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Pero si la cuestión es la potencialidad de los MDL dentro del Protocolo de Kioto para
resolver el problema ambiental más grave conocido a escala planetaria, el diagnóstico es
desalentador; no por los MDL en particular, sino por el marco en el que se desenvuelven:
un Protocolo que ocho años después de firmarse nace mutilado, sin el compromiso de EE
UU –que con el 5% de la población planetaria arroja a la atmósfera el 30% de las emisiones
de gases de efecto invernadero– y con unos objetivos de reducción de emisiones que son
insuficientes según los propios pronósticos de crecimiento de la Agencia Internacional de
Energía. Y si los objetivos de Kioto no son suficientes mucho menos los mecanismos de
mercado, entre ellos los MDL, que se están articulando para alcanzarlos, pues suponen una
claudicación a los intereses de las grandes empresas, retrasarán la reconversión de la
industria hacia la eficiencia en el uso de energía y la disminución de gases de efecto
invernadero haciendo viable la permanencia de las procesos industriales más contaminantes
a costa de los menos emisores.
Los MDL también son claves para que España cumpla con los compromisos asumidos en
Kioto. España es hoy el país industrializado que más ha aumentado sus emisiones y el socio
europeo que más se aleja de los compromisos asumidos en Kioto (triplica ya el tope que la
directiva europea [3] le ha fijado). Si no cumple su compromiso de no aumentar en más de
un 15% sus emisiones respecto a las de 1990, en 2012 tendrá que pagar fuertes multas de la
UE. Teniendo esto en cuenta, el Gobierno ha fijado un objetivo del 24% de incremento de
emisiones con respecto a 1990, que compensará con una reducción del 7% obtenida a
través de mecanismos de flexibilidad (incluyendo los MDL) y de otro 2% con proyectos
forestales en España que actúan como sumideros (absorben CO2).
Según el Plan Nacional de Asignación aprobado definitivamente en enero de 2005 “una de
las regiones que mayor impulso está dando al desarrollo de proyectos MDL es
Iberoamérica. Dada la relevancia que esta región tiene para las relaciones diplomáticas y
comerciales de España, y la fuerte presencia industrial de empresas españolas en ella, los
MDL pueden constituir una importante área de cooperación en los próximos años,
contribuyendo al mismo tiempo al cumplimiento de Kioto. Para la industria, esto significa
proporcionar una mayor flexibilidad y economía en el cumplimiento de sus obligaciones”.
Para que los sectores industriales tengan acceso a los mecanismos de flexibilidad –así como
para compensar las emisiones del transporte y otros sectores difusos [4] –, y puedan
desarrollar proyectos de desarrollo limpio en otros países, el Gobierno español ha firmado
memorandos de entendimiento con Argentina, México, Panamá, Uruguay y Colombia, por
el momento. También se han celebrado reuniones bilaterales con empresas para proyectos
en México, Argentina y Uruguay. Además, el Secretario General para la Prevención de la
Contaminación y del Cambio Climático anunció que los Ministerios de Medios Ambiente y
Exteriores están estudiando reorientar la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) para que el
medio ambiente y la lucha contra el cambio climático sean acciones “prioritarias” [5]. La
política exterior española cobra, de esta forma, un papel importante en las estrategias de
expansión de las empresas españolas en América Latina, especialmente las eléctricas.
Esperanzas y mitos en los países receptores
Volviendo a la cuestión planteada en el comienzo, desde el punto de vista de los países que
reciben la inversión, los MDL podrían representar ciertas ventajas. Si nos remitimos al
marco de los países centroamericanos, donde varios países se enfrentan a un modelo
energético insostenible debido a la dependencia energética del petróleo para la generación
eléctrica y el fuerte alza de su precio, los MDL abren posibilidades de invertir en energías
renovables y reducir la factura petrolera. Lo paradójico de esta situación es que las propias
transnacionales que han colocado a estos países en una situación de dependencia energética
se convierten ahora en sus salvadoras.
En la década de los noventa estos países reformaron el sector eléctrico para atraer inversión
extranjera con la promesa de mejorar la calidad, disminuir las tarifas y aumentar la
cobertura. Hoy las tarifas han aumentado por los costes de generación térmica; la calidad
no ha mejorado, principalmente porque la supuesta transferencia tecnológica que vendría de
la mano de las transnacionales ha consistido en trasladar plantas térmicas antiguas y poco
eficientes; y los gobiernos se siguen encontrando con la carga de tener que subsidiar la
tarifa para las clases más desfavorecidas, que son la inmensa mayoría, especialmente en las
nuevas zonas rurales electrificadas. Además, estos gobiernos endeudados se encuentran con
la rémora añadida de garantizar un margen de beneficio a las empresas privadas de la
distribución eléctrica, que en estos países no es rentable como negocio.
