en que se estipularon no tenía existen-
cia jurídica, hubo convenio sobre ellas; convenio que tiene vida propia,
desde que produce efectos que le son propios.
98
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
expresamente que al dar las arras lo hacen como señal de quedar conveni-
das o como parte de precio; y 2º Que esa intención conste por escrito.
Sería un ejemplo de arras dadas como parte de precio, el siguiente: en
el contrato de venta de un caballo se hace constar por escrito que el ven-
dedor ha entregado al comprador a cuenta del precio o como señal de
quedar convenidos la suma de $ 100.
116. En la única ocasión en que las arras entregadas como señal de quedar
convenidos los contratantes o como parte de precio, no dan constancia de haber-
se perfeccionado el contrato es cuando la venta es un contrato solemne,
como lo dice expresamente el artículo 1805. Esta venta se perfecciona por
el otorgamiento de la escritura pública y no existe mientras no se otorgue.
Si las arras dieran constancia aun en este caso de haberse perfeccionado el
contrato, se violaría el inciso 2º del artículo 1801, pues la venta solemne se
Gaceta 1883; sentencia 1.632, pág. 1209, Gaceta 1895, tomo I (considerando 3º); sentencia
4.393, pág. 197, Gaceta 1897, tomo III (considerando 4º).
99
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
119. A pesar que la redacción del artículo 1805 pareciera indicar que las
arras son las que perfeccionan el contrato de venta, debe observarse que
no es ese el valor jurídico que en realidad tienen. Las arras no son, en este
caso, un requisito generador de ese contrato, éste no se perfecciona por
su entrega, como parece desprenderse del mencionado artículo que habla
de que “la venta queda perfecta por esa entrega”.
El contrato se celebra por el acuerdo de voluntades en la cosa y en el
precio; de modo que las arras tienden únicamente a probar un hecho ya
realizado, hecho que consiste en la celebración de aquel. Las arras no son,
pues, como dice Pothier, un requisito esencial del contrato de tal modo
que no existe sin ellas.2
La prueba más evidente de lo que venimos diciendo la encontramos
en el mismo artículo 1805 que habla de arras que se dan como parte de
precio o como señal de quedar convenidas las partes. En efecto, para que
puedan darse como parte de precio, es menester que el contrato se haya
perfeccionado, porque de otro modo no hay precio.
100
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
120. ¿Qué suerte corren las arras que se dan como prueba del contrato?
Aquí no hay que distinguir como en el caso anterior, si éste se cumple o
no puesto que tendrá que cumplirse necesariamente ya que se perfeccio-
nó desde el primer momento y sin estar sujeto a ninguna condición.
En consecuencia, una vez cumplido el contrato, las arras si consisten
en dinero, se imputan al precio; y si consisten en algún objeto, o se impu-
tan a aquel si así convinieren las partes asignándoles un determinado valor
o se devuelven, una vez pagado todo el precio.1 Si el que ha recibido las
arras no quiere restituirlas, el que las dio tendría acción para exigir su
devolución.
121. Dado caso que una de las partes se negare a ejecutar el contrato, la
otra, como dijimos, podría exigir su cumplimiento o su resolución, puesto
que se halla perfecto y puede, por lo tanto, dar origen a esas acciones. Eso
sí que en este evento, el que recibió las arras estaría obligado a restituirlas,
a menos que consistieran en dinero, pues entonces podrían imputarse al
precio o a los perjuicios que el demandado adeudare, según el caso. Pero
en ningún caso las perdería ni estaría obligado a devolverlas dobladas,
porque no son una pena establecida para la retractación, sino un medio
de prueba del contrato, que se rige por reglas distintas de las establecidas
para aquellas.2
Así lo han resuelto también varias sentencias que, en caso de inejecu-
ción del contrato, ordenan la restitución de las arras.3
101
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
do por escrito que ese “pie de compra” fue pagado como parte de precio, las
Cortes de Apelaciones de Valparaíso y de Santiago han declarado que im-
porta una verdadera estipulación de arras de las que menciona el artículo
1805.1 Es claro que si el “pie de compra” no consta con arreglo a la ley
equivaldrá a las arras del artículo 1803, pues esa frase en sí nada significa.
1Sentencia 2.302, pág. 1267, Gaceta 1883; sentencia 4.393, pág. 197, Gaceta 1897,
tomo III.
102
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
124. Antes de concluir lo relativo a las arras, debemos hacer presente que
no debe confundírselas con las sumas de dinero que en algunos contratos
una de las partes da a la otra para que realice aquél cuya ejecución le ha
encargado. Tal sería el caso de un comisionista que recibe fondos para
comprar las mercaderías objeto del encargo, el de un librado que recibe
una provisión de dinero para pagar una letra de cambio, el de un manda-
tario a quien se le da dinero para que cumpla su mandato, el de un arqui-
tecto que recibe fondos para construir un edificio, etc. En esos ejemplos,
el dinero es la consecuencia necesaria del contrato celebrado, sin el cual
no podría ejecutarse. Aquél no se da como garantía de que se cumplirá o
como prueba de su celebración sino precisamente para que se ejecute,
pues de otro modo sería casi imposible cumplirlo. Por estas razones, dice
Baudry-Lacantinerie, no pueden aplicarse a esos casos las reglas relativas a
las arras, ni tampoco podría retractarse del contrato, aunque ofreciera per-
derlo, el que entregó el dinero.2
103
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
126. Pocos Códigos tienen sobre las arras una reglamentación más com-
pleta que el nuestro, pues a más de contemplar los dos aspectos que pue-
den presentar, señala los plazos en que las partes pueden retractarse cuando
se trata de arras que se dan con este objeto.
El Código francés contiene una sola disposición relativa a las arras, la del
artículo 1590, que es análoga a la de nuestro artículo 1803. Aquel se ocupa
únicamente de las arras como un medio de retractación, dejando a la volun-
tad de las partes el señalamiento del plazo dentro del cual pueden retractar-
se, plazo que, según los autores, si nada se dice al respecto, dura hasta la
ejecución del contrato.1 Y lo que es aun más curioso es que dicho Código se
ocupa de las arras con relación a la promesa de venta y nada dice sobre si
tienen o no cabida en la venta misma. Esto dio origen a arduas discusiones
entre los tratadistas. Algunos, como Pothier, sostienen que tal disposición
no es aplicable a la venta, porque se trata aquí de un contrato perfecto que
no admite el derecho de retractarse que sólo puede tener cabida en la pro-
mesa de venta que es un contrato en proyecto. En buenas cuentas, Pothier
acepta que las arras como medio de retractación pueden estipularse en un
contrato aún no celebrado pero no en uno ya perfeccionado. En este caso,
dice, pueden darse arras como prueba de su perfección.2
La doctrina de Pothier has ido duramente combatida y la opinión ge-
neral entre los autores es que la disposición que establece las arras en la
promesa de venta, se aplica también a la venta ya que, según el Código
francés, aquella tiene el mismo alcance que ésta.3
Nada dice este código sobre si las arras sirven o no como medio de
prueba de la celebración del contrato. Pero acerca de este punto todos los
comentaristas están de acuerdo en el sentido que las partes pueden darles
ese carácter. Determinar cuándo presentan este aspecto o el que señala el
artículo 1590 es un punto que queda sujeto a la apreciación de los jueces,
pues no hay en él, como en el nuestro, una disposición expresa que deter-
mine cuándo tienen uno u otro alcance. En el hecho, se dan en Francia
arras como un signo de prueba de esa celebración sobre todo en los cam-
pos, y se conocen con el nombre de épingles, pot de vin, denier a Dieu, pièce.4
El Código italiano no contiene ninguna disposición relativa a las arras.
1 BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 81, pág. 61; G UILLOUARD, I, núm. 24, pág. 37.
2 III, núm. 509, pág. 200.
3 BAUDRY -LACANTINERIE, De la vente, núm. 84, pág. 63; LAURENT, 24, núm. 27, pág. 38;
GUILLOUARD, I, núm. 20, pág. 33; HUC, X, núm. pág. 53; BÉDARRIDE, núm. 195, pág. 246;
MARCADÉ, VI, pág. 180.
4 Sentencia 470, pág. 268, Gaceta 1885.
104
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
127. La regla general establecida por nuestro Código sobre esta cuestión
es la del artículo 1806 que dice: “Los impuestos fiscales o municipales, las
costas de la escritura y de cualesquiera otras solemnidades de la venta, serán de
cargo del vendedor, a menos de pactarse otra cosa”.
Según ese artículo, si nada estipulan las partes sobre las costas del con-
trato de venta, éstas son de cargo del vendedor.2 La ley presume que fue-
ron tomadas en cuenta por éste para estipular el precio y de allí que supla
su silencio imponiéndolas a su cargo.
105
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
128. ¿A qué impuestos se refiere este artículo? Creemos que a los que se
ocasionan con la celebración del contrato, tales como los derechos nota-
riales y las contribuciones de estampillas y papel sellado y en general, to-
dos aquellos que gravan su celebración. No se refiere a las contribuciones
que pesan sobre la cosa vendida, porque éstas no forman parte de los
gastos del contrato; son accesorios de aquella y su pago incumbe al propie-
tario. Los derechos del notario, según la ley de aranceles, son cuatro pesos
por el otorgamiento de la escritura de venta y cincuenta centavos por cada
página de escritura.
Según la ley de papel sellado, timbres y estampillas de 12 de marzo de
1910, los contratos de compraventa de bienes raíces deben pagar cinco
centavos por cada cien pesos (Nº 18 del art. 3º); y la misma contribución
grava a los contratos de confección de obra material que sean de compra-
venta, en virtud del número 24 de ese artículo.
1 Sentencia del 1º de diciembre de 1916, publicada en Las Ultimas Noticias de ese mes.
Lleva la firma de los ministros señores Lagos, Marín, Vergara y Cortés.
106
FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA
130. Las costas a que se refiere el artículo 1806 son las que demande la
celebración misma del contrato de venta, esto es, el otorgamiento de la
respectiva escritura. Respecto de aquellos gastos que se hacen con poste-
rioridad a la venta, tales como la escritura de recibo otorgada por el ven-
dedor en que se acredita el pago del precio que se quedó debiendo, la
inscripción de la venta en el Registro del Conservador, etc., no pertenecen
al vendedor, pues no quedan comprendidos en la disposición legal citada
que solo se ocupa de las costas que cause la celebración del contrato. Los
gastos a que ahora nos referimos son causados por su ejecución, de modo
que el artículo 1806 es inaplicable en este punto. Siendo el comprador el
único interesado en el otorgamiento de esa escritura y en la realización de
la inscripción, es lógico que sean de su cuenta.
131. Los autores franceses creen que la disposición que determina a car-
go de quien son las costas del contrato de venta sólo rige entre las partes,
pero no se aplica a las relaciones de éstas con el notario que tiene, según
ellos, acción solidaria por sus derechos contra ambos contratantes, aun
cuando en la escritura se diga a quien corresponde su pago. Esta doctrina
se funda en que el notario es un mandatario de ambas partes, por cuya
razón hay acción solidaria en contra de estas, en virtud del artículo 2002
del Código francés.1
Esta disposición no existe en el nuestro y, por lo tanto, no podría el
notario exigir indistintamente a cualquiera de ellas el pago de sus dere-
chos. Puede exigirlos solamente de la que haya requerido sus servicios y
que, de ordinario, será el contratante a quien corresponda cubrir los gas-
tos del contrato.
132. En cuanto a las disposiciones que sobre esta materia contienen los
Códigos francés, italiano, alemán y español, puede decirse que, por regla
general, los gastos del contrato de venta son de cargo del comprador. El
Código español exceptúa de esta regla los gastos de otorgamiento de escri-
tura que son de cuenta del vendedor; pero todos los demás pesan sobre
aquél (1455). El Código alemán, siguiendo la doctrina del Código francés,
impone al comprador los gastos de escritura que demande el contrato y
sólo obliga al vendedor a satisfacer los que origine la liberación de la ins-
cripción del dominio en el Registro de Propiedades, cuando verse sobre
bienes raíces (art. 449).
1 B AUDRY -LACANTINERIE, De la vente, núm. 193, pág. 201; GUILLOUARD, I, núm. 197 IV y
197 V, pág. 228; MARCADÉ, VI, págs. 190 y 191; HUC, X, núm. 38, pág. 63; P LANIOL, II, núm.
139, pág. 49.
107
CAPITULO TERCERO
DEL CONSENTIMIENTO
1Sentencia 135, pág. 195, Gaceta 1909, tomo I. Este fallo fue sancionado por la Corte
Suprema, Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo X, sec. 1ª, pág. 211.
109
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
135. Por iguales motivos, si una persona compra a otra una determinada
cosa y en una escritura posterior declara el comprador que la compra fue
hecha en medias con un tercero que no concurrió a aceptar esa declara-
ción, ésta no puede crear vínculo alguno entre ese tercero y el vendedor,
porque no existe contrato de venta entre ambos, desde que no hubo con-
sentimiento de parte de aquél, que es el requisito esencial para que nazca
dicho contrato. En consecuencia, no habiendo contrato, no puede ese
tercero o sus herederos pretender derecho alguno sobre la cosa objeto de
la venta.
Tal es la doctrina sustentada en una interesante sentencia de la Corte
Suprema, que aceptamos en todas sus partes.3
136. Por razones de interés general, la ley exige, en ciertos casos, para el
contrato de venta el otorgamiento de la escritura pública o la celebración
de otras solemnidades que le dan el carácter de solemne. La venta como
contrato solemne no se perfecciona mientras no se otorgue la escritura
pública y mientras no se llenen las solemnidades del caso; de modo que
no basta, para su perfección el consentimiento de las partes sobre la cosa y
el precio. En él deben agregarse las solemnidades legales, pues aun cuan-
do el consentimiento de aquéllas “es indispensable para la perfección del
contrato de venta solemne, como para la de todos los demás, no basta
aquél, y no tiene ningún valor legal, si no está manifestado en la forma
prescrita por la ley”.4 Puede decirse que la ausencia de la escritura pública
en tal contrato importa la ausencia misma del consentimiento, porque
éste no tiene existencia ante la ley cuando no está manifestado en la forma
que ella indica.
En resumen, en la compraventa solemne, aunque el consentimiento
exista realmente, se reputa no haberse prestado en tanto no se otorgue la
escritura pública. Queda, pues, subordinado al cumplimiento de esa so-
lemnidad. Pero, debe dejarse bien establecido que ésta, aun cuando es un
requisito esencial de la venta, no revela la existencia del consentimiento,
pág. 339.
110
DEL CONSENTIMIENTO
como ocurría entre los romanos. Y si parece tener ese carácter es aparen-
temente, porque el contrato existe en sí sin ella. El objeto de la solemni-
dad es dar una garantía a los contratantes y los terceros; y a fin de exigir su
cumplimiento, la ley sancionó su omisión con la inexistencia de aquel,
haciendo aparecer, de este modo, esa omisión como la carencia del con-
sentimiento.1
111
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
las partes la que realiza la venta; en las otras, la voluntad de una autoridad
superior o ajena a los contratantes.
La cuestión que aquí se presenta es la de saber si en esas ventas hay o
no consentimiento. Es evidente que lo hay, pues aun cuando no sea libre y
espontáneo es, de todos modos, el resultado de una presión en la que, al
fin, tiene que consentir el individuo.
Respecto del carácter jurídico y de la concurrencia del consentimiento
del vendedor en las ventas realizadas por orden de la justicia en los juicios
ejecutivos y demás análogos, el punto ha sido resuelto por un fallo de la
Excelentísima Corte Suprema que sentó, a mi juicio, la verdadera doctri-
na. Allí se estableció que esas ventas, aunque efectuadas contra la voluntad
del deudor, eran verdaderos contratos de compraventa en los que la con-
dición de forzados es una peculiaridad procesal que no modifica ni altera
el fondo del contrato y que sólo se refiere a la manera como se otorga el
consentimiento por parte del vendedor ejecutado. He aquí los consideran-
dos pertinentes:
“13. Que en la ejecución forzada de las cosas de un deudor, hecha por mano de la
justicia, concurren todos los elementos o requisitos sustanciales que caracterizan
el contrato de compraventa; pues en virtud de dicha enajenación, la persona a
quien se ejecuta, debidamente representada por un mandatario legal, da una cosa
de su dominio a otra que la adquiere para sí, mediante una suma convenida de
dinero, todo lo cual constituye precisamente el contrato de compraventa, tal como
lo define el artículo 1793 del Código Civil;
“14. Que la condición de forzada que ordinariamente corresponde a esta clase de
ventas judiciales, es una peculiaridad procesal que no modifica ni altera el fondo
del contrato y que mira únicamente a la manera de otorgarse el consentimiento
por parte del vendedor ejecutado, sin que por tal circunstancia dejen, sin embar-
go, de recibir debido cumplimiento todos los requisitos legales que constituyen
una compraventa perfecta;
“15. Que cuando el legislador define un acto o contrato determinado, crea una
institución de derecho civil a la cual pertenecen sin distinción alguna todos los
actos o contratos que cumplan con los requisitos y condiciones señalados en la
definición, cualquiera que sea el nombre con que se les presente, o los detalles de
segundo término adoptados para su celebración, sean ellos legales, judiciales o
convencionales;
“16. Que, de acuerdo con el principio que precede, el legislador ha sido lógico al
considerar como una verdadera venta la forzada que, en pública subasta y por
mano de la justicia, se hace de los bienes de una persona, en los casos en que la
ley autoriza semejante medio de enajenación; como fue igualmente lógico al esta-
blecer entre comprador y vendedor el vínculo de derechos y obligaciones recípro-
cas que corresponde a esta clase de contratos, sin otras modificaciones que las
expresamente contempladas en la ley;
“17. Que, por otra parte, no es tampoco jurídicamente exacto, como se pretende
en el recurso, que en las ventas forzadas de que se trata, se omita el consentimien-
to del vendedor. Por el contrario, ese consentimiento existe y se prestó virtual-
mente desde el momento mismo en que el deudor ejecutado contrajo la obliga-
ción o celebró el convenio de donde emana la acción ejecutiva y la venta forzada
de sus bienes, que es su legal consecuencia; ya que con arreglo al artículo 22 de la
ley de 7 de octubre de 1861, han debido entenderse incorporadas en tales obliga-
112
DEL CONSENTIMIENTO
ciones y contratos todas las leyes preexistentes que autorizaban ese medio com-
pulsivo de pago;
“Y de ahí es que en los juicios de esta naturaleza, cuyo objeto no es otro que el de
obligar a un deudor a cumplir con un compromiso libre, voluntariamente con-
traído, autorice la ley al propio juez del pleito para representar al acreedor venci-
do en el acto de la venta, y para otorgar en su nombre el consentimiento necesa-
rio, sin otras formalidades o condiciones de validez que las determinadas en la ley
respectiva para la correcta sustanciación del juicio”.1
La doctrina aquí sustentada guarda completa conformidad con las ideas
expuestas por los tratadistas. Así, por ejemplo, Baudry-Lacantinerie, estu-
diando el alcance que, en Derecho, tiene esta venta, dice: “Se objeta que
la venta supone el consentimiento del propietario y que el ejecutado no
puede ser considerado como vendedor, puesto que la venta se realiza con-
tra su voluntad. Es cierto que vende a pesar suyo, que el tribunal lo obliga
a ello a petición del acreedor ejecutante; pero no es menos cierto que él
vende: su consentimiento se suple por la decisión de la justicia. Esto basta-
ría para que su rol de vendedor fuera cierto. Hay más aún. Por el hecho
de obligarse hacia el acreedor, consintió de antemano en todas las conse-
cuencias que podía acarrearle su obligación; al conceder a sus acreedores
un derecho de prenda general sobre sus bienes, autorizó implícitamente
la realización de esa prenda si era necesaria para pagarla y de este modo,
el acreedor que ejecuta, hace vender los bienes del deudor en virtud del
mandato tácito conferido por éste.2
“La venta forzada hecha en una ejecución, agrega Guillouard, es efec-
tivamente una venta como cualquiera otra, en la que el ejecutado juega
el rol de vendedor; es cierto que no consiente en la venta en el momento
en que se realiza y es por esto que la venta es forzada, pero ha consentido
antes, al tiempo de convertirse en deudor. En este instante, dio a su
acreedor frente al cual se obligaba, un derecho de prenda general sobre
todos sus bienes y le confirió el derecho de hacerlos vender al vencimien-
to de su deuda, si ésta no era pagada. Cuando el acreedor ejecuta y hace
vender los bienes de su deudor, procede como su mandatario, como sub-
rogado en sus derechos; es el deudor ejecutado quien vende por inter-
medio de su acreedor y en virtud de los derechos que le confirió a éste”.3
Finalmente, Manresa se expresa así: “Se ha dicho que en estos casos de
ventas forzadas no hay verdadera venta, o que, en último término, es la
justicia la que vende; pero esto no pasa de ser más que una figura retórica.
Imposible privar al acto de su naturaleza de compraventa. Cierto que el
vendedor no vende por su voluntad; pero él vende, al cabo, en virtud de
una necesidad legal y una necesidad legal no es un motivo ilícito. Cierto
que el vendedor no percibe el precio, o si percibe algún sobrante, no lo
percibe entero; pero su importe se emplea en pagar a sus legítimos acree-
1
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VI, sec. 1ª, pág. 266.
2
De la vente, núm. 355, pág. 356.
3
De la vente, I, núm. 318, pág. 337.
113
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1 X, pág. 174.
2 Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VI, sec. 1ª, pág. 432.
114
DEL CONSENTIMIENTO
1 BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 21, pág. 14; AUBRY ET R AU, V, pág. 3; LAU-
RENT, tomo 24, núm. 6, pág. 10; GUILLOUARD, I, núm. 10, pág. 22; FUZIER-HERMAN, tomo
36, Vente, núm. 63, pág. 814.
2 III, núm. 34, pág. 15.
3 Digesto, libro 18, título 1º, párrafos 9 y 10, de ULPIANO y PAULO respectivamente.
115
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
aplicación de las reglas generales que sobre el error establece nuestro Có-
digo en sus artículos 1453 y 1454, que es el vicio que puede impedir, en
ciertos casos, la formación del contrato de venta por no existir, a causa de
él, el triple acuerdo de las partes acerca de la cosa, del precio y de la venta
misma.
141. El consentimiento debe existir, ante todo, con relación a la cosa que
es objeto del contrato.
La falta de consentimiento sobre la cosa que se vende puede producir-
se de dos maneras. En primer lugar, no existe acuerdo a este respecto
cuando uno de los contratantes entiende vender una cosa y el otro com-
prar otra diversa. En este caso no hay venta, porque habría error acerca de
la identidad específica de que se trata. No existiría el consentimiento, se-
gún lo dispone el artículo 1453 del Código Civil. Por esta razón decía
Ulpiano que si una parte creía que compraba el fundo Corneliano y la
otra que vendía el Semproniano, no había venta, pues no hubo consenti-
miento acerca de la identidad de la cosa.1 Igualmente si creo vender un
sombrero de paño y B entiende comprar un bastón, tampoco hay venta,
porque no hay acuerdo acerca de la identidad de la cosa que es objeto del
contrato.
En una palabra, siempre que haya error acerca de la identidad de la
cosa, es decir, acerca de ser exactamente una misma y no otra la cosa que
ambas partes entienden vender y comprar respectivamente, no hay con-
sentimiento sobre la cosa y, por consiguiente, contrato de venta.
En segundo lugar, tampoco hay consentimiento sobre el objeto, o sea
sobre la cosa vendida, cuando las partes, aunque de acuerdo sobre el cuer-
po que se vende, no lo están sobre la materia que constituye su sustancia o
esencia. El consentimiento está viciado aquí, porque recae sobre la sustan-
cia o calidad esencial del objeto que es materia del contrato de venta, vicio
que, según el artículo 1454 del Código Civil, produce la nulidad absoluta
del mismo.
La sustancia o calidad esencial del objeto no son sino las cualidades
que los contratantes o uno de ellos han tenido principalmente en vista
para contratar; de tal modo, que sin ellas, no lo habrían hecho. Así, cuan-
do A vende un saco de cebada que B toma por trigo, hay error acerca de
la sustancia de la cosa vendida; y el contrato de venta no existe.
A este mismo caso se refiere Ulpiano en los siguientes ejemplos: si el
vinagre se vende por vino, el cobre por oro, es nula la venta, porque se
erró en la materia o en la sustancia de la cosa.2
Ejemplos análogos son éstos: cuando A cree comprar un reloj de oro
que es de cobre; cuando una persona cree comprar un cuadro de Murillo,
siendo que es una imitación; cuando compro un objeto de arte, creyéndo-
lo antiguo y resulta ser de fabricación reciente y si lo compraba era solo
116
DEL CONSENTIMIENTO
142. Para que haya venta es necesario, en segundo término, que el con-
sentimiento de ambas partes recaiga sobre el precio que se paga por la
cosa vendida.4 Tres casos pueden presentarse:
1º. Ambas partes están de acuerdo acerca del precio de la venta, es
decir, el precio por el cual una entiende comprar es el mismo que aquel
por el cual la otra entiende vender. En este caso no hay duda alguna y el
contrato de venta existe en todas sus partes, porque el consentimiento de
los contratantes está acorde acerca de todos sus elementos;
2º. Una de las partes entiende vender por un precio mayor que aquel
por el cual otra entiende comprar. Aquí no hay consentimiento sobre el
precio, pues ambas se refieren a sumas diversas; en consecuencia, no hay
contrato de venta;5
117
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DEL CONSENTIMIENTO
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
122
DEL CONSENTIMIENTO
este respecto el siguiente caso que fue fallado en ese sentido por la Corte
de Bensançon: “Las partes, aunque de acuerdo sobre todos los demás pun-
tos del contrato, habían redactado para constatar la venta una escritura
privada en la cual se habían reservado el derecho de fijar, en el momento
del otorgamiento de la escritura pública, los plazos del pago. La Corte
indicada decidió, con justa razón, que no había venta mientras las partes
no fijaran esos plazos”.1
El Código alemán también resuelve este caso expresamente en la parte
final del inciso 1º del artículo 154 que dice: “Un acuerdo sobre puntos
aislados no es obligatorio aun cuando haya sido consignado por escrito”.
Es evidente que en el ejemplo citado hay acuerdo únicamente sobre algu-
nos puntos y no sobre todos y de ahí por qué el Código alemán emplea la
palabra aislado. Meulenaere, un comentador de aquel Código, dice que
esta disposición fue consignada con el objeto de destruir el principio con-
trario que establecían otros códigos según el cual cuando los contratantes
están de acuerdo sobre los puntos esenciales, el contrato es válido, aunque
se hayan reservado para después la resolución del resto.
Esto prueba una vez más la aseveración que hicimos en orden a que
esa disposición del Código alemán resuelve el caso indicado, porque pu-
diera creerse que por emplear la expresión “puntos aislados”, no se refi-
riera al caso en que falte el acuerdo sobre un punto accidental sino a
aquel en que solo hay estipulaciones sueltas. Los Códigos sajón (art. 827)
y austríaco (885) aceptan el principio contrario al Código alemán, o sea,
consideran como contrato perfecto el acuerdo de las partes que fija los
puntos esenciales, aunque la resolución del resto quede para una con-
vención posterior.
123
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
esa eventualidad. Pero si las bases que no fueron leídas se refieren a otras
condiciones que, de ser conocidas del subastador, lo habrían decidido tal
vez a no comprar, no le afectan porque respecto de ellas no dio su consen-
timiento. Si una de las condiciones de la subasta que no se leyó establece
que la entrega de la cosa vendida se hará seis meses después del remate,
¿podría exigirse que el subastador acatara esa cláusula? No, porque no la
conoció al tiempo de rematar y no puede obligársele sin su voluntad que
no existió respecto de esa condición.
En resumen, el subastador sólo está obligado a cumplir con las bases
que le han sido leídas y no con las demás a menos que las omitidas sean
de aquellas que, salvo pacto en contrario, se subentienden siempre en el
contrato de venta por disposición de la ley.
¿Y si el subastador es uno de los herederos de la sucesión a que perte-
nece el bien subastado? En este caso, la cuestión cambia de aspecto, por-
que el heredero ha asistido a los comparendos, ha suscrito las actas que de
ellos se han levantado y ha contribuido a fijar las bases del remate; de
modo que aunque algunas no se lean en el momento de la subasta, siem-
pre son obligatorias para él que las conocía de antemano.
Por otra parte, en este caso no hay venta sino adjudicación, por lo que
no puede decirse que no ha habido concurso de voluntades, desde que
éste no es necesario, ya que no hay contrato sino determinación de la
persona a quien pertenece en definitiva un derecho que poseía en común
con otras.
124
DEL CONSENTIMIENTO
1 Sentencia 2.465, pág. 1478, Gaceta 1885 (considerando 11); sentencia 2.093, pág. 1466,
tencia 2.465, pág. 1478, Gaceta 1885; BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 26, pág. 18.
125
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
150. Para que la aceptación que sigue a la oferta cree el vínculo jurídico
denominado contrato es menester que aquella se produzca siempre que la
oferta persista, porque puede ocurrir que sea retirada o que quede sin
efecto por la muerte del proponente. Si la aceptación se da cuando la
oferta ha sido retractada o cuando ya ha muerto su autor, de nada sirve y
no hay contrato, por cuanto no ha habido concurso de voluntades.1
1 BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 27, pág. 18; P LANIOL, II, núm. 977, pág. 335;
POTHIER, III, núm. 32, pág. 13; TROPLONG, I, núm. 23, pág. 34; BÉDARRIDE, núm. 101,
pág. 140.
2 BAUDRY-L ACANTINERIE, Des obligations, I, núm. 31, pág. 44; De la vente, núm. 27, pág.
18; P LANIOL, II, núm. 978, pág. 335; TROPLONG, I, núm. 23, pág. 34; FUZIER-HERMAN, tomo
29; Obligations, núm. 15, pág. 6; núm. 29, pág. 7; GUILLOUARD, I, núm. 11, pág. 23; BÉDA -
RRIDE, núm. 102, pág. 141.
3 B AUDRY -LACANTINERIE, De la vente, núm. 30, pág. 20; Des obligations, núm. 28, pág. 36;
FUZIER-HERMAN, tomo 29; Obligations, núm. 15, pág. 6; SALEILLES, obra citada, núms. 138 a
142, págs. 142 a 149.
126
DEL CONSENTIMIENTO
1 P LANIOL, I, núm. 971, pág. 334; P OTHIER, III, núm. 32, pág. 13; BAUDRY -LACANTINERIE,
Des obligations, I, núm. 48, pág. 78; MAYNZ, III, pág. 151; FUZIER-HERMAN, tomo 29, Obligations,
núm. 55, pág. 9.
2 FUZIER -HERMAN, ídem, núms. 56 y 57, pág. 9.
3 P LANIOL, II, núm. 971, pág. 334; B AUDRY-L ACANTINERIE, locución citada en nota 1.
4 FUZIER -HERMAN, ídem, núm. 58, pág. 9.
5 B AUDRY -LACANTINERIE, Des obligations, I, núm. 43, pág. 72; FUZIER-HERMAN , tomo 29,
MAN, tomo 29, Obligations, núms. 60 a 64, pág. 9; GUILLOUARD, I, núm. 7, pág. 30.
7 Des obligations, núm. 44, pág. 73.
127
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
128
DEL CONSENTIMIENTO
158. Dijimos que también eran contratos entre presentes los que se cele-
braban por intermedio de un corredor o de mandatarios. Son tales, por-
que en ambos casos las partes o sus representantes se encuentran en
presencia una de otra. El artículo 106 del Código de Comercio establece a
este respecto que el contrato propuesto por intermedio de un corredor se
tendrá por perfecto desde el momento en que los interesados acepten
pura y simplemente la propuesta, sujetándose naturalmente a lo dispuesto
en el artículo 97 en cuanto a la época de la aceptación.
Por lo que respecta al contrato de venta celebrado por mandatarios no
hay ninguna novedad, puesto que, según el artículo 1448 del Código Civil,
lo que una persona ejecuta a nombre de otra, estando facultada por ella o
por la ley para representarla, produce respecto del representado iguales
efectos que si hubiese contratado ella misma. Eso sí que para que los actos
del mandatario obliguen al mandante, aquél debe obrar dentro de la órbi-
ta de sus atribuciones y tratándose del contrato de venta, deberá comprar
o vender las cosas por el precio y en las condiciones que se le hayan fijado,
según lo dispuesto en el título del mandato en el Código Civil y tratándose
de ventas comerciales, según lo dispuesto en los artículos 291 a 317 del
129
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
159. Los contratos entre ausentes pueden celebrarse por carta, por men-
sajeros, por telegramas, cablegramas, marconigramas, etc. Lo que los ca-
racteriza es, como dice Baudry-Lacantinerie, que la voluntad manifestada
por cada una de las partes no es conocida en el acto por la otra y no llega
directamente a su conocimiento por medio de la persona que la da.
Es decir, los contratos entre ausentes son aquellos en que ambas partes
contratantes no se hallan una en presencia de la otra y en los que siempre
hay un intervalo de tiempo entre la oferta y la aceptación. Se requiere,
pues, la existencia de esas dos condiciones, la no presencia de las partes y
un intervalo entre la oferta y la aceptación, para que haya contrato de
venta entre ausentes.
El artículo 98 del Código de Comercio distingue dos especies de con-
tratos entre ausentes, según sea que la persona a quien se dirige la oferta
resida o no en el mismo lugar en que reside el proponente.
En atención a la época en que debe darse la aceptación, estos contra-
tos pueden celebrarse otorgando un plazo para que se la dé o no señalan-
do ninguno, en cuyo caso debe producirse en la época fijada por la ley.
160. Dice el artículo 98: “La propuesta hecha por escrito deberá ser aceptada
dentro de veinticuatro horas si la persona a quien se ha dirigido residiere en el
mismo lugar que el proponente, o a vuelta de correo, si estuviera en otro diverso”.
En ambos casos, la ley ha fijado un plazo para que el aceptante respon-
da si acepta o no la oferta. El oferente está, pues, obligado a esperar la
respuesta de la persona a quien le dirigió la propuesta durante veinticua-
tro horas en uno de ellos o a vuelta de correo en el otro.
“Vencidos los plazos indicados, agrega el inciso 2º, la propuesta se tendrá por
no hecha, aun cuando hubiere sido aceptada.”
El Código alemán consagra este mismo principio. El Código francés
no fija plazo alguno y, por lo tanto, la aceptación podrá hacerse válida-
mente mientras la oferta no haya sido retirada.
Naturalmente, si la aceptación que llega después de esos plazos es acep-
tada por el proponente, hay contrato, ya que éste ha dejado subsistente su
oferta. La disposición legal tiene por objeto establecer que, vencidos ellos,
el proponente no está obligado a aceptar la respuesta del aceptante; pero
nada se opone a la existencia del contrato si no se acoge a esa disposición
establecida en su beneficio. Si el proponente acepta la respuesta extempo-
ránea quiere decir que renuncia a la disposición del artículo 98 y el con-
trato queda perfecto.
130
DEL CONSENTIMIENTO
131
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
162. Para que el contrato de venta se perfeccione, dijimos que era menes-
ter que la aceptación se produjera antes que el oferente hubiera retirado
su oferta que tiene una duración diversa, según sea que se haga o no con
un plazo para ser aceptada. Aquí hablaremos de la oferta que no lleva
plazo convencional alguno sino solamente el que fija la ley.
Cuando así ocurre, el proponente puede arrepentirse en el tiempo
medio entre el envío de la propuesta y la aceptación, arrepentimiento que
no se presume y que debe darse a conocer al aceptante.
Si la aceptación se produce una vez que el proponente se retractó de
su oferta el contrato no existe, porque no hubo concurso de voluntades
puesto que al dar el aceptante su consentimiento, el oferente había retira-
do el suyo.1 Del mismo modo, si entre la oferta y la aceptación muere el
proponente o le sobreviene alguna incapacidad, el contrato tampoco pue-
de perfeccionarse; su consentimiento ha desaparecido y no puede haber
concurso de voluntades.2 En el Código alemán, como vimos, la muerte o
incapacidad del proponente antes de la aceptación no extingue la oferta y
el contrato se forma a pesar de ella (art. 153). Esto se debe a que la oferta
por sí sola constituye un vínculo jurídico en esa legislación.
La oferta debe persistir hasta el momento de la aceptación para que el
contrato de venta pueda formarse: si su autor se retracta de ella o caduca,
no puede perfeccionarse. Naturalmente tanto la retractación como la muer-
te o incapacidad del proponente deben ocurrir en el intervalo entre el
envío de la oferta y la aceptación. Una vez dada ésta el contrato se forma,
según nuestro Código, y ni la retractación ni la muerte o incapacidad de
aquel tienen valor alguno. El oferente, en el primer caso, y sus herederos
en el segundo, están obligados a cumplirlo. No puede verificarse la retrac-
tación después de dada la aceptación porque ya hay contrato y éste sólo
puede dejarse sin efecto de común acuerdo.
1 G UILLOUARD, I, núm. 13, pág. 25; B AUDRY -LACANTINERIE, De la vente, núm. 31, pág.
21; Des obligations, I, núm. 31, pág. 44; TROPLONG, I, núm. 23, pág. 34; FUZIER-HERMAN , tomo
29; Obligations, núms. 30 a 32, pág. 7; tomo 36, Vente, núm. 127, pág. 817.
2 B AUDRY-L ACANTINERIE, Des obligations, I, núm. 31, pág. 45; GUILLOUARD, I, núm. 14,
pág. 26; TROPLONG, I, núm. 23, pág. 34; FUZIER-HERMAN, tomo 29; Obligations, núms. 35 y
36, pág. 7.
132
DEL CONSENTIMIENTO
133
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
dije, y era la de Pothier quien la derivaba del principio que nadie puede
sufrir por el hecho ajeno.1
Mucho se ha discutido acerca de esta responsabilidad que tiene el pro-
ponente en caso de retractarse, discusión que entre nosotros carece de
importancia porque la ley resuelve la cuestión.2 Baudry-Lacantinerie y Lau-
rent creen que, a falta de disposiciones legales, no procede la indemniza-
ción de perjuicios, por cuanto no tiene ninguna base jurídica.3
También se ha discutido acerca del fundamento de la obligación de
indemnizar daños y perjuicios y las opiniones están muy divididas. Pothier,
como vimos, la derivaba de la regla de equidad que nadie puede sufrir por
el hecho ajeno. Baudry-Lacantinerie combate esta opinión y la considera
desprovista en absoluto de todo valor. Se funda en que si el aceptante
tiene derecho a la indemnización de perjuicios, esto hace suponer que ha
habido culpa por parte del proponente, lo que es inaceptable, puesto que
éste al retractarse no ha hecho sino usar de su derecho; luego, no tiene
por qué indemnizar los perjuicios que pueden resultar del ejercicio legíti-
mo de ese derecho.4
Otros autores, como Valéry, buscan el fundamento de esta obligación
del proponente en el uso, que la hizo necesaria para envalentonar a los
que contrataban por correspondencia.
Ihering, por su parte, sostiene que ese fundamento está en la culpa
contractual que proviene del proponente y llega a esta conclusión median-
te un forzado raciocinio jurídico, hijo sólo de su talento, pero no de la
lógica ni de los principios de Derecho.
Según él, “cuando la oferta es aceptada, la convención que entonces se
forma implica un pacto por el cual el proponente se comprometió a res-
ponder a la otra parte de toda falta por él cometida a propósito de la
formación del contrato y que traería su nulidad o imperfección. Esta falta
debe ser apreciada con relación al contrato de que se trata y, como es
causada en virtud de la convención, tiene el carácter de contractual. En
consecuencia, en este caso, retirando el proponente su oferta, desde que
su retractación puede dañar a la otra parte, comete una falta relativa a la
formación del contrato e incurre en la responsabilidad indicada”.5
La argumentación de Ihering no tiene base alguna. En efecto, parte
del principio que la oferta, al ser aceptada, se transforma en contrato per-
fecto. Esto es inexacto porque habiendo el oferente retirado la oferta an-
tes de la aceptación, aunque ésta se produzca, no hay contrato, pues no
hay concurso de voluntades. No puede haber, por lo tanto, responsabili-
dad contractual.
134
DEL CONSENTIMIENTO
1 BAUDRY-LACANTINERIE, Des obligations, I, núm. 32, pág. 46; FUZIER-HERMAN, tomo 29,
Obligations, núm. 38, pág. 7.
135
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
166. La oferta puede hacerse también señalando un plazo dentro del cual
debe producirse la aceptación. De ser así, ésta sólo puede darse válida-
mente dentro de dicho plazo.
Si éste vence sin que la aceptación se haya producido la oferta queda,
por ese solo motivo, sin valor alguno, desde que el consentimiento del ofe-
rente se dio solamente por un plazo limitado. Si la aceptación se produce
fuera de él, ya no existe el consentimiento del proponente y no puede ha-
ber contrato. Por consiguiente, si el aceptante envía su aceptación con pos-
terioridad a ese plazo, aunque aquel nada diga, no hay contrato ni está
obligado a indemnizar perjuicios de ningún género, pues su silencio no
significa que mantiene la oferta, por cuanto manifestó expresamente a la
persona a quien iba dirigida que transcurrido dicho plazo, no aceptaba la
respuesta.1
Así, por ejemplo, A, residente en Santiago, envía a B, residente en
Valparaíso, una carta ofreciéndole comprar cien sacos de trigo y le seña-
la un plazo de diez días para que le conteste si acepta vendérselos. Venci-
dos esos diez días, no necesita manifestar nuevamente B su intención de
no contratar, porque ella se indicaba en la carta-oferta. El aceptante, al
enviar su respuesta fuera de término, supo que no iba a ser aceptada;
luego, no tiene por qué exigir perjuicios.
La diferencia entre la oferta a plazo y la oferta sin plazo consiste en
que en la primera, en caso de aceptación extemporánea, el proponente
no está obligado a manifestar su intención de no contratar, sin que por
ello incurra en la obligación de indemnizar los perjuicios que pueda sufrir
el aceptante, debido a que esa intención ya se reveló en la oferta misma.
En tanto que en la oferta sin plazo el proponente que recibe una acepta-
ción fuera de término está obligado, bajo responsabilidad de daños y per-
juicios, a dar aviso de su retractación al aceptante, porque aquí no se conoce
la intención del proponente relativa a si persiste o no en la oferta.
167. Por el hecho de fijar el proponente un plazo dentro del cual deba
darse válidamente la respuesta, pierde su derecho para retractarse antes
de vencido aquel.2 Así lo dice el artículo 99 del Código de Comercio, que
1 GUILLOUARD, I, núm. 13, pág. 25; FUZIER -HERMAN, tomo 29, Obligations, núms. 45 a
48, pág. 8; BAUDRY-LACANTINERIE, Des obligations, I, núm. 36, pág. 54; De la vente, núm. 42,
pág. 31.
2 G UILLOUARD, I, núm. 12, pág. 24; Baudry-Lacantinerie, De la vente, núm. 42, pág. 31.
136
DEL CONSENTIMIENTO
establece que “El proponente puede arrepentirse en el tiempo medio entre el envío
de la propuesta y la aceptación, salvo que al hacerla se hubiere comprometido a
esperar contestación o a no disponer del objeto del contrato, sino después de desecha-
do o de transcurrido un determinado plazo”. Esta disposición es muy razonable,
porque desde el instante que el proponente señaló un plazo para la acep-
tación, manifestó a la otra parte que su consentimiento persistía durante
todo él y en esa inteligencia contrató ésta.
137
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
138
DEL CONSENTIMIENTO
139
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1 FUZIER-HERMAN, tomo 29, Obligations, núm. 41, pág. 8; BAUDRY-L ACANTINERIE, Des obli-
gations, I, núm. 34, pág. 53.
140
DEL CONSENTIMIENTO
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1 FUZIER -HERMAN , tomo 26, Lettre missive, núm. 416, pág. 389.
2 BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 34. pág. 23; FUZIER-HERMAN, tomo 26, Lettre
missive, núm. 440, pág. 391.
3 FUZIER-H ERMAN, ibid, núms. 441, 445, 446 y 447, pág. 391; BAUDRY-L ACANTINERIE, Des
142
DEL CONSENTIMIENTO
1 GUILLOUARD, I, núm. 16, pág. 28; BAUDRY-LACANTINERIE, Des obligations, I, núm. 37,
pág. 59.
2 BAUDRY -LACANTINERIE, Des obligations, I, núm. 37, pág. 59; De la vente, núm. 36, pág.
27; FUZIER-HERMAN, tomo 26, Lettre missive, núm. 439, pág. 390.
3 III, núm. 32, pág. 13.
143
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1FUZIER-HERMAN, ibid, núm. 448, pág. 391; G UILLOUARD, I, núm. 16, pág. 28.
2FUZIER-HERMAN, ibid, núm. 449, pág. 392; BAUDRY-LACANTINERIE, Des obligations, I,
núm. 38, pág. 62.
144
DEL CONSENTIMIENTO
145
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
Esta teoría es muy exigente, porque para dar por formado el contrato
llega hasta el extremo de hacer conocer al proponente un hecho que ya lo
suponía, cual es la aceptación del aceptante. Por lo demás, esa exigencia
es inútil, porque estando el consentimiento del proponente pendiente cuan-
do el aceptante da el suyo, ambos se encuentran y nace en el acto el con-
trato. No se ve, entonces, la razón que haya para dificultar más aun esa
formación y esto es todavía menos explicable si se atiende a que ya se
produjo el fenómeno que le da origen, o sea, el concurso de voluntades.
Dentro de esta teoría tiene cabida, como una variedad de ella, la doc-
trina de la recepción. Según ésta, el contrato no se perfecciona cuando el
proponente se informa de la respuesta del aceptante, sino en el momento
en que recibe la carta, aunque no la haya leído. Esta teoría es aún más
desprovista de fundamento que la del conocimiento propiamente dicha,
porque si el objeto de la respuesta es que el proponente sepa que ha
quedado obligado, tal objeto desaparece si el contrato se perfecciona cuan-
do llega la carta, pues en ese momento no puede saber aquél si su oferta
ha sido aceptada o rechazada. No hay razón tampoco para declarar forma-
do el contrato cuando llega la carta a poder del proponente en vez de
declararlo así cuanto éste la lee. Si la teoría del conocimiento es inacepta-
ble, mucho más lo es aún de la recepción, por los motivos expuestos.1
Tanto en la teoría de la información o del conocimiento como en la de
la recepción, el contrato se forma en el lugar en que reside el oferente,
puesto que sólo existe desde el momento en que el policitante recibe o lee
la carta, y esto ocurrirá necesariamente en el lugar en que él se encuentre.
La doctrina del conocimiento ha encontrado un arduo defensor en
Planiol.2 También son sus partidarios Pardessus,3 Troplong,4 Laurent,5 Bé-
darride,6 Larombière, Massé y otros. El Código Civil español (art. 1262), el
Código de Comercio húngaro, el Código suizo de las obligaciones, el Có-
digo Civil argentino y el Código de Comercio italiano aceptan esta teoría.
Respecto de este último debe tenerse presente que las excepciones a
esa regla son tantas que, en realidad, la aplicación de esa teoría es muy
rara (art. 36 del Código de Comercio).
En cuanto al Código francés, no hay disposiciones expresas al respec-
to, lo que ha hecho variar mucho la jurisprudencia y las opiniones de los
autores. Así algunos tribunales, como los de Lyon, Rouen, Angers, Caen,
Montpellier, Bordeaux, se han pronunciado por la teoría de la aceptación.
En cambio los de París, Bourges, Bruxelles, Lyon, últimamente Orléans y
Chambéry han establecido la doctrina del conocimiento.
Lo que ocurre con Baudry-Lacantinerie es muy curioso. Al hablar de la
formación del consentimiento, se inclina por la doctrina de la aceptación
146
DEL CONSENTIMIENTO
pág. 391.
147
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148
DEL CONSENTIMIENTO
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
150
DEL CONSENTIMIENTO
Los pocos fallos de los Tribunales que hay al respecto señalan también
como momento de la celebración del contrato, no el del envío de la carta
o telegrama, sino aquel en que se produce la aceptación.
En cuanto al lugar en que se reputa celebrado entre nosotros el con-
trato de venta por correspondencia, el artículo 104 del Código de Comer-
cio dice que ese lugar será, para todos los efectos legales, aquel en que
resida el aceptante, con lo cual no hace sino consagrar una consecuencia
lógica de la adopción del sistema de la declaración, pues, como vimos, si el
contrato se forma cuando se produce la aceptación y ésta se producirá
necesariamente en el lugar en que resida el aceptante, es evidente que el
lugar de la formación del contrato será donde éste reside.
151
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
ni uno ni otra resolvieron el punto mismo que ahora nos ocupa y prefirie-
ron salirse por otro lado. La cuestión que la Corte debió fallar era ésta: ¿se
perfeccionó o no el contrato por el envío del telegrama?
Dentro del artículo 101 del Código de Comercio, es evidente que se
perfeccionó y que hubo contrato desde que el demandante aceptó la ofer-
ta enviando su telegrama.
Aunque sea un absurdo y una iniquidad, creemos que, con arreglo a
los preceptos de ese Código, hay contrato aunque la carta o telegrama,
emitido oportunamente, no sea recibido por el proponente. En efecto, el
contrato se perfecciona desde que se da la aceptación; desde ese instante
hay venta, sin que la ley tome en cuenta que el oferente lea o no el telegra-
ma o la carta, y si es así, es claro que su pérdida no influye en nada. La
opinión que venimos indicando no es sino la consecuencia lógica de la
teoría de la aceptación.
Conviene no dejarse llevar por lo que sostiene Baudry-Lacantinerie1 en
orden a que, en el caso propuesto, no hay contrato ni obligación de nin-
guna especie para el proponente, pues éste examina la cuestión desde el
punto de vista de la teoría de la información o del conocimiento. Dentro
de ella, es perfectamente aceptable esa opinión, mas no así en la de la
aceptación, por cuanto en ésta no se perfecciona el contrato, como en
aquélla, una vez que el proponente recibe la carta, sino una vez que el
aceptante manifiesta su aceptación, sin que influya en nada el hecho de su
recepción.
