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Sangre y circulación:
Generalidades
CARACTERÍSTICAS GENERALES
El corazón, que proporciona la fuerza propulsora para ambas divisiones, posee 4 cámaras: una
aurícula derecha y otra izquierda, y un ventrículo derecho y otro izquierdo.
Las aurículas son, en esencia, bombas auxiliares que ayudan a la entrada del flujo
sanguíneo en los ventrículos y contribuyen a que estas cámaras se llenen de modo
adecuado para estar mejor preparadas para la siguiente contracción. Los ventrículos
constituyen los principales elementos de la bomba; el ventrículo derecho impulsa a la
sangre a través de la arteria pulmonar hacia el pulmón (circulación pulmonar) y el
izquierdo a través de la aorta y de las arterias sistémicas hacia el resto del organismo
(circulación sistémica). Cada cámara ventricular posee válvulas de entrada y de salida que
actúan en forma recíproca, es decir, una se cierra antes de que la otra se abra, evitando
así el flujo retrogrado (fig. 1-2).
Durante la contracción ventricular (es decir, la sístole), las presiones internas del
ventrículo se elevan rápidamente hasta llegar a un máximo; luego los ventrículos se
relajan, las presiones internas caen rápidamente hasta casi 0 y a esto sigue
inmediatamente la fase de llenado ventricular (es decir, diástole). En los ventrículos y las
arterias de gran calibre las presiones fluctúan continuamente entre los niveles más
elevados, que predominan durante la contracción (sístole) y los más bajos durante la
relajación (diástole). Sin embargo, desde el punto de vista clínico, a la presión sistólica en
el ventrículo y las arterias de gran calibre se la designa comúnmente presión máxima
(durante la sístole) y a la presión diastólica, presión mínima (durante la diástole), y se
expresan en milímetros de mercurio. De tal modo, en el ventrículo izquierdo, que es una
bomba de alta presión, la presión típica sería de 120/0, mientras que en el ventrículo
derecho, que es una bomba de baja presión, las presiones correspondientes serían
aproximadamente de 25/0. Normalmente, ambos ventrículos se encuentran en una fase
y ritmo casi idénticos ya que son comprimidos en forma simultánea por el miocardio
muscular que envuelve a ambas cámaras. El miocardio del ventrículo izquierdo tiene, por
lo general, un grosor de 8 a 10 mm, y el del ventrículo derecho, alrededor de 2 a 3 mm.
Como la masa muscular que lo cubre es un factor importante en la determinación de la
presión interna desarrollada en un órgano hueco, es lógico que la relación entre las
presiones internas máximas de ambos ventrículos sea similar a la relación entre el
grosor de sus músculos.
Sistema de distribución. Las arterias son tubos cilíndricos huecos, ramificados. En la
división sistémica, la arteria de mayor calibre (la aorta) y sus ramas arteriales son
conductos de presión elevada, largos, de pared bastante gruesa que transportan
sangre por el circuito sistémico hacia las arterias pequeñas y las arteriolas. Su presión
interna disminuye desde alrededor de 120 mm Hg (sistólica) y 80 mm Hg (diastólica) en
el nacimiento de la aorta, a una presión media constante de alrededor de 25 mm Hg
aproximadamente en el extremo arteriolar de los capilares. La presión de la arteria
pulmonar, normalmente de unos 25/10 mm Hg, disminuye a una presión media de
alrededor de 10 mm Hg en la entrada a los capilares pulmonares. Además de la
distribución de sangre, los sistemas arteriales poseen otras dos funciones de
importancia; las grandes arterias desempeñan la función de almacenamiento de
presión o “windkessel” y las arteriolas terminales cumplen la función de resistencia o
de “grifo”. Estas se describen más adelante en un capítulo.
Sistema de intercambio. Los capilares son una gran cantidad de tubos microscópicos,
diminutos, altamente ramificados. Su gran superficie facilita la difusión de oxígeno,
anhídrido carbónico, agua, nutrientes y electrólitos a través de sus paredes. La presión
interna en los capilares va desde valores iniciales de alrededor de 25 mm Hg hasta
aproximadamente 10 mm Hg en su confluencia con el lado venoso. El volumen reunido
de los capilares es pequeño pero su superficie y el área de la sección transversal son
inmensas.
Sistema colector. El sistema colector, que va desde las vénulas de más pequeño calibre
hasta las venas terminales del tórax, de calibre mayor (venas cavas) desaguan la sangre
de retorno en las aurículas. Las venas son vasos cilíndricos de gran capacidad, de
paredes muy delgadas; las que se encuentran por debajo del nivel del corazón poseen
válvulas unidireccionales que impiden el reflujo y cooperan, de esta manera, en el
transporta de la sangre de retorno hacia el corazón. La presión interna de estas venas
es baja y oscila entre aproximadamente 10 mm Hg cerca de los capilares y
aproximadamente 0 mm Hg en su desembocadura en el corazón. En un sujeto en
posición erecta, las presiones vasculares en las extremidades inferiores estarán
aumentadas debido al efecto de la gravedad, como veremos en el capítulo 6.
SANGRE
Elementos formes
Plasma
Volumen sanguíneo
El volumen sanguíneo total es la suma del volumen de las células y del plasma, que por
lo general se determinan mediante métodos de dilución. Esto comprende (en el caso
del plasma) la inyección de una cantidad (A) de una sustancia de prueba como la
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seroalbúmina humana (HSA) marcada con I. Luego de un período de mezclado de
10 minutos, se obtiene una muestra de sangre, se extraen los glóbulos rojos mediante
centrifugación y se determina la concentración plasmática (C) de la sustancia de
prueba. Se determina entonces el volumen plasmático total (V) de la siguiente forma:
V (ml) = A (mg)/C (mg/ml). El volumen de glóbulos rojos puede estimarse de modo
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similar con glóbulos rojos marcados con cromo radiactivo ( Cr) utilizando el mismo
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principio. El volumen plasmático, en un determinado momento, representa el balance
temporario entre la entrada de líquido y su eliminación a través de los riñones, el
tracto gastrointestinal, etcétera; si bien transitoriamente puede fluctuar en un
determinado período, en un estado relativamente estable el volumen sanguíneo total
de un individuo por lo general se mantiene notablemente constante. Como los valores
en el adulto normal por lo general varían entre 70 y 75 ml/kg de peso corporal, un
adulto de 70 kg puede, en consecuencia, tener un volumen sanguíneo total de unos
5.000 ml, con un volumen plasmático de alrededor del 55%, o sea 2.750 ml de masa
eritrocítica total.
El principio de dilución presupone que no se pierde nada del material indicador y que
se produce una mezcla perfecta. Esto no es totalmente cierto, ya que cierta cantidad
de proteína plasmática (con el indicador unido) se elimina lentamente durante el
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período de prueba y parte de Cr es secuestrado en el bazo y en otros órganos del
reticuloendotelio. Para determinaciones más exactas de los volúmenes celular y
plasmático, se siguen las concentraciones sanguíneas del material indicador durante
un período de 30 a 60 minutos, se las grafica en función del tiempo en papel
logarítmico estimándose la concentración original mediante la extrapolación
retrógrada a tiempo cero.
VOLUMEN Y PRESIÓN
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dado que el llenado ventricular es una determinante critica del volumen sistólico y del
volumen minuto cardiaco (véase el cap. 5. Regulación intrínseca del miocardio).
