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El Aleph

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Javier Martinez <jmllerena@gmail.com> sáb., 18 de ene. de 2020 a la hora 1:20 PM


Para: roberth alexander rojas murillo <totte132530@gmail.com>

   No resistí compartir este tesoro.   Estoy seguro que el tema será de tu interés.  Intenté hacer un "resumen" de

un capítulo del libro EL REGRESO DE LOS BRUJOS (L. Pauwels y J. Bergier, Plaza & Jane editores S. A. <1985>,

traducción de J. Ferrer Aleu), que por cierto es de lo más interesante.   Lástima que no sea mío.  Debo entregarlo
dentro de poco.  Es un libro para releerlo y meditarlo por un buen tiempo.      

          Leí un cuento de Jorge Luis Borges ( El  Aleph, de 1949) que aparece al final del capítulo (cuento que no

incluyo aquí), y quedé con la boca abierta.  El argumento es de lo más genial.   Trata de un hombre de unos 42
años que tiene casi toda su vida escribiendo un poema que parece infinito.  Siempre ha vivido en la casa en que

nació.   La casa es propiedad de unos comerciantes que tienen una tienda de confites al lado.  A los propietarios

les va muy bien con su negocio y les da por ampliar su local.      Quieren que  el  hombre desaloje la casa para

demolerla.    Éste entra en pánico.    Hay un personaje, encargado de la narración, al que  el  hombre tiene

fastidiado, leyéndole fragmentos del poema y haciendo comentarios presumidos acerca de su obra.   El hombre

le confiesa a este personaje que la casa es indispensable para continuar con su poema, que siendo niño

descubrió en  el  decimonono escalón de la escalera del      sótano, un    Aleph  (en breve sabrás, si es que ya no lo

sabes, de qué se trata).  Claro que esto que consigno es sólo un tosco esbozo del cuento, que es mucho más rico en

elementos narrativos y poéticos.

     Al término de este "resumen" incluyo un comentario final que es la razón primordial de mi arrobamiento y mi

deseo de compartir parte de esta obra.   Sin más, el capítulo en cuestión:

TERCERA PARTE
CAPÍTULO  IX

EL PUNTO MÁS ALLÁ DEL INFINITO


 

     En los capítulos precedentes he querido dar una idea de los estudios posibles sobre la realidad de otro estado
de conciencia.    En este otro estado, si es que existe, todo hombre dominado por  el  demonio del conocimiento

encontraría tal vez una respuesta a la pregunta siguiente, que siempre acaba por formularse:
     <<¿Es que no puede encontrarse un lugar, en mí mismo, desde el cual todo lo que me ocurre sea explicable

inmediatamente, un lugar desde el cual todo lo que veo, sé o siento, pueda descifrarse enseguida, ya se trate del
movimiento de los astros, de la disposición de los pétalos de una flor, de los movimientos de la civilización a que
pertenezco, o de los movimientos más secretos de mi corazón?      ¿Es que esta inmensa y loca ambición de

comprender, que arrastro como a despecho de mí mismo al través de todas las aventuras, no puede ser, un día,
enteramente y de golpe saciada?   ¿Es que no hay nada en el hombre, en mí mismo, un camino que conduzca al

conocimiento de todas las cosas del mundo?  ¿Es que no reposa en el fondo de mí la llave del conocimiento total?
>>

          André Breton, en  el  segundo manifiesto del Surrealismo, creyó poder responder definitivamente a esta
pregunta: <<Todo induce a creer que existe un cierto punto del espíritu, desde el cual la vida y la muerte, lo real

y lo imaginario,  el  pasado y  el  futuro, lo comunicable y lo incomunicable, lo alto y lo bajo, dejan de ser
percibidos contradictoriamente.>>

