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ALEGRE Y SERIA
Resumen: El juego es uno de los mejores aliados del pensamiento propio, crítico,
creativo, incluyente, arriesgado y prospectivo y, por lo mismo, del desarrollo men-
tal, afectivo, social, científico, ciudadano y humano. Sin embargo, hay una ten-
dencia general a considerarlo cosa de niñas y niños y a hablar de él sin conocer
a fondo sus bondades. Para defender al juego necesitamos conocerlo mejor y
descubrir que es cosa alegre y seria y, sobre todo, que es un derecho que nos
incumbe a todas y a todos, sin importar la edad. 81
N
uestra tarea como educadoras y educadores del siglo XXI, dice el pensador
Juan Carlos Tedesco, es transparentar ante los estudiantes nuestras maneras
de pensar, con la esperanza de que les sirvan en la construcción de sus pro-
pias rutas de pensamiento. Lejos de presentarnos como “sabihondos” y conocedo-
res tenemos que aparecer ante ellos como seres pensantes, con raíces, principios,
prioridades, dudas, hipótesis, crisis, disyuntivas y aspiraciones. En nuestros días,
los datos ya están expuestos en alguna nube del ciberespacio para ser tomados por
quien los necesite, pero falta contrastarlos, relacionarlos y vincularlos para que se
conviertan en conocimiento y esto se logra únicamente a través del pensamiento.
Como educadores y ciudadanos nuestra principal tarea consiste en propiciar
que cada quien (persona, grupo, comunidad, pueblo o sociedad) construya un
pensamiento propio, libre, abierto, incluyente, informado y creativo. Siguiendo la
consigna de Tedesco, en este artículo busco establecer la relación que tiene el juego
Con más de 140 títulos publicados, ha hecho del sector público su campo de trabajo. De
manera especial, encuentra en el mundo indígena sus retos y sus satisfacciones más grandes.
El juego, la lectura/escritura y el debate son sus herramientas básicas mientras que el pen-
samiento complejo, el valor de la diversidad y la incertidumbre son sus marcos generales.
Contacto: lchapela@prodigy.net.mx.
Revista Iberoaméricana
Introducción
Sabemos que, en general, se juega poco en nuestras sociedades y que las y los niños no
juegan tanto como sus necesidades de desarrollo humano les piden. Entonces me pre-
gunto ¿en qué medida quienes nos dedicamos a promover el juego estamos siendo,
en parte, responsables de esta falta? Pienso que una razón por la que se juega poco y
mal –en términos relativos– es que nos hemos contentado con hablar del juego desde
lugares comunes “es bueno para la niñez”, “los niños y las niñas lo necesitan”, “no
hay infancia sin juego”, “es un crimen permitir que las niñas y los niños crezcan sin
jugar”… pero no nos preguntamos por qué es necesario, por qué es un derecho, qué
papel juega en la niñez y –mucho menos– qué función tiene en el desarrollo humano
de los niños, niñas, adolescentes, jóvenes, mujeres y hombres de todas las edades.
En el prólogo del libro Los condenados de la Tierra, escrito por Franz Fannon,
Sartre, dice que los colonizadores ponen “mordazas sonoras” a los colonizados,
ponen palabras vacías en sus bocas para que los colonizados hablen de las cosas que
el colonizador quiere y no de las que más les importan. ¿Será que nos está pasando
algo semejante cuando hablamos del juego sin tener claro por qué lo defendemos
y por qué resulta indispensable?
Al razonar así, pienso que vendría bien profundizar en la noción de juego para
descubrir sus bondades. Por esto –consciente de que únicamente pongo un gra-
nito de arena en una inmensa playa– presento en este artículo algunas relaciones
82 que el juego tiene con la construcción de conocimientos, habilidades y actitudes
que, como sabemos, son las principales herramientas para incursionar en nuestro
complejo y rico mundo contemporáneo sin zozobrar, sin perdernos, sin que nos
arrastren las corrientes, con la posibilidad de plantarnos en algún lugar del uni-
verso que consideremos nuestro y, desde ese lugar preciso, dar significado, orden y
sentido a cosas, hechos y avatares. En muchos sentidos, el desarrollo humano está
íntimamente relacionado con esta posibilidad.
El juego
Poner en juego y ponerse en juego son ideas poderosas que hablan de movimiento,
en estricto sentido, jugar significa lanzarse a una arena habitada por otros que, bajo
las mismas reglas, también se ponen en juego. Significa saltar a un espacio en el que
se espera ganar a pesar de saber que no todos pueden hacerlo, a una arena que –se
sabe de antemano– al final del juego estará poblada por muchos perdedores son-
rientes y satisfechos y una que otra ganadora o ganador victorioso. El juego supone
siempre relación y también incertidumbre y, por lo mismo, supone riesgo. El juego
es cosa alegre, seria y riesgosa, de ahí su magnificencia.