El volumen sanguíneo torácico (o central), como se encuentra a baja presión, se desvía
fácilmente. Aproximadamente la mitad del VST (500-700 ml) cae por gravedad hacia
las extremidades inferiores cuando el sujeto se haya en posición erecta, tal como se
describe en la sección correspondiente a los efectos posturales (cap. 13). Si bien esta
sangre permanece dentro del sistema circulatorio, no se encuentra fácilmente
disponible para el corazón. En consecuencia, su desviación reduce tanto el volumen
como la presión del reservorio venoso central para el llenado cardíaco, que causa una
reducción de un 20 a un 25% del volumen minuto cardíaco. En el adulto normal esto
no plantea problemas circulatorios, pero en ciertos trastornos cardiovasculares se
convierte en un significativo stress (cap. 13). De igual modo, en caso de hemorragia o
deshidratación, es decir, siempre que esté reducido el volumen o la presión venosa en
general, el volumen de sangre torácica se reacomoda en la circulación general y
refuerza el volumen venoso general. En el sujeto en supinación y sobrehidratado,
durante la inmersión en el agua o en la insuficiencia cardíaca congestiva, es decir,
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siempre que esté aumentado el volumen venoso extratorácico, se elevan tanto el
volumen sanguíneo torácico como la presión.
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gran distensibilidad. Como consecuencia se ha dado en llamar a las venas
“almacenadoras de volumen” de la circulación.
Si se extirpa una arteria o vena de gran calibre, se cierran sus extremos y se inyecta
sangre o líquido lentamente en su luz, la presión interna aumentará progresivamente a
medida que se agregue volumen. Si se grafica el porcentaje del cambio de volumen en
función de la presión interna (transmural), se obtendrán curvas de presión-volumen o
de distensibilidad similares a las representadas en la figura 1-6.
La pendiente de la curva en cualquier punto (cociente entre porcentaje de incremento
de volumen y el incremento de presión), que es una medida de la distensibilidad, varía
según el grado de llenado. La aorta normal de una persona joven posee una buena
distensibilidad y capacidad de retroceso con presiones fisiológicas normales de
alrededor de 75 a 150 mm Hg (fig. 1-6A), que le otorga la importante propiedad de
“almacenadora de presión”. Sin embargo, con presiones más elevadas, por ejemplo
200 mm Hg, cuando es “llenada en exceso”, (fig. 1-6B), sus paredes se tornan más
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rígidas y poseen menor distensibilidad, una pendiente menor y menor capacidad de
retroceso.
En el último caso, las cualidades extensibles de la elastina de la pared arterial están
limitadas por el colágeno y el músculo liso menos extensibles; la elastina, con el
estiramiento, alcanza su límite de extensibilidad, siendo resistente a una mayor
distensión. La distensibilidad, en consecuencia, es influida no sólo por el grosor y la
composición de la pared del vaso sino también por el grado de llenado de éste.
Como se ilustra en la figura 1-6C, las venas a sus presiones fisiológicas (0-10 mm Hg)
poseen una elevada distensibilidad, de unas 6 a 8 veces mayor que la de las arterias.
Sin embargo, los vasos no comienzan a mostrar su distensibilidad hasta tanto no se han
llenado. Como además las venas poseen unas 3 a 4 veces más volumen que las
arterias, la capacidad del sistema venoso para almacenamiento de sangre es unas 25 a
30 veces mayor que la del sistema arterial y explica la principal función de las venas
como “almacenadoras de volumen” de la circulación. “Compliance” y “capacitancia”,
términos que son similares pero no idénticos a distensibilidad, pueden definirse como
el cambio de volumen por cambio en una unidad de presión cuando se agrega un
líquido. Estos términos se utilizan por lo común para medir la extensibilidad de vasos o
de sistemas orgánicos como los pulmones. Sin embargo, la “compliance” y la
capacitancia poseen la desventaja de definir la relación presión-volumen sin referencia
al calibre del vaso; obviamente un incremento dado de volumen inducirá una elevación
de la presión de mucha mayor magnitud en un vaso de pequeño calibre que en uno de
gran calibre, de modo que el vaso más pequeño puede tener
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aparentemente menor “compliance”. Por esta razón, la “distensibilidad” o el
porcentaje del cambio de volumen por unidad de presión permite una comparación
más lógica de vasos de diferente calibre y tipo.
La distensibilidad puede ser alterada por la edad, por enfermedades, por la
estimulación autonómica y por diversos fármacos; en el anciano, las paredes arteriales
resultan infiltradas por tejido fibroso menos distensible aumentando así su dureza (fig.
1-7). Esto puede afectar las relaciones de presión y flujo en la totalidad del árbol
arterial. Esta menor distensibilidad a edades avanzadas es compensada en cierto grado
por el aumento de volumen de la aorta en dichos individuos; esto último permite que
la aorta reciba la sangre expulsada del ventrículo izquierdo con menor aumento de la
presión. Sin embargo, la mayor rigidez de la aorta unida al aumento de la resistencia
vascular de las arterias, constituye una impedancia considerablemente mayor para la
expulsión del ventrículo izquierdo en el sujeto anciano, lo cual indudablemente es un
factor que aumenta el trabajo cardíaco y limita la función ventricular izquierda en
personas de edad avanzada (véase en el cap. 12, Envejecimiento).
TRANSPORTE DE OXÍGENO
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de 14 a 15 g/100 ml de sangre entera. La Hb se combina en forma reversible con el
oxígeno para formar oxihemoglobina (HbO 2), el principal transportador de oxígeno.
Cuando la Hb se pone en contacto con ciertos fármacos y otros agentes oxidantes, se
convierte en metahemoglobina, sustancia de color oscuro, que está presente en la
sangre normal sólo en cantidades muy pequeñas. Como la Hb posee mayor afinidad
por el monóxido de carbono, puede desplazar al oxígeno para formar
carboxihemoglobina; en consecuencia, la exposición a cantidades excesivas de
monóxido de carbono puede reducir en forma significativa la capacidad de transporte
de oxígeno de la sangre.
Si la sangre se expone a una presión de oxígeno suficientemente elevada de tal modo
que toda la Hb se combine con oxígeno para formar HbO 2, se encontrará “totalmente
saturada”; en estas circunstancias, 1 g de Hb puede combinarse con 1,39 ml de
oxígeno, de modo que la sangre con una concentración de Hb de 15 g/100 ml tendrá
entonces una “capacidad de oxígeno” de 20,8 ml/100 ml de sangre o 20,8 vol%. La
cantidad de oxígeno con la que cada unidad de Hb se combinará realmente depende
en primer lugar de la presión parcial de oxígeno (PO 2) a la que está expuesta la Hb.
Esta relación queda definida por la curva de disociación del oxígeno (fig. 1-8).
En los alvéolos pulmonares, donde la PO 2 se encuentra normalmente en un nivel
elevado, la sangre se encontrará saturada en alrededor del 97%, es decir que 97% de la
Hb se combina con oxígeno (A en la fig. 1-8); en este caso, la sangre arterial con una
concentración de Hb de 15 g/100 ml tendrá un contenido de oxígeno de 20,2
ml/100ml. Luego que la sangre ha cedido parte de su oxígeno a los tejidos y ha
alcanzado las venas de gran calibre (sangre venosa mixta) su valor de PO 2 habrá
descendido hasta alrededor de 40 mm Hg. Tal como indica V en la figura 1-8, en este
valor de la PO2 la sangre estará sólo saturada en un 75% con oxígeno y el contenido de
oxígeno de la sangre será de alrededor de 16 ml/100 ml; por lo tanto, esta sangre
habrá liberado a los tejidos unos 4 ml de oxígeno gaseoso por cada 100 ml de sangre
que fluye a través de los capilares.
