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Soros, el multimillonario que acabó

con el valor crítico del periodismo


financiándolo (I)
George Soros durante un seminario del FMI en Washington. Foto: FMI/Michael
Spilotro. The IMF/World Bank Meetings are being held in Washington, DC this
week which will host Finance Ministers and Bank Governors from 187 countries.
IMF Staff Photographer/Michael Spilotro

"George Soros le enseña al periodismo una


lección importante: la industria tiene futuro
siempre que la billetera de los filántropos esté
abierta", sostiene Ekaitz Cancela.
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Ekaitz Cancela
20 mayo 2018
Una lectura de 17 minutos
La mera existencia de George Soros es un hecho de lo más rocambolesco
para ilustrar tanto el presente momento histórico del capitalismo global como la
forma en que se ha consolidado. Se trata de un magnate que ha acumulado
semejante riqueza mediante la especulación en un sistema financiero que
ha dejado a miles de personas en la cuneta y emplea su excedente en
promover la democracia y los derechos humanos en el mundo. Desde 1985
hasta 2015 ha gastado 12.000 millones de dólares en la hazaña, según recoge
la escritora Anna Porter en un libro sobre el filántropo. Y hay visos de que la
cuantía siga en aumento después de conocerse la transferencia de 18.000
millones que hizo de su propia riqueza hacia la Open Society, fundación
filantrópica que fundó en 1984. Mediante ella, de acuerdo a los datos de Porter,
el magnate húngaro invierte la friolera de mil millones de dólares cada año
en alterar las políticas globales.

Cuestiones como las de acabar con la desigualdad deben alejarse


progresivamente de objetivos como los de sostener un Estado del bienestar
poderoso. Se trata de un círculo endogámico asentado en eliminar la política en
favor de un sistema de gobernanza privado. De esta forma, unas pocas
personas eligen con sus inversiones cómo administrar los recursos en una
sociedad al tiempo que se ahorran pagar impuestos al fisco gracias a sus
donaciones.

La relación que todo ello guarda con el periodismo no deja de ser controvertida.
Los ricos se han elevado a una esfera de la sociedad en la que cada vez son
más impunes y pueden seguir minando los sistemas públicos mediante
ingeniería fiscal sin que ocurra ningún escándalo. Los medios participan de
esta arquitectura social erigida a nivel global con una fe ciega en que la
filantropía pueda contribuir a salvar el periodismo, y así este pueda
resucitar la democracia. Lejos aún de poder cumplir esta función mesiánica,
nunca ha sido tan palmaria la relación entre investigar al poder económico con
el dinero que el periodismo recibe de las fundaciones filantrópicas y su escasa
capacidad para provocar el más mínimo cambio en la estructuras de poder que
la aparición de George Soros en los Papales del Paraíso.

El dato de que el magnate se sirvió de una sociedad offshore para


administrar su riqueza fue revelado recientemente por el Consorcio
Internacional de Periodistas de Investigaciones (ICIJ), ganadores de un premio
Pulitzer por la información en los Papeles de Panamá, a cuya publicación
también  contribuyó el millón y medio de dólares que se sabe aportó la
fundación Open Society. Pese a que Soros no quiso hacer ningún comentario
sobre los Papeles del Paraíso, su fundación declaró públicamente en 2016 que
esta filtración «ilustra que la supervisión y rendición de cuentas son esenciales
para monitorear los flujos financieros. Sin ellas, grandes cantidades de riqueza
podrían moverse furtivamente alrededor del mundo, a veces a expensas del
público». La contradicción ilustra que se ha roto el hechizo, ya no existen
medias tintas: el capitalismo ha entrado en una fase, eso que las élites han
acuñado como posverdad, en la que un empresario oculta dinero de forma
dudosa en paraísos fiscales al mismo tiempo que financia su descubrimiento.

Los tentáculos de la Open Society

Durante décadas, George Soros ha creado a través de su fundación una red de


dimensiones estratosféricas vinculada  solo en Estados Unidos con más de 30
medios de noticias. En 2011, el Media Research Center (MRC) publicó
un informe —el cual llegó a difundir el Wall Street Journal, propiedad Rupert
Murdoch— donde apuntaba que desde 2003 hasta 2009 había gastado entre
48 y 52 millones de dólares en subvencionar la infraestructura mediática
del país mediante la financiación directa a medios de propiedad privada,
distintas organizaciones de periodismo de investigación e incluso a escuelas
periodísticas. Huelga decir que el MRC es un organismo que se dedica a
monitorizar a los medios estadounidenses, forma parte del movimiento
conservador y sus objetivo manifiesto es «neutralizar el brazo
propagandístico de la izquierda liberal». Lo cual dice mucho del rol que
juega el periodismo en esta especie de lucha entre republicanos y demócratas.
Pero vayamos por partes.

Aludiendo a la «dramática disminución en la cobertura de noticias de las


elecciones en Estados Unidos», la Open Society destinó 1,8 millones de
dólares en 2010 a un proyecto de la Radio Pública Nacional que proporcionaría
informes detallados sobre las acciones del gobierno en los 50 estados
norteamericanos. Esta iniciativa, que avanza en una lógica orwelliana en la
que el periodismo de servicio público es financiado por dinero privado, se
ha extendido a buena parte de los medios progresistas privados, que ya
dependen de subvenciones filantrópicas para sobrevivir. En lo que respecta a
la fundación de Soros existen organizaciones que no reciben fondos directos,
pero que se conectan con ella porque perciben dinero de uno o más grupos
que sí reciben financiación de forma directa. Otros entramados son más
complejos, relaciones endogámicas donde un halo de mimetismo ético diluye la
distinción entre periodistas y empresarios.

En lo que respecta al periodismo de investigación, los lazos de la Open Society


se extienden hasta la ganadora de varios premios Pulitzer, ProPublica. La
organización recibió de forma directa una contribución de 125.000 para dos
años en 2010. Las donaciones, como explica ProPublica en su página, son
deducibles de impuestos. Lo mismo ocurre con el Journalismfund.eu, una
organización independiente sin ánimo de lucro establecida en 1998 con el
objetivo de «estimular el periodismo transfronterizo y en profundidad en
Europa», que entre 2009 y 2017 ha recibido 559.900 euros, según se
desprende del análisis de los datos que ha hecho públicos la propia entidad.
También la organización internacional de editores Project Syndicate, aliada con
otras 500 en 150 países, está asentada bajo la financiación de la Open Society.
En 2014, por ejemplo, recibió 350.000 euros del magnate.

Esta estructura también genera relaciones sociales y complacencia con el


poder privado, como podemos encontrar en el Center for Investigative
Reporting (CIR), al que la fundación de Soros destinó un millón de dólares
entre 2003 y 2009. Pese a que no hay datos publicados por la organización
desde entonces, entre los miembros que han pasado por el CIR se encuentran
el director de contenido del periódico Hearst, el del Seattle Times o el ex
director ejecutivo del The Washington Post. Algunos de los medios asociados
al CIR son aquellos que se manifiestan abiertamente progresistas, como Salon.

Por otro lado, el Center for Public Integrity (CPI) recibió en 2009 la friolera de
100.000 euros de la Open Society, la misma cifra que entre 2015 y 2016. La
organización nació para servir «a la democracia al revelar los abusos de
poder, la corrupción y la traición a la confianza pública utilizando las
herramientas del periodismo de investigación» y en 2010 se unió al la rama de
investigación del Huffington Post para crear «una de las redacciones de
investigación más grandes del país». El resultado: dos Pulitzer, en 2014 y
2017.

Según argumentó la Open Society, la primera subvención que recibió el CPI


tenía el objetivo de respaldar un programa piloto para crear una red
colaborativa de organizaciones de periodismo de investigación sin fines
de lucro con el fin de «responsabilizar al poder gubernamental y corporativo a
nivel local, nacional e internacional». Por eso la junta directiva de la
organización estuvo compuesta por Christiane Amanpour, presentadora del
programa de asuntos políticos de la cadena televisiva ABC, o Arianna
Huffington, cofundadora del sitio web que lleva su nombre. También el
banquero de inversiones Frederic Seegal, que ocupó altos cargos ejecutivos en
Lehman Brothers, pasó a formar parte de la directiva de lo que en castellano se
traduciría como Centro de Integridad Pública.

