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No hagas propias las batallas ajenas

Siempre digo eso. Que no hay que hacer propias las batallas ajenas.
Y no se trata de no ser empático. No señor. Tranquilamente uno puede comprender a
la perfección lo que el otro siente y hasta incluso más, compartir ese sentir con él. Hasta puede
ayudarlo con alguna acción específica como escucharlo.
Tampoco veo una posición altruista en esto de asumir batallas ajenas. Lo veo más
cerca al efecto contagio, tipo identificación…
¿Cual sería el riesgo, podría tranquilamente preguntarme alguien, de incurrir en este
tipo de conducta? Vea, la mejor forma de responderle es como a mí me gusta: Narrando una
historia…
A este hombre lo llamaré 1. Pensá que es fan, pero lo que se dice fan fan del “Arte de
la Guerra” de Sun Tzu (para quienes no lo sepan, este libro se hizo muy famoso hace unos años
y es lectura obligatoria en ámbitos empresariales y para todos aquellos ligados al mundillo del
management). Este muchacho es el responsable de marketing de una gran academia en la que
se enseñan varias disciplinas relacionadas al arte, como piano, flauta traversa, oboe y también
clases de bel canto. Justamente, el problema del hombre 1 venía con esa profesora, Tatiana
(tiene un apellido polaco que, más allá de cuestiones de confidencialidad, es francamente
imposible tanto de pronunciar como de escribirlo sin errores).
Hombre 1 tomó para sí el calificativo de “afrancesado” cuando se vio reflejado en un
reportaje realizado a Telerman, ex jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires y hoy ausente
de los reflectores mediáticos. La palabra alude al refinamiento que observan las personas de
gustos sofisticados y modales cuidados. No cualquiera es afrancesado, sino solo aquellos que
han nacido con el don de apreciar las bellas artes, comprender las ciencias y tener cuidado por
su cuerpo. Estas eran palabras casi textuales del Hombre 1, que gustaba repetir casi de
memoria, como un mantra, cuando se presentaba a alguien.
Tatiana, por su parte, era todo lo contrario. No era políticamente correcta y hasta
llegaba a reírse de las formas socialmente aceptadas. En la academia cuentan una anécdota un
poco mítica a estas alturas sucedida en una cena de fin de año en la que Tatiana corrió a un
lado los cubiertos y se puso a comer directamente con sus dedos un suculento plato de ñoquis
a la bolognesa. Lejos del finger food y cerca de la provocación.
Se define como artista y creo que un poco por esnobismo trata de hacerlo ver todo el
tiempo. “El artista es disruptivo por naturaleza. Lennon fue prócer porque se animó a ir en
contra de la corriente… Se imaginan lo poco conmovedor de Ricky Martin cantando
Imagine?...” decía. O mejor, gritaba. Y de tanto en tanto empinaba un trago combinado de
cognac, clara de huevo y leche tibia. “Europa no es la que creen ustedes, manga de
mediocres… llena de luces y florcitas rococó… Europa no sabe qué hacer con su patio trasero…
con los países de segunda línea como el de mis abuelos… no se crean todo lo que ven en la
tele” exclamó subida en la mesa de la Comisión Directiva de la academia. ¡Imaginen ustedes la
situación! Y claro, alguno va a pensar que después de semejante escándalo la echaron como
una perra. Pues no señores. Tatiana era talentosísima cantando y encima, enseñaba muy bien.
Sus alumnos eran brillantes y muchos, luego de su tutoría, pudieron seguir su carrera en los
escenarios más prestigiosos de Argentina e incluso del mundo.
El cruce con el Hombre 1 apareció apenitas nomás se cruzaron durante un espacio
libre, a la tarde. En la cocina, él se armaba un té de ceylon y ella disfrutaba un agua mineral
natural. ¿Cómo era tu nombre? (bzzzzz, interferencia). ¿Y el tuyo? Tatiana. “Soy polaca y tengo
cero onda con los que impostan todo el tiempo algo que no son. No me van. Yo soy así como
me ves: Auténtica y Espontánea. Y con un corazón de oro, para lo que necesites”.
Hombre 1 sintió en ese momento, según comenta más tarde una sensación muy fea
que combinaba asquito, miedo y rechazo a ese ser. No solamente carecía de todo parecido con
ella sino que además se jactaba de esa diferencia.