Si bien el contenido de oxígeno está determinado principalmente por la PO 2, también
recibe la influencia en menor medida de otros cuatro factores: pH, PCO 2, temperatura
de la sangre y concentración de 2,3-difosfoglicerato (2,3-DPG). Puede parecer un
incremento en la concentración eritrocítica del fosfato orgánico, 2,3-DPG, en los casos
de hipoxia crónica o en los de enfermedad pulmonar crónica.
Una disminución del pH, o un aumento en cualquiera de los otros tres factores
producirá una “desviación hacia la derecha” de la curva de disociación de la
oxihemoglobina (fig. 1-8); el resultado es que a la misma PO 2, menor cantidad de O2
estará unido a la Hb y consecuentemente mayor cantidad será liberado a los tejidos de
modo que, en efecto, habrá una menor afinidad de la Hb por el O 2. En forma inversa,
un aumento del pH o una disminución de la PCO 2, la temperatura sanguínea o el 2,3-
DPG tendrá el efecto opuesto, es decir, la curva de disociación se desviará hacia la
izquierda, de tal modo que existirá mayor afinidad de la hemoglobina por el oxígeno.
La forma de la curva de disociación del oxígeno posee otras implicaciones: en la
porción superior (“meseta”) de la curva, donde es más plana, cambios grandes de la
PO2 tendrán relativamente poco efecto en la saturación y el contenido de la HbO 2.
Como resultado, disminuciones moderadas de la PO2 encontradas en
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zonas de grandes alturas o en otros medios con bajo contenido de oxígeno dan como
resultado reducciones más pequeños en la saturación y contenido de la HbO 2 de lo
que comúnmente ocurriría, de modo que la hipoxia será parcialmente “amortiguada”.
Por otro lado, a nivel capilar, donde la PO 2 cae en forma abrupta, como lo representa
la porción empinada de la curva, los tejidos tienen la ventaja de poder captar un gran
aporte de oxígeno con sólo una pequeña disminución de la PO2.
BIBLIOGRAFÍA
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2: Circulation, edited by WF Hamilton and P Dow. Washington. DC.: American
Physiological Society. 1963. Vol. II, pp. 865-889.
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1969.
West JB. Respiratory Physiology- The Essentials. Baltimore: Williams & Wilkins.1979.
2nd ed., pp. 70-74.
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Hemodinámica
LEY DE POISEUILLE
En 1846, Poiseuille, un médico francés, describió los factores que gobiernan el flujo no
pulsátil de un fluido homogéneo a través de tubos rígidos. Estableció que si todos los
demás factores se mantienen constantes, la velocidad del flujo Q, a través de un tubo
cilíndrico de longitud L y radio r es directamente proporcional a la presión de
impulsión, ∆P (diferencia de presión entre los dos extremos del tubo). Además,
estableció que Q era inversamente proporcional a la longitud del tubo, L, inversamente
proporcional a la viscosidad del líquido que fluye, η, y directamente proporcional a la
cuarta potencia del radio del tubo, r.
Agregó dos constantes de proporcionalidad necesarias (π y 8) para elaborar la “ley de
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Poiseuille”: Q= ΔP r π/η L 8 (fig. 2-1).
Aunque la sangre no es un líquido homogéneo y aunque en el organismo fluye a través
de tubos distensibles, ramificados y en forma pulsátil, la ley de Poiseuille da buenas
aproximaciones y resulta muy útil para comprender la circulación in vivo. Además, casi
todos los factores de su ecuación son análogos a un sistema hidráulico común
prestándose a simplificaciones que pueden ser de aplicadas con ventaja a problemas
cardiovasculares básicos y clínicos.
RESISTENCIA AL FLUJO
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la resistencia eléctrica, R (en ohms), es el cociente entre la fuerza electromotriz (en
voltios) y la corriente (en amperios).
Generalizando, desde un tubo cilíndrico aislado hasta la circulación intacta en un
órgano o en la totalidad del sistema circulatorio, la resistencia vascular al flujo puede
estimarse de modo similar como el cociente entre el gradiente de presión a través del
órgano o sistema y el flujo de sangre que lo irriga. Cuando se usa este método de
cálculo, le resistencia a veces se expresa en unidades PR (presión-resistencia) (PRU en
la nomenclatura inglesa) que está definida como mm Hg/ml de flujo/min. Un adulto
normal, por ejemplo, con una presión aórtica media de 100 mm Hg y una presión
media en aurícula derecha de cero, tendrá un gradiente de presión a través de la
circulación sistémica de 100 mm Hg (ΔP). Si el volumen minuto cardíaco fuese de 5
l/min, la resistencia periférica total (RPT) del sistema sería: RPT = 100 mm Hg/5.000
ml/min, o 0.02 mm Hg/ml/min, o 0,02 unidades PR.
Aunque el concepto de resistencia vascular se emplea comúnmente en estudios
cardiovasculares básicos, su aplicación clínica se ha visto limitado en cierta medida
debido a que las mediciones del flujo, en particular en órganos y tejidos individuales,
son aún técnicamente bastante dificultosas.
Aun cuando es común emplear el concepto de la resistencia vascular en los estudios
cardiovasculares básicos, su aplicación en clínica tuvo ciertas limitaciones debido a que
las mediciones del flujo, sobre todo en órganos y tejidos por separado, todavía ofrecen
algunas dificultades técnicas.
Al comparar resistencias vasculares de diferentes órganos y organismos, debería
observarse que el flujo sanguíneo (el denominador) es influido considerablemente por
el tamaño y vascularización del órgano, mientras que no ocurre así con la presión
arterial (el numerador). Por eso, en un niño de primera infancia con un peso corporal y
volumen minuto cardíaco de sólo 1/20 del de un adulto, el cálculo de la resistencia
vascular total será mucho mayor que la del adulto aun cuando las dimensiones
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relativas de vasos y tejidos así como del flujo por unidad de masa sean, en general,
similares. Por esta razón, cuando se comparan organismos se expresa habitualmente la
resistencia vascular sobre la base del peso, por ejemplo, por 100 g de tejido.
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es decir: 1/RT = 1/R1 + 1/R2 +1/R3 + … Esto significa que un circuito en paralelo, R T es
menor que cualquiera de los términos R individuales.
Visto como un sistema total, la mayor parte de las resistencias vasculares de los
órganos y tejidos del organismo se encuentran en paralelo. Para el sistema circulatorio
esto representa una significativa ventaja, no sólo porque puede lograrse un mayor flujo
con cambios pequeños de presión, sino también porque los circuitos vasculares en
paralelo permiten una mayor flexibilidad del control del flujo en lechos determinados
(fig. 2-3). Así, mediante la manipulación de las resistencias, puede incrementarse o
disminuirse el flujo a través de un circuito sin necesariamente afectar la presión
arterial proximal o el flujo a través de circuitos paralelos. Por ejemplo, en la figura 2-3
(resistencias en paralelo), si se aumenta R 1, el flujo a través de ese circuito disminuye
sin afectar la presión de impulsión ΔP, o el flujo resultante a través de los circuitos 2 y
3. Por el contrario; el aumento de R 1 en los conductos en serie (fig. 2-3) reducirá el
flujo en todos los circuitos “corriente abajo”. Debido a la dificultad de sumar
recíprocos, a veces se usan las conductancias de los circuitos en paralelo en lugar de las
resistencias para los cálculos hemodinámicos (G = 1/R).