La segunda cuestión se resuelve, con mayor razón todavía, en idéntico
sentido. Desde que el contrato se perfecciona por el hecho de darse la
aceptación, es claro que si ésta se da oportunamente, hubo contrato y
nada significa que llegue atrasada a poder del oferente, pues no es la re-
cepción de la carta por éste en tiempo oportuno la que lo perfecciona,
sino la aceptación producida en ese tiempo. Tanto en este caso como en el
anterior, el contrato quedó perfecto desde que hubo aceptación y, en con-
secuencia, el proponente debe cumplirlo. Si se niega a ello, el otro contra-
tante podrá hacer uso de las acciones que le confiere el artículo 1489 del
Código Civil.
152
DEL CONSENTIMIENTO
153
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
176. En los últimos años, con la invención del teléfono, ha surgido la difi-
cultad de saber a qué clase de contratos pertenecen los que se celebran en
esta forma, es decir, si son contratos entre presentes o entre ausentes. Tam-
bién ha sido necesario determinar en qué momento y en qué lugar se forma
el contrato que se celebra por teléfono, cuestión que tiene mucho interés si
se considera, como dice Baudry-Lacantinerie, que hoy se pueden comunicar
telefónicamente personas que se encuentran en países diversos.2
Lo que caracteriza a los contratos entre presentes es que ambas partes
se encuentran en presencia una de otra cuando se celebra el contrato y,
por lo tanto, la aceptación sigue inmediatamente a la oferta, sin que entre
una y otra haya un intervalo de tiempo que las separe. En cambio, los
154
DEL CONSENTIMIENTO
1 BAUDRY-LACANTINERIE, Des obligations, I, núm. 40, pág. 67; PLANIOL, II, pág. 338, nota 1.
155
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
177. Dijimos más arriba que la oferta podía dirigirse a una persona deter-
minada o bien al público en general, es decir, podía ser indeterminada.
Esta clase de oferta tiene efectos y alcances muy diversos de la oferta deter-
minada y puede realizarse por medio de avisos en los diarios, por medio
de carteles, prospectos, circulares, catálogos, notas de precios corrientes,
por etiquetas puestas en las mercaderías, etc.1
1 P LANIOL, II, núm. 971, pág. 334; GUILLOUARD, I, núm. 19, pág. 31; BAUDRY-LACANTI -
NERIE, Des obligations, I, núm. 30, pág. 42; De la vente, núm. 46, pág. 34.
156
DEL CONSENTIMIENTO
157
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
En resumen, puede decirse que las ofertas hechas por medios de récla-
me, aunque vayan dirigidas a personas determinadas, no imponen obliga-
ción alguna al oferente.
158
CAPITULO CUARTO
DE LA COSA VENDIDA
1º GENERALIDADES
185. “Nec emtio, nec venditio sine re, quæ veneat, potest intelligi”, decían los
romanos,1 o sea, “no se puede decir que hay compra ni venta sin que haya
cosa que se venda”. La cosa vendida es un elemento esencial del contrato
de venta, de modo que si falta es inexistente,2 porque la obligación del
vendedor carecería de objeto y con ello el contrato mismo.3 No se conci-
be, ni jurídica ni materialmente, una venta sin que haya cosa que se venda,
porque lo que constituye la esencia misma de ese contrato es el cambio de
una cosa por dinero. De aquí que sea necesario determinar qué debe en-
tenderse por cosa vendida.
Cuando la ley dice que la venta es un contrato por el cual una persona
se obliga a dar una cosa, ha querido significar que dicho contrato solo obli-
ga a dar una cosa susceptible de ser transferida de dominio, es decir, sus-
ceptible de ser objeto de una negociación lícita. La ley, al referirse a la
obligación de dar una cosa, ha empleado la expresión “cosa” en el sentido
jurídico, en el sentido de todo aquello que es susceptible de dominio, no
en el sentido vulgar que ella tiene. Hablando con propiedad jurídica, por
cosa vendida debe entenderse aquel bien corporal o incorporal que una de las partes
se obliga a dar a otra, pues no todas las cosas pueden ser objeto del contrato
de venta. Lo son únicamente aquellas respecto de las cuales el hombre
puede ejercitar un derecho de dominio; las otras, tales como las cosas
comunes a todos los individuos, no pueden venderse, porque son inapro-
piables. Quede bien entendido que cuando hablamos de cosa vendida nos
referimos, en general, a todos los bienes sin excluir a aquellos que no
pueden momentáneamente ser objeto del contrato de venta por disposi-
ción de la ley, como lo veremos más adelante, porque esas prohibiciones
recaen, en muchos casos, sobre cosas que son susceptibles del derecho de
propiedad y que la ley excluye de este contrato por otras razones.
159
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
186. Acerca de las cosas que pueden ser objeto de este contrato, el artícu-
lo 1810 del Código Civil establece la siguiente regla general: “Pueden ven-
derse todas las cosas corporales e incorporales, cuya enajenación no esté prohibida
por ley”.
Según el artículo transcrito, la regla general en esta materia es que
todas las cosas pueden venderse. La excepción es que no puedan vender-
se. En consecuencia, “para que la venta de una cosa sea posible, no es
necesario, como dice un autor, que una disposición legal la permita, sino
que basta que ninguna ley la prohíba”.1
De lo dicho se desprende que sólo las cosas que la ley prohíbe vender
no son susceptibles de ser objeto del contrato de venta. Esas cosas son las
que se conocen con el nombre de incomerciables. Más adelante veremos
en qué consisten y cuáles son en nuestra legislación.
187. Luego, toda cosa comerciable puede venderse, sea corporal o incor-
poral. Tanto las cosas que podemos apreciar por nuestros sentidos, como
aquellas que no caen bajo el dominio de estos y que consisten en una
creación jurídica que sólo el espíritu es capaz de concebir, pueden ser
objeto del contrato de la venta.
Entre las cosas incorporales que son susceptibles de este contrato, se
encuentran, además de los derechos y acciones que con el ejemplo típico
de aquéllas, las cosas morales, como las llamó Pothier, tales como la suer-
te, la esperanza, etc., y las obras del espíritu y del talento, como las obras
literarias, artísticas, inventos, etc. Estas cosas son las que se conocen con
los nombres de propiedad literaria y artística en el primer caso y propie-
dad industrial, en el último. Debe incluirse, además, entre ellas, la propie-
dad comercial, o sea, la que se tiene sobre las marcas de fábricas, títulos de
los almacenes, etc. De la venta de las cosas incorporales denominadas mo-
rales, nos ocuparemos al hablar de la venta de cosa futura.
Respecto de las otras propiedades mencionadas, literaria, industrial y
comercial, podemos decir que todas ellas son susceptibles de venderse, es
decir, de constituir el objeto del contrato de venta y así lo establecen las
leyes respectivas. Aun cuando la ley no hubiera expresamente establecido
que esas propiedades pueden transferirse, en todo caso, habrían podido
venderse, porque por el solo hecho de constituir una propiedad para sus
autores, queda subentendido el derecho de éstos para venderlas y enaje-
narlas como mejor lo deseen, ya que una de las características del derecho
de propiedad, la principal tal vez, es la de poder disponer libremente de la
cosa que es su objeto.
160
DE LA COSA VENDIDA
De ahí que la ley, consecuente con ese principio, haya facultado expre-
samente a los propietarios de aquellas cosas inmateriales para que las ce-
dan, vendan y transfieran sin sujeción ni trabas de ninguna especie.1
188. Pero a pesar que esas cosas inmateriales pueden venderse, hay que
tener presente, sin embargo, respecto de la propiedad literaria y artística,
que “lo que en este caso se vende no es la cosa misma, el derecho absoluto
de explotarla, sino un derecho de explotación restringido, que queda siem-
pre sometido a la apreciación del autor”.2 A la inversa de lo que ocurre
con la venta de las demás cosas, en que el propietario pierde todo derecho
a la cosa vendida siendo su único dueño el comprador, cuando se vende la
propiedad literaria y artística, el autor de la obra o composición no pierde
en absoluto el derecho que sobre ella tenía, como el comprador tampoco
adquiere un derecho único y exclusivo sobre la misma.
En efecto, el comprador que, en buenas cuentas, es el editor, no ad-
quiere ni puede adquirir un verdadero derecho de propiedad sobre la
composición u obra literaria, artística o musical, etc., porque no podría
cambiar el nombre del autor y ponerle el suyo, como tampoco podría
introducir cambios o innovaciones en ella. Todo esto prueba que el com-
prador o editor no adquiere, realmente, el derecho de propiedad de la
composición sino el derecho de explotarla.
Por su parte, el vendedor, esto es, el autor de la obra, no pierde en
absoluto todo derecho sobre la misma y conserva siempre la calidad de
autor, puede introducirle innovaciones o cambios y aun puede impedir su
publicación, indemnizando, naturalmente, al comprador los perjuicios con-
siguientes. Por lo tanto, el autor o vendedor de la propiedad literaria con-
serva una especie de derecho eminente, si así pudiera decirse, sobre la
obra vendida; al mismo tiempo que el comprador sólo adquiere el dere-
161
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1
Véase al respecto: S UPINO, Derecho Mercantil, págs. 290 a 292; MARCADÉ, VI, pág. 210;
MANRESA, X, pág. 36; TROPLONG, I, núm. 206, pág. 276.
162
DE LA COSA VENDIDA
163
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
164
DE LA COSA VENDIDA
165
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
193. Lo expuesto nos permite llegar a esta conclusión: toda cosa incomer-
ciable es tal por disposición de la ley, cualquiera que sea el fundamento en
que se base la prohibición; luego es la ley la que da a las cosas el carácter
de incomerciables.
¿Qué razones asisten al legislador para declarar incomerciables algunas
cosas? Son varias y de diversa índole. Pueden, sin embargo, agruparse en
tres, a saber: respecto de unas, el legislador se ha limitado a sancionar un
hecho impuesto por la naturaleza misma de las cosas, como ocurre con las
cosas comunes a todos los hombres; respecto de otras, su enajenación está
prohibida en atención al destino que tienen; y finalmente, en otras son
razones de moralidad o de interés público o privado. Respecto de estas últi-
mas, la prohibición puede depender de la simple disposición legal, como
ocurre con los derechos personalísimos, con la sucesión de una persona
viva, etc., o bien de un hecho extraño a la ley y que sólo una vez producido
quedan fuera del comercio humano. Me refiero a las cosas cuya enajena-
ción ha sido prohibida por la autoridad judicial, que son declaradas inco-
merciables por la ley desde que ha recaído sobre ellas esa prohibición.
El fundamento de la incomerciabilidad de las cosas no es otro, enton-
ces, que la ley. Toda prohibición legal de enajenar que recaiga sobre una
cosa le da el carácter de objeto ilícito y, por lo tanto, de incomerciable.
166
DE LA COSA VENDIDA
194. Cuando se vende una cosa cuya enajenación está prohibida por la ley,
hay objeto ilícito en la venta porque con ello se contraviene, según dijimos,
una ley, de orden público. En tal caso, el contrato es nulo absolutamente,
pues los contratos que la ley prohíbe son nulos y de ningún valor. Cuando
se vende una cosa que constituye objeto ilícito como ocurre con las cosas
incomerciables, el contrato adolece de un vicio radical, cual es la falta de
objeto lícito, lo que según el artículo 1682 del Código Civil acarrea su nuli-
dad absoluta. La jurisprudencia es uniforme en este sentido.1
1 Sentencia 224, pág. 126, Gaceta 1869; sentencia 1.990, pág. 970, Gaceta 1874; sentencia
63, pág. 51, Gaceta 1879; sentencia 1.113, pág. 764, Gaceta 1879; sentencia 1.556, pág. 1081,
Gaceta 1879; sentencia 1.876, pág. 1027, Gaceta 1883; sentencia 2.614, pág. 1608, Gaceta 1887,
tomo II; sentencia 3.416, pág. 934, Gaceta 1893, tomo II; sentencia 233, pág. 157, Gaceta 1897,
tomo I; sentencia 3.866, pág. 1142, Gaceta 1897, tomo II; sentencia 4.453, pág. 242, Gaceta 1897,
tomo III; sentencia 1.719, pág. 1243, Gaceta 1898, tomo I; sentencia 1.575, pág. 1326, Gaceta
1899, tomo I; sentencia 3.534, pág. 1690, Gaceta 1901, tomo II; sentencia 1.475, pág. 1556, Ga-
ceta 1903, tomo I; sentencia 2.052, pág. 755, Gaceta 1903, tomo II; sentencia 1.155, pág. 114,
Gaceta 1904, tomo II; sentencia 1.572, pág. 694, Gaceta 1904, tomo II; sentencia 108, pág. 133,
Gaceta 1905, tomo I; sentencia 426, pág. 667, Gaceta 1905, tomo I; sentencia 370, pág. 647, Ga-
ceta 1907, tomo I; sentencia 877, pág. 202, Gaceta 1911, tomo II; sentencia 98, pág. 166, Gaceta
1912, tomo I; sentencia 361, pág. 1132, Gaceta 1913; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo III,
sec. 1ª, pág. 365; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo V, sec. 1ª, pág. 149; Revista de Derecho y
Jurisprudencia, tomo VI, sec. 1ª, pág. 266; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VII, sec. 1º, pág.
203; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VIII, sec. 1ª, pág. 491; Revista de Derecho y Jurispruden-
cia, tomo XI, sec. 1ª, págs. 203 y 431; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo XII, sec. 1ª, pág. 80.
167
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
196. Veamos ahora cuáles son las cosas que, según nuestras leyes, son in-
comerciables. Estas cosas no sólo están mencionadas en el Código Civil,
sino que se hallan también en varias obras leyes. Procuraremos hacer una
enumeración más o menos completa al respecto.1
Son tales:
1º Las cosas que no existen. No hay aquí propiamente una cosa incomer-
ciable, sino una cosa que no puede venderse porque no existe, porque es
la nada y la nada, lo inexistente no puede ser objeto de contrato. Estas
cosas, en realidad, no son incomerciables en el sentido que hemos dado a
esta expresión, pues la calidad de incomerciable supone ante todo que la
cosa exista, ya que son tales aquellas que, existiendo, no pueden ser enaje-
nadas. Las cosas inexistentes son incomerciables, no en el sentido de estar
prohibida su venta por la ley, que es lo que constituye la incomerciabili-
dad, sino porque son físicamente inalienables.2 Se han mencionado en
esta parte por razón de método.
2º Las cosas comunes a todos los hombres. Estas son incomerciables en ra-
zón de su naturaleza, pues no son susceptibles de dominio; mucho menos
pueden serlo de una enajenación. Carecen, por consiguiente, de los requi-
sitos de toda cosa comerciable. A su respecto la ley no ha hecho sino san-
cionar lo que la naturaleza estableció. Son cosas comunes, la alta mar, el
aire, el sol, la luna, etc., aunque entre la primera y las demás hay alguna
diferencia en cuanto a la posibilidad de su apropiación. Según el artículo
585 del Código Civil estas cosas están fuera del comercio humano.3
3º Las cosas sagradas. Son tales las que están destinadas al culto divino.
De acuerdo con lo dispuesto por el artículo 586 del mismo Código, se
rigen por el derecho canónico y son las iglesias, ornamentos, vasos sagra-
dos, capillas, cementerios benditos por el obispo, etc. Han sido declaradas
tales en razón del objeto a que están destinadas.4
4º Los bienes nacionales de uso público. El artículo 589 del Código citado
en su inciso 2º denomina así a aquellos cuyo uso pertenece a todos los
habitantes de la nación y son: las calles, plazas, puentes y caminos, el mar
adyacente y sus playas, los ríos y corrientes de agua, salvo las vertientes que
nacen y mueren dentro de una misma heredad, y los lagos navegables por
1 Véase sobre esta materia en el Derecho francés: TROPLONG, I, núms. 209 a 219, págs.
281 a 303; G UILLOUARD, I, núms. 170 a 175, I, págs. 190 a 197; BAUDRY-LACANTINERIE, De la
vente, núms. 100 a 115, págs. 78 a 103; AUBRY ET RAU, V, págs. 34 a 46; P LANIOL, I, núms.
1.369 a 1.373, págs. 463 y 464; MARCADÉ, VI, págs. 207 a 211; HUC, X, núms. 57 a 59, págs.
87 a 88; LAURENT, tomo 24, núms. 93 a 97, págs. 100 a 103; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente,
núms. 494 a 533, págs. 835 a 337.
2 B AUDRY-L ACANTINERIE, De la vente, núm. 96, pág. 73.
3 Sentencia 4.050, pág. 317, Gaceta 1893, tomo III.
4 Sentencia 4.050, pág. 317, Gaceta 1893, tomo III.
168
DE LA COSA VENDIDA
169
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
170
DE LA COSA VENDIDA
1 BAUDRY -LACANTINERIE, ibid., núms. 103, 103 I y 103 II, págs. 82 a 84; HUC, X, núm.
IX, sec. 1ª, pág. 225; sentencia 766, pág. 13, Gaceta 1911, tomo II.
171
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
salmón en la zona situada al sur del río Bío-Bío. El número 36 del artículo
496 del Código Penal sienta la prohibición general al respecto.
18. Las carnes que no hayan sido beneficiadas en los mataderos, en virtud de
lo dispuesto en el artículo 2º de la ley de 26 de noviembre de 1873.
19. Los alcoholes o vinos que no cumplan con los requisitos que señala la ley
número 3.087 de 5 de abril de 1916. Los artículos 10, 73 números 1º, 3º y 4º,
111, 113 y 116 de esa ley y los artículos 78, 80, 81, 86, 131, 132, 133, 134,
136 y 141 del reglamento respectivo señalan cuales son las bebidas alcohó-
licas cuya venta está prohibida.
20. Las patentes de bebidas alcohólicas. Según la ley de contribución a los
alcoholes ya mencionada las patentes para el expendio de estas bebidas no
pueden venderse; solamente pueden transferirse por causa de muerte, de
disolución de sociedad legalmente constituida, concurso de acreedores o
quiebra (art. 99).
21. Los cigarros sueltos sin la faja de impuesto correspondiente adherida a
ellos, según el artículo 3º de la ley número 2.761 sobre impuesto al tabaco.
22. Los cigarrillos sueltos o a granel, en virtud del artículo 4º de la misma ley.
23. Los terrenos de indígenas situados en territorio indígena mientras el enaje-
nante no tenga título inscrito y competentemente registrado, según el artículo 4º
de la ley de 4 de diciembre de 1866. La misma disposición se aplica, según
la ley de 13 de enero de 1898, a las tierras que se concedan a los colonos
chilenos. Hay aquí objeto ilícito, porque en esta venta se infringiría una
disposición de carácter prohibitivo, cuya violación, según el artículo 10 del
Código Civil, anula el acto. La jurisprudencia de los tribunales se está uni-
formando en este sentido.1
De esta disposición fluye que es válida la venta de esos terrenos cuando
el vendedor tenga el título inscrito y competentemente registrado. Así lo
reconocen dos fallos, uno de la Corte de Apelaciones de Santiago2 y otro
de la de Valdivia.3
Con respecto a estos bienes, la Corte Suprema ha declarado que la
prohibición antes mencionada no se refiere a las ventas hechas a terceras
personas por aquellas que compraron el terreno a un indígena, no sólo
porque en el caso de autos el plazo de diez años durante el cual regía la
prohibición de la ley de 1893 había vencido en la época de la venta, sino
también porque la venta de cosa ajena es válida.4
Finalmente, la Corte de Valdivia ha declarado que es válida la compra-
venta por la cual se adquiere un terreno de un indígena, si es anterior a la
ley que prohibió esa enajenación y, en consecuencia, ha podido adquirirse
por cualquiera persona ya que salió de manos de aquel cuyo dominio ori-
ginario se prohíbe transferir y volvió así al comercio humano. Y nada signi-
1Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo V, sec. 1ª, pág. 149; sentencia 877, pág. 202,
Gaceta 1911, tomo II; sentencia 98, pág. 166, Gaceta 1912, tomo I.
2 Sentencia 3.651, pág. 255, Gaceta 1895, tomo III.
3 Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo X, sec. 2ª, pág. 62.
4 Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo IX, sec. 1ª, pág. 484.
172
DE LA COSA VENDIDA
fica que ese terreno lo adquieran después otros indígenas, pues la prohibi-
ción impuesta por la ley a éstos de vender sus terrenos sólo se aplica cuan-
do los han adquirido por ocupación o por título de merced del Estado y
no cuando los adquieran a título oneroso, en cuyo caso pueden disponer
de ellos libremente.1
24. Las empresas municipales de agua potable y las de desagües. Según la ley
de 2 de septiembre de 1899 no pueden enajenarse en modo alguno.
25. Las gratificaciones o pensiones que por cualquier título reciban los militares
o sus familias. Su enajenación está prohibida por la ley de 28 de enero de
1898 que hizo extensiva a su respecto la disposición del artículo 24 de la
ley de diciembre de 1881. Se trata aquí de un derecho personalísimo.
26. Las pensiones concedidas a los inválidos y a las familias de los fallecidos en
la campaña contra el Perú y Bolivia. El artículo 24 de la ley de 22 de diciem-
bre de 1881 dice: “Las pensiones concedidas por esta ley tienen el carácter
de inalienables, siendo nula toda transacción que recaiga sobre ellas, ya
sea que la transacción verse sobre transferencia de dominio, sobre consti-
tución de prenda u otras”.
27. Los montepíos militares. Se llaman así las pensiones a que tienen de-
recho ciertos parientes, señalados por la ley, de los oficiales del Ejército y
Armada. El artículo 11 de la ley de 9 de septiembre de 1910 estableció que
estos montepíos no pueden cederse.
28. Los montepíos concedidos a la familia de los empleados policiales. Aunque
la ley de 12 de febrero de 1906 que los estableció nada dice sobre si pue-
den o no transferirse, es evidente que no pueden cederse ni enajenarse a
virtud de lo dispuesto en el inciso final del artículo 466 del Código de
Procedimiento Civil, pues se trata de montepíos pagados por el Estado.
29. Las pensiones que se conceden a los obreros o a sus familias en virtud de la
ley de accidentes del trabajo. El artículo 17 de la ley número 3.170 de 27 de
diciembre de 1916 sobre esta materia declara que son nulos todos los ac-
tos relativos a la venta o cesión de estas pensiones. Las pensiones atrasadas
pueden, sin embargo, cederse, según el inciso 2º de ese mismo artículo.
30. En general, todas las gratificaciones, sueldos y pensiones de gracia, retiro y
montepío que paguen el Estado y las municipalidades. Según el inciso final del
artículo 466 del Código de Procedimiento Civil son nulos y de ningún
valor los contratos que tengan por objeto la cesión o transferencia en cual-
quier forma de esas rentas, sea del total o de una parte de ellas.
31. Las funciones y empleos públicos. Unas y otras se encuentran fuera del
comercio debido a que son una delegación del poder público, por cuya
razón deben quedar excluidas de las convenciones privadas.2 No hay nin-
guna ley que expresamente prohíba su venta; pero de la naturaleza misma
de la función o del empleo se desprende su incomerciabilidad, por cuanto
173
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
174
DE LA COSA VENDIDA
una causa u objeto ilícito a sabiendas. Por lo demás, el intendente que así
procediere cometería el delito de concusión, esto es, lucrar indebidamen-
te con el cargo que se desempeña, delito que pena el artículo 240 del
Código Penal.1
Lo expuesto acerca del intendente se aplica a todos los empleados o
funcionarios públicos que, gozando del derecho de proponer a otra perso-
na para algún empleo de la misma naturaleza, reciben cierta suma de
dinero a fin que propongan a un determinado individuo.
Es igualmente nulo y sin ningún valor el contrato por el cual un fun-
cionario o empleado público se compromete a renunciar su puesto, me-
diante el pago de cierta suma de dinero que le hace otra persona en la
esperanza de hacerse nombrar para el mismo cargo. Hay aquí una venta
simulada del empleo y como éste es incomerciable, dicho acto sería nulo.
Habría, además, un delito penado por la ley.2
32. Las distinciones honoríficas, como medallas, condecoraciones, grados, etc.
Todas éstas pertenecen al agraciado y de ahí que no puedan cederse, aun-
que la ley no lo diga. Se dan a una persona determinada en premio de sus
servicios, conducta, obras, etc.; luego, no pueden cederse a otras personas
que no hayan ejecutado actos que las hagan acreedoras a ellas. Respecto
de las medallas o premios que se dan en las exposiciones o concursos, dice
Baudry-Lacantinerie, se confieren no sólo al dueño del producto sino tam-
bién a la fábrica o casa de comercio que lo expende y, por consiguiente,
puede cederse junto con la fábrica o almacén; pero el mismo autor cree
que no podrían cederse separadamente de ésta por las razones expuestas.3
33. El nombre de una persona. Este pertenece exclusivamente al que lo
lleva, es algo inherente a su personalidad y, en consecuencia, está fuera
del comercio humano. Sin embargo, el nombre de un comerciante tiene
valor venal; a menudo hace la riqueza de un establecimiento comercial y
posiblemente nadie lo compraría si retiraran de él el nombre del comer-
ciante. De ahí que en el comercio pueda venderse el nombre de un co-
merciante; pero no es propiamente el nombre lo que se cede, sino el
derecho de utilizarlo.4
34. La facultad que tienen algunas personas para enviar sus cartas por el
correo sin ponerles estampillas. Los artículos 12 y 13 de la ley de 19 de noviem-
bre de 1874 señalan quiénes son éstas. Se trata aquí de un derecho inhe-
rente a la persona y que se concede en atención a ella y al cargo que
ocupa, de modo que no es lícito cederlo.5
1 Véase la sentencia 224, pág. 126, Gaceta 1869 de la Corte de Apelaciones de La Sere-
175
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
35. Los pases libres de los ferrocarriles de que gozan ciertas personas. Privilegio
análogo al anterior es el que tienen algunos funcionarios y personas para
viajar gratis en los ferrocarriles y que por ser inherente a la persona a cuyo
favor se haya establecido, no puede separarse de ella ni ser cedido en
forma alguna. Este privilegio, como el anterior, se confiere en atención al
cargo que desempeñan los que lo gozan y, por consiguiente, desaparece
una vez que cesan las funciones que dan derecho a él.
Según la ley orgánica de los ferrocarriles del Estado de 4 de enero de
1884, gozan de este privilegio: el Presidente de la República, los Ministros
del Despacho; los empleados del ferrocarril que viajen en comisión del ser-
vicio; las personas nombradas o comisionadas por el Gobierno para practi-
car inspección de la vía y los inspectores nombrados por el mismo Gabinete;
los empleados del correo encargados de recoger y repartir la corresponden-
cia entre las diversas estaciones del ferrocarril; y los jueces, siempre que
fueren a practicar investigaciones acerca de accidentes o siniestros de los
ferrocarriles, o delitos cometidos durante la marcha de éstos (art. 59). La ley
de 29 de diciembre de 1894 hizo extensivo ese privilegio a los Senadores y
Diputados; y la de 1º de febrero de 1911, a los Consejeros de Estado.1
36. Las especies embargadas por decreto judicial a menos que el juez lo autorice
o el acreedor consienta en ello; y las especies cuya propiedad se litiga sin permiso del
juez que conoce en el litigio. En la enajenación de unas y otras hay objeto
ilícito, según el artículo 1464 del Código Civil. Dada la importancia prácti-
ca que tiene esta cuestión, le dedicaremos párrafo aparte.
197. Cuando se vende una cosa embargada por decreto judicial sin autori-
zación del juez o sin el consentimiento del acreedor, hay objeto ilícito en
la venta. Antes del Código de Procedimiento Civil bastaba la traba de em-
bargo para que el bien se reputara comprendido en esa prohibición.2 Pero
hoy, según el artículo 474 de ese Código, si se trata de bienes raíces, no
hay objeto ilícito sino una vez que la prohibición se inscribe en el Registro
del Conservador. De modo que si, llenada la exigencia de esta disposición,
se procede a efectuar la venta sin la autorización del juez o sin el consenti-
miento del acreedor la venta es nula absolutamente en virtud del artículo
1682 del Código Civil. La jurisprudencia es uniforme en este sentido.3
tencia 1.876, pág. 1027, Gaceta 1883; sentencia 233, pág. 157, Gaceta 1897, tomo I; senten-
cia 4.453, pág. 242, Gaceta 1897, tomo III; sentencia 1.719, pág. 1243, Gaceta 1898, tomo I;
sentencia 1.575, pág. 1326, Gaceta 1899, tomo I; sentencia 1.475, pág. 1556, Gaceta 1903,
tomo I; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VI, sec. 1ª, pág. 266.
3 Sentencia 3.534, pág. 1690, Gaceta 1901, tomo II; sentencia 2.052, pág. 755, Gaceta
1903, tomo II; sentencia 1.155, pág. 114, Gaceta 1904, tomo II; sentencia 1.572, pág. 694,
Gaceta 1904, tomo II; sentencia 108, pág. 133, Gaceta 1905, tomo I; sentencia 426, pág. 667,
Gaceta 1905, tomo I; sentencia 370, pág. 647, Gaceta 1907, tomo I; sentencia 361, pág. 1132,
Gaceta 1913, sentencia de la Corte de Apelaciones de Concepción publicada bajo el núme-
176
DE LA COSA VENDIDA
198. Según el artículo 280 del Código de Procedimiento Civil puede de-
cretarse prohibición de enajenar determinados bienes como medida pre-
cautoria, prohibición que si se inscribe en el Conservador de Bienes Raíces
producirá efectos respecto de terceros.
¿Quedan comprendidos estos bienes en la expresión “bienes embarga-
dos” de que habla el inciso 3º del artículo 1464, es decir, su enajenación
importa objeto ilícito? La Corte Suprema, con justa razón, se ha pronun-
ciado por la afirmativa y ha declarado que en esa expresión se compren-
den los bienes detenidos, retenidos, impedidos y prohibidos de enajenar
en virtud de mandamiento expedido por juez competente, ya que el legis-
lador no ha definido el significado de dicha expresión, por lo cual hay que
darle el natural y obvio según el uso general. En consecuencia, para que
los bienes sobre los cuales existe una prohibición de esta especie, puedan
enajenarse válidamente es menester que el acreedor consienta en ello y
que el juez autorice la enajenación.1
ro 47, pág. 288 en tomo V del Indice de la Gaceta de los Tribunales de Plaza; Revista de
Derecho y Jurisprudencia, tomo III, sec. 1ª, pág. 365; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo
VII, sec. 1ª, pág. 203; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo XI, sec. 1ª, pág. 203; Revista de
Derecho y Jurisprudencia, tomo XI, sec. 1ª, pág. 431; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo
XII, sec. 1ª, pág. 80.
1 Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo III, sec. 1ª, pág. 365; Revista de Derecho y Juris-
prudencia, tomo XII, sec. 1ª, pág. 80.
2 Sentencia 1.990, pág. 970, Gaceta 1874; sentencia 2.614, pág. 1608, Gaceta 1887, tomo
177
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
200. Para que los bienes que, según el artículo 1464 del Código Civil,
constituyen objeto ilícito, puedan enajenarse, es menester, como se ha di-
cho, que el juez autorice la enajenación. Esa autorización debe ser conce-
dida por el mismo juez que ha ordenado la prohibición o embargo, según
lo ha establecido la Excma. Corte Suprema.1
202. De aquí se desprende que la ilicitud del objeto en el caso del artículo
1464, existe tanto en la venta privada como en la venta forzada que de
esos bienes se haga, desde el momento que esa disposición no distingue
entre unas y otras. Es lógico, en consecuencia, aplicarla tanto en las ventas
privadas como en las forzadas que se realizan estando pendiente una pro-
hibición sobre la cosa vendida. Por lo demás, la jurisprudencia es unifor-
me al respecto.3
Gaceta 1904, tomo II; sentencia 233, pág. 157, Gaceta 1897, tomo I.
178
DE LA COSA VENDIDA
205. La disposición del artículo 1464 comprende también las cosas incor-
porales que se embarguen, es decir, las acciones o derechos que pueda
tener un individuo. Por consiguiente, si se enajenan los derechos que co-
rresponden al ejecutado sobre un determinado bien, no obstante existir
una prohibición sobre ellos, esa venta es nula de nulidad absoluta, si el
juez no la autoriza o el acreedor no la consiente. Esta doctrina se sustenta
en un fallo de la Corte Suprema.2
206. Dijimos más arriba que la adjudicación entre comuneros no era ena-
jenación, sino determinación de un derecho. Fundados en este principio y
en la disposición del artículo 1464 del Código Civil que habla de enajena-
ción únicamente, han declarado nuestros tribunales que no obsta a la vali-
dez de una adjudicación entre comuneros el hecho de hallarse embargada
la cosa que se adjudica, de tal modo que es válida, aunque el juez no la
autorice ni el acreedor la consienta.3
de Derecho y Jurisprudencia, tomo V, sec. 2ª, pág. 105 de la Corte de Talca; sentencia 1.064,
pág. 1122, Gaceta 1903, tomo I, de la Corte de Santiago; sentencia 1.213, pág. 1016, Gaceta
1907, tomo I, de la Corte de Concepción.
4 Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VI, sec. 2ª, pág. 81.
179
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
209. Para que haya objeto ilícito en la venta de los bienes a que se
refieren los números 3º y 4º del artículo 1464 se requiere, naturalmen-
te, que la prohibición exista al tiempo del contrato de venta. Si existe
al tiempo de la tradición únicamente, ésta no podrá efectuarse tal vez,
pero la venta es eficaz, pues la ilicitud existe cuando al celebrarse el
contrato, es decir, al crearse la obligación, se encuentra embargada la
cosa que es objeto de ella. Lo que la ley sanciona con la nulidad es el
contrato con objeto ilícito y éste es tal cuando la venta recae sobre una
cosa embargada.
211. ¿Pueden venderse los bienes que forman parte de una herencia an-
tes que el vendedor o heredero haya obtenido e inscrito la posesión efecti-
va de la herencia? Esta es una cuestión que la Corte Suprema, por un
error incomprensible, ha fallado en dos formas diversas. En los dos prime-
ros casos que se presentaron declaró que el heredero no puede disponer
en manera alguna de los inmuebles hereditarios mientras no se practique
la inscripción del decreto de posesión efectiva, porque la prohibición esta-
blecida en el artículo 688 tiene por objeto organizar el registro de bienes
1 Sentencia 63, pág. 51, Gaceta 1879; sentencia 3.416, pág. 934, Gaceta 1893, tomo II;
tiago en el juicio seguido por doña Blanca Cruzat con don Hermenegildo Ceppi sobre nu-
lidad de venta (considerando 20).
180
DE LA COSA VENDIDA
212. Hemos dicho más arriba que es una estipulación lícita y perfecta-
mente válida, aquella por la cual un comerciante que vende su negocio se
impone la prohibición de abrir otro análogo en determinada localidad y
dentro de cierto tiempo. Esta prohibición impuesta a favor del comprador
¿puede ser cedida por éste? Creemos que es la intención de las partes la
que sirve para resolver este problema. Si la prohibición ha sido establecida
a favor de determinada persona y en atención a ella únicamente es claro
que no puede cederse. Pero si no es así, no vemos inconveniente para ello
desde que se trata de un crédito que tiene el favorecido, que entra en su
patrimonio y que, por lo tanto, puede ser objeto de estipulación, más aun
cuando la ley no lo prohíbe. Y en la duda, creemos que debe optarse por
la cesibilidad de esa estipulación, ya que no existe disposición alguna que
la declare ineficaz. La Corte de Apelaciones de Tacna ha declarado válida
la cesión de esa cláusula.3
1 Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo II, sec. 1ª, pág. 393; Revista de Derecho y Jurispru-
181
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
establecer que los acreedores y los terceros no podrán apropiarse del valor
de las pólizas de seguros sobre la vida. Por lo demás, el beneficiario del
seguro tiene a su respecto un verdadero derecho que forma parte de su
patrimonio y como tal puede cederse libremente. No se trata tampoco de
un derecho personalísimo, desde que la ley no le ha dado ese carácter ni
termina con la muerte del beneficiario, ya que sus herederos pueden apro-
vecharlo. De ahí que creamos que esta cesión es válida. La jurisprudencia
nos da también la razón. La Corte de Apelaciones de Concepción en una
interesante sentencia se pronuncia por la validez de este acto y hace ver
las diferencias que tiene con la venta de la sucesión de una persona viva.
Los argumentos en que se apoya este fallo son que el derecho que arranca
del seguro a favor del beneficiario, aunque condicional o eventual, es en
todo caso un derecho y puede ser materia de contrato; que, aun cuando
se estime que a la fecha de la cesión, el cedente no tiene ningún derecho
sino la expectativa de adquirirlo, siempre habría podido cederse éste ya
que no sólo las cosas que existen pueden ser objeto de un contrato sino
también las que se espera que existan; y que esta cesión no importa la
venta de la sucesión de una persona viva, ya que la sucesión mortis causa es
la transmisión del todo o parte de los bienes, derechos y obligaciones trans-
misibles pertenecientes al difunto y éste no tiene ninguna opción en vida
al valor del seguro, de modo que el derecho constituido por la póliza no
importa a favor del beneficiario el de suceder por causa de muerte, por
cuyo motivo no es aplicable a aquél la disposición del artículo 1463 del
Código Civil.1
214. Antes de terminar esta materia relativa a la licitud del objeto vendi-
do, veamos los efectos que en la venta produce el hecho de comprenderse
en ella cosas comerciables y cosas incomerciables. Dos casos podemos dis-
tinguir al respecto, según sea que éstas figuren como accesorias o como
cosas principales.
Primer caso. Si las cosas incomerciables figuran como accesorias debe-
mos distinguir si son sagradas o no. Si son sagradas, la venta es válida, aun
por éstas, pues de acuerdo con el artículo 587 del Código Civil, su domi-
nio pasa a las personas que adquieren las posesiones en que estén situa-
das, a menos de disponerse expresamente lo contrario. Era la doctrina del
Derecho romano y que enseñaba Pothier.2 En el mismo sentido se ha pro-
nunciado la Corte de Apelaciones de Santiago.3
Si se trata de una cosa incomerciable que no sea sagrada y que pueda
venderse en pequeñas partidas, naturalmente, ya que de otro modo no
podrían figurar como accesorias, tales como las armas, venenos, animales,
libros, etc., cuya venta está prohibida por la ley, la venta es válida por lo
182
DE LA COSA VENDIDA
que hace a las cosas comerciables y nula por lo que se refiere a las inco-
merciables siempre que se hubieren señalado precios diversos para unas y
otras, porque entonces hay diversas ventas. Si las cosas comerciables o in-
comerciables han sido vendidas en conjunto y por un solo precio de tal
modo que el comprador no hubiera comprado las unas sin las otras, la
venta es nula, porque recae sobre un objeto ilícito, desde que tanto las
cosas comerciables como las incomerciables han sido las determinantes
del contrato y han constituido el objeto del consentimiento de las partes.
La venta sería válida a no ser que se retiraran las cosas incomerciables;
pero en este caso habría ya un nuevo contrato y no el mismo anterior.1
Segundo caso. Si las cosas incomerciables son las más numerosas y las
comerciables figuran como accesorias de aquellas, la venta es nula, porque
adolece de objeto ilícito y lo accesorio sigue la suerte de lo principal. La
venta sería válida únicamente si se asignaran precios diversos a ambas cate-
gorías de cosas; pues entonces habría ventas diversas.2
183
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1 X, pág. 25.
2 BÉDARRIDE, núm. 39, pág. 67.
184
DE LA COSA VENDIDA
185
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
cosa singular cuando los bienes que se venden están precisados y señala-
dos o en su especie o en su género y cantidad. La ley no acepta los contra-
tos a título universal, aquellos que versan sobre todo el patrimonio, porque
considera que éste es inseparable de la persona y porque no es posible
además que un individuo se despoje de todos sus derechos.
Este principio se encuentra a más de la compraventa, en las donacio-
nes y en el contrato de sociedad.
Pueden venderse todas las cosas que una persona tiene o pueda tener,
como vamos a verlo; pero para ello es menester enumerarlas. De este modo,
aunque la venta comprenda todos los bienes, éstos han sido determinados
y ya aquella no es a título universal.
222. No debe confundirse el hecho que una cosa sea determinada con el
que sea singular. Es cierto que las cosas universales son indeterminadas,
porque si vendo todos mis bienes el comprador puede no saber cuántos
son ni cómo son. No hay determinación del objeto en las cosas universa-
les, y ésta ha sido una de las razones por las cuales la ley ha prohibido estas
ventas.
Pero no puede decirse que toda cosa indeterminada es universal, pues
puedo vender un animal, sin determinar la especie, ni el género, en cuyo
caso se vende una cosa singular, pero indeterminada. Podemos decir, en-
tonces, que si toda cosa determinada es singular, no ocurre lo mismo con
toda cosa singular que bien puede ser indeterminada.
Es verdad que la determinación envuelve la idea de singularidad, pues
sólo las cosas que se designan e individualizan son determinadas. Una cosa
que se individualiza o se designa con toda precisión no puede ser univer-
sal, porque ésta implica la idea de indeterminación, ya que no se especiali-
za lo que esa universalidad comprende, sino que se contrata por el conjunto,
por todo lo que en él se encuentra.
En cambio la idea de singularidad, aunque aparenta envolver la de
determinación, no es así, sin embargo, porque la primera no comprende
la segunda. Esto se debe a que la singularidad se refiere al número o canti-
dad y la determinación, a la especie o al género de los individuos.
Un ejemplo nos hará ver mejor la diferencia: A vende a B el caballo
que tiene en su casa. En este caso, el caballo está determinado con toda
precisión y la venta es singular, puesto que la determinación envuelve,
como se dijo, la idea de singularidad. En cambio A vende a B un animal
sin decir nada más. Aquí el objeto es singular, porque se trata de un indivi-
duo y no son todos los bienes del vendedor, sino uno en especial, el que se
vende. Pero ese individuo no está determinado, no ha sido designado ni
en cuanto al género ni en cuanto a la especie y, por lo tanto, no puede
haber venta.
Tomemos ahora las ideas de determinación y de universalidad. Dijimos
que toda cosa universal era indeterminada porque la idea de determina-
ción implica la de singularidad; invirtiendo los términos resulta que toda
cosa universal tiene que ser indeterminada. Se dijo además que toda cosa
indeterminada no era universal. Así, por ejemplo, A vende a B todos los
186
DE LA COSA VENDIDA
animales que tiene o pueda tener. Aunque la venta se refiere a cierto gé-
nero, no precisa el número, sino que vende todos los animales. En una
palabra, hay venta a título universal y, por consiguiente, el objeto está in-
determinado, pues no han sido precisados los animales que se venden que
pueden ser aves, mamíferos, insectos, etc. En cambio, si A vende a B un
animal, el objeto es indeterminado, pero no es universal.
Creemos, pues, haber demostrado que si toda cosa determinada es ne-
cesariamente singular; no toda cosa singular es siempre determinada, pues
ambas ideas son diversas y se refieren a diferentes aspectos del objeto.
223. Todos los bienes que una persona tiene o pueda tener constituyen su
patrimonio que, como se ha dicho, es inseparable de ella. Por esta razón y
porque en la venta de todos los bienes el objeto es indeterminado, puesto
que no sabe qué cosas se comprenden en aquel, el artículo 1811 prohíbe
expresamente la venta del patrimonio o de la sucesión de una persona.
Dice ese artículo: “Es nula la venta de todos los bienes presentes o futuros o de
unos y otros, ya se venda el total o una cuota; pero será válida la venta de todas las
especies, géneros y cantidades que se designen por escritura pública, aunque se ex-
tienda a cuanto el vendedor posea o espere adquirir, con tal que no comprenda
objetos ilícitos. Las cosas no comprendidas en esta designación se entenderá que no
lo son en la venta; toda estipulación contraria es nula”.
El artículo transcrito se refiere tanto a los bienes presentes como a los que
puedan adquirirse con posterioridad al contrato; y prohíbe la venta de todos
ellos o de una cuota de los mismos, ya sea que se vendan solamente los bienes
presentes o los bienes futuros o unos y otros a la vez. No acepta tampoco este
artículo la venta de una cuota, porque la indeterminación siempre subsiste y
porque la venta de una cuota sería siempre a título universal, de acuerdo con
lo que dice el inciso 2º del artículo 951 del Código Civil.
El contrato de venta que violare esa disposición, es decir que verse
sobre todos los bienes presentes o futuros, o sobre unos y otros a la vez, o
sobre una cuota de los mismos, es nula absolutamente, porque según el
artículo 10 del Código Civil, los actos que la ley prohíbe son nulos y de
ningún valor y en tal caso hay en el contrato un objeto ilícito que lo vicia
de nulidad, según el artículo 1682 del mismo Código.
224. Pero si es cierto que todos los bienes de una persona, sean presentes
o futuros, no pueden venderse en conjunto, no es menos también que
pueden serlo si se individualizan, si se determinan en cuanto a la especie,
género y cantidad y que tal enumeración se haga por escritura pública. Así
lo dice el artículo 1811 que, después de establecer la regla general ya enun-
ciada, agrega: “Pero será válida la venta de todas las especies, géneros y cantida-
des que se designen por escritura pública, aunque se extienda a cuanto el vendedor
posea o espere adquirir, con tal que no comprenda objetos ilícitos”.
Según ese artículo, tres requisitos son necesarios para que esta venta
sea válida: a) que se designen todas las especies, géneros y cantidades; b)
que esa designación se haga por escritura pública; y c) que en la venta no
se comprendan objetos ilícitos.
187
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
188
DE LA COSA VENDIDA
artículo 1811, desde que para ello bastaría enumerar uno o dos bienes y
referirse, en general, a los demás.
227. Acabamos de ver que la venta de todos los bienes de una persona es
válida, siempre que se designen por escritura pública. Cabe preguntarse
¿si la venta de esos bienes se hace por escritura pública, pero no se men-
cionan en ella sino en un inventario extendido por escritura privada a que
se alude en el contrato, es válida aquella? Creemos que no, porque los
términos de la ley son precisos y claros en el sentido que los bienes mis-
mos se designen por escritura pública, y aquí no se designarían en esta forma,
sino por escritura privada. La venta sería válida en el ejemplo propuesto, si
el inventario se hiciera por escritura pública, pues entonces estarían desig-
nados en un instrumento de esta especie. De este modo se llenaría la exi-
gencia legal que no precisa si los bienes deben mencionarse en el mismo
contrato o en otro instrumento a que en él se alude. En este caso el con-
trato debe otorgarse también por escritura pública por las razones ya ex-
puestas.
228. ¿La nulidad de la cláusula por la cual se extiende la venta a los de-
más bienes del vendedor que no se designan en el contrato, acarrea la de
toda la venta? La negativa ha resuelto con justa razón la Corte de Apela-
ciones de Talca, declarando así que la venta es válida por los bienes que en
ella se designan y nula por aquellos a que esa cláusula se refiere.1 En tal
hipótesis, y como lo resolvió la Corte, el comprador sólo puede exigir la
entrega de los bienes mencionados en el contrato, pero no la de los otros
que puedan comprenderse en esa cláusula. Estamos en todo conformes
con ese fallo, pues la ley establece expresamente que la venta es válida
respecto de las cosas que se mencionan y nula respecto de las que se ven-
den en globo. Lo que anula la ley es la cláusula que se refiere a los demás
bienes del vendedor, mas no el contrato mismo, que lo declara válido no
obstante contener esa cláusula. Por lo demás, cuando la ley declara nula
una determinada estipulación no entiende anular sino ella y no el contra-
to que la contiene, pues su objeto no es impedir la celebración de éste
sino la de esa cláusula únicamente.
Veamos un ejemplo: A es dueño de un fundo, de una casa, de veinte
animales, de cien acciones del Banco de Chile y espera cosechar mil sacos
de trigo y comprar un coche. Si A vende a B todos esos bienes en términos
generales, diciendo te vendo todos mis bienes y los que espero tener al
cabo de cinco años, la venta es nula, como también lo es, si vende la mitad
o la tercera parte de los mismos.
En cambio, si A vende a B su fundo, su casa, los veinte animales, el
coche que espera comprar y los mil sacos de trigo que espera cosechar, y la
venta se hace por escritura pública designando cada uno de esos bienes, la
venta es válida, en virtud de la parte final del inciso 1º del artículo 1811.
189
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
Pero si a esa venta se le agrega esta frase “y todos los demás bienes que
tenga o pueda tener el vendedor”, la venta es válida respecto del fundo, de
la casa, de los animales, del trigo y del coche y nula, respecto de las cien
acciones del Banco de Chile y de los demás bienes que tenga o llegue a
adquirir, porque no se enumeraron en el contrato y, según el inciso 2º del
artículo 1811, no quedan comprendidas en la venta. Tal cláusula se reputa
no escrita. El comprador solo podrá exigir la entrega de los bienes enume-
rados, pero no la de los demás.
230. Si se venden los muebles de una casa sin precisar nada más, la venta es
válida, aunque no se haga en la forma que señala el artículo 1811, no
solamente porque la ley ha definido en el artículo 574 del Código Civil lo
que comprende bajo esa denominación, sino además porque el artículo
1811 se refiere a todos los bienes presentes de una persona y aquellos no
tienen ese carácter ni pueden tenerlo; puesto que la misma ley establece
que en esa expresión no quedan comprendidos los objetos que exceptúa y
enumera.
190
DE LA COSA VENDIDA
234. El tercer requisito que debe reunir la cosa vendida es que exista o al
menos, que se espere que exista. De no ser así, el contrato carece de obje-
to y es inexistente.
Tres situaciones, dice Baudry-Lacantinerie, pueden presentarse al res-
pecto: 1) la cosa no ha existido nunca y tampoco existirá en el futuro; 2)
la cosa no ha existido en el pasado; pero podrá existir en el futuro; y 3) la
cosa existió en el pasado; pero ha dejado de existir.2
En el primer caso no hay contrato, porque si la cosa no ha existido ni
existirá es la nada; hay imposibilidad absoluta para cumplirlo y nadie pue-
de obligarse a lo imposible. Por esta razón el legislador no se ha ocupado
de este caso.
El segundo está contemplado en el artículo 1813 y es el de una venta
de cosa futura, es decir, de una cosa que aunque no existe en el momento
del contrato, podrá existir más tarde. Aquí existe el objeto, sea en el acto
mismo del contrato, como cuando lo que se vende es la esperanza, o su
existencia está subordinada a una condición, como cuando lo vendido es
la cosa misma que se espera que exista.
Finalmente el tercer caso es el del artículo 1814, en el cual la cosa ha
perecido antes de celebrarse el contrato, por cuyo motivo no puede prestar
utilidad alguna. El contrato carece aquí de objeto; luego, es inexistente.
