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La relación que todo ello guarda con el periodismo no deja de ser controvertida.
Los ricos se han elevado a una esfera de la sociedad en la que cada vez son
más impunes y pueden seguir minando los sistemas públicos mediante
ingeniería fiscal sin que ocurra ningún escándalo. Los medios participan de
esta arquitectura social erigida a nivel global con una fe ciega en que la
filantropía pueda contribuir a salvar el periodismo, y así este pueda
resucitar la democracia. Lejos aún de poder cumplir esta función mesiánica,
nunca ha sido tan palmaria la relación entre investigar al poder económico con
el dinero que el periodismo recibe de las fundaciones filantrópicas y su escasa
capacidad para provocar el más mínimo cambio en la estructuras de poder que
la aparición de George Soros en los Papales del Paraíso.
Por otro lado, el Center for Public Integrity (CPI) recibió en 2009 la friolera de
100.000 euros de la Open Society, la misma cifra que entre 2015 y 2016. La
organización nació para servir «a la democracia al revelar los abusos de
poder, la corrupción y la traición a la confianza pública utilizando las
herramientas del periodismo de investigación» y en 2010 se unió al la rama de
investigación del Huffington Post para crear «una de las redacciones de
investigación más grandes del país». El resultado: dos Pulitzer, en 2014 y
2017.
¿Quién puede saber lo que es la integridad mejor que un acólito de uno de los
grandes responsables de la crisis económica mundial, de la transferencia de
riqueza a manos privados y del fraude más grande de la historia, como lo fue
la quiebra del gigante financiero Lehman Brothers en 2008? El caso de
Huffington también habla mucho de esa idea de «integridad pública» que se
dice defender mediante el periodismo. Abandonó el precario negocio de la
prensa para formar parte del consejo asesor de Uber y «arreglar la cultura de
Silicon Valley», según sus propias palabras. Después creó una especie
de start-up llamada Thrive Global, con el fin de ofrecer soluciones privadas en
sanidad mediante la tecnología.
Como señalábamos en el número 54 de La Marea, no era otra que Emily Bell,
profesora de la Universidad de Columbia, quien pedía «la transferencia de
riqueza de Silicon Valley» a los medios para que la profesión sobreviviera. ¿A
qué precio?
Al mismo tiempo, la Open Society está relacionada con el que fuera nombrado
decano de la Escuela de Postgrado de Periodismo de la Universidad de
Columbia, Steve Coll, pero que previamente fue director de la fundación New
America, un think-tank que ha recibido 4.2 millones de dólares de los fondos
del filántropo desde el año 2000, también de acuerdo al MRC. También, como
se desprende de su página, entre 2016 y 2017 recibió más de un millón de
dólares de la Open Society. Esta fundación fue criticada recientemente por
despedir a uno de sus académicos tras ser excesivamente crítico con el
monopolio que ostenta Google en una de sus investigaciones. Esta empresa,
junto a Apple, Microsoft, Facebook, Netflix y también la Open Society de Soros
aportaron fondos para su instituto de «tecnología abierta» entre 2016 y 2017. Y
no parece que estas inversiones en ideas carezcan de ánimo de lucro, pues
esta industria es una de las grandes apuestas de Soros. A finales de 2013, el
inversor volvió a incrementar su participación en Microsoft. LinkedIn,
Google, NetApp, Motorola u otras corporaciones tecnológicas componen la
cartera de Soros Fund Management, la cual gestiona 9.100 millones. En
concreto, sus negocios tecnológicos absorben el 26% de las inversiones del
magnate húngaro, como publicó Expansión.
Pese a que no sea una escuela de periodismo, la fundación New America sirve
para ilustrar la forma en la que la profesión periodística se pervierte mediante
los entramados de poder creados a través de las fundaciones filantrópicas.
Para más inri, en 2016, unos documentos filtrados revelaron que George Soros
había tratado de influir en los miembros de la Corte Suprema de los
Estados Unidos para obtener una decisión favorable en un caso clave sobre
inmigración. Según señala la nota, los miembros de la fundación pidieron
directamente a los medios que escribieran favorablemente para influir en los
jueces y defender la orden del expresidente demócrata Barack Obama.
Algunos de los miembros de la junta de la Open Society que son miembros de
dichos medios incluyen a la académica de la universidad Harvard y columnista
del Washington Post, Danielle Allen y, efectivamente, al citado Steve Coll.
La lucha que tiene entre ambas corrientes políticas de ningún modo exime las
crítica que se vierten hacia el filántropo desde líneas conservadoras: el
periodismo norteamericano ha dejado de ser tremendamente
partidista, como antaño, para ser el escenario de las distintas batallas entre
«la izquierda y la derecha del capital», como le llamara Corsino Vela. La
profesión hoy aspira a poco más que a hacer fact-checking al poder político,
tarea a la que también George Soros, junto con el fundador de Ebay Pierre
Omidyar, destinó 500.000 dólares en Reino Unido. ¿Pero quién hace fact-
checking al poder económico?
