Вы находитесь на странице: 1из 8

Universidad Nacional de Colombia

SFM - Filosofía Moderna: concepto de alienación


Dafna Saportas Cruz - David Zuluaga Salazar

Autoconciencia: el camino a la desalienación

El sistema filosófico hegeliano

El sistema filosófico hegeliano surge como una respuesta a la insatisfacción generada por los
modelos epistemológicos precedentes en el intento de integrar las múltiples manifestaciones
de la experiencia y de la conciencia en un único sistema. A diferencia de los modelos en los
que se cimienta la crítica, La Fenomenología del Espíritu surge como un proyecto en el que
Hegel dará cuenta de la coyuntura que existe entre el pensamiento, la cultura, el derecho, las
costumbres, la religión y demás, como productos necesarios de la evolución de la experiencia
de la conciencia1. En otras palabras, Hegel pretende en esta obra esquematizar la manera en la
que se configura la conciencia para dar explicación a las diferentes maneras de experiencia
humana. La magnitud de éste proyecto consiste en que da razón de la generación de ciertas
dinámicas individuales y colectivas como manifestaciones necesarias de una inmanente
condición humana, lo que le permite a Hegel no sólo describir, sino también predecir los
distintos niveles de organización y expresión política y cultural de una sociedad.

Para cumplir con esta propuesta, Hegel recurre a la utilización de un método que describe
cómo la conciencia configura e instaura progresivamente determinadas verdades sobre el
mundo partiendo de un primer nivel de la experiencia al que Hegel denomina conciencia, que
concluye luego en el nivel máximo de desarrollo bajo la figura del saber absoluto. La manera
en la que se transita por estas figuras (a saber, conciencia, autoconciencia, razón, espíritu,
religión y saber absoluto) es a través del agotamiento de las verdades que internamente
configura cada estadío al hallar una contradicción en ellas y tener así la necesidad de
superarlas instaurando nuevas verdades de naturaleza diferente a las anteriores. El proceso
dialéctico es un proceso dinámico donde la continua superación de las verdades bajo las que
se presenta cada fenómeno en cada una de las figuras es requisito para la aparición de las
verdades de la figura subsiguiente, razón por la que, para Hegel, el espíritu y la cultura tienen
una inexorable dirección.

Ahora bien, para esta sesión del seminario hemos decidido integrar en un solo documento lo
que individualmente nos correspondía para la clase debido a que concluimos que la
aproximación que podemos hacer desde Hegel al problema de la alienación resulta más
provechosa tomando conjuntamente los textos. En primer lugar expondremos lo competente
la primera parte de la figura de la autoconciencia: La verdad de la certeza de sí mismo junto
con los tres momentos que la componen. Luego abordaremos La independencia y sujeción de
la autoconciencia; señorío y servidumbre también con sus respectivos momentos para

1 En este texto utilizo la cursiva para señalar que una primera acepción del término “conciencia” se refiere a la
primera figura de La Fenomenología del Espíritu, mientras que en el caso en donde dicho término no aparece en
cursiva me refiero a la conciencia del sujeto que experimenta el mundo.
finalmente concluir con un intento de análisis sobre en qué medida todo el texto hegeliano
responde o se vincula con el fenómeno de la alienación.

1. La verdad de la certeza de sí mismo

En primer lugar consideramos necesario aclarar que en esta explicación sobre el texto de La
Fenomenología no pretendemos entrar en detalle respecto a la manera metódica por la que
Hegel desarrolla los tránsitos que hace la conciencia en su experiencia, razón por la que nos
abstendremos de utilizar terminología muy específica para no generar confusiones.
Pretendemos en este caso enunciar a grandes rasgos y con un lenguaje natural cómo operan
los momentos que encontramos en la figura inmediatamente posterior a la primera figura de
la obra.

La autoconciencia surge como la figura que se conduce desde la conciencia a un nivel