     La frase de André Breton: <<Todo induce a creer…>>   data de 1930.  Alcanzó un éxito extraordinario.  Todavía
hoy se la cita y comenta sin cesar.      Y es que, en efecto, uno de los rasgos de la actividad del espíritu

contemporáneo es el interés creciente por lo que se podría llamar: el punto más allá del infinito.
          Este concepto puebla las tradiciones más antiguas, igual que las matemáticas más modernas.      Llenaba  el 
pensamiento poético de Valéry, y uno de los más grandes escritores vivientes, el argentino Jorge Luis Borges, le

ha consagrado su más bella y sorprendente novela, dando a ésta el título significativo de El Aleph.  Este nombre
es  el  de la primera letra del alfabeto de la lengua sagrada.    En la Cábala, designa  el  En-Soph,  el  lugar del

conocimiento total, el punto desde el cual el espíritu percibe de un solo golpe la totalidad de los fenómenos, de

sus causas y de su sentido.      Se dice, en numerosos textos, que esta letra tiene la forma de un hombre que
muestra  el  cielo y la Tierra para indicar que  el  mundo de abajo es  el  espejo y  el  mapa del mundo de
arriba.   El punto Más Allá del Infinito es este punto supremo del segundo manifiesto del Surrealismo, el punto
Omega del padre Teilhard de Chardin y el remate de la Gran Obra de los alquimistas.

     ¿Cómo decir claramente este concepto?   Intentémoslo.  Existe en el Universo un punto, un lugar privilegiado,


desde el  cual se descubre  el  velo de todo  el  Universo.    Observamos la creación con instrumentos, telescopios,
microscopios, etc.   Pero al observador le bastaría con hallarse en aquel lugar privilegiado: en un relámpago, se
le aparecería el conjunto de los hechos, el espacio y el tiempo le serían revelados en la totalidad y la significación
última de sus aspectos.

     Borges, en su novela, utilizó los trabajos de la Cábala, de los alquimistas, y las leyendas musulmanas.   Otras
leyendas, tan antiguas como la Humanidad, evocan este Punto Supremo, este lugar Privilegiado.  Pero la época
en que vivimos tiene la particularidad de que el  esfuerzo de la inteligencia pura, aplicada a una investigación
ajena a toda mística y a toda metafísica, nos ha llevado a conceptos matemáticos que nos permiten racionalizar y

comprender la idea del Transfinito.


          Los trabajos más importantes y más singulares se deben al genial Georg Cantor (1845-1918), matemático
alemán nacido en San Petersburgo, Rusia, que moriría loco.      Estos trabajos son todavía discutidos por los
matemáticos. 

          Resumiremos, a grandes rasgos,  el  pensamiento de Cantor.      Imaginemos, sobre esta hojas de papel, dos
puntos, A y B, distantes un centímetro uno de otro.    Tracemos  el  segmento de recta que une  A  a  B.   ¿Cuántos
puntos hay en este segmento?    Cantor demuestra que hay más que un número infinito.      Para llenar
completamente el segmento, se necesita un número de puntos mayor que el infinito: el número aleph.
     Este número es igual a todas sus partes.   Si se divide el segmento en diez partes iguales, habrá tantos puntos
en una de las partes como en todo  el  segmento.    Si se construye un cuadrado, partiendo del segmento, habrá
tantos puntos en el segmento como en la superficie del cuadrado.   Si se construye un cubo, habrá tantos puntos
en  el  segmento como en  el  volumen del cubo.    Si se construye, partiendo del cubo, un sólido de cuatro

dimensiones, un  tessaract, habrá tantos puntos en  el  segmento como en  el  volumen de cuatro dimensiones
del tessaract.  Y así sucesivamente, hasta el infinito.
     En esta matemática del transfinito, que estudia los aleph, la parte es igual al todo.  Es una perfecta locura, si
adoptamos  el  punto de vista de la razón clásica; sin embargo, es perfectamente demostrable.      Igualmente
demostrable es  el  hecho de que, si se multiplica un  aleph  por no importa qué número, se llega siempre

al aleph.   Y he aquí como las altas matemáticas contemporáneas coinciden con la Tabla de Esmeralda de Hermes
Trismegisto (<<lo que está arriba es como lo que está abajo>>) y la intuición de los poetas como William Blake
(todo el Universo contenido en un grano de arena).
          No existe más que un modo de pasar más allá del  aleph, y es elevarlo a la potencia aleph (sabido es que A

elevado a B significa A multiplicado por A un número B de veces; aleph elevado a la potencia aleph es otro aleph).