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En los párrafos anteriores resaltamos el hecho de que la disminución del radio del vaso
aumenta considerablemente la resistencia vascular; sin embargo, debemos recordar
que esto sólo se aplica a un sistema de un solo tubo. Sabemos que en el organismo
intacto, a medida que desde la aorta a los capilares van disminuyendo los radios de los
vasos, el número de éstos y el área de la sección transversal aumentan
considerablemente y, como dijimos antes, su disposición en paralelo disminuye su
resistencia. Los análisis cuantitativos teóricos de estos dos factores diferentes indican
que, a pesar del gran incremento de la cantidad y del área de sección transversal de los
vasos, se produce un aumento neto de la resistencia vascular a partir de la aorta y en
sentido descendente en el árbol arterial. Existen otras pruebas del efecto de
resistencia desproporcionado de los radios más pequeños sobre el flujo. Debemos
señalar, asimismo, que estos factores no anulan la utilidad empírica de los cálculos de
la resistencia regional o total en un mismo organismo, por ejemplo, los estudios de
presión-flujo que se mencionan más adelante, en los cuales se utiliza la fórmula R =
ΔP/Q.
La figura 2-4 es un dibujo esquemático de las principales resistencias circulatorias del
organismo. Si bien la mayor parte de los circuitos vasculares son en paralelo, en
algunos órganos como el riñón y el hígado la sangre pasa a través de dos lechos
capilares en tándem, de modo que sus resistencias están en serie. El resultado de esto
es que el segundo lecho capilar posee una presión menor y menor capacidad para
aumentar su flujo cuando los incrementos son necesarios.
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Impedancia vascular
La resistencia al flujo (R), que fue definida anteriormente como el cociente de los
valores medios de ΔP/Q, asienta principalmente en las arteriolas y sólo puede aplicarse
a un sistema de flujo constante. Pero ¿qué ocurre con la resistencia vascular a un flujo
pulsátil, por ejemplo en la aorta, donde es más pronunciada? La oposición que
presentan la aorta y el lecho arterial a este tipo de flujo se denomina “impedancia”,
que puede definirse simplemente como la resistencia pulsátil o la resistencia al flujo
fásico.
Las principales determinantes de la impedancia aórtica son: a) las propiedades
viscoelásticas de la aorta y de los vasos arteriales de gran calibre; b) la inercia y la
viscosidad de la sangre; c) la reflexión del flujo y de las ondas de presión en sentido
retrógrado a través del árbol arterial desde la periferia, y d) la resistencia vascular
periférica. En consecuencia, la impedancia aórtica depende en parte de la frecuencia
de las curvas de presión arterial y flujo y su relación. Dado que éstas son ondas
complejas, el análisis cuantitativo de la impedancia aórtica depende de mediciones
biofísicas de la presión y el flujo en determinados momentos exactos y en numerosos
puntos de la trayectoria del flujo.
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Este tipo de análisis demostró que la resistencia pulsátil (impedancia) es mucho mayor
que lo que sería la resistencia a niveles de flujo constante equivalentes. Pero, a pesar
del hecho de que el flujo oscilante es, desde el punto de vista mecánico, mucho menos
eficiente que el flujo laminar constante, muchos investigadores dicen en sus informes
que el organismo mamífero aparentemente funciona mejor cuando el flujo sanguíneo
es pulsátil.
Investigaciones recientes indican que durante el envejecimiento normal y en algunas
enfermedades circulatorias como la hipertensión, la reducida distensibilidad de la
aorta y de las arterias de gran calibre, combinada con el aumento de la resistencia
periférica, elevan la impedancia aórtica hasta el punto de dificultar seriamente la
expulsión del ventrículo izquierdo. Algunos autores afirman que estos defectos de la
impedancia podrían ser factores críticos que actuarían sobre la declinación del
rendimiento vascular en dichos estados. Debido a las dificultades técnicas para medir
la impedancia vascular, hasta el momento son relativamente pocos los estudios de
este tipo efectuados en situaciones clínicas. No obstante, se están dedicando mayores
esfuerzos en este sentido que, indudablemente, contribuirán a determinar con mayor
precisión el posible papel de la impedancia vascular en las enfermedades circulatorias.
Viscosidad
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Otra particularidad de los fluidos de dos fases como la sangre es que a velocidades de
flujo bajas, la viscosidad aparente aumenta (viscosidad anómala); este fenómeno fue
atribuido a la disposición de los glóbulos rojos en la corriente sanguínea; a velocidades
mayores las células se acumulan en la parte axial de la corriente pero a velocidades
menores adoptan una distribución más uniforme y, en consecuencia, ofrecen mayor
resistencia al flujo. Otro factor que con toda probabilidad interviene en la viscosidad
anómala es la tendencia de los eritrocitos, a velocidades de flujo bajas, a apilarse a
modo de monedas (rouleaux) (fig. 1-3). Algunos investigadores comprobaron que este
efecto se encuentra exagerado en estados con flujo reducido como en los quemados o
en el shock, provocando pronunciada aglutinación o “sedimentación” celular en la
microcirculación con severo obstáculo para el flujo y con la resultante isquemia del
tejido.
También debemos mencionar que en el lecho capilar, el hematócrito es habitualmente
un 10% menor que en los vasos de gran calibre por razones no del todo aclaradas
hasta el momento.
En consecuencia, es evidente que en diferentes partes de la circulación habrá
significativas variaciones del diámetro de los vasos, de la velocidad del flujo y del
hematócrito y que el efecto neto sobre la viscosidad no siempre es predecible. Sin
embargo, las evidencias actuales indican que el efecto del hematócrito sobre la
viscosidad es el más importante y predominante.
En circunstancias especiales, la temperatura puede afectar la viscosidad sanguínea de un
modo significativo. Existe alrededor de un 2% de aumento en la viscosidad por cada grado
centígrado de disminución de la temperatura. Durante la exposición prolongada al frío y al
viento, las extremidades pueden enfriarse al máximo y el efecto de la reducción del flujo
por vasoconstricción puede resultar incrementado por el aumento de la resistencia
vascular debido a la mayor viscosidad. Además, la desviación de la curva de disociación de
la oxihemoglobina hacia la izquierda y la consiguiente reducción de oxígeno libre que llega
a los tejidos a la misma PO2 (fig. 1-8) intensifican la
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isquemia e incrementan la posibilidad de congelamiento, así como la de graves daños
a la parte afectada.
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La ley de Poiseuille afirma que las diferentes capas de moléculas se mueven en
paralelo unas a otras en trayectorias longitudinales, algo semejante a manguitos
concéntricos. Las moléculas adyacentes a la pared del vaso se encuentran
estacionarias; cada capa siguiente posee velocidad creciente, que es máxima en el eje.
En estas circunstancias de flujo “laminar”, la resistencia ficcional es independiente de
las relaciones presión-flujo y por eso, en el caso de un fluido homogéneo, dicha
relación es lineal como se describió anteriormente.
Sin embargo, en ciertas circunstancias, sobre todo a velocidades elevadas, el flujo ya
no es laminar sino que se torna turbulento con remolinos (fig. 2-7). En este caso el
flujo es aproximadamente proporcional a la raíz cuadrada del gradiente de presión y
no a la presión misma; por lo tanto, la corriente turbulenta ofrece un considerable
aumento de la resistencia.
