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El sistema filosófico hegeliano surge como una respuesta a la insatisfacción generada por los
modelos epistemológicos precedentes en el intento de integrar las múltiples manifestaciones
de la experiencia y de la conciencia en un único sistema. A diferencia de los modelos en los
que se cimienta la crítica, La Fenomenología del Espíritu surge como un proyecto en el que
Hegel dará cuenta de la coyuntura que existe entre el pensamiento, la cultura, el derecho, las
costumbres, la religión y demás, como productos necesarios de la evolución de la experiencia
de la conciencia1. En otras palabras, Hegel pretende en esta obra esquematizar la manera en la
que se configura la conciencia para dar explicación a las diferentes maneras de experiencia
humana. La magnitud de éste proyecto consiste en que da razón de la generación de ciertas
dinámicas individuales y colectivas como manifestaciones necesarias de una inmanente
condición humana, lo que le permite a Hegel no sólo describir, sino también predecir los
distintos niveles de organización y expresión política y cultural de una sociedad.
Para cumplir con esta propuesta, Hegel recurre a la utilización de un método que describe
cómo la conciencia configura e instaura progresivamente determinadas verdades sobre el
mundo partiendo de un primer nivel de la experiencia al que Hegel denomina conciencia, que
concluye luego en el nivel máximo de desarrollo bajo la figura del saber absoluto. La manera
en la que se transita por estas figuras (a saber, conciencia, autoconciencia, razón, espíritu,
religión y saber absoluto) es a través del agotamiento de las verdades que internamente
configura cada estadío al hallar una contradicción en ellas y tener así la necesidad de
superarlas instaurando nuevas verdades de naturaleza diferente a las anteriores. El proceso
dialéctico es un proceso dinámico donde la continua superación de las verdades bajo las que
se presenta cada fenómeno en cada una de las figuras es requisito para la aparición de las
verdades de la figura subsiguiente, razón por la que, para Hegel, el espíritu y la cultura tienen
una inexorable dirección.
Ahora bien, para esta sesión del seminario hemos decidido integrar en un solo documento lo
que individualmente nos correspondía para la clase debido a que concluimos que la
aproximación que podemos hacer desde Hegel al problema de la alienación resulta más
provechosa tomando conjuntamente los textos. En primer lugar expondremos lo competente
la primera parte de la figura de la autoconciencia: La verdad de la certeza de sí mismo junto
con los tres momentos que la componen. Luego abordaremos La independencia y sujeción de
la autoconciencia; señorío y servidumbre también con sus respectivos momentos para
1 En este texto utilizo la cursiva para señalar que una primera acepción del término “conciencia” se refiere a la
primera figura de La Fenomenología del Espíritu, mientras que en el caso en donde dicho término no aparece en
cursiva me refiero a la conciencia del sujeto que experimenta el mundo.
finalmente concluir con un intento de análisis sobre en qué medida todo el texto hegeliano
responde o se vincula con el fenómeno de la alienación.
En primer lugar consideramos necesario aclarar que en esta explicación sobre el texto de La
Fenomenología no pretendemos entrar en detalle respecto a la manera metódica por la que
Hegel desarrolla los tránsitos que hace la conciencia en su experiencia, razón por la que nos
abstendremos de utilizar terminología muy específica para no generar confusiones.
Pretendemos en este caso enunciar a grandes rasgos y con un lenguaje natural cómo operan
los momentos que encontramos en la figura inmediatamente posterior a la primera figura de
la obra.
2 Más adelante Hegel tratará el tema de la conciencia en los animales refiriéndola a la figura de la
autoconciencia. En esta ocasión utilizo el ejemplo sólo para dar una idea muy general de cómo opera la figura
de la conciencia, pero no con esto quiero decir que la experiencia de los animales se subordine a esta figura.
quiere decir que la manera en la que el sujeto se da cuenta -o es consciente- de que es la
percepción lo que configura el mundo y las verdades que de él puedan concluirse, es a través
de la aparición de otro “yo” que “observa” ese primer “yo” y en la observación de sí mismo
como un otro puede percatarse de la dinámica por la que estaba regido. Dice Hegel: “la
autoconciencia es la tautología del yo soy yo” (íbid). Es decir, un sujeto reconociéndose a sí
mismo como tal.
ii) La vida: Sabemos hasta ahora cómo funciona el proceso por el que el sujeto es
autoconsciente, pero no bajo qué condiciones se convierte en autoconsciente. Este momento
del proceso se titula vida porque es gracias a las pulsaciones vitales que el sujeto puede
reconocerse como sujeto; es gracias a lo que Hegel denomina apetencia que el sujeto sabe
sobre sí mismo y a partir de esto determina su accionar. El hambre, por ejemplo, hace que el
sujeto se abstraiga y se examine como un ente que para saciarse necesita buscar comida;
gracias a esta pulsación vital el sujeto toma la forma de realidad objetiva que tratábamos hace
unos instantes y es así consciente de sí mismo. Con la apetencia el sujeto se concibe ahora en
relación con el mundo y no separado de él -al mejor estilo cartesiano-, pues si no es yendo al
mundo e incorporando apetitivamente los objetos que antes le aparecían separados de sí el
sujeto no podría seguir vivo. La apetencia no sólo conserva la vida en el sentido orgánico o
biológico del término, también en el proceso apetitivo la conciencia del sujeto se reafirma en
el mundo a modo de una estrecha relación con los objetos apetecidos porque él requiere de
una vinculación, de pensarse a sí mismo y su actuar en función de los objetos externos, para
continuar entendiéndose como autoconciencia.