superior de “perspicacia”. En términos muy generales, en el dominio de la conciencia el
mundo del sujeto se configura a partir de representaciones inmediatas recibidas gracias a la
percepción. En este primer nivel lo que se toma como verdadero son los objetos capturados a
través de dicha facultad, de modo que la vida del sujeto se dirige exclusivamente por las
certezas que le son inmediatamente provistas por la percepción. Para entender esto pensemos,
por ejemplo, en la vida de un animal 2: el animal experimenta el mundo de forma que su
accionar se condiciona casi que exclusivamente por la información que le provee el entorno;
el animal está inclinado a realizar determinadas acciones porque sus facultades lo supeditan a
una interpretación del mundo casi que exclusivamente en función de los objetos del lugar que
habita. Esto es: la verdad de la vida del animal se encuentra en los objetos externos. Podría
afirmarse de forma muy indiscriminada que para él no tiene cabida un mundo abstracto,
lingüístico o político, -solo por nombrar algunas dimensiones de la vida humana-. Ahora, con
la autoconciencia, tal y como su nombrea lo indica, el sujeto pasa a ser consciente del proceso
que determinaba su primera forma de experiencia con el mundo, de modo que la abstracción
misma de este proceso representa ya una nueva manera de experiencia y le presenta otra
verdad antes insospechada, a saber, la verdad no se encuentra ya en los objetos por sí mismos
sino en la percepción que el sujeto está teniendo de esos mismos objetos. En otras palabras,
los objetos no son por sí mismos sino que lo son para una conciencia que los percibe. El
proceso antes imperceptible es descrito por Hegel en los tres momentos anteriormente
mencionados donde se enuncia el proceso por el que el sujeto es capaz de lograr hacer tal
abstracción sobre sus condiciones y así permitirse nuevas maneras de experiencia.

i) La autoconciencia de sí: El primer momento, correspondiente a la autoconciencia en sí,


indica la abstracción que el sujeto hace de su condición. La abstracción no es más que la
objetivación que el sujeto hace sobre sí mismo, es decir, el sujeto visto a sí mismo como un
otro. Dice Hegel, “la autoconciencia es la reflexión, que desde el ser del mundo sensible y
percibido, es esencialmente el retorno desde el ser otro” (Hegel, 1993, pág 108). Con esto se

2 Más adelante Hegel tratará el tema de la conciencia en los animales refiriéndola a la figura de la
autoconciencia. En esta ocasión utilizo el ejemplo sólo para dar una idea muy general de cómo opera la figura
de la conciencia, pero no con esto quiero decir que la experiencia de los animales se subordine a esta figura.
quiere decir que la manera en la que el sujeto se da cuenta -o es consciente- de que es la
percepción lo que configura el mundo y las verdades que de él puedan concluirse, es a través
de la aparición de otro “yo” que “observa” ese primer “yo” y en la observación de sí mismo
como un otro puede percatarse de la dinámica por la que estaba regido. Dice Hegel: “la
autoconciencia es la tautología del yo soy yo” (íbid). Es decir, un sujeto reconociéndose a sí
mismo como tal.

ii) La vida: Sabemos hasta ahora cómo funciona el proceso por el que el sujeto es
autoconsciente, pero no bajo qué condiciones se convierte en autoconsciente. Este momento
del proceso se titula vida porque es gracias a las pulsaciones vitales que el sujeto puede
reconocerse como sujeto; es gracias a lo que Hegel denomina apetencia que el sujeto sabe
sobre sí mismo y a partir de esto determina su accionar. El hambre, por ejemplo, hace que el
sujeto se abstraiga y se examine como un ente que para saciarse necesita buscar comida;
gracias a esta pulsación vital el sujeto toma la forma de realidad objetiva que tratábamos hace
unos instantes y es así consciente de sí mismo. Con la apetencia el sujeto se concibe ahora en
relación con el mundo y no separado de él -al mejor estilo cartesiano-, pues si no es yendo al
mundo e incorporando apetitivamente los objetos que antes le aparecían separados de sí el
sujeto no podría seguir vivo. La apetencia no sólo conserva la vida en el sentido orgánico o
biológico del término, también en el proceso apetitivo la conciencia del sujeto se reafirma en
el mundo a modo de una estrecha relación con los objetos apetecidos porque él requiere de
una vinculación, de pensarse a sí mismo y su actuar en función de los objetos externos, para
continuar entendiéndose como autoconciencia.

iii) El yo y la apetencia: Esto nos lleva al último momento. Aquí el objeto de la apetencia se
convierte primeramente en un requisito para la conservación de la vida pero se sofistica al
convertirse en un objeto de goce. La apetencia es placentera porque nos ha permitido
pensarnos de forma autoconsciente. Pero en el momento culmen donde la apetencia ha cesado
el sujeto ya no encuentra otra manera de afirmarse en el mundo, pues era la apetencia lo que
le permitía pensarse de manera autoconsciente. Ahora va en búsqueda de una nueva manera
de suplir esta necesidad que no es otra cosa sino la necesidad de reconocimiento. La
autoconciencia necesita de otra autoconciencia que la valide en el mundo, que la reconozca
para que ella se entienda como parte del mundo y no se conciba, como antes, por fuera de él.