Reynolds definió los factores que afectan este fenómeno y estableció que puede
aparecer turbulencia en una corriente en movimiento cuando el número de Reynolds
(Re) supera un valor de alrededor de 1.000 para la sangre o de 2.000 para líquidos
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homogéneos: Re = σ x υ x D/η en donde σ es la densidad del líquido (g/cm ) υ es la
velocidad media (cm/seg), D es el diámetro del vaso (cm) y η es la viscosidad del
líquido (g/seg/cm). Como la densidad de la sangre es relativamente constante, los
factores que tienden a incrementar el número de Reynolds y determinan que supere el
valor de Re son: el aumento de la velocidad del flujo (como ocurre en los vasos
sanguíneos de gran calibre); la disminución de la viscosidad como en los casos de
anemia, y una reducción del radio del vaso como en la estenosis (fijación) de una
válvula cardíaca o en casos de coartación (constricción fibrótica) de un vaso sanguíneo
como la aorta.
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Desde el punto de vista clínico, un factor importante es que el flujo laminar es
silencioso pero el turbulento produce ruido que con frecuencia puede oírse
directamente o con un estetoscopio. Los ruidos utilizados en la determinación
convencional de la presión arterial son audibles debido a la turbulencia inducida en la
corriente sanguínea. En patología circulatoria, los defectos valvulares y la constricción
de orificios producirán ruidos adicionales anormales que se utilizan en el diagnóstico
clínico (cap. 3).
La reología (estudio de las características y deformación del flujo) y su aplicación en
patología humana constituyen un importante terreno de investigaciones en la
actualidad. Sabemos, por ejemplo, que a menudo las lesiones ateroscleróticas se
localizan cerca de los orificios, acodaduras y ramificaciones de las arterias. Los estudios
reológicos indican que en estas regiones la presión elevada, la alta velocidad de la
corriente en las grandes arterias puede someter a sus paredes a tenciones continuas
de presión. Dichas lesiones locales aumentan la permeabilidad del endotelio a las
lipoproteínas plasmáticas y aceleran así considerablemente el proceso aterosclerótico,
en estos sitios.
38
CURVAS DE PRESIÓN-FLUJO
39
por estas razones, con frecuencia se realizan intentos para determinar las relaciones
presión-flujo de un órgano, tejido o de la totalidad del sistema circulatorio.
Si se perfunde un líquido homogéneo a través de un tubo rígido manteniendo
constantes el radio y la longitud del cilindro así como la viscosidad del líquido, el flujo,
según lo previsto por la ley de Poiseuille variará en relación directa con el gradiente de
presión ΔP, de modo que el resultado será una relación lineal (fig. 2-9). Pero si el tubo
es distensible, el radio del vaso aumentará en tanto la perfusión y la presión
transmural aumenten; el flujo resultante aumentará entonces de acuerdo con la
cuarta potencia del radio.
Con sistemas in vivo la resistencia al flujo estará influida, no sólo por la distensibilidad
de los vasos, sino también como vimos anteriormente, por el efecto del calibre del
vaso y de la velocidad del flujo. La resistencia al flujo también se ve influida por el tipo
de tejido de que se trata. En los tejidos del pulmón o de la piel, por ejemplo, si la
velocidad de perfusión se altera en forma gradual y no brusca, permitiendo así que los
vasos se adapten, el resultado será una curva presión-flujo similar a la que se ilustra en
la figura 2-10a.
En el tejido normal en reposo (fig. 2-10a) la curva es exponencial y con convexidad
hacía el eje de la presión; así, el flujo a través de los tejidos se eleva en forma
desproporcionada con el incremento de la presión de perfusión (ΔP) debido al
aumento de la distensión de los vasos como se escribió antes. Ésta es la curva de
presión-flujo de tipo “pasivo”. En otros tejidos que presentan “autorregulación” la
curva de presión-flujo tiene una configuración diferente (cap. 9).
A menudo se utiliza un sistema de perfusión presión-flujo similar a éste para probar los
efectos farmacológicos de las drogas sobre el músculo liso vascular. La inyección de un
agente constrictor como la adrenalina reducirá el calibre de los vasos y desviará la
curva hacia la derecha (fig. 2-10c), es decir, habrá menor flujo por unidad de presión y
la resistencia del lecho aumentará.
40
De modo similar, si se inyecta un fármaco vasodilatador como la histamina (fig.2-10d)
habrá una reducción de la relación presión-flujo y una menor resistencia al flujo.
Se observa que estás curvas de presión-flujo no pasan por el origen del sistema de
coordenadas, es decir, que el flujo llega a cero mientras aún existe presión positiva en
el sistema de perfusión. Se desconoce la razón de este fenómeno que se produce en
algunos tejidos; una teoría es que a medida que el músculo liso vascular se contrae, su
propia fuerza constrictora y la tensión de la pared resultante se vuelven mayores que
la fuerza de distensión de la presión interna; a medida que la luz se hace más pequeña,
la tensión se torna desproporcionadamente más grande que la presión de distensión y
la tensión “vence”, cerrando los vasos antes de que la presión haya caído a cero. La
presión interna que aún existe cuando los vasos se cierran, se denomina “presión
crítica de cierre”. Dejando de lado las explicaciones, el fenómeno constituye un riesgo
potencial en los estados de bajo flujo como el shock, en donde los tejidos ya
isquémicos se encuentran además amenazados por el repentino cese completo del
flujo hacia determinados lechos capilares.
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42
3
El corazón: estructura y función
ANATOMÍA FUNCIONAL
Las aurículas, cuyas paredes están constituidas principalmente por dos delgadas hojas
musculares superpuestas en ángulo recto entre sí, sirven como reservorios de sangre y
como bombas. Los dos ventrículos, de paredes más gruesas, bombean la sangre desde
los sistemas venosos de baja presión hacia los sistemas arteriales de presión elevada.
En el circuito pulmonar, el ventrículo derecho recibe sangre venosa a una presión de
alrededor de cero y la propulsa hacia la arteria pulmonar a una presión sistólica
máxima de alrededor de 25 mm Hg. La sangre es oxigenada en los capilares
pulmonares y devuelta al corazón izquierdo. El ventrículo izquierdo recibe sangre
oxigenada, nuevamente a una presión de alrededor de cero, y la bombea a una presión
máxima de alrededor de 120 mm Hg hacia la aorta y el circuito sistémico, y luego hacia
todos los tejidos del organismo. El circuito pulmonar, debido a su menor presión y a
sus vasos más cortos, de calibre más dilatado y paredes más delgadas, se caracteriza
por ser un sistema de baja presión y baja resistencia.
Los ventrículos generan energía de presión, expulsando la sangre en contra de la
resistencia arterial, y energía cinética, impartiendo velocidad a la sangre. El trabajo de
presión –que por lo general comprende más del 95% de la energía mecánica
consumida por el corazón- puede estimarse como el producto del volumen sistólico
por la presión arterial media contra la cual los ventrículos realizan su trabajo. Como los
dos ventrículos expulsan volúmenes similares con frecuencia cardíaca idéntica, el
ventrículo izquierdo, debido a su mayor presión de expulsión, realiza un trabajo de
presión unas cinco a siete veces mayor que el derecho.
CONTRACCIÓN MIOCÁRDICA
El músculo cardíaco de cada ventrículo está constituido por tres capas interdigitadas
(fig. 3-1). Las dos capas musculares externas están orientadas en sentido oblicuo desde
la base del corazón (porción superior), que es el área de fijación a la aorta y a los
demás grandes vasos, hasta el vértice, que es la porción libre de forma cónica.
43
En el momento de la contracción, las fibras oblicuas acortan la pared ventricular y
traccionan desde la punta hacia delante y hacia la base. Las fibras circunferenciales
estrechan el diámetro ventricular.