iii) El yo y la apetencia: Esto nos lleva al último momento. Aquí el objeto de la apetencia se
convierte primeramente en un requisito para la conservación de la vida pero se sofistica al
convertirse en un objeto de goce. La apetencia es placentera porque nos ha permitido
pensarnos de forma autoconsciente. Pero en el momento culmen donde la apetencia ha cesado
el sujeto ya no encuentra otra manera de afirmarse en el mundo, pues era la apetencia lo que
le permitía pensarse de manera autoconsciente. Ahora va en búsqueda de una nueva manera
de suplir esta necesidad que no es otra cosa sino la necesidad de reconocimiento. La
autoconciencia necesita de otra autoconciencia que la valide en el mundo, que la reconozca
para que ella se entienda como parte del mundo y no se conciba, como antes, por fuera de él.
En este proceso, sin embargo, aparece un primer problema: encontrarse con otra
autoconciencia con las mismas pretensiones imposibilita un genuino reconocimiento porque
al realizar ambas su proyección en el otro las autoconciencias pierden su propia naturaleza.
Cada una pierde su propio carácter al verse a sí misma despojada de su propia esencia por la
identificación con la otra autoconciencia. Es un movimiento que se puede comparar con el de
la sección anterior, el que sucedia entre la autoconciencia y el objeto de deseo. La
autoconciencia ya se ha visto a sí misma como objeto y ha pasado por la comprensión de que
los objetos de fuera la determinan y también de que ella misma determina esos objetos. Ahora
la autoconciencia busca dejar esa posición de objeto para ubicarse en la posición de lo que es,
una autoconciencia. Buscan entonces poderse validar en el mundo como autoconciencias y no
como objetos.
Ambas autoconciencias están en la misma dinámica de buscar ser reconocidas por la otra,
pero en el ser reconocida por otra autoconciencia, buscando ser validada como
autoconciencia, se presenta una dualidad paradójica. Al ser reconocido por la otra se
reconoce también en la otra, y esto implica nuevamente una pérdida de sí. Esta pérdida
resulta como consecuencia, al identificarse con la otra autoconciencia que a su vez identifica
como objeto, en el proceso en que buscaba una validación de sí. Cada una frente a la otra
toma una postura que es idéntica, lo que genera que simultáneo a la pérdida de ellas mismas
la autoconciencia con la que se encuentran resulte también perdida.
Resulta pues, que al reconocerse en la otra se opone a sí misma, pues desde ambos extremos
de la relación la acción que se está ejecutando es la misma. La que produce a la vez el
reconocimiento y la pérdida de sí; pérdida que resulta en un nuevo reconocimiento de sí aún
más completo; todo esto al hallar la identificación con la otra. Este nuevo reconocimiento de
sí, mas completo, solo puede darse cuando la autoconciencia que antes se consideraba segura
de sí (al mismo modo en que en la figura de la conciencia consideraba al objeto como una
certeza independiente) se sale de sí misma para reconocerse en la otra, simultáneamente
reconociendo a esta otra como una igual, es decir, como autoconciencia con la certeza de sí.
Solo se puede ser autoconciencia con verdadera certeza de sí cuando se es reconocida por
otra autoconciencia, y esto a su vez exige que la primera reconozca también a la otra
autoconciencia como tal. Las autoconciencias “se reconocen reconociéndose mutuamente”
(Hegel, 1993, pág 111)
Resulta provechoso distinguir, con Hyppolite, tres elementos en este proceso dialéctico recién
descrito: las dos autoconciencias, y el elemento de alteridad. Las dos primeras deberían
resultar claras, y lo que puede decirse del tercer elemento es que se presenta cuando al
reconocer otra autoconciencia no se retorna el reconocimiento y la primera autoconciencia no
puede ser aun para sí. Cuando una autoconciencia es solamente como objeto para otra y no ha
sido reconocida como autoconciencia, por esa otra, no puede ser para sí verdaderamente. La
alteridad ocurre como “el ser para otro que no es todavía ser para sí”.(Hyppolite,1974,
pág.152). Este elemento de alteridad, como parte de la dialéctica descrita nos dirige
directamente a la lucha de las conciencias que se contraponen, y a la relación impar entre dos
autoconciencias que resulta en la dinámica del señorío y el esclavo.