191
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
237. Debe tenerse presente que tanto en el caso de pérdida total como en
el de pérdida parcial de la cosa vendida, para que influya en la validez del
contrato es menester que una u otra hayan ocurrido con anterioridad a su
celebración o perfeccionamiento, es decir debe haber sucedido antes que
las partes se hayan puesto de acuerdo en la cosa y en el precio. Si la pérdi-
da ocurre después de celebrado el contrato, éste es válido en todo caso y
aquella afectará al comprador únicamente (art. 1820 del Código Civil), sin
perjuicio de las excepciones legales.
238. “La venta de una cosa que, al tiempo de perfeccionarse el contrato se supone
existente y no existe, no produce efecto alguno”, dice el inciso 1º del artículo
1814. Así, por ejemplo, si A vende a B una casa que posee en Valparaíso y
192
DE LA COSA VENDIDA
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1 B AUDRY -LACANTINERIE, De la vente, núm. 98, pág. 75; MARCADÉ, VI, págs. 224 y 225;
PLANIOL, II, núm. 1366, pág. 463; P OTHIER, III, núm. 4, pág. 3; GUILLOUARD, I, núm. 168,
pág. 188; TROPLONG, I, núm. 252, pág. 331; L AURENT, 24, núm. 88, pág. 96; HUC, X, núm.
70, pág. 100; AUBRY ET RAU, V, pág. 12; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 622, pág. 841;
RICCI, tomo 15, núm. 107, págs. 264 a 267; MANRESA, X, págs. 110 a 112; ROBLES POZO,
págs. 605 y 606; BÉDARRIDE, núm. 28, pág. 49.
2 Sentencia 863, pág. 201, Gaceta 1912, tomo II.
3 Digesto, libro 18, título I, ley 15.
4 De acuerdo con la terminología del inciso final del artículo 1814 del Código Civil y a
fin de abreviar las expresiones, denominaremos buena y mala fe al hecho que las partes
ignoren o sepan, al tiempo del contrato, la pérdida de la cosa que se vende.
194
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
I, pág. 297.
196
DE LA COSA VENDIDA
se sabe a punto fijo que no existe, habría mala fe. Luego, al decir la ley se
supone existente, da a entender que las partes ignoran si la cosa pereció o
no. En otros términos, el artículo 1814, al reglamentar esta venta en su
inciso 1º, se coloca en el caso que ambas ignoren la pérdida de la cosa.
Pothier1 y Laurent2 dicen también que la ley supone que las partes ignora-
ban, al tiempo del contrato, esa pérdida.
Esta consecuencia fluye además del inciso 3º del artículo 1814, pues la
ley obliga a resarcir perjuicios al vendedor de mala fe, de donde se infiere
que si está de buena fe no debe indemnización. Esta solución es muy justa
y equitativa, por cuanto ninguno de los contratantes ha procedido malicio-
samente a celebrar el contrato. La ley 14, título V, de la Partida V daba la
misma solución en el caso que estudiamos y decía: “Vendiendo un ome a
otro casa, o molino o otro edificio qualquier, si lo que assi vendiesse fuesse
derribado, o quemado, o destruydo en alguna otra manera, no lo sabien-
do el comprador non valdría la vendida; maguer aquel que lo vendiesse,
cuydasse que era sano quando lo vendiesse e non supiere que era quema-
do nin derribado”.
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DE LA COSA VENDIDA
deración los riesgos de la cosa vendida que es lo esencial en este caso, sino
que se contrata sobre una cosa inexistente.
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DE LA COSA VENDIDA
1 MANRESA, X, pág. 113; FUZIER-HERMAN , 36, Vente, núm. 625, pág. 841; LAURENT, tomo
24, núm. 89, pág. 98; BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 99, pág. 76; RICCI, 15, núm.
108, pág. 268.
201
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
247. Siendo una facultad del comprador el derecho de desistirse del con-
trato en caso de pérdida parcial de la cosa, es evidente que puede renun-
ciarlo, renuncia que puede ser expresa o tácita. Es tácita cuando acepta
pagar el precio o cuando toma la cosa tal como se halla o, mejor dicho,
cuando ejecuta hechos que son incompatibles con la voluntad de ejercitar
1 De la vente, núm. 99, pág. 76; AUBRY ET RAU, V, pág. 12; LAURENT, 24, núm. 91, pág. 99.
2 II, núm. 1367, pág. 463; RICCI, tomo 15, núm. 108, pág. 268.
3 X, pág. 113.
202
DE LA COSA VENDIDA
248. ¿Qué parte de la cosa debe perecer para que el comprador pueda
desistirse del contrato o pedir una disminución del precio? Una parte con-
siderable de ella, dice el inciso 2º del artículo 1814. El Derecho romano y
las Siete Partidas hacían una distinción sobre esta materia, según que la
cosa hubiera perecido en su mayor parte o en menos de la mitad. En el
primer caso la venta no se perfeccionaba; en el segundo, el comprador
tenía derecho a una disminución del precio en proporción del valor que
la cosa había disminuido de precio. Dice Paulo: “Si queda una parte de la
casa, es muy importante saber cuál fue la que quedó de la casa quemada;
porque si se quemó la mayor parte, el comprador no puede ser obligado a
perfeccionar la compra y puede repetir lo que pagó; pero si se ha quema-
do la mitad, o menos, el comprador está obligado a perfeccionar la venta,
pagando lo que estime el juez, a fin de evitar que se le obligue a entregar
lo que bajó de precio por haberse incendiado”.1
La ley 14, título V, de la Partida V, reproduce ese principio y dice: “Que
non valdria la vendida si aquella cosa que assi fuesse vendida, fuesse que-
mada, o derribada la mayor parte della; mas si fuesse la menor parte della
quemada, o derribada, estonce valdria la vendida. Pero deuen fazer sacar
del precio, quanto asmaren que vale la cosa ménos, por razon de aquello
que era quemado o derribado a la sazon que fué fecha la compra”.
Tanto el Derecho romano como el Derecho español distinguían, pues,
dos casos de pérdida parcial: si perecía la mayor parte o la menor parte.
En cada caso daban una acción distinta: en el primero, el comprador tenía
derecho a la devolución del precio, pues no había contrato; y en el segun-
do, tenía derecho a la disminución del precio en proporción a lo perdido.
En otras palabras, concedían las dos acciones que los Códigos modernos
dan al comprador; pero no con el carácter de facultativas, sino de únicas y
exclusivas en cada uno de los casos en que se otorgaban.
Nuestro Código se separó por completo del espíritu de las legislacio-
nes romana y española y concede al comprador ambos derechos, el de
desistirse del contrato, o el de pedir una disminución del precio cuando
falta una parte considerable de la cosa vendida. En aquellas legislaciones no
había venta en este evento; y la disminución sólo procedía cuando lo des-
truido era menos de la mitad, en cuyo caso, entre nosotros, no procede ni
siquiera la disminución del precio.
203
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1 Digesto, libro 18, título I, ley 57, núm. 2; Partida V, título V, ley 15.
2 Tomo 24, núm. 92, pág. 99.
3 X, núm. 70, pág. 101.
4 De la vente, I, núm. 99, pág. 77.
5 X, pág. 114.
6 Tomo 15, núm. 108, pág. 268.
206
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207
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1 G UILLOUARD, I, núm. 166, pág. 189; AUBRY ET R AU, V, pág. 13; TROPLONG, I, núm.
254, pág. 335; HUC, X, núm. 70, pág. 101; BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 99 I,
pág. 77; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 626, pág. 841.
2 B AUDRY-L ACANTINERIE, De la vente, núm. 99 I, pág. 77.
208
DE LA COSA VENDIDA
251. Entre las cosas que pueden ser objeto de este contrato mencionamos
más arriba las que no existen, pero se esperan que existan, es decir, las
cosas futuras.
En realidad, el objeto de la venta debe tener existencia material. De
otro modo, no podría formarse; pero esta regla sufre excepción respecto
de las cosas que si no existen al tiempo de celebrarse aquella, existirán
más tarde. De ser así, la venta se perfecciona una vez que la cosa adquiere
vida material.
Cosa futura, dice Manresa, es la que no tiene existencia real y positiva y
en el momento de prestarse el consentimiento. Esta cosa que no existe en
ese momento existirá posteriormente y entonces se formará la venta en
definitiva. Si no llega a existir, el contrato es inexistente por falta de obje-
to. Sin embargo hay casos en que los que la venta de cosa futura es válida
siempre, aunque la cosa no exista. Esto sucede cuando lo que se vende es
la suerte o la esperanza.
Podemos distinguir dos especies de venta de cosa futura, según que se
venda la cosa misma que va a existir o la esperanza o la suerte de que
pueda realizarse un hecho o producirse una cosa.1
En el primer caso, la venta es condicional. Se entiende hecha bajo la
condición de que la cosa llegue a existir. En el segundo, hay la venta aleato-
ria que se reputa perfecta desde que hay acuerdo en la cosa y en el precio.
De ambas especies de venta se ocupa el artículo 1813 del Código Civil
que dice: “La venta de cosas que no existen, pero se espera que existan, se entende-
rá hecha bajo la condición de existir, salvo que se exprese lo contrario, o que por la
naturaleza del contrato aparezca que se compró la suerte”.
De este artículo se desprende que en nuestra legislación la regla general
en esta materia es que la venta de cosa futura es siempre condicional, esto
1 GUILLOUARD, I, núm. 166, pág. 187; LAURENT , 24, núm. 99, pág. 104; TROPLONG, I,
núms. 204 y 205, págs. 273 a 276; BÉDARRIDE, núm. 34, pág. 61 y núm. 38, pág. 65; FUZIER-
HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 616, pág. 841; AUBRY ET RAU, V, pág. 43; BAUDRY-LACANTINE-
RIE, ibid, núm. 97, pág. 74; HUC, X, núm. 69, pág. 99; DOMAT, Lois civiles, I, Du contrat de
vente, título II, sec. IV, núms. 3 y 4, págs. 166 y 167; P OTHIER, III, núm. 5; MANRESA, X, págs.
27 y siguientes; RICCI, 15, núm. 108 bis, pág. 270.
209
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
252. ¿A qué debe atender entonces el juez para determinar el carácter del
contrato?
Ante todo, a la intención de las partes, pues si no se expresa o no
aparece de manifiesto que lo que se compra es la suerte, prevalece la pre-
sunción que la venta es simplemente de cosa futura. En segundo lugar, a
su naturaleza, porque si de ella no se desprende que se compró la suerte,
subsiste también esa presunción, a falta de prueba en contrario. Finalmen-
te, a las circunstancias y condiciones del precio, tales como la compara-
ción del precio de venta con el valor probable que pueda tener la cosa
que, en definitiva, adquirirá el comprador, porque si es muy inferior a éste
es indudable que hay venta de la suerte.
Aplicando esas ideas a la interpretación de un contrato de venta de
unas acciones de la sociedad formada para beneficiar metales por el siste-
ma Paraff, la Corte de Apelaciones de Santiago declaró, en dos ocasiones,
que tal contrato era venta de la suerte o esperanza y no de cosa futura, por
cuyo motivo era válido aunque el sistema de explotación no hubiera dado
ningún resultado. Para resolverlo así, tuvo presente la declaración que las
partes hicieron en el contrato en orden a que el precio señalado al objeto
vendido era el justo y legítimo y que contrataban a sabiendas de ser aleato-
rio el negocio, agregando que aceptaban ese contrato, cualquiera que fue-
ra la eventualidad al respecto, porque querían que les obligara siempre
como un acto de voluntad reflexivo y bien meditado.2 Es indudable que
en tales cláusulas aparecía manifestada la intención de los contratantes de
dar a la venta un carácter aleatorio.
1 GUILLOUARD, I, núm. 166, pág. 188; TROPLONG, I, núm. 204, pág. 275; AUBRY ET RAU,
V, pág. 43, nota 33; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núms. 618 y 619, pág. 841.
2 Sentencia 324, pág. 209, Gaceta 1879; sentencia 738, pág. 429, Gaceta 1879.
210
DE LA COSA VENDIDA
254. La venta de una cosa futura era denominada por los romanos emptio
rei speratae y constituye, según el artículo 1813 del Código Civil, la regla
general en esta materia.
Cuando hay emptio rei speratae, es decir cuando se vende una cosa futu-
ra, es la cosa misma que va a existir la que se vende, de tal modo que si no
llega a existir no hay contrato. Esta venta se entiende hecha siempre bajo
una condición suspensiva, como dice el artículo 1813, que consiste en que
la cosa llegue a existir.
La condición es inherente a ella; si desaparece, por la voluntad de las
partes, se convierte en la otra especie de venta, o sea en la de la suerte o
esperanza. Así, por ejemplo, yo vendo a B el potrillo que va a dar a luz
mi yegua tal. Aunque nada digamos al respecto, el contrato existirá úni-
camente si el potrillo nace vivo, si llega a existir; de no ser así, no hay
contrato por falta de objeto. El vínculo de derecho depende, pues, de
ese acontecimiento incierto denominado existencia de la cosa. Solo si
ésta existe el comprador está obligado a pagar el precio. En caso contra-
rio, no tiene tal obligación y si lo pagó puede repetirlo por haberlo paga-
do indebidamente, ya que su obligación carece de causa.
No existiendo la cosa vendida falta la condición y se extinguen todas
las obligaciones que ya no podrán nacer. Ni la voluntad de las partes ni el
cumplimiento voluntario de esas obligaciones puede dar vida a un contra-
to física y jurídicamente imposibilitado para existir.
De lo expuesto se desprende que cuando lo que se vende es la cosa
misma que va a existir, cuando se vende una cosa futura, el contrato está
subordinado a una condición suspensiva que consiste en que esa cosa lle-
gue a existir. Aquí el consentimiento de los contratantes queda subordina-
do a la condición de la existencia de aquella. Por esta razón, si no existe,
la pérdida afecta al vendedor y no al comprador.
La doctrina es uniforme en el sentido de reconocer el carácter condi-
211
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
cional de esta venta y su falta absoluta de valor dado caso que la cosa que
se espera que exista no llegue a existir.1 Nuestros tribunales han hecho
también declaraciones en el mismo sentido.2
Esta especie de venta es muy frecuente en el comercio en donde se
venden a menudo objetos que el vendedor aún no ha fabricado o adquiri-
do. Lo es también en las ventas de las cosechas, de los partos futuros, etc.
Con respecto a una cosecha hay venta de cosa futura cuando A vende a B
la cosecha que va a producir su fundo a razón de $ 20 cada fanega de trigo, o
cuando le vende mil fanegas a $ 20 cada una. En este caso el contrato existirá
por las fanegas que se cosechen y por ellas pagará el precio el comprador, de
tal modo que si no se produce ninguna no hay contrato o si se producen
menos de mil, sólo existirá por las que se produzcan y no por las mil.
En el Digesto se consignan algunos pasajes relativos a esta venta. Pom-
ponio decía al respecto que los frutos y los partos futuros también pueden
comprarse, en cuyo caso la venta se reputa perfecta tan pronto como se
verifique el parto. La ley 11, título V de la Partida V, habla también de la
venta de cosa futura y reproduce el principio romano. Los artículos 1130
del Código francés, 1818 del italiano y 1271 del español establecen que las
cosas futuras pueden ser objeto de un contrato, pero sientan ese principio
como regla general y no al tratar de la compraventa.
Nuestro Código establece esta regla como principio general en el artícu-
lo 1461, pero lo reproduce y explica al hablar de la venta, dando al mismo
tiempo reglas precisas para la interpretación de tal contrato.
255. Las ventas de cosa futura, dice Manresa, se entienden realizadas siem-
pre a un plazo tácitamente señalado y es el que media entre su celebración y
la existencia de la cosa. Este plazo tiene importancia en las ventas condicio-
nales, o sea, en las de cosas futura propiamente dichas, porque en las aleato-
rias el contrato se perfecciona desde que hay consentimiento en la cosa y en
el precio y no una vez que se obtenga algún resultado práctico.
Ese plazo, si las partes no lo han fijado, puede desprenderse de la
naturaleza misma del contrato, como cuando se venden cosechas, anima-
les por nacer, etc. Si nada se ha estipulado al respecto y el plazo tampoco
se desprende de la naturaleza del contrato, podrá ser determinado por el
juez, tomando en cuenta las circunstancias y la intención de las partes. En
tal caso, no se trataría de señalar un plazo, sino de determinar uno que es
incierto en cuanto a su duración; de modo que ese señalamiento queda
comprendido dentro de las facultades que en esta materia tiene el juez,
según el artículo 1494 del Código Civil.3
1 BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 97, pág. 74; AUBRY ET RAU, V, pág. 43; TRO -
PLONG, I, núm. 204, pág. 273; LAURENT, tomo 24, núm. 99, pág. 104; GUILLOUARD, I, núm.
166, pág. 188; MANRESA, X, pág. 28; RICCI, 15, núm. 108 bis, pág. 270; POTHIER, III, núm. 5,
pág. 3; BÉDARRIDE; núm. 34, pág. 61; HUC, X, núm. 69, pág. 99.
2 Sentencia 1879, pág. 1215, Gaceta 1886.
3 MANRESA, tomo X, pág. 29.
212
DE LA COSA VENDIDA
256. ¿La venta del abono a los espectáculos teatrales es venta de cosa futu-
ra o cesión de derechos? La determinación de la naturaleza jurídica de
este contrato tiene suma importancia, para saber si el vendedor está o no
obligado a restituir el precio dado caso que la compañía dé un número de
funciones inferior al que se tenía opción con el abono.
Supongamos que un abonado a las cuarenta funciones de la ópera
ceda la mitad de su abono, o sean veinte, a un tercero y que la Compañía
quiebre cuando ha dado diez funciones. ¿Podría exigirle al vendedor la
devolución del valor correspondiente a las quince restantes?
El caso se ha presentado en dos ocasiones ante la Corte de Apelaciones
de Santiago y en ambas ha sido resuelto en distinto sentido. En la primera,
se consideró el contrato como venta de cosa futura, o sea, de cosa que no
existe, pero se espera que exista y como ésta solo vale si la cosa llega a
existir, era evidente que no habiéndose dado todas las funciones que com-
prendía el abono, no llegó a existir y, por consiguiente, el comprador, en
virtud del artículo 1813, tenía derecho a esa devolución.1 En la segunda,
se le calificó de cesión de derechos, pues al transferir el vendedor al com-
prador cierto número de las funciones del abono, no hizo otra cosa que
cederle una parte de los derechos que en conformidad a su contrato con
el empresario podía hacer valer contra éste. Siendo así, el vendedor no
estaba obligado a restituirle ese precio, desde que el cedente de un crédi-
to a título oneroso sólo se hace responsable de su existencia al tiempo de
la cesión y no de la solvencia del deudor.2
Creemos que la Corte estuvo en la razón en este último caso. Lo que se
enajena o se vende no es el teatro, no es el palco o luneta, no son las
entradas, es una cosa incorporal, el derecho que tiene el vendedor contra
el empresario para exigir que dé las funciones y que le permita asistir a
ellas. El cedente tiene un crédito contra el empresario, crédito que se
reduce a exigir el cumplimiento de una obligación de hacer; es una parte
de ese crédito la que se cede. Lo que se vende es una cosa incorporal, un
derecho personal y la venta de estos bienes la denomina nuestro Código,
cesión de derechos. Siendo cesión de derechos, el cedente se hace respon-
sable de la existencia del crédito, mas no de la solvencia del deudor, salvo
estipulación en contrario. Luego, si el empresario no da todas las funcio-
nes cedidas, ninguna responsabilidad tiene el cedente, puesto que el cré-
dito existía y no está obligado a restituir el precio correspondiente a ellas.
213
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
214
DE LA COSA VENDIDA
han fijado dos precios: uno por las cosas presentes y otro por las pertene-
cientes a la sucesión, hay dos contratos, válido aquél y nulo éste.1
1 MARCADÉ, VI, pág. 223; G UILLOUARD, I, núm. 167, pág. 188; B AUDRY-L ACANTINERIE,
ibid, núm. 277, pág. 319; HUC, I, núm. 69, pág. 99; TROPLONG, I, núms. 245 a 251, pág. 323
a 330; LAURENT, 24, núm. 98, pág. 103.
2 POTHIER , III, núm. 6, pág. 4.
3 Tomo I, núm. 305, pág. 209.
4 BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 97, pág. 75; MANRESA, X, pág. 28; GUILLOUARD ,
215
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
216
DE LA COSA VENDIDA
cosas que no existen pero que se espera que existan no se entiende hecha
bajo la condición de existir cuando de la naturaleza del contrato aparezca
que se compró la suerte. Si hay algo aleatorio y eventual son los inventos y
los descubrimientos de sistemas o de objetos nuevos sobre todo si se trata
de sistemas destinados a beneficiar metales o a proporcionar un mejora-
miento en alguna industria. El que compra un invento está expuesto tanto
al éxito como al fracaso del mismo, pues se trata de una cosa que no está
bien probada y cuyos defectos ni siquiera se conocen.
Resulta, entonces, que la naturaleza del contrato de venta de un inven-
to manifiesta que lo que se vende es la suerte, es la posibilidad de que
aquél dé buenos resultados. Además, lo vendido es el sistema o invento, es
una cosa destinada a producir un beneficio. La cosa existe, lo que no exis-
te son sus utilidades; de modo que sería imposible calificar este contrato
de venta de una cosa futura. De ahí que sea la venta de la suerte, de la
esperanza de obtener algún beneficio del invento. Por eso es válida y el
comprador está obligado a pagar el precio aunque aquél no dé ningún
beneficio práctico.
Sólo en caso que las partes subordinaran la existencia del contrato al
hecho que el invento diera buenos resultados, el comprador podría dejar-
lo sin efecto si no diera ninguno; con esta estipulación la venta perdería su
carácter aleatorio y se convertiría, por la voluntad de las partes, en un
contrato condicional, siendo la condición la circunstancia que el invento
produjera resultados. Si no los produce, aquella falta y no hay contrato.
Pero si no se subordina expresamente la existencia del contrato a ese hecho,
la venta queda perfecta desde el primer momento y produce sus efectos
aunque el invento fracase, porque lo que se vendió fue la suerte.
1 Sentencia 324, pág. 208, Gaceta 1879; sentencia 738, pág. 422, Gaceta 1879.
217
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
porque lo que se vendió en esos contratos no fue otra cosa que la suerte
de poder obtener un beneficio con la acción que se cedió; de tal modo
que si el negocio fracasaba eran válidos siempre, puesto que la suerte o la
esperanza, que fue la cosa vendida, existía al tiempo de su celebración.
218
DE LA COSA VENDIDA
263. Los casos más frecuentes de ventas de la suerte o esperanza son las
de boletos de loterías, de derechos litigiosos y de minas, porque aun cuan-
do en todos éstos hay un objeto material que se vende y que son el boleto,
los papeles y documentos que sirven para defender el precio y la mina
respectivamente, no son ellos los que constituyen el objeto del contrato,
sino el medio de obtener alguna utilidad efectiva que es el premio en el
primer caso, una sentencia favorable en el segundo y los minerales y pro-
ducto de la mina en el tercero.
Analicemos en especial la venta de los derechos litigiosos y la de una
mina que tienen gran importancia práctica.
A) La venta de los derechos litigiosos es el ejemplo típico de la venta
de la suerte o esperanza. Aquí la cosa vendida es el alea de obtener o no
en el juicio. No es la cosa litigiosa la que se vende. Esta es incomerciable.
Es el derecho de una de las partes que, dado caso de ser declarado judi-
cialmente, la habilita para obtener la cosa que se litiga. Si el juicio se pier-
de, hay siempre venta, puesto que lo vendido no estaba sujeto a ninguna
condición. Se vendió lisa y llanamente una cosa que existe y que consistía
1 BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 97, pág. 75; AUBRY ET RAU, V, pág. 43, nota
33; TROPLONG, I, núm. 204, pág. 273; LAURENT, 24, núm. 99, pág. 104.
219
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
264. El cuarto y último requisito que debe reunir la cosa vendida para
que el contrato de venta sea válido es que pertenezca al vendedor o a
un tercero; pero en ningún caso al comprador. Si se vende una cosa
que éste ya tenía como dueño, el contrato es inexistente por falta de
causa. Por esta razón, el artículo 1816 en su inciso 1º dice: “La compra
de cosa propia no vale; el comprador tendrá derecho a que se le restituya lo que
hubiere dado por ella”.
Esta disposición fue tomada de la ley 18, título V, Partida V, que dice
“La su cosa misma ningund ome non la puede comprar. E si por aventura
la comprasse, non lo sabiendo, deue cobrar lo que dió por ella” que, a su
vez, no es sino la reproducción de la regla romana contenida en el Digesto
que “la compra de la cosa propia no vale sea que se compre a sabiendas o
220
DE LA COSA VENDIDA
no, pero si se compra ignorándolo podrá repetirse lo que se pagó por ella,
porque no se contrajo obligación alguna”.1
221
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
268. El primer caso tiene lugar cuando un individuo compra una cosa
que es suya bajo la condición que deje de pertenecerle. Marcelo decía que
“se podía comprar bajo condición lo que ya es del comprador porque es
posible que deje de pertenecerle”.1 Este contrato se perfecciona una vez
que la cosa deja de ser del comprador. Entonces se realiza la condición y
el contrato produce todos sus efectos.
En realidad, el comprador ha comprado una cosa que no le pertenece,
pues el contrato se verificará cuando deje de ser dueño de la misma. Pero
si la condición que la cosa deje de pertenecer al comprador no se realiza
jamás o no se realiza dentro del plazo fijado al efecto, no hay contrato,
porque nadie puede comprar lo que es suyo, y, aunque hubo convención
relativa a ella, no alcanzó a perfeccionarse desde que era menester que la
cosa saliera del poder del comprador, lo que no ocurrió.
Quede bien establecido que es necesario expresar claramente que la
compra de cosa propia se hace bajo la condición que deje de pertenecer
al comprador, porque si se compra pura y simplemente una cosa propia, la
venta es inexistente y no se perfeccionará aun cuando deje de pertenecer-
le, pues el contrato no quedó subordinado a una condición, como en el
caso anterior. La venta se perfeccionó en ese mismo acto, y como la cosa
que se vendía era ya del comprador, no pudo realizarse. Su existencia no
depende aquí de una condición. Por eso, aunque deje de pertenecerle, el
contrato no se perfecciona. Ese hecho no puede influir en él, por no ha-
berlo convenido las partes.
Un ejemplo de la compra de cosa propia bajo condición es el siguien-
te, que hemos tomado de Pothier: “Si soy propietario de una casa que está
comprendida en un fideicomiso cuyo fideicomisario es Ud. y cuyo fiducia-
rio soy yo; aunque sea propietario de esa casa antes de cumplirse la condi-
ción de que aquel depende, puedo comprarla para el caso que ésta llegue
a verificarse”.2 Otro ejemplo: he recibido en un legado una propiedad
bajo la condición de no casarme antes de los 25 años. Es claro que soy su
222
DE LA COSA VENDIDA
269. “Sed si communis ea res emtori cum alio sit, dici debet, scisso pretio pro portio-
ne, pro parte emtionen valore, pro parte non valere”, decía Pomponio.1 La ley
18, título V de la Partida V reproducía esa regla en estos términos: “Mas si
otro alguno ouiesse parte en la cosa, valdria la vendida en tanta parte,
quanto es aquello que es ageno, e non suyo”.
Ambos preceptos se refieren al caso de una cosa que pertenece en co-
mún a dos o más personas y que una de ellas compra íntegramente a la
otra. Si así sucede, la venta no vale por la parte que pertenecía al compra-
dor, pero sí por el resto. Así, si A y B son condueños de una cosa y B se la
vende en su totalidad a A en cien mil pesos, la venta no vale por la cuota de
A que tiene derecho para que se le restituya la parte de precio que a ella
corresponda y que en el ejemplo propuesto, serían cincuenta mil pesos.
Aquí hay venta por la parte que no pertenece al comprador, siendo
inexistente por la que es suya. Este caso no constituye propiamente una
excepción al artículo 1816, puesto que no se compra una cosa propia, sino
una que pertenece al vendedor que es condueño con el comprador.
270. Si el comprador tiene sobre la cosa que compra una propiedad im-
perfecta, el contrato es válido siempre que se refiera a la parte de dominio
que no posee, porque de ser así no compra lo propio sino algo que no
tiene. La compra tiene por objeto adquirir el dominio que el comprador
no posee y que, agregado al suyo, forma la propiedad completa. Esta situa-
ción puede presentarse cuando el vendedor tiene algún derecho sobre la
cosa que pertenece al comprador, cuando éste es, en cierto modo, deudor
de aquél. Así, por ejemplo, el propietario fiduciario puede comprar al
fideicomisario la expectativa que tiene de adquirir la cosa una vez que se
cumpla condición.
1 Digesto, libro 18, título 1º, ley 18. “Si la cosa pertenece en común al comprador y a
otro, y aquel se la compra íntegramente a éste, la venta vale respecto de la parte del vende-
dor y no vale respecto de la otra, debiendo restituirse el precio que a ella corresponda.”
223
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
271. Entre las cosas que pueden venderse dijimos que se encontraban no
sólo las pertenecientes al vendedor, sino también las ajenas, entendiéndo-
se por tales aquellas cuyo propietario, en el momento de la venta, no es el
vendedor.
La venta de cosa ajena es la que tiene por objeto inmediato, dice Pla-
niol, la transferencia de la propiedad de una cosa determinada que perte-
nece a una persona diversa del vendedor. Para que haya tal venta es
menester que el objeto del contrato, es decir, el objeto de la obligación
del vendedor sea una cosa que no le pertenezca en forma alguna y sobre
la cual no pretenda ningún derecho de propiedad, ni puro ni simple, ni
eventual. Por este motivo, la venta de una cosa cuya propiedad tiene bajo
una condición suspensiva o resolutoria no es de cosa ajena, pues aunque
no es dueño absoluto de la cosa que vende, no puede tampoco decirse
que no sea dueño de la misma. El vendedor es aquí un propietario condi-
cional; su derecho de propiedad puede existir puro y simple o puede ex-
tinguirse una vez que se realice o falle la condición, según el caso.
Si vende esa cosa, no ha vendido lo ajeno, sino una cosa que tiene bajo
cierta condición. Al venderla, transfiere al comprador un derecho de pro-
piedad eventual y si las partes han tomado en cuenta esa eventualidad, al
tiempo de contratar, la venta será válida y producirá todos sus efectos,
aunque la condición extinga el derecho del vendedor que adquirió el com-
prador. En tal caso se habría comprado la esperanza que aquel tenía de
llegar a adquirirla.3
Si el vendedor vende la cosa pura y simplemente, se vende la cosa
misma y no la esperanza de llegar a tenerla. Si la condición se cumple, el
comprador será privado de ella en los casos de los artículos 1490 y 1491
del Código Civil, pues el acreedor de esa cosa, o sea la persona con quien
contrató condicionalmente el vendedor, puede reivindicarla de los terce-
pág. 216.
224
DE LA COSA VENDIDA
272. El artículo 1815 del Código Civil, en forma precisa y terminante dice:
“La venta de cosa ajena vale, sin perjuicio de los derechos del dueño de la cosa
vendida, mientras no se extingan por el lapso de tiempo”.1
Esta disposición no es sino una consecuencia del carácter meramente
productivo de obligaciones que en nuestra legislación tiene la compraven-
ta. El objeto de este contrato es crear obligaciones. El vendedor está obli-
gado a proporcionar al comprador únicamente la posesión libre y
desembarazada de la cosa. No está obligado a transferir el dominio, sino a
entregar la cosa a que la venta se refiere. Siendo así, nada impide que las
partes contraigan obligaciones respecto de una cosa ajena, puesto que en
tal contrato concurren todos los requisitos necesarios para su validez.
La venta es válida, porque hay un objeto sobre el cual recae la obliga-
ción del vendedor y porque no hay imposibilidad de entregar la cosa, ya
que aquél puede llegar a adquirirla del dueño. De aquí que esa venta haya
sido equiparada por algunos autores a la de una cosa que no existe, pero
que se espera que exista.
La venta no es, en nuestro Derecho, un acto de enajenación, sino un
contrato creador de obligaciones. Así como no puede enajenarse la cosa
de otro, porque enajenar es transferir el dominio y sólo puede transferirlo
el que lo tiene, se puede, sin embargo, vender la cosa ajena, porque ven-
der no es enajenar sino contraer una obligación.2
La obligación del vendedor puede tener por objeto una cosa propia o
una cosa ajena. No hay ningún inconveniente en obligarse o en prometer
un hecho o cosa ajena (art. 1450 del Código Civil). La venta de cosa ajena
es válida, precisamente porque no hay inconveniente alguno para que las
cia 1.865, pág. 1310, Gaceta 1879; sentencia 2.194, pág. 1316, Gaceta 1885; sentencia 3.413,
pág. 2031, Gaceta 1885; sentencia 1.353, pág. 841, Gaceta 1887, tomo I; sentencia 1.126,
pág. 730, Gaceta 1892, tomo I; sentencia 1.116, pág. 825, Gaceta 1895, tomo I; sentencia
3.010, pág. 1337, Gaceta 1902, tomo II; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo II, sec. 1ª,
pág. 164; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo III, sec. 1ª, pág. 255; Revista de Derecho y
Jurisprudencia, tomo VI, sec. 1ª, pág. 266; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo X, sec. 1ª,
pág. 211; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo IX, sec. 1ª, págs. 384, 484 y 493.
2 RUBEN DE COUDER, II, pág. 185; PLANIOL, II, núm. 1416, pág. 474.
225
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
226
DE LA COSA VENDIDA
esos bienes, sino por la inscripción del título que se haga después de can-
celar la anterior (art. 728 del Código Civil).
Si el vendedor no es dueño de la cosa vendida el comprador adquiere
sobre ella los derechos que ha podido transferirle, que no son otros que la
posesión. Por lo tanto, el comprador, salvo los casos que más adelante
veremos, puede adquirir el dominio de la cosa vendida por prescripción
únicamente. Nunca por tradición.
1 Como en el caso anterior, a fin de abreviar las expresiones, denominamos aquí “bue-
na o mala fe”, el hecho que los contratantes ignoren o sepan que la cosa es ajena.
2 GUILLOUARD, I, núm. 193, pág. 219; AUBRY ET R AU, V, pág. 52; TROPLONG, I, núm.
227
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1 MAYNZ , II, pág. 140; S ERAFINI, II, pág. 139; Digesto, libro 18, título I, ley 34, núm. 3.
228
DE LA COSA VENDIDA
276. La venta de cosa ajena produce dos órdenes de relaciones: uno entre
las partes y otro entre éstas y el dueño de la cosa. Nos ocuparemos prime-
ramente de aquellas.
El comprador puede ejercitar dos derechos para con el vendedor, se-
gún sea que éste le haya entregado o no la cosa.
Si no se la entrega, porque no ha podido conseguirla del dueño o por
cualquier otro motivo, el comprador puede exigir el cumplimiento del
contrato o su resolución con indemnización de perjuicios, con arreglo a lo
que hemos dicho en los dos párrafos anteriores sobre la buena o mala fe
de las partes.
Si la cosa ha sido entregada pero el dueño la reivindica de manos del
comprador, éste sufre una evicción, en cuyo caso tiene contra el vendedor
la acción de saneamiento para que se la indemnice con arreglo al artículo
1847 del Código Civil, a menos que el comprador haya sabido que la cosa
era ajena o que, sabiéndolo, haya renunciado al saneamiento, porque en-
tonces sólo tiene derecho al precio, en el primer caso, y ni aun a éste, en
el segundo. Excusado creemos manifestar que para que el comprador sea
saneado en caso de evicción, deberá citar al vendedor al juicio respectivo,
en conformidad a las disposiciones que rigen sobre el particular.
Pero en ningún caso puede pedir la nulidad del contrato, porque la
disposición del artículo 1815 establece expresamente que esa venta es váli-
da. En el mismo sentido se han pronunciado las Cortes de Apelaciones de
Concepción1 y de Talca2 que han desechado, fundadas en ese artículo, las
demandas de nulidad de la venta de cosa ajena.
277. Se han estudiado más arriba los efectos de la venta de cosa ajena
entre las partes y las relaciones jurídicas que entre ellas se originan con
ocasión de este contrato. Analicemos ahora la situación y derechos del
dueño de la cosa vendida en presencia de un contrato que no le afecta
en sus resultados y por el cual no contrae vínculo jurídico de ninguna
especie. 3
El dueño de la cosa vendida no contrae obligación alguna respecto de
los contratantes y conserva el derecho de reivindicarla de manos de cual-
quier poseedor, sea el vendedor, sea el comprador. Este derecho lo tiene
mientras no prescriba por el lapso de tiempo, lo que ocurre cuando el
comprador ha llegado a adquirir la cosa por prescripción, porque según el
artículo 2517 del Código Civil toda acción por la cual se reclama un dere-
cho se extingue por la prescripción adquisitiva del mismo.
Debe tenerse presente que estos derechos no prescriben en los plazos
señalados para la acción de nulidad, como alguna vez se ha creído, desde
dencia, tomo IX, sec. 1ª, pág. 384; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo X, sec. 1ª, pág.
211; sentencia 3.010, pág. 1337, Gaceta 1902, tomo II.
229
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
230
DE LA COSA VENDIDA
278. Hemos visto que el comprador de una cosa ajena puede llegar a ad-
quirirla por prescripción únicamente, porque su dominio no ha podido
serle transferido por el vendedor que carecía de él.
Sin embargo, hay dos casos en nuestra legislación en los cuales el com-
prador adquiere ese dominio por tradición, dos casos en que llega a ser
dueño de la cosa vendida sin necesidad de esperar el transcurso del tiem-
po. Esto tiene lugar cuando la venta es ratificada por el dueño de la cosa y
cuando el vendedor adquiere posteriormente su propiedad. Son los casos
de los artículos 1818 y 1819 del Código Civil respectivamente.
279. “La venta de cosa ajena, ratificada después por el dueño, confiere al compra-
dor los derechos de tal desde la fecha de la venta”, dice el artículo 1818.
1 Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo II, sec. 1ª, pág. 164; Revista de Derecho y Jurispru-
dencia, tomo IX, sec. 1ª, pág. 384; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo X, sec. 1ª, pág. 211.
2 Sentencia 2.194, pág. 1316, Gaceta 1885.
3 Sentencia 1.116, pág. 825, Gaceta 1895, tomo I.
231
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
232
DE LA COSA VENDIDA
281. “Vendida y entregada a otro una cosa ajena, si el vendedor adquiere después
el dominio de ella, se mirará al comprador como verdadero dueño desde la fecha de
la tradición. Por consiguiente, si el vendedor la vendiere a otra persona después de
adquirido el dominio, subsistirá el dominio de ella en el primer comprador”, dice el
artículo 1819 del Código Civil.
Esta disposición está de acuerdo con la contenida en el inciso 2º del
artículo 682 del mismo Código que establece que si el tradente adquiere
después el dominio, se entiende haberse transferido éste desde el momen-
to de la tradición, lo que es perfectamente lógico.
1 Sentencia 3.010, pág. 1337, Gaceta 1902, tomo II. Véase también: Revista de Derecho y
Jurisprudencia, tomo VI, sec. 1ª, pág. 22 (considerando 31), y Revista de Derecho y Jurispruden-
cia, tomo X, sec. 1ª, pág. 221 (considerando 4º).
2 Sentencia 89, pág. 257, Gaceta 1913.
233
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
282. ¿Es venta de cosa ajena la de una cosa que el vendedor posee en
común?1 Hay que distinguir dos casos diversos: si se vende la cuota del
vendedor únicamente o si se vende toda la cosa.
En el primero no hay venta de cosa ajena, porque el vendedor vende
su parte indivisa en la cosa común o su derecho eventual a la propiedad
de la misma, para lo cual está facultado por la misma ley, y sin que para
esa venta sea necesario el consentimiento de los demás comuneros. “Si la
cosa es común de dos o más personas proindiviso, entre las cuales no intervenga
contrato de sociedad, dice el artículo 1812, cada una de ellas podrá vender su
cuota, aun sin el consentimiento de las otras”.2 El comunero vende lo suyo y el
comprador ocupará en la indivisión el lugar que tenía el vendedor, queda
1 B AUDRY -LACANTINERIE, De la vente, núm. 121, pág. 117; AUBRY ET RAU, V, págs. 53 y 54;
LAURENT, tomo 24, núm. 108, pág. 115; HUC, X, núm. 61, pág. 90; TROPLONG, I, núm. 207,
pág. 280; GUILLOUARD, I, núms. 189 I a 191, págs. 216 a 218; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Ven-
te, núms. 583 a 601, págs. 839 y 840.
2 Sentencia 44, pág. 25, Gaceta 1883; sentencia 1.197, pág. 704, Gaceta 1887, tomo I;
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VII, sec. 1ª, pág. 240; Revista de Derecho y Jurispruden-
cia, tomo X, sec. 1ª, pág. 350.
234
DE LA COSA VENDIDA
1 Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VI, sec. 2ª, pág. 49; Revista de Derecho y Jurispru-
cia 6.358, pág. 2495, Gaceta 1889, tomo III; sentencia 1.126, pág. 730, Gaceta 1892, tomo I;
sentencia 387, pág. 245, Gaceta 1892, tomo I; sentencia 2.066, pág. 1500, Gaceta 1898, tomo
II; sentencia 462, pág. 738, Gaceta 1905, tomo I; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo IX,
sec. 1ª, pág. 134.
3 Sentencia 6.358, pág. 2495, Gaceta 1889, tomo III; Revista de Derecho y Jurisprudencia,
tomo I, pág. 395; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VI, sec. 2ª, pág. 49.
4 Sentencia 1.331, pág. 868, Gaceta 1892, tomo I (considerando 4º); Revista de Derecho y
Jurisprudencia, tomo I, pág. 395; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo XII, sec. 1ª, pág. 212.
235
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
283. ¿Qué derechos tienen los demás comuneros en caso que uno de ellos
haya vendido íntegramente la cosa común? La venta es válida en virtud del
artículo 1815 del Código Civil, de manera que no pueden pedir su nuli-
dad y si esta acción se entabla, la demanda será desechada necesariamen-
te, sin perjuicio que se les reserven las demás acciones que puedan
competerles sobre la cosa. Así lo han resuelto los tribunales en repetidas
ocasiones.1
Las acciones que deben ejercitar los otros comuneros son las que co-
rresponden al dueño de la cosa ajena, o sea la reivindicatoria2 y la que
tiene por objeto obtener que se declare que la venta no les afecta.3 Pue-
den pedir igualmente que se les reconozca su carácter de comuneros con
el comprador en la cosa vendida4 o bien la división de la comunidad, es
decir, pueden entablar la acción de communi dividundo.5 Determinar cuál
de esas acciones debe entablarse es cuestión de apreciación y que depen-
de de las circunstancias, siendo sí de advertir que la reivindicatoria tiene el
peligro que por el hecho de deducirse se da al comprador el carácter de
poseedor. La más conveniente es, en todo caso, la que tiene por objeto
pedir que se les declare comuneros con el comprador.
Como en este caso no se sabe si hay o no venta de cosa ajena sino una
vez que se liquide la comunidad, ya que si la cosa se adjudica al vendedor la
venta es de cosa propia, los demás comuneros cuyo consentimiento no se
tomó en cuenta para vender la cosa común no pueden ejercitar la acción
reivindicatoria sino una vez que se haga la liquidación de la comunidad.6
284. La venta o cesión que un socio hace de la acción o cuota que tiene
en la sociedad no es de cosa ajena, porque el aporte que hace en ésta y
que está representado por esa acción o cuota le pertenece exclusivamente.
Si bien es cierto que no puede retirarlo del fondo común, no lo es menos
también que puede enajenarlo libremente si la sociedad es anónima y con
el consentimiento de los demás consocios si es colectiva, no sólo porque se
trata de un bien comerciable, sino además porque la misma ley le confiere
esa facultad. Esa acción es algo suyo, algo que le pertenece y, por consi-
guiente, si la vende, no hace sino vender lo propio. No hay, pues, venta de
cosa ajena.
1 Sentencia 1.197, pág. 704, Gaceta 1887, tomo I; sentencia 2.389, pág. 748, Gaceta 1902,
tomo II.
2 Sentencia 157, pág. 97, Gaceta 1880; sentencia 1.126, pág. 730, Gaceta 1892, tomo I.
3 Sentencia 462, pág. 738, Gaceta 1905, tomo I.
4 Sentencia 1.865, pág. 1310, Gaceta 1879; sentencia 387, pág. 245, Gaceta 1892, tomo I.
5 Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo IX, sec. 1ª, pág. 134.
6 Sentencia 1.331, pág. 1868, Gaceta 1912, tomo I (considerando 2º).
236
DE LA COSA VENDIDA
es la dueña de esos bienes y sólo ella puede disponer de los mismos por
medio de sus mandatarios que los son sus administradores. En consecuen-
cia, si un socio que no es administrador vende los bienes sociales ha vendi-
do una cosa que no le pertenece y para cuya venta tampoco se hallaba
capacitado.
237
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
290. ¿Es venta de cosa ajena la que realiza el heredero putativo de los
bienes hereditarios? El heredero putativo, o sea, aquel a quien se le ha
conferido la posesión efectiva de la herencia sin ser el verdadero herede-
ro, se reputa ante la ley como sucesor del difunto mientras no aparezca
otro. Por consiguiente, puede vender válidamente los bienes hereditarios.
Pero conviene establecer si el verdadero heredero una vez que aparece
puede reivindicar los que hayan sido vendidos por el heredero putativo. Si
puede reivindicarlos es indudable que hay venta de cosa ajena, puesto que
si así no fuera, la venta realizada por éste obligaría a aquel y no podría
ejercitar esa acción.
El artículo 1268 del Código Civil dice de un modo expreso que el
heredero podrá también ejercer la acción reivindicatoria respecto de las
cosa que hayan pasado a terceros y que no hayan sido prescritas por
éstos. Es la aplicación del artículo 1815 a un caso especial. La venta que
hace el heredero putativo es de cosa ajena, porque, en realidad, no tiene
el dominio verdadero de esos bienes. Está únicamente en situación de
adquirirlos por prescripción. Luego, si no los adquiere en esta forma y
aparece el verdadero heredero, es claro que ha vendido lo ajeno y éste
no está obligado a respetar la obligación que aquél se impuso. Al mismo
tiempo, tiene acción contra el comprador para que le restituya la cosa y
contra el heredero putativo para que le devuelva aquello en que se haya
hecho más rico, si estaba de buena fe y le complete lo que hubiere podi-
do obtener de los terceros poseedores, dejándolo enteramente indemne,
si estaba de mala fe.
291. ¿Es venta de cosa ajena la que hace el marido de los bienes propios
de la mujer que vende sin el consentimiento de ésta?
He aquí una cuestión que ha dividido bastante las opiniones, aunque ya
hay cierta uniformidad en aceptar que en este caso hay también venta de
cosa ajena. Por nuestra parte, creemos que ésta es la verdadera doctrina.
238
DE LA COSA VENDIDA
292. ¿Hay venta de cosa ajena cuando en una ejecución se remata una
cosa que se cree pertenecer al deudor y que, en realidad, es de otra perso-
na que no ha autorizado la venta? La afirmativa no es dudosa. El artículo
1815 no distingue entre las ventas voluntarias y las forzadas y como estas
últimas son también verdaderos contratos de compraventa, tenemos que
1 U RRUTIA, Explicaciones tomadas en su clase, pág. 232; RAMÍREZ, Derecho de familia (Apun-
239
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
aceptar forzosamente que ese precepto tiene aplicación tanto en unas como
en otras.
Por otra parte el dominio de una cosa sólo puede transferirlo su pro-
pietario. El ejecutado, en este caso, no tiene el carácter de tal y como el
juez no procede a hacer la venta sino en su calidad de representante legal
del deudor, es claro que tampoco puede transferirlo, puesto que el man-
datario no puede tener más facultades que el mandante.
En consecuencia, si en una venta forzada se vende una cosa ajena, su
dueño puede reivindicarla del subastador y esa venta no le afecta en nin-
gún caso, a menos que la ratifique.
En apoyo de esta doctrina tenemos la opinión de todos los tratadistas,
la de nuestros tribunales y la de la misma ley. En efecto, el artículo 539 del
Código de Procedimiento Civil que permite al dueño de una cosa embar-
gada en una ejecución seguida contra otra persona entablar tercería de
dominio con relación a ella, deja de manifiesto que ni el embargo ni nada
privan al dueño de su derecho de dominio. Corrobora lo dicho el artículo
544 del mismo Código que exige el consentimiento del tercerista para la
venta de los bienes embargados en el caso que ese artículo señala. Final-
mente, el artículo 889 del Código Civil que establece que la acción reivin-
dicatoria es la que tiene el dueño de una cosa singular y el artículo 890 del
mismo Código que no exceptúa de las cosas reivindicables las que hayan
sido subastadas por intermedio de la justicia, demuestran en forma indis-
cutible la veracidad de la opinión antes sustentada, porque siendo la regla
general en esta materia la de que todas las cosas pueden reivindicarse,
salvo las que la ley exceptúa, es claro que si éstas no figuran entre las
exceptuadas, deben quedar comprendidas en dicha regla.
Baudry-Lacantinerie,1 Aubry et Rau,2 Guillouard3 y la Corte de Casa-
ción de Francia4 se pronuncian en idéntico sentido. La Corte de Apelacio-
nes de Santiago ha declarado que la venta de cosa ajena hecha por la
justicia no priva al dueño de ésta de sus derechos de tal para reclamarla de
quien la tenga.5 La Corte Suprema ha reconocido de un modo implícito
que hay venta de cosa ajena cuando se vende por la justicia un bien que
no pertenece al deudor.6
Hay también venta de cosa ajena en la de un bien común realizada por
un compromisario en un juicio de partición de bienes, dice la Corte de
Apelaciones de Tacna, cuando se hace sin el consentimiento de algunos
de los comuneros o sin la intervención de éstos en el juicio, en cuyo caso
los que no intervinieron pueden reclamar de esa venta por la cuota que
les corresponde.7
240
DE LA COSA VENDIDA
294. El artículo 1599 del Código francés a la letra dice: “La venta de cosa
ajena es nula: puede dar origen a daños y perjuicios cuando el comprador
ha ignorado que la cosa fuera ajena”. Contiene, pues, una doctrina diame-
tralmente opuesta a la nuestra. El artículo 1459 del Código italiano consig-
na esa disposición, que también consagra el argentino. Sin embargo, el
Código de Comercio italiano valida la venta de cosa ajena.