Todo estos sucesos fueron resumidos por Chris Edges en La muerte de la
clase liberal: «El capitalismo fue entendido una vez por los trabajadores como
un sistema donde luchar, pero el capitalismo ya no se desafía. Los hombres
como Warren Buffett, George Soros y Donald Trump ahora percibidos como
sabios, simples famosos o populistas en el peor de los casos. Pero es una
lealtad equivocada, la división en Estados Unidos no es entre republicanos y
demócratas, sino entre las corporaciones capitalistas y los trabajadores».
Una visión favorable al medioambiente que bien puede cambiar según sus
intereses lo requieran. Si bien Soros ha incrementado sus inversiones
multimillonarias en empresas estadounidenses y extranjeras que extraen
petróleo y gas, también defendió una propuesta del gobierno de Barack Obama
para emplear el gas natural como un combustible menos intensivo en
carbono con el fin de tender hacia un «futuro de energía limpia». Dicha medida
gubernamental ofrecía grandes incentivos a Westport Innovations, una
compañía que convierte motores diésel para el uso de gas natural y es
parcialmente propiedad de uno de los fonos de Soros, como señalaba The
Street.
Digamos que los países europeos corrían el riesgo de volver al redil comunista
y, se creía, había que inmunizarles. Para ello fue necesaria la producción y
reproducción incesante de un tipo de conocimiento que legitimara esta
hegemonía cultural dominante en el nuevo orden social. Bajo la farsa aún
presente de establecer una verdadera sociedad abierta fue fundada la
Open Society. Aunque para entender la labor que jugó desde sus inicios la
fundación que en la actualidad participa de forma activa en 60 países quizá
fuera conveniente recordar aquella descripción que alguien hiciera sobre
George Soros en 2012: «[Es] el agente catalítico que ayudó a derrocar
definitivamente a los gobiernos comunistas tras la caída del telón de acero».
Tal era el momento de júbilo entonces que los ambiciosos tentáculos de Soros
trataron de rodear a Russia Today para evitar la llegada de Vladimir Putin al
poder. El capitalista suele mostrarse reacio a reconocer las conexiones que
trató de crear durante los días del idealismo ruso y las protestas en la calles
de Moscú, pero le delatan sus propias declaraciones, recogidas por Anna
Porter en Buying a Better World: George Soros and Billionaire Philanthropy:
«Cuando pienso en Russia Today, el tiempo y la energía, el dinero que gasté
aparentemente en vano…». Sirva la anécdota para prestar atención a la
cuestión de cómo un inmigrante húngaro de origen judío, un supuesto outsider,
llegó a participar de manera tan influyente en la transformación neoliberal de
los países postsoviéticos.
La obsesión de George Soros con la lucha de clases debió de ser aún más
sorprendente para Eric Hobsbawm, uno de los grandes historiadores marxistas
del siglo XX. Según señala en How to Change the World, el filántropo le
preguntó durante un almuerzo qué pensaba de Marx: «Sabiendo cuánto
diferían nuestros puntos de vista, quise evitar una discusión, así que di una
respuesta ambigua». «Ese hombre», le insistió Soros, «descubrió algo sobre el
capitalismo hace 150 años que debemos tener en cuenta». Sin embargo, la
lección sobre materialismo histórico que aprendió el filántropo se asemejaba
más a la crítica de Marx que hizo el mismo Karl Popper para defender su obra:
«Lo que necesitamos no es holismo. Necesitamos establecer una ingeniería
social de forma gradual y caracterizada por medidas parciales, no decisiones
sistemáticas tomadas en un período de tiempo reducido». Al contrario de los
exponentes del nuevo marxismo de la Escuela de Frankfurt, Popper
reivindicaba que eran las sociedades abiertas las únicas capaces de
conservar la crítica. Estas eran civilizadas, decía, porque pueden dedicarse a
la búsqueda racional de la verdad científica de manera objetiva, garantizada
esta por la competencia entre científicos y la discusión libre.
Según los datos que la propia Open Society ha entregado a La Marea, desde
2012 la fundación ha otorgado cerca de 12 millones de euros en
subvenciones solo en la Unión Europea* a organizaciones que transmiten o
publican noticias sobre estas cuestiones, entre los que destacan varias
fundaciones y medios españoles. A falta de datos más completos, la Fundación
Open Society explica que en 2017 concedió 108.000 euros a Alter-
Medias, organización con sede en Francia, para el desarrollo de
investigaciones colaborativas sobre corporaciones multinacionales a nivel
europeo. Por su parte, Desalambre, la sección especializada en derechos
humanos y migraciones de eldiario.es recibió 98.000 euros para un proyecto de
dos años. El subdirector de esta publicación Juan Luis Sánchez -que ha
colaborado con la rama europea de la OSF- explicó en este post cómo esta
cantidad ha ayudado a financiar la cobertura de dicha sección y que la cantidad
apenas «representa el 1,5% de los ingresos» de dicho diario.
