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PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL PERÚ

FACULTAD DE LETRAS Y CIENCIAS HUMANAS

TRABAJO INDIVIDUAL

Título: El ritual de la Capaccocha en la crónica Relación de las fábulas y ritos


de los incas

Nombre: Camila A. Núñez Valencia

Tipo de evaluación: Trabajo Final

Curso: Fuentes Históricas

Horario: 5001

Comisión: -

Profesor: Pedro Guibovich

Jefe de Práctica: -

SEMESTRE 2020-1
El ritual de la Capaccocha en la crónica Relación de las fábulas y ritos de
los incas

Cristóbal de Molina es el autor de la crónica que se utilizará como material de estudio


en el presente trabajo, fue párroco del Hospital de naturales Nuestra Señora de los
Remedios ubicado en Cuzco y mantuvo constante contacto con los indígenas por tales
motivos. El escrito Relación de las fábulas y ritos de los incas sería su segunda gran
obra pues la primera, y hasta el día de hoy extraviada, Historia de los Incas sirvió como
fuente de información para otros cronistas contemporáneos como Miguel Cabello de
Balboa quien admite en su crónica servirse de la información de Molina para contar la
verdadera historia del listado de Incas y sus orígenes. Se sabe que la Relación fue una
tarea encargada a Molina por el obispo de la ciudad de Cuzco desde 1573 Sebastián
Lartaun, no era la primera vez que le encomendaba una tarea de este tipo puesto que la
anterior crónica también era mandato suyo; la razón por la que se confiaba en Molina
para este tipo de actividades está en su excelente manejo de lenguas indígenas lo que
también le permitió ser visitador eclesiástico asignado por el virrey Francisco de Toledo
en dos oportunidades, encargándose de supervisar las parroquias de la ciudad del Cuzco.

El manuscrito original que se tiene de esta crónica se presume habría pertenecido al cura
Francisco de Ávila quien con seguridad la mandaría copiar, actualmente se puede
encontrar en la Biblioteca Nacional de Madrid con el título Manuscrito 3169 junto a
otros textos de cronistas de la época que tratan temas parecidos. Para el análisis de este
documento se ha decidido examinar la edición crítica de Paloma Jiménez del Campo ya
que brinda una transcripción muy fiel a la crónica original e incluso lo complementa con
información sobre el contexto y lo que significaría el contenido de la Relación.

En primer lugar, es indispensable conectar este manuscrito con lo aprendido en este


curso entorno al correcto estudio de las fuentes Históricas. Carlos Aranibar en su
artículo “Algunos problemas heurísticos en las crónicas de los siglos XVI-XVII”
plantea hacer una crítica interna y externa al documento; en el caso de la Relación y la
crítica externa ligada a los posibles problemas de edición se puede mencionar que, a
diferencia de ediciones anteriores, la transcripción elaborada por Paloma Cuenca se
mantuvo fiel a las lecturas del códice y tomó en consideración el análisis crítico
paleográfico. La editora menciona que la copia del manuscrito es obra de un mismo
copista (Cuenca 2010: 224) luego de examinar el estilo de la letra y compararlo con los
textos de otros cronistas que se encontraron junto a este manuscrito.

En lo que respecta a la crítica interna del documento es acertado tener en cuenta lo poco
que se conoce sobre Cristóbal de Molina, era un hombre nacido en Andalucía y su
llegada al Cuzco sería alrededor de 1556 hasta que en 1565 iniciaría sus funciones como
párroco del Hospital de indios donde desarrolló mucho más sus habilidades
comunicativas en lenguas aborígenes (Jiménez 2010: 27) gracias a ello Molina ofrece
detalladamente las oraciones en quechua que eran parte de las ceremonias y nombres
muy exactos de lugares o personajes. Principalmente interesa conocer cuáles fueron los
motivos que impulsaron a Molina a redactar esta crónica, se ha dicho ya que fue una
tarea encargada por el obispo Lartaun aunque los motivos del pedido no quedan del todo
claros; basándonos en el alto cargo eclesiástico que ejercía es posible que Lartaun
deseara conocer a profundidad los ritos ancestrales que los incas tenían y de esta manera
él pudiera evangelizarlos de una manera mucho más eficiente (Soltero 2010: 113).
Tiene sentido esta idea dado que se desarrollaban visitas eclesiásticas con el propósito
de convertir a los indígenas al catolicismo y desprenderlos de una vez de sus antiguas
creencias; en ese sentido, una recopilación de esta índole sería mucho más útil para el
obispo y su misión cristiana.