Ventrículo derecho
Los estudios radiográficos de las cámaras cardiacas han demostrado que el ventrículo
derecho posee la pared externa de forma cóncava, que durante la contracción se
mueve hacia el tabique interventricular con una acción semejante a un fuelle, mientras
que el canal auriculoventricular (AV), o depresión externa que separa la aurícula
derecha del ventrículo derecho, se acorta hacia la punta (fig. 3-2). Esta configuración
anatómica permite que la pared delgada y flexible del ventrículo derecho expulse un
gran volumen de sangre con un acortamiento mínimo contra una presión de salida
baja. Sin embargo, si existe un engrosamiento y estenosis de la válvula pulmonar, la
resistencia contra la cual se contrae el ventrículo estará muy incrementada y
dificultado el flujo hacia la arteria pulmonar; el músculo del ventrículo derecho
entonces se hipertrofia y puede gradualmente asemejarse al ventrículo izquierdo en
cuanto al grosor de su pared.
Ventrículo izquierdo
Como se indicó antes, la contracción del ventrículo izquierdo supone tanto una
reducción del diámetro como un acortamiento del eje entre la base y el ápice cardiaco;
el resultado neto es un movimiento de la punta hacia la válvula mitral.
Simultáneamente, la interacción de los diversos grupos musculares del corazón
produce un efecto de elevación del ápice, moviéndolo hacia la pared anterior
44
del tórax y produciendo un impulso palpable a nivel de la línea medioclavicular
izquierda, aproximadamente en el espacio entre la quinta y la sexta costillas. El
ventrículo izquierdo, con su forma más cilíndrica (fig. 3-2) posee una ventaja mecánica
sobre el ventrículo derecho en la producción del volumen sistólico y en la potencia, ya
que el volumen que expulsa por la reducción del diámetro del cilindro está en función
del cuadrado del radio, en lugar de ser una función lineal (ley de Laplace, cap. 2). Se
cree que la pared más gruesa y más fuerte del ventrículo izquierdo también
proporciona una especie de entablillado hacia el cual es traccionada la pared externa
del ventrículo derecho, expulsando así la sangre de dicha cámara por medio de una
acción de compresión de tipo fuelle.
Luego de efectuar prolijos estudios anatómicos, Streeter propuso que las fibras
musculares del ventrículo se hallan dispuestas en forma de ocho, en forma semejante
a un lazo que estuviera enrollado de modo desparejo, quedando las vueltas más cortas
alrededor del vértice del corazón y las más largas alrededor de la base. Sugiere que el
estrechamiento del lazo simularía el vaciado ventricular y es, precisamente, esta
organización especial de las fibras lo que permite la expulsión ventricular
notablemente rápida y eficiente.
45
VÁLVULAS CARDÍACAS
La acción de bombeo del corazón, para que resulte eficiente, exige un reflujo mínimo
en el transporte de la sangre. Esto se logra por medio de dos grupos de válvulas
unidireccionales de acción recíproca. Un par de ellas, las válvulas aórtica y pulmonar
(también denominadas semilunares) están ubicadas en las salidas de los ventrículos
izquierdo y derecho respectivamente, abriéndose y cerrándose en forma pasiva (fig. 3-
3, derecha). La válvula aórtica de tres valvas, cuando se abre, no se abate contra la
pared de la aorta; esto es importante ya que permite que la sangre fluya sin
dificultades hacia las arterias coronarias principales derecha e izquierda, cuyas
aberturas están ubicadas en la pared aórtica directamente por detrás de las hojuelas
de la válvula abierta.
Las dos válvulas AV son la “tricúspide” en el lado derecho, y la “mitral” en el izquierdo;
éstas se abren hacia los ventrículos permitiendo que ingrese la sangre proveniente de
las aurículas. Ambas válvulas poseen una pared delgada y están unidas con el borde
libre o inferior de sus valvas por medio de delgadas y fibrosas cuerdas tendinosas a los
músculos papilares que sobresalen de las paredes ventriculares (fig. 3-3, izquierda). Los
músculos papilares se contraen cuando se contraen los ventrículos evitando así que las
válvulas hagan demasiada saliencia en la cámara auricular durante la contracción
ventricular. Ocasionalmente, una pequeña cantidad de sangre puede regurgitar a
través de una válvula AV normal durante la contracción ventricular, pero ello tiene
poco efecto sobre la función cardíaca; sin embargo, si una de las cuerdas tendinosas se
rompe, la hojuela valvular a la cual estaba unida puede protruir de modo significativo,
tornándose la válvula incompetente con regurgitación de una fracción apreciable de
sangre en sentido retrógrado hacia la aurícula durante la sístole ventricular, con una
46
notable pérdida de la eficiencia de la bomba. Esta complicación, que puede suceder a
un “infarto de miocardio” o a un “ataque cardíaco”, ocasiona a veces muerte súbita.
Las válvulas AV poseen áreas de sección transversal más grandes que las semilunares y
están sujetas a una menor fuerza mecánica durante la abertura y el cierre.
EL CICLO CARDÍACO
47
Normalmente las válvulas no ofrecen resistencia y se abre o cierran en función de las
presiones relativas ejercidas por la corriente sanguínea y de la energía impartida por
las contracciones de la musculatura auricular y ventricular.
Con una frecuencia de 75 latidos por minuto, el ciclo completo de llenado y vaciado de
la cámara será de 0,8 seg o 800 mseg (fig. 3-4). El ciclo cardiaco se divide sístole y
diástole. La sístole del ventrículo izquierdo (esto es el periodo contráctil del corazón
izquierdo) se extiende desde el comienzo del aumento de la presión en el ventrículo y
el cierre de la válvula AV (fig. 3-4A) hasta el cierre de la válvula aórtica y el comienzo
de la diástole (fig. 3-4C). Durante la mayor parte del período de B a C, la presión
ventricular es mayor que la aórtica, la válvula aórtica se abre y el ventrículo expulsa la
sangre volcándola en el sistema arterial. En C, la válvula aórtica se cierra.
La diástole, que es el período de relajación y llenado ventricular, comienza con el cierre
de la válvula aórtica (C); cuando la presión ventricular cae por debajo de la auricular, la
válvula AV se abre (D) y el ventrículo comienza a llenarse. La diástole finaliza cuando el
ventrículo nuevamente se contrae y comienza el siguiente ciclo.
Con una frecuencia cardíaca de 75 latidos por minuto, la sístole por lo común ocupará
de 250 a 300 mseg; por eso casi las dos terceras partes del ciclo (o unos 500 a 550
48
mseg) están ocupados por el llenado diastólico. Sin embargo, con un incremento de la
frecuencia cardiaca de hasta 180 latidos por minuto, que puede ocurrir durante el
ejercicio intenso, la duración total del ciclo se reduce hasta alrededor de 330 M
segundos; la mayor parte de la reducción se realiza en el tiempo diastólico, que
finalmente restringirá el llenado ventricular y limitará el volumen minuto cardiaco.
Todos los fenómenos cardíacos están normalmente relacionados en el tiempo de
acuerdo con la sístole y la diástole ventricular, aun cuando esto no siempre coincide
con el estado de actividad de otras partes del corazón. La figura 3-4 y casi todas las
siguientes se refieren sólo al ventrículo izquierdo; debería subrayarse, sin embargo,
que los hechos que se producen en el lado derecho del corazón son análogos y que la
aurícula y el ventrículo derechos poseen tiempos similares para sus fenómenos
eléctricos, mecánicos y valvulares. Las principales diferencias del ciclo cardíaco entre
los 2 lados del corazón son aquellas relacionadas con las menores presiones existentes
en el ventrículo derecho y en la arteria pulmonar.