En términos generales, el juego es un arte y como todas las artes exige mucho
y, al mismo tiempo, da a manos llenas. Esto es lo que dice del juego el especialista
holandés Johan Huizinga:
Se trata de una acción que se desarrolla dentro de ciertos límites de tiempo, espacio y
sentido, en un orden visible, según reglas libremente aceptadas y fuera de la esfera de la
utilidad o de las necesidades materiales. El estado de ánimo que corresponde al juego
Derecho al juego
Pide conocimientos múltiples, del contexto, de las reglas, de lo que “se pone en jue-
go”, del tiempo disponible y del tiempo como recurso (¿dilato la jugada?, ¿anticipo
los acontecimientos?), de las potencias y limitaciones propias y de los contrincan-
tes, de los rituales lúdicos o del valor simbólico que el juego tiene en el seno de la
comunidad en que se está jugando.
Pide también habilidad, para mirar al otro a los ojos y descubrir lo que piensa
hacer, para saltar y correr con agilidad o bien para permanecer inmóvil y conver-
tirse en marfil, para identificar a los contrincantes más poderosos, para elegir cóm-
plices, para tender trampas, para distraer al otro, para mantener el pulso firme en
medio de las tempestades, para alardear cuando se está perdido, para convencer y
convocar, para gestionar y para negociar, para planear e imaginar.
Pide un tono emocional, una actitud. Al jugar, hay que mantener la autoestima
en los niveles más altos posibles. Hay que pensar siempre en el otro, tenerlo presen-
te tal y como es, tal y como lo conocemos, con todos sus detalles. Hay que recordar
de manera permanente que la integridad del contrincante importa (la física, la
emocional, la cultural, la social…) y que tenemos el compromiso de garantizarla.
Hay que saberse parte de un grupo y sentir orgullo fraternal por las destrezas del
equipo. Hay que tener fortaleza para desear ardientemente ganar y para, al mismo
tiempo, estar dispuesto a perder con la mirada en alto. Hay que tejer redes huma- 83
nas para la planeación, operación y caída cuando ésta suceda. Hay que dejar salir
la risa sin cortapisas. Hay que sentirse parte de un todo que es más grande que uno
mismo. Y, por encima, hay que mantener viva y pujante la esperanza.
¿Qué da el juego?
jugador serio que no esté lleno de esperanza. Por eso, viven sus vidas incursionando
siempre en el territorio de lo improbable, porque les gusta probarse, retar al azar,
reírse con los descalabros y descubrir sus propios adelantos. De alguna manera
podemos decir que el juego es aliado de la insumisión creativa y de aquellos que
proponen innovaciones y cambios.
Los grandes jugadores han desarrollado con ventaja su pensamiento crítico.
Aguzan su ingenio para identificar los elementos clave que determinan una situa-
ción para tomar así mejores decisiones. Porque una característica del juego es que
constantemente pide a quienes juegan tomar sus propias decisiones.
Los grandes jugadores tienen pensamiento abierto y son capaces de cambiar
de planes y de rumbo a la mitad del trayecto. Son capaces, cuando en su camino
aparecen imponderables, de imaginar nuevas estrategias. Y escuchan con atención
lo que dicen sus compañeros de equipo porque están conscientes de que pueden
aprender mucho de ellos. Toman las reglas no como camisa de fuerza sino como
posibilitadoras y las cambian (de manera consensuada) cuando el juego lo necesita.
“Sienten” la presencia del azar a cada paso y, con valentía, lo invitan al juego.
Los grandes jugadores tienen pensamiento autónomo porque, como vimos an-
tes, necesitan tomar de manera permanente un cúmulo de decisiones propias para
resolver disyuntivas y responder a las encrucijadas. En materia de juego y en este
sentido la autonomía se vuelve indispensable.
Los jugadores tienen entrada franca al mundo del “como si…”, un universo
que deja atrás los problemas de la vida y permite el juego simbólico en donde cada
quien decide qué roles quiere jugar y cómo quiere “comportarse” al desarrollarlos.
El cine, la literatura, las ceremonias rituales y el teatro, forman parte de este cos-
84 mos que permite a los grupos y personas revivir memorias y experiencias, aprender
de ellas y utilizarlas como materia prima para la proyección lúdica de sus propios
seres que aspiran a ser mejores, a vivir de nuevas maneras en mundos renovados.
En el juego simbólico encuentran la posibilidad de hacer un paréntesis, de vivir en
tregua. En este sentido metafórico, el juego también puede convertirse en club, en
trinchera y, en el mejor de los casos, en catapulta.
Como el juego supone relación, con mucha frecuencia los jugadores construyen
relaciones humanas entrañables y, algunas veces, se inscriben en redes sociales.
Quienes juegan ensanchan y alargan sus horizontes, vuelven permeables sus fron-
teras y, si encuentran condiciones para hacerlo, se convierten en grandes lectores
porque su espíritu lúdico los invita a buscar a otras personas, otros temas, otros
modelos de ser, amar, desear, pensar o decidir. De muchas maneras distintas, los in-
vestigadores, los compositores, los científicos y los lectores son grandes jugadores.