¿Quién puede saber lo que es la integridad mejor que un acólito de uno de los
grandes responsables de la crisis económica mundial, de la transferencia de
riqueza a manos privados y del fraude más grande de la historia, como lo fue
la quiebra del gigante financiero Lehman Brothers en 2008? El caso de
Huffington también habla mucho de esa idea de «integridad pública» que se
dice defender mediante el periodismo. Abandonó el precario negocio de la
prensa para formar parte del consejo asesor de Uber y «arreglar la cultura de
Silicon Valley», según sus propias palabras. Después creó una especie
de start-up llamada Thrive Global, con el fin de ofrecer soluciones privadas en
sanidad mediante la tecnología.

Como vemos, el interés corporativo se ha antepuesto al interés público que


supuestamente debería defender la cultura del periodismo. La profesión tolera
e incluso participa de estas dinámicas que conectan a la parte más alta de
la sociedad con la más baja mediante finas y delicadas conexiones entre
proclamas de hacer a los poderosos saldar cuentas. En otro tiempo, ganar el
Pulitzer podía ser sinónimo de haber tumbado un gobierno mediante una
rigurosa investigación. Desde la posguerra fría, cuando las fuerzas del mercado
se antepusieron a la lógica política, el premio ha dejado de surtir efecto alguno
porque el poder al que debe de vigilar es económico. Y financia sus
investigaciones.

El mimetismo ético de las fundaciones, la Universidad y el periodismo

Teniendo en cuenta este contexto, no parece sorprendente descubrir que la


Universidad de Columbia, escuela de periodismo fundada precisamente por el
periodista demócrata Joseph Pulitzer en 1892, fuera la elegida para recibir
algunas de las sumas más cuantiosa de dinero. Aunque día de hoy su página
web no refleja que la Open Society sea uno de sus principales donantes, este
organismo de creación de conocimiento público ha recibido 9,7 millones
de dólares del multimillonario, según el citado laboratorio de ideas conservador
Media Research Center (MRC).

A día de hoy la Universidad participa con la fundación de Soros mediante


un programa de becas universitarias. La idea es financiar los estudios de la
próxima camada de periodistas, como muchos antes que han pasado a trabajar
para medios de la talla de The New York Times, Bloomberg, Los Angeles
Times, The Washington Post o USA Today. Muchos de estos alumnos también
han acabado incorporándose a varios medios manifiestamente progresistas,
entre ellos Mother Jones, The Huffington Post o The Nation. En No pienses en
un elefante, el lingüista George Lakoff señalaba que los conservadores
habían logrado provocar un cambio social enmarcando correctamente sus
valores. Planificar con tiempo por delante, conceder becas, buscar buenos
trabajos… «Si quieres difundir tu visión del mundo, lo indicado es asegurarse
de que, para el largo plazo, tienes el equipo humano y los recursos
necesarios». Parece que, al fin, los llamados progresistas aprendieron la
lección de Lakoff.

Como señalábamos en el número 54 de La Marea, no era otra que Emily Bell,
profesora de la Universidad de Columbia, quien pedía «la transferencia de
riqueza de Silicon Valley» a los medios para que la profesión sobreviviera. ¿A
qué precio?
Al mismo tiempo, la Open Society está relacionada con el que fuera nombrado
decano de la Escuela de Postgrado de Periodismo de la Universidad de
Columbia, Steve Coll, pero que previamente fue director de la fundación New
America, un think-tank que ha recibido 4.2 millones de dólares de los fondos
del filántropo desde el año 2000, también de acuerdo al MRC. También, como
se desprende de su página, entre 2016 y 2017 recibió más de un millón de
dólares de la Open Society. Esta fundación fue criticada recientemente por
despedir a uno de sus académicos tras ser excesivamente crítico con el
monopolio que ostenta Google en una de sus investigaciones. Esta empresa,
junto a Apple, Microsoft, Facebook, Netflix y también la Open Society de Soros
aportaron fondos para su instituto de «tecnología abierta» entre 2016 y 2017. Y
no parece que estas inversiones en ideas carezcan de ánimo de lucro, pues
esta industria es una de las grandes apuestas de Soros. A finales de 2013, el
inversor volvió a incrementar su participación en Microsoft. LinkedIn,
Google, NetApp, Motorola u otras corporaciones tecnológicas componen la
cartera de Soros Fund Management, la cual gestiona 9.100 millones. En
concreto, sus negocios tecnológicos absorben el 26% de las inversiones del
magnate húngaro, como publicó Expansión.

Pese a que no sea una escuela de periodismo, la fundación New America sirve
para ilustrar la forma en la que la profesión periodística se pervierte mediante
los entramados de poder creados a través de las fundaciones filantrópicas.
Para más inri, en 2016, unos documentos filtrados revelaron que George Soros
había tratado de influir en los miembros de la Corte Suprema de los
Estados Unidos para obtener una decisión favorable en un caso clave sobre
inmigración. Según señala la nota, los miembros de la fundación pidieron
directamente a los medios que escribieran favorablemente para influir en los
jueces y defender la orden del expresidente demócrata Barack Obama.
Algunos de los miembros de la junta de la Open Society que son miembros de
dichos medios incluyen a la académica de la universidad Harvard y columnista
del Washington Post, Danielle Allen y, efectivamente, al citado Steve Coll.

La filantropía en la lucha entre izquierda y derecha del capital

En la batalla política estadounidense, Soros ha logrado presentarse con la


marca progresista abarcando con sus recursos buena parte del espectro
mediático de la izquierda. Así es que el multimillonario ha financiado una
amplia gama de medios o portales de noticias extremadamente críticos
con el capitalismo. Desde la fundación Pacifica, que a través de las ondas
radiofónicas extiende la retórica socialista-marxista de la lucha de clases y el
anticapitalismo, hasta fondos para documentales que llevan el lema de la
justicia social como estandarte y que fue fundado en 1996. Es precisamente
mediante ello como se conecta a la Open Society, junto con la Fundación Ford
y Carnegie, con el Democracy Now! de Amy Goodman. La relación también fue
denunciada por un centro de ideas conservador, como lo
es discoverthenetworks.org, impulsado por el think-tank David Horowitz
Freedom Center, quien en el año previo a las elecciones de los Países
Bajos donó 250.000 euros al candidato ultraderechista Geert Wilders.
En 2001, la fundación se convirtió en parte del Sundance Institute del actor y
director Robert Redford. Y, según el think-tank Capital Research Center, entre
1996 y 2008 Soros le asignó al menos 5,2 millones de dólares para la
producción de varios cientos de documentales con un contenido crítico con el
sistema capitalista que empapa la sociedad estadounidense. Otros ejemplos de
financiación de Soros son el Independent Media Center (IMC), que nació para
cubrir las manifestaciones de los movimientos antiglobalización contra la
Organización Mundial del Comercio en 1999, o
el Independent Media Institute, creado para dotar a las organizaciones de
izquierda de recursos para alcanzar sus «objetivos de justicia social». Todo
ellos lo explicaba la profesora Leah Lievrouw en su libro Alternative and Activist
New Media: la  plataformas como la IMC, que combinan el elitismo y la
tecnocracia con la visión contracultural de un sociedad más justa y abierta, ha
sido fundamental para el desarrollo de algunos proyectos de activismo.

Por otro lado, como señalábamos cuando citábamos los orígenes de la


procedencia de los datos sobre los fondos de la Open Society, los medios
ultraconservadores norteamericanos han acusado de forma reiterada a
George Soros de operar como gobernante en la sombra y haber fraguado
su fortuna a través de negocios de dudosa procedencia. Pero Soros también se
ha dedicado a financiar a grupos que analizan a los medios conservadores. Un
ejemplo es el Media Matters For America, al que durante varios años la Open
Society financió de manera indirecta, otorgando sus subsidios a través de otras
organizaciones respaldadas por Soros a este centro, que se define como
progresista y tiene el fin de «monitorear» y «corregir» información falsa de los
medios de comunicación conservadores del país. Algunos de esos
intermediarios eran la Fundación Tides, Democracy Alliance o el Center for
American Progress. Todos financiados por Soros de forma directa.