Desde un punto de vista funcional, los ventrículos son necesariamente los factores
centrales en el ciclo cardíaco; pero las aurículas desempeñan un papel de apoyo
significativo. La curva normal de la presión auricular posee 3 deflexiones positivas (fig.
3-4). Poco después de la onda P de despolarización auricular (véase más adelante) la
aurícula se contrae con la resultante onda a positiva que se produce al final de la
diástole. Cuando comienza la sístole, la contracción ventricular provoca una onda de
presión que se transmite a través de las delgadas válvulas AV hacia las aurículas y
también hacia las venas de gran calibre adyacentes a ellas, dando como resultado la
onda c auricular. Durante la segunda mitad de la sístole, mientras la sangre venosa
retorna proveniente de las venas periféricas y las válvulas AV permanecen cerradas, el
llenado auricular continúa y la presión auricular se eleva con la resultante deflexión
positiva llamada onda v.
La contracción auricular, al final de la diástole ventricular, ayuda materialmente en el
pasaje sangre al ventrículo y puede contribuir tanto como un 25 a un 30% del llenado
ventricular total. En algunos estados patológicos, en los cuales falta la contracción
auricular, el corazón está por lo general capacitado durante cierto período para
compensar la pérdida de la bomba auricular y funciona razonablemente bien en
condiciones de reposo; sin embargo, durante el stress o el ejercicio, la falta de la
bomba auricular puede dar como resultado un severo trastorno funcional del volumen
minuto cardíaco con la consiguiente fatiga y demás signos insuficiencia cardíaca aguda.
49
aurícula (es decir, la despolarización auricular), indicada en el ECG por una deflexión
positiva inicial hacia arriba denominada onda P (fig. 3-4) que inicia la contracción de la
aurícula.
Una vez finalizada la onda P, la línea del ECG vuelve al nivel de base, esto es, la línea
isoeléctrica. Unos 0,16 a 0,22 segundos después del comienzo de la onda P, se produce
una segunda serie de ondas negativas y positivas. Una onda Q negativa precede
generalmente a una onda R positiva y una S negativa. Este complejo QRS es
determinado por la despolarización eléctrica de los ventrículos y va seguido
inmediatamente por la contracción ventricular. Luego de un corto intervalo aparece
una onda T positiva que corresponde a la repolarización de la masa ventricular. El ECG
luego retorna a la línea isoeléctrica y por lo general hay un silencio eléctrico durante el
resto de la diástole. El segmento S-T constituye una fase importante del registro
porque está específicamente deformado en la isquemia miocárdica.
Debemos señalar que el potencial de acción es el precursor indispensable de la
contracción cardíaca. El corazón posee una ritmicidad y automaticidad intrínsecas,
espontáneas, y la contracción está inevitablemente acoplada a la excitación. Las
características eléctricas del corazón serán consideradas con mayor detalle en el
capítulo 4.
Sístole ventricular
Debe examinarse más de cerca algunos de los hechos asociados con el ciclo cardíaco.
Es frecuente dividir la sístole en 3 partes: un período de contracción isovolumétrica, un
período de expulsión rápida y un período de expulsión lenta.
Período de contracción isovolumétrica (isométrico) (PCI). El PCI es un importante
intervalo existente entre el cierre de la válvula mitral y la abertura de la aórtica,
denominado así porque no se producen cambios de volumen ventricular (fig. 3-5).
Durante este período se producen varios hechos importantes. La velocidad en que se
eleva la presión ventricular (dP/dt), que a veces se utiliza para definir la capacidad
contráctil del corazón (cap. 5) es máxima durante este tiempo. Además, durante el PCI
se produce la onda auricular c y la presión arterial aórtica y pulmonar se encuentran en
su más bajo nivel, precisamente antes de la abertura de las válvulas aórtica y
pulmonar.
Período de expulsión rápida. El primer tercio de la sístole está ocupado por el período
de expulsión rápida, durante el cual se vuelcan en la aorta unos dos tercios del
volumen ventricular. Hacia el final de este período la aorta comienza a distenderse a
medida que absorbe el impacto de la sangre expulsada y la velocidad en que se eleva
la presión en esta arteria disminuye. El volumen normal de fin de diástole (VFD) es de
unos 120 ml y el volumen de fin de sístole (VFS) de unos 40 ml. Por eso el volumen
sistólico promedio (VS) es de alrededor de 80 ml y la fracción de expulsión (FE) de
alrededor del 67%. La disminución de la FE constituye un signo común del miocardio
debilitado.
50
51
Período de expulsión lenta. En el punto máximo de la curva de presión aórtica los
ventrículos comienzan a relajarse levemente y la sangre continúa fluyendo desde el
ventrículo hacia la aorta, pero con una velocidad menor. Es el período de expulsión
lenta. Cerca de este punto, la presión aórtica realmente supera a la presión del
ventrículo izquierdo en unos pocos milímetros de mercurio, pero el flujo de salida
continúa debido a la inercia. A éste sigue una inversión del gradiente de presión, aún
más grande, que ocasiona la inversión del flujo durante un breve período y las válvulas
aórticas se cierran produciéndose el segundo ruido cardíaco.
Como las válvulas y la aorta son distensibles, presentan un mecanismo de retroceso y
producen una onda de presión secundaria en la curva correspondiente a la aorta con
una muesca entre la curva de presión primaria y la secundaria, a la que se denomina
muesca o incisura dicrótica. En tanto se producen estos acontecimientos en el lado
izquierdo del corazón, una secuencia similar de hechos tiene lugar en el ventrículo
derecho y en la arteria pulmonar, que dan como resultado el cierre de la válvula
pulmonar.
En la práctica, con el término sístole a menudo se hace referencia al período que
transcurre entre el comienzo del primer ruido cardíaco y el comienzo del segundo,
aunque evidentemente podemos referirnos a la sístole aurícular, a la sístole ventricular
derecha, etcétera.
Diástole ventricular
RUIDOS CARDÍACOS
Los 2 principales ruidos cardíacos se perciben, por lo general, como sonidos “lup-dup”,
un primer ruido de tono bajo, seguido por un segundo ruido más rápido, de tono más
agudo. La intensidad de los ruidos cardíacos, tal como se perciben en la pared torácica,
depende de varios factores, a saber, la velocidad con que se eleva la presión
ventricular, las características físicas de ventrículos y válvulas, el volumen contenido en
el corazón, la posición de las cúspides de la válvula AV al comienzo de la sístole
ventricular y las características de transmisión de la pared torácica. La relación de los
ruidos cardíacos con los demás fenómenos del ciclo cardíaco se ilustra en la figura 3-5.
Los principales componentes de los ruidos cardíacos están asociados con la aceleración
y desaceleración brusca de la sangre en el corazón y cerca de este órgano, pero no
52
existe un acuerdo total sobre la significación relativa de la actividad valvular y de la
vibración muscular.
El primer ruido cardíaco (R1) está asociado al cierre de las válvulas mitral y tricúspide
al comienzo de la sístole ventricular y a veces es posible distinguir sus dos
componentes. Cuando así ocurre, el primer componente de R 1 es de origen de mitral y
el segundo tricuspídeo.