Luego, se sucedieron varios hechos que confirmaron la tendencia: Cada vez se llevaban
peor y peor. Discutían por todo y lo peor es que se metían en el trabajo del otro. Una, opinaba
que los contenidos de las redes sociales producidos por Hombre 1 estaban demodee. Que
nadie vería algo con “tanto, tanto olor a naftalina y Heno de Pravia”. Por el otro lado, Hombre
1 le reprochaba que cada vez tenía menos alumnos. Que los echaba con su mal carácter y que
si seguía así vaya pensando seriamente en tramitar algún subsidio.
Como se ve, las discusiones venían picantes…
El asunto es que hay un tercero en esta historia: El Capitán B Larga.
Este muchacho daba clases de teatro y andaba siempre con una remera vieja y
descolorida del Capitán Beto. De ahí su nombre.
Compañero de ambos, podría haber mantenido al margen, tranquilamente que nadie
iba a increparlo por ello. Ni a conminarlo a tomar una posición. Sin embargo y vaya a saber
porqué, se inclinó por el Hombre 1. En la práctica esto se traducía en que comenzaron a
compartir mucho tiempo juntos, en el que Hombre 1 aprovechaba para hablar mal todo el
tiempo de Tatiana. Lo que al resto le resultaba soporífero, dado lo monotemático del asunto
para el Capitán B Larga era cuasi fascinante o algo así. Digo para encontrarle alguna razón a
este pegoteo.
Así las cosas, a medida que pasaba el tiempo podías ver que estos dos estaban cada
vez más iguales. A punto tal que cuando escuchabas hablar al Capitán oías las palabras de
Hombre 1. Esto fue avanzando hasta que eran dos los que comenzaron a discutir con Tatiana.
Fue escalando hasta llegar al escritorio mismo de la Directora del establecimiento, Doña
Romilda Serviri de Correa, persona rígida pero de buen corazón.
“Mire Directora. Esto se ha tornado insostenible. Esta mujer ha sobrepasado todos los
límites del decoro y nadie de sus compañeros la soporta más. Se la pasa a los gritos, incomoda
a los alumnos. No es la imagen que la academia requiere. No va, en una palabra”. Ese fue el
discurso del Capitán.
“Y usted cómo ve el tema, Hombre 1? Coincide con el panorama que dio su par, así de
oscuro?. “Mire señora. Para serle totalmente franco, creo que el Capitán exagera. Yo no lo veo
tan así. Pienso por es verdad que Tatiana a veces se excede un poco en sus formas, pero es una
excelente docente y sus resultados están a la vista.”.
Imaginen ustedes en este momento la cara del Capitán. No exagero si te digo que la
mandíbula le rozaba el suelo del asombro. Luego, apenas pudo recomponerse el gesto fue
cambiando paulatinamente hacia asumir un rictus amarguísimo. Y la cosa no termina ahí…
“Como ustedes ya saben, a mí me molesta profundamente este tipo de chusmeríos”
digo la Dire. “No solo no valoro a la gente que lleva y trae sino que además me cuesta
mantenerlos dentro del plantel docente por lo que yo que usted, Capitán B Larga, recapacitaría
sobre mi actitud y no lo volvería a repetir porque de lo contrario me va a obligar a tomar
medidas”.
Salieron ambos del despacho, el Capitán comienza a cuestionar duramente los dichos
del Hombre 1. Que lo había defraudado. Desilusionado. Que pensaba que eran amigos y eso…
“Francamente no te entiendo…”
“Mirá Capitán. Yo no necesito abogados defensores. Y además, en el fondo, Tatiana no
me cae nada mal. Sin ir más lejos, ayer estuvimos cenando en su casa y la verdad que no
cocina nada mal…”
Epilogo y cuasi conclusiones.
Cuando uno piensa en las causas mas frecuentes para la generación de conflictos, le
vienen a la mente las diferencias personales, los distintos puntos de vista o los caracteres. Pero
pocas veces se considera algunas razones más larvadas. En este sentido, esta historia narra y
ejemplifica uno de las peores: el llamado “efecto simbiosis”. El mismo consiste en que una
persona asume el control de otra, queriendo o sin quererlo (sabemos que hay gente con gran
poder de influencia) y luego, en situaciones de inestabilidad o tensión la abandona a su suerte,
despegándose con fuerza y dejando a la segunda en una situación de extrema vulnerabilidad y
sentimiento claro de frustración porque claro, en ese momento se da cuenta de golpe y como
en una epifanía de lo fútil que resultó asumir tal posición.
Entonces, va mi recomendación una vez más: Sé consecuente con tu propio deseo,
porque de lo contrario, tu salud psíquica se verá afectada pudiendo sentirte incluso un objeto
del deseo de otro.

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