Uno de los proyectos del Media Matters For America fue el NewsCorpWatch,


creado gracias a una subvención de George Soros por valor de 1 millón  de
dólares. En esta ocasión, el filántropo lo justificó abiertamente: «En vistas de la
evidencia que sugiere que la retórica incendiaria de los presentadores de
Fox News puede incitar a la violencia he decidido apoyar a la organización,
uno de los pocos grupos que intenta responsabilizar a esta cadena por la
información falsa y engañosa que tan a menudo transmite. Estoy apoyando en
el Media Matters en un esfuerzo por publicitar más ampliamente el desafío que
plantea al discurso civilizado e informado en nuestra democracia».

La lucha que tiene entre ambas corrientes políticas de ningún modo exime las
crítica que se vierten hacia el filántropo desde líneas conservadoras: el
periodismo norteamericano ha dejado de ser tremendamente
partidista, como antaño, para ser el escenario de las distintas batallas entre
«la izquierda y la derecha del capital», como le llamara Corsino Vela. La
profesión hoy aspira a poco más que a hacer fact-checking al poder político,
tarea a la que también George Soros, junto con el fundador de Ebay Pierre
Omidyar, destinó 500.000 dólares en Reino Unido. ¿Pero quién hace fact-
checking al poder económico?
Todo estos sucesos fueron resumidos por Chris Edges en La muerte de la
clase liberal: «El capitalismo fue entendido una vez por los trabajadores como
un sistema donde luchar, pero el capitalismo ya no se desafía. Los hombres
como Warren Buffett, George Soros y Donald Trump ahora percibidos como
sabios, simples famosos o populistas en el peor de los casos. Pero es una
lealtad equivocada, la división en Estados Unidos no es entre republicanos y
demócratas, sino entre las corporaciones capitalistas y los trabajadores».

La dependencia del dinero privado como única alternativa a la crisis del


periodismo

Las actividades filantrópicas de Soros ilustran a la perfección cómo se fomenta


la dependencia del capital privado en la industria periodística. Así se explica
que la beca más grande entregada entre 2005 y 2009, de casi 16 millones de
dólares, fuera a parar al Media Development Loan Fund, Inc. (MDIF), el único
fondo de inversión global del mundo para medios de comunicación
independientes. El MDIF ofrece financiamiento y asistencia técnica para
negocios independientes de noticias e información ayudándoles a ser
financieramente sostenibles. «Invertimos en medios que ofrecen las noticias, la
información y el debate que las personas necesitan para construir sociedades
libres y prósperas». Los más de 164 millones de dólares que ha invertido el
fondo en 113 negocios de noticias independientes en 39 países de todo el
mundo desde 1996 habla bien de que la crisis del periodismo, en lugar de
solventarse mediante fondos públicos, debe afrontarse mediante inversores
que ofrecen planes privados de riesgo.

De esta forma, los medios se encuentran obligados a participar en un


ecosistema mediático hipercompetitivo, pero siempre bajo una determinada
forma de ver el mundo, liberal o conservadora, alejado del intereses público y
reflejando los intereses privados de quien les financia. Una conclusión a la que
llegaron las principales fundaciones del país en 2011, durante una conferencia
en Nueva York que reunió a una serie de fundadores de empresas de medios.
Allí se puso de manifiesto que, dada la falta de apoyo comercial y
gubernamental, las fundaciones tenían «una gran responsabilidad cívica para
encontrar soluciones a la crisis del periodismo». Lo explicaba en
un trabajo académico el sociólogo de la Universidad de California en Berkley
Rodney Benson, donde señalaba que los medios han quedado atrapados
entre el fracaso del modelo de negocio periodístico y la ideología
neoliberal, que rechaza ofrecer una respuesta pública a dicha crisis. «Los
reformistas decididos a restaurar la edad de oro del periodismo de servicio
público de los Estados Unidos han recurrido a la filantropía para salir del
atolladero», apuntaba Benson. Este es quizá uno de los grandes problemas
que supone la filantropía para el periodismo: verse obligado a recurrir al
mercado para sostener económicamente un derecho como la libertad de
expresión, recogido en la primera enmienda de la Constitución estadounidense.

La corrupción y perversión del debate «público»

Por ello, lejos de ver la filantropía de Soros desde la teoría conspirativa de la


nueva o la vieja ultraderecha, como las críticas que ha recibido de Breibart con
el fin de buscar un enemigo común contra la ideología liberal, se trataría de
verlos en otros términos. Por ejemplo, de la misma forma que señalaba el
profesor emérito de la London School of Economics (LSE) Leslie Sklair sobre el
motivo por el que Soros ha destinado tanto dinero en invertir en medios de
comunicación de todo el mundo: «los filántropos corporativos representan el
impulso de las relaciones públicas de la nueva clase capitalista transnacional».

De este modo, al mismo tiempo que financia a los medios de comunicación


para que informen de manera libre sobre la actividad política, Soros otorga
cuantiosas sumas de dinero a partidos políticos de forma directa o
indirecta para avanzar en su agenda. En 2004 destinó cerca de 27 millones de
dólares en apoyar agendas contrarias al presidente Bush y posteriormente
transfirió directamente ocho millones a la campaña de Hillary Clinton, junto al
millón que donó a la Fundación Clinton. Ello explica el motivo por el que la
antigua secretaria de Estado presionara en su momento en favor de los
intereses de Soros, como publicó esta revista en relación a los correos
electrónicos filtrados por Wikileaks.

Esta especie de corrupción de la esfera pública habermasiana que lleva a cabo


el dinero privado de filántropos mientras dicen salvarla mediante el periodismo
libre se ilustra perfectamente con algunos ejemplos concretos. En el año 2009,
George Soros propuso a través de Project Syndicate una iniciativa para que los
países desarrollados crearan una especie de «fondo verde» para combatir
el cambio climático en los países en desarrollo mediante la inyección de
miles de millones del Fondo Monetario Internacional (FMI) para proyectos
agrícolas. La cuestión era de interés para el filántropo puesto que uno de sus
fondos tenía más de 200 millones de dólares en Adecoagro, participación que
vendió en 2017, una compañía cuya domiciliación legal se encuentra en
Luxemburgo. Adecoargo posee cientos de miles de hectáreas de tierras de
cultivo en América del Sur y se beneficiaría enormemente de dicha iniciativa.

Una visión favorable al medioambiente que bien puede cambiar según sus
intereses lo requieran. Si bien Soros ha incrementado sus inversiones
multimillonarias en empresas estadounidenses y extranjeras que extraen
petróleo y gas, también defendió una propuesta del gobierno de Barack Obama
para emplear el gas natural como un combustible menos intensivo en
carbono con el fin de tender hacia un «futuro de energía limpia». Dicha medida
gubernamental ofrecía grandes  incentivos a Westport Innovations, una
compañía que convierte motores diésel para el uso de gas natural y es
parcialmente propiedad de uno de los fonos de Soros, como señalaba The
Street.

En resumen, Soros le enseña al periodismo una lección importante: la industria


tiene futuro siempre que la billetera de los filántropos esté abierta. Pero la
concepción de ‘sociedad abierta’ apoyada por el filántropo es una sociedad
dependiente del dinero corporativo. Una interpretación bastante peculiar de
aquella idea expuesta precisamente por Karl Popper en el segundo tomo de La
Sociedad abierta y sus enemigos: «Si estamos en silencio, ¿quién hablará?».
Ahora todos los medios tienen la capacidad de hablar, pero no de lograr
cambios de calado, puesto que quienes corrompen el sistema democrático
son los mismos que financian la profesión que debe soportarlo; el
componente crítico del periodismo se diluye ante la hegemonía cultural
dominante, como revelan los Papeles del Paraíso. Lo resumía a la perfección el
escritor Martín Caparrós cuando hablaba precisamente de dicha filtración: «El
periodismo es un engranaje necesario de este juego hipócrita: el que obliga a
los gobiernos a decir, cada tanto, ‘Oh, qué sorpresa, aquí se roba’, y hacer
como si fueran a hacer algo». Solo que el mercado ya ha superado a los
gobiernos. El periodismo, inmerso en una crisis eterna, se encuentra en
tierra de nadie batallando contra unos gigantes que no parecen ser otra cosa
que molinos de viento. Como le ocurría al Don Quijote dibujado hace siglos por
Cervantes.
Open Society: ¿derechos humanos y
democracia o ingeniería social
neoliberal? (y 2)
George Soros. Fundación Soros