2. Independencia y sujeción de la autoconciencia; señorío y servidumbre

i) Autoconciencia duplicada: En esta sección del texto se examina la relación que


mutuamente establecen dos autoconciencias. Esto entraña una necesidad en la que el vínculo
entre ambas resulta inevitable. En este primer momento Hegel nos presenta los rasgos
esenciales que sustentan la relación entre ambas autoconciencias. El subtítulo de la sección da
pistas para discernir el sentido del vínculo; en últimas se trata de que las dos autoconciencias
se proyectan mutuamente en la otra porque, en la búsqueda en la que había quedado la
autoconciencia de la sección anterior por lograr reconocerse como parte del mundo, ella
busca ahora que se le valide a través del reconocimiento que otra autoconciencia puede
otorgarle. La autoconciencia busca identificarse a sí misma no como objeto, sino como
autoconciencia.

En este proceso, sin embargo, aparece un primer problema: encontrarse con otra
autoconciencia con las mismas pretensiones imposibilita un genuino reconocimiento porque
al realizar ambas su proyección en el otro las autoconciencias pierden su propia naturaleza.
Cada una pierde su propio carácter al verse a sí misma despojada de su propia esencia por la
identificación con la otra autoconciencia. Es un movimiento que se puede comparar con el de
la sección anterior, el que sucedia entre la autoconciencia y el objeto de deseo. La
autoconciencia ya se ha visto a sí misma como objeto y ha pasado por la comprensión de que
los objetos de fuera la determinan y también de que ella misma determina esos objetos. Ahora
la autoconciencia busca dejar esa posición de objeto para ubicarse en la posición de lo que es,
una autoconciencia. Buscan entonces poderse validar en el mundo como autoconciencias y no
como objetos.

Ambas autoconciencias están en la misma dinámica de buscar ser reconocidas por la otra,
pero en el ser reconocida por otra autoconciencia, buscando ser validada como
autoconciencia, se presenta una dualidad paradójica. Al ser reconocido por la otra se
reconoce también en la otra, y esto implica nuevamente una pérdida de sí. Esta pérdida
resulta como consecuencia, al identificarse con la otra autoconciencia que a su vez identifica
como objeto, en el proceso en que buscaba una validación de sí. Cada una frente a la otra
toma una postura que es idéntica, lo que genera que simultáneo a la pérdida de ellas mismas
la autoconciencia con la que se encuentran resulte también perdida.

Ambas autoconciencias se pierden en su encuentro. De esta dinámica resulta la supresión de


la autoconciencia ajena en la medida en que no se le reconoce como la otra sino como la
proyección de la propia autoconciencia. Al verse la propia autoconciencia en la otra genera
que esta otra se pierda a sí misma. Cuando cada una se reconoce en la otra se sitúan por fuera
de sí mismas. Lo paradójico es que al situarse por fuera de sí, en la otra autoconciencia, se
produce un retorno a sí nuevamente. Este nuevo retorno a sí ocurre cuando no se ve más a la
otra autoconciencia como objeto sino que se identifica situándose ella misma en la otra como
autoconciencia.

Resulta pues, que al reconocerse en la otra se opone a sí misma, pues desde ambos extremos
de la relación la acción que se está ejecutando es la misma. La que produce a la vez el
reconocimiento y la pérdida de sí; pérdida que resulta en un nuevo reconocimiento de sí aún
más completo; todo esto al hallar la identificación con la otra. Este nuevo reconocimiento de
sí, mas completo, solo puede darse cuando la autoconciencia que antes se consideraba segura
de sí (al mismo modo en que en la figura de la conciencia consideraba al objeto como una
certeza independiente) se sale de sí misma para reconocerse en la otra, simultáneamente
reconociendo a esta otra como una igual, es decir, como autoconciencia con la certeza de sí.
Solo se puede ser autoconciencia con verdadera certeza de sí cuando se es reconocida por
otra autoconciencia, y esto a su vez exige que la primera reconozca también a la otra
autoconciencia como tal. Las autoconciencias “se reconocen reconociéndose mutuamente”
(Hegel, 1993, pág 111)

Resulta provechoso distinguir, con Hyppolite, tres elementos en este proceso dialéctico recién
descrito: las dos autoconciencias, y el elemento de alteridad. Las dos primeras deberían
resultar claras, y lo que puede decirse del tercer elemento es que se presenta cuando al
reconocer otra autoconciencia no se retorna el reconocimiento y la primera autoconciencia no
puede ser aun para sí. Cuando una autoconciencia es solamente como objeto para otra y no ha
sido reconocida como autoconciencia, por esa otra, no puede ser para sí verdaderamente. La
alteridad ocurre como “el ser para otro que no es todavía ser para sí”.(Hyppolite,1974,
pág.152). Este elemento de alteridad, como parte de la dialéctica descrita nos dirige
directamente a la lucha de las conciencias que se contraponen, y a la relación impar entre dos
autoconciencias que resulta en la dinámica del señorío y el esclavo.

ii) La lucha de las conciencias contrapuestas: La autoconciencia se ha dado cuenta de que


no puede encontrarse en la validación del otro. Por tanto ella tiende ahora a afirmarse en el
mundo por sus propios medios.