Otro aspecto de la crítica interna del documento que sostiene Aranibar es la fuente de
donde el cronista recopila la información, Molina se preocupó en mostrar información
detallada de los rituales y mitos que tienen los incas. A lo largo de la lectura es posible
notar que consiguió testimonios de primera mano, incluso menciona en la propia
crónica que se entrevistó con gente muy mayor que pudiera proveerle datos reales o que
incluso ellos hubieran presenciado lo que nos lleva a reconocer que el uso de fuentes
orales le añade mayor credibilidad al relato que Molina nos cuenta. Él también estuvo
presente en el momento que se efectuó la ejecución de Túpac Amaru aunque no hable
específicamente de ello en este manuscrito, esta información se sabe por los datos que
otros cronistas mencionan en sus textos. Esto último permite mencionar la característica
filiación del dato que consiste en saber si el autor es original o está repitiendo
información que otros ya han mencionado antes, en el caso de Molina se tiene
conocimiento de cronistas contemporáneos como Bernabé Cobo que lo leyeron y en
base a ello mencionaron aspectos similares en sus propios escritos; en cambio, al ser
Molina uno de los primeros en recopilar datos sobre el pasado andino y en especial
sobre ritos y fábulas no hay mucho debate acerca de la poca influencia que recibió o
pudo leer lo que convierte a este manuscrito en un documento importante para el
conocimiento de festividades que se realizaran cada mes del calendario andino.

Especialmente, en el mes de abril, Molina nombra por primera vez el ritual de la


Capaccocha o Qhapaq Hucha (en quechua). Este consistía en pedirle a los cuatro suyos
ofrendas que complacieran a los dioses: Antisuyo, Contisuyo, Collasuyo y Chinchysuyo
iniciaban una larga caminata desde sus pueblos llevando coca, chicha, tejidos y niños
entre 4 y 10 años los cuales serían sacrificados en honor al inca y a los dioses. La
Capaccocha era un ritual mucho más significativo de lo que parece, si bien uno de sus
principales propósitos era otorgarle salud y larga vida al Inca también se efectuaba
cuando se quería evitar una crisis o desastre natural. En la concepción andina las huacas
debían estar siempre complacidas así ellos no sufrirían la furia de los dioses, por eso al
momento de hacer los sacrificios eran minuciosos en no dejar ninguna sin su ofrenda;
los quipocamayo llevaban cuenta de los sacrificios que se habían hecho y los que
faltaban hacer, a las más importantes se les ofrendaba un sacrificio humano mientras
que a las de menor rango un sacrificio animal en varias ocasiones. Es interesante como
Molina proporciona incluso oraciones que los sacerdotes declamaban en medio del
ritual, su manejo del quechua es muy útil para conocer cuáles eran los pedidos que los
incas hacían a los dioses a cambio de la ofrenda humana que le estaban haciendo.

El cronista es completamente minucioso al detallar los pasos a seguir en el ritual de la


Capaccocha; primero, los niños venían de todas partes haciendo una larga peregrinación
e inspirando temor en todos los pobladores del común que no participaban del ritual y
quienes al ver pasar los sacrificios atinaban a doblegarse en el suelo evitando totalmente
mirarlos de frente; segundo, los niños que iban a ser sacrificados llegaban al Cuzco y los
reunían en la plaza de Aucaypata para luego hacerles lucirse alrededor de los ídolos del
Sol, el Trueno y el Hacedor con el fin de mostrarle a los dioses que les estaban
ofrendando a los niños más perfectos que pudieran existir en los confines del reino.
Cada niño que en un futuro sería parte del sacrificio era cuidado con los mejores lujos y
alimentado con los productos de la más alta calidad, si alguno de ellos era aún incapaz
de andar por su cuenta sería su madre la que lo alzaría en brazos durante la
peregrinación y supervisaría que jamás pase hambre.