"Mientras los medios creen que su


independencia particular no se ve afectada
porque un filántropo financie sus actividades,
cada vez se encuentra más presente en el
imaginario colectivo que colocar determinados
temas sobre el foco público dependa de la
generosidad privada".
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Ekaitz Cancela
02 junio 2018
Una lectura de 14 minutos
Una vez derribado el muro de Berlín, el capitalismo se convirtió en el sistema
de producción imperante a nivel mundial. Aquellas cuestiones nacionales que
preocuparon a filántropos como Henry Ford o John D. Rockefeller durante el
periodo comprendido entre1910 y 1940 pasaron a tener una relevancia
mundial. Como las intituciones para dar forma al nuevo orden internacional aún
estaban en desarrollo incipiente, la iniciativas filantrópicas cubrieron ese vacío
haciendo coincidir las políticas globales con los intereses estadounidenses. La
democracia y los derechos humanos tan solo fueron máscaras bajo las que el
orden mundial yanqui trataba de recluir el fantasma del comunismo a los
confines más profundos del pensamiento.

Digamos que los países europeos corrían el riesgo de volver al redil comunista
y, se creía, había que inmunizarles. Para ello fue necesaria la producción y
reproducción incesante de un tipo de conocimiento que legitimara esta
hegemonía cultural dominante en el nuevo orden social. Bajo la farsa aún
presente de establecer una verdadera sociedad abierta fue fundada la
Open Society. Aunque para entender la labor que jugó desde sus inicios la
fundación que en la actualidad participa de forma activa en 60 países quizá
fuera conveniente recordar aquella descripción que alguien hiciera sobre
George Soros en 2012: «[Es] el agente catalítico que ayudó a derrocar
definitivamente a los gobiernos comunistas tras la caída del telón de acero».

De Karl Popper a George Soros

El científico político de la Universidad de Sussex, Kees van der Pijl, narraba en


una ocasión que Soros creó la Open Society «como un vehículo para que la
sociedad civil del antiguo bloque soviético fuera transformada en líneas
neoliberales con el fin de socavar cualquier protección social restante que
pudieran imponer los Estados». Así, las grandes sumas de dinero
desembolsadas a grupos de la oposición en esa transición hacia una sociedad
capitalista convirtieron al filántropo en un elemento clave en la resistencia al
golpe comunista de 1991 contra Gorbachov. Concretamente, un total de 30
millones fueron invertidos entre la creación de la fundación en 1984 y la caída
del muro de Berlín en donaciones académicas o en apoyo a grupos de la
oposición, como fue el caso de Carta 77 una declaración que pedía a los
dirigentes de la antigua Checoslovaquia unirse a los principios a los que se
habían comprometido tras ratificar la Declaración de la ONU sobre los
Derechos Humanos. La ruptura del bloque soviético, como databa van der Pijl
en Transnational Classes and International Relations, incrementaría los
subsidios anuales de la fundación hasta los 300 millones.

Tal era el momento de júbilo entonces que los ambiciosos tentáculos de Soros
trataron de rodear a Russia Today para evitar la llegada de Vladimir Putin al
poder. El capitalista suele mostrarse reacio a reconocer las conexiones que
trató de crear durante los días del idealismo ruso y las protestas en la calles
de Moscú, pero le delatan sus propias declaraciones, recogidas por Anna
Porter en Buying a Better World: George Soros and Billionaire Philanthropy:
«Cuando pienso en Russia Today, el tiempo y la energía, el dinero que gasté
aparentemente en vano…». Sirva la anécdota para prestar atención a la
cuestión de cómo un inmigrante húngaro de origen judío, un supuesto outsider,
llegó a participar de manera tan influyente en la transformación neoliberal de
los países postsoviéticos.

El sociólogo Nicholas Guilhot, autor de un trabajo llamado Reformando el


mundo: George Soros, el capitalismo global y la gestión filantrópica de las
ciencias sociales escribe que todo comenzó cuando el padre de Soros logró
documentos falsos para su familia, lo que significó su supervivencia durante la
invasión de las tropas nazis en Budapest durante marzo de 1944 y enero de
1945. Posteriormente, el padre de Soros se convirtió en asesor de la embajada
suiza y comenzó a representar los intereses de Estados Unidos, motivo
principal por el que su hijo acabó logrando una plaza para estudiar en la
London School of Economics (LSE), donde forjó buena parte de su
pensamiento.

Esta escuela fue fundada en 1895 en oposición tanto a la aristocracia de


‘Oxbridg’ [sobrenombre con que se conoce a las universidades de Oxford y
Cambridge] como a la doctrina individualista del laissez-faire. Sin embargo, las
ideas de la corriente económica de la escuela austriaca penetraron fuertemente
en el esqueleto de la institución con la llegada de un pensador de la talla de
Friedrich Hayek, quien encontró posteriormente en el filósofo Karl Popper un
gran compañero de viaje con el que comenzar la hazaña de crear un plan
para reconstruir la supuesta hegemonía liberal perdida en
Occidente. Ambos publicaron sus obras de referencia en 1944, convirtiéndolas
en un manifiesto para el movimiento neoliberal, y participaron durante 1947 en
la creación de la Sociedad Mount Pelerin, diseñada para promover sus ideas
por todo el globo.

George Soros entró en escena cuando se convirtió en alumno de Karl Popper


durante su tiempo en la LSE. El filósofo le influyó hasta el punto de que su gran
obra, La sociedad abierta y sus enemigos, terminó siendo el nombre que le
otorgaría a su fundación, la Open Society. Pese a que su visión sobre el
mercado naciera en los muros de esta universidad, el filántropo ha tratado
siempre de trasladar una imagen hereje, como si estuviera en contra del
fundamentalismo económico imperante, y ofrecer un rostro progresista. En el
Foro de Davos de 2012 incluso llegó a expresar que era un «traidor» de su
clase.

Siguiendo esta línea, tras el colapso financiero de 2008 denunció la idea de


que los mercados se autocorrigen. Todo ello había llevado, en palabras de
Soros, a una expansión masiva del financiamiento de la deuda, lo cual culminó
en hipotecas de alto riesgo que personificaban la mentalidad de dinero fácil y
que estuvieron en la raíz del desastre. «Esta creencia se convirtió en el credo
dominante. Lo cual condujo a la globalización de los mercados, su
desregulación y el uso posterior de la ingeniería financiera». Como ilustramos
en el anterior artículo, esta ha sido empleada por Soros para minimizar su
aportación al fisco gracias a su fundación filantrópica. El banquero
anarquista de Fernando Pessoa parece una historia propia de aficionados en
comparación con este especulador progresista.

Este particular contexto histórico describe a un personaje que maquilla una fe


impertérrita en un mercado libre de toda atadura estatal con una tendencia a
instrumentalizar las instituciones políticas y nos permite entender la forma en la
que Soros trata de usar la filantropía como forma de organizar la sociedad.

La verdadera filosofía de la Open Society

La obsesión de George Soros con la lucha de clases debió de ser aún más
sorprendente para Eric Hobsbawm, uno de los grandes historiadores marxistas
del siglo XX. Según señala en How to Change the World, el filántropo le
preguntó durante un almuerzo qué pensaba de Marx: «Sabiendo cuánto
diferían nuestros puntos de vista, quise evitar una discusión, así que di una
respuesta ambigua». «Ese hombre», le insistió Soros, «descubrió algo sobre el
capitalismo hace 150 años que debemos tener en cuenta». Sin embargo, la
lección sobre materialismo histórico que aprendió el filántropo se asemejaba
más a la crítica de Marx que hizo el mismo Karl Popper para defender su obra:
«Lo que necesitamos no es holismo. Necesitamos establecer una ingeniería
social de forma gradual y caracterizada por medidas parciales, no decisiones
sistemáticas tomadas en un período de tiempo reducido». Al contrario de los
exponentes del nuevo marxismo de la Escuela de Frankfurt, Popper
reivindicaba que eran las sociedades abiertas las únicas capaces de
conservar la crítica. Estas eran civilizadas, decía, porque pueden dedicarse a
la búsqueda racional de la verdad científica de manera objetiva, garantizada
esta por la competencia entre científicos y la discusión libre.

