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Dilemas éticos del docente en la

escuela
VARIOS AUTORES

Las instituciones son la organización fundamental con que funciona el Estado y base necesaria de la
sociedad. Diversos estudios dejan clara la función que cumplen como instrumentos de intervención
para mantener al hombre dependiente y bajo cuidado, ejemplo de ello pueden ser la iglesia, los pocos
sindicatos existentes, los bancos, las cooperativas, las asociaciones civiles "alcohólicos o neuróticos
anónimos" y la escuela.

La escuela es el mecanismo ideológico encargado de normar el comportamiento social de las


personas, llámesele educación, enseñanza, instrucción, etc. El servicio que presta es incorporar a los
individuos al proyecto de nación y establecer un contrato social, su ideal es hacer un hombre cívico y
ético que pueda ver objetivamente la realidad y sus problemas y resolverlos mediante la razón; Como
aparato teórico esta institución sirve a fines específicos pero, como toda teoría, al ponerla en práctica,
la situación resultante puede variar según la finalidad destinada por el sujeto responsable directo de
su aplicación.

La cuestión es, ¿está cumpliendo su función o se ha desvirtuado al servicio del grupo oligárquico?
Surge entonces, por ejemplo, la necesidad de cuestionar para qué la insistencia del idioma el inglés en
vez del náhuatl, la computación, las matemáticas, las competencias, las TIC´s, elementos éstos
globalizadores que permiten uniformar conocimientos en las personas para hacerlas como simples
herramientas del mercado, pero sin servir al bien común. La escuela, por tanto, analógicamente se
convierte en el freno que menciona Ikram Antaki:

"El [papel actual de la escuela] es una traba a la violencia, que enseña la moderación y encadena la
fuerza bruta (…); y el freno es un evento preciso en la historia de la técnica: controla el caballo
[controla al hombre], que es instrumento de guerra, valor económico, signo de prestigio social, marca
del poder político; obra maestra del herrero, el freno es <>". (El Manual del Ciudadano
Contemporáneo. México, Ariel, 2000. pp. 32-33).

La escuela como instrumento teórico que puede servir a la sociedad orilla a buscar entre todos los
integrantes del sistema el elemento determinante del cambio social. Empezando por la cúspide:
Presidente, senadores, diputados, secretario, subsecretario, alcaldes, funcionarios, administrativos y
burócratas que reciben y distribuyen recursos, que firman acuerdos y en teoría se presentan como los
personajes al frente del telón-; continuando de manera local en el ámbito escolar: supervisores,
directivos, administrativos, auxiliares y, por último, los individuos que están frente a grupo de lunes a
viernes encargados de interactuar directamente con los alumnos: los maestros.
Quien está al frente de la escuela, el que firma la nómina o el garante de la formación cotidiana del
alumno y futuro ciudadano, deben todos hacer conciencia o autoconciencia: el sujeto promotor del
cambio social no es otro más que el docente, que, si bien no es el único responsable, tiene una función
primordial en el devenir de la sociedad como formador de mentalidades, pues "La educación
condiciona la formación del juicio y, por ahí el acceso al Derecho. En los principios de la escuela
pública, el alumno preguntaba: << ¿Para qué aprender? >> Y el maestro contestaba: (Antaki, op. cit.,
p. 113).

Las decisiones y actos personales que practica el docente dentro del aula son proyectadas por el
estudiante en su contexto próximo. Así, el docente se convierte en una figura rectora en la formación
del futuro de la nación. Por eso no es posible dejar de pensar en el tipo de profesores que están
educando a la masa de futuros ciudadanos. No se puede enseñar y proyectar algo que se ignora y el
maestro promedio, medio lee, medio escribe, medio aprende, medio enseña. La mediocridad nos
invade y el hombre mediocre está presente en el docente promedio. Y pocos hacen algo por subsanar
las deficiencias. El problema es grave porque el alumno va a tomar y aplicar lo que dice el maestro sin
cuestionar porque "Hay un momento en que las ideas de nuestros maestros no nos parecen opiniones
de unos hombre determinados, sino la verdad misma, anónimamente descendida sobre la tierra".
(José Ortega y Gasset: El Tema de Nuestro Tiempo/La Rebelión de las Masas. México, Porrúa, 2002.
p.8)

Actualmente, algunos docentes son analfabetas funcionales. Viven en un estado de confort, ven el
trabajo con pesar, en vez de tomarlo como un deporte a ejercitar no hacen nada por desarrollar sus
habilidades, piensan que el tener un grado de licenciado les otorga sin màs la capacidad para enseñar
sin seguir prepararse o sin prepararse más; situación catastrófica, pues la sociedad es dinámica no
estática y el docente debe formar al estudiante para el hoy y para el mañana. ¿Cómo lo va a lograr si
ni el mismo está instruido para enfrentar estos nuevos tiempos? Si se retrae en su madriguera de
conocimientos aprendidos sin vinculación con todo lo que le rodea y si no expande su horizonte
cultural, ¿qué lo distingue del que está sentado en el aula? Y en ocasiones, el docente se siente
superdotado a pesar de las deficiencias que presenta asido al viejo dicho popular de que en tierra de
ciegos el tuerto es el rey. El estudiante tiene así, enfrente, a "un sabio ignorante, cosa sobremanera
grave, pues significa que es un señor el cual se comportará en todas las cuestiones que ignora, no
como un ignorante, sino con toda la petulancia de quien en su cuestión especial es un sabio". (Ortega
y Gasset, Op. Cit. p. 170)

Sólo replanteando la labor docente podremos construir un porvenir más estable y formar a
ciudadanos preparados para bien gobernar. De lo contrario la tragedia está dada: Ikram Antaki
menciona que la tragedia se da desde dentro de la escuela, donde se ha destruido la esperanza puesta
en la escuela:

Antaño, el maestro de maestros, Aristóteles, tenía que ocuparse de su único alumno, Alejandro, y el
resultado de su trabajo era ejemplar; pero centenares de miles de hombres vivían en animalidad. Vino
la república moderna e instituyó la escuela pública, gratuita y obligatoria; millones de alumnos
necesitaron centenares de miles de maestros: ninguno era Aristoteles, difícilmente habría un
Alejandro. Los libros eran escasos y se dirigían a unos pocos lectores; para merecer el nombre de
escritor había que escribir Hamlet, y el pensador se llamaba Platón o Descartes. Pero los cientos de
millones no piden tanto; pensador puede ser un chistoso de feria, y aún los best-sellers pueden
llamarse libros. (Antaki, 2000, p. 147)

Entonces, ¿sólo el docente tiene la última palabra? Y si usted es docente ¿qué está haciendo?...

NOÉ CANO VARGAS

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