Para Hegel la vida es la posición natural de la conciencia. Por esto cada autoconciencia busca
reafirmarse en el otro para saberse efectivamente viva. Pero ya que el intento anterior no
funciona las autoconciencias recurren a saberse vivas en función de la muerte del otro y en el
riesgo que implica morir. Veremos esto con mayor detalle más adelante:

La pretensión de afirmarse mediante esta desbalanceada dinámica se logra en el intento de


suprimir al otro, es decir, de matarlo. En el duelo a muerte entre dos sujetos se reafirma la
vida de los implicados de dos maneras: primero, al arriesgar la propia vida y tener así que
empoderarse de todo lo que ella constituye, y segundo, al matar al contrincante porque así el
sujeto se impone sobre algo que ubica como radicalmente diferente a él, y al vencerlo se
legitima de una determinada manera en el mundo. Para comprenderlo pensemos en dos
pueblos en guerra: los pueblos no sólo buscan la rendición del contrincante sino la completa
eliminación del contrincante en el mundo, pues lo que cada uno está intentando hacer en su
respectivo bando es imponer su verdad o simplemente imponerse a sí mismos por encima de
lo que es diferente de ellos.

Lo que resulta en las dinámicas de la autoconciencia duplicada es, por un lado, que una
autoconciencia se mantenga en el primer tipo de reconocimiento propio, en el momento en
que se cree tener certeza de sí. No obstante, la autoconciencia en esta posición ignora que esa
certeza sólo puede tener contenido verdadero cuando la autoconciencia habiendo sido
reconocida por otra también reconoce a esta última como tal. Por otro lado, la otra
autoconciencia se suelta del reconocimiento de sí mediante el otro y aunque reconoce a la
otra autoconciencia, no se identifica con esta. Esto da paso a la dinámica de señor y siervo. El
siervo reconoce al señor como autoconciencia pero lo ve como una distinta a la suya propia,
de modo que no se puede reconocer en él y tampoco es reconocido por el.
iii) El señor y el siervo: El señor se permite afrontar su propia muerte, porque reconocerse
en el otro, precisamente lo que no hace, sería verdaderamente afirmar su vida. Por su parte el
siervo se permite perder su autoconciencia, en el sentido de que no es reconocido como tal, al
costo de afirmar su vida por el hecho de ser reconocido aunque sea como objeto. Esta
relación entre los dos resulta de su lucha en busca de reconocimiento.

El ser del señor resulta ahora su conciencia de sí, su propia certeza lo determina. El señor se
afirma autoconciencia para sí mismo. Esto es más claro en analogía con la manera en que en
la figura de la conciencia esta se afirmaba conciencia en relación directa con un objeto. El
señor lo es porque prescinde de reconocerse en otra autoconciencia, y más bien sólo se
reconoce para sí mismo, viendo cualquier otra autoconciencia como objeto y no como lo que
es. El señor va definiendo su propio ser en relación con esos objetos, autoconciencias
cosificadas. También es parte de lo que determina al señor como tal el hecho de que el siervo
le reconoce como autoconciencia que se autodetermina, sin embargo el siervo no se reconoce
a sí en el señor. El siervo sirve de medio al señor para que este último pueda ser reconocido
autoconciencia

La dinámica del siervo es la de producir objetos para el goce de las apetencias del señor y el
señor se sostiene como tal, y como autoconciencia, en su relación con los objetos; relación
que es afirmada por el siervo. “El amo consume la esencia del mundo, el siervo la elabora”
(Hyppolite, 1974, pág 158)