Según la herencia reivindicada por Soros, la ingeniería social requiere de la


transformación progresiva de la sociedad en líneas neoliberales. Se trata de
superar la lucha de clases en favor de un reformismo tecnocrático y de
externalizar después la tarea de dar forma a la gobernanza a los científicos
financiados por este. En este sentido, para Soros la filantropía es solo un
instrumento que se enfrenta a los dos obstáculos que supuestamente impiden
hacer realidad la utopía del capital global: los «fundamentalistas del mercado»
y los «activistas antiglobalización». En contra del primer grupo, el filántropo
presenta siempre en sus libros e intervenciones públicas la necesidad de
regular la economía global a fin de garantizar su sostenibilidad y minimizar
sus contradicciones inherentes. Contra el segundo grupo, el desafío para Soros
es asegurarse de que las nuevas áreas que plantean una regulación del
sistema global, como los derechos humanos, las cuestiones de género o la
protección del medio ambiente, no pongan en tela de juicio la globalización
económica, sino que, por el contrario, la protejan.

Lejos de oponerse al cambio social, señalaba el historiador Peter Dobkin Hall


en un trabajo sobre la Fundación Rockefeller, los filántropos promovieron
soluciones reformistas que no amenazaban la naturaleza capitalista del orden
social, sino que constituían una «alternativa privada al socialismo», uno
similar a aquel socialismo conservador criticado por Karl Marx y Friedrich
Engels en el Manifiesto Comunista. Esto significa que más allá de intentar
frenar los excesos de la globalización económica, los esfuerzos de Soros tratan
de institucionalizarlos, crear su propio orden autoregulador y establecer los
límites de un proyecto reformista para preservar los intereses económicos de
su clase. En otras palabras: confinar la reforma social dentro de los parámetros
del orden económico y geopolítico existente.

Al intervenir en las áreas problemáticas donde la globalización es


potencialmente desafiada, explicaba en otro libro llamado Creadores de
democracia el sociólogo Nicholas Guilhot, la filantropía de Soros «contribuye al
desarrollo de visiones alternativas de la globalización, pero también da
forma a las estrategias y modelos a los que las críticas de la globalización
deben conformarse para poder ser escuchadas».

Los derechos humanos y la democracia como ‘política del capital’

Aquí es donde juegan un papel capital las nociones de democracia y derechos


humanos que constituyen buena parte de los focos en los que se centran las
iniciativas de Soros, incluidas las concernientes al periodismo. Guilhot resumía
que después de la Segunda Guerra Mundial la lucha por los derechos humanos
se convirtió en la forma que adoptaba el discurso hegemónico para luchar
contra el comunismo. Por otro lado, señalaba, la democratización se convirtió
en una «política del capital». Estas iniciativas formaron parte de un proceso de
ajuste a los nuevos requisitos del capital, que solicitaba sociedades abiertas y
estados plenamente integrados en el sistema internacional. «La democracia y
los derechos humanos, una vez armas para la crítica del poder, se han
convertido en parte del arsenal del poder mismo».

Así se entiende la visión de Soros de la democracia, la cual no surge


simplemente como un producto del desarrollo histórico de las sociedades, sino
más bien como una idea que debe defenderse y promoverse a través de
los medios modernos de comunicación, las instituciones académicas o las
organizaciones de la sociedad civil. En palabras de nuevo de Karl Popper en el
segundo tomo de su famosa obra, «aunque la historia no tiene fines, podemos
imponerle los nuestros; y aunque la historia no tiene ningún significado,
podemos darle uno».

Según los datos que la propia Open Society ha entregado a La Marea, desde
2012 la fundación ha otorgado cerca de 12 millones de euros en
subvenciones solo en la Unión Europea* a organizaciones que transmiten o
publican noticias sobre estas cuestiones, entre los que destacan varias
fundaciones y medios españoles. A falta de datos más completos, la Fundación
Open Society explica que en 2017 concedió 108.000 euros a Alter-
Medias, organización con sede en Francia, para el desarrollo de
investigaciones colaborativas sobre corporaciones multinacionales a nivel
europeo. Por su parte, Desalambre, la sección especializada en derechos
humanos y migraciones de eldiario.es recibió 98.000 euros para un proyecto de
dos años. El subdirector de esta publicación Juan Luis Sánchez -que ha
colaborado con la rama europea de la OSF- explicó en este post cómo esta
cantidad ha ayudado a financiar la cobertura de dicha sección y que la cantidad
apenas «representa el 1,5% de los ingresos» de dicho diario.

Por otro lado, el grupo belga EU Observer recibió 45.000 euros para seguir las
elecciones francesas mediante trabajos de investigación que pudieran
llegar a audiencias más amplias. Otro grupo establecido en Alemania,
el Krautreporter eG, también se benefició de 42.500 euros simplemente para
que pudiera ser sostenible en 2018. Por último, la fundación concedió a la
Asociación del Centro de Prensa de Roma, pero con sede en Hungría, una
subvención de 21.000 euros para su desarrollo institucional a corto plazo y
estabilizar la organización para que fuera más resistente a largo plazo.

Como señala una portavoz de la fundación, «la Open Society no financia a los
medios masivos, pero sí contribuye con fondos limitados (junto con muchos
otros financiadores) a algunos sitios web de noticias en línea en partes de
Europa Central y Oriental, como el único sitio web que cubre asuntos romaníes
en Europa (Romea.cz)». Lo hace a través de una iniciativa establecida en 2013
con el fin de «contribuir al establecimiento de democracias más entusiastas y a
la legitimidad de éstas mediante el apoyo a activistas y la sociedad civil».

Digamos que mientras los medios creen que su independencia particular no se


ve afectada porque un filántropo financie sus actividades, como señalábamos
en el anterior artículo, lo cierto es que cada vez se encuentra más presente en
el imaginario colectivo que colocar determinados temas sobre el foco público
dependa de la generosidad privada. Se une el problema que supone haber
convertido a nivel global los derechos humanos, la democracia, o cualquiera
de las otras áreas en la que Soros invierte, en conceptos hegemónicos en el
sentido analizado por Guilhot: «Tienen la forma de universalidad pero, al mismo
tiempo, se prestan a ser instrumentalizados por intereses particulares y
objetivos de seguridad nacional».

El profesor de Derecho de la Universidad de Minnesota Garry W. Jenkins, en el


libro Who’s Afraid of Philanthrocapitalis?, iba más allá a la hora de denunciar la
financiación hacia este tipo de organizaciones mediáticas. Preocupado
porque el modelo de filantropía privada y los valores
democráticos pudieran chocar, señalaba que «los filantrocapitalistas más
ambiciosos están llevando a cabo proyectos centrados en abordar la pobreza
mundial, la educación, el terrorismo, las cuestiones medioambientales y la
democracia, todos profundamente relacionados con asuntos que podríamos
considerar como gubernamentales”.

De esta forma, los medios de comunicación contribuyen a personificar el aviso


que realizara el filósofo francés Michel Foucault al señalar que si bien los
derechos humanos han surgido como un arma contra todas las formas posibles
de dominación y poder, existe el riesgo de «reintroducir una doctrina dominante
bajo el pretexto de presentar una teoría o política de los derechos humanos».

Una falsa dicotomía

Otro de los campos cruciales señalados por Nicholas Guilhot en la


investigación previamente citada sobre el rol de la fundación de George Soros
en la promoción de la democracia y los derechos humanos es la Universidad
Centroeuropea (CEU), la cual se estableció en 1991 en Budapest
para «ayudar a educar a un nuevo cuerpo de líderes». La universidad, que
en 2017 recibió cerca de 90.000 euros fruto de las becas que Soros destina
específicamente a Hungría, también desarrolla sus investigaciones y proyectos
en las principales áreas temáticas de la globalización: la ecología tuvo cabida
desde el principio en el departamento de Ciencias Ambientales; los derechos
humanos fueron un foco importante del departamento legal; y también esta es
la única universidad en Europa del Este con un departamento de Estudios de
Género. En un trabajo sobre la ambivalencia de la filantropía privada, la
profesora de la Universidad de Georgetown Evelyn Brody señalaba:
«Esperamos que los hombres ricos sean generosos con su riqueza, pero no
cuestionamos sus motivos, deploramos los métodos por los cuales obtuvieron
su abundancia y evitamos preguntarnos si sus dinero no hará más daño que
bien».