El fundamento de la regla sentada en el artículo 1599 del Código fran-
cés es muy explicable si se considera que en él el contrato de venta es un
modo de adquirir el dominio. Según este Código, vender no es obligarse a
entregar una cosa, sino transferir el dominio; vender es enajenar. Pudiendo
transferir la propiedad sólo el que es dueño, se comprende fácilmente que
quien no lo es no puede transferirla, porque nemo dat quod non habet, decían
los romanos. Por consiguiente, si al vender se transfiere el dominio, es claro
que el vendedor puede vender lo propio y no lo ajeno. Si éste no es dueño
241
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
242
DE LA COSA VENDIDA
1 Véase sobre la venta de cosa ajena en el Código francés: FUZIER-HERMAN , tomo 36,
Vente, núms. 536 a 615, págs. 837 a 841; BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núms. 116 a 126,
págs. 104 a 124; AUBRY ET RAU, V, págs. 47 a 52; TROPLONG, I, núms. 230 a 244, págs. 303 a
322; HUC, X, núms. 61 a 68, págs. 89 a 99, LAURENT, 24, núms. 100 a 125, págs. 105 a 128;
GUILLOUARD, I, núms. 176 a 197, págs. 197 a 223; PLANIOL, II, núms. 1415 a 1428, págs. 474
a 478; MARCADÉ, VI, págs. 212 a 219; RAMBAUD, III, págs. 139 y 140; LACROIX , III, págs. 156
a 159; RICCI, 15, núm. 109, y 110, págs. 275 a 281.
243
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
244
CAPITULO QUINTO
DEL PRECIO
245
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
298. Se ha dicho que sin precio no hay venta. Sin embargo, hay casos en
los cuales la ley, por razones de conveniencia general, valida ciertos con-
tratos de venta, aunque no se haya pactado el precio y aunque no se haya
señalado la manera de determinarlo. Ridícula puede parecer, tal vez, esta
afirmación; pero, basta la lectura de un artículo del Código de Comercio
para convencerse de su veracidad. Es el caso del artículo 139 de dicho
Código, que dice: “No hay compraventa si los contratantes no convienen en el
precio o en la manera de determinarlo; pero si la cosa vendida es entregada, se
presumirá que las partes han aceptado el precio corriente que tenga en el día y lugar
en que se hubiere celebrado el contrato. Habiendo diversidad de precios en el mismo
día y lugar, el comprador deberá pagar el precio medio”.
La modificación a las reglas del Código Civil es notable, puesto que,
según ese artículo, hay venta, a pesar de no haberse fijado el precio, siem-
pre que se entregue la cosa vendida. Es la entrega de la cosa la que perfec-
ciona la venta en este caso, pues esa entrega determina el precio, que es el
requisito que faltaba para su existencia. Si no hay precio no hay venta;
pero, al entregarse la cosa se presume que los contratantes convinieron
tácitamente en aceptar como precio el corriente del día en que aquél se
tencia 2.465, pág. 1478, Gaceta 1885, sentencia 673, pág. 386, Gaceta 1887, tomo I; senten-
cia 2.645, pág. 26, Gaceta 1890, tomo II.
246
DEL PRECIO
247
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
248
DEL PRECIO
249
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
302. Primera cualidad: El precio debe consistir en dinero. Nuestro Código defi-
ne el precio diciendo que es el dinero que el comprador da por la cosa
vendida. Según esto, el precio, para ser tal, debe consistir en dinero, o sea,
en moneda corriente, en aquellos signos o medidas que representan el
valor, ya que éste es el sentido natural y obvio de la expresión “dinero”. Es
precisamente esta cualidad o requisito del precio lo que caracteriza el con-
trato de venta, de tal modo que si aquél no consiste en dinero, no hay
venta, sino permuta u otro contrato. La esencia misma de la venta exige el
cambio de una cosa por dinero pues es la única manera de saber quién es
el comprador, quién el vendedor, cuál la cosa vendida y cuál el precio.
En efecto, si cambio una cosa por otra, no se sabe si vendo o si com-
pro, o si hago ambas operaciones a la vez y no se sabe si el objeto que
entrego es la cosa o el precio. Es necesario determinar bien la naturaleza
de la compraventa y distinguirla de la permuta, pues aunque económica-
mente sea idéntico cambiar cosas por cosas o cosas por dinero, jurídica-
mente no es lo mismo, porque las reglas que rigen la entrega del dinero y
la entrega de las cosas son diversas, a causa de la naturaleza de uno y otras.
Entre los romanos se suscitó una ardua cuestión relativa a saber si solo
el cambio de una cosa por dinero constituía compraventa. Los sabinianos
sostenían que el precio podía consistir en una toga, en un esclavo, etc., y
para ello se fundaban en ciertos versos de Homero en que se hablaba de
ventas de una cosa por otra. En realidad, el poeta griego confundía los
conceptos de comprar y cambiar. Este no era precisamente el fundamento
principal de los sabinianos, sino una de las pruebas que aducían en pro de
su doctrina, con la que perseguían dar al contrato de permuta las acciones
que el derecho civil concedía a la venta.1 Los proculeyanos, en cambio,
sostenían la doctrina opuesta, o sea que hay venta únicamente cuando se
cambia una cosa por dinero y, en caso contrario, el contrato es permuta.
Justiniano terminó la cuestión diciendo que “Item pretium in numerata pecu-
nia consistere debe”. Esta regla es la de los Códigos modernos.
250
DEL PRECIO
Sin embargo, algunos autores como Marcadé inspirados tal vez en las doc-
trinas sabinianas, creen que hay venta cuando se cambia una cosa por otra
que es fácilmente apreciable en dinero, o que tiene un precio corriente y
vulgar y que en tal caso se determina el papel que asume cada parte por la
naturaleza de las cosas que da. Así, por ejemplo, si vendo una cosa por cierta
cantidad de sacos de trigo hay venta y no permuta, porque el trigo tiene un
precio determinado de antemano y aun cuando no es dinero, puede reducir-
se a tal en breve tiempo. El fundamento de esta doctrina consiste, como dice
el autor citado, “en ver si la cosa que se quiere mirar como precio es de tal
naturaleza que pueda jugar este rol y representar una cantidad de dinero con
relación a la cosa que se cede en cambio”.1 Pero ella es fácilmente refutable.
En efecto, si ambas cosas que se cambian son susceptibles de representar una
cantidad de dinero, ¿hay venta o no? Dentro de la doctrina indicada no po-
dría haberla, porque entonces las dos son de idéntica naturaleza y desempe-
ñan el mismo papel. Pero, si así sucede, dice Marcadé, es la intención de las
partes la que determina qué cosa es el precio y cuál la cosa vendida. La res-
puesta no satisface, porque no es posible que la determinación jurídica y la
calificación de un contrato que tiene reglas fijas y especiales que lo caracteri-
zan y diferencian de otro quede sujeta a la intención de las partes.
Los autores más modernos combaten, con razón, esta doctrina y, entre
ellos, Baudry-Lacantinerie dice categóricamente que “aun en ese caso el
contrato, a pesar de la calificación de venta que las partes le hayan dado,
es permuta; pues de otro modo sería necesario decir que siempre que una
cosa se cambia por otra cosa avaluable en dinero el contrato es venta, de
donde resultaría que una permuta sería venta siempre que uno de los
objetos cambiados se avaluara”.2
Y Guillouard agrega: “Esta condición de que el precio consista en dine-
ro, constituye una condición esencial del contrato de venta que no depen-
de de las partes modificarla dando al contrato, por ejemplo, la calificación
formal de venta cuando una cosa se da en cambio de otra. Los contratos
deben ser apreciados, no según la calificación que las partes quieran dar-
les, sino según los elementos que los constituyen realmente”.3 Y más ade-
lante este autor refuta con mayor energía aún la doctrina de Marcadé,4
que tampoco aceptan Huc,5 Laurent,6 Aubry et Rau,7 Troplong,8 Bédarri-
de,9 Pothier,10 Ricci11 y Manresa.12
251
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
303. Fundamos esta opinión en el artículo 1794 del Código Civil que de-
termina, con toda precisión, cuándo hay venta y cuándo permuta. Dice
ese artículo: “Cuando el precio consiste parte en dinero y parte en otra cosa, se
entenderá permuta si la cosa vale más que el dinero y venta en el caso contrario”.
Aquí nos manifiesta claramente la ley que es el cambio de una cosa
por dinero lo que caracteriza la compraventa; de tal manera que el contra-
to es permuta cuando ese dinero es sólo un accesorio de la cosa que se da
como precio, si así pudiera decirse.
No es necesario, según él, que todo el precio consista en dinero. Pue-
de consistir en otra cosa a más del dinero, sea en un hecho, sea en otra
prestación; pero siempre el dinero debe valer lo mismo o más que la cosa
que se da como precio para que haya venta.1 Si vale menos, hay permuta.
Pothier profesaba también la doctrina del artículo 1794 y decía: “Sin
embargo, si a más de la suma de dinero convenida por el precio, el com-
prador se obligara a dar o a hacer otra cosa, como suplemento del precio,
el contrato no dejaría por eso de ser compraventa”.2 El mismo principio
establecieron los romanos.
El artículo 1445 del Código español consigna la regla del nuestro, con
la limitación que ante todo debe atenderse a la intención de las partes:
sólo en caso de duda se aplicará la regla indicada.
Quede bien entendido que, entre nosotros, si la cosa que forma el
precio vale tanto como el dinero hay venta y no debe atenderse a la inten-
ción de las partes, como pudiera creerse, a falta de disposición expresa de
la ley. En realidad, el artículo 1794 no se coloca claramente en este caso,
pero su sola lectura permite descubrir la opinión que venimos sostenien-
do porque dice que “hay permuta si la cosa vale más que el dinero y venta en
caso contrario”. En consecuencia, hay permuta si la cosa vale más, es decir, si
su valor sobrepasa al valor del dinero.
1 TROPLONG, I, núm. 147, pág. 192.
2 III, núm. 30, pág. 13.
252
DEL PRECIO
Si la ley hubiera dicho: “si la cosa vale tanto o más que el dinero hay
permuta”, la solución habría sido distinta; pero, los términos que empleó
dan a entender que hay permuta únicamente cuando la cosa vale más, por
poco que sea, pero que sobrepase a aquél. Veamos un ejemplo: vendo un
caballo por cierto precio en dinero y el resto en un reloj. Si el dinero son
$ 100 y el reloj vale $ 20, dado caso que el precio total sean $ 120, hay
venta. Si el reloj vale $ 100 y el dinero $ 20, hay permuta. Si el dinero vale
$ 60 y el reloj $ 60 también, hay venta, porque la ley exige que la cosa
valga más que el dinero, como sería si aquél importara $ 61 por ejemplo.
Pero, si ambos valen $ 60, el reloj no vale más y, por lo tanto, hay venta y
no permuta, según los términos del artículo 1794.
1 P OTHIER, III, núm. 30, pág. 13; FUZIER -HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 638, pág. 842;
SERAFINI, tomo II; pág. 140; MARCADÉ, tomo VI, pág. 184; BÉDARRIDE, núm. 48, pág. 76; RICCI,
tomo 15, núm. 111, pág. 284; TROPLONG, tomo I, núm. 177, pág. 191.
253
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
307. Se ha dicho que, por regla general, el precio debe consistir en dine-
ro. Sin embargo, hay ciertas prestaciones que pueden también reempla-
zarlo y en ello están de acuerdo todos los tratadistas. Estas prestaciones
que desempeñan el papel de precio en la compraventa son las rentas per-
254
DEL PRECIO
1 B AUDRY -LACANTINERIE, De la vente, núm. 128 I, pág. 126; LAURENT , tomo 24, núm. 69,
pág. 78; G UILLOUARD, I, núm. 94, pág. 113; HUC, X, núm. 34, pág. 54; AUBRY ET RAU, V,
pág. 13; MARCADÉ, VI, pág. 183, FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 644, pág. 842.
2 X, pág. 36.
3 De la vente, núm. 128 I, pág. 127.
4 Sentencia 1.584, pág. 1286, Gaceta 1899, tomo II; sentencia 1.313, pág. 668, Gaceta
1877.
5 I, núm. 148, pág. 192.
255
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
igual doctrina. Sin embargo, la mayoría de los tratadistas rebaten ese modo
de pensar y sostienen que no hay venta, porque el comprador ha contraí-
do una obligación de hacer y no la de pagar cierta cantidad de dinero,
como es la que emana del contrato de venta. Por lo demás, la discusión es
meramente teórica, porque sea venta o contrato innominado, como sostie-
ne Baudry-Lacantinerie, será válido siempre que esté legalmente celebra-
do y podrá exigirse su cumplimiento. En realidad, dentro de los principios
antes expuestos, aquí no hay venta ya que en ésta no puede faltar el precio
en dinero al tiempo del contrato. Este es un contrato innominado que
participa de los caracteres de la venta, sin ser propiamente tal.1
1 BAUDRY-L ACANTINERIE, De la vente, núm. 128 I, pág. 126; LAURENT , tomo 24, núm. 70,
pág. 78; GUILLOUARD, I, núm. 95, pág. 115; HUC, X, núm. 34, pág. 54; AUBRY ET RAU, V,
pág. 13, nota 23.
256
DEL PRECIO
ción del precio mismo que se paga en una forma especial. Hay aquí, en bue-
nas cuentas, dos contratos, venta y cesión de derechos. Igualmente, si el pre-
cio se fija en letras de cambio o en bonos hay venta, porque estos valores son
representativos de la moneda. En el mismo sentido se pronuncia Bédarride.1
311. Segunda cualidad: El precio debe ser real. Que el precio sea real quiere decir
que exista realmente, que haya una cantidad de dinero que se pague como
precio. Este requisito es el que los autores franceses denominan precio serio y
con ello quieren manifestar que haya un precio que corresponda en parte,
siquiera, al valor de la cosa, un precio que se pacte con intención de exigirse.
El precio no es serio cuando es simulado o ficticio y cuando es irrisorio.
Si el precio no es real o serio, la venta es inexistente por carecer de
precio y “sine pretio nulla est venditio”. Habrá cualquier otro acto, una dona-
ción tal vez, pero no venta.
“El precio debe ser serio y pactado con la intención de exigirse, dice
Pothier. Por esto, si una persona me vende una casa por cierta suma que
me la condona en el contrato, no hay venta, sino donación.”2 Los autores
están unánimemente de acuerdo con Pothier sobre el particular.3
312. La seriedad o realidad del precio, dice Ricci, debe existir con rela-
ción a la voluntad de las partes y con relación a la cosa de la cual es la
equivalencia.
Con relación a la voluntad de las partes el precio debe ser serio o real en
el sentido que haya realmente intención de pagarse por el comprador y de
exigirse por el vendedor. En otras palabras, esto significa que el precio no
debe ser simulado ni ficticio. Es precio simulado aquel que se pacta sin inten-
ción de hacerse efectivo, sin intención de exigirse por el vendedor.4 Así, por
ejemplo, es precio ficticio aquel que el vendedor condona en el mismo con-
trato; aquí el precio existe aparentemente pero no con la intención de co-
brarse. Diverso es el caso en que el precio sea condonado con posterioridad
al contrato, pues entonces existió y si desaparece es por un hecho posterior
que no altera en nada la existencia de la venta, que vivió desde el primer
momento, desde que el vendedor al contratar tuvo la intención de exigirlo.5
GUILLOUARD, I, núm. 95 I, pág. 114; LAURENT, tomo 24, núm. 80, pág. 89; Baudry-LACANTI-
NERIE , ibid, núm. 129, pág. 127; RICCI, 15, núm. 111, pág. 282; FUZIER -HERMAN, tomo 36,
Vente, núm. 660, pág. 843.
4 RICCI, 15, núm. 111, pág. 282; B AUDRY-L ACANTINERIE, ibid, núm. 129, pág. 127; P LA-
NIOL, II, núm. 1379, pág. 466; P OTHIER, III, núm. 18, pág. 9; L AURENT, 24, núm. 80, pág. 89;
TROPLONG, I, núm. 149, pág. 192; G UILLOUARD, I, núm. 95 I, pág. 114; AUBRY ET RAU, V,
pág. 15; HUC, X, núm. 34, pág. 55; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 659, pág. 843; MAR-
CADÉ, VI, pág. 186.
5 P OTHIER, III, núm. 18, pág. 9; MANRESA, X, pág. 39; B AUDRY-L ACANTINERIE, ibid, núm.
129, pág. 127; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 659, pág. 843.
257
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
313. El precio debe ser serio también con relación a la cosa de la cual es
su equivalente. Esto quiere decir que entre el precio y el valor de la cosa
haya cierta proporción; de lo contrario, no existe en realidad. Cuando la
desproporción es muy considerable, cuando la equivalencia del precio y
de la cosa vendida no existe ni en la intención de las partes, siquiera, el
precio es irrisorio. En una palabra no hay precio, como ocurriría si vendie-
1 HUC, X, núm. 34, pág. 55; LAURENT, 24, núm. 80, pág. 89; GUILLOUARD, I, núm. 95 I,
pág. 114; BAUDRY-LACANTINERIE, ibid, núm. 129, pág. 128.
2 Sentencia 9, pág. 16, Gaceta 1908, tomo I. Véase en el mismo sentido el dictamen
emitido en ese juicio por el ministro señor Galvarino Gallardo que se halla en la pág. 1371
de los Dictámenes de la Corte Suprema del año 1907.
258
DEL PRECIO
314. Hay además otro precio que, sin ser el verdadero, es decir el real, es
sin embargo susceptible de dar origen al contrato de venta. Es el precio vil.
Se llama precio vil según Planiol el precio serio que es de tal inferiori-
dad al valor real de la cosa que el vendedor sufre una pérdida que no es
proporcionada con los riesgos ordinarios de los negocios. Esta pérdida
que sufre el vendedor se llama lesión y proviene de no ser justo el precio.2
Según nuestro Código Civil, precio vil es el no justo, o sea aquel que,
según el artículo 1889, constituye lesión enorme.
El precio vil es un precio serio, un precio que forma el contrato de
venta, aun cuando causa un perjuicio al vendedor. Por esta razón la venta,
en caso de tener un precio vil, existe.3
1 III, núm. 19, pág. 10. Véase también BAUDRY-LACANTINERIE, ibid, núm. 129, pág. 128;
AUBRY ET RAU, V, pág. 14; GUILLOUARD, I, núm. 96, pág. 115; HUC, X, núm. 34, pág. 55;
LAURENT, 24, núm. 81, pág. 90; TROPLONG, I, núm. 149, pág. 193; MARCADÉ, VI, pág. 186;
RICCI, 15, núm. 111, pág. 282; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 661, pág. 843.
2 PLANIOL , II, núm. 1380, pág. 466.
3 B AUDRY-L ACANTINERIE, De la vente, núm. 130, pág. 128; AUBRY ET RAU, V, pág. 24, nota
16; TROPLONG, I, núm. 150, pág. 193; HUC , X, núm. 34, pág. 56; GUILLOUARD, I, núm. 26,
pág. 115; LAURENT, 24, núms. 82 a 84, págs. 90 a 93; RICCI, 15, núm. 111, pág. 282; POTHIER ,
III, núm. 20, pág. 10; MARCADÉ, VI, págs. 186 a 190; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm.
662, pág. 843.
259
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
316. Si es necesario que el precio sea serio no lo es, sin embargo, que sea
justo, es decir que guarde equivalencia con la cosa vendida. La falta de esa
equivalencia constituye, como se ha dicho, el precio vil. El precio puede
ser vil sin que ello acarree la inexistencia del contrato, “pues el precio en
el contrato de venta no es precisamente el verdadero valor de la cosa sino
la suma en la cual la han estimado las partes contratantes y puede suceder
que esa estimación la hagan demasiado baja”.4
La vileza del precio no influye en la existencia del contrato puesto que
siendo real aquél, no carece de este elemento. Solo afecta a su validez,
cuando se trata de inmuebles y en los casos en que la diferencia sea tal
que produzca lesión enorme.
Por consiguiente si el precio es vil, bien entendido que no es simulado
ni irrisorio, la venta es existente. Será declarada nula relativamente cuando
260
DEL PRECIO
317. ¿La venta hecha por un precio que no es serio puede valer como
donación disfrazada?
Pothier,2 Planiol,3 Marcadé,4 Huc,5 Guillouard,6 Aubry et Rau,7 Tro-
plong,8 Manresa9 y la jurisprudencia francesa se pronuncian por la afirma-
tiva. Laurent10 y Baudry-Lacantinerie11 sostienen la negativa. En realidad si
la venta se hace por un precio simulado o ilusorio no hay venta, sino un
contrato de aquellos cuya causa es la liberalidad del que lo otorga, o sea,
una donación. Baudry-Lacantinerie funda su opinión en que el contrato
de venta por un precio que no es serio sólo puede valer como donación
disfrazada cuando el contrato bajo el cual se oculta reúne todos los requi-
sitos que le son esenciales: si el precio no es serio, le falta uno de esos
requisitos y, por lo tanto, no hay venta. No teniendo ésta el carácter de tal
no puede ocultar una donación. No aceptamos esta opinión, pues la venta
importa donación precisamente porque carece de precio y se comprende
que si las partes han convenido en este contrato, ha sido tal vez con la
intención de hacer una donación. Por este motivo, como dice Manresa, si
llega a probarse que la simulación del precio fue pactada por las partes, a
sabiendas, con intención de hacer una donación, la venta vale como un
contrato de esa especie y le serán aplicables las reglas establecidas para él.
En Derecho Romano las ventas hechas por un precio no serio valían
como donación, porque se presumía que las partes habían contratado en
esa inteligencia.
Debe tenerse presente que la venta hecha por un precio no serio vale
como donación siempre que reúna todos los requisitos necesarios para la
validez de este contrato y aun así, sólo es válida entre las personas capaces
de celebrarla. De otro modo según el artículo 966 del Código Civil, la venta
1 RICCI, tomo 15, núm. 111, pág. 282; P LANIOL, II, núm. 1380, pág. 466; P OTHIER , III,
núm. 20, pág. 10; BAUDRY-L ACANTINERIE, ibid, núm. 13 0, pág. 128; MANRESA , X, pág. 54;
MAYNZ, II, pág. 203; RUBEN DE COUDER, II, págs. 187 y 188; LAURENT, tomo 24, núm. 84,
pág. 97; TROPLONG, I, núm. 150, pág. 193; G UILLOUARD, I, núm. 96, pág. 115.
2 III, núm. 19, pág. 10.
3 II, núm. 1379, pág. 466.
4 VI, pág. 186.
5 X, núm. 34, pág. 55.
6 I, núm. 95, pág. 115.
7 V, pág. 15.
8 I, núm. 149, pág. 193.
9 X, pág. 42.
10 24, núm. 66, pág. 97.
11 De la vente, núm. 130 I, pág. 129.
261
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
262
DEL PRECIO
1 Sentencia 3.544, pág. 2003, Gaceta 1883; sentencia 2.465, pág. 1468, Gaceta 1885; sen-
tencia 673, pág. 386, Gaceta 1887, tomo I.
263
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
322. ¿Es precio determinado, entre nosotros, aquel que fijan las partes en
atención al que la cosa vendida tenga en tal día y en tal lugar?
DE COUDER, II, pág. 87; B ÉDARRIDE, núms. 50 y 51, pág. 78; ORTOLAN, II; pág. 230; RICCI,
15, núm. 112, pág. 285; AUBRY ET RAU, V, pág. 17; GUILLOUARD, I, núm. 109, pág. 131, MAR-
CADÉ, VI, pág. 185; L AURENT, 24, núm. 71, pág. 79; HUC, I, núm. 36, Pág. 58; TROPLONG, I,
núm. 152, pág. 202; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núms. 665 y 666, pág. 843; Digesto, li-
bro 18, título I, ley 7, núm. 1º; Digesto, libro 18, título I, ley 37; Partida V, título V, ley 10.
264
DEL PRECIO
323. Si en el día fijado como base para determinar el precio la cosa tiene
diversos precios, ¿cuál será el del contrato? El Código de Comercio, en su
artículo 139, incisos 2º y 3º, establece que, en tal caso, el precio en las
ventas comerciales es el precio medio. No vemos inconveniente para que
esa regla se aplique al Derecho Civil. Por lo demás, esta misma solución
dan todos los autores.
Naturalmente, si las partes han convenido que el precio sea el más alto
que la cosa alcance en tal día, o el más bajo, solo éstos se tomarán en
cuenta y no el precio medio, porque todo contrato legalmente celebrado
es una ley para los contratantes, quienes pueden derogar la disposición
del artículo 139 del Código de Comercio, cuyo papel es suplir el silencio
de aquéllos.
Si los contratantes han estipulado que la cosa se venda por el precio que
tenga tal día y en tal lugar, siempre que ese día haya un precio único, ¿hay
venta si hay varios precios? No, porque la base para determinarlo era esa y la
voluntad de las partes recayó sobre un solo precio. No habiéndolo, no pue-
de tomarse el precio medio, porque las partes no consintieron en él.
265
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
266
DEL PRECIO
267
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
326. ¿Es válida la venta cuyo precio se deja para ser señalado por las par-
tes en una época posterior al contrato?
El hecho de fijar el precio en una época posterior señalado por aqué-
llas, no es sino una forma especial de determinarlo, si se quiere. Eso sí que
1 RICCI, 15, núm. 116, pág. 295; TROPLONG, I, núm. 152, pág. 202; Digesto, libro 18, títu-
268
DEL PRECIO
269
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
hay precio determinado desde ese momento; eso sí que su existencia está
subordinada a una condición.
No debe confundirse tampoco el caso en que las partes estipulan
que el precio será fijado posteriormente por ellas, o sea el que ahora se
analiza, con aquel en que se fija como precio el que la cosa tenga en tal
día y en tal lugar. En el caso aquí examinado no hay precio ni vínculo
obligatorio a su respecto, que es lo que constituye precisamente su de-
terminación, mientras que en aquel en que las partes señalan como tal
el que la cosa tenga en cierto día, esa determinación ya no depende de
su voluntad, es ajena a ella y hay vínculo obligatorio sobre el precio. El
precio se determina, además, sin necesidad de un nuevo acuerdo de
los contratantes.
Es, pues, el hecho de depender o no de la voluntad de las partes lo
que constituye, en buenas cuentas, la determinación del precio; y como en
el caso que aquí se estudia, esa determinación depende de su voluntad, es
claro que no hay precio ni tampoco venta, a la inversa de lo que ocurre
cuando aquél es el que la cosa tenga en tal día y lugar.
270
DEL PRECIO
que sean varios; tal estipulación, por otra parte, tampoco es contraria a
la ley.1
El tercero nombrado puede ser cualquiera persona, incluso el juez. Pero
en ningún caso podría conferirse este encargo a uno de los contratantes.
1 FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 682, pág. 844; BAUDRY-LACANTINERIE, ibid, núm.
133, pág. 134; MANRESA, X, pág. 48; RICCI, 15, núm. 114, pág. 290; GUILLOUARD, I, núm.
99, pág. 121; TROPLONG, I, núm. 155, pág. 203, nota 4; AUBRY ET RAU, VI, pág. 15; HUC , X,
núm. 37, pág. 59, BÉDARRIDE, núm. 56, pág. 82.
2 Tomo 15, núm. 113, pág. 287.
3 Tomo 24, núm. 76, pág. 83.
4 I, núms. 100 y 101, págs. 121 y 122.
5 X, núms. 37, pág. 59.
6 I, núm. 157, pág. 205.
7 V, pág. 16, nota 29.
8 De la vente, núm. 138, pág. 136.
9 F UZIER-HERMAN , tomo 36, Vente, núms. 689, 690, 691, 693, 694 y 695, págs. 844 y 845.
10 Sentencia 2.465, pág. 1479, Gaceta 1885 (considerando 2º).
271
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
329. Cuando las partes convienen que el precio de venta será el que fije
un tercero que señalan en el mismo contrato la venta es condicional, pues
su existencia depende de que el tercero quiera o pueda fijar el precio. El
contrato producirá pleno efecto una vez que haga esa determinación. No
272
DEL PRECIO
puede decirse que no hay contrato por falta de precio; éste ya está conve-
nido por las partes, porque eso significa la designación del tercero. Al
señalar a ese tercero han fijado, si no el precio mismo, al menos la manera
de determinarlo y han quedado ligadas a un precio cuya fijación no de-
pende de su voluntad y que tampoco pueden impedir por sí solas. La
venta existe desde que las partes convienen en la cosa y en el tercero que
debe fijar el precio. La Corte de Apelaciones de Valparaíso ha establecido
la misma doctrina.1 Si el tercero fija el precio, la condición se cumple y el
contrato se reputa perfecto desde el día en que se celebró y no desde el
día en que aquél se fijó, porque esa fijación era una condición suspensiva
que, una vez cumplida, produce efecto retroactivo. Fijado el precio, el
vendedor debe entregar la cosa y el comprador debe pagarla.
En cambio, si el tercero no quiere o no puede fijarlo, no hay venta por
falta de precio. Se extingue todo derecho y toda expectativa y se considera
como si las partes no hubieran contratado jamás.
Estos son los principios generales que rigen la determinación del pre-
cio por un tercero. Ellos están contenidos en todos los Códigos modernos.
Así lo establecen los artículos 1591 del Código francés, 1454 del Código
italiano y 1497 del Código español, los cuales, a su vez, reproducen el
principio establecido por Justiniano en el libro III de las Institutas, título
XXIII, que, al hablar del precio de la venta, dice: “Además, el precio debe
ser determinado. Pero si las partes han convenido que la cosa sea vendida
al precio que estime Ticio, era para los antiguos una duda grave y frecuen-
temente debatida si en este caso hay o no hay venta. Hemos decidido por
nuestra Constitución, que siempre que la venta fuese concebida en estos
términos: al precio que tal persona estime, el contrato existe bajo esta
condición: que si la persona nombrada determina el precio en absoluta
conformidad a su estimación, el precio deberá ser pagado, la cosa entrega-
da y la venta llevada a efecto, teniendo el comprador la acción de compra
y el vendedor la acción de venta. Si, al contrario, el que ha sido nombrado
no quiere o no puede determinar el precio, la venta será nula por faltar la
constitución del precio”.2 He ahí magistralmente expuestos los efectos y el
carácter de la determinación del precio por un tercero.
La ley 9, título V de la Partida V establece igual regla y de ahí fue
tomada la disposición de nuestro Código.
Las opiniones de los autores son uniformes en el sentido de considerar
la venta en este caso como un contrato condicional. Así, Laurent, dice:
“¿Cuál es el efecto de la cláusula por la cual las partes nombran un tercero
para la fijación del precio? La venta será condicional. Era la doctrina ad-
mitida en el derecho antiguo. El Código la consagra implícitamente, di-
ciendo: ‘Si el tercero no quiere o no puede hacer la estimación no hay
venta’. La condición falla en ese caso y , por consiguiente, se reputa que el
1 Sentencia 2.598, pág. 291, Gaceta 1897, tomo II (considerandos 1º, 2º y 3º).
2 ORTOLAN, II; pág. 330; MAYNZ, II, pág. 202; RUBEN DE COUDER, II, pág. 187; S ERAFINI,
II, pág. 141.
273
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1 Tomo 24, núms. 74 y 75, págs. 81 y 82. Véase en el mismo sentido: HUC, X, núm. 37,
pág. 60; TROPLONG, I, núm. 155, pág. 203, GUILLOUARD, I, núm. 103, pág. 124, núm. 105,
pág. 125, AUBRY ET RAU, V, pág. 17; BAUDRY-LACANTINERIE, ibid, núm. 135, pág. 134; ROGRON,
II, pág. 1618; MANRESA, X, pág. 48; PLANIOL, II, núm. 1384, pág. 467, POTHIER, III, núm.
24, pág. 11; MARCADÉ, VI, pág. 185; FUZIER -HERMAN, tomo 36, Vente, Núms. 700 a 704,
pág. 845.
2 TROPLONG, I, núm. 156, pág. 204.
274
DEL PRECIO
caso allí contemplado, siempre que se designe un tercero con ese objeto
sin agregar nada más. Por el hecho de nombrarse ese tercero, se presu-
me que las partes, al no estipular que la venta quede sin efecto si dicha
persona no lo determina, se han acogido al privilegio que ese artículo les
otorga y pueden mantener el contrato, nombrando otra para que haga
esa determinación.
Por consiguiente, si las partes dijeran que el contrato queda sin efecto si
el tercero nombrado por ellas no señala el precio, ninguno de los contra-
tantes, una vez producido ese evento, podría forzar al otro a que nombre un
nuevo perito, pues esa estipulación importaría la renuncia de la facultad
antes mencionada que, por mirar a su interés individual, pueden renunciar-
la libremente. De ser así, el hecho de no determinarse el precio por la
persona nombrada pone fin ipso facto al contrato. Pero debe dejarse bien
establecido que esta facultad se entiende renunciada siempre que haya esti-
pulación expresa. Si nada se dice en contrario, la no determinación del
precio por el tercero no extingue el contrato y concede a las partes la facul-
tad de hacerlo subsistir aviniéndose en el nombramiento de otro.
Ningún inconveniente se divisa, sin embargo, para que los contratan-
tes puedan convenir en que otra persona fije el precio, dado caso que la
primeramente nombrada no lo hiciera, aun cuando hayan renunciado esa
facultad. Siendo ellos quienes han convenido en esa renuncia, es claro
que pueden dejarla sin efecto, expresa o tácitamente. La designación de
un nuevo tercero importaría dejar tácitamente sin efecto esa renuncia y el
contrato sería válido. El único efecto que esa renuncia produce es que
ninguna de las partes puede exigir a la otra el nombramiento de un nuevo
perito que fije el precio, en el supuesto que una de ellas no consintiera
voluntariamente en ese nombramiento.
Supongamos que por no haber determinado el precio el tercero que
se nombró en el contrato, las partes hayan convenido en el nombramiento
de otro que tampoco hace esa determinación, ¿podrían nombrar una nue-
va persona con ese objeto o la venta quedaría sin efecto por ese solo he-
cho? Creemos que podrían proceder a hacer un nuevo nombramiento,
salvo estipulación en contrario, por cuanto la ley establece que si el terce-
ro nombrado no hiciere la determinación podrá verificarse ésta por la
persona en que se avinieren los contratantes. Y como no distingue las ve-
ces que éstos pueden ejercitar esa facultad, es obvio decidir que podrán
hacerla valer cuantas veces quieran o puedan. Luego, si convienen en nom-
brar otro tercero en reemplazo del segundo esta designación es perfecta-
mente válida y hay venta, ya que ésta queda sin efecto sólo en caso que los
contratantes no se avengan en el nombramiento de un nuevo perito.
Podemos decir, en conclusión, que el artículo 1809 del Código Civil per-
mite a las partes, salvo estipulación contraria, hacer subsistir la venta siem-
pre que, por no determinarse el precio por la persona nombrada con ese
objeto, se avengan en la designación de una nueva persona, sin que nada
signifique que el perito que hace la determinación sea el tercero, el cuarto,
etc., que se nombra en esa forma. No aviniéndose al respecto, no hay venta
y ninguno de los contratantes puede forzar judicialmente al otro a que haga
275
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
333. Los tratadistas están de acuerdo en reconocer que los terceros que se
nombran para determinar el precio no son ni árbitros ni perito y no están
obligados a sujetarse a las disposiciones establecidas para unos y otros.3
No son árbitros, porque éstos se nombran para resolver un litigio pen-
diente sobre derechos existentes. El que se nombra, dice Planiol, para una
discusión sobre un contrato que aún no nace y cuya formación depende
de su veredicto no puede ser árbitro.
37, pág. 59; AUBRY ET RAU, V, pág. 16, BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 140 I, pág. 139,
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núms. 713 a 717, pág. 846.
276
DEL PRECIO
No son peritos porque éstos son llamados a informar sobre ciertos pun-
tos sin que las partes o el juez estén obligados a acatar su opinión. No
puede ser perito aquél cuya opinión va a ser necesariamente acatada por
las partes.1
No siendo árbitros ni peritos no están obligados a ajustarse a las dispo-
siciones que rigen a su respecto y, por lo mismo, su dictamen es inapelable
e impugnable, salvo ciertos casos de excepción que se derivan no del ca-
rácter de árbitros o peritos que se les pudiera atribuir, sino de otros he-
chos o causas ajenas a ese carácter.
“Debe recordarse, dice Ricci, que se trata aquí de un contrato en que
todo depende de la voluntad de los contrayentes; de modo que es ley todo
lo que han querido y expresado y no existe vínculo ni obligación de nin-
guna especie fuera de su voluntad”.2 Es la voluntad de las partes la que
señala las reglas a que deben sujetarse los terceros nombrados para seña-
lar el precio y si ninguna se les ha indicado, no están obligados a seguir las
que se establecen para los árbitros y peritos, sino las que conceptúen más
prudentes para el desempeño de su cometido, en lo que pueden obrar
con absoluta libertad.
277
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
278
DEL PRECIO
335. Los terceros, según se ha dicho, deben obrar dentro de los límites
que se les haya señalado, sujetándose a las instrucciones que han recibido.
Entre esas instrucciones puede figurar un plazo dentro del cual deba ha-
cerse la determinación del precio. Ahora bien, si no la hacen en dicho
plazo sino una vez transcurrido éste, ¿vale siempre la determinación?, o
mejor dicho, ¿puede hacerse ésta fuera del plazo señalado o debe hacerse
en él para que haya contrato?
Ricci cree, y con mucha razón, que la cuestión no puede resolverse a
priori, porque es la voluntad de las partes la que lo hace todo y el contrato
valdrá o no según haya sido esa intención o voluntad. De ahí que el juez
deberá, ante todo, en caso de duda, atender a esa intención para resolver
la validez o nulidad de la venta.
Si los contratantes han establecido claramente que el precio deba de-
terminarse dentro de cierto tiempo quedando sin efecto el contrato si así
no se hiciere, es indudable que si no se le determina en ese plazo no hay
venta. Ni el juez puede conceder una prórroga al tercero ni ninguna de
las partes puede obligar a la otra a que acate esa determinación.
En cambio, si los contratantes no han fijado el plazo con el carácter de
fatal, si así pudiera decirse, sino como una estipulación cuya ausencia no
produce la ineficacia del contrato, es decir, como dato ilustrativo o como
expresión de sus deseos, la venta no queda nula en el supuesto que el
tercero no haga la determinación dentro de él, y las partes pueden obli-
garse mutuamente por medio de la justicia a acatar el precio.
Tanto en este caso como en aquél en que no se ha fijado plazo, los
contratantes pueden, de común acuerdo, señalar uno fatal con ese objeto
o recurrir al juez para que fije uno, transcurrido el cual quede sin efecto la
venta si en él no se hiciere la determinación.1
¿Cuando no se ha fijado plazo, se aplica el artículo 184 de la Ley
Orgánica de Tribunales que fija en dos años la duración de las funciones
del árbitro? Desde que los terceros no son árbitros es evidente que esta
disposición no les es aplicable. En tal evento, las partes podrán pedir al
juez que fije un plazo con ese objeto, a menos que ellas lo fijen de co-
mún acuerdo.
279
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
336. Los contratantes pueden nombrar uno o varios terceros para que
determinen el precio. En ambos casos se aplican las mismas reglas, salvo
en lo que se refiere a las divergencias que pueden presentarse, o a aque-
llos casos de negativa o imposibilidad de algunos para hacer esa determi-
nación, cuestiones que, por su naturaleza, pueden suscitarse solamente
cuando los terceros son varios.
Cuando se designan varios terceros para que fijen el precio, como to-
dos han sido nombrados con un mismo objeto, deben obrar en idéntico
sentido y marchar de acuerdo para que la estimación sea válida. Si todos
están de acuerdo acerca de un mismo precio, no hay cuestión que éste es
el que todos señalan. La duda de saber si hay o no precio obligatorio para
las partes, surge cuando entre los terceros se suscitan divergencias acerca
de la estimación.
Aquí habrá o no precio según haya sido la intención de las partes. Si
previeron la divergencia, estableciendo reglas especiales para ese evento,
el precio es válido. Pero si no la previeron o, si previéndola, no contempla-
ron el caso que se presenta, no hay contrato.
Cuando las partes nombran varios terceros sin señalar ninguna regla
para el caso de divergencia, se presume que aceptan como precio el que
fije la unanimidad de los terceros. Cualquier desacuerdo que se produzca
acarrea la inexistencia del contrato. Puede decirse que no previeron la
divergencia o, mejor dicho, que estimaron que si ocurría, no podía haber
venta, que no otra cosa significa la imprevisión acerca de ese desacuerdo.
Igualmente, si se nombran dos personas para hacer la estimación y hay
desacuerdo entre ellas, no pueden nombrar una tercera para que lo diri-
ma. No habría venta por falta de precio, a menos que las partes les hubie-
ran conferido esa facultad, en cuyo caso la habría siempre que la estimación
que hicieran las tres se sujetara a lo convenido por aquellas.
Veamos lo expuesto en un ejemplo: supongamos que se nombran seis
terceros encargados de determinar el precio y que las partes digan que en
caso de divergencia de opiniones se tome la de la mayoría o la que cuente
con más votos a su favor o el término medio de todas las estimaciones. Si
hay mayoría sobre un precio, si hay una opinión que cuenta con más votos
que las demás o si se toma el término medio, hay precio y la venta es
válida. Lo mismo sucede si convienen que, en caso de divergencia, se nom-
bre por los terceros otra persona para que determine el precio; de ser así,
éste será el que fije esa persona.
En cambio, si los contratantes nombran seis peritos y nada dicen para
el caso de divergencia, se presume que aceptan la opinión de la unani-
midad y el desacuerdo, aun de uno de ellos, acarrea la inexistencia del
contrato. Del mismo modo, si estipula que si hay divergencia se esté a la
opinión de la mayoría y ésta no se produce porque cada uno opina de
diversa manera, tampoco hay venta, pues si previeron un caso de des-
acuerdo, no previeron, sin embargo, el que se presentó, lo que significa
que aceptaban únicamente el precio fijado por todos o, en su defecto,
por la mayoría. Si se estipula que en caso de divergencia se acepte el
precio que cuente con más votos a su favor, no hay venta si resulta que
280
DEL PRECIO
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
337. ¿Pueden las partes impugnar o reclamar del precio fijado por el ter-
cero? He aquí una cuestión muy discutida.
Si las partes han estipulado que si no se contentan con la estimación se
reservan el derecho de apelar ante la justicia ordinaria, no hay cuestión
que pueden hacerlo, porque todo contrato es una ley para los contratan-
tes. Pero si nada dicen al respecto, he ahí lo discutible.
Dijimos que el tercero no era árbitro ni perito y que, por lo tanto, su
fallo era inapelable e impugnable; pero puede ocurrir que el tercero haga
una estimación ridícula que no corresponda al valor verdadero de la cosa,
que fije un precio vil, por ejemplo.
En el derecho romano, esa estimación no podía impugnarse ni aun en
caso de lesión y esta doctrina la sostienen actualmente muchos autores.
Para pensar así se fundan en que siendo los terceros mandatarios de las
partes, éstas quedan irrevocablemente ligadas por lo que aquellos hagan y
deben aceptar la determinación del precio que se reputa realizada por
ellas mismas.
No participamos de esta opinión y no creemos que haya alguna razón
para no aplicar al precio fijado por terceros las reglas del precio señalado
por las partes. Si aquellos son mandatarios de éstas y se considera que el
precio que señalan es la obra de los contratantes mismos, no se ve por qué
no puedan aplicársele las reglas que rigen la determinación del precio
hecha directamente por las partes. No hay razón atendible para ser más
estricto con el precio fijado por un tercero que con el señalado por éstas,
que tiene a su favor la presunción de ser el verdadero y que realmente les
interesa, lo que no ocurre con el que fija un tercero.
Así como se confiere la acción de lesión enorme a las partes cuando
ellas señalan el precio, con idéntica razón debe conferirse cuando lo de-
termina un tercero. Por otra parte, donde la ley no distingue, el hombre
no puede hacerlo. Efectivamente, el Código Civil, al conceder la acción
rescisoria por lesión enorme no distingue si el precio es determinado por
las partes o por un tercero y como aquel puede determinarse de dos ma-
neras es claro que la ley, al no hacer distinciones, quiso conferir esa acción
respecto del que se señalare tanto de una manera como de otra.
El artículo 1889 de ese Código habla de “precio que recibe el vende-
dor” y de “precio que paga el comprador”, pero no de precio fijado por las
1 FUZIER-H ERMAN, tomo 36, Vente, núm. 701 a 706, pág. 845; BAUDRY-L ACANTINERIE, De
la vente, núm. 137, pág. 136, GUILLOUARD, I, núm. 104, pág. 125; AUBRY ET RAU, V, pág. 17;
LAURENT, 24, núm. 75, pág. 82; MANRESA, X, pág. 49; RICCI, 15, núm. 114, pág. 291.
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DEL PRECIO
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
338. Desde que las partes son libres para nombrar cualquiera persona en-
cargada de determinar el precio, no hay ningún inconveniente en que nom-
284
DEL PRECIO
bren al juez con ese objetivo. Si así sucede, éste deberá observar las instruc-
ciones que aquéllas le den al respecto y a falta de instrucciones podrá proce-
der como estime más conveniente, sujetándose o no al procedimiento judicial,
según lo crea necesario. Podría igualmente nombrar un perito para que lo
informara. Esta manera de obrar no pugna ni con la voluntad de las partes,
ni con las disposiciones legales pertinentes y, por el contrario, sería muy
prudente, puesto que el tercero debe obrar con conciencia y con sujeción a
las reglas del arte o ciencia que profesa o que estime conveniente tomar en
cuenta. El juez, que tal vez es lego en la materia, se asesora, para el desem-
peño de su cometido, de una persona entendida en el asunto, cuyo informe
es meramente ilustrativo, quedando a su arbitrio aceptarlo o no.
Si por cualquier motivo, por muerte, renuncia, ascenso, etc., el juez
deja de seguir desempeñando su cargo, ¿tiene lugar el caso que contem-
pla el artículo 1809, esto es, que el tercero no puede determinar el precio?
La pregunta puede contestarse en dos sentidos diversos, según haya sido
la intención de las partes.
Si designaron al juez en atención a su persona y no en atención al
cargo, es evidente que su muerte pone fin a su mandato; pero no así su
ascenso o renuncia, porque aquí es la persona y no el cargo la que deter-
minó su nombramiento. Esto ocurre cuando las partes dicen, por ejemplo:
“El precio será el que determine el juez señor N.N., cuya honorabilidad
personal nos inspira gran confianza”; u otra frase semejante que haga pre-
sumir que su intención fue nombrar al juez no por el cargo que desempe-
ña, sino en consideración a sus prendas personales.
En cambio, si el juez se nombra en atención al cargo que ocupa o,
mejor dicho, si las partes quieren que el precio lo fije el juez, es decir, un
magistrado judicial, sea quien fuere, el encargo conferido no termina ni
con su muerte, renuncia o ascenso, pues a falta del primero, habrá otro
que lo reemplace y que hará la designación. Así, si se estipula que el pre-
cio será el que señale la persona que desempeñe el juzgado de turno el
día en que se haga la presentación, o el que fije la persona que sirva el 10
de septiembre el primer juzgado, o el que determine el juez del segundo
juzgado civil, cualquiera que sea, es claro que en todos estos casos, no es la
persona misma del juez, sino el cargo de juez el que se ha tomado en
cuenta para el nombramiento.
Determinar cuál ha siso el propósito de las partes y el alcance que han
querido dar a este nombramiento, es una cuestión de hecho que queda a
la apreciación del tribunal y para cuya solución debe tomarse muy en cuenta
su intención, la naturaleza del contrato y las circunstancias preliminares
de su celebración. En caso de duda, creemos que debe optarse por la
primera solución, esto es, que el encargo no termina si el juez abandona
el juzgado que servía, salvo en caso de muerte, porque siendo ésta una
misión de confianza es más creíble que las partes hayan tenido en cuenta
la persona misma del juez que el cargo de tal para confiársela. Este es un
acto de extrema confianza y no es de creer que hayan dejado esa determi-
nación al criterio del primero que llega, a menos de aparecer claramente
manifestado lo contrario.
285
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
339. ¿Pueden las partes comisionar al juez o a otra persona para que nom-
bre el tercero encargado de determinar el precio? La ley no contempla el
caso; pero tampoco lo prohíbe, y como en derecho privado puede hacerse
todo aquello que la ley no prohíbe expresamente, creemos que esa desig-
nación es válida como también el precio que ese tercero señale.
Algunos autores, como Laurent,1 sostienen que no podría confiarse al
juez este encargo, porque esos funcionarios no están para celebrar contra-
tos con las partes o para cooperar a su celebración. Sin embargo, no hay
ninguna razón atendible que se oponga a que pueda encomendarse esa
designación al juez y esta opinión es la que ha triunfado.2
En cuanto al encargo conferido a una persona para que nombre el
tercero que debe determinar el precio, no tiene nada de especial y es
perfectamente lícito.3
En ambos casos no hay sino aplicación de la regla general que el precio
se reputa determinado por las partes, puesto que son ellas quienes confie-
ren al juez o a la otra persona la facultad de nombrar el tercero. En lugar de
ser un nombramiento directo de las partes, es un nombramiento indirecto.
Y hay venta desde que se confiere el encargo a una de esas personas, porque
desde ese momento existen los medios de determinarlo que son indepen-
dientes de la voluntad de cada parte, que es lo que caracteriza, precisamen-
te, según se ha dicho, la existencia de un precio determinado.
Claro está que tanto el juez como la persona encargada de nombrar el
tercero, deben sujetarse estrictamente a las estipulaciones del contrato y
fijar tantos terceros como indiquen las partes, en la forma y por el tiempo
señalado, etc.
Es indudable que el juez no podría de motu proprio ni a petición de una
de las partes, proceder a nombrar un tercero que determine el precio en
caso de negativa o de desacuerdo de los contratantes, por las razones ya
dadas. Sólo puede hacer tal nombramiento cuando se le confiere expresa-
mente esa facultad, que no se subentiende.4
101, pág. 122; HUC, X, núm. 37, pág. 59; BAUDRY-LACANTINERIE, ibid., núm. 134, pág. 133.