El segundo ruido cardíaco (R2) es, por lo general, de mayor frecuencia y de más corta
duración que el primero. Marca la finalización de la sístole ventricular y el comienzo de
la diástole y está asociado con el cierre de las válvulas semilunares. Muestra 2
componentes, el aórtico y el pulmonar. Normalmente, la válvula aórtica se cierra
varios milisegundos antes que la pulmonar y esta diferencia temporal se acentúa
durante la fase inspiratoria de la respiración.
Dicho retraso respiratorio en el cierre de la válvula pulmonar produce un
desdoblamiento “fisiológico” del segundo ruido cardíaco y se debe, principalmente, a
la disminución súbita de la presión intratorácica asociada con la inspiración. Esto a su
vez, causa un aumento transitorio del retorno venoso con incremento del volumen en
el corazón derecho, que ocasiona el aumento del volumen minuto ventricular derecho,
la prolongación temporaria del tiempo de expulsión y el retraso del cierre de la válvula
pulmonar. Al mismo tiempo, el retorno venoso pulmonar hacia el corazón izquierdo se
reduce y la válvula aórtica se cierra un poco antes. Se observan variaciones del grado
de desdoblamiento del segundo ruido cardíaco en algunos tipos de enfermedad
cardíaca congénita y en casos de conducción anormal de los impulsos eléctricos del
corazón.
El tercer ruido cardíaco (R3), representado en la figura 3-5, está asociado con la fase
pasiva de llenado rápido. Por razones que no son claras, puede encontrarse un tercer
ruido fisiológico en individuos jóvenes; sin embargo, si aparece luego de los 40 años de
edad, en general se considera anormal. Puede aparecer en casos de fiebre, de
insuficiencia cardíaca y en otros trastornos cardíacos.
El cuarto ruido cardíaco (R4) está asociado con la fase activa de llenado rápido (fig. 3-
5). Si bien con frecuencia es posible registrarlo mediante fonocardiografía, por lo
general no es audible. Cuando sí lo es, se registra comúnmente en el punto máximo de
la contracción auricular y puede estar asociado con presiones auriculares elevadas.
FISIOPATOLOGÍA
Soplos cardíacos
Las alteraciones del patrón normal del flujo sanguíneo en el corazón y los grandes
vasos dan como resultado, a menudo, vibraciones sonoras anormales dentro de límites
de frecuencia auditiva que se denominan soplos. Se clasifican sobre la base de su
ubicación temporal en soplos sistólicos, diastólicos y continuos. Cuando existe
patología o deformación de la válvula aórtica o la pulmonar, el aumento de la
turbulencia a través del orificio estenosado o deformado da como
53
resultado el característico soplo sistólico creciente-decreciente de la enfermedad
vascular aórtica o pulmonar (fig. 3-6I).
Si el cierre de la válvula AV es incompleto debido a enfermedad de las válvulas mitral o
tricúspide, la válvula se torna incompetente y la sangre regurgitará hacia la aurícula
produciendo un sonido en “chorro de vapor” a continuación del primer ruido cardíaco.
Si el soplo sistólico persiste durante toda la sístole, como se indica en la figura 3-6II, a
veces se percibirá lo que se denomina soplo pansistólico u holosistólico.
Los ruidos cardíacos anormales que aparecen durante la diástole se relacionan con una
anomalía de la abertura de una válvula AV (habitualmente mitral) o con una anomalía
del cierre de una válvula semilunar (habitualmente la aórtica). Un soplo que se origine
en la válvula aórtica y se perciba en la primera parte de la diástole puede ser
provocado por el cierre incompleto de dicha válvula al final de la sístole. Tal anomalía
puede deberse a fibrosis o rigidez de la válvula en posición abierta o a la destrucción
de las cúspides valvulares. El defecto provoca reflujo de la sangre en sentido
retrógrado hacia el ventrículo izquierdo al final de la sístole a través de la válvula
incompetente, produciendo el soplo diastólico de regurgitación o insuficiencia aórtica
(fig. 3-6III).
La estenosis de la válvula mitral puede causar ruidos cardíacos anormales durante la
diástole temprana o tardía, como se muestra en la figura 3-6IV. El componente inicial
de dicho soplo se inicia con frecuencia con un chasquido de abertura de la válvula
mitral; el componente tardío puede asociarse con la sístole auricular, justamente antes
del inicio de la sístole ventricular, y es lo que se denomina soplo “presistólico”. Véase
también en la siguiente sección una descripción más amplia de la estenosis aórtica.
Además de los mencionados anteriormente, pueden percibirse ciertos tipos de soplos
durante la sístole y la diástole, tales como el soplo del conducto arterioso persistente
(fig. 3-6V); durante todo el ciclo se producirá un movimiento de sangre constante a
través del conducto permeable que dará lugar a un soplo cardíaco con características
54
de maquinaria continua, de intensidad creciente y decreciente. El flujo sanguíneo es
continuo a través del conducto arterioso permeable durante la totalidad del ciclo
debido a la persistencia de un gradiente de presión desde la aorta a la arteria
pulmonar, tanto durante la sístole como durante la diástole. Esto no ocurre si existe
una inversión del gradiente de presión debida a hipertensión pulmonar grave.
El cuarto ruido cardíaco, cuando aparece, por lo general indica la presencia de un
ventrículo no distensible; comúnmente se percibe en la enfermedad cardíaca
isquémica, en la estenosis pulmonar o aórtica y en la hipertensión pulmonar o
sistémica. Pero no aparece en la estenosis mitral o tricuspídea, ya que el ruido también
depende de un llenado ventricular rápido.
55
insuficiente debido a la estenosis y la inadecuada perfusión coronaria para un
ventrículo agrandado dan como resultado insuficiencia cardíaca.
Concentraciones de oxígeno en las cámaras cardíacas. En las venas cavas, en la
aurícula derecha, el ventrículo derecho y la arteria pulmonar, el contenido de oxígeno
de la sangre es de alrededor de 15 a 16 ml/ 100 ml de sangre, con una saturación de
oxígeno normal del 70 al 80%. Por lo general se produce una leve disminución de la
saturación de oxígeno a nivel de la aurícula derecha donde la sangre proveniente del
seno coronario, con un contenido de oxígeno y una saturación de oxígeno muy bajos,
se mezcla con la sangre proveniente de las venas cavas. Al abandonar el lecho capilar
pulmonar la sangre habitualmente tiene una saturación del 97 al 98%, con un
contenido de oxígeno de 19 a 20 ml/ 100 ml de sangre. Debido al drenaje en el corazón
izquierdo de sangre venosa bronquial (proveniente de los pulmones) y de las venas de
Tebesio (del miocardio), se produce un pequeño decremento de la saturación de
oxígeno en el ventrículo izquierdo hasta alrededor del 95%. Normalmente, la sangre
arterial sistémica posee el mismo contenido y saturación de oxígeno que la sangre del
ventrículo izquierdo (fig. 3-8).
56
En el efecto del tabique interventricular se produce durante la sístole una desviación
(shunt) de sangre oxigenada desde el ventrículo izquierdo hacia el derecho a través del
defecto septal, que produce una saturación de oxígeno anormalmente elevada en el
ventrículo derecho y, con frecuencia, una presión ventricular derecha anormalmente
elevada (fig. 3-8, derecha). Eventualmente, si el defecto no es reparado, el ventrículo
derecho puede hipertrofiarse y el shunt invertirse para pasar a ser de derecha a
izquierda, con cianosis (coloración oscura o azulada de la piel) causada por una
concentración elevada en la sangre arterial de hemoglobina reducida. La turbulencia
producida por el flujo sanguíneo que pasa por el defecto septal durante la sístole causa
un soplo sistólico.
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