Mientras escribía estas notas, por fuera del edificio en que me encontraba, dos jóve-
nes pintores, casi niños, estaban montados en un andamio largo colgado a 15 metros
de altura. Buscaban un equilibrio casi imposible entre sus propios pesos y el de la
cubeta de pintura, estabilidad que se rompía a cada brochazo que alguno de los dos
daba alargándose sobre el vacío para alcanzar las zonas laterales de la pared que pin-
taban. La situación era precaria y árida porque, encima de todo, era enero y hacía un
frío intenso. Uno de ellos permanecía silencioso, aterrado, casi inmóvil, parecía pri-
merizo. El otro, para mi sorpresa, jugaba de la única manera en que podía ser dadas
sus circunstancias: con una imaginación nutrida por recuerdos y juegos de palabras.
Derecho al juego
Decía: “A mí de dicen el ‘escorbuto’ pero yo quiero pensar que más por ‘escor’
que por ‘bruto’.” “Cuando ando acá arriba, me siento como maleta en el desierto
del Sahara.” “Píntale bien carnal, no convences al auditorio, al público tan exigen-
te. Queremos aplausos.” “Cuidado, no te muevas tanto, esto ya parece la nave de
Peter Pan, pero no se te olvide que acá no tenemos ninguna Campanita que nos
salve.” “Órale, ya no muevas el andamio, ya me voy a portar bien, soy Paquito (alu-
día por supuesto al verso de Salvador Díaz Mirón que dice: ‘Mamá, soy Paquito,
no haré travesuras’)”. “Está dura la bronca. Ya voltié pa’arriba. Sí carnal, si falta.
Además, estas hiladas de ladrillo son caprichosas y las muy ingratas se empeñan en
correr de lado a lado, sin compasión alguna.” “Órale, de tanto moverle a la pintura
ya se está calentando, a ver si no explota creyéndose volcán.”
Así es la vida cuando el juego forma parte de ella. Cuando pienso en torno al
juego, viene la vida y pone en mi ventana un ejemplo real que resume y comprueba
lo que estoy pensando: un par de jóvenes que –con pocas opciones– con toda serie-
dad se juegan la comida y al hacerlo, se juegan la vida; un compañero generoso al
extremo, amorosamente consciente del miedo de su amigo; un joven que juega a ser
gurú, que está dispuesto a iniciar en su arte al compañero primerizo y que, para lo-
grarlo, echa mano de lo mejor que tiene, su historia personal, sus lecturas, el juego,
su capacidad de permanecer alegre hasta en las peores circunstancias y su deseo de
transparentar, ante su compañero, sus propias emociones y pensamientos.
El juego es todo un arte y quienes juegan son artistas. Cuesta trabajo comprender
por qué entonces nuestras sociedades tienden a pensar que el juego es cosa de 85
niñas y niños, cosa superflua, dispensable y no un derecho ligado estrechamente a
otros como la libertad, la autonomía, la integridad, la inclusión, la pertenencia, los
lenguajes, la reflexión introspectiva, la autoestima, el pensamiento científico, la va-
lentía, la capacidad de prospección y la alegría. De hecho, cuesta trabajo entender
por qué, en un momento de la historia, los adultos dejamos de demandar también
nuestro derecho al juego.
Juan José Arreola, en su libro Ramón López Velarde: el poeta, el revolucionario, iden-
tifica la palabra jocus (broma, chanza, juego) y de ahí pasa a jocular (jugar y juglar).
En este punto, recuerda que la palabra jugar comparte raíces con ayudar y concluye
¿por qué no jugamos más?, ¿por qué no ayudamos más? Y es que entre sus virtu-
des, el juego tiene la de propiciar la “expansión”. El juego hace que las personas
“exploten” por alegría, por orgullo, por plenitud, por amor a sí mismas y al mundo
que experimentan tan abierto y tan lleno de posibilidades. En este sentido, los
jugadores tienden a ser generosos, incluyentes, embajadores de la risa y solidarios
(como era solidario con su compañero de andamio el pintor más experimentado
del relato anterior).
Dicen que a nuestros tiempos, entre otras, les faltan dos cosas: humildad en las acciones
y ambición en los proyectos. Quien juega tiene proyectos ambiciosos y la mayor humildad en
las acciones. Quien juega sabe que forma parte de algo más grande que él mismo siente y que
ese algo, al mismo tiempo, le configura y le potencia.
Tal vez el tema central sea la potencia. A través de sus textos, los antiguos griegos
nos dicen que una de las acciones humanas por excelencia es el cambio de poten-
cialidad a acto. Nacimos, decían ellos, para transformar nuestras potencialidades
(que en realidad son latencias) en actos autónomos (no heterónomos), eficientes,
Revista Iberoaméricana
Referencias