286
DEL PRECIO
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
340. ¿En qué momento deben colocarse los terceros para determinar el
precio?
Esta cuestión se resuelve precisando el momento en que se perfeccio-
na la venta. Su solución es diversa, sea que los terceros se nombren en el
mismo contrato o que su nombramiento se difiera para después. Ella tiene
interés cuando la cosa ha aumentado o disminuido de valor entre la cele-
bración del contrato y la fijación del precio, lo que puede originar dificul-
tades entre las partes. De ahí que para evitarlas convenga establecer la
época en que aquellos deban colocarse para hacer esa determinación.
Cuando los peritos han sido nombrados en el contrato mismo, hay
venta desde ese momento, aunque condicional, y la prueba es que una vez
señalado el precio sus efectos se retrotraen a esa época. El contrato de
venta se perfeccionó cuando se nombró el tercero, porque entonces hubo
acuerdo sobre la cosa y el precio, que quedó determinado con ese nom-
bramiento. La intención de las partes no ha sido referirse al precio que la
cosa tenga cuando los terceros hagan la estimación sino al que tenía cuan-
do los nombraron, ya que al designarlos en el contrato mismo se fijaron
en el precio que en ese tiempo tenía la cosa y en vista de él contrataron.
Lógico es que tome como base el valor que la cosa tenía al tiempo de su
nombramiento.2
Pero si los terceros nombrados en el mismo contrato deben tomar como
base el precio que la cosa tenía a la época de su nombramiento, no ocurre
lo mismo cuando éste se deja para después.
Aquí el contrato se perfecciona una vez que se nombra el tercero por
los contratantes. Su consentimiento con relación al precio existe una vez
que se designa aquél, ya que antes de eso no hay vínculo obligatorio con
relación a ese elemento. Por consiguiente, es a esta época a la que las
partes han entendido referirse al celebrar el contrato, esto es, al valor que
la cosa tenía cuando fueron nombrados.
Si se encarga al juez o a otra persona que designe el tercero que debe
determinar el precio, el contrato se perfecciona cuando las partes confie-
ren esa facultad al juez o a dicha persona. Luego, los contratantes se han
referido al valor que la cosa tuvo al tiempo de conferirse esa facultad y no
al que tenga cuando se nombre el tercero por el juez o por la persona
encargada de hacer ese nombramiento. Según esto, cuando las partes han
1
Véase núm. 337, pág. 282.
2RICCI, 15, núm. 118, pág. 300; BAUDRY-LACANTINERIE, ibid., núm. 140, pág. 139; GUI -
LLOUARD, I, núm. 106, pág. 126.
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1
Digesto, libro 19, título 2, ley 25.
2TROPLONG, I, núm. 157, pág. 205; AUBRY ET RAU, V, pág. 16, nota 29; LAURENT, 24,
núm. 76, pág. 84; GUILLOUARD, I, núm. 101, pág. 122; HUC, X, núm. 37, pág. 59; BAUDRY-
LACANTINERIE, ibid., núm. 134, pág. 133; RICCI, 15, núm. 117, pág. 297.
290
DEL PRECIO
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
347. Una cuestión muy discutida desde tiempo atrás es la referente a sa-
ber si la venta es válida cuando se hace por lo que vale la cosa. Pothier
opinaba por la afirmativa fundado en que si el precio no está bien deter-
minado se presume que las partes, al contratar en esa forma, han querido
que sea determinado por terceros, es decir, se remiten tácitamente a la
determinación del precio que éstos hagan.2 Todos los autores modernos,
292
DEL PRECIO
348. Tampoco hay venta cuando se vende por el precio que se ofrezca al
vendedor. Aquí el precio es indeterminado, pues depende, en cierta ma-
nera, de la voluntad de una de las partes, ya que será el que se ofrezca al
vendedor. La oferta que se haga a éste será la que determine el precio que
debe pagar el comprador que no ha intervenido en su estimación. Resul-
ta, pues, que está obligado a aceptar el que aquél fija. Esto es contrario a
la naturaleza del contrato de venta.
Este pacto podría valer como una promesa de preferencia a favor de la
persona con quien contrató el vendedor, en virtud del cual éste queda
obligado, una vez que encuentre el precio que le convenga entre los que
se le ofrezcan, a ofrecer la cosa al comprador por ese precio. Si éste no lo
acepta, queda en libertad de venderla a quien quiera.3
Hay aquí un derecho de opción para el vendedor. Entre todos los pre-
cios que se le ofrezcan elegirá el que más le convenga, sin que esté obliga-
1 B AUDRY-L ACANTINERIE, núm. 132, pág. 132; AUBRY ET RAU, V, pág. 18; G UILLOUARD, I,
núm. 110, pág. 131; TROPLONG, I, núm. 159, pág. 259; HUC, X, núm. 36, pág. 58.
2 Núm. 322, pág. 342.
3 P OTHIER, III, núm. 27, pág. 12; TROPLONG, I, núm. 153, pág. 203; HUC, X, núm. 36,
pág. 58; G UILLOUARD, I, núm. 111, pág. 132; AUBRY ET RAU, V, pág. 18; BAUDRY-LACANTINE-
RIE, ibid., núm. 133, pág. 132; B ÉDARRIDE, núm. 74, pág. 101.
293
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
294
DEL PRECIO
1 Digesto, libro 18, título I, ley 35, núm. 1; ORTOLAN, II, pág. 337; MAYNZ, II, pág. 202;
RUBEN DE COUDER, II, pág. 181; POTHIER, III, núm. 29, pág. 13.
2 MANRESA, X, pág. 57.
3 B AUDRY -LACANTINERIE, ibid., núm. 132, pág. 131; TROPLONG, I, núm. 151, pág. 202;
HUC, X, núm. 37, pág. 59; LAURENT, tomo 24, núm. 73, pág. 80; MANRESA, X, pág. 57; FUZIER-
HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 664, pág. 843.
4 Sentencia 2.645, pág. 26, Gaceta 1890, tomo II.
295
CAPITULO SEXTO
351. El artículo 1445 del Código Civil, al señalar los requisitos que deben
concurrir en todo contrato, establece en primer lugar la capacidad del
que se obliga y dice: “Para que una persona se obligue a otra por un acto o
declaración de voluntad, es necesario: 1º Que sea legalmente capaz”. Este princi-
pio se aplica sin distinción alguna a todo contrato y, por consiguiente, a la
compraventa. No nos detendremos a analizar en qué consiste y el porqué
de su necesidad, pues ello es materia de otro estudio. Baste saber que para
la validez de todo contrato se requiere la capacidad de las partes.
En la compraventa, a más del consentimiento, cosa y precio, es me-
nester que las partes tengan capacidad para celebrarla, es decir, estén
en situación legal de dar origen a un contrato exento de vicios. Pero si
la capacidad de las partes es necesaria para su validez no lo es, sin
embargo, para su existencia y de aquí que aun cuando sea un requisito
para el contrato de venta, no lo hayamos colocados entre los que son
de su esencia.
Esto tiene su explicación. En el contrato de compraventa, como en
todo contrato, hay requisitos de su esencia, es decir, requisitos sin los cua-
les no puede adoptar vida jurídica el acto que se pretende realizar; y requi-
sitos que aunque sean necesarios para que no adolezca de vicios, no lo son
para que exista. De aquí que sólo pueden denominarse requisitos esencia-
les de la compraventa el consentimiento, la cosa y el precio; y requisito
necesario para su validez, la capacidad. La ausencia de los tres primeros
importa la inexistencia del contrato. La falta de capacidad, acarrea su nuli-
dad que puede ser absoluta o relativa.
Lo expuesto puede apreciarse mejor en un ejemplo. Si A vende a B un
caballo y no se fija el precio, o le vende un animal sin precisarlo, o hay
error acerca de la especie de contrato que se celebra, no hay venta por
falta de precio, en el primer caso, de la cosa u objeto en el segundo y del
consentimiento en el tercero. En cambio, si A vende a B tal caballo en tal
suma, y resulta que B no tiene capacidad para comprarlo, el contrato de
venta existe, tiene vida jurídica, pero adolece de un vicio que puede dar
origen a su nulidad; y como existe, puede ocurrir también que si transcu-
rre cierto tiempo sin que aquélla se haga valer, el contrato llegue a existir
exento de todo vicio.
297
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
352. En derecho civil rige el principio que una persona puede hacer todo
aquello que una ley no le prohíba expresamente. Este principio está esta-
blecido en forma explícita en lo relativo a la capacidad para contratar en
el artículo 1446 cuando dice que “toda persona es legalmente capaz, excepto
aquellas que la ley declara incapaces”. Esta regla general para todos los contra-
tos la repite y la especifica para el contrato de venta el artículo 1795 que
dice: “Son hábiles para el contrato de venta todas las personas que la ley no declara
inhábiles para celebrarlo o para celebrar todo contrato”. Según este artículo pue-
den celebrar la compraventa todas las personas a quienes la ley no les
prohíba su celebración o la de cualquier otro contrato. Resulta de aquí
que en materia de venta la capacidad es la regla general y la incapacidad
es la excepción. Por consiguiente, para saber si una persona puede cele-
brar este contrato, no debemos averiguar si es capaz, sino si es incapaz o,
como dice Baudry-Lacantinerie, no tenemos que buscar si hay una ley que
se lo permita sino si hay alguna que se lo prohíba.2
De este aforismo fluye una consecuencia muy importante y es que las
incapacidades para celebrar un contrato sólo pueden emanar de la ley. Es
ésta la única que puede privar a los individuos de la capacidad necesaria
para contratar, puesto que en caso contrario, tal capacidad existe, en ra-
zón de ser capaces todos aquellos que la ley no declara incapaces.
Desde que las incapacidades para celebrar el contrato de venta tienen
origen en la ley únicamente, es indudable que toda maniobra o todo ardid
de los particulares tendiente a impedir el libre ejercicio de la facultad de
vender o comprar constituye, como dice Huc, un atentado al derecho ajeno
que en ciertos casos importan delitos penados por la ley. Así ocurre con las
trabas que se ponen a la libertad de los remates o subastas públicas (art. 287
del Código Penal) y con varios otros actos relativos a coartar esa facultad.3
Del principio de que son capaces para celebrar este contrato todos
aquellos que la ley no declara incapaces, se deriva también otra conse-
cuencia y es que no hay más incapacidades que las señaladas por la ley, de
298
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
353. De los términos del artículo 1795 se deduce que las personas a quie-
nes la ley declara inhábiles para el contrato de venta pueden serlo única-
mente para celebrar este contrato o bien para celebrar cualquier otro.
Este artículo dice: “Son hábiles para el contrato de venta todas las personas que
la ley no declara inhábiles para celebrarlo o para celebrar todo contrato”. Según
esto, la inhabilidad es general o común y particular o especial.
Es inhabilidad común aquella que impide celebrar cualquier con-
trato; y es inhabilidad especial la que imposibilita al individuo para
celebrar el contrato de venta. Ya el artículo 1447 había establecido un
principio análogo al disponer que, a más de las incapacidades genera-
les o comunes, hay “otras particulares que consisten en la prohibición que la
ley ha impuesto a ciertas personas para ejecutar ciertos actos”. En esta disposi-
ción la ley se refiere a las incapacidades establecidas para celebrar el
contrato de venta.
La incapacidad especial para el contrato de venta afecta naturalmente
a las personas que son legalmente capaces para realizar cualquier contra-
to, pues de lo contrario quedarían incluidas en la regla general que no
pueden celebrar el contrato de venta los que no pueden celebrar los de-
más contratos. La incapacidad no provendría aquí de la situación especial
en que se encuentran para efectuar la compraventa, de cuya situación ema-
na su incapacidad, sino de ser incapaces ante la ley para contratar en ge-
neral, en razón de carecer del discernimiento o independencia de criterio
suficiente para ello. Por esto he dicho que la incapacidad especial para
celebrar el contrato de venta sólo afecta a las personas que son capaces de
celebrar cualquier contrato.
Son estas incapacidades especiales, establecidas por la ley para impedir
que las personas capaces que se encuentran en una determinada situación
jurídica celebren el contrato de venta, las que constituyen el objeto de este
capítulo y las que serán objeto de un especial análisis por nuestra parte, en
atención a la importancia que tienen.
1 MANRESA, X, pág. 87; RICCI, 15, núm. 124, págs. 314 y 317; MARCADÉ, VI, pág. 199.
2 BAUDRY-LACANTINERIE, núm. 195, pág. 204; PLANIOL, II, núm. 1411, pág. 473; LAURENT,
24, núm. 29, pág. 40.
299
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300
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
301
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
302
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
303
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1 CLARO S OLAR, Explicaciones de Derecho Civil chileno comparado, tomo II; núm. 1033,
pág. 79.
2 C LARO SOLAR, obra citada, tomo II, núm. 1102, pág. 244.
3 C LARO SOLAR, obra citada, tomo I, núms. 496 y 497, pág. 286.
304
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
356. Hemos dicho que las incapacidades establecidas por la ley para cele-
brar el contrato de venta se refieren a ciertas personas en razón de la
situación que ocupan respecto de otras, incapacidades que se refieren, por
lo tanto, a casos concretos. La situación en que esas personas se encuen-
1 En cuanto a la forma como pueden vender los indígenas sus terrenos situados en te-
pág. 1299, Gaceta 1913, y de Concepción: sentencia 534, pág. 333, Gaceta 1884.
305
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
tran puede ser de tal naturaleza que haga imposible en absoluto toda com-
praventa entre ellas y otra persona determinada o puede ser de una natu-
raleza susceptible de impedirles solamente la compra o la venta de ciertos
bienes y respecto de determinados individuos.
Expliquemos este concepto. Puede ocurrir que la situación en que se
hallan colocadas dos personas sea tal que la ley tenga motivos para evitar
que el contrato de venta se celebre entre ellas, porque si así no fuera se
abriría la puerta al fraude y a la infracción de la ley. Tal es el caso de los
padres y de los hijos y de los cónyuges. En estos casos la ley prohíbe en
absoluto el contrato de venta entre esas personas.
Pero puede ocurrir que el peligro esté en que algunas personas que
desempeñan cierto cargo o comisión adquieran de otras ciertos y determi-
nados bienes, como ocurre con los jueces, mandatarios, tutores, etc., res-
pecto de los bienes que se vendan en un litigio de que conocen, o cuya
venta se les haya confiado, o de los que pertenezcan al pupilo. En tales
casos, la ley les prohíbe comprar esos bienes, únicamente esos, y no otros,
los que pueden adquirir aun de esas mismas personas.
Finalmente, a otras personas la ley les prohíbe vender, tomando en
cuenta para ella el abuso y el perjuicio que pudiera resultar de esa venta.
Según esto, puede decirse que las incapacidades establecidas para el
contrato de venta pueden ser dobles o simples. Son dobles cuando inhabili-
tan tanto para comprar como para vender y son simples cuando prohíben
vender o comprar únicamente.
Son prohibiciones o incapacidades dobles para comprar y vender en-
tre sí, las que conciernen:
1º. A los cónyuges no divorciados; y
2º. Al padre e hijo de familia (art. 1796).
Son incapacidades simples para vender, las relativas:
1º. A los administradores de establecimientos en lo referente a los bie-
nes que administran, cuando esa enajenación no está comprendida en sus
facultades administrativas ordinarias (art. 1797);
2º. Al fallido una vez declarado en estado de quiebra o de concurso
(art. 2467 del Código Civil) a quien se le prohíbe vender los bienes que
entran en la quiebra o concurso;
3º. Al ejecutado y demandado a quienes se prohíbe vender los bienes
que se les ha embargado o retenido; y
4º. Al mandatario para vender de lo suyo al mandante cuando éste le
ha encargado la compra de alguna cosa (art. 2144).
Son prohibiciones simples para comprar, las concernientes:
1º. Al empleado público respecto de los bienes que se vendan por su
ministerio (art. 1798);
2º. A los jueces, abogados, procuradores, secretarios, relatores, recep-
tores, oficiales del ministerio público y oficiales del ministerio de los de-
fensores públicos respecto de los bienes en cuyo litigio han intervenido y
que se vendan a consecuencia del litigio, y de las acciones o derechos que
se litiguen en los juicios de que conocen o en que intervienen (arts. 154
de la Ley Orgánica de Tribunales y 1798 del Código Civil);
306
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
307
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
308
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
1 X, pág. 93.
2 MANRESA, X, pág. 93.
309
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
359. Más o menos las mismas razones puede decirse que obran en favor
de la opinión relativa a que es nulo el contrato de venta entre cónyuges
divorciados temporalmente.
En efecto, según el artículo 170 del Código Civil, el divorcio perpetuo
es el único que pone fin a la sociedad conyugal y a la potestad marital. El
divorcio temporal importa separación de cuerpos. La sociedad conyugal se
mantiene y aunque haya separación de bienes, el marido continúa siem-
pre teniendo injerencia en la administración de algunos bienes de la mu-
jer, cuya incapacidad subsiste para ejecutar ciertos actos.
310
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
1 B AUDRY-L ACANTINERIE, De la vente, núm. 203, pág. 210; AUBRY ET RAU, V, pág. 37, nota
20; GUILLOUARD, I, núm. 147, pág. 172; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 731, pág. 847.
2 GUILLOUARD, I, núm. 147, pág. 172; AUBRY ET RAU, V, pág. 37, nota 20.
311
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
362. También se aplica a los bienes que, según el artículo 1736 del Código
Civil, no entran a la sociedad conyugal. La venta como se ha dicho, se
prohíbe entre cónyuges, cualquiera que sean los bienes sobre que ella
recaiga. En este caso, se trataría de bienes propios del cónyuge vendedor.
Con mayor razón que en el caso anterior, la venta se prohíbe cuando tiene
por objeto bienes de los cónyuges que no entran a la sociedad conyugal.
363. ¿Puede alguno de los cónyuges comprar los bienes del otro que se
venden voluntariamente en pública subasta?
Nos inclinamos por la negativa. El artículo 1796 no distingue si la ven-
ta se hace o no en pública subasta. Prohíbe en absoluto toda venta que se
celebre entre ellos. Sea que la venta se realice en pública subasta, sea que
se realice privadamente, siempre existe el peligro de ocultar una donación
o de burlar a los acreedores, ya que la pública subasta puede hacerse sin
avisos y sin conocimiento del público, desde que la ley no exige que la
venta de los bienes de los cónyuges se haga en esa forma.1
364. ¿Puede un cónyuge comprar un bien del otro que se vende forzada-
mente por la justicia, como consecuencia de una ejecución o concurso
dirigido en su contra?
La cuestión es discutible. Pero nos inclinamos a creer que no podría
comprarlo por varias razones.
En primer lugar, porque la venta forzada se hace por el deudor; es éste
quien vende y no el juez. Si el otro cónyuge compra, hay, según esto, venta
de cónyuge a cónyuge. Por otra parte, la ley, al prohibir la venta entre
cónyuges, no ha distinguido qué clase de venta es la que se prohíbe, si es
la voluntaria o la forzada o ambas a la vez, y como ésta es un verdadero
contrato de venta que se rige por las mismas reglas de aquella, salvo dispo-
1 FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 733, pág. 847; BAUDRY-LACANTINERIE, ibid., núm.
202, pág. 209.
312
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
365. ¿La disposición del número 6º del artículo 1725 del Código Civil es
excepción a la incapacidad establecida por el artículo 1796? Para respon-
der esta pregunta debemos, ante todo, precisar el alcance de la disposi-
ción del número 6º del artículo 1725. En él se dice: “El haber de la sociedad
conyugal se compone: 6º De los bienes raíces que la mujer aporta al matrimonio,
apreciados para que la sociedad le restituya su valor en dinero. Se expresará así en
las capitulaciones matrimoniales o en otro instrumento público otorgado al tiempo
del aporte, designándose el valor, y se procederá en los demás casos como en el
contrato de venta de bienes raíces”. La cuestión estriba en saber si esta disposi-
ción se aplica a los bienes raíces que la mujer posee antes del matrimonio
y que lleva a él o se refiere también a los que adquiera a título gratuito
durante el matrimonio. La respuesta variará según sea que se adopte la
primera o la segunda opinión. Si se adopta la primera, no hay excepción
al artículo 1796; y la hay si se adopta la segunda.
313
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
Sin duda alguna, la ley al hablar de los bienes raíces que la mujer
aporta al matrimonio ha querido referirse únicamente a los inmuebles
que tenía antes del matrimonio, que lleva a él. Este artículo ha dado a la
palabra aporte el verdadero significado jurídico que tiene, cual es el de
contribuir con cierta cantidad de bienes a la obra común.
Tres razones tenemos para creerlo así: 1º Que la ley ha distinguido en
todos los casos los bienes aportados al matrimonio y los adquiridos duran-
te él, como ocurre en los casos de los números 3º y 4º del artículo 1725: de
modo que, al emplear en el número 6º la palabra aporte, se refiere a los
bienes adquiridos antes del matrimonio; 2º Que la ley al referirse a los
bienes adquiridos a título gratuito durante el matrimonio no habla de
bienes aportados, sino de adquisiciones, como puede verse en el artículo
1726; y 3º Que si nos fijamos en el espíritu del legislador veremos que
siempre ha tenido presente no alterar en nada el régimen de la sociedad
conyugal establecido al tiempo del matrimonio y de aquí que sólo acepte
modificaciones a las capitulaciones matrimoniales con anterioridad a su
celebración (art. 1722). Mal podría, en consecuencia, permitir que los cón-
yuges hicieran estipulaciones tendientes a sustraer del patrimonio de uno
de ellos bienes más fáciles de asegurar que el dinero.
Es, pues, indiscutible que el Código Civil, cuando habla de los bienes
raíces que la mujer aporta al matrimonio, no se ha referido sino a aquellos
que lleva al matrimonio por pertenecerles anteriormente. Además, desde
que la ley ha asimilado en absoluto este acto a la compraventa, no creemos
que prohibiendo este contrato entre cónyuges, lo permita bajo el disfraz
de otra operación que, tanto en la forma como en el fondo, es un contra-
to de esa especie. Si se refiere en el número 6º del artículo 1725 a los
bienes que se aportan por la mujer al matrimonio, es evidente que tal
operación no puede tener lugar sino antes del matrimonio, pues sólo en-
tonces puede haber aporte, desde el momento que esta expresión signifi-
ca el concepto de concurrir con algo a lo que va a formarse. Esa ha sido
también la intención del legislador si atendemos a que esa operación pue-
de realizarse en las capitulaciones matrimoniales o en otro instrumento
público otorgado al tiempo del aporte, puesto que las capitulaciones ma-
trimoniales deben otorgarse antes del matrimonio (arts. 1722 y 1725) y el
instrumento público debe, por consiguiente, otorgarse antes del mismo.
Pudiera creerse, sin embargo, que por la redacción del inciso segundo
del número 6º el legislador hubiera querido referirse también a los bienes
adquiridos a título gratuito durante el matrimonio. Pero si se toma en
cuenta lo expuesto más arriba y el hecho que la ley al decir “otro instru-
mento público”, ha querido referirse al caso que no se celebren capitula-
ciones matrimoniales, de modo que ese instrumento es un reemplazante
de éstas y que, como ellas, debe otorgarse antes del matrimonio, veremos
que en ningún momento ese artículo puede originar duda y dársele otro
alcance que el ya indicado.
Podemos, pues, afirmar que ese número 6º se refiere a los bienes raí-
ces que pertenecen a la mujer antes del matrimonio. Su apreciación se
verificará con anterioridad a éste, no en él. De aquí resulta que aunque
314
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
esta apreciación sea una verdadera venta entre cónyuges no es, en reali-
dad, un acto de esa naturaleza verificado entre casados, ya que la venta se
verifica antes del matrimonio, cuando son futuros esposos solamente, en
cuyo caso ese contrato es válido. Es cierto que el precio se pagará una vez
disuelta la sociedad conyugal. Esto nada significa puesto que no es la paga
del precio, sino el acuerdo de voluntades sobre él y su determinación, lo
que da origen a la venta.
Aceptando el principio que sólo pueden ser objeto de la operación
que indica el número 6º del artículo 1725 del Código Civil, los bienes que
pertenecen a la mujer desde antes del matrimonio y que tal acto puede
ejecutarse antes de su celebración, es lógico concluir que tal disposición
no importa de ninguna manera una excepción al artículo 1796 ya que éste
prohíbe la venta entre cónyuges, entre quienes no puede tener lugar, como
dijimos, la apreciación de los bienes raíces de aquella.
Si se acepta que el número 6º del artículo 1725 se refiere también a los
bienes raíces que la mujer adquiera a título gratuito durante el matrimo-
nio, es evidente que habría una excepción al artículo 1796. Pero no cree-
mos que ésta sea la verdadera doctrina. Tal artículo no ha podido referirse
sino a la apreciación que se haya hecho antes del matrimonio de los bienes
pertenecientes a la mujer y que aporta a él.
366. Una cuestión muy discutida entre los autores es la que se refiere a
precisar si la venta celebrada entre cónyuges no divorciados es nula abso-
luta o relativamente. Los autores franceses están unánimemente de acuer-
do en declarar que esta venta adolece de nulidad relativa.
“¿Cuál es el carácter de esta nulidad?, se pregunta Guillouard. ¿Es rela-
tiva o absoluta? Creemos que es sólo relativa y que no puede ser alegada
sino por ciertas personas; hemos dicho que un doble motivo había autori-
zado esta prohibición, el temor de las donaciones disfrazadas e irrevoca-
bles entre esposos y el peligro de fraude a los derechos de los acreedores,
sobre todo o a los del marido. Este fundamento de esa disposición deter-
mina su alcance: puesto que la nulidad no ha sido introducida sino en
favor del esposo donante, de sus herederos y de sus acreedores, no puede
ser alegada sino por esas tres clases de personas y no puede serlo ni por el
esposo adquirente o sus sucesores, ni por los terceros.”1
Laurent se expresa, más o menos, en los mismos términos y dice: “Sien-
do virtual esta nulidad, es decir, fundada sobre la voluntad tácita del legis-
lador, es necesario ver en que interés ha prohibido esta venta. Hemos
indicado anteriormente los motivos de esta prohibición según los trabajos
preparatorios y según los autores. Si la venta se hace en fraude de los
acreedores, es inútil decir que éstos pueden atacarla; es aplicación del
derecho común. El motivo principal de la ley ha sido evitar las liberalida-
des que sobrepasen el límite legal o irrevocables. Esta nulidad ha sido
establecida, según esto, en interés del donante y de sus herederos y no en
315
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1 Tomo 24, núm. 42, pág. 53. Véase también B AUDRY-L ACANTINERIE, ibid, núms. 226 y
227, pág. 228; AUBRY ET RAU, V, pág. 42; HUC, X, núm. 47, pág. 74; TROPLONG, I, núm. 185,
pág. 252; MARCADÉ, VI, pág. 196; PLANIOL, II, núm. 1422, pág. 476; FUZIER-HERMAN, tomo
36, Vente, núms. 805, 806 y 807, pág. 850.
2 Tal es la doctrina que aparece consignada en los considerandos 4º y 7º de la senten-
cia 3.954, pág. 661, Gaceta 1894, tomo III, de la Corte de Apelaciones de Talca.
316
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
1 Explicaciones de Código Civil tomadas en clase, por DÁVILA y C AÑAS, pág. 248.
2 Sentencia 3.954, pág. 661, Gaceta 1894, tomo III.
3 FUZIER -HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 802, pág. 850; TROPLONG , I, núm. 185, pág. 252.
4 GUILLOUARD, I, núm. 165 I, pág. 186.
5 Núm. 226, pág. 227.
317
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1 Tomo 24, núm. 41, pág. 52. Véase sobre el mismo punto: AUBRY ET RAU, V, pág. 42;
MARCADÉ, VI, pág. 196; P LANIOL, II, núm. 1441, pág. 481.
2 Véase sobre esta materia: GUILLOUARD, I, núm. 130, pág. 151; LAURENT, 24, núm. 49,
pág. 60; TROPLONG , I, núm. 193, pág. 261; AUBRY ET RAU, V, pág. 36; HUC, X, núm. 52,
pág. 80; BAUDRY-LACANTINERIE, ibid., núm. 252, pág. 250.
3 Véanse locuciones citadas en la nota anterior.
318
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
319
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1 X, pág. 92.
2 Digesto, libro 19, título 5, ley 12; libro 34, título 1º, ley 16; libro 23, título 3, ley 9, núm.
3; libro 24, título 1º, ley 7, núm. 6 y ley 33.
3 FUZIER -HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 728, pág. 846.
4 Véase ley 4, título XI, Partida IV.
5 MANRESA, X, pág. 89.
6 G UILLOUARD, I, núm. 145, pág. 166; B AUDRY-L ACANTINERIE, núm. 228, pág. 229.
320
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
321
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
322
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
1 X, pág. 92.
2 BAUDRY-LACANTINERIE, ibid., núm. 228, pág. 231; GUILLOUARD, I, núm. 145, pág. 170.
3 I, núm. 145, pág. 169.
323
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
370. Para terminar esta importante materia conviene decir algo acerca de
las disposiciones que sobre el particular consignan otros Códigos.
La regla general es que todas las legislaciones modernas prohíben el
contrato de venta entre cónyuges. Sólo el Código italiano no contiene tal
prohibición. Los legisladores italianos se fundaron para ello en que, des-
cansando esta disposición en el temor al fraude y a la violación de las leyes
que prohíben las donaciones entre cónyuges, se demostraba con su adop-
ción una desconfianza excesiva respecto de un acto que, aunque se pre-
senta bajo la forma de un contrato oneroso, oculta una ventaja que tal vez
reportará beneficios a uno de los contratantes. Además se hizo notar que
el peligro que la ley trata de evitar no es suficiente para establecer una
incapacidad tan absoluta y excepcional, ya que no es posible que la mera
posibilidad de un beneficio directo sea tomado en consideración como
base de una prohibición. Se agregó que es cuestión de apreciación y que,
por lo tanto, corresponde al juez, determinar si un contrato es o no frau-
dulento, pero que no era aceptable declarar nulo de antemano uno que,
en realidad, puede ser perfectamente lícito. De aquí que se creyó más
prudente dejar al arbitrio del juez y sujeta a las reglas generales la nulidad
de esta venta, para lo cual deberá probarse el fraude o dolo. Finalmente se
hizo ver que estos contratos en muchos casos podrían beneficiar a los cón-
yuges y que no era lógico privarlos en absoluto del derecho de obtener
esos beneficios para evitar un peligro remoto.1
¿Quién está en la razón, el legislador italiano que permite esa venta o
el nuestro que la prohíbe? Dar una respuesta a prima faciæ es peligroso,
porque la adopción de esta medida puede depender de las costumbres y
moralidad del pueblo en que va a aplicarse. Sus ventajas e inconvenientes
no pueden resolverse a priori sino una vez estudiados en el terreno prácti-
co las ventajas o los inconvenientes que su implantación puede reportar,
ya que una ley puede ser buena en una parte y mala en otra y viceversa.
324
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
1 Véase sobre esta materia: FUZIER-HERMAN , tomo 36, Vente, núms. 728 a 808, págs. 846
a 850; PLANIOL, II, núms. 1436 a 1444, págs. 480 a 483; BAUDRY-LACANTINERIE, ibid., núms.
205 a 226, págs. 211 a 226; AUBRY ET RAU, V, págs. 37 a 42; TROPLONG, I, núms. 178 a 184,
págs. 247 a 251; HUC, X, núms. 40 a 46, págs. 66 a 74; LAURENT, 24, núms. 31 a 42; págs. 40
a 53; GUILLOUARD, I, núms. 149 a 164, págs. 174 a 184; MARCADÉ, VI, págs. 192 a 196.
2 X, pág. 93.
325
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
371. En el mismo artículo 1796 nuestro Código Civil consigna otra prohi-
bición o incapacidad doble, o sea, para comprar y vender a la vez. Me
refiero a las ventas entre el padre y el hijo de familia. Dice ese artículo: “Es
nulo el contrato de venta entre cónyuges no divorciados y entre el padre y el hijo de
familia”.
Para establecer esta prohibición se ha atendido principalmente al per-
juicio que para el hijo puede resultar de ese contrato, porque careciendo
éste de conocimientos y de experiencia para los negocios y por respeto al
padre, podría ser defraudado con mucha facilidad. Por otra parte, la ley al
prohibir esta venta no ha querido colocar al padre en un conflicto entre el
deber de proteger los intereses de aquél y su propio interés de obtener un
beneficio o ventaja.1
Ha pensado que permitir esa venta es dar fácil paso al relajamiento de
las relaciones entre padre e hijo y a la desorganización de la familia. El
hijo, aconsejado tal vez por sus amigos, se acostumbraría a ver en su padre
un vil explotador y, éste, careciendo de toda censura o sanción, lo miraría
como un instrumento destinado a producirle pingües utilidades. Este peli-
gro existe tanto cuando el hijo le vende al padre, como cuando éste le
vende a aquél, ya que en el primer caso, el padre podría pagarle un precio
irrisorio y, en el segundo, entregarle por un enorme precio una cosa de
poco valor.
¿Para prohibir esta venta se ha tomado también en cuenta el fraude
que pudiera cometerse respecto de los acreedores del padre o del hijo?
Evidentemente, aun cuando este motivo no haya sido tan determinante
como los anteriores. Ese peligro existiría aquí, puesto que sería fácil simu-
lar un contrato entre personas tan íntimamente unidas, más todavía cuan-
do una de ellas debe ciega obediencia a la otra.
¿Cómo podría cometerse este fraude? Distinguiremos entre los acree-
dores del padre y los del hijo. Los acreedores del padre sólo tienen acción
sobre sus bienes propios; pero no sobre los del hijo, desde que aquél no
tiene la propiedad de estos bienes sino su usufructo, que está expresamen-
te declarado inembargable por el artículo 2466 del Código Civil. Si esta
prohibición no existiera, el padre podría eludir fácilmente a sus acreedo-
res traspasando todos sus bienes al hijo.
Los acreedores del hijo también podrían ser perjudicados si pudiera
vender sus bienes a su padre. En efecto, el contrato u obligación que el
hijo ha celebrado o contraído con el tercero acreedor y de que emana la
acción en su contra, puede haberse llevado a cabo con la autorización del
padre o sin ella. Si se celebró con su autorización, éste queda obligado y,
subsidiariamente, el hijo hasta concurrencia del beneficio que hubiere ob-
tenido (art. 254). Aquí no habría gran perjuicio para los acreedores, pues
si el hijo vende sus bienes al padre, siendo éste responsable, resultaría una
1 BAUDRY-LACANTINERIE, ibid., núm. 231, pág. 233; RICCI, 15, núm. 122, pág. 308.
326
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
mejor situación para ellos; si, por el contrario, el padre se los vende al
hijo, podrían dirigirse subsidiariamente contra éste hasta concurrencia del
beneficio que haya reportado del contrato en que se origina la acción del
acreedor.
Si ese contrato u obligación fue contraído con el tercero sin autoriza-
ción del padre, el hijo queda obligado en su peculio profesional (art. 253).
Sus acreedores tienen acción en su contra y no en contra del padre. Si la
venta entre ellos fuera permitida, es claro que la que aquél hiciera de sus
bienes a su padre los perjudicaría. En consecuencia, los acreedores po-
drían perjudicarse con la no prohibición de la venta entre el padre y el
hijo de familia, cuando fueran acreedores del padre o cuando lo fueran
del hijo por obligaciones que éste contrajo sin la autorización de aquél.
372. Para saber cuando rige la prohibición del artículo 1796, o mejor di-
cho, para determinar su alcance, debemos precisar qué se entiende por
“hijo de familia”, puesto que sólo existe entre éste y el padre. Luego, pueden
comprar y vender entre sí el padre y el hijo, que no sea hijo de familia.
Según el artículo 240 del Código Civil se llaman hijos de familia “los
hijos de cualquiera edad no emancipados”. Los emancipados no son, pues,
hijos de familia. Se consideran tales los que han salido de la patria potes-
tad. La patria potestad termina y la emancipación se verifica: 1º) cuando el
padre y el hijo convienen en ello; 2º) cuando el hijo mayor de 21 años se
casa; 3º) cuando el hijo llega a la mayor edad, o sea a los 25 años; y 4º)
cuando el hijo ha sido emancipado por decreto judicial dictado en virtud
de algunas de las causales del artículo 267.1 El hijo que se encuentra en
algunos de los casos anteriormente enumerados puede celebrar con su
padre el contrato de venta.
Hay, sin embargo, un caso en que el hijo adulto (mayor de 14 años, si
es hombre y de 12 si es mujer), es considerado como emancipado y habili-
tado de edad y no se le reputa como hijo de familia. Es el del hijo que
tiene un peculio profesional o industrial. Dice el artículo 246: “El hijo de
familia se mirará como emancipado y habilitado de edad, para la administración y
goce de su peculio profesional o industrial”. Si se le considera a este respecto
como emancipado y habilitado de edad es evidente que no es hijo de
familia.
No siendo tal por lo que hace a su peculio profesional o industrial y
rigiendo la prohibición del artículo 1796 solamente para el hijo de fami-
lia, no cabe duda que puede celebrar con su padre el contrato de venta
cuando se refiere a bienes que forman parte de ese peculio. La determina-
ción de lo que es y de lo que no es peculio profesional o industrial será en
cada caso cuestión de prueba. Con arreglo a ella decidirá el juez la validez
o la nulidad de la venta.
padre, pues entonces no puede presentarse el caso de un contrato de venta entre padre e
hijo.
327
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
373. ¿Puede el padre adquirir los bienes del hijo de familia que se venden
en pública subasta? La negativa es evidente, por las mismas razones que
328
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
374. El padre no puede adquirir los bienes del hijo de familia ni éste los
de aquél ni aun cuando se vendan forzadamente por la justicia, porque la
acepción venta comprende tanto la voluntaria como la forzada, desde que
esta última es un verdadero contrato de compraventa que se rige por los
preceptos establecidos para la venta voluntaria, salvo disposición en con-
trario, que en este caso no la hay. Por lo tanto, el precepto del artículo
1796 se aplica a ambas especies de venta y la distinción que pudiera hacer-
se no sólo carecería de asidero en la ley, sino que iría contra su propio
tenor. Subsisten además aquí los mismos motivos que autorizan la prohibi-
ción de la venta voluntaria, puesto que el padre concurriría al acto como
vendedor y comprador por ser el representante legal del hijo.
375. El padre no puede comprar ni los bienes del hijo que él mismo ad-
ministra en calidad de representante legal ni aquellos cuya administración
o usufructo no la tiene el padre sino un curador. Dos razones nos mueven
a pensar así. Ante todo, porque la ley no ha hecho ninguna distinción al
respecto y no ha exceptuado sino los bienes pertenecientes al peculio pro-
fesional o industrial del hijo. Los que forman los peculios adventicios ordi-
nario y extraordinario quedan comprendidos en la prohibición. Y en
segundo lugar, porque la ley no ha tomado en cuenta los bienes a que se
refiere la venta sino la situación legal en que se hallan esas personas; de
modo que si el padre y el hijo se encuentran en el caso del artículo 1796,
la venta es nula cualesquiera que ellos fueren.
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382. De aquí que la venta que se realice con infracción del artículo 1797
sea nula absolutamente, en virtud de los artículos 1462, 1466 y 1682 del
Código Civil y 151 de la Constitución Política del Estado.
Según el artículo 151 de nuestra Constitución: “Ninguna magistratura,
ninguna persona, ni reunión de personas pueden atribuirse, ni aun a pretexto de
circunstancias extraordinarias, otra autoridad o derechos que los que expresamente se
les haya conferido por las leyes. Todo acto en contravención a este artículo es nulo”.
Este artículo sienta el muy conocido principio que en derecho público
las autoridades pueden hacer sólo aquello para lo cual la ley las faculta
especialmente, a la inversa de lo que ocurre en derecho privado, en que
puede hacerse todo aquello que una ley no prohíbe, de donde resulta que
un empleado público debe obrar dentro de la órbita de sus atribuciones,
sin que pueda ejecutar ningún acto que salga de ellas. Por eso, los admi-
nistradores de los establecimientos públicos no pueden vender los bienes
que administran cuando esa venta no está comprendida en sus facultades
administrativas ordinarias. Basta el hecho de la prohibición para que el
acto no pueda ejecutarse válidamente, puesto que según el artículo 151 de
la Constitución todo acto ejecutado por una autoridad fuera de sus atribu-
ciones es nulo.
Creemos que la existencia del principio que rige en derecho público
hacía innecesario esa prohibición, porque si las leyes no confieren expre-
samente a los administradores de establecimientos públicos la facultad de
vender los bienes que administran, no podrían venderlos en virtud del
artículo 151 ya citados. Así como en derecho privado, cuando se quiere
impedir que tal o cual persona ejecute ciertos actos, es menester prohibir-
335
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
383. Lo expuesto nos hace llegar a la conclusión que ésta no es una prohi-
bición en el sentido que tiene esta palabra. No se prohíbe a esas personas
ejecutar un acto para el cual no tienen facultad; hay más bien extralimita-
ción de atribuciones.
Se prohíbe lo que puede hacerse si no existiera la prohibición; pero no
puede prohibirse lo que no puede realizarse aun sin ella. Los administrado-
res de establecimientos públicos no pueden vender, de acuerdo con los prin-
cipios constitucionales, los bienes que administran, salvo que la ley los faculte
para ello; de modo que ésta, al prohibirles un acto que en ningún caso
pueden ejecutar, ha sido redundante, ya que con o sin la prohibición no
habrían podido vender; a menos de extralimitar sus facultades.
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389. Tanto el fallido como el concursado, una vez que han sido declara-
dos en quiebra o concurso, pierden la administración de sus bienes que
pasa de derecho a los síndicos nombrados por el juez. El objeto del con-
curso es obtener que los acreedores se hagan pago de sus créditos. Por
eso la ley prohíbe a los fallidos y concursados celebrar cualquier contra-
to con relación a sus bienes. Declarado aquél o ésta, no pueden vender
parte alguna de los bienes que forman el activo del concurso o quiebra.
El artículo 2467 del Código Civil sanciona esos actos con la nulidad. Igual-
mente, el Código de Comercio declara nulos todos los actos ejecutados
después de la declaración de quiebra.4
1 DONOSO, Instituciones de Derecho Canónico, tomo III, núm. 4, págs. 140 y siguientes; SIL -
VAC OTAPOS, Nociones de Derecho Canónico, núm. 354, pág. 151. Véase un ejemplo de licencia
para esa venta en DONOSO, obra citada, tomo III, pág. 441.
2 Artículo 1º del decreto de 27 de enero de 1886.
3 Artículo 49 de la ley de Reorganización de los Ferrocarriles de 26 de enero de 1914.
4 B ARCELÓ, Prontuario del juicio de quiebra, pág. 59.
340
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
Hay aquí, por lo tanto, una prohibición de la ley que no está consigna-
da expresamente, pero que se desprende del contexto de sus disposicio-
nes que declaran la nulidad de esos actos. Una vez que el fallido o
concursado ha pagado a sus acreedores y obtiene rehabilitación o cuanto
se celebra un convenio con aquellos, esa incapacidad cesa y puede volver a
vender sus bienes, si llega a tener algunos, naturalmente.
341
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
393. El juicio ejecutivo tiene por objeto asegurar bienes del deudor para
pagar con ellos a su acreedor, de manera que tiende principalmente a la
retención de esos bienes. Y a fin de evitar que sean traspasados a otras
personas, se procede a embargarlos. Si son muebles, el embargo se hace
entregándolos real o simbólicamente al depositario; y si son inmuebles, el
embargo no produce efectos respecto de terceros si no se inscribe en el
registro del Conservador de Bienes Raíces (arts. 471 y 474 del Código de
Procedimiento Civil).
Embargados los bienes del deudor, éste no pierde su dominio, pero sí
la facultad de enajenarlos, porque según el artículo 1464 del Código Civil,
hay objeto ilícito en la enajenación de las cosas embargadas por decreto
judicial. Su venta sería nula y de ningún valor por tratarse de un acto
prohibido.
Hay aquí una verdadera incapacidad para vender, cuya infracción pro-
duce nulidad absoluta en virtud del artículo 1682 del Código Civil. Se
trata además de la enajenación de una cosa incomerciable, característica
que proviene de la incapacidad que afecta a su propietario.
Lo mismo puede decirse del demandado contra quien se ha decretado
la prohibición de celebrar actos o contratos sobre sus bienes, en cuyo caso
no puede venderlos por estar incapacitado para ello (arts. 286 y 287 del
Código de Procedimiento Civil). Tanto en este caso como en el anterior
hay objeto ilícito en la venta de esos bienes en virtud del número 3 del
artículo 1464 del Código Civil.
342
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
395. El artículo 1798 del Código Civil dice: “Al empleado público se prohíbe
comprar los bienes públicos o particulares que se vendan por su ministerio”.
Según este artículo, para que exista esta prohibición es menester que
concurran tres requisitos copulativos, a saber: a) que la persona que haga
la venta sea un funcionario o empleado público; b) que la venta se efectúe
por razón de su ministerio; y c) que la calidad de empleado público se
ejercite en contratos relativos a los bienes a que se refiere la prohibición,
es decir, que en su calidad de tal compre los bienes que vende por su
ministerio.1
Si el individuo que compra los bienes que vende no es empleado pú-
blico, no queda comprendido en ese precepto, sino dentro del consigna-
do en el artículo 1800. Esto tiene mucha importancia, pues los efectos de
ambas contravenciones son muy distintos.
Debe tenerse presente igualmente que la prohibición existe cuando la
venta se hace por el empleado como un acto de su ministerio, o sea, cuan-
do en uso de sus atribuciones o dentro de sus funciones, realiza la venta.
Es necesario que ésta se efectúe por el empleado público en su carácter de
tal; que se realice por el empleado en su calidad de empleado público. Si
así no ocurre, no queda comprendido en dicha prohibición. Así, por ejem-
plo, si a un empleado público se le encarga la venta de un bien como
simple mandatario privado y no como tal empleado, si vende un bien no
343
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
396. Tiene cierta importancia precisar las razones o fundamentos que in-
dujeron al legislador a implantar esta prohibición, a fin de poder determi-
nar después el carácter de la nulidad que afecta a la venta celebrada en
contravención al artículo 1798.
Las razones que se han considerado en este punto no son otras que las
relativas al orden público. Ha sido el interés general de la sociedad, que
quiere ver en las autoridades o funcionarios públicos personas a quienes
no se pueda tachar de ser autores de fraudes o de abusos, el que la ha
originado. Se trata, como dice Ricci, “de salvar el prestigio de la autoridad,
alejando toda sospecha de quien está investido de ella, de que pueda ser-
virse de la autoridad en beneficio de sus intereses”.2 Se comprende fácil-
mente que si el empleado público pudiera vender los bienes que vende
por su ministerio, abusaría de su cargo, haciendo de él un medio de lucrar
y de enriquecerse a costa del propietario de aquellos, lo que traería el
descrédito de la autoridad y el menosprecio del público para con ella.
1 GUILLOUARD , I, núm. 128, pág. 149; BAUDRY -L ACANTINERIE, De la vente, núm. 249,
pág. 248.
2 Tomo 15, núm. 125, pág. 319.
344
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
397. La venta puede ser pública o privado, según sea la forma en que se
realice. Respecto de la adquisición que se haga en venta pública no hay
duda alguna, pues el artículo 1798 se refiere expresamente a ella cuando
dice “aunque la venta se haga en pública subasta”. De modo que el empleado
que vende bienes públicos o particulares en razón de su ministerio no
puede adquirirlos cuando la venta se haga en esa forma. Esto es incuestio-
nable.
La duda puede surgir cuando la venta se efectúe privadamente. Raro
será que esta venta se haga en privado, desde que los bienes fiscales y
municipales deben venderse siempre en pública subasta; y en la misma
forma deben venderse los de los particulares cuando su venta se hace por
medio de empleados públicos.
Pero hay casos en que algunos bienes públicos o particulares se ven-
den por el ministerio de empleados públicos en venta privada, como ocu-
rre con los enseres, rieles, durmientes, etc., de los ferrocarriles cuyo valor
no exceda de mil pesos, según el artículo 49 de la ley de Reorganización
de los Ferrocarriles; con los bienes municipales o de las juntas de benefi-
cencia que, por la naturaleza del contrato, como cuando se permutan, no
pueden venderse en pública subasta.
La cuestión es saber si la prohibición existe también para las ventas
privadas. Opinamos por la afirmativa fundados en varias razones. Ante todo,
subsisten siempre en esta venta los peligros que la ley ha querido evitar,
puesto que no hay aquí la concurrencia de otros postores ni la fijación de
un mínimum.
En seguida, la forma en que está redactado el artículo 1798 da a enten-
der claramente que la adquisición en venta privada se prohíbe, porque no
distingue acerca de qué clase de venta es la que hace incapaz al empleado
público. La frase final de ese artículo es decisiva al respecto, pues dice:
“aunque la venta se haga en pública subasta”. Esto significa que la prohibi-
ción se refiere también a la venta privada porque la ley temió que si omitía
esa frase no se entendiera prohibida no la compra en venta privada sino la
compra en pública subasta y de ahí que dijera: “aunque la venta…”. El
Diccionario de la Real Academia, define la palabra aunque de este modo:
“conjunción adversativa con que se denota oposición, a pesar de lo cual
puede ser, ocurrir, o hacerse alguna cosa”. Pues bien, al decir la ley que
prohíbe la compra aunque la venta se haga en pública subasta, ha querido
significar que a pesar de ser la venta en pública subasta, no puede com-
prarse lo vendido.
La expresión aunque da a entender que “ni aun cuando esa venta fuera
en pública subasta se permitiría”, o bien, “con mucha mayor razón se pro-
híbe la venta en pública subasta”, dando por comprendida la venta priva-
345
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
398. ¿Qué se entiende aquí por empleado público? Es cierto que hasta
ahora no puede decirse en absoluto quiénes son y quiénes no son emplea-
dos públicos y quiénes quedan incluidos en esta designación, porque cada
ley da una definición diversa. Sin duda alguna el empleado público es el
que desempeña una función pública, una función de necesidad social o
de interés común.