Aunque, al parecer, ello incomoda únicamente a Viktor Orbán, el primer


ministro húngaro que, ha obligado a la Open Society Foundations a trasladar
sus operaciones y personal internacional con sede en Budapest
paradójicamente a Berlín. «La idea [de Soros] es la de que los Estados
europeos se vuelvan irrelevantes. Si no defendemos a Europa, el continente no
será más la Europa de los ciudadanos que vivimos en él, sino que servirá para
cumplir los sueños de algunos grandes empresarios, de activistas
transnacionales y de funcionarios que nadie eligió», señaló con un tono
populista quien ha establecido políticas prefascistas en materia de
refugiados.

La Comisión Europea (CE) tomó cartas en el asunto mediante un comunicado


de su vicepresidente primero, Frans Timmermans: «La sociedad civil constituye
el tejido mismo de nuestras sociedades democráticas; sus actividades no
deberían ser objeto de restricciones injustificadas». Sin embargo, Timmermans
equiparaba de esta forma la sociedad civil con los proyectos filantrópicos de
Soros. Esto es relevante si tenemos en cuenta que es el presidente de un
grupo donde 28 Estados solo lograron ponerse de acuerdo en 2015 para
establecer un sistema de cuotas para la llegada de refugiados, y no un
mecanismo permanente para el reparto de los demandantes de asilo mediante
la creación de rutas de llegada legales y seguras. Y más aún si nos fijamos en
un documento de la Open Society de 2016, cuando la fundación abogaba
por «aceptar la crisis actual como la nueva normalidad» e ir «más allá de la
necesidad de reaccionar». Se referían a producir bases de evidencia para
soluciones políticas, ese proceso tecnocrático heredado de Karl Popper que
suele obviar algo muy básico: la llegada de personas que escapan de una
guerra responde a una crisis humanitaria y de civilización que no puede
aguantar a que el sistema sea reformado de manera prolongado en el tiempo.

Volviendo al asunto, lo inquietante es que Viktor Orbán asistió a Oxford con


una beca financiada por Soros. El filántropo también fue uno de los principales
patrocinadores financieros del Fidesz (Unión Cívica Húngara) que Orbán fundó
junto con otros líderes estudiantiles en 1998, momento en el que eran
favorables a la democracia. Incluso proporcionó financiación para un grupo
llamado Black Box que hizo un documental sobre Orbán.

Pero ha llegado un punto en el que las inversiones educativas y científicas


como motor de transformación de las sociedades postsoviéticas chocan
frontalmente con los intereses de uno de los gobernantes más autoritarios de
la Unión Europea. Como lo decía Grigory Yavlinski, acérrimo defensor del
liberalismo económico, cuando criticaba en 1998 el «falso capitalismo de
Rusia» con una frase del mismo George Soros: en el proceso de privatización,
primero «los activos del Estado fueron robados, y cuando el Estado mismo se
volvió valioso como fuente de legitimidad, también fue robado». Podría
fácilmente intercambiarse el sentido para observar lo que a Viktor Orbán le
preocupa de la ingeniería social de Soros.

Los planes norteamericanos para luchar contra el comunismo durante la


Guerra Fría han desembocado en sociedades cada vez más autoritarias y
arraigadas a la identidad nacional, cuyos líderes ahora dudan de la estrategia
de promover la ideología de la globalización mediante las ciencias sociales.
Fruto de ese mismo proceso de globalización, las jerarquías en el orden social
existente siguen creciendo, los recursos cada vez se encuentran más limitados
para un número mayor de personas y las democracias liberales —que
apostaron por la mano invisible de las corporaciones privadas para construirse
— se diluyen en la mitad de los países de Occidente. Tampoco los derechos
humanos encuentran una manera de ponerse en escena más allá de tibias
declaraciones políticas.
En definitiva, el sistema de gobernanza neoliberal no ha dado lugar a
sociedades abiertas, ni a democracias consolidadas, sino a aquellas que
anteponen las consideraciones del mercado y el libre flujo de capital al
compromiso con los derechos humanos y la libertad de movimiento. Lo resumía
perfectamente The Economist en un artículo del año 2000: «La democracia
pierde, el capitalismo que no entiende de fronteras gana». Cabría preguntarse
si contraponer esta idea al nacionalismo xenófobo no nos lleva a un callejón
sin salida. Viktor Orbán ha elegido la segunda opción para asegurar los
muebles en casa, una opción que han escogido muchos otros Estados. Y
seguirán haciéndolo mientras la alternativa al autoritarismo reaccionario sea
únicamente la ingeniería social neoliberal.

La problemática fundamental que esconden todas estas iniciativas filantrópicas


es que se desvanece la política, si esta se entiende como expresión de la
voluntad popular. El concepto democracia se diluye al tiempo que lo
reivindican gestores privados que solo tratan de avanzar en los intereses de
una clase global cada vez más reducida. Lejos de servir a alguna suerte de
revitalización democrática, el periodismo contribuye a ello con la excusa de que
la crisis requiere explorar nuevas fuentes de ingresos.
La renovación de la clase
dominante: de George Soros a
Google (y 3)
Esa es la clave del mito de la tecnología
presentado por la clase poseedora: debatimos
sus utilidades, como quienes tratan de emplearla
para “optimizar el periodismo”, pero no
cuestionamos que se encuentren en las manos
privadas de un gueto económico llamado Silicon
Valley.
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Ekaitz Cancela
16 agosto 2018
Una lectura de 15 minutos

Aquel capitalismo financiero con el que George Soros hizo su fortuna gracias a


la especulación está siendo llevado a nuevos límites, en buena medida gracias
a las renovadas lógicas neoliberales impuestas por las corporaciones
de Silicon Valley, quienes a pesar de todo aparecen como las salvadoras de
un sistema que parecía haberse consumido a sí mismo después de la crisis de
2008. A día de hoy, no se trata únicamente de especular con activos
financieros a los que sacar rentabilidad mediante una amplia cartera de
inversión, sino que gracias a las tecnologías de la información es posible
introducir las finanzas de manera aún más creativa en el día a día de las
personas para extraer valor de quienes las utilizan. Ello ha convertido al mundo
en una suerte de casino a la espera de que en no más de cinco años las
adquisiciones en tecnología de los fondos de inversión de gran pelaje logren
disrumpir nuevas industrias para devolver rentabilidad a estos mismos,
quienes a su vez acumulan buena parte de la riqueza mundial.

En efecto, estos sucesos también han alterado las normas culturales impuestas
por la clase dominante. Antaño todas esas ideas y creencias construidas, por
ejemplo, mediante la financiación de las ciencias sociales por parte de
fundaciones filantrópicas, como la Open Society, como señalamos en
otros artículos, e incluso mediante el apoyo a medios de comunicación con el
fin de que colocaran el foco en temas que no alteraban de ninguna forma la
estabilidad del capitalismo, sino que lo reforzaban. Ahora las construcciones
sociales artificiales, lo que se denomina hegemonía cultural, se dan de
manera mucho más pura. Esa es la clave del mito de la tecnología presentado
por la clase poseedora: debatimos sus utilidades, como quienes tratan de
emplearla para “optimizar el periodismo” , pero no cuestionamos que se
encuentren en las manos privadas de un gueto económico llamado Silicon
Valley. Bajo el mantra de la innovación tecnológica, ello ha dado lugar a
la privatización de las imprentas tradicionales. Google, o en su defecto
Facebook, controlan toda la infraestructura material sobre la que se desarrolla
la sociedad, una asentada sobre la información y las comunicaciones. Gracias
a este desplazamiento hacia la red, una imprenta digital y privada establece
las reglas de juego de los medios.

