Hace un cierto tiempo tuvo lugar en España una importante polémica
desencadena por las decisiones gubernamentales que buscaban reducir al mínimo la asignatura de filosofía en los planes de estudio. Pocos filósofos se preguntaban: ¿Por qué la filosofía ha llegado a ser considerada por la mayoría como algo arbitrariamente inútil?
La filosofía, entendida en sentido amplio, como aquella actividad por la que el
hombre busca de forma lúdica y reflexiva comprender la realidad y orientarse en ella, ha formado parte de la raíz de toda civilización. Todas las grandes civilizaciones se han asentado, entre otros, en unos cimientos de naturaleza filosófica. Esto proporcionaba una forma de mirar la realidad y de estar en el mundo, y daba respuestas a las cuestiones más básicas y radicales, como las de quien es el ser humano y cuál es su destino. Los demás saberes y las demás artes orbitaban en torno a esta sabiduría y era esta ultima la que definía el correcto lugar, el sentido último de dichos artes y saberes.
A la filosofía no se le considera como uno de los ejes de nuestra cultura ya que la
filosofía ya no impregna la vida ni la sociedad pues se han relegado a los ámbitos académicos especializados. Hoy los gobernantes demandan especialistas en estadística y tecnócratas, no pensadores. Pero tan grave como esto es que la misma filosofía cierre los ojos ante este hecho y no se dé cuenta de lo poco que tiene es decir; que no reflexionar sobre por qué se ha llegado a considerar tan irrelevante su aportación.
La filosofía no se puede suprimir, cosntituye el entramado más íntimo de la cultura.
Pero cuando esto no se reconoce abiertamente. El pensamiento pasa a ser ideología que nos reconoce abiertamente el pensamiento pasa a ser ideología que nos penetra de modo indirecto, sin darse a conocer como tal, eludiendo la crítica, es decir de modo impositivo. Una sociedad en que la filosofía la reflexión crítica no tiene un lugar central y explico, es siempre una sociedad adocenada, un caldo de cultivo de toda forma manipulada.
Si la filosofía ya no ocupa un lugar central en nuestra cultura es, en gran medida,
porque ha perdido aquello que le conferida un papel vital en el desarrollo del individuo y de la sociedad; su dimensión transformadora, terapéutica; en otras palabras, porque ha dejado de ser maestra de vida y el conocimiento filosófico ya no es aquel saber que era, al mismo tiempo, plenitud y libertad; porque la esterilidad de muchas de las especulaciones denominadas filosóficas han llegado a ser demasiado manifiesta.
Podríamos decir que el filósofo es aquel que se consagra desinteresadamente a la
verdad; quien investiga, a través de una actitud interior de disponibilidad y atención lúcida, las claves de la existencia. Las actividades filosóficas son desinteresada pues quiere la verdad por ella misma, no por su posible provecho, por sus resultados o frutos.
La indagación de la verdad es un impulso acorde con nuestra naturaleza humana
es indisociable de esta, un impulso que nos distingue de otros seres animados y nos eleva sobre ellos. Todo hombre ansia profundamente ver, comprender, y experimentar como una degradación la ignorancia y el engaño, es decir el conocimiento de la verdad es tan valioso en sí mismo como indeseables son la ceguera y el error.
La filosofía no es útil en el sentido que ordinariamente damos a esta palabra, es
decir, no es instrumental útil; como tampoco, por ejemplo, lo es el arte. En otras palabras, ambas son actividades libres, pues competen a la dimensión más elevada del hombre: aquella que también es libre, y que le dota de cierto dominio sobre los aspectos de sí mismo y de la vida condicionados por la necesidad, por las urgencias utilitarias de la vida.
Lo que solemos denominar filosofía en nuestra cultura se ha apartado tanto de
aquel saber transformador y liberador, máximamente útil, que originalmente llevo ese nombre que, de cara a apuntar a este último quizás convenga acudir a nuevas expresiones. Una de estas bien puede ser la de sabiduría, pues todo el mundo asocia este término tanto al conocimiento profundo de la realidad como a la evolución hacia una vida autentica.
La disociación entre filosofía y transformación ha llegado a ser tan aguda en
nuestra cultura, que en lo que entendemos habitualmente por filosofía poco queda de sabiduría, de filosofía esencial. La crisis actual de la filosofía está causada en gran medida por la pérdida de su virtualidad transformadora; por que ha pretendido seguir teniendo validez como camino hacia la verdad tras desligarse de lo que constituye sus sello de autenticidad y la raíz de su utilidad superior; su capacidad para posibilitar nuestro crecimiento esencial y nuestra liberación interior [CITATION Cav06 \p 25-46 \l 12298 ].
Bibliografía Cavallé, M. (2006). La Sabiduría Recobrada (Filosofía como Terapia). Madrid: Ediciones Martínez Roca, S.A.