Debe tomarse como base de partida para esta determinación el carác-
ter que tengan las funciones que ejerza el empleado. Santa María de
Paredes dice que los empleados públicos son aquellos que participan de
funciones públicas, prestando servicios permanentes que son remunera-
dos por el Estado. En esa definición va envuelta la necesidad de desem-
peñar funciones públicas para ser empleado público. Los otros dos
requisitos pueden faltar, aun cuando el carácter de permanencia es inse-
parable del de empleado, de modo que el empleado público requiere
ser permanente.
La mejor definición que existe en nuestra legislación sobre lo que es
empleado público es la del artículo 260 del Código Penal que dice que es
tal todo el que desempeña un cargo público, aunque no sea de nombra-
miento del Jefe de la República, ni reciba sueldo del Estado. En ella que-
dan comprendidos los notarios, los secretarios de juzgados, los jueces de
distrito, etc. La violación del artículo 1798 se castiga, como vamos a verlo,
con arreglo al título del Código Penal en que está contenido ese artículo,
lo que viene a confirmar una vez más que para los efectos de la prohibi-
ción que establece el artículo 1798 debe entenderse por empleado público el
que desempeña un cargo público, aunque no haya sido nombrado por el Presidente
de la República ni reciba sueldo del erario. Con mayor razón son empleados de
esa índole los nombrados por el Presidente y los que reciben sueldo del
Estado.
399. Entre nosotros no existe ninguna disposición que prohíba a los ad-
ministradores de bienes públicos comprar los bienes confiados a su custo-
dia, como lo establecen los Códigos francés, italiano, español y argentino.
Por esto, dentro de los principios generales de nuestro Código Civil, un
administrador de bienes públicos podría comprarlos para sí, a menos que
él mismo los vendiera. La única prohibición que hay es para el empleado
que vende; pero no para el que administra.
Esto se presta a abusos y fraudes, pues el administrador carece de la
independencia necesaria para realizar una venta conveniente a los inte-
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DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
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DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
lo que uno puede hacer por sí mismo, puede hacerlo por mandatario, es
evidente que un individuo puede vender cosas ajenas al martillo, aunque no
sea martillero oficial. Por último, la ley de patentes número 3.165 de 22 de
diciembre de 1916 reconoce la existencia de tales martilleros, porque en el
número 22 del cuadro anexo a ella señala una patente para los martilleros
sin título, que para este efecto los equipara a los titulados.
Establecido el hecho que un individuo puede vender al martillo sin ser
martillero oficial, cabe preguntarse si puede adquirir o no las cosas que
venda, ya que no siendo martillero oficial no se le aplican las reglas esta-
blecidas para esa clase de martilleros.
El martillero privado es un mandatario y como tal no puede adquirir
los bienes cuya venta se le ha encargado, en virtud de los artículos 2144
del Código Civil y 271 del Código de Comercio. Es cierto que no se le
aplican las reglas de los martilleros oficiales; pero queda comprendido en
las de los mandatarios y, por lo tanto, es inhábil para comprar lo que
vende por su ministerio. No son empleados públicos, ya que no desempe-
ñan un cargo de esta índole; son meros mandatarios privados. No quedan
incluidos en la prohibición establecida por el artículo 1798 del Código
Civil, sino en la establecida en los artículos 2144 del Código Civil y 271 del
Código de Comercio ya citados; de aquí que la compra sea nula relativa-
mente como vamos a verlo; mientras que lo es absolutamente cuando se
trata de martilleros oficiales.
350
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
1 A principios del año 1916 se presentó un caso de esta naturaleza, pues el Intendente
de Valdivia deseaba adquirir ciertos bienes dentro de su provincia, lo que dio origen a una
larga y ruidosa discusión en el Congreso, en la que quedó de manifiesto la omisión en que
sobre este particular había incurrido la ley de Régimen Interior.
351
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
ra decirse. Es por esta razón que el Presidente, al comprar los bienes fisca-
les, no solo infringiría el artículo 1798 sino que iría también contra la
prohibición expresa de la ley que impide a los mandatarios y representan-
tes comprar para sí los bienes de sus mandantes o representados que tie-
nen encargo de vender.
La prohibición alcanza al Ministro que firma la ley que autoriza la ven-
ta, esto es, a aquel bajo cuya dependencia están los bienes que se venden,
porque es éste quien procede a efectuarla. Respecto de los demás Minis-
tros no hay prohibición alguna.
Tampoco la hay para los Senadores y Diputados que dictan la ley por-
que no son empleados públicos ni tampoco son ellos quienes venden o
realizan la venta. Su papel se limita a autorizarla como representantes de
la nación.
En el Código francés existe la misma prohibición del artículo 1798 y
algunos autores sostienen que se aplica únicamente al funcionario que
realiza la venta por sí mismo; de tal modo que si delega esa facultad la
incapacidad cesa.1 Esta interpretación la derivan de las opiniones que en
ese sentido se emitieron en el Consejo de Estado al tiempo de discutirse el
Código de Napoleón. A más de dar origen a muchos abusos y fraudes,
desconoce el valor jurídico de la representación y olvida que el delegado
obra en nombre del delegante. Es éste quien vende en realidad; el delega-
do no es sino un instrumento de aquel. Otros autores como Marcadé2 y
Duvergier rechazan esa doctrina y aceptan la prohibición aunque la venta
se haga por medio de un delegado. Esta es, a nuestro juicio, la verdadera.
El Código argentino, a fin de evitar toda duda, prohíbe a los Ministros de
Gobierno la compra de los bienes nacionales (art. 1361, número 7). El artícu-
lo 1348, número 9, del Código Civil peruano prohíbe también al Presidente
de la República y a los Ministros de Estado la compra de bienes fiscales.
1 B AUDRY -L ACANTINERIE, De la vente, núm. 224, pág. 248; G UILLOUARD, I, núm. 128,
352
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
el cargo. Por lo tanto puede conservar, una vez nombrado, las minas que
posea por haberlas adquirido antes de su nombramiento; y puede adqui-
rirlas cuando cese en el desempeño de aquél.
La prohibición se refiere a las minas del territorio en que ejerce sus
funciones y no a todas las minas, cualquiera que sea el lugar en que estén
ubicadas. Esos funcionarios pueden adquirir libremente las que estén si-
tuadas fuera del territorio en que desempeñan sus funciones. La prohibi-
ción es para el Intendente por lo que hace a las minas que están en la
provincia que administra; y para el Gobernador por lo que hace a las que
están en el departamento que administra.
Respecto de los notarios y secretarios de juzgados, la prohibición se
refiere a los notarios de minas y a los secretarios de juzgados de minas,
pero no a los que no desempeñan el cargo de tal, y para las minas ubica-
das en el departamento en que ejercen sus funciones, ya que la ley habla
del territorio de sus oficios y según la Ley Orgánica de Tribunales unos y
otros ejercen sus funciones en el departamento respectivo.
Pero ocurre que hoy no existen notarios de minas y cualquier notario
puede autorizar escrituras sobre minas. De ahí que la prohibición mencio-
nada comprenda a todo notario por lo que se refiere a las minas ubicadas
en el departamento en que desempeña su cargo. Y como el conservador
de minas es también un notario, es evidente que le alcanza esa prohibi-
ción.
Juzgados de minas no hay tampoco. Toda vez de primera instancia que
ejerce jurisdicción en lo civil es competente para conocer de los juicios
mineros, por cuyo motivo, los secretarios de cualquier juzgado de letras en
lo civil son inhábiles para adquirir minas dentro del departamento en que
ejercen su cargo.
La ley no ha definido lo que debe entenderse por oficiales de notaría
o de secretaría y no creemos que esta palabra deba tomarse en el sentido
que le da el Código de Procedimiento Civil, por cuanto éste es de fecha
posterior al Código de Minas y además el carácter que ese Código da al
oficial de secretaría es para ciertos efectos en él señalados. Debemos recu-
rrir, por consiguiente, al sentido natural y obvio de esa palabra. Escriche
dice: “oficial es el que se ocupa o trabaja en algún oficio”. El Diccionario
de la Lengua define al oficial como el empleado subalterno que bajo la
dirección y órdenes de un jefe, como director, secretario, contador u otro,
trabaja en una oficina en el despacho de los negocios”.
Según eso, oficial es el empleado que, con el carácter de permanente,
desempeña algún puesto. Luego el Código de Minas al hablar de oficiales
de notaría o de secretaría se refiere a los empleados de una y otra que
prestan allí sus servicios habitualmente. Estos empleados no pueden ad-
quirir minas dentro del departamento en que desempeña sus funciones el
notario o secretario a cuyas órdenes están.
408. Las diferencias que pueden notarse entre la prohibición que estable-
ce el Código Civil para los empleados públicos y la consignada para los
mismos por el Código de Minas son varias:
353
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1 BAUDRY-LACANTINERIE, ibid, núm. 251, pág. 250; RICCI, 15, núm. 126, pág. 320.
354
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
410. El artículo 1798 prohíbe comprar al empleado, sea por sí mismo, sea
por interpuesta persona; pero no extiende esa prohibición a sus parientes.
Por consiguiente, no podemos hacerla extensiva a ellos, por analogía; y si
no son personas interpuestas, si son compradores serios y verdaderos, pue-
den comprar los bienes que aquél venda.
Lo dicho no rige para los bienes municipales ni para los de la Beneficen-
cia, porque en el primer caso se prohíbe comprarlos a los ascendientes,
descendientes o colaterales hasta el tercer grado de consanguinidad o se-
gundo de afinidad de los municipales o empleados de la Municipalidad;2 y
355
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
411. Como se ha dicho, los parientes del empleado pueden comprar los
bienes que éste vende por su ministerio. Pero al hablar de parientes no
nos hemos referido a la mujer ni a los hijos de familia ni al pupilo ni a las
sociedades o corporaciones que aquél dirija o presida, es decir, a aquellas
personas de quien es su representante legal.
Es evidente que el empleado público no puede adquirir los bienes que
vende para las personas de quienes es su representante legal, porque la
prohibición del artículo 1798 existe tanto para el incapaz cuando ha com-
prado directamente para él, como cuando, sin haber comprado para él,
obtiene sin embargo un beneficio de la compra. Baudry-Lacantinerie cita
el caso de un gerente de una sociedad comercial que recibió de un terce-
ro el mandato de vender ciertas mercaderías que vendió a la sociedad que
administraba. La Corte de Burdeos declaró la nulidad de venta.2 Este caso
es análogo al que estudiamos, porque el empleado público es, hasta cierto
punto, mandatario para vender.
Respecto de la mujer no divorciada la prohibición es mucho más fun-
dada puesto que los bienes que ella adquiere durante el matrimonio per-
tenecen a la sociedad conyugal y, por lo tanto, al marido; y resultaría que
el empleado compraría para sí lo que la ley le prohíbe adquirir.
Los bienes del hijo de familia son administrados y usufructuados por el
padre, de manera que si el empleado comprara para aquél haría una com-
pra que lo beneficia. Igual cosa sucede con el pupilo o con el que está
bajo la curatela del empleado. Ya citamos el caso del gerente de una socie-
dad. Es indudable que aquél tiene gran interés en la marcha de ésta y sus
ventajas lo beneficiarán. No es posible, en consecuencia, que pueda com-
prar los bienes que vende para la sociedad que él mismo representa y en
la cual tiene interés.
En resumen creemos, que dentro de los términos de nuestro Código,
se prohíbe al empleado público comprar para su mujer, hijo de familia,
pupilo o sociedad que representa los bienes que vende por su ministerio
porque en esos casos la compra lo beneficia.
Por esta razón, el Código de Minas prohíbe expresamente adquirir
minas a las mujeres no divorciadas y a los hijos bajo patria potestad de los
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DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
412. Pero si el empleado público no puede adquirir para sí los bienes que
vende por su ministerio, no vemos inconveniente para que pueda com-
prarlos para un tercero, como mandatario de éste. La ley le prohíbe com-
prarlos para sí o para aquellas personas de quien es su representante legal,
porque en ambos casos reportará un beneficio directo del negocio. Pero
no existe ninguna disposición que le prohíba adquirir como mandatario
de un tercero, de modo que puede comprar esos bienes en tal carácter,
con mayor razón aún si se considera que quien compra no es el empleado
sino el mandante, ya que aquél no obra sino en representación de éste. La
persona que compra es el mandante. La venta beneficiará a éste única-
mente, el empleado es un mero instrumento. Siendo el tercero capaz de
adquirir, la venta es válida y no puede anularse alegando que fue el em-
pleado quien compró. Aceptar lo contrario importaría violar, en nuestro
sentir, los artículos 1448, 2116 y 2160 del Código Civil.
Por lo que hace a la prohibición establecida para la adquisición de
minas por el Código de Minería, la cuestión ha sido resuelta en el sentido
indicado por la Corte de Apelaciones de Iquique que ha declarado que si
los funcionarios que menciona el artículo 22 de ese Código no pueden
adquirir minas para sí, pueden sin embargo adquirirlas para otras perso-
nas en calidad de mandatario de éstas.1 Este fallo está ajustado a los verda-
deros principios legales y al carácter restrictivo con que deben interpretarse
las disposiciones que establecen prohibiciones, aun cuando no da ningu-
na razón justificativa de la doctrina que establece.
413. Los actos que la ley prohíbe, dice el artículo 10 del Código Civil, son
nulos y de ningún valor y el artículo 1466 del mismo Código dispone que
hay objeto ilícito en todo contrato prohibido por las leyes. Esta prohibi-
ción es de orden público puesto que trata de resguardar el interés gene-
ral, por cuyo motivo su infracción está castigada por la ley. Por eso, hay
objeto ilícito en la compra que el empleado haga de esos bienes, lo que
acarrea, según el artículo 1682 del Código ya citado, la nulidad absoluta
del acto. La compra que el empleado público hace de los bienes que ven-
de por su ministerio es nula absolutamente. La acción para pedirla corres-
ponde a todo el que tiene interés en ello y al ministerio público y el juez
puede declararla de oficio si aparece de manifiesto en el contrato. No
puede sanearse por la ratificación, ni por un lapso de tiempo menor de 30
años. El empleado culpable no puede pedirla, pues el artículo 1683 del
Código Civil se lo prohíbe.
Declarada la nulidad, la cosa vendida vuelve a su antiguo dueño y el
empleado comprador, además de ser condenado a la restitución de los
357
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
frutos de la cosa como poseedor de mala fe, pierde lo que pagó por ella ya
que según el artículo 1468 de ese Código no puede repetirse lo que se dio
o pagó por un objeto o causa ilícita a sabiendas, y él debió conocer la
prohibición desde que la ley se presume de derecho conocida por todos.
No podría alegar que compró de buena fe, pues se reputa que siempre ha
estado de mala fe, porque el error de derecho constituye una presunción
de mala fe que no admite prueba en contrario.
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DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1 BAUDRY-LACANTINERIE, ibid, núms. 249 a 255, págs. 248 a 254; AUBRY ET RAU, V, págs.
35 y 36, GUILLOUARD, I, núms. 128 y 131, págs. 149 y 152, respectivamente; LAURENT, 24,
núm. 50, pág. 60; TROPLONG, I, núm. 194, pág. 262; MARCADÉ, VI, pág. 200; HUC, X, núm.
52, pág. 80.
2 RICCI, 15, núm. 132, pág. 332.
360
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
El artículo 1459 del Código Civil español dispone: “No podrán adqui-
rir por compra, aunque sea en subasta pública o judicial, por sí ni por
persona alguna intermedia: 4º Los empleados públicos, los bienes del Es-
tado, de los municipios, de los pueblos y de los establecimientos también
públicos de cuya administración estuviesen encargados”.
El Código argentino, en su artículo 1361, dice: “Es prohibida la com-
pra, aunque sea en remate público, por sí o por interpuesta persona: 5º A
los empleados públicos de los bienes del Estado o de las Municipalidades,
de cuya administración o venta estuviesen encargados”. El mismo artículo,
como dijimos, prohíbe a los Ministros de Gobierno comprar los bienes
nacionales o de cualquier establecimiento público o corporación civil o
religiosa.
418. Esta es sin duda alguna la materia más interesante de este capítulo,
no sólo por ser la que tiene una aplicación más frecuente, sino por la
gran cantidad de cuestiones a que da origen, emanadas en gran parte de
los términos poco precisos en que se encuentran redactadas las disposi-
ciones legales del caso y de haberlas hecho extensivas a otros funciona-
rios que no toman parte en los juicios en la misma forma y con la misma
permanencia con que intervienen los jueces, para quienes se dictaron
especialmente. De aquí que su estudio sea difícil y lleno de obstáculos,
que son aun mayores si se atiende a la escasa preparación del autor y a la
carencia absoluta de textos que puedan servir para orientarse al respecto,
desde que los textos extranjeros no prestan utilidad aquí a causa de la
gran diferencia que sobre esta materia existe entre nuestra legislación y
las de los otros países.
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
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DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
El artículo 1798 del Código Civil a la letra dice: “Al empleado público se
prohíbe comprar los bienes públicos o particulares que se vendan por su ministerio; y
a los jueces, abogados, procuradores o escribanos los bienes en cuyo litigio han inter-
venido, y que se vendan a consecuencia del litigio; aunque la venta se haga en
pública subasta”.
El artículo 154 de la Ley de Organización y Atribuciones de los Tribu-
nales, agrega, por su parte: “Se prohíbe a todo juez comprar o adquirir a cual-
quier título para sí, para su mujer o para sus hijos las cosas o derechos que se
litiguen en los juicios de que él conozca. Se extiende esta prohibición a las cosas o
derechos que han dejado de ser litigiosos, mientras no hayan transcurrido cinco
años desde el día en que dejaron de serlo; pero no comprende las adquisiciones
hechas a título de sucesión por causa de muerte, si el adquirente tuviere respecto del
difunto la calidad de heredero abintestato. Todo acto en contravención a este artícu-
lo lleva consigo el vicio de nulidad, sin perjuicio de las penas a que conforme al
Código Penal, haya lugar”.
Aparte de estar ambos artículos redactados en forma vaga y poco preci-
sa, no dan a entender lo que el legislador quiso decir en realidad. Para su
correcta aplicación es menester, por eso, desentenderse de su tenor literal
y recurrir a su espíritu, dando a las palabras que emplean un significado
mucho más amplio y, hasta cierto punto, distinto del que tienen en el
lenguaje jurídico.
Veamos en primer lugar lo que prohíben esos artículos y en seguida
señalaremos los requisitos que se exigen para que tengan aplicación, como
también las personas a quienes se refieren.
421. Los actores que prohíben al Código Civil y la Ley Orgánica de Tribu-
nales pueden reducirse a dos: 1) la compra de los bienes de los bienes que
se vendan a consecuencia de un litigio, y 2) la cesión de los derechos o
cosas litigiosas realizadas entre las partes y los funcionarios judiciales. Son,
pues, dos operaciones diversas, que producen diferentes efectos y que dan
a los que en ellas intervienen un carácter también diferente. De la prime-
ra se ocupan el artículo 1798 del Código Civil y el artículo 154 de la Ley
Orgánica de Tribunales por cuanto éste comprende a aquél; y de la segun-
da, el artículo 154 de esa ley.
1) El artículo 1798 del Código Civil prohíbe únicamente, y esto debe
tenerse presente, la compra de los bienes litigiosos que se vendan a con-
secuencia del litigio, esto es, cuando uno de los resultados del juicio es la
venta de los bienes que pertenecen a alguna de las partes. Es menester
que haya venta de esos bienes como consecuencia del juicio para que se
aplique el artículo 1798. El comprador queda desligado de todo interés
en él. Una vez adquirido los bienes, se retira del litigio y así como antes
no había intervenido en éste, ahora tampoco interviene. Aquí la ley se
refiere al caso en que la compraventa se realice entre el propietario de
los bienes por intermedio de la justicia y un tercero que no va a tener
ninguna participación en los resultados del pleito. Este artículo com-
prende el caso de una ejecución en que se vende la propiedad del deu-
dor. El tercero es un mero comprador que se separa del juicio; no es
363
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422. Los requisitos que según la ley deben reunirse para que la prohibición
tenga aplicación son tres: 1) que la persona a quien se aplique sea alguno de
los funcionarios judiciales comprendidos en ella; 2) que, como tal funciona-
rio, haya intervenido en el juicio a que se refieren los bienes o derechos mate-
ria del contrato; 3) que en su calidad de tal funcionario compre los bienes o
derechos que se litigan o que se vendan a consecuencia del litigio.
Si algunos de esos funcionarios judiciales no ha intervenido en el liti-
gio en que se venden los bienes o al cual se refieren las cosas o derechos
litigiosos puede adquirirlos válidamente porque la prohibición sólo alcan-
za al que interviene en razón de su ministerio. Por lo tanto, si uno, dos o
más de los miembros de un tribunal colegiado dejan de tomar parte en el
litigio o en la venta, pueden comprar esos derechos y bienes ya que la
prohibición se refiere a los que han intervenido o conocido en él. Final-
mente, es menester que al comprar los bienes o derechos litigiosos o que
se venden a consecuencia del juicio, lo hagan en calidad de funcionario
judicial que ha conocido del litigio. Lo que prohíbe la ley es que el funcio-
nario judicial intervenga como tal en el litigio y compre como tal esos
bienes. En una palabra, la prohibición tiene por objeto impedir que los
funcionarios judiciales sean, a un mismo tiempo, respecto de los bienes o
derechos litigiosos, funcionarios judiciales e interesados en la compra o en
el juicio o, como se dice vulgarmente, que sean juez y parte a la vez. Si un
juez interviene en un juicio no en su calidad de juez sino como litigante,
puede comprar los bienes o derechos de su colitigante o los bienes que a
consecuencia del juicio se vendan. No debe olvidarse que no es a todo
juez al que se le prohíben esos actos sino a aquellos que intervienen en el
litigio a que se refieren los bienes o derechos materia de la compra.
423. Esta prohibición es de dos clases, según se dijo: una, que emana del
Código Civil, prohíbe la compra de los bienes litigiosos que se venden a
consecuencia del juicio, y otra, consignada en la Ley Orgánica de Tribuna-
les, prohíbe toda adquisición de cosas o derechos litigiosos en cualquiera
forma que se vendan. Pues bien, las personas a quienes una y otra prohibi-
ción se aplican son diversas.
Según el artículo 1798 quedan comprendidas en la primera, es decir,
no pueden ser adquirentes de los bienes que se vendan a consecuencia
del litigio: los jueces, abogados, procuradores y escribanos, o sea, los secre-
tarios y los notarios (cuando éstos actúan como secretarios).
Según el artículo 154 de la Ley de Tribunales quedan incluidos en la
segunda prohibición, es decir, no pueden ser cesionarios de los derechos
o cosas litigiosas los jueces, relatores, receptores, oficiales del ministerio
público y defensores de menores, de ausentes y de obras pías (arts. 284,
311, 329, 348 y 360).
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425. Otra cuestión a que también dan origen las redacciones de los ar-
tículos 154 de la Ley Orgánica de Tribunales y 1798 del Código Civil es
la relativa a saber qué se entiende por juicio en el primer caso y por
litigio en el segundo o, mejor dicho, cuándo rigen esas prohibiciones
para los funcionarios allí indicados, siempre que intervengan como tales
respecto de algún bien aunque no sea con motivo de un juicio o cuando
hay litigio solamente.
Se llama juicio la controversia legítima entre partes que tienen intere-
ses opuestos sobre sus respectivos derechos y que se sigue ante tribunal
competente para que lo sustancie y resuelva con arreglo a derecho. Litigio
es sinónimo de juicio; de modo que ambos vocablos designan una con-
tienda judicial, el hecho de existir una discusión entre dos partes que no
están de acuerdo sobre sus pretensiones y que recurren al juez para que la
dirima. Esta es la materia propia del poder judicial: dirimir las contiendas
entre los individuos. Se comprenden en esas expresiones, los juicios ordi-
narios, ejecutivos, de partición, de comercio, de minas, de concurso, etc.,
y, en general, todos los que señala el Código de Procedimiento Civil.
Pero hay otros actos que aunque no son propios de la naturaleza de
árbitro que tiene ese poder son, sin embargo, de su competencia y en que
interviene por mandato de la ley. Son los actos no contenciosos o de juris-
dicción voluntaria.
En ellos no hay contienda entre partes. Por el contrario, están de acuer-
do acerca del acto que van a ejecutar y la intervención del juez es necesa-
ria únicamente para llevarlo a cabo. Aquí el juez no va a resolver una
controversia, diciendo quién tiene la razón y quién no la tiene; interviene
para autorizar el acto a fin que pueda llevarse a cabo con toda corrección
y exento de vicios. Entre estos actos el que más fácilmente podría dar
origen a la aplicación de las disposiciones que ahora estudiamos son los
que se refieren a la autorización judicial para enajenar los bienes raíces de
aquellas personas que, según la ley, deben proceder a efectuarla con esa
autorización, porque en los demás es muy difícil o casi imposible la inter-
vención del juez en calidad de comprador o cesionario de la cuestión a
que aquella se refiere. En el caso de la autorización para enajenar bienes
raíces estas disposiciones podrían aplicarse porque el juez u otro funciona-
rio puede llegar a adquirirlos.
Lo que conviene saber es si esos actos se comprenden en las disposicio-
nes citadas, esto es, si al decir la ley “los bienes que se vendan a consecuen-
cia de litigio” y “las cosas o derechos que se litiguen en los juicios”, ha
entendido referirse a los bienes que se vendan como consecuencia de una
contienda entre partes y a las cosas o derechos que sean objeto de una
controversia judicial entre dos o más partes, o ha querido envolver tam-
bién en esas expresiones los actos de jurisdicción voluntaria.
Indudablemente el espíritu del legislador ha sido incluirlos en ellas y
prohibir a los jueces y demás funcionarios que intervengan en tales actos
la compra de los bienes que sean materia de su intervención. Lo creemos
así por razones de moralidad, ya que el mismo temor de abusos o de frau-
des puede existir en estos casos y porque el papel propio de la autoridad
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426. ¿Desde cuándo rige para los jueces la prohibición que contempla el
artículo 154 de la Ley Orgánica de Tribunales? Ese artículo dispone que se
prohíbe a todo juez comprar para sí las cosas o derechos que se litiguen
en los juicios de que él conozca. De manera que la prohibición existe cuan-
do el juez compra las cosas o derechos litigiosos referentes a un juicio en
que interviene o de que está conociendo. De ahí que debamos determinar
el alcance de la palabra conocer y así conoceremos el momento en que el
juez comienza a ser incapaz para adquirir esos bienes o cosas.
En derecho procesal se entiende por conocer la facultad que tiene el
juez para sustanciar el proceso y dictar todas las medidas que considere
necesarias para formarse conciencia exacta acerca de la cuestión debatida.
Conocer de un proceso es tramitarlo; sustanciarlo con arreglo a las leyes
hasta dejarlo en estado de sentencia.
Según esto, el conocimiento de un proceso comienza cuando el juez
ejecuta en él el primer acto tendiente a darle curso, o sea, cuando en el
juicio recae la primera providencia. Desde ese momento puede decirse
que está conociendo del juicio y como la prohibición es respecto de los
negocios de que conozca, es evidente que desde ese mimo momento que-
da incapacitado para adquirir las cosas, bienes o derechos a que se refiera.
La prohibición se aplica al juez desde que dicta la primera providencia en
el juicio.
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429. Puesto que la incapacidad de los jueces para adquirir las cosas o de-
rechos litigiosos comienza desde que intervienen en el juicio, de modo
que pueden adquirirlos válidamente en tanto no figuren en él, es induda-
ble que los miembros de una Corte de Apelaciones pueden adquirir los
bienes o derechos que se litigan ante un juez de primera instancia, sujeto
a su jurisdicción, mientras no tomen parte en el proceso. Aunque por ese
hecho quede determinada la competencia de la Corte de Apelaciones, la
incapacidad de los miembros de ésta no nace todavía, sino cuando inter-
vengan en el litigio y como no habían intervenido en él a la fecha de la
compra, es claro que ésta es válida. Lo mismo puede decirse de los miem-
bros de la Corte Suprema, respecto de los derechos o cosas que se litigan
ante una Corte de Apelaciones.
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432. La prohibición que impone el ya citado artículo 1798 para los bienes
que se vendan a consecuencia del litigio rige también para con los relato-
res, receptores, oficiales del ministerio público, defensores de menores y
de ausentes, pues aun cuando ese artículo no los menciona, quedan com-
prendidos en la disposición de la Ley Orgánica que, como se ha dicho, se
refiere tanto a la venta privada de las cosas y derechos litigiosos hecha por
los litigantes a uno de esos funcionarios, como a la de los bienes que se
vendan a consecuencia del litigio, porque es amplia y no distingue la for-
ma de enajenación. En consecuencia, esos funcionarios no pueden com-
prar los bienes en cuyo litigio han intervenido y que se vendan a
consecuencia del mismo.
433. Desde que la prohibición del artículo 1798 del Código Civil es para
los bienes que se vendan a consecuencia del litigio en que esos funciona-
rios intervienen, es claro que si éstos no toman parte en el juicio no tienen
ninguna incapacidad. Esta no les afecta por ser tales funcionarios, sino
por intervenir en el litigio en esa calidad. De modo que podrán adquirir-
los, aunque se vendan a consecuencia de un pleito, siempre que no hayan
intervenido en él, y aunque se trate de negocios de su competencia. Es el
hecho de la intervención en el juicio lo que los incapacita. Si en Santiago,
por ejemplo, donde hay cinco jueces en lo civil, se vende una cosa embar-
gada ante el juez del primer juzgado, los de los otros juzgados pueden
adquirirla si no han intervenido en él, porque aunque el negocio era de
su competencia, no era de su conocimiento.
434. Se ha dicho que es requisito esencial para que tenga cabida la prohi-
bición del artículo 1798 del Código Civil que los bienes se vendan a conse-
cuencia del litigio en que el juez interviniere. Según esto, podríamos decir
que un juez puede adquirir un bien en cuyo litigio interviene siempre que
se venda a consecuencia de otro de que no conoce.
Si la disposición del artículo 1798 fuera única, esa solución sería acepta-
ble; pero, en presencia del artículo 154 de la Ley Orgánica, debe rechazar-
se. Este prohíbe a los jueces adquirir los bienes que se refieren a un juicio
de que está conociendo, en cualquiera forma que se haga la venta; en este
caso se trataría de bienes de cuyo juicio está conociendo, de manera que
queda comprendido en esa prohibición. Por consiguiente, no puede un
juez comprar un bien que se venda a consecuencia de un litigio en que no
interviene si conoce de otro juicio relativo a ese mismo bien. Así, el juez A
conoce de un litigio en que se ha embargado una casa. El juez B conoce de
otro litigio en que también está embargada esa casa. Si A remata la casa en
su juicio, B no podría adquirirla, porque aunque no se vende a consecuen-
cia del juicio en que conoce, se trata de un bien que dice relación con un
juicio de que está conociendo, lo que basta para incapacitado.
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436. Como esta incapacidad, según se ha dicho, emana del artículo 154
de la Ley Orgánica de Tribunales y no del artículo 1798 del Código Civil,
según el cual los funcionarios allí señalados pueden adquirir los bienes en
cuyo litigio intervienen siempre que se vendan a consecuencia de otro de
que no conocen, y desde que el artículo 154 no se refiere a los abogados y
procuradores, es evidente que éstos pueden adquirirlos. El artículo 1798
prohíbe la adquisición cuando los bienes se vendan a consecuencia del
litigio. Si no se venden por esa causa no hay prohibición, pues la circuns-
tancia de intervenir en el juicio referente a los bienes no los inhabilita
para comprarlos. Luego, es clara como la luz del día la capacidad de los
abogados y procuradores para adquirir un bien en cuyo litigio intervienen
y que se vende a consecuencia de otro en que no han tomado parte.
437. Aunque el artículo 1798 del Código Civil sólo nombra la venta en
pública subasta, también queda prohibida la compra que de esos bienes se
haga en venta privada, porque, como dijimos en el número 397, con ello
ha querido reforzarse esa prohibición por ser la venta en pública subasta
la más frecuente en estos casos. Nos remitimos, por lo demás, a lo expues-
to en ese párrafo por ser una misma cuestión ésta y aquella.1 Aquí hay
todavía menos dudas al respecto, dados los términos del artículo 154 de la
Ley Orgánica de Tribunales, que prohíbe en absoluto tanto la compra
privada como la que se hace en pública subasta. Ese artículo prohíbe la
cesión de los derechos o bienes litigiosos que las partes pudieran hacer a
alguno de los funcionarios judiciales, como también las donaciones, he-
rencias o legados relativos a los mismos. Es una prohibición absoluta que
incapacita a esos individuos para adquirir todas las cosas o derechos a que
se refieren los litigios o asuntos en que intervienen.
438. ¿Desde cuándo son litigiosos las cosas y derechos para los efectos del
artículo 154 de la Ley Orgánica de Tribunales? Según el artículo 1911 del
Código Civil los derechos son litigiosos desde que se notifica judicialmen-
te la demanda. Pero ya vimos que la prohibición regía para los jueces y
demás funcionarios desde que intervienen en el juicio a que se refieren
los bienes materia de la compra. Si aceptáramos la definición del artículo
1911 del Código Civil resultaría que el juez podría adquirir esas cosas o
derechos aun después de estar conociendo del litigio, y lo demás funcio-
narios aun después de intervenir en él.
De ahí que no pueda decirse que unas y otras son litigiosas, para los
efectos de prohibirles a los jueces su adquisición, desde que se notifique la
1 Pág. 345.
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440. ¿Basta que el juez, secretario, relator, receptor, oficial del ministerio
público y defensor de menores intervengan una sola vez en el juicio para
que no puedan adquirir las cosas o derechos litigiosos, aunque posterior-
mente no sigan interviniendo? Los términos demasiado absolutos de la
prohibición del artículo 154 nos hacen opinar por la afirmativa, opinión
que se refuerza con lo dispuesto en el inciso 2º de ese artículo, que extien-
de la prohibición hasta cinco años después que aquellos dejan de ser liti-
giosos.
Según el artículo 154 no pueden adquirirlos mientras conozcan o in-
tervengan, como tampoco cuando hayan dejado de intervenir por haber
terminado el litigio, lo que hace suponer que estando éste pendiente me-
nos podrán adquirirlos aunque no sigan interviniendo. Por lo demás, la
ley no exceptúa este caso y los términos de ese artículo son muy absoluto,
todo lo cual corrobora la opinión enunciada. Basta, en consecuencia, que
el juez provea un escrito por ausencia del titular para que quede inhabili-
tado para adquirir esos bienes o derechos. Si, por ejemplo, un juez o fun-
cionario judicial de un lugar diverso de aquel en que se sigue el juicio
interviene en el diligenciamiento de un exhorto o en el remate de los
bienes embargados, en el caso del artículo 506 del Código de Procedi-
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miento Civil, ese juez o funcionario, por ese hecho, queda incapacitado
para comprar los bienes y derechos litigiosos de ese juicio.
Por la misma razón, si el funcionario intervino una sola vez en el jui-
cio, aunque después sea separado de sus funciones por cualquier motivo,
no puede adquirir esos bienes o derechos, en tanto no transcurra el térmi-
no indicado. Así lo ha resuelto también la Corte de Apelaciones de Con-
cepción que anuló la compra que un tesorero fiscal hizo de un bien
subastado en una ejecución, por haber asistido a un comparendo como
representante del Fisco.1
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444. Todo acto prohibido por la ley que no puede celebrarse directamen-
te, tampoco puede serlo por interpuesta persona, porque lo prohibido lo
es siempre y bajo cualquiera forma que se realice. Cuando uno de esos
actos se verifica por interpuesta persona, el verdadero ejecutor y beneficia-
do con él es el funcionario judicial no siendo la persona que aparece cele-
brándolo sino un mero instrumento suyo, un biombo tras el cual se oculta;
por cuyo motivo subsisten las prohibiciones legales.2
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nes se prohíbe también esas adquisiciones, por lo que el acto sería nulo en
todo caso, sea que esas personas lo celebren para sí, sea que intervengan
como interpuestas. Respecto de los abogados y procuradores, no las hay.
En cuanto a la prueba de la interposición se estará a las reglas del derecho
común, correspondiendo probarla al que la alega.1
446. Esos funcionarios pueden, sin embargo, adquirir las cosas o derechos
que se litigan en los juicios en que intervienen, o que se vendan a conse-
cuencia de ellos, como mandatarios de un tercero que no está incapacita-
do para comprarlos, pues no hay prohibición expresa de la ley al respecto
y lo que el mandatario ejecuta a nombre de su mandante se reputa realiza-
do por éste. Quien adquiere es el mandante y no el mandatario, el cual,
por otra parte, arranca su capacidad del poder que le confirió aquél.
El Tribunal Superior de España se ha pronunciado en idéntico sentido
respecto de un procurador que adquirió bienes como mandatario de un
tercero no incapacitado y declaró válida esa adquisición, porque se dijo
que si bien el procurador era incapaz de adquirir para sí, no lo era para
adquirir como representante de un tercero en quien no incidía esa inca-
pacidad.2
No puede negarse que el hecho se prestaría a comentarios y sería,
hasta cierto punto, inmoral; pero legalmente es permitido y posible.
1 Véanse sobre el particular: núm. 368, pág. 318; núm. 379, pág. 333 y núm. 409, pág. 354
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para la mujer e hijos de esos funcionarios sea que los adquieran directa-
mente o representados por sus padres o maridos.
En la Comisión Revisora se propuso por uno de sus miembros que esta
prohibición se extendiera, además de la mujer e hijos, a otras personas
que se encuentran en muy estrechas relaciones con el juez o que depen-
den inmediatamente de él,1 indicación que no se aceptó. Habría sido con-
veniente consignarla, ya que a su respecto existen los mismos temores que
existen o pueden existir con relación a la esposa y a los hijos.
448. Dados los términos de la ley, creemos que esta prohibición rige para
la mujer de esos funcionarios en todo caso, sea o no divorciada, y para
todos sus hijos, estén o no bajo patria potestad, pues el artículo 154 no
distingue entre una y otra y entre unos y otros.
Aunque en el caso de la mujer divorciada no existe, tal vez, el temor que
alguno de esos funcionarios abuse desde que se hallaría enemistado con
ella, puede ocurrir, sin embargo que vivan en armonía estando divorciados.
Por eso la ley creyó que era más conveniente prohibir siempre esa compra a
la mujer. Cuando se redactó y discutió ese artículo no se hizo salvedad sobre
el particular; de modo que no cabe duda alguna que la prohibición rige
para con la mujer divorciada, como para con la no divorciada.
En cuanto a los hijos pudiera creerse que se refiere a los que se hallan
bajo patria potestad únicamente desde que respecto de los otros es más
difícil que esos funcionarios puedan cometer abusos en la compra, pues
no administran sus bienes, y porque el autor de esa prohibición, el señor
Lira, al indicarla en la comisión redactora, se refirió expresamente a los
hijos que están bajo patria potestad.
Esto pudiera hacer creer que el espíritu del legislador fue establecerla
para los hijos de familia y no para los demás. Pero tal suposición debe
rechazarse por dos razones: a) porque aun cuando esa prohibición se insi-
nuó en la redacción del artículo, no fue sin embargo consignada en la ley
y no es de creer que se omitiera por olvido, puesto que al mismo tiempo
se omitió también la prohibición concerniente a las demás personas estre-
chamente unidas con el juez o que de él dependan; esta omisión fue,
pues, voluntaria y meditada; y b) porque la prohibición que se establece
para la mujer e hijos de esos funcionarios obedece no sólo al hecho de
encontrarse bajo su potestad, sino a los vínculos de afecto que existen
entre ellos y esos funcionarios, lo que puede dar origen a que éstos abusen
de su cargo para favorecerlas.
Las palabras mujer e hijo, en el sentido que aquí están tomadas, son
genéricas. Se refieren a todas las personas del sexo femenino que se hallan
unidas por vínculo matrimonial con alguno de esos funcionarios y a todos
sus descendientes que se encuentran en el primer grado de consanguini-
dad para con ellos, cualquiera que sea su estado, sexo o condición. Basta
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que sean hijos o que sea la esposa de alguno de esos funcionarios para que
les alcance la prohibición.
Finalmente, no habiendo distinguido la ley al respecto y no pudiendo
el hombre distinguir donde la ley no lo ha hecho, debemos llegar a la
conclusión que la prohibición se refiere a toda mujer, sea divorciada o no;
y a todos los hijos, sea que estén o no bajo la patria potestad del funciona-
rio incapacitado.
449. Aun cuando no hay ninguna disposición expresa que prohíba adqui-
rir para sus pupilos o para las sociedades que administren o representen
los jueces, secretarios, relatores, receptores, oficiales del ministerio públi-
co y defensores de menores, es indudable que dentro del espíritu que ha
inspirado la prohibición, parece que también se prohíbe esta compra, por-
que como en el caso del empleado público, existe tanto cuando los funcio-
narios incapaces adquieren directamente para sí, como cuando, aun sin
comprar para ellos, se aprovechan del acto.
Esta prohibición comprende, pues, la que ahora estudiamos, más aún si
se atiende a que en ambos casos figurará como comprador el propio funcio-
nario incapacitado. Puede, por lo mismo, obtener alguna utilidad de la com-
pra en su calidad de representante del pupilo o de la sociedad, lo que lo
inducirá a ejecutar actos que vayan en desmedro de su honorabilidad y que
pueden causar su desprestigio que es lo que la ley ha querido evitar. No
puede sostenerse que el funcionario adquiere como mandatario, porque en
esos casos se beneficia con el acto que realiza como representante legal del
pupilo o de la sociedad, lo que no sucede cuando es mandatario.
Si se trata del pupilo, debe tenerse presente que el tutor o curador
contrata con su propia capacidad y no con la del mandante como ocurre
con aquél. Es siempre el tutor el que contrata sea que lo haga para el
pupilo, sea que lo haga para sí. Teniendo una misma capacidad emanada
de su propia persona, es claro que en cualquiera forma que intervenga
carecerá de ella para adquirir esos bienes. El mandatario, en cambio, si
carece de su propia capacidad, tiene, no obstante, la suficiente para reali-
zar el acto en virtud de la que le confiere el mandante con la que puede
contratar.
La ley no dice nada al respecto, lo que da a la cuestión el carácter de
dudosa. Pero en virtud de lo dicho y del espíritu del legislador, creemos
que las prohibiciones indicadas rigen también para el funcionario que,
siendo tutor o curador o representante legal de una sociedad o corpora-
ción, adquiera esos bienes para su pupilo o para éstas. Y nos atrevemos a
aconsejar a esos jueces que no ejecuten tales actos, puesto que fácilmente
podrían ser anulados, porque en el mejor de los casos importarían una
compra por interpuesta persona, que la sería el pupilo o la sociedad para
los cuales se decían adquirir los bienes o derechos, cuando en realidad lo
eran para el funcionario incapacitado. Valdría la pena que el proyecto del
Código Orgánico consultara expresamente esta prohibición para la que
existen tantos y tan fundados motivos como para la de la mujer e hijos de
dichos funcionarios.
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que ocurre una vez que se dicta sentencia definitiva que queda ejecutoria-
da, o cuando hay transacción, desistimiento o abandono de la instancia. El
proyecto del señor Vargas Fontecilla se refería únicamente al caso en que
las cosas o derechos dejaran de ser litigiosos en virtud de una sentencia
ejecutoriada pronunciada por el juez; pero como esa redacción podía ori-
ginar dudas y hacer creer que siempre era necesaria una resolución judi-
cial que pusiera término al juicio para que las cosas o derechos dejaran de
ser litigiosos, desde cuya fecha correría el plazo de cinco años, se acordó
suprimirla y de ahí que se redactara el artículo en la forma que tiene
actualmente, que es más vasta y comprensiva que la mencionada en el
proyecto.
Si el juicio termina por sentencia definitiva, por desistimiento o por
abandono de la instancia, el plazo mencionado correrá desde la fecha en
que la sentencia o la resolución que declaren el abandono o el desisti-
miento queden ejecutoriadas con arreglo al Código de Procedimiento Ci-
vil. Y si termina por transacción, desde la fecha en que ésta se verifica.
Concluido el litigio o vendidas las cosas embargadas o comunes a con-
secuencia de él o las cosas que se relacionen con un acto de jurisdicción
voluntaria, esas cosas o derechos dejan de ser litigiosos y desde esa época
comienzan a correr los cinco años de que habla ese artículo, transcurridos
los cuales podrán ser adquiridos por los funcionarios que intervinieron en
el juicio.
Quede bien establecido que no es necesaria una resolución judicial
para que los bienes o derechos dejen de ser litigiosos, puesto que hay
casos como una transacción hecha por escritura pública que pone fin a un
juicio en ese momento, aunque el juez resuelva no nada al respecto. Aquí
el plazo de cinco años se contará desde la fecha de la escritura.
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quiera que sea su dueño al tiempo de la venta. Sólo una vez transcurrido
ese plazo cesará la incapacidad. Tratándose de bienes que se vendan a
consecuencia de un litigio, se venderán siempre, o al menos casi siempre,
por un tercero y no por su primitivo dueño, desde que al subastarse en el
juicio han tenido que pasar del poder del uno al del otro.
Subsisten además en el caso en estudio los temores de la ley, puesto
que esa compra podría hacerse por interpuesta persona, y a fin de ocultar
la realidad de las cosas, se dejarían éstas en statu quo durante cierto tiem-
po. Resultaría así que era el juez o el funcionario respectivo quien adqui-
ría esos bienes o derechos. Por eso dispuso la ley con tanta sabiduría que
mientras no transcurran cinco años desde el día en que dejaron de ser
litigiosos no pueden ser adquiridos por aquellos. Y como no distingue al
respecto, es forzoso aceptar que la prohibición existirá durante todo ese
tiempo, cualquiera que sea la persona que haga la venta. Sin embargo, la
Corte de Apelaciones de Santiago ha resuelto lo contrario, esto es, que al
juez se le prohíbe adquirir en ese plazo solamente los bienes que se ven-
den a consecuencia del litigio y no los que le venda un tercero que los
haya adquirido en él.1 A primera vista puede apreciarse el error de este
fallo, que pasó por encima del artículo 154 de la Ley Orgánica de Tribuna-
les que debió haber tomado en cuenta. Sólo así se explica el absurdo que
establece.
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res pueden adquirir los derechos y bienes litigiosos en cuyo litigio han
intervenido:
1) Cuando son llamados a suceder a su propietario en virtud de ser sus
herederos abintestatos, o sea, cuando el difunto muere intestado;
2) Cuando son llamados a suceder en esa calidad, no obstante la existen-
cia de testamento en favor de otra persona, por ser herederos forzosos; y
3) Cuando son llamados a sucederle al mismo tiempo en su calidad de
herederos testamentarios y abintestatos, es decir, cuando serían herederos
aunque el difunto no hubiera testado.
La excepción no se aplica:
1) Cuando alguno de esos funcionarios es legatario del difunto;
2) Cuando, a pesar de encontrarse dentro del orden de sucesión intes-
tada de que habla la ley, no han sido llamados a su sucesión, porque hay
otros herederos abintestatos de grado preferente o porque hay herederos
testamentarios que excluyen a los abintestatos cuando no son forzosos.
3) Cuando, a pesar de hallarse dentro del orden de sucesión intestada
designado por la ley, han sido llamados a sucederle no como herederos
abintestatos, sino como herederos testamentarios, o sea, cuando habrían
dejado de ser herederos si no hubiera habido testamento; y
4) Cuando son llamados a la sucesión únicamente como herederos testa-
mentarios, de modo que en caso contrario no habrían sucedido ni aun a falta
de cualquier otro heredero, esto es, cuando sólo son herederos testamenta-
rios, porque no figuran en el orden de sucesión intestada que señala la ley.
Veamos un ejemplo de cada caso, sin perjuicio de los ya consignados:
Tendría lugar la excepción en los siguientes casos:
1) Si el juez A es hijo del litigante B que muere intestado; si es su
padre y B muere sin hijos e intestado; si es su colateral dentro del sexto
grado y B muere intestado, careciendo de hijos, padres, esposa y herma-
nos; o es su hermano y B muere sin padres, sin hijos y sin testar;
2) Si el juez A es hijo del litigante B que muere testado a favor de otro,
o si el juez A es padre de B que muere testado y sin hijos;
3) Si A es hijo de B que muere testado en favor de aquél; si A es padre
de B que muere sin hijos y testado en favor de aquél; si A es hermano de B
que muere sin hijos ni padres y lo instituye heredero; si A es colateral
dentro del sexto grado de B que muere testado a su favor, pues carece de
hijos, padres, hermanos y esposa.
La excepción no se aplicaría, es decir, esos funcionarios no podrían
adquirir los bienes y derechos litigiosos:
1) Si el juez A recibe por testamento del litigante B un legado, aun
cuando se refiera a los bienes o derechos litigiosos;
2) Si el juez A es hermano o padre de B que muere dejando hijos,
pero no testado; si el juez A es colateral dentro del sexto grado de B que
muere intestado, dejando hijos o padres o esposa o hermanos; si A es
hermano o colateral dentro del sexto grado de B que muere sin hijos ni
padres, pero que ha testado en favor de C; si A es hermano de B que
muere sin hijos, pero testado en favor de sus padres o si muere sin padres,
pero testado en favor de sus hijos;
387
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
457. Dada la forma en que está redactado el artículo 154 de la Ley Orgá-
nica de Tribunales, creemos que esta excepción se aplica igualmente a la
mujer e hijos del juez, secretario, relator, receptor, oficiales del ministerio
público y defensores de menores incapacitados, porque siendo una misma
la prohibición para el funcionario y para sus hijos y su mujer y no hacién-
dose ningún distingo por lo que respecta a quienes se aplica la excepción,
debemos aceptar que se refiere a todas esas personas, con mayor razón
todavía si se considera que los motivos que autorizaron la prohibición son
idénticos en ambos casos. No habría lógica alguna en negar la aplicación
de la excepción a la esposa e hijos de esos funcionarios, pues si existe en el
caso más grave, como es el de la adquisición por el mismo funcionario,
con mayor razón debe existir en el menos grave, porque quien permite lo
más permite también lo menos.