          Si llamamos cero al primer  aleph,  el  segundo es  aleph  uno,  el  tercero es  aleph  dos, etc.    Ya hemos dicho
que aleph  cero es  el  número de puntos contenidos en un segmento de recta o de un volumen.    Se demuestra
que  aleph  uno es  el  número de todas las curvas racionales posibles contenidas en  el  espacio.      En cuanto

a aleph dos, corresponde a un número que sería mayor que todo lo que se puede concebir en el Universo.   No
existen en el Universo objetos en número bastante para que, al contarlos, se llegue a un aleph dos.  Y los aleph se
extienden hasta  el  infinito.    El  espíritu humano logra, pues, desbordar  el  Universo, construir conceptos
que  el  Universo no podrá llenar jamás.      Es un atributo tradicional de Dios, pero jamás se había imaginado
que el espíritu pudiese apoderarse de este atributo.  Probablemente fue la contemplación de los aleph más allá

del dos lo que volvió loco a Cantor.


          Los matemáticos modernos, resistentes o menos sensibles al delirio metafísico, manejan conceptos de este
orden e incluso deducen de ellos ciertas aplicaciones.      Algunas de éstas son de naturaleza tal que
confunden  el  sentido común.    Por ejemplo, la famosa paradoja de Banach y Tarski (Matemáticos

polacos.   Banach fue asesinado por los alemanes en Auschwitz).


     Según esta paradoja, es posible tomar una esfera de dimensiones normales, por ejemplo, la de una manzana o
de una pelota de tenis, cortarla en rodajas y volver a juntarlas en seguida, de manera que se obtenga una esfera
más pequeña que un átomo o más grande que el sol.
          No se ha podido realizar físicamente la operación, por que  el  corte debe hacerse siguiendo superficies

especiales que no tienen plano tangente y que la técnica no puede realizar eficazmente.   Pero la mayoría de los
especialistas entienden que esta inconcebible operación es teóricamente aceptable, en el sentido de que, si bien

estas superficies no pertenecen al Universo manejable, los cálculos efectuados sobre ellas se manifiestan justos y

eficaces en el Universo de la física nuclear.   Los neutrones se desplazan en las pilas según curvas que no tienen
tangente.
     Los trabajos de Banach y Tarski llegan a conclusiones que coinciden, de manera alucinante, con los poderes

que se atribuyen los iniciados hindúes de la técnica Samadhi: declaran que les es posible crecer hasta
alcanzar  el  tamaño de la Vía Láctea o contraerse hasta la dimensión de la menor partícula concebible.    Más

próximo a nosotros, Shakespeare pone en boca de Hamlet:


     <<¡Oh, Dios, quisiera estar encerrado todo entero en una cáscara de avellana y, sin embargo, irradiar en los

espacios infinitos!>>

          Si los matemáticos revolucionarios tienen razón, si las paradojas del transfinito son fundadas, se abren
extraordinarias perspectivas ante el espíritu humano.   Se puede concebir que existan en el espacio puntos aleph,

como  el  descrito en la novela de Borges.    En estos dos puntos se encuentra representado todo  el  continuo

espacio-tiempo, y el espectáculo se extiende desde el interior del núcleo atómico hasta la galaxia más lejana.
 

                                                           * * * * * * *
 

     Este capítulo del libro me fascinó sobremanera.    Estuve todo el día en las nubes, flotando extasiado.  Y no es

para poco.      Encontré en un correo que escribí hace tiempo una semejanza asombrosa con la teoría de
los  aleph.    El  hallazgo me puso la piel de gallina.      No sé si se trata de mera casualidad o de una verdadera

intuición poética.      Me inclino por la segunda opción.      Me sentía como si, en efecto, hubiera encontrado un
verdadero aleph.    Quise decirlo a todo  el  mundo, pero comprendí que comunicar este tipo de ideas no es cosa

fácil.

     A continuación el pasaje del correo al que hago referencia:     


 

From: "Yeimys Javier Martínez" < antipodax@hotmail.com >

To: normal1978@hotmail.com
Subject: ¿Qué pasó, mierda?

Date: Mon, 08 Nov 2004 20:55:27 +0000

   Parece que he descubierto algo nuevo: una soltura desconocida en el teclado.  No hablo de la agilidad de mis

dedos.  Se trata de una soltura de pensamiento.  Las ideas fluyen con naturalidad.  Sólo necesito una excusa para
explayarme sobre cualquier incidente trivial.    Y es que en la trivialidad, en la vida cotidiana, hay un

número infinito de historias. Por ejemplo, el recorrido  que haces desde tu casa al trabajo, contiene todos
los componentes del universo.  Claro está, se requiere de cierta concentración y observación para notarlo. 

Pero tú ya debes saber todo esto.

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