Molina especifica que la huaca más importante que tenían los incas era la huaca
Yanacauri, así como se ofrecía un sacrificio en este lugar se hacía también en todas las
huacas principales del reino. Las que estuvieran muy lejos tendrían que realizarse por
los jefes de los suyos durante el retorno a sus pueblos, marcharían con llamas, ofrendas
de oro y plata, coca y una vez alcanzada la huaca adormecerían a los niños para
colocarlos en pequeños nichos bajo tierra aún vivos o arrancarles el corazón para
después bañar con su sangre este lugar sagrado. Como se ha mencionado, la
Capaccocha era necesaria y vital cuando era época de crisis, de mala cosecha o un
nuevo Inca ingresaba al trono, esto porque “el soberano era la máxima autoridad y, por
ello, el que tenía preferentemente el privilegio de acceder a las deidades y el monopolio
de distribuir lo sagrado” (Limón 2017: 25) Con este acto también se reconocía la
integración de un nuevo pueblo a los dominios incaicos, la Capaccocha simbolizaba su
participación de la cosmovisión andina como parte de los súbditos del Tahuantinsuyo.

Asimismo, un análisis político sobre este ritual se desprende de la descripción que


Cristobal de Molina hace acerca de los procedimientos a seguir para la ejecución de la
Capaccocha. Continuando con la idea anterior, al momento de anexar un nuevo pueblo
se elegía dentro de sus habitantes los dos niños más hermosos que pudieran existir,
aquellos que no tenían imperfecciones físicas ni si quiera lunares en el cuerpo para que
fueran trasladados al Cuzco rodeados de toda la parafernalia que implica el ritual y
finalmente sus cuerpos retornaran a las huacas de sus pueblos con el propósito de ser
venerados y consultados como oráculos cada vez que los pobladores buscaran
respuestas a su futuro. En segundo lugar, existe un deseo de parte de los habitantes por
ofrecer un hijo suyo como sacrificio, es difícil comprender esta situación pero para el
hombre que anhelaba dicho momento “estos sacrificios eran una forma de expresar la
fidelidad hacia el Sapa Inca por parte de las poblaciones sojuzgadas e implicaban una
reciprocidad, pues el que ofrecía algún hijo adquiría un rango social alto” (Limón
2017:20).
Para trabajar este aspecto, Molina no brinda muchos ejemplos sobre casos en los que el
padre utilice a unos de sus hijos para ascender social y políticamente; es el cronista
Hernández Príncipe quien en su obra comenta el caso de un curaca que sacrifica a su
hija para mostrar su fidelidad al Inca y conseguir un rango más alto. No sólo el padre
recibía la satisfacción de ser una figura de poder más importante, los hermanos de la
niña sacrificada probablemente se convertirían en sacerdotes y continuarían propagando
el culto a la nueva huaca. Debemos entender que dentro de su cosmovisión era un hito
importante otorgar un hijo a los dioses, no era concebido como un pecado o un acto de
homicidio sino todo lo contrario, los niños muertos en el sacrificio gozarían de una
mejor vida al lado de los dioses.
Esta sería una de las limitaciones del manuscrito que estudiamos en el presente trabajo
pues si bien por un lado es bastante descriptivo con los detalles del ritual y las oraciones
declamadas por los sacerdotes oficiales, no menciona muchos ejemplos al menos en el
caso de la Capaccocha algo que sí hallamos en otros cronistas.

Según Annette es indispensable analizar el contexto político de la Capaccocha porque se


halla muy unido a su religiosidad, ella se centra en las oraciones en quechua que
Cristóbal de Molina anota y al traducirlas se puede leer que todas piden por la salud y
bienestar del Inca. Este ritual gira por completo a su alrededor porque el Inca es quien
mantiene el equilibrio en el mundo andino y sin él el Estado inca en su totalidad no
existiría (Schroedl 2008: 23); además, notamos que al hacer parte del ritual a los
gobernantes de los cuatro suyos es una forma de marcar la autoridad del inca sobre ellos
exigiéndoles incluso sacrificios de gente de sus regiones. El imperio Inca constituía un
vasto territorio por lo que era vital mantener unificado a todos los gobernantes, así se
evitaban posibles levantamientos, y el ritual de la Capaccocha era la oportunidad precisa
para juntar a todas las provincias bajo la mirada religiosa. No siendo eso suficiente,
Molina menciona que el Inca repartía los sacrificios en cuatro partes iguales para que
cada jefe retornara a su pueblo y enterrara la ofrenda donde el resto de la población
pudiera acercarse a venerarlo; muchas veces era a mitad de una montaña que tuviera
gran carga ideológica.