Por su parte el siervo no ve en sí su propia esencia sino que la ubica por fuera de sí, en el
señor. El siervo ve al señor como un ideal, y lo reconoce como autoconciencia.
Simultáneamente el siervo se ve a sí mismo humillado, se ve a sí como es visto por el señor,
como producto cosificado. El siervo desea ser esa autoconciencia que ve en el señor, aunque
no se reconoce en ella. Al mismo tiempo esta dualidad implica que en el siervo se da
efectivamente la dialéctica. En cambio, en el señor como solo se reconoce a sí mismo como
autoconciencia, se afirma en una manera de ser que no tiene verdad última. El siervo por su
parte puesto en la dialéctica en que se encuentra puede desarrollarse. Parece ser que el
señorío resulta una vía bloqueada, que no llega a nada. Por su parte el siervo parece estar en
un camino que lo puede conducir a una verdad; a ser verdaderamente tras aprehender las
relaciones en que se encuentra inmiscuido. La posibilidad que tiene el siervo, de aprehender
estas relaciones, está dada por el hecho de que el poner su esencia por fuera de sí (en el amo)
le permite eventualmente verse reflejado en los objetos de su producción. El siervo puede
encontrarse en los objetos que produce y esto puede llevarlo a subvertir la dinámica señor-
siervo. Así, el siervo devendría en señor y el señor resultaría antes de darse cuenta en la
posición del siervo. Esta subversión de la relación sólo es posible cuando gracias a su obra el
siervo puede reconocerse a sí mismo conciencia. “Por medio del trabajo la autoconciencia se
eleva hasta la intuición de ella misma en el ser” (Hyppolite, 1974, pág 160)

3. Autoconciencia y alienación
Vamos a tratar de interpretar ahora en qué medida puede integrarse el fenómeno de la
alienación con la propuesta hegeliana. Para eso nos acercaremos al problema de dos formas:
partimos del hecho de que el sujeto dentro de estas figuras ya está alienado. En este sentido,
primero expondremos cómo desde un momento específico de la autoconciencia puede ser la
alienación superada, y luego examinaremos tomando un panorama más general de qué
manera todos los momentos que Hegel presenta responden ya a un intento del sujeto por
superar la alienación.

i) En la segunda sección de la autoconciencia el proceso para alejarse del estado alienado


pasa por reconocerse en otra autoconciencia y al tiempo ser reconocido por ella. Pero como
vimos este proceso no logra efectuarse. Idealmente el estado menos alienado en que podría
estar el individuo -en esta primer parte de la figura de autoconciencia- parece ser el estado en
que la relación de reconocimiento entre dos autoconciencias está balanceada. Esto es, cuando
ambas autoconciencias se reconocen en la otra y reconocen a la otra. De este modo la acción
de ambas autoconciencias resulta idéntica y los extremos de la relación (cada individuo)
resultan unificados entre sí, en el punto medio, por medio de la acción. Pero fácticamente en
la dinámica de reconocimiento entre las autoconciencias no se logra este balance sino que
siempre surge la dinámica de señor-siervo. En esta dinámica los sujetos eventualmente
resultan intercambiando de rol y posicionándose desde el extremo opuesto. Pero esta
subversión no es un círculo vicioso, un retorno al mismo punto, pues el nuevo señor, antes
siervo, pasa ahora a la dependencia del siervo, y el siervo, que ya ha sido señor, comprende
su posición dependiente anterior y se reconoce ahora desde la posición de siervo como
independiente. En este punto el nuevo siervo estaría en condición de direccionarse al saber
absoluto por haber ya transitado las etapas de dependencia precedentes, y así, sería quien se
conduce al reconocimiento de sí en el mundo, es decir, en la des-alienación.

ii) Ahora abordaremos el problema haciendo un paneo más general. El problema de la


autoconciencia no es otra cosa sino el proceso por el cual el individuo busca
desesperadamente desalienarse. Vemos en el despliegue de la teoría hegeliana una constante
lucha por encontrar los medios para empoderarse y reconocerse en el mundo en cada uno de
los momentos presentados en el texto. Estos intentos se le presentan al sujeto como una
posibilidad real a la que él se conduce al transitar por cada una de las figuras expuestas.
Vemos que el proceso de desalienación apenas se comienza a esbozar en la medida en que el
sujeto está cada vez más consciente de las dinámicas que lo rigen y de las contradicciones
con las que eventualmente se encuentra al seguir los caminos que se le van revelando; la
dinámica consiste en que lo que antes se le presentaba al sujeto como una invitación para
encontrarse a sí mismo termina por contradecirse y conducir al sujeto a nuevas maneras de
experiencia y accionar bajo las cuales él mismo se va des-cubriendo. No se trata de que haya
un momento o un método para la desalienación sino de un constante re-conocimiento, de una
aletheia sobre aquello que preconfigura nuestra existencia humana.

BIBLIOGRAFÍA
-Hegel, G.W Friedrich (199). Fenomenología del espíritu. Mexico D.F., México: Fondo de
cultura económica.

-Hyppolite, Jean (1974). Génesis y estructura de La fenomenologia del espiritu de Hegel.


Barcelona, España: Ediciones península.

Вам также может понравиться