Por otro lado, el grupo belga EU Observer recibió 45.000 euros para seguir las
elecciones francesas mediante trabajos de investigación que pudieran
llegar a audiencias más amplias. Otro grupo establecido en Alemania,
el Krautreporter eG, también se benefició de 42.500 euros simplemente para
que pudiera ser sostenible en 2018. Por último, la fundación concedió a la
Asociación del Centro de Prensa de Roma, pero con sede en Hungría, una
subvención de 21.000 euros para su desarrollo institucional a corto plazo y
estabilizar la organización para que fuera más resistente a largo plazo.
Como señala una portavoz de la fundación, «la Open Society no financia a los
medios masivos, pero sí contribuye con fondos limitados (junto con muchos
otros financiadores) a algunos sitios web de noticias en línea en partes de
Europa Central y Oriental, como el único sitio web que cubre asuntos romaníes
en Europa (Romea.cz)». Lo hace a través de una iniciativa establecida en 2013
con el fin de «contribuir al establecimiento de democracias más entusiastas y a
la legitimidad de éstas mediante el apoyo a activistas y la sociedad civil».
En efecto, estos sucesos también han alterado las normas culturales impuestas
por la clase dominante. Antaño todas esas ideas y creencias construidas, por
ejemplo, mediante la financiación de las ciencias sociales por parte de
fundaciones filantrópicas, como la Open Society, como señalamos en
otros artículos, e incluso mediante el apoyo a medios de comunicación con el
fin de que colocaran el foco en temas que no alteraban de ninguna forma la
estabilidad del capitalismo, sino que lo reforzaban. Ahora las construcciones
sociales artificiales, lo que se denomina hegemonía cultural, se dan de
manera mucho más pura. Esa es la clave del mito de la tecnología presentado
por la clase poseedora: debatimos sus utilidades, como quienes tratan de
emplearla para “optimizar el periodismo” , pero no cuestionamos que se
encuentren en las manos privadas de un gueto económico llamado Silicon
Valley. Bajo el mantra de la innovación tecnológica, ello ha dado lugar a
la privatización de las imprentas tradicionales. Google, o en su defecto
Facebook, controlan toda la infraestructura material sobre la que se desarrolla
la sociedad, una asentada sobre la información y las comunicaciones. Gracias
a este desplazamiento hacia la red, una imprenta digital y privada establece
las reglas de juego de los medios.
Gracias a este contexto, tal vez sea más sencillo entender por qué el magnate
húngaro afirmó durante el último Foro de Davos que “las redes sociales están
induciendo a la gente a renunciar a su autonomía. El poder para determinar y
manipular la atención de las personas se está concentrado cada vez más en
las manos de unas pocas empresas”. Ello, siempre según Soros, amenaza
aquello que John Stuart Mill denominara la “libertad de pensamiento”.
Como señaló Soros en un artículo publicado inicialmente en Project Syndicate,
espacio para el pensamiento progresista que la OSF financia, “las mineras y
petroleras explotan el entorno físico; las redes sociales explotan el entorno
social”. En términos menos neutros: una base material asentada, lo que llamo
un “ecosistema de conocimiento”, administrado por las corporaciones
tecnológicas.
Este sucinto ejemplo sirve para ilustrar cuál fue el primer encontronazo de
George Soros con las empresas de internet. Y, desde luego, el problema no
era que supusieran un problema para la democracia, sino que perdió 700
millones de dólares apostando a la caída de sus acciones en el mismo instante
en que Amazon.com –que se convertiría en el nuevo gigante del comercio
electrónico del siglo XXI- o Yahoo alcanzaban sus máximos históricos.
Independientemente de si la nueva economía existió en algún momento, o si
fue una gran burbuja creada por oportunistas, la transformación de la estructura
económica era una realidad antes de la llegada del nuevo milenio.
Ciertamente, este suceso no pasó inadvertido ni mucho menos para dos de los
inversores más poderosos del mundo: Warren Buffet y George Soros. Si el
primero aumentó recientemente un 23% su cartera de acciones en Apple,
hasta 165,33 millones de títulos, acercándose su valor a los 28.000 millones de
dólares (22.417 millones de euros), el segundo anunció su salida del capital
de Facebook, compañía en la que al cierre del tercer trimestre de 2017
mantenía 109.451 acciones y hace un año 639.686 títulos. Ahora bien, las
preocupaciones de Soros sobre los efectos nocivos de las redes sociales no
parecen ser tan grandes como su interés por generar rentabilidad. Un rápido
vistazo al fondo de este magnate nos muestra una participación de 141.800
acciones en Snap, empresa matriz de Snapchat, ahora en propiedad de
Facebook, cuya valoración al precio actual alcanzaría los 2,85 millones de
dólares (2,3 millones de euros).