388
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
Por otra parte la ley permite las adquisiciones a título de sucesión por
causa de muerte, en general, de manera que comprende tanto todos los
derechos o bienes litigiosos como una parte de los mismos. Basta que el
funcionario sea heredero abintestato para que recupere en absoluto su
capacidad respecto de todos los bienes o derechos o, si así pudiera decir-
se, para que desaparezca en su totalidad la prohibición consignada en el
inciso 1º del artículo 154. Además, cada heredero se reputa dueño de toda
y de cada parte de la herencia y tiene, en su calidad de tal, derecho a toda
ella. No habría, tampoco, razón alguna para limitar esa facultad hasta la
cuota que al funcionario le corresponda en la sucesión, ya que puede acae-
cer que una sola cuota comprenda la totalidad de los derechos o bienes
litigiosos y aun eso y más.
Es, pues, indiferente que el funcionario adquiera todos o una parte de
los derechos o bienes. Los efectos son idénticos en ambos casos.
389
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
La diferencia principal que existe a este respecto entre los jueces parti-
dores y los demás jueces consiste en que a los primeros se permite adqui-
rir los bienes en cuyo juicio intervienen aunque sean legatarios o herederos
testamentarios. En cuanto a las cosas que éstos pueden adquirir, es eviden-
te que el legatario sólo podrá adquirir las que le fueron legadas y no las
demás. Los herederos, sean testamentarios o abintestatos, podrán adqui-
rirlas todas, puesto que la ley no ha limitado lo que pueden adquirir.
Es muy razonable que el partidor pueda adquirir las cosas que liquida,
ya que se le nombra con conocimiento del interés que tiene en la suce-
sión. Si es nombrado por el testador o de común acuerdo por los herede-
ros es porque uno y otros creen que es una persona de confianza y
honorabilidad y que, por el hecho de estar interesado en la partición, no
tratará de ejecutar actos dañosos para la sucesión. Tampoco no hay aquí el
temor de un fallo adverso, desde que todas las resoluciones se toman por
el acuerdo de los mismos herederos, lo que anula casi completamente su
intervención e influencia.
390
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
391
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
a los tribunales que se encarga del juicio mediante una suma aleatoria, una
cuota de lo que se obtenga y celebra con él ese contrato”.1
Este pacto no tiene, pues, nada de inmoral y, por el contrario, a mi
juicio, coadyuva en muchos casos a evitar la ruina y miseria de muchas
gentes que, faltas de recursos, carecen de los medios necesarios para obte-
ner por la vía judicial la restitución de lo que indebidamente se les quitó o
el reconocimiento de sus derechos.
De aquí que nuestro Código no prohíba, como se dijo, la celebración
de dicho contrato a los abogados y procuradores, quienes pueden pactarlo
válidamente. En efecto, el artículo 1798 del Código Civil les prohíbe ad-
quirir los bienes que se vendan a consecuencia del litigio en que han in-
tervenido, pero no los derechos que en ese juicio se hacen valer.
La Ley Orgánica en su artículo 154 sí que prohíbe la adquisición, a
cualquier título, de esos derechos; pero en él no se comprende a los abo-
gados y procuradores. Por esto, sólo están inhabilitados para adquirir los
derechos litigiosos, en cualquiera forma que sea y para celebrar el pacto
de quota litis, los jueces, secretarios, relatores, receptores, oficiales del mi-
nisterio público y defensores de menores que han intervenido en el juicio.
Otras legislaciones, como la francesa, italiana y española, prohíben expre-
samente este pacto fundándose, a mi modo de ver, más en razones históri-
cas que en razones científicas y de moralidad.2
461. Se entiende por juez para los efectos del artículo 1798 del Código
Civil y del artículo 154 de la Ley Orgánica de Tribunales todos los funcio-
narios que se encuentran encargados por la ley o por la voluntad de las
partes de resolver un asunto litigioso o a quien se ha encomendado el
conocimiento y fallo de un proceso o negocio de carácter contencioso. Es
cierto que esta definición puede ser tachada de incompleta; dada la multi-
plicidad y variedad de funciones que se les encomiendan, como también
las diversas categorías o clases de jueces que hay, es imposible agruparlos
en una sola definición. Pero es indudable que esas prohibiciones se apli-
can a todo individuo que desempeñe funciones de juez o que la ley consi-
dere y denomine como tal.
El artículo 151 de la Ley Orgánica de Tribunales dice que “las disposicio-
nes que siguen rigen respecto de toda clase de jueces”. El artículo 154 viene des-
pués del 151. Luego se aplica a toda clase de jueces, lo que se comprueba
aun más con la forma en que comienza el artículo 154 que dice: “Se prohí-
be a todo juez”. Y como dentro del artículo 154 se halla comprendida la
prohibición del artículo 1798, sin perjuicio de la que él establece por su
parte, resulta que se prohíbe a toda clase de jueces comprar las cosas o dere-
392
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
chos que se litiguen en los juicios que él conozca y los bienes que a conse-
cuencia de esos juicios se vendan.
Caen dentro de la prohibición, no sólo los jueces letrados de primera
instancia, sino los jueces de distrito, de subdelegación, de apelaciones, los
ministros de las Cortes de Apelaciones y de la Corte Suprema; los jueces
de los tribunales militares; los miembros del Tribunal de Cuentas, ya que
según la ley respectiva se consideran como verdaderos jueces,1 los jueces
de mataderos,2 los alcaldes municipales,3 los jueces eclesiásticos,4 los ins-
pectores de las empresas de gas y de agua potable,5 los inspectores de
mataderos,6 los funcionarios que conocen de los juicios de comiso, según
la ley de 20 de enero de 1897; y los jueces árbitros, sean de derecho o no,
comprendiendo en ellos a los compromisarios, partidores y liquidadores
(art. 176 de la Ley Orgánica de Tribunales).
En consecuencia, todos esos funcionarios no pueden adquirir los bie-
nes o derechos que se litiguen en los juicios en que hayan intervenido,
aunque haya sido una sola vez, o que se vendan a consecuencia de los
mismos, mientras dure el juicio y dentro de los cinco años siguientes al día
en que las cosas o derechos dejaron de ser litigiosos.
393
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
464. Las disposiciones de los artículos 1798 del Código Civil y 154 de la
Ley Orgánica de Tribunales no se aplican a los notarios sino cuando inter-
vienen en el juicio como secretarios o actuarios, que es el caso más co-
rriente; pero no cuando proceden a vender un bien por su ministerio,
pues entonces, como dice Delvincourt, caen en la prohibición que afecta
al empleado público.
Que la palabra “escribano” que emplea el artículo 1798 del Código
Civil comprenda tanto a los secretarios como a los notarios no significa
que estos sean incapaces para adquirir los bienes que se vendan a conse-
cuencia de un litigio en el que hayan intervenido como notarios. Si se la
empleó fue porque en esa época ambos cargos eran uno y el espíritu de la
ley ha sido incapacitarlos sólo cuando actúen como secretarios. Así, si un
juez ordena a un notario que certifique un hecho o que dé una copia
nadie podrá sostener que por esto el notario queda incapacitado para ad-
quirir los bienes que se vendan a consecuencia de ese juicio, ya que no ha
intervenido en él. La Ley Orgánica tampoco hace extensiva a estos funcio-
narios la prohibición del artículo 154, que no se les aplica sino cuando son
secretarios o actuarios, como ocurre en los juicios de partición. Pueden,
pues, adquirir los bienes o derechos litigiosos, salvo el caso mencionado.
466. ¿Se aplican al abogado o procurador las excepciones del artículo 154
de la Ley Orgánica de Tribunales, es decir, pueden adquirir los bienes que
se vendan a consecuencia del litigio en que intervienen cuando son here-
deros de su propietario?
1 Véase lo dicho respecto del empleado público en el número 411, pág. 458.
394
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
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DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
470. ¿La prohibición del artículo 1798 del Código Civil se aplica a todo
procurador o mandatario judicial o sólo a los del número?
Tanto la Ley Orgánica de Tribunales en su título XXI, como el Código de
Procedimiento Civil en su título II de Libro I, denominan procurador a aquel
que comparece en el juicio en representación de otro en virtud de un manda-
to que éste le ha conferido, o sin ese mandato, pero protestando acompañar-
lo. Son procuradores en ese sentido no solamente los del número sino también
cualquier apoderado o mandatario que represente al litigante.
Por otra parte, el Código Civil en su artículo 2116 da el nombre de
procurador a todo mandatario sin distinguir si es o no para litigar. Final-
mente, la ley 1ª título V de la Partida V dice que procurador es aquél “que
recabda o face algunos pleitos o cosas ajenas por mandado del dueño de
ellas”.
Cuando se dictó la Ley Orgánica de Tribunales se consideraba como
procurador a todo el que en nombre de otro comparecía en juicio, y por
eso, a fin de diferenciar a los procuradores que son oficiales públicos, los
denominó procuradores del número.1
Por lo tanto, cuando el Código Civil habla de “procurador” en el ar-
tículo 1798 da a esta palabra el significado de mandatario, que le acuerda
el mismo Código en su artículo 2116, pues a la fecha en que se dictó no
existían los procuradores del número, ya que estos fueron creados por la
Ley Orgánica de Tribunales que se dictó en 1875. No cabe duda, pues,
que en la palabra procurador se comprende cualquiera persona, sea o no
procurador del número, que comparezca ante un tribunal en representa-
ción de otra, bastando que haga en el juicio un solo acto de intervención
en ese carácter para que quede inhábil para adquirir los bienes que se
venden a consecuencia de aquel en que interviene.
397
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
Este fallo guarda, a nuestro juicio, una perfecta armonía con el espíri-
tu de ese artículo. Lo mismo puede decirse del Director del Tesoro o de
Ferrocarriles cuando intervienen en un juicio como representantes del
Fisco.
398
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
474. Para que la prohibición del artículo 1798 del Código Civil se aplique
a un abogado o procurador no se requiere que los bienes que se vendan a
consecuencia del litigio en que interviene sean del cliente del abogado o
procurador; basta solamente que se vendan a consecuencia de ese litigio,
aunque no pertenezcan a su cliente. La disposición del artículo 1798 no
distingue si los bienes que se venden a consecuencia del litigio son o no
del cliente del abogado o procurador que los adquiere. Lo que prohíbe es
comprarlos, cualquiera que sea su dueño.
Es la venta de estos bienes a consecuencia del litigio y no la persona de
su propietario lo que incapacita al abogado o procurador que en él ha
intervenido para adquirirlos. Así lo ha declarado, también, la Corte de
Apelaciones de Talca que desestimó la alegación que hacía el abogado
comprador para sostener la validez de la compra de un bien que se vendió
a consecuencia del juicio en que intervino, fundada en que aquel era de
su cliente. La Corte consideró que ese argumento carecía de todo asidero
legal, aun cuando no da ninguna razón atendible sobre el particular.1
399
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1
Sentencia 1.139, pág. 599, Gaceta 1883.
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DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
478. Las prohibiciones de los artículos 1798 del Código Civil y 154 de la Ley
Orgánica de Tribunales se aplican a los árbitros, sean de derecho o arbitra-
dores y a los liquidadores. Dijimos anteriormente que siendo estos verdade-
ros jueces caían dentro de la prohibición del artículo 154 de la Ley Orgánica
de Tribunales que se refiere a toda clase de jueces, sin distinguir si son
empleados públicos o nombrados por las partes.1 Que los árbitros son jue-
ces es indudable, pues así los llama la Ley Orgánica de Tribunales en el
artículo 172 y en el epígrafe con que encabeza el título XI.
Es evidente también que los liquidadores son jueces, pues son árbitros.
En efecto, el artículo 176 de la Ley de Tribunales señala como una de las
cuestiones que deben resolverse por árbitros la liquidación de las socieda-
des civiles o comerciales. El Código de Comercio al hablar de estas cues-
tiones en sus artículos 408, 409, 410 y 411 dice que serán resueltas por un
liquidador. Siendo un liquidador el que disuelve las sociedades comercia-
les y debiendo hacerse por árbitros su liquidación, según la Ley de Organi-
zación y Atribuciones de los Tribunales, es evidente que los liquidadores
son árbitros.
Por consiguiente, tanto a los árbitros como a los liquidadores se apli-
can esas prohibiciones en toda su extensión. Esto se corrobora aun más
todavía con lo que dispone el Código Penal en su artículo 240 que castiga
con las penas allí señaladas al árbitro o liquidador comercial que compre
los bienes o cosas en cuya partición o liquidación interviene.
El hecho que el Código Penal no se refiera sino al liquidador comer-
cial, no significa que el de una sociedad civil pueda adquirir esos bienes y
que no incurra en pena, puesto que el liquidador de una sociedad civil se
402
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
llama árbitro partidor y como tal es juez, ya que, según el artículo 2115 del
Código Civil, esas sociedades se liquidan con arreglo a las disposiciones de
la partición de bienes hereditarios, que se hace por un árbitro, en virtud
de los artículos 1317, 1323, 1324, 1325, 1326 y 1328 del Código Civil y 802
y 804 del Código de Procedimiento Civil. Los liquidadores de las socieda-
des civiles caen, pues, dentro de la palabra árbitro para los efectos del
artículo 240 del Código Penal.
403
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
404
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
Hoy día no hay jueces especiales de minas. Los asuntos de esta natura-
leza corresponden a todos los jueces letrados que ejercen jurisdicción en
lo civil en virtud del artículo 37 de la Ley Orgánica de Tribunales. Todo
juez de primera instancia es competente para conocer de estos asuntos.
Los jueces de distritos, de subdelegación y los jueces letrados que ejercen
solamente jurisdicción criminal quedan excluidos del conocimiento de es-
tos negocios.
Por magistrados de los tribunales superiores se entienden los miem-
bros de las Cortes de Apelaciones y de la Corte Suprema. Según este artículo
los miembros de la Corte Suprema no pueden adquirir minas en todo el
territorio de la República, ya que su jurisdicción se extiende a todo él. Sin
embargo, ese no ha sido el espíritu de la ley. Pero, como en este caso, su
tenor literal es claro no puede desentenderse para consultar su espíritu y,
en consecuencia, la prohibición debe aplicarse. El proyecto de la Sociedad
Nacional de Minería suprime la prohibición por lo que toca a los miem-
bros de ese Tribunal.
Respecto de los secretarios y oficiales de los juzgados, la prohibición
comprende a los que lo sean de los juzgados de letras que ejercen jurisdic-
ción en lo civil. No se refiere a los secretarios de las Cortes Suprema y de
Apelaciones.
El Código Civil y la Ley Orgánica de Tribunales, como lo dijimos, pro-
híben comprar los bienes o derechos litigiosos en los juicios en que inter-
vienen el juez o demás funcionarios. La incapacidad se refiere únicamente
a los funcionarios que intervienen en el litigio. La prohibición del Código
de Minería es muy diversa. Este no prohíbe adquirir las minas cuando
sobre ellas recae un litigio, pues este caso queda comprendido en la prohi-
bición de la Ley Orgánica y del Código Civil que se refieren a toda clase
de bienes. Lo que prohíbe es la adquisición de minas dentro del territorio
de la jurisdicción del juez o secretario, aunque no sean materia de un
litigio en que aquél intervenga.
Las diferencias entre ambas prohibiciones son, pues, muy marcadas y
podemos resumirlas en la forma siguiente:
1) La prohibición de la Ley Orgánica se refiere a todos los funciona-
rios que intervienen en el juicio; en tanto que el Código de Minas sólo la
aplica a los jueces, secretarios y a sus oficiales;
2) La Ley Orgánica prohíbe adquirir los bienes a esos funciona-
rios cuando son materia de un litigio en que ellos intervienen; el Có-
digo de Minas prohíbe la adquisición de las minas a los jueces,
secretarios y a sus oficiales dentro del territorio de su jurisdicción, sin
necesidad de que sean materia de un litigio, y si llegan a serlo, tampo-
co pueden adquirirlas, aunque no intervengan en el juicio en ningún
momento.
3) El Código de Minas no establece la prohibición sino para las minas
situadas dentro del territorio de la jurisdicción de esos funcionarios. La
Ley Orgánica de Tribunales no establece la incapacidad para todos los
bienes que se litiguen dentro de su distrito jurisdiccional, sino para aque-
llos en cuyo litigio intervenga el funcionario judicial.
405
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
483. La infracción de los artículos 1798 del Código Civil y 154 de la Ley
Orgánica de Tribunales acarrea la nulidad absoluta de la compra, porque
se trata de un acto prohibido por la ley que constituye un objeto ilícito, lo
que es suficiente para viciarlo de esa nulidad, según los artículos 10, 1466
y 1682 del Código Civil. Esta disposición es de orden público, ya que su
principal objeto es mantener el decoro y el prestigio de la justicia y como
sabemos, la violación de una ley de esta especie acarrea la nulidad absolu-
ta del acto. La jurisprudencia es uniforme en este sentido.2
Por consiguiente la nulidad no puede sanearse por la ratificación de
las partes, ni por un lapso de tiempo inferior a treinta años. Puede pedir
su declaración todo el que tenga interés en ella, como el propietario de
los bienes o sus herederos y el ministerio público; puede declararla de
oficio el juez si aparece de manifiesto en el acto o contrato. El adquirente
no puede solicitarla, según lo dispuesto en el artículo 1683 del Código
Civil, ni aunque estuviera de buena fe, lo que no es posible, ya que la ley
se reputa conocida de todos y debió conocer el vicio o, mejor dicho, la
1 Véanse núms. 407 a 412 inclusive, págs. 352 a 357 y núm. 416, pág. 359 de esta Me-
moria.
2 Sentencia 1.549, pág. 591, Gaceta 1863; sentencia 3.807, pág. 1348, Gaceta 1892, tomo
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DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
407
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
485. Los disposiciones que sobre esta materia existen en otros países se
apartan en absoluto del criterio seguido por nuestro Código, pues en algu-
nos, como en Francia e Italia, la prohibición no se refiere solamente a los
bienes o derechos que se litiguen en el juicio en que interviene el funcio-
nario, sino a todos los bienes y derechos litigiosos que sean de la compe-
tencia del tribunal en el cual ejercen sus funciones, y se entiende por
derechos litigiosos para este efecto tanto los que son materia de un litigio,
como aquellos que son de naturaleza a dar origen a un juicio. Como se ve,
no hay ninguna semejanza entre esos Códigos y el nuestro.
En cuanto a los efectos que produce la contravención de esas prohibi-
ciones, algunos autores franceses sostienen que es relativa; pero otros, y a mi
juicio están en la razón, le dan el carácter de absoluta. Opinan en el primer
408
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
1 Véase sobre esta materia en el Derecho francés: FUZIER -HERMAN, tomo 9, Cession de
droits litigieux, núms. 1 a 80, págs. 792 a 896; AUBRY ET RAU, V, págs. 35 y 36; BAUDRY-LACAN-
TINERIE, De la vente, núms. 256 a 267, págs. 254 a 263; ROGRON, II, pág. 1625; P LANIOL, II,
núms. 1344 a 1435, págs. 479 y 480; L AURENT, 24, núms. 55 a 65, págs. 64 a 76; HUC, X,
núms. 54 y 55, págs. 81 a 85; G UILLOUARD, I, núms. 132 a 144, págs. 153 a 166; TROPLONG,
I, núms. 195 a 202, págs. 263 a 270; MARCADÉ, VI, págs. 201 a 207. Véase sobre la misma
materia en el Derecho italiano: RICCI, tomo 15, núms. 127 a 132, págs. 321 a 333.
2 MANRESA, X, págs. 105 a 109.
409
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
486. “El proyecto de ley prohíbe a todos los que tienen bienes para vender-
los por cuenta ajena, adquirir esos bienes por sí mismos o bajo el nombre
de otras personas interpuestas. Nombra a los tutores, mandatarios, adminis-
tradores de las comunas y de todos los establecimientos públicos. Nada más
digno de encomio que los motivos de esta disposición. No se ha querido
poner el interés personal en pugna con el deber. El tutor que vende los
bienes de su pupilo, el mandatario que vende los de sus comitentes, en una
palabra, los diversos agentes que venden por cuenta de otros, deben tratar
de obtener el más alto precio posible, puesto que ello significa la mayor
ventaja de aquellos que representan. Si les fuera permitido convertirse en
adquirentes, su propio interés lo invitará a vender al precio más bajo. Este
inconveniente desaparece con la prohibición que no puede ser desagrada-
ble a los hombres delicados, y en cuanto a aquellos a quienes disguste, sus
pesares y que quejas servirán para justificarla aun más.”1
Así se expresaba el tribuno Faure sobre las prohibiciones que consa-
graba el proyecto de Código Napoleónico. En realidad, ahí están conteni-
das sucinta y concisamente los fundamentos de esta incapacidad que, en
su más simple expresión, se reducen a impedir que se ponga en pugna el
interés del tutor o curador con su deber de proteger los intereses del pu-
pilo. Todos los autores de derecho tanto europeos como americanos están
contestes acerca de los motivos de dicha prohibición, que existe desde los
tiempos del Derecho Romano.2
487. Los deseos de precaver los abusos y fraudes que pudieran cometer
los tutores con los intereses de sus pupilos, descuidando estos o sacrificán-
dolos en su propio beneficio, indujeron a los jurisconsultos romanos a
prohibir al tutor la compra de los bienes del pupilo y es así que la ley 24,
número 7, título I del Libro XVIII del Digesto dispone que los tutores,
curadores y procuradores no pueden comprar lo que es del pupilo.
El derecho medioeval, que no hizo sino traducir al romance los precep-
tos romanos, consignó también esa prohibición y por eso la encontramos en
las Siete Partidas. La ley 4, título V, de la Partida V dice: “Tutores son llama-
dos en latín, los que son guardadores de los menores de catorce años. E
estos tales non deuen enagenar las cosas de los huérfanos; fueras ende,
quando les fuesse tan gran menester, que non podrían al fazer, o por gran
pro dellos; e estonce se ha de fazer con muy grand sabiduria e con otorga-
miento del juez del logar. Pero dezimos, que ninguno de los guardadores
non puede comprar ninguna cosa de las que fueren de aquel que tienen en
guarda; fueras ende, si lo fiziesse con otorgamiento del juez del logar, o de
alguno o otro que lo ouiesse otrosí en guarda, tambien como él. E aun ha
410
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
menester, que aquello que desta guisa comprare del, que sea a pro del húer-
fano, e non a su daño. Ca, si engañado se fallasse el menor por razon de tal
vendida, puedela desfazer, despues que fuere de edad complida, fasta qua-
tro años; assi, como dezimos en las leyes que fablan de la guarda de los
menores, e de los bienes dellos”.
La ley 1ª, título II, del Libro VII de la Novísima Recopilación dispuso
que era nula en todo caso la compra que el tutor hiciera de los bienes del
pupilo aun cuando se realizara en pública subasta con autorización de los
otros tutores. Era el sistema opuesto al de las Siete Partidas, que permitían
esas compras siempre que la venta se hiciera en pública subasta con per-
miso del juez del lugar, o de los demás tutores. Nuestro Código siguió la
doctrina de las Siete Partidas y de ellas fue tomada la disposición pertinen-
te, pero en ciertos casos, tratándose de bienes raíces, se inclinó por el
precepto de la Novísima Recopilación. Es, pues, un término medio entre
ambos cuerpos de leyes.
Los demás Códigos modernos contienen también disposiciones análo-
gas y pueden clasificarse en dos categorías: unos que permiten al tutor
comprar los bienes del pupilo cumpliendo con ciertos requisitos y otros
que se lo prohíben en absoluto. A la primera categoría pertenecen el Có-
digo español (art. 275), que permite al tutor esa compra cuando para ella
sea autorizado por el consejo de familia; y el Código holandés que la per-
mite siempre que la compra se haga en pública subasta con aprobación
del juez, del tutor subrogado y de los parientes del menor. Pertenecen a la
segunda categoría, o sea a la que prohíbe en absoluto esa compra, los
Códigos francés (art. 450), italiano (art. 300), portugués, guatemalteco,
mexicano y argentino.
Nuestro Código participa de ambos sistemas, como vamos a verlo. Pro-
híbe en absoluto esa compra cuando se trata de bienes raíces y la permite,
con ciertos requisitos, cuando se trata de otros bienes.
488. El artículo 1799 del Código Civil dice: “No es lícito a los tutores y curado-
res comprar parte alguna de los bienes de sus pupilos, sino con arreglo a lo preveni-
do en el título ‘De la administración de los tutores y curadores’”.
Este artículo no consigna ninguna prohibición o incapacidad. Se remi-
te únicamente al título “De la administración de los tutores y curadores”. Y no
habría podido establecerla, desde que el Código, en sus artículos anterio-
res y a los cuales se remite ahora, no la había consignado en general, sino
como excepción a la regla que la adquisición de esos bienes es posible en
los casos y con los requisitos que se señalan. Por esta razón, el artículo
1799 dice que “no es lícito a los tutores y curadores comprar parte alguna de los
bienes de sus pupilos, sino con arreglo a lo prevenido, etc.”, con lo que da a
entender que esa compra es posible siempre que se cumplan las formali-
dades legales.
Esta prohibición es, pues, de un carácter muy especial, porque, excep-
ción sea hecha de un único caso en que el tutor no puede comprar los
bienes del pupilo, esa compra es posible con tal que para efectuarla se
llenen los requisitos que establece la ley.
411
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
489. La regla general establecida por el artículo 412 del Código Civil es
que el tutor o curador puede comprar los bienes del pupilo siempre que
la compra sea autorizada por los demás tutores o curadores generales o
por el juez, en subsidio y que no se trate de bienes raíces.1 Dos requisitos
son necesarios para que el tutor o curador pueda celebrar con el pupilo el
contrato de compraventa con relación a los bienes de este último: 1) que
la venta recaiga sobre los bienes muebles; y 2) que sea autorizada por los
demás tutores y curadores generales no interesados en el acto o por el
juez en subsidio.
El primer requisito fluye de lo dispuesto en el inciso final de ese
artículo que dispone que en ningún caso podrá el tutor o curador adqui-
rir los bienes raíces del pupilo; a contrario sensu resulta que los que no
son inmuebles podrán ser adquiridos, y los bienes que no son inmuebles
son muebles.
El acto debe ser autorizado por los demás tutores o curadores genera-
les no interesados en él. Son tutores o curadores generales, según el ar-
tículo 340 del Código Civil, aquellos que cuidan no solo de los bienes sino
también de las personas de los individuos sometidos a ellos. Un curador
de bienes o un curador especial, no pueden autorizar esa compra y si ésta
se realizara con esa autorización, debe reputarse ejecutada en contraven-
ción a lo dispuesto en el artículo 412.
Si sólo hay un tutor o curador general o, si habiendo varios, los demás
también están interesados en el acto, la compra debe efectuarse con la
autorización del juez. Esa autorización debe darla el juez del lugar en que
tuviere su domicilio el pupilo que es el competente para conocer de todas
las incidencias relativas a la administración de sus bienes, según el artículo
222 de la Ley Orgánica de Tribunales.
1 Sentencia 1.978, pág. 1260, Gaceta 1886; sentencia 1.828, pág. 951, Gaceta 1890, tomo
I, Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo V, sec. 1ª, pág. 63.
412
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
490. Para la validez de esta compra basta únicamente una de las autoriza-
ciones: o la de los tutores o curadores o la del juez. No es menester solici-
tar ambas a la vez. La autorización del juez reemplaza la de aquellos cuando,
por estar interesados en el contrato, son inhábiles para otorgarla o cuando
hay un solo tutor o curador. No interviene el juez, como protector especial
de pupilo, sino como representante de los demás tutores o curadores que
son los llamados por la ley a autorizar esa compra.
La autorización del juez es necesaria conjuntamente con la de los tuto-
res o curadores cuando lo que el tutor o curador compra son los bienes
muebles preciosos o que tengan valor de afección o cuando se trata de
algunos de esos actos en que el tutor o curador deba proceder con la
autorización judicial. Pero en estos, el juez no autoriza el acto como repre-
sentante de los tutores o curadores, sino para dar cumplimiento a un re-
quisito exigido para la validez del mismo.
Es preciso, pues, distinguir los casos en que el juez interviene para
autorizar al tutor o curador a fin que pueda ejecutar el acto y aquellos en
que interviene como reemplazante de los demás tutores o curadores.
492. Cuando hay un solo tutor o curador general que desea comprar los
bienes muebles del pupilo, debe nombrarse a éste un curador especial
para que, en su representación, celebre el contrato. Aunque la ley no esta-
blece esta exigencia, fluye de la naturaleza misma de las cosas. El tutor o
1 Sentencia 1.978, pág. 1260, Gaceta 1886; sentencia 1.828, pág. 951, Gaceta 1890, tomo
I, Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo V, sec. 1ª, pág. 63.
413
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
493. El tutor o curador puede adquirir los bienes muebles del pupilo cum-
pliendo con las exigencias legales, sea que se vendan privadamente o en
pública subasta. No hay duda alguna al respecto, pues la ley no ha señala-
do en qué forma debe hacerse la venta para que aquél pueda comprarlos.
También los puede adquirir cuando se vendan forzadamente por la justi-
cia, siempre que se llenen los requisitos señalados por la ley.
494. Si el tutor o curador puede comprar para sí los bienes muebles del
pupilo, con mayor razón podrá comprarlos como mandatario de un terce-
ro, en cuyo caso no necesita la autorización de los demás tutores o curado-
res o del juez en subsidio, pues sólo se requiere cuando el acto interesa al
tutor o curador, lo que aquí no ocurre.
495. El inciso final del artículo 412 del Código Civil establece que el tutor
o curador no podrá, ni aun con la autorización de los demás tutores o
curadores ni con la del juez, comprar los bienes raíces del pupilo. Se com-
prende la razón que la ley ha tenido para prohibir en absoluto esta com-
pra, porque “como ese contrato es de tanta importancia, dice Borja, siempre
es de temer que el guardador se valga de medios ilícitos para perjudicar al
pupilo”.2 El acto sería nulo en todo caso.
414
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
497. El tutor o curador no puede adquirir los bienes raíces del pupilo ni
aunque se vendan forzadamente por la justicia, pues la ley le prohíbe en
absoluto que los compre sin distinguir si se trata de venta voluntaria o de
venta forzada. Además debe representar al pupilo en el juicio y procurar
que se vendan en el más alto precio, lo que no sería posible si se le permi-
tiera adquirirlos.1
498. Pero si el tutor o curador no puede comprar los bienes raíces del
pupilo, ninguna disposición le prohíbe adquirirlos como mandatario de
otra persona. En este caso el verdadero contratante sería el tercero y no el
tutor o curador, ya que los actos que ejecuta el mandatario se reputan
ejecutados por el mandante. El artículo 412 prohíbe aquellos actos en que
tenga interés el tutor o curador, pero no los que ejecuta un tercero con el
pupilo y como todo lo que uno puede hacer por sí mismo puede hacerlo
por apoderado, es evidente que el tercero que no está incapacitado puede
comprar los bienes raíces del pupilo por medio del tutor o curador que
obra como su mandatario. Al pupilo se le nombraría un curador especial
para la venta que se efectuaría en pública subasta, previo decreto del juez.
La autorización de los demás tutores o curadores o la del juez en subsi-
dio no es necesaria, porque el acto no interesa al tutor o curador, único
caso en que se exige, y la ley tampoco la ha establecido.
499. El artículo 412 del Código Civil hace extensiva las prohibiciones im-
puestas a los tutores y curadores a algunos de sus parientes y los divide en
dos grupos: unos que pueden adquirir los bienes muebles e inmuebles y
otros que sólo pueden adquirir los bienes muebles. Pero en ambos casos
deben hacerlo cumpliendo con las formalidades legales.
A los primeros pertenecen los hermanos legítimos o naturales y los
consanguíneos y afines legítimos hasta el cuarto grado inclusive del tutor
o curador, es decir, sus tíos, sobrinos y primos hermanos carnales o políti-
cos, sus cuñados, sus suegros y sus yernos.
Todas esas personas pueden comprar los bienes muebles o inmuebles
del pupilo; pero necesitan la autorización de los demás tutores o curado-
res con los cuales no estén ligados por esos vínculos, o la del juez en subsi-
dio, puesto que se trata de un acto que interesa a una persona para la cual
el artículo 412 exige esas formalidades. Para comprar los bienes raíces será
menester, naturalmente, que la venta se haga en pública subasta previo
decreto del juez, en virtud del artículo 394 del Código Civil.
Se prohíbe adquirir los bienes inmuebles del pupilo a los ascendientes
y descendientes legítimos o naturales (nietos, hijos, padres y abuelos y
demás parientes en línea recta) del tutor o curador y a su cónyuge. Ningu-
na de estas personas puede comprar esos bienes ni en venta pública ni
privada. Pueden comprar únicamente los bienes muebles del pupilo cum-
pliendo con las formalidades del inciso 1º del artículo 412; a menos que se
415
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
trate de los nietos, abuelos, bisnietos, bisabuelos, etc., naturales del tutor o
curador que pueden adquirirlos libremente sin formalidad alguna, ya que
en ese inciso se habla de “padres o hijos naturales”.
Se ve, pues, que mientras se prohíbe a los abuelos, nietos y demás
parientes naturales por línea recta del tutor o curador adquirir los bienes
raíces del pupilo; sin embargo, el mismo artículo no les exige ninguna
formalidad cuando compran sus bienes muebles. Ha habido aquí, sin duda
alguna, un error de copia, desde que no hay razón para hacer esa diferen-
cia. Para ser más lógicos convendría cambiar la frase “padres o hijos natu-
rales” por la de “ascendientes o descendientes naturales”, pues es más
conveniente para los intereses del pupilo extender la disposición del inci-
so 1º que limitar la del inciso 2º.
Lo dicho se aplica sea que esas personas compren los bienes por sí
mismas o que los adquieran por intermedio del tutor o curador.
500. ¿Cuando se venden los bienes raíces o muebles del pupilo que tiene
un solo tutor o curador, a consecuencia de un juicio ejecutivo, es menester
una nueva autorización del juez para que un hermano legítimo o natural
o un consanguíneo o afín legítimo hasta el cuarto grado del tutor o cura-
dor pueda adquirirlos, o basta el decreto del juez que autoriza la venta?
Estas personas pueden adquirir los bienes muebles y raíces del pupilo
siempre que el acto se haga con autorización de los demás tutores o cura-
dores no implicados y, en su defecto, con la del juez. Aquí se trata de saber
si una de ellas puede adquirir los bienes raíces del pupilo, que tiene un
tutor o curador, sin que el juez autorice el acto expresamente.
Si hay varios tutores o curadores este problema no se presenta, porque
entonces la venta tiene que autorizarse por aquellos y no por el juez que
sólo suple la de esas personas, sin que pueda optarse entre ambas autoriza-
ciones. De modo que aunque el juez diera la suya el acto no sería válido, si
no fuera autorizado por los demás tutores o curadores. Por eso no es este
el caso que ahora estudiamos, sino aquel en que hay un tutor o curador, lo
que hace necesaria la autorización del juez para que un hermano legítimo
o natural o un consanguíneo o afín legítimo del tutor o curador hasta el
cuarto grado inclusive pueda comprar los bienes raíces del pupilo. Y lo
que se trata de averiguar es si en esta situación basta el decreto del juez
que autoriza el remate de la cosa embargada o si se requiere una nueva
autorización para la venta.
La Corte de Apelaciones de Santiago ha declarado que no es necesaria
una nueva autorización del juez, siendo suficiente para la validez de la
enajenación el decreto que ordena la subasta del inmueble. El caso fue el
siguiente: en un juicio ejecutivo se subastó una propiedad perteneciente a
unos menores, que fue adquirida por un cuñado del curador. Como no
hubiera otros curadores y como el juez no autorizara expresamente la ven-
ta, a falta de aquellos, limitándose a ordenar el remate, se pidió su nulidad
fundada en que se realizó sin la autorización judicial. Tanto el juez de
primera instancia como ese tribunal no dieron lugar a la demanda funda-
dos, entre otras razones, en
416
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
“que la enajenación del fundo ‘Lo Jara de San Vicente’ se hizo en pública subasta,
por el intermedio del juez que conocía de la causa a virtud de la enajenación que
promovió al deudor la Caja Hipotecaria, y de consiguiente, debe entenderse que im-
plícitamente estuvo autorizado el rematante para adquirirlo como mejor postor desde
que por sus relaciones de parentesco no se encuentra en el caso a que se refiere el
inciso 2º del artículo 412 del Código Civil; y en que es tanto más justo suponer la
autorización indicada cuanto que a los menores les reportaba un beneficio de la
concurrencia del mayor número de postores para el remate”.1
Esta sentencia sienta, a mi juicio, la verdadera doctrina porque la
circunstancia que la venta se haga por el ministerio de la justicia im-
porta la autorización implícita del juez para que el adquirente subaste
la cosa que se vende, ya que no otra cosa significa permitirle hacer
posturas. Sería innecesaria una autorización especial cuando existe por
ese solo hecho. Pero no se crea que esta autorización se presume en
todo caso sino únicamente, como dice ese fallo, cuando la venta forza-
da o voluntaria, se hace por el ministerio de la justicia, pues en ambas
interviene el juez y la venta se hace por su orden, de modo que con esa
intervención se suple la autorización expresa. Por lo demás, esta inter-
pretación está de acuerdo con el espíritu del legislador que ha querido
suprimir la autorización judicial en estas ventas, siempre que se hagan
a consecuencia de un juicio ejecutivo, según lo dispone el artículo 395
del Código Civil que la hace innecesaria si se trata de los bienes raíces
del pupilo que se venden por orden del juez, previo decreto de ejecu-
ción y embargo. Esto demuestra que en la intervención del juez y en el
decreto de venta va subentendida la autorización especial que exige el
artículo 393. Es indudable que análogos propósitos dominaron al legis-
lador en el caso del artículo 412.
En resumen, puede decirse que cuando los bienes raíces o muebles del
pupilo se venden por el ministerio de la justicia, la autorización que algu-
nas de las personas nombradas requieren para comprarlos, según el ar-
tículo 412, se subentiende implícitamente en la circunstancia de intervenir
el juez en esa venta y de ordenar su realización.
Lo mismo puede decirse respecto de los bienes muebles que en igual
situación adquiera el mismo tutor o curador, su cónyuge, sus ascendientes
o descendientes legítimos y sus hijos o padres naturales; la autorización se
presume por el hecho de realizarse la venta ante la justicia.
501. Los socios del tutor o curador pueden comprar los bienes muebles
del pupilo en la forma que indica el inciso 1º del artículo 412 del Código
Civil. También pueden comprar los inmuebles en igual forma, ya que ese
inciso se refiere a todos los actos o contratos en que tenga interés el socio
de comercio del tutor o curador. El artículo 412, en su inciso 2, no ha
excluido de esos actos la compra de los bienes raíces del pupilo realizada
por aquél. Su situación es idéntica a la de los hermanos legítimos o natura-
les y a la de los consanguíneos o afines legítimos hasta el cuarto grado del
417
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
tutor o curador, por lo que le son aplicables todas las reglas que para ellos
hemos señalado.
502. ¿Lo dispuesto acerca del socio de comercio se aplica al socio de una
sociedad civil?
Es indudable que si diéramos a la expresión “socio de comercio” que
emplea el artículo 412, el sentido que en derecho tiene la palabra “comer-
cio” tendríamos que llegar a la conclusión que el socio civil no queda
comprendido en ese artículo, ya que es socio de comercio el que pertene-
ce a una sociedad que ejecuta actos de comercio.
Pero nos parece que la palabra “comercio” está tomada aquí en su más
amplia acepción. Está tomada en el sentido de negocios, de asuntos. Quie-
re decir socio de negocios, compañero de trabajo, y en este sentido, la
expresión “socio de comercio” se refiere tanto al comerciante como al no
comerciante. Esta interpretación se robustece aun más si atendemos al
espíritu de esa disposición. Tanto uno como otro socio tienen para con el
tutor o curador las mismas relaciones y en ambos casos existen los temores
de abusos que son los que la ley ha querido evitar.
Por las razones expuestas, nos atrevemos a sostener que en la frase
“socio de comercio” quedan comprendidos tanto los socios de sociedades
comerciales como los de sociedades civiles, y a unos y a otros se aplica la
disposición del artículo 412 del Código Civil.1
1 Esta misma opinión la sostiene el señor Cood, como puede verse en la página 127 de
las Explicaciones de Código Civil tomadas en clase. Véase en idéntico sentido las Explicaciones de
Código Civil tomadas en las clases de los señores Fabres, Cood, Claro y Urrutia, pág. 406.
418
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
419
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
curador que llega a ser acreedor del pupilo, pierde el cargo puesto que el
artículo 506 del Código Civil lo autoriza para desempeñarlo en compañía
de otros tutores o curadores, a menos que el juez lo haga cesar en él,
siendo facultativo para éste optar por una u otra situación. Si puede conti-
nuar desempeñando el cargo, es más evidente todavía que puede adquirir
un crédito contra el pupilo. Aún hay más; un tutor o curador puede seguir
desempeñando ese cargo sin la compañía de otros tutores o curadores,
aunque sea acreedor del pupilo, cuando aquél es su cónyuge, o alguno de
sus ascendientes o descendientes (art. 506 del Código Civil).
Es claro como la luz del día el derecho que tiene un tutor o curador
para adquirir válida y lícitamente un crédito contra su pupilo, siempre que
lo haga en la forma que indica el artículo 412.
En el mismo sentido ha resuelto este punto la Corte de Apelaciones de
Santiago que declaró perfectamente posible un acto de esa naturaleza. Si,
en el caso fallado, se anuló la cesión, ello no se debió a que tal acto fuera
prohibido por la ley, sino a que se omitieron las formalidades del artículo
412, pues no se solicitó la autorización de los demás curadores, ni la de la
justicia en subsidio, de donde se desprende, a contrario sensu que si se hu-
bieran llenado esas formalidades el acto habría sido válido como lo esta-
blece expresamente esa sentencia en los considerandos siguientes:
“3º Que la cesión de un crédito contra el pupilo a favor del curador, establecien-
do la condición de acreedor del segundo con respecto al primero, es un acto
que por su propia naturaleza envuelve la contraposición de intereses entre el
pupilo y su representante, que es la persona a quien la ley confía la administra-
ción de sus bienes; acto que, por otra parte, afectando directamente al pupilo, no
podría ejecutarse sino con las formalidades y disposiciones exigidas por la ley, es decir con
la autorización previa de los otros tutores o curadores que no estén implicados de la misma
manera o con la del juez en subsidio; 4º Que el requisito de la autorización de los
otros tutores o curadores o el de la justicia en subsidio, lo exige la ley aun refi-
riéndose a actos del curador como el de cubrir con los dineros del pupilo las
anticipaciones que haya hecho a beneficios de éste, y es por consiguiente, indudable
que la misma formalidad debe proceder tratándose de adquirir por el curador créditos en
contra de su pupilo; 5º Que la necesidad de la autorización aludida aparece aun
más de manifiesto en el caso actual, en que el crédito con el cual ejecuta Tarra-
gó a los menores Haristoy, procede del mismo juicio de partición en que aquel
obró como curador, a nombre y representación de dichos menores, figurando
en el juicio expresado, a consecuencia de la cesión, con un doble carácter y con
un interés opuesto al de sus pupilos; 6º Que si bien es cierto que según aparece
de la solicitud compulsada a fs. 5 vta., Tarragó pidió el nombramiento de un
curador especial de los menores con el fin de notificar la cesión del crédito con
que actualmente se ejecuta, notificación que se llevó a efecto, no consta, sin em-
bargo, la autorización del curador para el acto mismo de la cesión ni tampoco que se haya
solicitado el de la justicia, en subsidio, de conformidad con lo ordenado en el artículo 412
del Código Civil”.1
Excusado creemos manifestar que si no hay otros tutores o curadores
se nombrará al pupilo uno especial para que se le notifique la cesión.
420
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
508. El tutor o curador y las demás personas que señala el artículo 412 no
pueden comprar los bienes del pupilo en contravención a ese artículo por
interpuesta persona. Si así se hiciera el acto sería nulo. Sostener lo contra-
rio importaría aceptar la violación de la ley.
En cuanto a la prueba de la interposición, corresponde al que la alega
y podrá producirla por todos los medios legales, siendo su determinación
una cuestión de hecho que queda al arbitrio del juez. Podrá servir de base
para establecer si existe interposición, siempre que haya otras pruebas que
la corroboren, el hecho que el interesado en el acto sea algunas de las
personas que menciona el artículo 412, sobre todo si la compra de los
bienes raíces se hace por un hermano o consanguíneo del tutor o curador.
Como lo hemos dicho en repetidas ocasiones, esta circunstancia es sólo un
antecedente que por sí mismo nada prueba, ya que dichas personas pue-
den comprar esos bienes para sí.
421
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
derse al momento en que la persona interpuesta compra los bienes para saber
si el acto es nulo o no, pues aquella no es sino el tutor o curador disfrazado. Si
a la época del contrato, el curador o el tutor es tal, la venta es nula, aunque
compre los bienes a la persona interpuesta cuando ya no lo sea. Por el contra-
rio, si a la época del contrato no desempeña ese cargo, la venta es válida.
En el ejemplo propuesto, la venta es nula por haberse celebrado cuan-
do el tutor o curador estaba desempeñando su cargo, en cuya situación se
le prohíbe comprar los bienes del pupilo, sea directamente, sea por inter-
pósita persona.
511. Examinemos de acuerdo con esas reglas las diversas clases de tutores
o curadores. Sólo hay una especie de tutores, los generales, cuyas faculta-
des se extienden a los bienes y persona de los individuos sometidos a la
tutela. A estos se aplica la disposición del artículo 412 con relación a todos
los bienes del pupilo, sea que tenga o no su administración.
Los curadores pueden ser generales, de bienes, adjuntos, interinos y
especiales.
422
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
423
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
513. El artículo 412 del Código Civil se aplica también al que ejerce el
cargo de tutor o curador sin serlo verdaderamente, pero que cree que lo
es, porque el artículo 426 dispone que ese individuo tiene todas las obliga-
ciones y responsabilidades del tutor o curador verdadero, entre las cuales
figura el artículo 412; de modo que estando asimilados y equiparados ex-
presamente por la ley a los verdaderos tutores o curadores, es lógico que
se le apliquen las disposiciones establecidas a su respecto.
En igual sentido se ha pronunciado la Corte de Apelaciones de Santia-
go en una sentencia cuyo considerando pertinente dice así:
“4º Que de los antecedentes se deduce que el curador especial creyó ser curador
general y esta circunstancia hace que recaigan sobre él todas las obligaciones y res-
ponsabilidades del curador verdadero de esta última especie, en conformidad a lo precep-
tuado en el art. 426 del mismo Código”.1
424
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
515. Desde que el artículo 412 se refiere al tutor o curador, sólo tiene
aplicación mientras sea tal, es decir, mientras ejerza funciones de tutor o
curador. Si la tutela o la curatela terminan por la remoción del tutor o
curador, por la mayor edad o la muerte del pupilo, o por cualquiera otra
causa, aquel ya no es tal a partir de esa época; desde entonces no se le
aplica ese artículo, pudiendo comprar libremente los bienes muebles y
raíces del pupilo. La prohibición de la ley dura en tanto desempeña el
cargo de tutor o curador. No subsiste por un tiempo posterior a la cesa-
ción de esas funciones como ocurre con los jueces.
No es necesario que haya una declaración expresa del juez para que
termine la tutela o curatela, a menos que se trate de la curatela del de-
mente (art. 468), de la del disipador (arts. 454 y 455), de la del sordomu-
do (art. 472) y de la remoción del tutor o curador (arts. 542 y 544). En
todos estos casos se requiere un decreto del juez que rehabilite al interdic-
to o que declare removido de su puesto al tutor o curador. Mientras pende
el juicio de rehabilitación, éste tiene ese carácter. Cesa en sus funciones
cuando aquella se declara y hasta ese instante se le aplica el artículo 412.
En cuanto al tutor o curador contra quien se sigue un juicio de remoción,
deja de serlo durante la secuela del juicio, puesto que en ese tiempo se
nombra un curador interino (art. 543). Desde que se nombra este curador
el tutor o curador cesa en la administración de los bienes del pupilo y
puede adquirirlos.
Cuando el menor llega a la mayor edad, la curatela termina por
este hecho y desde ese día el curador puede adquirir válidamente los
bienes del pupilo sin sujeción al artículo 412. Una sentencia de la Cor-
te de Valparaíso ha establecido que la curatela termina ipso facto el día
en que el pupilo cumple 25 años, cesando también ese día todos los
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DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
517. ¿Qué efecto produce la contravención del artículo 412 del Código
Civil? Para resolver este punto debemos distinguir entre los bienes mue-
bles y los bienes raíces.
La compra de estos últimos verificada por el tutor o curador es nula de
nulidad absoluta. Se trata de un acto prohibido por la ley que produce
objeto ilícito y según el artículo 1682 del Código Civil es nulo absoluta-
mente todo acto o contrato en que hay objeto ilícito. Esta opinión se ro-
bustece aún más si se considera que el Código Penal castiga al tutor o
curador que contraviene el artículo 412 como vamos a verlo. En el mismo
sentido se ha pronunciado la Corte de Apelaciones de Santiago.3 Sin em-
426
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
bargo, esta misma Corte declaró en otra ocasión que esa venta es nula
relativamente, porque es tal la nulidad que proviene de haberse omitido
un requisito o formalidad exigida en atención a la calidad y al estado de
las personas.1 Esta sentencia incurre en el más profundo de los errores,
pues aquella disposición no exige requisitos o formalidades para la venta
de los bienes raíces del pupilo sino que la prohíbe lisa y llanamente en el
caso allí contemplado y hay nulidad absoluta en todo acto prohibido, aun-
que la prohibición tenga por objeto proteger a un incapaz.
La cuestión es discutible cuando se trata de bienes muebles del pupilo
adquiridos por el tutor o curador sin la autorización de los demás tutores
o curadores generales o del juez en subsidio. ¿El acto así ejecutado es nulo
absoluta o relativamente? Considerado el problema desde el punto de vis-
ta de ese precepto la nulidad es relativa, pues se trataría de la omisión de
formalidades exigidas en atención al estado o calidad de las personas y no
a la naturaleza misma del acto. Pero ese artículo debe entenderse en rela-
ción con el artículo 240 del Código Penal que castiga al tutor o curador
que se interesa directa o indirectamente en algún contrato relativo a los
bienes del pupilo, o sea, cuando lo celebra en contravención al artículo
412 ya que si lo realiza ajustándose a él no hace sino pactar un acto permi-
tido por la ley. Según esto, si el tutor o curador adquiere los bienes mue-
bles del pupilo infringiendo ese artículo comete un delito penado por
aquella. El artículo 10 del Código Civil dice que los actos que la ley prohí-
be son nulos y de ningún valor y, como según el artículo 1466 de ese
Código, hay en ello un objeto ilícito que acarrea su nulidad absoluta, en
virtud del artículo 1682, es indudable que si aquel adquiere los bienes
muebles del pupilo sin la autorización de los demás tutores o curadores
generales no implicados o del juez, en subsidio, ejecuta un acto que es
nulo absolutamente.