Para Hegel la vida es la posición natural de la conciencia. Por esto cada autoconciencia busca
reafirmarse en el otro para saberse efectivamente viva. Pero ya que el intento anterior no
funciona las autoconciencias recurren a saberse vivas en función de la muerte del otro y en el
riesgo que implica morir. Veremos esto con mayor detalle más adelante:
Lo que resulta en las dinámicas de la autoconciencia duplicada es, por un lado, que una
autoconciencia se mantenga en el primer tipo de reconocimiento propio, en el momento en
que se cree tener certeza de sí. No obstante, la autoconciencia en esta posición ignora que esa
certeza sólo puede tener contenido verdadero cuando la autoconciencia habiendo sido
reconocida por otra también reconoce a esta última como tal. Por otro lado, la otra
autoconciencia se suelta del reconocimiento de sí mediante el otro y aunque reconoce a la
otra autoconciencia, no se identifica con esta. Esto da paso a la dinámica de señor y siervo. El
siervo reconoce al señor como autoconciencia pero lo ve como una distinta a la suya propia,
de modo que no se puede reconocer en él y tampoco es reconocido por el.
iii) El señor y el siervo: El señor se permite afrontar su propia muerte, porque reconocerse
en el otro, precisamente lo que no hace, sería verdaderamente afirmar su vida. Por su parte el
siervo se permite perder su autoconciencia, en el sentido de que no es reconocido como tal, al
costo de afirmar su vida por el hecho de ser reconocido aunque sea como objeto. Esta
relación entre los dos resulta de su lucha en busca de reconocimiento.
El ser del señor resulta ahora su conciencia de sí, su propia certeza lo determina. El señor se
afirma autoconciencia para sí mismo. Esto es más claro en analogía con la manera en que en
la figura de la conciencia esta se afirmaba conciencia en relación directa con un objeto. El
señor lo es porque prescinde de reconocerse en otra autoconciencia, y más bien sólo se
reconoce para sí mismo, viendo cualquier otra autoconciencia como objeto y no como lo que
es. El señor va definiendo su propio ser en relación con esos objetos, autoconciencias
cosificadas. También es parte de lo que determina al señor como tal el hecho de que el siervo
le reconoce como autoconciencia que se autodetermina, sin embargo el siervo no se reconoce
a sí en el señor. El siervo sirve de medio al señor para que este último pueda ser reconocido
autoconciencia
La dinámica del siervo es la de producir objetos para el goce de las apetencias del señor y el
señor se sostiene como tal, y como autoconciencia, en su relación con los objetos; relación
que es afirmada por el siervo. “El amo consume la esencia del mundo, el siervo la elabora”
(Hyppolite, 1974, pág 158)
Por su parte el siervo no ve en sí su propia esencia sino que la ubica por fuera de sí, en el
señor. El siervo ve al señor como un ideal, y lo reconoce como autoconciencia.
Simultáneamente el siervo se ve a sí mismo humillado, se ve a sí como es visto por el señor,
como producto cosificado. El siervo desea ser esa autoconciencia que ve en el señor, aunque
no se reconoce en ella. Al mismo tiempo esta dualidad implica que en el siervo se da
efectivamente la dialéctica. En cambio, en el señor como solo se reconoce a sí mismo como
autoconciencia, se afirma en una manera de ser que no tiene verdad última. El siervo por su
parte puesto en la dialéctica en que se encuentra puede desarrollarse. Parece ser que el
señorío resulta una vía bloqueada, que no llega a nada. Por su parte el siervo parece estar en
un camino que lo puede conducir a una verdad; a ser verdaderamente tras aprehender las
relaciones en que se encuentra inmiscuido. La posibilidad que tiene el siervo, de aprehender
estas relaciones, está dada por el hecho de que el poner su esencia por fuera de sí (en el amo)
le permite eventualmente verse reflejado en los objetos de su producción. El siervo puede
encontrarse en los objetos que produce y esto puede llevarlo a subvertir la dinámica señor-
siervo. Así, el siervo devendría en señor y el señor resultaría antes de darse cuenta en la
posición del siervo. Esta subversión de la relación sólo es posible cuando gracias a su obra el
siervo puede reconocerse a sí mismo conciencia. “Por medio del trabajo la autoconciencia se
eleva hasta la intuición de ella misma en el ser” (Hyppolite, 1974, pág 160)
3. Autoconciencia y alienación
Vamos a tratar de interpretar ahora en qué medida puede integrarse el fenómeno de la
alienación con la propuesta hegeliana. Para eso nos acercaremos al problema de dos formas:
partimos del hecho de que el sujeto dentro de estas figuras ya está alienado. En este sentido,
primero expondremos cómo desde un momento específico de la autoconciencia puede ser la
alienación superada, y luego examinaremos tomando un panorama más general de qué
manera todos los momentos que Hegel presenta responden ya a un intento del sujeto por
superar la alienación.
BIBLIOGRAFÍA
-Hegel, G.W Friedrich (199). Fenomenología del espíritu. Mexico D.F., México: Fondo de
cultura económica.