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CRÍTICA

" L O S M ATA D E R O S D E L A N O C H E " : E L R E I N O D E L A S

ANOMALÍAS
2016-07-27

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Daniel Rodríguez Barrón construye un universo pesimista,

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oscuro y furtivo en su nuevo libro de relatos. Omar Nieto !

desentraña los hilos carverianos de este narrador mexicano
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Por Omar Nieto*

Decía Raymond Carver que tanto en la poesía como en la narración

breve es posible hablar de cosas comunes con un lenguaje claro y
dotar a esos objetos -una silla, la cortina de una ventana, un tenedor,
una piedra, un pendiente de mujer- con los atributos de lo inmenso, con
un poder renovado. Es bien sabido que Carver, uno de los más
importantes de la historia, vio en la vida cotidiana el lugar donde la
anomalía, el fin del sueño americano, el pesimismo y el fracaso, se
manifestaban como un ejercicio de alta literatura, del claroscuro de la
condición humana.

En Los mataderos de la noche (La Cifra editorial) de Daniel Rodríguez

Barrón, el mundo cotidiano se torna carveriano desde el primer
momento. A través de sus páginas se observa “algo vislumbrado con el
rabillo del ojo”, método con el que Carver creía que la realidad podría
asirse: no la realidad totalizante o histórica, sino la narrativa de los
antihéroes cotidianos donde se funda la otra parte de la civilización, el
lado oscuro, ahí donde ocurren las verdaderas historias.

Para captar esa realidad íntima, Carver buscó escudriñar los

acontecimientos con “mirada furtiva”. Al respecto, dice: “Primero es la
mirada. Luego esa mirada ilumina un instante susceptible de ser
narrado. Y de ahí se derivan las consecuencias y significados. Por ello

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deberá el cuentista sopesar detenidamente cada una de sus miradas y !

valores en su propio poder descriptivo. Así podrá aplicar su
inteligencia, y su lenguaje literario (su talento),
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proporción, de la medida de las cosas: cómo son y cómo las ve el

escritor; de qué manera diferente las contempla”.

Es con esa “mirada furtiva” con la que Daniel Rodríguez Barrón

(Ciudad de México, 1970) ve la realidad para extraer a sus personajes.
Cualquiera de nosotros podría estar destinado a tener que bañar a
nuestra madre o padre viendo en su desnudez anciana nuestro propio
sino y ser testigo de cómo el ser humano de edad avanzada regresa a
su niñez, con esa fragilidad de quien ha sido vencido por las décadas.
Rodríguez Barrón da un giro a este drama: en su cuento, quien ve con
compasión no es el hijo a la madre, sino al revés.

“Día de baño” es el título de este cuento. En él, la mirada furtiva es

lanzada por la anciana madre al hijo calvo, repleto de fracasos,
oficinista que necesita de la quincena puntual para sobrevivir junto con
ella. La madre ve en su hijo su misma frustración, ante lo que el
protagonista dice: “No hay tragedia. No he fracasado en nada porque
jamás he estado cerca de algo verdaderamente importante donde
pudiera fracasar, ¿la escuela, el trabajo?, nadie fracasa en eso”. Una
visión totalmente carveriana.

También cualquiera de nosotros podría inscribirse en un curso de yoga

y luego en un taller literario donde nadie va a escribir sino a pasar bien
la tarde, pero pocos nos preguntaríamos si esa compañera a la que le
hemos destazado el texto, puede convertirse furtivamente en una
asesina potencial. En “El cuento de Julia”, esa compañera de taller,
señora de camionetón y marido que no la complace, tiene además una
aventura con el profesor para luego desaparecerlo de la faz de la tierra.

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De nueva cuenta, Rodríguez Barrón explota la parte oculta de lo !

cotidiano.
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El tercer cuento, “Post mortem”, es quizá uno de los mejores que se

han escrito en los últimos años. Un viudo cree ver furtivamente a su
esposa muerta por todas partes, pero en cada ocasión más joven. Está
muerta, lo sabe, pero la mira en la calle, incluso acompañada por otro
hombre. Discute de ello en la cantina con su hijo, quien cada vez está
más preocupado por las “visiones” de su padre. Y más porque en esa
cantina éste ha pasado los mejores momentos de sus últimos cuarenta
años.

El lector termina sin saber qué resulta más entrañable: la tierna y

fantástica posibilidad de que, como en “El extraño caso de Benjamin
Button” de Francis Scott Fitzgerald o en “Viaje a la semilla” de Alejo
Carpentier, esa mujer pueda resultar más joven en cada aparición, o la

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tierna relación padre-hijo, en la que este último descubre la parte más !

humana de su progenitor.
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En “Madame Beatriz”, Barrón suma a lo carveriano las ideas de

perversidad y sadismo que el autor abordó en La soledad de los
animales, nouvelle con la que debutó en 2014.

En dicho cuento, el mundo de un díler se transforma en el no menos

sórdido mundo de la adivinación, en el que, de nueva cuenta, una
mujer invierte los roles donde los hombres son víctimas, y las mujeres,
victimarias. En la obra de Rodríguez Barrón, las mujeres son capaces
de sodomizar, descuartizar, amputar lo mismo a hombres y animales
que a niños.

Finalmente, en “Últimas consideraciones sobre mi pierna”, Rodríguez

Barrón asegura: “lo único que había aprendido de la pintura en todos
mis años como maestro de estética era milagrosamente simple: la
forma dura más que el contenido”.

Creo que esta última declaración descubre al autor de Los mataderos

de la noche como un escritor estilizado, creyente de las formas breves,
en mi opinión, mucho más contemporáneas que los cansados estilos
de la “narrativa del vacío”. En la obra de Rodríguez Barrón sí se cuenta
algo. Y vaya que se cuenta. Hay historia y hay forma estética. Su
brevedad y concreción hablan de la forma en la que hoy gira el mundo:
entre lo instantáneo y lo salvaje.

Es interesante cómo con tan solo dos libros, de apenas más de cien
páginas cada uno, Daniel Rodríguez Barrón ya consiguió exponer su
mirada con una narrativa donde la anomalía de lo cotidiano arroja,
como diría Daniel Sada, universos que se ocultan en los intersticios de

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la realidad, donde caben las perversiones tanto como los destellos !

luminosos de lo humano.
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El protagonista de “La pierna me había conducido a un desengaño

definitivo, haciéndome consciente de mi sórdida angustia que
disfrazaba una vida de normalidad conyugal, que en definitiva no
existía, como no existe normalidad alguna…”

Estas palabras reflejan la mirada de Rodríguez Barrón. Para él no es

posible la normalidad. Su reino está construido de anomalías. Y qué
bueno, porque la mejor literatura está hecha de ello.

Celebro que Daniel no sea lo que se llama un escritor “normal”. Ésa,

sin duda alguna, es su mayor fortaleza.

Fotografía de Cecilia Rodarte

*Omar Nieto (Puebla, 1975). Es autor de Las mujeres matan mejor (Joaquín Mortiz,
2013) y Teoría general de lo fantástico. Del fantástico clásico al posmoderno (UACM,
2015), “Mejor Primera Novela del 2013” y “Mejor Libro de Ensayo del 2015”, de
acuerdo al periódico Reforma. Es especialista en literatura y narcotráfico, tema sobre
el que cursa un doctorado en la UNAM.

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