Tuvo que ser este bielorruso nacido en Minsk que con siete años vivió
la disolución de la URSS quien, tras estudiar en la American University en
Bulgaria -creada a principio de los años noventa gracias al dinero de Soros- y
hacer sus prácticas en J.P. Morgan, presentara las conclusiones materialistas
más importantes acerca de la intersección entre el capitalismo financiero y la
tecnología. De un lado, este autor se remonta a la política computacional
establecida por Estados Unidos durante la Guerra Fría para explicar el
desarrollo de las tecnologías de la información y comunicación. De otro, analiza
algunos procesos propios del neoliberalismo, como la financiarización. El
resultado es que la clase dominante sigue acumulando recursos al tiempo que
desposee al resto de la sociedad. Gracias a las investigaciones de Morozov
también se entiende mejor el hecho de que la propiedad que antaño aseguraba
la soberanía de los periódicos, sus imprentas, haya cambiado de manos y
ahora la prensa sea absolutamente dependiente de un monopolio global
llamado Google.
La privatización de las imprentas
Precisamente, sobre la filantropía de Silicon Valley, Morozov señaló años
después de su primera obra algo muy distinto a lo que expresaba en los
agradecimientos: “Por un lado, dado que los nuevos multimillonarios
tecnológicos pagan muy pocos impuestos, no es sorprendente que el
sector público no pueda innovar tan rápido como ellos. Por otro lado, al dar
constantemente al sector privado una ventaja a través de las tecnologías que
poseen y desarrollan, estas nuevas élites casi aseguran que el público prefiera
soluciones tecnológicas ingeniosas, pero privatizadas, en lugar de políticas
publicas.” Y esto es si cabe mas inquietante cuando uno observa la crisis
eterna del periodismo, y su dependencia sobre las tecnologías de la
información, cuyo régimen de propiedad privada ha convertido a Google y
Facebook en algunas de las corporaciones más importantes del planeta.
Digamos que la información crea una multitud de datos que le son arrebatados
al ciudadano en favor del beneficio económico de un par de corporaciones,
alterándose así sus percepciones sobre la realidad, la justicia, la igualdad e
incluso la verdad. Entenderlo solo es posible mediante un análisis materialista
de la tecnología. Lo contrario sería creer que el verdadero objetivo de Google
News es “apoyar la creatividad en el periodismo digital” y no lo que hace en la
práctica: atar el modelo de negocio de los medios de comunicación,
eliminando así las trabas políticas y económicas que estos enfrentaban antaño
para establecer las suyas. Y desde luego, Google no tiene pensado detenerse
ante el proceso que Karl Marx y Friedrich Engels denominaron “un
constante y agitado desplazamiento de la producción”. En medio de la
transición hacia una nueva infraestructura, esta compañía arguye que “usa un
conjunto nuevo de técnicas de “inteligencia artificial para organizar el flujo
constante de información cuando llegan a la web, analizarla en tiempo real y
organizarla en historias es el futuro de las noticias”.
Más allá de semejante declaración sobre quién tiene la propiedad de los
datos, citemos textualmente sus palabras: “Este enfoque significa que Google
News comprende a las personas, los lugares y las cosas involucradas en una
historia a medida que estas evolucionan. En esencia, esta tecnología nos
permite sintetizar información y unirla de manera que ayude a dar sentido a lo
que está sucediendo y cuál ha sido su impacto o reacción.” Palabrería para
ocultar la única novedad en nuestro tiempo: las tecnologías de la información
de Google, gracias al papel de los medios de comunicación, que aceptan este
régimen de propiedad, contribuyen a que el capital se introduzca de
manera aún más creativa en nuestro día a día. Una cuestión esta aún más
evidente en el contexto de la llegada a cada casa de Google Home, un altavoz
inteligente, como lo es HomePod de Apple o Amazon Echo, que capta datos
sobre todo el ecosistema sensorial que tiene a su alcance. Claro que, ¿a quién
le importa esta nueva vuelta de tuerca a la financiarización mientras se puedan
escuchar las noticias de nuestros periódicos favoritos? The New York
Times, The Wall Street Journal, The Telegraph o The Washington Post, entre
muchos otros, ya operan en estos dispositivos mediante podcast o artículos
narrados por sus reporteros, como en el caso de Buzfeed.