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Tecnologia y Ética

Katia Paola Anaya Cortinez

Lic. en Matemáticas

Universidad de Antioquia

Facultad de Ciencias Exactas y Naturales


Maestría en la Enseñanza de las Matemáticas
2018
¿En qué medida somos responsables del uso y de los efectos de la tecnología?

El desarrollo tecnológico es imparable y los efectos nocivos generados por la tecnología,


reconocen importantes agentes humanos con el poder y la capacidad de prever que éstos
serán nuestros escenarios por largo tiempo, por lo tanto, se deben evitar a voluntad. Esto
que parecería afectarnos tan sólo individualmente y en aspectos casi insignificantes de
nuestra cotidianidad, en realidad es uno de los rasgos característicos de nuestra sociedad
actual y tiene consecuencias en todas las dimensiones de la existencia humana, sobre todo
si se considera la contaminación tecnológica ambiental que genera efectos catastróficos en
la ecología del planeta especialmente en la salud de los individuos que se encuentras
expuestos a dichos contaminantes; la relación entre ciencia, tecnología y ética puede
considerarse una relación problemática. Si bien desde hace ya varios años se aumentan los
discursos acerca de la responsabilidad social del científico y también sobre cuestiones
éticas y bioéticas, está claro que esto implica una expansión de la reflexión en torno al
desarrollo de la práctica tecnocientífica y su orientación ético-política.

Ahora bien, hay que ser conscientes de que la toma de una decisión ética, implícita o
explícita, precede siempre a la postura del tecnólogo o del científico cuando inicia un
proyecto, pero que la postura ética individual del investigador, el apego a sus valores
personales por ejemplo, terminará colisionando con el imperativo tecnológico cuando su
investigación se socialice, de modo que, si no se hace un esfuerzo deliberado por sostener
la postura ética inicial, prevalecerán los aspectos técnicos, aparentemente impersonales,
sobre las valoraciones individuales. Esto explica porque de una u otra forma todo lo que sea
posible hacer, será hecho y ni las leyes ni la moral ni las religiones tienen los elementos
para oponerse eficazmente a ello.

La palabra “ética”, por su parte, requiere también de un análisis que la aleje de estereotipos
deontologizantes. Porque un modo eficaz de limitar la ética a la regulación de las
innovaciones tecnológicas, pero sin revisión alguna de los supuestos cientificistas de la
epistemología clásica, se advierte en la proliferación de “Declaraciones de Principios” o
“Códigos de Ética” tales como la “Declaración de Helsinki” (con su última revisión de
octubre de 2008) que establecen los deberes y derechos mínimos para desplegar la
investigación biomédica.

Frente a las limitaciones de declaraciones y códigos, que responden todos ellos a un modelo
ético de tono deontológico, que identifica los principios básicos, universales y formales que
deben guiar las acciones individuales y colectivas, se considera necesario explorar la
perspectiva axiológica, esto es, la que identifica los valores que afirmamos en nuestras
elecciones y decisiones; con base a lo anterior, la Doctora Nydia Lara Zabala manifiesta
que “al reconocer que existe un código moral socialmente establecido, que nos permite
evadir nuestra responsabilidad respecto a nuestras situaciones nocivas que se pueden evitar,
se asume el reto intelectual de averiguar las fuentes, los motivos y las razones que justifica
esta actitud a partir de un profundo análisis sobre relación entre tecnología y ética”.

Para terminar, una aclaración que puede parecer obvia. Reconocer la necesidad de
problematizar el sentido en el que efectivamente se orienta la práctica tecnocientífica no
quiere decir en absoluto estar en contra de ella u oponerse a su desarrollo. La cuestión no
es, pues, si se está a favor o en contra de la tecnociencia. La verdadera cuestión se plantea
en términos de qué ciencia y qué tecnología se pretende. Pero para que esta discusión pueda
instalarse con éxito se necesita primero reconocer que no hay un solo camino para avanzar
hacia el futuro, así como no hay un único criterio de validación de las innovaciones
tecnocientíficas. Sólo afirmar que en este reconocimiento se puede aceptar entonces que
somos responsables tanto de esa validación como de ese futuro.

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