Mucho se ha debatido sobre el verdadero significado del nombre de este ritual, según
María Rostworowski hace hincapié en el sinónimo que Cristóbal Molina le añade a
Capaccocha “Cacha guaco”; el prefijo cacha significaría mensaje mientras que guaco
aludiría a las huacas como símbolo de objeto sagrado (2008: 106) todo esto tiene
sentido puesto que las huacas cumplían la función de oráculos y emitir profecías en el
propio ritual de la Capaccocha, el Inca se reunía luego con todas las huacas para
escuchar sus predicciones y si luego alguna de estas se cumplía la huaca era bendecida
con ostentosas ofrendas.

Por último, tomar en cuenta el espacio que Molina menciona se usó para realizar estos
rituales es fundamental para entender cuál es la relevancia de los sitios usados. Como se
mencionó anteriormente, Molina aclara que Yanacauri es la huaca principal de los incas
lo cual tiene sentido si recordamos que según la tradición de él emergieron los hermanos
Ayar, junto al Coricancha eran los espacios religiosos de los que se tiene mayor
conocimiento; Vitry concede información sobre los lugares con mayor porcentaje de
cuerpos hallados y lo sitúa en Arequipa aunque en total se encontraron 27 restos que
habrían sido sacrificios dentro del ritual Capaccocha (2008: 54). Así como Vitry,
Molina se refiere al espacio comprendido en el ritual contando que esta procesión se
hacía hasta los límites del territorio inca y concuerda respecto al entierro en montañas
pues las huacas solían ser elementos de la naturaleza.

En síntesis, la copia del manuscrito que se tiene como única fuente original de lo que
algún día le encargaron escribir a Cristobal de Molina es rica en contenido por su gran
manejo y entendimiento del quechua, también por su relato tan vívido fruto de la
recopilación oral que hizo el párroco cuzqueño. Si bien podríamos dudar en cierta forma
de lo que el copista transcribió, la información que otros cronistas contemporáneos
brindan es indispensable para sospechar que sí son verídicos los datos en cuestión;
además, Molina ha sido mencionado por ellos en varios relatos como testigo de grandes
acontecimientos. El párroco del Hospital de Nuestra Señora de los Remedios se centró
en dar detalles minuciosos de este ritual, cumpliendo su tarea de recopilar los ritos
principales celebrados en cada mes del año, no otorga tantos ejemplos de personajes que
hayan participado del ritual o lugares específicos que se hayan visitado; pero sí nos da
auténticas peticiones en quechua y un listado de los ritos más significativos por ello hoy
en día sabemos qué representó la Capaccocha, es esto lo que hace su manuscrito una
auténtica joya.
BIBLIOGRAFÍA

JIMÉNEZ, Paloma (editor)


2010 Relación de las fábulas y ritos de los incas. Madrid: Iberoamericana.

LIMÓN, Silvia
2017 “Sacrificio y poder entre los incas”. En Dimensión Antropológica, año 24, vol.
70, pp. 7-32.
ROSTWOROWSKI, María
2008 “Peregrinaciones y procesiones rituales en los Andes”. Journal de la société des
américanistes [En línea], pp. 97-123.
http://journals.openedition.org/jsa/1504

SCHROEDL, Annette
2008 “La Capacocha como ritual político. Negociaciones en torno al poder entre
Cuzco y los curacas”. Instituto Francés de Estudios Andinos [En línea], 7.
http://journals.openedition.org/bifea/3218
VITRY, Christian
2008 “Los espacios rituales en las montañas donde los inkas practicaron sacrificios
humanos”. Paisagens Culturais. Universidad Nacional de Salta, pp. 47-65.

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