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LENIN

(1870-1924)

Se abatirá en el acto a uno de cada diez culpables de parasitismo ... Debemos avivar la
energía del terror ... los fusilamientos y las deportaciones ... espolear sin piedad el terror tumultuario
contra los kulakí, los sacerdotes y la guardia blanca ...

Lenin (1918)

Lenin fue el político dotado, implacable y fanático, adepto del marxismo


pragmático, que creó el sangriento experimento soviético basado desde el
principio mismo en homicidios aleatorios y una represión desalmada, y que
desembocó en la muerte de no pocos millones de personas inocentes. Durante
mucho tiempo fue objeto de veneración de la propaganda comunista y de
ingenuos círculos liberales occidentales en calidad de padre bondadoso y
amable de la Unión Soviética; pero los archivos de la nación revelados en los
últimos años han puesto de manifiesto que se deleitaba con el uso del terror y
los derramamientos de sangre, y que era tan brutal como inteligente y culto.
Con todo, fue uno de los titanes de la política del siglo XX, y lo cierto es que, de
no ser por su voluntad personal, no habría habido revolución bolchevique
alguna en 1917.
Vladímir Ilich Uliánov, llamado «Lenin», hombre de apariencia
insustancial y personalidad excepcional, era un ser bajito y fornido de calva
prematura, frente prominente y ojos penetrantes y rasgados. Tenía un carácter
cordial y risa contagiosa, pero su existencia estaba gobernada por su dedicación
fanática a la revolución marxista, a la que consagró su inteligencia, su
pragmatismo despiadado y su enérgica voluntad política.
Creció rodeado del amor de su familia, y descendía de la nobleza tanto
por la parte de su padre como por la de su madre. El uno ejercía de inspector de
centros escolares en Simbirsk, y la otra era hija de médico y terrateniente
acaudalado. Entre sus ancestros se incluían judíos, suecos y calmucos tártaros
— a los que debía la forma de sus ojos—. Poseía la confianza autoritaria de un
noble, y siendo joven, de hecho, había llegado a denunciar a una serie de
campesinos por ciertos daños sufridos en sus fincas. Esto ayuda a explicar el
desdén que profesaba a la vieja Rusia: el de «imbéciles rusos» era uno de sus
insultos favoritos. Cuando lo criticaban por sus orígenes aristocráticos,
respondía: «Soy vástago de la alta burguesía hacendada ... Todavía no he
olvidado los aspectos más agradables de la vida de la que disfrutábamos en
nuestras tierras ... ¡Venga, matadme! ¿Es que no soy digno de ser
revolucionario?». Desde luego, jamás se avergonzó de vivir de los ingresos
procedentes de sus haciendas.
El idilio rústico de la finca familiar acabó en 1887 cuando ajusticiaron a
su hermano mayor, Alexandr, por conspirar contra el zar. Este hecho lo cambió
todo. Lenin se licenció en derecho en la Universidad de Kazán, en donde leyó a
Chernichevski y Necháiev, y se empapó de los principios de los terroristas
revolucionarios rusos aun antes de abrazar a Marx y participar de forma activa
en el Partido Socialista de los Trabajadores de Rusia. Tras sufrir varias
detenciones y un exilio en Siberia, se trasladó a la Europa occidental y vivió en
diversas ocasiones en Londres, Cracovia y Zúrich. En 1902 escribió ¿Qué hacer?,
que definía una vanguardia nueva de revolucionarios profesionales e
inexorables, y que provocó la escisión del partido en la facción llamada
mayoritaria — la de los bolcheviques, dirigida por él— y la minoría moderada
de los mencheviques.
Los de «basura», «mal nacidos», «excrementos», «prostitutas», «cretinos»
y «viejas chochas» son solo algunos de los insultos que solía espetar a sus
enemigos. Profesaba un desprecio tremendo a sus propios simpatizantes
liberales, a los que califica de «idiotas útiles», y se burlaba de sus camaradas
más comedidos considerándolos «de salón de té». Disfrutaba con el
enfrentamiento, y vivía en un frenesí obsesivo de agitación política, movido de
un furor intenso y el impulso dominador de sobreponerse a los aliados... y de
aplastar a los oponentes.
Para él revestían poco atractivo las artes o el romanticismo personal — su
esposa, Nadia Krúpskaia, mujer severa y de mirada penetrante, era más gerente
y amanuense que amante—, aunque es cierto que tuvo una aventura
apasionada con Inessa Armand, beldad pudiente y liberada. Después de
hacerse con el poder, se permitió algún que otro devaneo con sus secretarias,
cuando menos al decir de Stalin, quien aseveraba que Krúpskaia se quejó de
ellas ante el Politburó. No obstante, la política lo era todo para él.
Lenin regresó a Rusia durante la revolución de 1905, pero hubo de volver
a exiliarse después de que Nicolás II aplastase el alzamiento bolchevique de
Moscú. Desesperado por la falta de dinero y siempre dispuesto a provocar
disputas ideológicas entre facciones destinadas a dividir aún más el partido, se