Gracias a este contexto, tal vez sea más sencillo entender por qué el magnate
húngaro afirmó durante el último Foro de Davos que “las redes sociales están
induciendo a la gente a renunciar a su autonomía. El poder para determinar y
manipular la atención de las personas se está concentrado cada vez más en
las manos de unas pocas empresas”. Ello, siempre según Soros, amenaza
aquello que John Stuart Mill denominara la “libertad de pensamiento”.
Como señaló  Soros en un artículo publicado inicialmente en Project Syndicate,
espacio para el pensamiento progresista que la OSF financia, “las mineras y
petroleras explotan el entorno físico; las redes sociales explotan el entorno
social”. En términos menos neutros: una base material asentada, lo que llamo
un “ecosistema de conocimiento”, administrado por las corporaciones
tecnológicas.

Al parecer, este antiguo especulador ha descubierto cómo funciona el


“capitalismo tecnológico ampliamente financiarizado”, esto es, ahí donde la
tecnología y las finanzas convergen para explotar aún más a los individuos, así
como la manera en que este despliega a día de hoy su hegemonía, pues este
sistema asentado en la vigilancia la hace efectiva con cada click del usuario.
De hecho, ambas cuestiones han sido presentadas por George Soros como
sucesos aleatorios o naturales, que comienzan y terminan en Silicon Valley, en
lugar de como un capitalismo cuyas contradicciones profundizan aún más
aquel que este inversor lleva décadas alimentando. De este modo, Soros
también formula el posicionamiento que la ‘izquierda’ debería adoptar ante esta
bifurcación entre democracia y capital, algo así como un “tengamos un debate
racional sobre por qué merece la pena salvar al capitalismo”. 

La burbuja puntocom, “malos tiempos” para George Soros


Como ilustraba un análisis monetario de la CNN, pese a que en una ocasión el
filántropo húngaro fuera apodado “el hombre que rompió la libra” después
de que apostara 10.000 millones de dólares contra ella, en los últimos años ha
fallado varias veces a la hora de observar las tendencias del sistema
financiero. Por ejemplo, cuando alertó de un posible colapso bursátil global en
1987, o siete años después, en febrero de 1994, al perder Quantum, fondo
principal del mayor grupo de inversión de fondos de cobertura del mundo, 600
millones de dólares en un día debido al yen. Ahora bien, como narró la
revista El Tiempo, si algo ha resultado ser su “batalla de Waterloo”, estas han
sido las acciones de tecnología.

Un año antes de que diera comienzo el nuevo milenio, Soros apostó contra


Internet creyendo que acertaría la hora en que la burbuja explotaría. Entonces
no sabía que el mundo, cada vez más interconectado por fibras de banda
ancha y bits, era un lugar completamente distinto al de finales de los años
sesenta, cuando aún se movía como pez en el agua en el mercado, esperando
sus cambios y acertando sus tendencias para luego llevar a cabo inversiones
macro. Todo comenzó cuando los fondos de inversión del magnate
compraron acciones de tecnología y biotecnología, apurando demasiado la
progresiva muerte de la llamada “vieja economía” y vendiendo a precio
reducido en la bolsa de valores algunas de las acciones más antiguas que sus
fondos tenían en sus carteras, como las de las compañías Goodyear y Sears.
Fue a las 7 de la mañana del 18 de abril, cuando solo en ese año Quantum
llevaba perdido un 21% de su inversión en operaciones como estas, Stan
Druckenmiller, mano derecha de George Soros, reconoció sus errores y
presentó la dimisión. Por su lado, Soros vendió buena parte de sus acciones,
su fondo cambió su nombre a Quantum Endownment Fund, estableció una
estrategia financiera más segura y el especulador se centró en continuar con
sus labores en la filantropía.

Este sucinto ejemplo sirve para ilustrar cuál fue el primer encontronazo de
George Soros con las empresas de internet. Y, desde luego, el problema no
era que supusieran un problema para la democracia, sino que perdió 700
millones de dólares apostando a la caída de sus acciones en el mismo instante
en que Amazon.com –que se convertiría en el nuevo gigante del comercio
electrónico del siglo XXI- o Yahoo alcanzaban sus máximos históricos.
Independientemente de si la nueva economía existió en algún momento, o si
fue una gran burbuja creada por oportunistas, la transformación de la estructura
económica era una realidad antes de la llegada del nuevo milenio.

También, gracias a la agenda neoliberal implantada durante décadas, aquella


de la que había bebido George Soros desde sus años en la London School of
Economics (LSE), cuando fue aprendiz de Karl Popper, internet se convirtió en
un nuevo medio de producción, basado en extraer valor de las
comunicaciones que  lugar en todo el planeta. Una cifra para comprenderlo
mejor: algunos años después del desliz de los fondos de Soros, en 2017, los
ingresos combinados
de Apple (hardware), Microsoft (software), Amazon (logística) Google y Face
book (publicidad) fue de 650.000 millones de dólares. A día de hoy, poco
queda del boom de las empresas puntocom, pues son estas cinco empresas
quienes proveen la mayoría de servicios en la nube, un mercado que controlan
en situación de monopolio.

Ciertamente, este suceso no pasó inadvertido ni mucho menos para dos de los
inversores más poderosos del mundo: Warren Buffet y George Soros. Si el
primero aumentó recientemente un 23% su cartera de acciones en Apple,
hasta 165,33 millones de títulos, acercándose su valor a los 28.000 millones de
dólares (22.417 millones de euros), el segundo anunció su salida del capital
de Facebook, compañía en la que al cierre del tercer trimestre de 2017
mantenía 109.451 acciones y hace un año 639.686 títulos. Ahora bien, las
preocupaciones de Soros sobre los efectos nocivos de las redes sociales no
parecen ser tan grandes como su interés por generar rentabilidad. Un rápido
vistazo al fondo de este magnate nos muestra una participación de 141.800
acciones en Snap, empresa matriz de Snapchat, ahora en propiedad de
Facebook, cuya valoración al precio actual alcanzaría los 2,85 millones de
dólares (2,3 millones de euros).

No obstante, y yendo un paso más allá, en este presente momento histórico,


más que inversores de capital de riesgo, son grandes fondos de inversión
vinculados a gobiernos no occidentales, como los de Singapur, China o
Japón, quienes tienen billones para invertir en las empresas de tecnología de
otros países. Ello también explica por qué Soros dijo en Davos que “los
propietarios de las grandes plataformas tecnológicas se consideran a sí
mismos los dueños del universo, pero en realidad son esclavos de su
posición dominante”. Contra el globalismo pregonado por Soros, aquel
iniciado tras la Guerra Fría, cuando el gobierno de Estados Unidos llevó a cabo
una fuerte inversión en tecnología para asegurar su supremacía respecto a
Rusia en dicha contienda historia, estos gobiernos asiáticos utilizan para sus
propios intereses nacionalistas a las empresas tecnológicas surgidas de
entonces, y no sólo a las procedentes de Silicon Valley, sino a sus
competidoras en el resto del planeta. De este modo consiguen retornos
constantes de dinero derivados de sus acciones en estas firmas. Ahora bien,
¿cómo se expresan estas turbulencias en la economía global en los medios
de comunicación? 

Partamos de Evgeny Morozov, un intelectual que escribió su primer libro en


2011, el cual le convirtió en una de las voces más autorizadas en el mundo
sobre la tecnología. En realidad, dicha obra fue escrita gracias a la
financiación del instituto de la Open Society en Nueva York, de cuyo
Programa de Información además fue director, como acreditó en dos debates
sobre “las libertades en la era de internet” acaecidos en 2009 y 2011. Según
señalaba en la primera edición de su libro The Net Delusion, The Dark Side of
the Internet Freedom (Public Affairs, 2011), mucho antes de entender internet
como un estadio determinado en el desarrollo capitalista, [la OSF] le dio «la
oportunidad de pensar en numerosas implicaciones políticas y sociales de
Internet desde una perspectiva filantrópica”.

