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LA ATONALIDAD: UNA REVOLUCIÓN QUE NO NOS GUSTA

Era 29 de mayo de 1913 y la noche parisina reunía numerosos aristócratas en el Théâtre des
Champs-Elysées para la última obra de Igor Stravinsky. Después de los exitosos balés anteriores
“El Pájaro de Fuego” y “Petrushka”, la sociedad quería escuchar más del compositor ruso. Sin
embargo, desde que empezó el conocido solo agudo del fagot, la ataraxia del teatro se convirtió
en una alharaca sin precedentes. Insultos, reclamos, burlas, abucheos, objetos tirados, golpes, en
fin, una reacción caótica del público. Ni los propios bailarines, con la orquesta enfrente podían
sincronizarse. ¿Por qué un inaudito rechazo de la audiencia? ¿Fue planeado o simplemente la
humanidad aún no estaba preparada ante el controversial balé?

Pues bien, “La Consagración de la Primavera” es una obra revolucionaria, llena de acordes
nuevos, ritmos imposibles y una falta de academicismo importante, puesto que rompe con todas
las reglas y estructuras de la música anterior a su época. Sería quizás la primera de muchas
piezas del siglo XX, que marcarían un antes y un después en la historia de la música.

En el siglo XX hay novedades por doquier, la tecnología y la ciencia atraviesan su etapa de


mayor desarrollo, el comercio propicia la interculturalidad, los países estallan en guerras…
ocurren todos los fenómenos necesarios para que el hombre se cuestione el concepto de muchos
aspectos de la vida, rompiéndose todos los paradigmas y reglas. Es en este contexto en el que se
destacan los movimientos literarios y artísticos, los -ismos del vanguardismo: impresionismo,
posromanticismo, expresionismo, neoclasicismo musical, entre otros.

Como la música no es la excepción de las artes, tenemos un vanguardismo marcado. La música


que normalmente escuchamos sea erudita o popular, se encuentra dentro de un sistema tonal,
siendo que las notas “giran” y se “mueven” entorno a una en particular, su centro tonal. Pues
bien, en el siglo XX los músicos anteriores ya han explorado y sacado el jugo a la tonalidad, por
lo que la escuela de Austria con Schöenberg, en un movimiento expresionista, crea otro sistema:
el dodecafonismo (algo atonal) que se basa en una disposición equitativa de las notas, en
resumidos términos. ¿Lo que siguió? Décadas de experimentación con sonidos e instrumentos
extraños, por ejemplo, metrónomos a diferentes tempos, el silencio absoluto, notaciones
musicales fuera del pentagrama, instrumentos bizarros o fusionados con otros, &c. Algo “de
locos”.

Siglos y siglos de música tonal han hecho que el oído humano se acostumbre, dando un criterio
de lo que para él es música y lo que no. Por ello, la sociedad rehúsa la música moderna y
contemporánea erudita: suena muy extraña y en ocasiones la tildaríamos como “antiestética”. En
los tiempos de Beethoven se tocaba lo de Beethoven… ¿y ahora?, y ahora se sigue tocando lo de
Beethoven. Las escuelas de música y las salas de concierto interpretan la música clásica del
Barroco, Clasicismo, Romanticismo, entre otros, pero casi nunca lo moderno y contemporáneo.
Si usted mira un volante promocional de un concierto de música clásica se encuentran los
periodos anteriores al nuestro y de últimas lo actual.

No digo que esté mal, es más, es fabuloso que se tengan en cuenta, pero deberíamos también
abrir nuestros oídos y gozar de otro tipo de arte. Un universo nuevo que si le damos la
oportunidad, nos podría ensañar y revelar muchos aspectos que a veces no nos cuestionamos.
Hasta la semana que viene.

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