Es en este desastroso contexto donde los MDL se leen como una forma de incentivar a las
empresas extranjeras para que empiecen a invertir en energías renovables y transfieran una
tecnología más eficiente, algo que hasta ahora no había conseguido la legislación ambiental
de los países del Istmo, dada su debilidad y la fortaleza de los generadores privados en un
sector liberalizado. Sin dejar de lado estas potencialidades de los MDL, que no dejan de ser
las debilidades de los contextos de inversión, es preciso no caer en la ceguera de su
prometedora retórica que da por sentado su aporte a la sostenibilidad.
De momento, las inversiones no se están dando en los países que más lo necesitarían sino
en aquellos donde hay más incentivos a las energías renovables y los trámites para obtener
los certificados de carbono son más rápidos. En Nicaragua, donde el 90% es generación
térmica, no hay de momento interés de las transnacionales por invertir en MDL debido,
entre otros factores, a la demora en crear una Autoridad Nacional Competente, otro de los
requisitos para dar luz verde a los proyectos. Sin embargo, en Costa Rica, donde los niveles
de contaminación son los más bajos de Centroamérica debido al escaso porcentaje de
energía térmica, es el país centroamericano con un mayor avance en el desarrollo de estos
proyectos. Se puede concluir, por tanto, que la lógica de las inversiones en MDL no es
tanto la necesidad que exista en el país de reducir emisiones como su capacidad para
gestionar y facilitar esta inversión.
Según apunta Villacencio [6], los requisitos de control, seguimiento y verificación se
reducen a indicadores técnicos y conllevan un procedimiento tan laborioso que el papel
fundamental lo están desempeñando las corporaciones transnacionales de control y
verificación, mientras que la función de los Gobiernos se limita a la validación de los
proyectos. Sin embargo, “otras cuestiones como el impacto de los proyectos en los sistemas
económicos, ambientales y tecnológicos de las sociedades, se están abordando de forma
residual”.
Existe, además, el riesgo de que los países compitan entre ellos por atraer este tipo de
inversión haciendo demasiadas concesiones a los inversores (incentivos fiscales, contratos
de compra-venta de energía…) que a la larga podrían resultar desfavorables para el propio
país.
El impacto positivo que un proyecto MDL puede tener sobre la balanza de pagos es otro
argumento recurrente. El razonamiento es simple: un proyecto MDL, a través del
incremento de la eficiencia del uso de combustibles fósiles o mediante su substitución por
fuentes renovables de energía, reduce el volumen de importación de combustibles y los
costes de generación. De momento, los escasos proyectos MDL no son tan significativos
como para disminuir la factura petrolera del subsector eléctrico. Y el hecho de que la
generación sea con energía renovable no garantiza que los precios sean más bajos si éstos
se fijan sobre la base de los precios del mercado nacional e internacional.
Conviene matizar, finalmente, que el hecho de que los MDL disminuyan las emisiones de
gases de efecto invernadero no significa que no tengan impactos sociales y ambientales, lo
que nos lleva al debate sobre tecnologías de generación. Aunque hay energías que son más
limpias que otras, todas son contaminantes de alguna u otra forma. Así, en cada proyecto es
preciso tener en cuenta las peculiaridades de la zona y a las necesidades de la población. Es
importante que los procesos sean democráticos y transparentes y que haya mecanismos de
protección y normativas ambientales que exijan rigor en los estudios de impacto y
penalicen las prácticas controvertidas de las empresas. En este sentido, nos seguimos
encontrando con fuertes deficiencias que no resuelven los MDL, con proyectos que reducen
las emisiones contaminantes pero que, por otro lado, tienen fuertes implicaciones locales.
Un ejemplo ilustrativo sería el polémico proyecto hidroeléctrico que Unión Fenosa quiere
presentar como MDL en Costa Rica: la tecnología que se ha transferido no ha tenido en
cuenta las peculiaridades hidrográficas del terreno, por lo que ha secado las fuentes de agua
de seis comunidades [7].
En definitiva, si no se crean mecanismos que aseguren el papel de los gobiernos
latinoamericanos como reguladores (no sólo facilitadores) de las inversiones y no se toman
medidas para que la lógica de la sostenibilidad esté por encima de la de la rentabilidad, los
MDL se quedarán “en una mera herramienta de reducción de costos para el cumplimiento
de los compromisos de Kioto de los países desarrollados” [6].