El Código Penal ha castigado a los guardadores que violan esa disposi-
ción pues ha querido precaver el fraude y evitar los abusos y porque la
tutela y curatela son una “institución de interés social y las leyes que las
reglamentan son de orden público, que los particulares no pueden dero-
gar, porque se refieren al estado de las personas y al gobierno de las fami-
lias y a la conservación de su patrimonio”.2 Borja3 reconoce también que
las tutelas o curatelas son de derecho público y en el mismo sentido se
pronuncia Zachariae. Si las leyes que rigen la tutela y curatela son de or-
den público, no cabe duda que su infracción produce nulidad absoluta
puesto que en ella hay un objeto ilícito. Pero esto no ocurre con todas esas
leyes, ya que en algunos casos su violación produce nulidad relativa, como
sucede con las solemnidades que se exigen para la venta de los bienes del
pupilo, debido a que se exigen en atención a su estado o calidad.
427
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
519. Veamos ahora los efectos que produce la compra de los bienes del
pupilo realizada por alguno de los parientes del tutor o curador en contra-
vención al artículo 412.
Si se trata de bienes raíces adquiridos por el cónyuge o por los ascen-
dientes o descendientes legítimos o naturales del tutor o curador, el acto
es nulo absolutamente por tratarse de un acto prohibido por la ley. Así lo
ha resuelto la Corte de Apelaciones de Santiago con ocasión de la compra
que un hijo de curador hizo de un bien raíz del pupilo.1
Si se trata de bienes muebles adquiridos por el cónyuge del tutor o
curador, por sus ascendientes o descendientes legítimos, por sus padres o
hijos naturales, por sus hermanos legítimos o naturales, por sus consanguí-
neos o afines legítimos hasta el cuarto grado inclusive o por uno de sus
428
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
520. El artículo 240 del Código Penal castiga con la pena de reclusión
menor en su grado medio, inhabilitación especial perpetua para el cargo
u oficio y multa de diez al cincuenta por ciento del valor del interés que
hubiere tomado en el negocio, al tutor o curador que se interesare en los
negocios o contratos del pupilo en que debe intervenir por razón de su
cargo.
Como el artículo 412 del Código Civil faculta al tutor o curador para
celebrar contratos con el pupilo que pueden afectar los bienes de éste, es
indudable que lo que la ley castiga, en tales casos, es la omisión de los
requisitos que se exigen para celebrarlos y no su celebración misma. Lo
penado es su celebración sin cumplir con las formalidades legales.3 Así,
por ejemplo, el acto será nulo y el tutor o curador incurrirá en la sanción
antedicha, si los compra sin la autorización previa de los demás tutores o
curadores o del juez en subsidio. También incurre en ella si compra un
bien raíz del pupilo.
El Código Penal establece que esas mismas penas se impondrán al
tutor o curador cuando vendiere los bienes de su pupilo, en contraven-
ción al artículo 412, a su cónyuge, a algunos de sus ascendientes o des-
cendientes legítimos por consanguinidad o afinidad, a sus colaterales le-
gítimos por consanguinidad o afinidad hasta el segundo grado inclusive
y a sus padres o hijos naturales o ilegítimos reconocidos. El artículo 240
de ese Código dispone que esas penas se impondrán al tutor o curador
cuando en el acto o contrato dieren interés a alguna de esas personas y
como en materia penal la ley no puede aplicarse por analogía, tenemos
que aceptar que si uno de esos individuos celebra un contrato con el
429
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
521. Entre el Código Civil y el Código Penal hay algunas diferencias. Así
el Código Civil sólo exige la autorización de los demás tutores o curadores
o del juez, en subsidio, cuando el acto interese:
1) Al cónyuge del tutor o curador;
2) A sus ascendientes o descendientes legítimos;
3) A sus padres o hijos naturales;
4) A sus hermanos legítimos o naturales;
5) A sus consanguíneos o afines legítimos hasta el cuarto grado (tíos,
sobrinos, primos hermanos carnales o políticos y suegros, yernos y cuña-
dos); y
6) A sus socios.
El Código Penal, en cambio, castiga al tutor o curador cuando interesa
en el acto, en contravención al artículo 412:
1) A su cónyuge;
2) A sus ascendientes o descendientes legítimos por consanguinidad o
afinidad (padre, hijos, abuelos, nietos, suegros y yernos);
3) A sus colaterales legítimos por consanguinidad hasta el tercer grado
inclusive (hermanos, tíos y sobrinos);
4) A sus colaterales legítimos por afinidad hasta el segundo grado (cu-
ñados); y
5) A sus padres o hijos naturales o ilegítimos reconocidos.1
En consecuencia, el Código Penal y el Código Civil concuerdan en: el
cónyuge, en los ascendientes o descendientes legítimos consanguíneos; en
los padres o hijos naturales; en los hermanos legítimos por consanguini-
dad; en los colaterales legítimos por consanguinidad hasta el tercer grado
y por afinidad hasta el segundo y en los ascendientes y descendientes legí-
timos afines.
En todos esos casos, el tutor o curador será castigado con las penas
señaladas, cuando el acto contravenga el artículo 412 del Código Civil, sea
que se trate de muebles o de bienes raíces.
Ahora, si el acto interesa al socio del tutor o curador, a sus hermanos
naturales, a sus primos hermanos consanguíneos legítimos, a sus tíos, so-
brinos o primos hermanos afines legítimos, el tutor o curador no tiene
ninguna sanción.
1 Ambas expresiones indican una misma cosa, pues son hijos naturales, según el artícu-
lo 270 del Código Civil, los ilegítimos reconocidos.
430
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
431
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
525. El artículo 1800 del Código Civil dispone: “Los mandatarios, los síndi-
cos de los concursos, y los albaceas, están sujetos en cuanto a la compra o venta de
432
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
las cosas que hayan de pasar por sus manos en virtud de estos encargos, a lo
dispuesto en el artículo 2144”.
Aquí la ley no consigna la incapacidad expresamente, como en otros
casos que hemos visto, sino que se remite a los artículos que la establecen.
El artículo 2144 está colocado en el Título “Del mandato” y figura como
una de las reglas a que el mandatario debe ceñirse en la administración de
su mandato. Este artículo, a la letra, dice: “No podrá el mandatario por sí ni
por interpuesta persona, comprar las cosas que el mandante le ha ordenado vender,
ni vender de lo suyo al mandante lo que éste le ha ordenado comprar; si no fuere con
aprobación expresa del mandante”.
La prohibición que establece el artículo 1800 consiste en que los man-
datarios, síndicos y albaceas no pueden comprar los bienes que venden en
razón de su cargo y que pertenezcan al mandante, al fallido o a la suce-
sión, respectivamente. Del mismo modo, prohíbe vender de lo suyo al man-
dante lo que éste le ha encargado comprar. Esta última prohibición se
aplica a los mandatarios para comprar; y no a los síndicos ni albaceas que
no tienen facultades para comprar sino para vender, puesto que su papel
consiste en realizar los bienes del fallido o de la sucesión para pagar a los
acreedores del primero o a los acreedores hereditarios o testamentarios.
Pero si llegara a presentarse el caso de un síndico o albacea con facultades
para comprar, lo que estimamos difícil, quedaría sujeto naturalmente a la
prohibición del artículo 2144.
Podemos decir que la incapacidad de que habla el artículo 1800 es de
dos clases: una para comprar los bienes que se han encargado vender y
otra para vender de lo suyo cuando se ha encargado comprar alguna cosa,
esto es, se prohíbe a esas personas figurar, a la vez, como vendedor y com-
prador de una misma cosa.
526. Los requisitos que se exigen en virtud del artículo 2144 del Código
Civil para que el mandatario se halle comprendido dentro de la prohibi-
ción allí señalada, son diversos, según se trate de comprar bienes para el
mandante o de vender bienes de éste, es decir, según sea el mandato para
comprar o para vender.
Trataremos por ahora de la prohibición para comprar los bienes del
mandante y dejaremos para después la prohibición de vender, a la que es
aplicable todo cuanto se diga de aquella.
Al mandatario se prohíbe comprar los bienes de su mandante única-
mente cuando se le ha encargado venderlos; de manera que esta prohibi-
ción se aplica cuando concurren estos dos requisitos: 1) que el mandato
sea para vender; y 2) que los bienes se vendan por el mandatario a conse-
cuencia del mandato.
433
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1 B AUDRY -L ACANTINERIE, De la vente, núm. 243, pág. 242; G UILLOUARD, I, núm. 125,
pág. 145, HUC, X, núm. 50, pág. 78; LAURENT, 24, núm. 47, pág. 58; AUBRY ET RAU, V, pág. 34,
nota 14.
434
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
529. Para saber cómo se aplica la disposición del artículo 2144 del Código
Civil cuando hay varios mandatarios, debe distinguirse si obran de con-
suno o no. Si están facultados para obrar por separado, la prohibición
existe para aquél a quien se ha encargado la venta de los bienes y sólo
para esos bienes, porque no debe olvidarse que aquella rige para el man-
datario que vende y respecto de los bienes del mandante que tiene encar-
go de vender. Por consiguiente, podrá comprar los bienes cuya venta se
haya encargado a otro mandatario. Del mismo modo, el que no tiene en-
cargo de vender podrá comprar los bienes que vende el otro. Así, si A
confiere un mandato a B para que le venda una casa; a C para que le
venda un fundo; y a D, para que le administre una chacra, B no podrá
comprar la casa, pero sí la chacra y el fundo; C no podrá comprar el
fundo, pero sí la chacra y la casa; y D podrá comprar cualquiera de los tres
bienes.
Si están facultados para obrar juntos o de consuno únicamente, ningu-
no de ellos podrá comprar los bienes cuya venta se les haya encomendado,
pues todos son mandatarios para venderlos. Y creemos que los mandata-
rios no podrán comprar los bienes a que se refiere el mandato ni aun en
el caso del artículo 2127 del Código Civil, o sea, cuando el mandato se lo
dividan los mismos mandatarios, sin que esa división proceda del mandan-
te, puesto que a todos se confirió esa facultad y si la dividen es para facili-
tar su cumplimiento; pero, el mandante entendió conferirles a todos
idénticas facultades, por lo que deben tener iguales obligaciones y prohi-
biciones respecto de todo lo que comprende el mandato. Si A, por ejem-
plo, encarga a B y a C la venta de su casa y de su fundo, en virtud del
artículo 2127 B podría vender la casa y C el fundo, pero, aun cuando
procedieren así, creemos que B no podría comprar el fundo que vende C
ni éste la casa que vende B, por cuanto a ambos se confirió poder para
vender las dos cosas y no para vender una de ellas.
530. El mandatario para vender no puede comprar los bienes que está en-
cargado de vender ni aunque se vendan en pública subasta, porque donde
la ley no distingue el hombre no puede distinguir. Si el artículo 2144 prohí-
1 RICCI, 15, núm. 123, pág. 312; BAUDRY-LACANTINERIE, núm. 241, pág. 242.
435
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
531. ¿En qué caso puede el mandatario para vender comprar los bienes
que vende? El artículo 2144 resuelve la cuestión en forma que no da lugar
a dudas. Ese artículo después de prohibir al mandatario comprar los bie-
nes que el mandante le ha encargado vender, agrega, que podrá, sin em-
bargo, comprarlos cuando el mandante lo autorizare expresamente para
ello de modo que es menester la aprobación o autorización expresa del
mandante para que pueda comprar los bienes que se le ha encargado
vender. Si carece de esa aprobación la compra será nula. No basta tampo-
co una autorización tácita. La autorización del mandante no se presume
en ningún caso, ni aunque la compra se haga a su vista y paciencia, pues se
exige su aprobación expresa y en materia de excepciones a una prohibi-
ción, hay que interpretar la ley en sentido estricto.
533. Esto nos lleva a la conclusión que las partes pueden derogar la dispo-
sición del artículo 2144 del Código Civil, aun cuando Huc1 y Manresa2
creen que es de orden público y que no puede derogarse. Esta disposición
ha sido establecida únicamente en interés privado, por lo que puede de-
jarse sin efecto, que es lo que sucede cuando el mismo mandante vende al
mandatario los bienes que le encargó vender, o cuando el mandante auto-
riza expresamente a su mandatario para que los compre.
Cuando el mandante vende a su mandatario los bienes cuya venta le
encargó, es el mismo mandante quien le vende los bienes materia del
mandato. Con esto, el mandante recobra la facultad de vender que había
conferido a aquél y el mandato se termina tácitamente, ya que el hecho
que aquel venda los bienes cuya venta encomendó al mandatario no es
sino la revocación tácita del mandato de que habla el artículo 2164.3 Aun-
que ese artículo se refiere a un caso de revocación tácita, es indudable que
436
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
534. Si esta prohibición es para comprar los bienes cuya venta se enco-
mendó al mandatario es indudable que realizada aquella cesa la incapaci-
dad, pues entonces termina el mandato referente al bien vendido. De aquí
que rija durante el tiempo que media entre la constitución del mandato y
la celebración de la venta, terminando cuando ésta se efectúa. En una
palabra, la prohibición existe, como dice Ricci, hasta que los bienes se
vendan para efectuar el encargo recibido.
535. Fluye de aquí una consecuencia muy importante y es que una vez
realizada la venta de los bienes por el mandatario, éste puede adquirirlos
del tercero a quien él los vendió, siempre que éste no sea una persona
interpuesta.1 Desde el momento que el mandante pierde el dominio de
los bienes, que pasa al tercero que los compró del mandatario, el mandato
se ha cumplido y con ello ha cesado la prohibición, por cuyo motivo pue-
de adquirirlos. No hay aquí un plazo posterior a la terminación del man-
dato durante el cual subsista la prohibición, como ocurre con los jueces.
Ella es coetánea con la existencia misma del mandato; nace y muere con
él. Si C, mandatario de A, vende a B los bienes a que se refería el manda-
to, cesa la prohibición para C que puede comprarlos posteriormente a B
sin que pueda anularse la venta diciendo que C fue mandatario de A,
porque, como se ha dicho, no es el haber tenido esta calidad lo que lo
hace incapaz, sino el hecho de tenerla mientras vende.
437
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
438
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
concluido por esa causal ya que ese es su único objeto y no puede revivir,
porque los bienes a que se refirió fueron vendidos y salieron del patrimo-
nio del mandante. Si cesa el mandato, cesa también la incapacidad citada.
Creemos, pues, que cuando los bienes del mandante, y a que se refiere
el mandato, se venden por la justicia a consecuencia de una ejecución segui-
da en su contra, esto es, cuando se venden en venta forzada, el mandatario
puede adquirirlos, porque ya no le rige la prohibición del artículo 2144 del
Código Civil. Con mayor razón puede adquirirlos si se venden en un con-
curso o quiebra, pues en este evento el mandato termina, y con él la prohi-
bición, por el solo hecho de ser declarado en quiebra o concurso el
mandante, según lo dice el número 6º del artículo 2163 del Código Civil.
La Corte de Apelaciones de Talca ha establecido que la prohibición
del artículo 2144 del Código Civil no se aplica cuando los bienes cuya
venta se ha confiado al mandatario se venden por la justicia en venta for-
zada, en cuyo caso éste puede adquirirlos válidamente. Dice en su conside-
rando 8º
“Que en el supuesto que el demandado, por habérsele conferido la tenencia de
todos los bienes de la sucesión de la señora Morales, hubiera continuado en ella
después del albaceazgo, esto, a lo más es un mandato nacido de la aquiescencia tácita de
los herederos, que en manera alguna lo inhabilitaba para tomar en adjudicación los bienes
embargados, por no encontrarse estos en el caso previsto en el artículo 2144 del Código Civil”.1
539. Para saber si el delegado del mandatario puede adquirir los bienes
del mandante cuya venta se encomendó al mandatario, es preciso distin-
guir cuatro situaciones en que aquel puede encontrarse: a) o ha sido nom-
brado sin autorización del mandante, que no ha prohibido la delegación
439
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
540. El delegado para vender puede adquirir válidamente los bienes a que
se refiere la delegación y que le vende un tercero que los adquirió del
mandatario. Por el hecho de haber vendido éste los bienes, el mandato
termina y con él la delegación. La incapacidad también desaparece, ya
que es indispensable para su existencia que el delegado sea tal en el mo-
mento de la compra y que él mismo proceda a la venta. Si ésta no se hace
por él, el mandato ha concluido y la prohibición no reza en tal evento. En
la cuestión propuesta no es el delegado quien vende; de manera que no se
halla en el caso del artículo 2144 del Código Civil. La venta de esos bienes
por el mandatario importa la revocación tácita de la delegación y su termi-
nación de pleno derecho, pues se extingue el mandato en cuyo ejercicio
se confirió, ya que la realización del negocio para el cual se ha conferido
es uno de los modos como termina. Cuando el mandatario cesa en sus
funciones desaparece la incapacidad del artículo 2144.
541. El artículo 1800 del Código Civil establece que se prohíbe a los man-
datarios adquirir los bienes que vendan sin distinguir si el mandatario es
legal, convencional o judicial. Si esta prohibición hubiera emanado única-
mente del artículo 2144 tal vez hubiera originado dudas, por cuanto es
una regla que se da para los mandatarios convencionales, lo que habría
inducido a excluir de ella a los demás mandatarios. Pero emana del artícu-
lo 1800 que se remite al artículo 2144 por lo que una regla especial, como
es ésta, ha sido ampliada y generalizada por el artículo 1800 a todo man-
440
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
1 X, pág. 100.
2 Núm. 243, pág. 242.
3 MANRESA, X, pág. 100.
441
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
545. Sería muy raro el caso de un agente oficioso que vendiera los bienes
del interesado, desde que sus facultades son las de administrar y conservar
los bienes sin poder disponer de ellos. Sin embargo, puede ocurrir que los
actos de disposición, que se prohíben al gerente, sean necesarios para la
conservación de esos bienes, como sería, según Demolombe, si aquel ven-
diera un inmueble para pagar una de las deudas del interesado, a fin de
evitar una ejecución o que corran los intereses o para impedir la realiza-
ción de una cláusula penal. Aceptando el hecho que pueda vender los
bienes del interesado ¿podría comprarlos él mismo? Creemos que no, por-
que según el artículo 2287 del Código Civil, las obligaciones del agente
oficioso o gerente son las mismas que las del mandatario, entre las cuales
figura la de abstenerse de comprar los bienes que vende, por lo que esa
obligación o prohibición le es aplicable.
Cuando un mandatario sale de los límites de su mandato u obra en
virtud de la aquiescencia tácita de su ex mandante pasa a ser un agente
oficioso, en cuyo caso no puede comprar los bienes que vende en el su-
puesto que esa venta fuere de posible realización por el gerente.
442
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
443
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
1 X, pág. 96.
444
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
445
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
Es necesario tener presente, sin embargo, que para que haya venta por
interpuesta persona no basta la circunstancia que el mandatario que ven-
dió los bienes del mandante a un tercero, los adquiera posteriormente de
ese tercero. Este hecho no es suficiente por sí solo para probar que el
tercero comprador es una persona interpuesta del mandatario, porque
para que exista interposición se requiere, dice Baudry-Lacantinerie, que
en el momento en que se vendan los bienes del mandante, aquel se haya
puesto de acuerdo con el comprador para comprárselos más tarde; de tal
modo que la prueba de ese acuerdo sería la prueba misma de la interposi-
ción y la venta sería nula.1 Es base esencial de la interposición que el com-
prador sea aparente y no tenga otro objeto que ocultar al mandatario. Si
compra los bienes para sí y después, por cualquiera causa, los vende al ex
mandatario, como pudo haberlos vendido a otra persona, en virtud de un
contrato de que no se tuvo idea al tiempo de la primera compra, la venta
hecha al mandatario es válida puesto que el comprador no fue una inter-
pósita persona, sino el verdadero y real contratante.
552. ¿Qué efectos produce la compra que hace el mandatario de los bie-
nes que se le ha encargado vender? He aquí un punto interesante y de
difícil solución. Trataremos de resolverlo en cuanto nos sea posible.
El artículo 2144 del Código Civil dice que se prohíbe al mandatario
comprar para sí lo que su mandante le ha encargado vender. La redacción
de ese precepto manifiesta que se trata de un acto prohibido por la ley.
Según el artículo 1466 del mismo Código hay objeto ilícito en todo contra-
to que la ley prohíbe y el objeto ilícito produce, según el artículo 1682, la
nulidad absoluta de aquél. Este raciocinio nos conduciría forzosa e inevita-
blemente, de no haber otros preceptos sobre la materia, a la conclusión
que la venta en el caso que estudiamos es nula absolutamente.
Sin embargo, no es tal el efecto que produce la contravención del ar-
tículo 2144. Si bien es cierto que el artículo 1466 del Código Civil estable-
ce que hay objeto ilícito en todo contrato prohibido por la ley, no lo es
menos también que, como ese mismo artículo lo dice, esa regla no es
absoluta y tiene sus excepciones, pues no otra cosa significa la expresión
generalmente que emplea. En su parte final dice “y generalmente en todo con-
trato prohibido por las leyes”, con lo que indica que hay contratos prohibidos
por las leyes que no constituyen un objeto ilícito. Pues bien, uno de estos
casos es el que ahora analizamos.
Pero ¿de dónde se deriva la conclusión que venimos sustentando? ¿Qué
preceptos nos demuestran que la venta celebrada en contravención al ar-
tículo 2144 del Código Civil es nula relativamente? Podemos contestar que
el mismo artículo 2144. La nulidad absoluta, dice el artículo 1683, no pue-
de ratificarse por las partes; el acto nulo absolutamente no es válido por la
voluntad de éstas y es nulo, aunque ellas mismas consientan en su celebra-
ción y aun cuando no se realice el fraude que se quiso evitar. Nada de eso
446
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
ocurre con la compra que haga el mandatario de los bienes cuya venta se
le encomendó. El artículo 2144 establece que esa venta es posible siempre
que el mandante autorice al mandatario para efectuarla. Se infiere de aquí
que este contrato, aunque prohibido por la ley, puede ejecutarse válida-
mente si lo autoriza la parte a quien se quiso beneficiar con la prohibi-
ción. Un acto que puede celebrarse cuando lo permite la persona a quien
la ley ha querido proteger no puede ser nulo absolutamente.
Yendo al motivo que autorizó esta prohibición encontraremos también
razones suficientes para convencernos que esta nulidad no puede ser ab-
soluta. La ley prohibió esta venta para proteger al mandante; sólo su inte-
rés tuvo en cuenta y de allí que permita celebrarla cuando éste la autorice.
No se ha tratado de proteger el orden público ni las buenas costumbres.
Esa ley es de interés privado y la violación de leyes de esta índole no aca-
rrea la nulidad absoluta del acto.
Por estas razones, creemos que la nulidad que proviene de la compra
que hace un mandatario de los bienes que su mandante le encargó vender
es relativa y no absoluta.1 La acción para pedirla prescribe en cuatro años y
la nulidad puede sanearse por la ratificación expresa o tácita del mandante.
Los autores franceses están unánimemente de acuerdo en reconocer
que esa nulidad es relativa y la jurisprudencia de los tribunales franceses
se ha pronunciado en el mismo sentido.2
El mandante puede pedir la nulidad del acto a pesar que el incapaz
pruebe que la venta fue ventajosa para aquel, porque el único que puede
apreciar si la venta lo dañó o no es el mandante, como dice Guillouard.3
Por lo tanto, desde que pida la nulidad del contrato el juez tendrá que
pronunciarla, una vez que se acredite la incapacidad del comprador, aun-
que no haya habido daño alguno para el vendedor.
Esta acción compete únicamente al mandante, a sus herederos y a sus
cesionarios. El mandatario no podrá hacerla valer, puesto que no ha sido
establecida en su beneficio y ni aun podrá alegar su buena fe para exonerar-
se de ella, desde que la ley se presume conocida de todos y su ignorancia
constituye una presunción de mala fe que no admite prueba en contrario.
Prescribe en cuatro años contados desde la celebración de la venta. Si ésta
se ha celebrado por persona interpuesta, comenzará a correr, según lo ha
resuelto la Corte de Casación de Francia, desde el día en que se descubra la
interposición, porque, como dice Baudry-Lacantinerie, hasta el momento
de ese descubrimiento no puede obrar aquel a quien pertenece esa acción.4
puede verse en la sentencia que se analiza en el número 553, pág. 448 de esta Memoria.
2 BAUDRY -LACANTINERIE, núm. 250, pág. 249; AUBRY ET RAU, V, pág. 36; TROPLONG, I,
núm. 194, pág. 262; HUC, X, núm. 52, pág. 80; LAURENT, 24, núm. 50, pág. 60; GUILLOUARD,
I, núm. 130, pág. 151; MARCADÉ, V, pág. 200; RICCI, 15, núm. 132, pág. 331, FUZIER-HERMAN ,
tomo 36, Vente, núms. 841 y 842, pág. 852.
3 I, núm. 131, pág. 152.
4 ROGRON, II, pág. 1624; B AUDRY-L ACANTINERIE, núm. 254, pág. 252; FUZIER-HERMAN ,
447
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
553. Antes de terminar esta materia relativa a los efectos que produce la
contravención del artículo 2144 del Código Civil haremos una crítica de
una sentencia de la Corte Suprema que, aun cuando no se pronuncia
expresamente sobre qué clase de nulidad es la que afecta a la compra que
hace un mandatario de los bienes que vende, merece ser analizada por los
errores en que incurrieron las sentencias que motivaron el recurso en que
ella recayó, errores que, como no influían en lo dispositivo del fallo, según
lo afirma la sentencia de casación, no fueron corregidos por ese Tribunal.1
En breves palabras expondremos los antecedentes del juicio: don Fritz
von Straaten confirió poder a don Ambrosio Rodríguez Matta para que le
vendiera trescientas hectáreas de terreno, poder que delegó el señor Ro-
dríguez en un señor Cornejo. Esta delegación fue revocada a los pocos
meses por el mismo mandatario señor Rodríguez Matta. Días después de
esa revocación, Rodríguez Matta, en ejercicio de su mandato, vendió las
trescientas hectáreas a don Francisco Martínez quien, a su vez, las vendió a
don Ramón Estévez. No obstante haber sido revocada la delegación y de
haber concluido el mandato de Rodríguez por haberse realizado la venta
para el cual se otorgó, Cornejo vendió esas hectáreas a los tres años de esa
revocación a un señor Del Valle que las revendió al mismo Cornejo. Esté-
vez, como actual propietario de los bienes, pidió la nulidad de las ventas
celebradas entre Cornejo y Del Valle, por obrar aquél en virtud de un
mandato ya revocado y por ser simulados esos contratos.
La cuestión era, pues, muy sencilla: un delegado que vende los bienes
que era materia de la delegación después de haber terminado el mandato
del cual emanaban sus facultades y después de haberse revocado esa delega-
ción. El juez de primera instancia debió, en consecuencia, haber declarado
que las ventas hechas por Cornejo a Del Valle y viceversa eran ineficaces,
porque vendida por el mandatario de una persona la propiedad cuya enaje-
nación es el objeto único del mandato, en esa misma fecha termina el man-
dato y junto con él la delegación del mismo hecha por el mandatario, ya
que Cornejo vendió esa propiedad a Del Valle haciendo uso de una delega-
ción que no existía. Sin embargo, el juez se salió de los límites del verdadero
terreno en que aquella fue planteada y, aunque dio lugar a la demanda, no
se fundó para ello en las razones indicadas, sino en que las ventas celebra-
das entre Cornejo y Del Valle eran simuladas siendo aquél el verdadero
comprador que se escondía tras una interpósita persona.
La sentencia de primera instancia, además de no resolver directamen-
te la cuestión debatida, que no era otra que la de saber qué valor tienen
1 Esta sentencia se encuentra en la Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo XII, sec. 1ª,
pág. 138. Véase sobre esta cuestión el interesante alegato pronunciado en la causa en que
se dictó esa sentencia por el abogado don Santiago Lazo (Edición de la Imprenta “La Ilus-
tración”, Santiago, año 1913).
448
DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL CONTRATO DE VENTA
para un tercero los actos que en su nombre ejecuta una persona que no es
su mandatario, incurrió en graves errores de derecho al declarar que la
compra que hace un mandatario de los bienes de su mandante es de nuli-
dad absoluta, que puede declararse de oficio, cuestión que no le corres-
pondía analizar, pues cuando Cornejo vendió las trescientas hectáreas ya
no era mandatario de von Straaten, por cuyo motivo la ineficacia de esa
venta no provenía del artículo 2144 del Código Civil sino de haberse cele-
brado por una persona que no estaba facultada para realizarla. Al fundar-
se en ese artículo incurrió en un gravísimo error, pues éste exige para su
aplicación que el comprador sea mandatario a la época de la venta, lo que
no ocurría en este caso, en que hacía como tres años que el mandato
conferido a Cornejo había terminado.
Pero aun aceptando hipotéticamente que el juez hubiera debido consi-
derar la cuestión desde el punto de vista que la analizó, siempre habría
incurrido en un grave error de derecho que también cometió la Corte de
Apelaciones de Santiago al confirmar esa sentencia. Dice el fallo de prime-
ra instancia:
“5º Que los actos o contratos relacionados en los considerandos que preceden mues-
tran con la gravedad y precisión suficientes que ellos han sido simulados en perjui-
cio del demandante y encaminados a eludir la prescripción de la ley; 6º Que la ley
prohíbe al mandatario comprar por sí ni por interpósita persona las cosas que el
mandante le ha encargado vender, si no fuera con aprobación expresa del mandan-
te y esta aprobación no se ha exhibido en este caso; 7º Que la ley penal castiga al
que otorgare en perjuicio de otro un contrato simulado (art. 471, núm. 2 del Códi-
go Penal); 8º Que, en consecuencia, los actos o contratos referidos contravienen a
las leyes civiles prohibitivas y a disposiciones del derecho público penal, por lo que
adolecen de nulidad absoluta; 9º Que tal nulidad establecida en nuestra legislación
en interés de la moral y de la ley, puede y debe ser declarada por el juez aun sin
petición de parte cuando aparece de manifiesto en el acto o contrato, como sucede
en el caso de autos, y puede alegarse por todo el que tenga interés en ello”.
El error en el caso en estudio proviene de que el juez de primera
instancia consideró que la prohibición del artículo 2144 estaba establecida
en interés general y penada en el Código Penal. Ni una ni otra afirmación
son exactas, en nuestro sentir, porque a pesar que la ley ha querido res-
guardar la moral y el interés del mandante, esa prohibición no resguarda
sino un interés privado y especial; de modo que sólo el mandante, esto es,
el perjudicado, puede reclamar esa nulidad, sin que pueda hacerlo cual-
quiera persona y mucho menos declararla el juez de oficio. Además el
mandante puede autorizar al mandatario para que compre los bienes que
vende, lo que importa una verdadera ratificación de esa nulidad y la nuli-
dad absoluta no puede ratificarse. Un contrato simulado constituye delito
cuando irroga perjuicios a terceros. Si el mandatario compra por inter-
puesta persona los bienes de su mandante, en su justo precio, no causa un
perjuicio a éste. Habrá una violación de la ley que no tiene otra sanción
que la nulidad del acto; pero de ninguna manera una sanción penal, pues-
to que el Código respectivo no ha castigado al mandatario que realice tal
compra y la ley penal no puede aplicarse por analogía. En el único caso en
que podría castigarse como delito de simulación de contrato la compra
449
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA
que haga el mandatario de los bienes del mandante, sería cuando come-
tiere un fraude o estafa en la compra realizada por interpósita persona;
pero, entonces, la sanción provendría del fraude cometido y no de la pro-
hibición del artículo 2144 que por sí sola no constituye un delito. Nuestra
modesta opinión está acompañada por la de la Corte de Apelaciones de
Valparaíso que ha dicho:
“2º Que la simulación de contrato no constituye delito sino cuando se hace con el
objeto de perjudicar a un tercero como lo demuestra claramente el art. 471, núm.
2, del Código Penal; 3º Que no se ha probado que con la simulación de que se
trata en este proceso se haya irrogado a terceras personas perjuicio alguno suscep-
tible de avaluación; 4º Que, en consecuencia, no se halla establecido el delito de
estafa, por que se ha acusado al reo Contreras”.1
En idéntico sentido se pronuncia el distinguido profesor de Código Pe-
nal de nuestra Universidad, don Galvarino Gallardo, ex miembro de la Cor-
te Suprema, que, en un dictamen emitido en la causa seguida por don Diego
Codelia contra don Benjamín Ramírez sobre simulación de contrato, y de
acuerdo con la opinión del Fiscal de esa Corte, señor Valdés, opina que, no
habiendo perjuicio de terceros, no existe el delito de simulación de contra-
to, ya que este hecho por sí solo no constituye un delito y lo que le da el
carácter de tal es precisamente que la simulación perjudique a terceros.2
Hemos estudiado anteriormente los efectos que produce la infracción
del artículo 2144 que son la nulidad relativa del acto y no la nulidad abso-
luta. Una sentencia que declara, como la que estudiamos, que esa nulidad
es absoluta y que debe declararse de oficio, desconoce, a mi modo de ver,
las características de esa nulidad que, por su naturaleza especial, no puede
confundirse con la relativa.
La Corte de Apelaciones de Santiago que conoció de la causa en se-
gunda instancia, sin pronunciarse tampoco sobre el fondo mismo de la
cuestión, alcanzó a comprender el error jurídico que importaba la aplica-
ción de la disposición de artículo 471 del Código Penal al caso del artículo
2144 del Código Civil. Aun cuando también aceptó que esas compraventas
eran nulas absolutamente, suprimió, sin embargo, el considerando 7º de
la sentencia de primera instancia que se refería a la sanción penal y reem-
plazó el considerando 8º que hablaba de la contravención a las leyes de
derecho público penal por el siguiente:
“8º Que los actos o contratos mencionados contravienen a disposiciones expresas
de la ley, por lo cual adolecen de nulidad absoluta”.
La Corte tuvo, tal vez un criterio demasiado estrecho para determinar
las clases de nulidades que provienen de las infracciones legales y no tomó
en consideración para pronunciarse por la absoluta sino que la compra
que hace el mandatario de los bienes del mandante es un acto que contra-
viene a la ley. Según esta doctrina, basta que se trate de una ley prohibitiva
para que de su infracción emane un acto nulo absolutamente. Esto no es
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554. Dijimos más arriba que el artículo 2144 prohibía también al manda-
tario para comprar que vendiera de lo suyo al mandante lo que éste le ha
encargado comprar, regla que, a su vez, reproduce el artículo 271 del Có-
digo de Comercio. Como en el caso del mandatario para vender se exigen
dos requisitos para que tenga lugar esa prohibición: 1) que el mandato sea
para comprar; y 2) que el mandatario venda sus propios bienes al man-
dante en cumplimiento de su mandato y que sean de la misma especie de
los que el mandante le encargó que comprara.
La incapacidad existe cuando el mandatario vende a su mandante sus
bienes propios con el fin de dar cumplimiento al mandato conferido por
éste. El mandatario que no es para comprar puede vender al mandante sus
bienes. También puede vendérselos cuando el mismo mandante se los com-
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555. El artículo 1800 incluye entre los incapacitados para comprar ciertos
bienes al albacea y dice: “Los mandatarios, los síndicos de los concursos y los
albaceas están sujetos, en cuanto a la compra o venta de las cosas que hayan de
pasar por sus manos en virtud de estos encargos, a lo dispuesto en el artículo
2144”. Este artículo dispone: “No podrá el mandatario por sí ni por interpuesta
persona, comprar las cosas que el mandante le ha ordenado vender, ni vender de lo
suyo lo que éste le ha ordenado comprar; si no fuere con aprobación expresa del
mandante”.
Los albaceas son verdaderos mandatarios del testador que es el único
que puede instituirlos; de ahí que estén asimilados a aquellos en cuanto a
sus incapacidades. El albacea es un mandatario para cumplir las disposi-
ciones del difunto, que consiste principalmente en el pago de las deudas
hereditarias y de los legados. Como puede ocurrir que no haya dinero
para ese objeto y sea menester vender los bienes de la sucesión, el albacea
procederá a esa venta en la forma que señala la ley, o sea, con anuencia de
los herederos y en pública subasta si se trata de bienes raíces o de muebles
que tengan valor de afección. El albacea es, en buenas cuentas, un manda-
tario para vender, por cuyo motivo no podrá aplicársele la prohibición del
mandatario para comprar; sin perjuicio de que si llegara a ocurrir esa si-
tuación, que creemos imposible, también estaría incapacitado para vender
de lo suyo lo que la sucesión le hubiera encargado comprar.
De los artículos antes transcritos resulta que el albacea sólo está inca-
pacitado para comprar los bienes hereditarios cuya venta se le ha enco-
mendado. Si no hubiera otras disposiciones al respecto que, por estar
colocadas en el Título que tratan de los albaceas, prevalecen sobre las ya
transcritas, tendríamos que llegar a la conclusión que el albacea puede
comprar los bienes hereditarios en cuya venta no interviniere o de la cual
no estuviera encargado.
Pero el artículo 1294 del Código Civil hace extensiva a los albaceas la
disposición del artículo 412 que dice: “Por regla general, ningún acto o contra-
to en que directa o indirectamente tenga interés el tutor o curador, o su cónyuge, o
cualquiera de sus ascendientes o descendientes legítimos, o de sus padres o hijos
naturales, o de sus hermanos legítimos o naturales, o de sus consanguíneos o afines
legítimos hasta el cuarto grado inclusive, o de algunos de sus socios de comercio,
podrá ejecutarse o celebrarse sino con autorización de los otros tutores o curadores
generales, que no estén implicados de la misma manera, o por el juez en subsidio.
Pero ni aun de este modo podrá el tutor o curador comprar bienes raíces del pupilo o
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556. Surge todavía otra cuestión. El albacea puede o no ser con tenencia
de bienes, según el artículo 1296 del Código Civil. Si lo es, puede dársele
la tenencia de todos o de una parte de ellos. En este caso tiene las mismas
facultades y obligaciones que el curador de la herencia yacente que, según
el artículo 487, son las mismas de los tutores o curadores, pero se le prohí-
be ejecutar otros actos que los administrativos de mera custodia y conser-
vación, sin perjuicio de poder vender los bienes en casos calificados en la
forma que señala el artículo 489.
Según esto, el albacea tenedor de bienes también queda incapacita-
do para comprar los bienes de la sucesión; pero cabe averiguar si esta
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558. Cuando hay varios albaceas, estos pueden obrar de consuno o sepa-
radamente. En el primer caso es indiscutible que ninguno podrá adquirir
los bienes de la sucesión sino con arreglo al artículo 412.
La duda surge cuando los albaceas están facultados para obrar separa-
damente por el testador o por el juez; en cuyo caso ninguno de ellos ten-
drá intervención ni responsabilidad en los actos de los otros, debiendo
ceñirse cada uno a las funciones que les incumben1 (arts. 1281, 1282 y
1283 del Código Civil). La cuestión que aquí se suscita consiste en averi-
guar si en tal caso el albacea puede comprar los bienes que vende el otro.
La negativa no nos parece dudosa, porque el albaceazgo se refiere a
toda la sucesión y comprende todos los bienes. Si las funciones del albacea
se dividen es como medida de conveniencia. Además, la ley no ha excep-
tuado al albacea para que adquiera los bienes de la sucesión cuando los
albaceas son varios y obran separadamente. Por el contrario, ha estableci-
do que todo acto o contrato en que tenga interés el albacea y que afecte a
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la sucesión no podrá ejecutarse sino con arreglo al artículo 412. Nos pare-
ce que de los términos mismos de la ley se desprende que basta ser alba-
cea de la sucesión para no poder adquirir los bienes de ella, sino con
arreglo a ese artículo, aunque los que compre no sean aquellos respecto
de los cuales ejerce sus funciones.
Los albaceas, sean que obren separada o conjuntamente, no podrán
comprar los bienes raíces de la sucesión en ningún caso y los muebles sólo
con las formalidades del artículo 412.
559. La incapacidad del albacea dura mientras ejerce el cargo de tal y cesa
una vez que sus funciones expiran. De ahí que pueda adquirir válidamen-
te los bienes de la sucesión en que desempeñó sus funciones siempre que
la compra se realice después de haber terminado aquél. Es razonable que
así sea, porque si la incapacidad es para el albacea, es claro que si deja de
serlo no puede aplicársele ya que las leyes que restringen la capacidad de
las personas deben aplicarse en su estricto sentido. La jurisprudencia es
uniforme al respecto.
La Corte de Apelaciones de Talca desechó la nulidad de una compra
en remate de una cosa perteneciente a la sucesión realizada por un indivi-
duo que en otro tiempo fue albacea en ella, fundada en:
“4º Que no es tampoco aceptable la última causal, por cuanto doña V. J. M., al confe-
rir en su testamento, al nombrado C. el cargo de albacea con la tenencia de sus
bienes, no le señaló plazo para ejercerlo, ni hay constancia de que le fuera prorroga-
do por el juez de manera que su duración no ha podido exceder del término de un
año que prefija el artículo 1304 del Código Civil; y 5º Que ese plazo estaba ya vencido
cuando se adjudicaron al demandado en pago de sus créditos los fundos B, C, y A F, pues la
solicitud de fojas 109 vta., acompañada en segunda instancia, acredita que comenzó a
ejercer sus funciones de albacea el 20 de julio de 1883 y la diligencia de fojas 102
vuelta manifiesta que la indicada adjudicación tuvo lugar el 21 de agosto de 1886”.1
En otra ocasión ese mismo tribunal declaró válida la venta de un bien
hereditario hecha al albacea, porque se realizó cuando ya hacía más de
seis años que aquél había cesado en su cargo.2 Por último, la Corte de
Apelaciones de Santiago ha declarado que el albacea que ha cesado en sus
funciones puede adquirir válidamente por compra los bienes hereditarios
de la sucesión en que desempeñó ese cargo.3
560. No es menester que esté aprobada la cuenta del albacea para que
pueda adquirir los bienes de la sucesión. La incapacidad desaparece una
vez que termina el albaceazgo, aunque esa cuenta no se haya rendido ni
haya sido aprobada. Así lo ha resuelto la Corte de Apelaciones de Talca,4
fundada en que la aprobación de esa cuenta no es motivo suficiente para
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1 Véase al respecto lo que hemos dicho en el núm. 516, pág. 426, sobre el tutor que es
aplicable al albacea.
2 Véase al respecto lo que se ha dicho sobre el tutor en el núm. 514, pág. 424 que se
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566. La ley prohíbe al albacea adquirir por compra los bienes de la suce-
sión, mas no por sucesión por causa de muerte y como las prohibiciones
son de derecho estricto no cabe duda que el albacea puede adquirir por
herencia o legados los bienes hereditarios cuando es heredero o legatario
del testador.3 Así lo ha resuelto la Corte de Apelaciones de Santiago en el
siguiente considerando:
“Que suponiendo aplicable la disposición contenida en el artículo 1294 del Códi-
go Civil por su referencia al artículo 412, él sólo inhabilita al albacea para la
compra o arriendo de bienes raíces y que en el mismo sentido dispone el artículo
1800 que sólo habla de compra o venta de bienes que se administran, y que,
cuando se trata de disposiciones que restituyen o limitan las facultades o derechos
que a todo individuo pertenecen como sujeto hábil para contratar y obligarse,
esas disposiciones deben entenderse en su tenor literal y para los actos que expre-
samente se prohíben al que se halla en la situación que la ley contempla al dispo-
ner; y que en la adjudicación a herederos de bienes que forman parte de la suce-
1 También se aplica al albacea lo dicho para el tutor y curador en el núm. 500, pág. 416
2 Sentencia 2.434, pág. 1348, Gaceta 1883.
3 Véase a este respecto lo dicho en el núm. 538, pág. 439, que también se aplica al alba-
cea.
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sión en que es heredero, no hay compra ni venta, sino continuación del dominio
de la persona difunta que se encuentra en el adjudicatario y que, según lo dis-
puesto en el artículo 1312 del Código Civil, la reunión de todas las cuotas de los
comuneros en uno solo de ellos, si es acto que pone término a la comunidad,
desprendiendo a los demás comuneros del derecho que a la cosa tenían, el comu-
nero en cuya persona se reúnen las cuotas no adquiere nuevo dominio sino que
continúa en el que le correspondía en la calidad de tal”.1
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570. Todo lo dicho en el número 499 sobre los contratos de venta relativos
a los bienes del pupilo celebrados por los parientes del tutor o curador se
aplica a los parientes del albacea. También se aplica al socio del albacea lo
expuesto en los números 501 a 505 sobre los socios del tutor o curador. Para
que las personas que señala el inciso 1º del artículo 412 puedan adquirir los
bienes muebles o raíces de la sucesión, es menester la autorización de los
demás albaceas o del juez en subsidio. Pero ni aun así podrán adquirir los
bienes raíces de aquella, el cónyuge del albacea, ni sus ascendientes o des-
cendientes legítimos o naturales. De acuerdo con esa disposición, la Corte
de Apelaciones de Santiago declaró que era nula la venta de un bien raíz de
una sucesión hecha a favor de un hermano del albacea, porque no se hizo
con la autorización de los demás albaceas o del juez en subsidio.1
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Si los bienes raíces son adquiridos por el cónyuge del albacea o por sus
ascendientes o descendientes legítimos o naturales, la venta es nula abso-
lutamente por tratarse de un acto prohibido por la ley.
Si los bienes raíces son adquiridos por los hermanos legítimos o natu-
rales del albacea o por sus consanguíneos o afines legítimos hasta el cuar-
to grado inclusive o por alguno de sus socios de comercio sin la autorización
de los demás albaceas o del juez en subsidio, la venta es nula relativamen-
te; como lo es también si los bienes muebles son adquiridos por esas per-
sonas o por el cónyuge del albacea, o por sus ascendientes o descendientes
legítimos o por sus padres o hijos naturales sin dicha autorización.
Como se ve, los efectos de la contravención son análogos a los señala-
dos para el tutor o curador y para sus parientes, excepción sea hecha de la
compra de los bienes muebles por el albacea no tenedor de bienes que es
nula relativamente, por no estar penada por la ley. De aquí que todo cuan-
to hemos dicho en los números 517 a 519 inclusive sea aplicable a los
efectos que produce la compra de los bienes hereditarios por los albaceas
y sus parientes. Y como en los casos anteriores, estas ventas serán nulas
aunque se celebren por interpósita persona.1
573. Así como los albaceas están más bien asimilados a los tutores y cura-
dores que a los mandatarios en lo referente a las incapacidades para com-
prar, no obstante lo que dispone el artículo 1800, los síndicos, por el
contrario, participan a este respecto de todos los caracteres de aquellos, ya
que, en realidad, no son sino verdaderos mandatarios de los acreedores,
encargados de administrar los bienes del fallido y de pagar con su produ-
cido los créditos de esos acreedores. Los síndicos provisionales o definiti-
vos, sean del concurso civil o de la quiebra, tienen el encargo de vender
los bienes del fallido en la forma que indica la ley. En este sentido son
verdaderos mandatarios para vender (arts. 588 y 607 del Código de Proce-
dimiento Civil).
Pues bien, los síndicos provisionales o definitivos no pueden, según el
artículo 1800, comprar los bienes del fallido que entran a la masa común.
Fluye de aquí que los bienes que, según el artículo 573 del Código de
Procedimiento Civil, no entran al concurso, el síndico puede comprarlos
desde que sus funciones no se refieren a ellos. Del mismo modo, puede
vender sus propios bienes al fallido en los casos en que esto sea posible,
pues la prohibición es para los bienes del concurso o quiebra que el síndi-
co está encargado de administrar.
574. Como en el caso del albacea, esta incapacidad existe mientras el sín-
dico desempeña sus funciones y mientras los bienes del fallido se vendan
en el concurso o quiebra. Una vez que el síndico termina en sus funciones
por el nombramiento del síndico definitivo si aquél era provisorio; por su
1 Véase al respecto lo expuesto en el núm. 508, pág. 421 y en el núm. 509, pág. 421
que se aplica al albacea.
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577. Cuando hay varios síndicos debe distinguirse si son generales o parti-
culares. Son generales los que se constituyen para todos los bienes del
concurso; y particulares los que se nombran para ciertos y determinados
bienes, como ocurre con los gravados con hipotecas que, cuando son dos
o más las hipotecas que les afectan, pasan a formar un concurso especial
de hipotecarios.
Todos los síndicos generales tienen la administración de todos los bienes
concursados y deberán proceder de consuno, a menos que se trate de casos
urgentes en cuyo caso pueden obrar por separado previa autorización del
tribunal (art. 1431 del Código de Comercio). Pero de todas maneras, sus
funciones se refieren a todos los bienes y de ahí que ninguno de ellos pueda
adquirir los que entren al concurso o quiebra. Lo mismo puede decirse de
los síndicos particulares respecto de los bienes que administran.
578. Creemos que un síndico general puede adquirir los bienes del con-
curso especial y que un síndico particular puede adquirir los del concurso
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582. El artículo 2144 del Código Civil a que se remite el artículo 1800,
que es el que incapacita a los síndicos para comprar los bienes del concur-
so, prohíbe que esa compra se haga por interpuesta persona; por cuyo
motivo el síndico no podrá comprarlos en tal forma. Como en los casos
anteriores la ley no ha señalado quiénes deben tenerse por tales personas;
de ahí que su determinación quede sujeta al arbitrio del juez, correspon-
diendo la prueba de esa interposición al que la alega, prueba que podrá
producirse por todos los medios probatorios que señala la ley.
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584. Si el síndico compra los bienes del concurso o quiebra en que ejerce
sus funciones la venta es nula relativamente, por las razones expuestas en
el número 552 a que nos remitimos. La acción sólo compete a los acreedo-
res, cuyo daño ha querido evitarse con esa disposición y prescribe en cua-
tro años.
585. Siendo los síndicos verdaderos mandatarios por lo que hace a la ven-
ta de los bienes del concurso es aplicable a ellos, en cuanto no pugne con
su carácter jurídico, todo lo que hemos dicho acerca de la prohibición
establecida para el mandatario.
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