Tuvo que ser este bielorruso nacido en Minsk que con siete años vivió
la disolución de la URSS quien, tras estudiar en la American University en
Bulgaria -creada a principio de los años noventa gracias al dinero de Soros- y
hacer sus prácticas en J.P. Morgan, presentara las conclusiones materialistas
más importantes acerca de la intersección entre el capitalismo financiero y la
tecnología. De un lado, este autor se remonta a la política computacional
establecida por Estados Unidos durante la Guerra Fría para explicar el
desarrollo de las tecnologías de la información y comunicación. De otro, analiza
algunos procesos propios del neoliberalismo, como la financiarización. El
resultado es que la clase dominante sigue acumulando recursos al tiempo que
desposee al resto de la sociedad. Gracias a las investigaciones de Morozov
también se entiende mejor el hecho de que la propiedad que antaño aseguraba
la soberanía de los periódicos, sus imprentas, haya cambiado de manos y
ahora la prensa sea absolutamente dependiente de un monopolio global
llamado Google.
La privatización de las imprentas
Precisamente, sobre la filantropía de Silicon Valley, Morozov señaló años
después de su primera obra algo muy distinto a lo que expresaba en los
agradecimientos: “Por un lado, dado que los nuevos multimillonarios
tecnológicos pagan muy pocos impuestos, no es sorprendente que el
sector público no pueda innovar tan rápido como ellos. Por otro lado, al dar
constantemente al sector privado una ventaja a través de las tecnologías que
poseen y desarrollan, estas nuevas élites casi aseguran que el público prefiera
soluciones tecnológicas ingeniosas, pero privatizadas, en lugar de políticas
publicas.” Y esto es si cabe mas inquietante cuando uno observa la crisis
eterna del periodismo, y su dependencia sobre las tecnologías de la
información, cuyo régimen de propiedad privada ha convertido a Google y
Facebook en algunas de las corporaciones más importantes del planeta.

En este sentido, ambas empresas no emplean su poder sobre la información


para dotarle un halo democrático al sistema, como George Soros, sino que
gobierna a pelo, en parte gracias una imprenta digital privatizada, es decir, la
infraestructura gracias a la que los medios operan en internet. Si las imprentas
tradicionales de los periódicos guardaban una relación estrecha con las fuerzas
del mercado, determinado la publicidad del Ibex 35 su contenido, por ejemplo,
ahora dos empresas son proveedoras de toda la infraestructura a través de la
cual los lectores acceden a los periódicos, es decir, algoritmos privados, o a
cualquier otro servicio en internet durante su día a día. Y para ello no ha
necesitado sentarse en ningún Consejo de Administración.

Morozov explicaba cómo se legitimaba todo este proceso en la revista cultural


italiana Doppiozero: “Google financia programas de educación para medios de
comunicación digitales. El problema se encuentra en cómo ello se vincula a un
marco más holístico a fin de crear conciencia sobre la economía política de los
medios digitales. Si nos limitamos a explicar lo básico, formamos personas que
no adquieren las herramientas necesarias para pensar en términos complejos y
captar la complejidad de los procesos en curso: están educados para
comportarse como usuarios y pensar como usuarios”.

Este intelectual bielorruso fue preguntado sobre cómo hacer entender a la


gente que los datos que producen son un medio de producción en el nuevo
capitalismo y que estos se encuentran en propiedad de unas pocas empresas.
Y su crítica se refería directamente a las fondos destinados para iniciativas
periodísticas de Google, un programa europeo de Google News que destina a
cada proyecto una cuantía que va desde 50.000 euros hasta el millón de
euros. El fin que manifiesta es “contribuir a que el periodismo prospere en la
era digital.” Así, desde 2015 hasta 2018, esta corporación otorgó más de 115
millones de euros a más de 559 proyectos en 30 países europeos en cinco
rondas distintas. Concretamente, en el Estado español, las iniciativas
financiadas bajo la narrativa de que ello contribuye a fomentar la transición
digital del periodismo fueron 39, lo que supone una cuantía de entre ocho y
diez millones de euros. Estas ayudas, sobre todo las de tamaño mediano y
grande, se conceden de acuerdo al “impacto positivo” que tengan en el
“ecosistema de noticias” y “la producción de periodismo original”, en función de
su “capacidad para crear nuevas fuentes de ingresos” o con el fin de que
cambien la “forma en que las personas consumen noticias digitales”, según las
condiciones de Google.

Ahora bien, no olvidemos que Google News nace supuestamente para


compensar el daño (irreparable) que este sistema hace los periódicos. Es
algo así como quienes tratan de detener el cambio climático sin transformar el
sistema depredador que consume los recursos del planeta. Por eso, tal vez
hubiera que matizar a Google: a la transición del periodismo hacia un modo de
producción donde pocas empresas tienen los datos de buena parte de la
sociedad y donde el conocimiento es organizado comercializando los canales
por donde la información se transmite. Además, esta especie de competencia
entre medios de comunicación que un monopolio orquesta es probablemente la
sumisión última de los periódicos al capital privado. Este imperio de los datos
les dice algo así como: aquí tienen el dinero, creen nuevas formas de
monetizar la información, esto es, traten de explotar mi tierra de manera que
sea usted más rentable que el resto de sus competidores o, literalmente,
desaparezca.

El síndrome de Estocolmo de los medios de comunicación


Existe un problema añadido en todo ello: gracias al proceso de extractivismo de
datos, esta empresa ha alcanzado un grado de eficiencia tal en las
comunicaciones que estas pueden adelantarse a los deseos del consumidor
para ofrecerle sus servicios, hacer prescindibles a buena parte de los medios
que hoy leemos en internet e incluso también esta misma estructura. ¿Quién
quisiera realizar la tarea de buscar una información, corriendo el riesgo de
verse contaminado por las noticias falsas y encerrándose en una cámara de
eco, pudiendo preguntarle directamente a Google mediante un dispositivo de
inteligencia artificial para que este le responda con un artículo de cualquier
medio con buena marca? Tendencias estas en la producción de información
que ya se encuentran presentes en el nuevo lanzamiento de Google News,
“que utiliza lo mejor de la inteligencia artificial para encontrar lo mejor de la
inteligencia humana —el excelente periodismo hecho por profesionales de todo
el mundo.”

Digamos que la información crea una multitud de datos que le son arrebatados
al ciudadano en favor del beneficio económico de un par de corporaciones,
alterándose así sus percepciones sobre la realidad, la justicia, la igualdad e
incluso la verdad. Entenderlo solo es posible mediante un análisis materialista
de la tecnología. Lo contrario sería creer que el verdadero objetivo de Google
News es “apoyar la creatividad en el periodismo digital” y no lo que hace en la
práctica: atar el modelo de negocio de los medios de comunicación,
eliminando así las trabas políticas y económicas que estos enfrentaban antaño
para establecer las suyas. Y desde luego, Google no tiene pensado detenerse
ante el proceso que Karl Marx y Friedrich Engels denominaron “un
constante y agitado desplazamiento de la producción”. En medio de la
transición hacia una nueva infraestructura, esta compañía arguye que “usa un
conjunto nuevo de técnicas de “inteligencia artificial para organizar el flujo
constante de información cuando llegan a la web, analizarla en tiempo real y
organizarla en historias es el futuro de las noticias”.
Más allá de semejante declaración sobre quién tiene la propiedad de los
datos, citemos textualmente sus palabras: “Este enfoque significa que Google
News comprende a las personas, los lugares y las cosas involucradas en una
historia a medida que estas evolucionan. En esencia, esta tecnología nos
permite sintetizar información y unirla de manera que ayude a dar sentido a lo
que está sucediendo y cuál ha sido su impacto o reacción.” Palabrería para
ocultar la única novedad en nuestro tiempo: las tecnologías de la información
de Google, gracias al papel de los medios de comunicación, que aceptan este
régimen de propiedad, contribuyen a que el capital se introduzca de
manera aún más creativa en nuestro día a día. Una cuestión esta aún más
evidente en el contexto de la llegada a cada casa de Google Home, un altavoz
inteligente, como lo es HomePod de Apple o Amazon Echo, que capta datos
sobre todo el ecosistema sensorial que tiene a su alcance. Claro que, ¿a quién
le importa esta nueva vuelta de tuerca a la financiarización mientras se puedan
escuchar las noticias de nuestros periódicos favoritos? The New York
Times, The Wall Street Journal, The Telegraph o The Washington Post, entre
muchos otros, ya operan en estos dispositivos mediante podcast o artículos
narrados por sus reporteros, como en el caso de Buzfeed.

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