sirvió de diversos atracos a bancos y de la violencia para financiar a su reducido
grupo. Durante estas correrías, Stalin supo atraerse su atención y logró un
ascenso tras otro a despecho de las advertencias de los camaradas, quienes
pusieron a Lenin al corriente de la propensión violenta de aquel. «¡Esa es
precisamente la clase de persona que necesito!», respondía él. En 1914 la policía
secreta del zar había aplastado casi por entero a los bolcheviques, de los cuales
la mayoría se hallaba exiliada o en prisión. En una fecha tan tardía como 1917,
Lenin — quien durante la guerra había estado viviendo en Cracovia y luego en
Suiza— se preguntaba si viviría para ver la revolución.
Sin embargo, en febrero de aquel año se produjo una sublevación
espontánea que provocó la caída del zar. Lenin regresó a la carrera a Petrogrado
(San Petersburgo), estimuló a los bolcheviques con un extremismo enérgico y
creando con no poca fuerza de voluntad un programa que prometía paz y pan,
otorgó una gran popularidad a su partido. A pesar de la resuelta oposición de
sus propios camaradas, empujó — respaldado por dos radicales de talento
notable: Trotski y Stalin— a los bolcheviques a poner en marcha el golpe de
estado de octubre, con el que se hicieron con el poder y cambiaron el curso de la
historia.
Desde el momento en que se hizo con el cargo de primer ministro, o
presidente del Consejo de los Comisarios del Pueblo, la nueva República
Soviética se vio amenazada por todos sus flancos por la guerra civil y la
intervención extranjera. Lenin se congració con Alemania en Brest-Litovsk e
introdujo la Nueva Política Económica a fin de alentar, en cierta medida, la libre
empresa contraria al marxismo; pero persiguió la victoria en el conflicto civil
ruso a golpe de comunismo de guerra, represión feroz y terror deliberado. «Una
revolución no tiene sentido sin pelotones de fusilamiento», aseveró. En 1918
fundó la checa, la policía secreta soviética, y promovió el uso de un salvajismo
implacable. Por orden suya se acabó con la vida de entre 280.000 y 300.000
personas, aunque tal hecho solo salió a la luz cuando se hicieron públicos los
archivos soviéticos en 1991. «Debemos ... echar por tierra toda resistencia con la
brutalidad necesaria para que no se olvide en varias décadas», escribió.
Después de que estuvieran a punto de matarlo de un tiro en un atentado
durante el mes de agosto de 1918, se intensificó el Terror Rojo contra cuantos se
tenían por enemigos del pueblo, como los kulakí (campesinos adinerados). Sus
protegidos más dotados y enérgicos, Stalin y Trotski, eran también los más
despiadados. Cuando las gentes rurales se opusieron a sus medidas y
comenzaron a perecer a millones de inanición, Lenin resolvió: «Que se muera
de hambre el campesinado».
La siguiente, de 1918, es representativa del género de órdenes que solía
publicar:
¡Camaradas! Hay que reprimir sin clemencia la insurrección de cinco distritos kulakí.
Los intereses de toda la revolución así lo requieren, dado que en este momento se halla
en proceso en todas partes la última batalla decisiva con ellos, y se hace necesario un
escarmiento.
1. Colgad (y aseguraos de hacerlo a la vista de todos) a no menos de un centenar
de kulakí conocidos, ricachones chupasangre.
2. Haced públicos sus nombres.
3. Confiscadles todo el grano.
4. Designad a una serie de rehenes en conformidad con el telegrama de ayer.
Hacedlo de tal manera que todo el mundo en cientos de kilómetros a la redonda lo
vea, tiemble, lo sepa y grite: «Están ahorcando a las sanguijuelas kulakí y no van a parar».
Enviad acuse de recibo y ejecutad las instrucciones.
Vuestro,
Lenin
P. D.: Encontrad a gentes duras de verdad.

Llegado el año de 1920, la revolución soviética se hallaba ya fuera de


peligro. Sin embargo, Lenin estaba extenuado, y lo cierto es que jamás llegó a
recobrarse del todo de las heridas de bala que había recibido en 1918. En 1922
ascendió a Stalin a secretario general del partido, aunque trató de quitarlo del
puesto cuando insultó a otros camaradas y a la esposa misma de su predecesor.
Con todo, era demasiado tarde. Pese a haber sufrido ya una serie de derrames,
Lenin se las compuso para redactar un testamento en el que atacaba a todos sus
posibles sucesores, incluidos Trotski y, sobre todo, Stalin, a quien consideraba
«demasiado tosco» para ocupar el cargo; pero su salud acabó de desmoronarse,
y murió en 1924. Lo embalsamaron a fin de exponerlo en un mausoleo en la
Plaza Roja y permitir que fuese adorado como un santo marxista.
En la Unión Soviética, el leninismo y el estalinismo fueron una misma
cosa: un credo totalitario y utópico cimentado sobre la represión, el
derramamiento de sangre y la destrucción de las libertades personales. Gracias
a Lenin, esta ideología segó la vida de más de cien millones de inocentes a lo
largo del siglo XX.
Sebag Montefiori

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