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Palabras clave
Quisiera comenzar agradeciendo a los organizadores de esta conferencia por brindarme la
oportunidad de intercambiar ideas con colegas que poseen tan amplia experiencia en el
tema de la depresión. Lo que presentaré será un intento de desarrollo de un modelo
integrador que haga posible la incorporación de las importantes contribuciones que en el
psicoanálisis, desde Freud, han ampliado nuestra comprensión de los estados depresivos.
Lamento que por razones de tiempo sólo podré mencionar a unos pocos autores y que
tenga que hacer una presentación más bien esquemática.
Freud, en Duelo y Melancolía, buscaba alguna condición universal que pudiera subyacer
detrás de las diferentes formas que presenta la depresión. Consideró que la depresión es la
reacción a la pérdida de un objeto real o imaginario (1).
Pero, ¿en qué consiste la especificidad de esta reacción? En Inhibición, síntoma y angustia
Freud enfatizó que la “insatisfacible carga de anhelo” es un rasgo distintivo de la depresión.
La expresión “carga de anhelo” indica que la pérdida de objeto es acompañada por la
persistencia de un intenso deseo por él y, al mismo tiempo, por la representación de que
este deseo es irrealizable.
El deseo puede consistir, entre muchos otros, en deseos de apego (2) (es decir, de presencia
física del objeto, de compartir estados emocionales con él, de fusionarse con él), o en
deseos de sentirse seguro (3), o en deseos relacionados con el bienestar del objeto, o en
deseos narcisistas de omnipotencia, grandiosidad o de identificación con un self ideal (4), o
en deseos de satisfacción pulsional, o de experimentar bajos niveles de tensión mental y
física, o en deseos de dominar los impulsos y de poseer control sobre la propia mente, etc.
De acuerdo con la extensa investigación de Sidney Blatt sobre tipos caracterológicos
introyectivos y anaclíticos, los deseos pueden ser clasificados en dos categorías principales:
por un lado, deseos de autodefinición, de autonomía, de ser agente activo de las propias
acciones, de control, de autovaloración (en las personalidades introyectivas) y, por otro lado,
en deseos de relación, de estar contacto con otras personas, con sus diferentes variantes
(en personalidades anaclíticas). Blatt ha demostrado, basado en investigaciones empíricas,
que las personalidades introyectivas y anaclíticas están predispuesta a diferentes
patologías, son vulnerables a diferentes contigencias, y responden también de manera
diferente a varias formas de tratamiento (ver Blatt, 1992, 1994, 1998).
Joffe y Sandler (1965), en una formulación abarcativa, caracterizaron al deseo que
permanece insatisfecho en la depresión como uno que apunta a un estado ideal de
bienestar. Dentro de esta perspectiva, el objeto puede ser visto como el que provee ese
estado de bienestar y felicidad. También Sandler y Joffe hicieron una distinción entre dolor y
lo que ellos adecuadamente llamaron “reacción depresiva”. Ellos remarcaron que debemos
diferenciar entre estados de infelicidad y de sufrimiento (dolor), por un lado, y la respuesta
depresiva por el otro. El sufrimiento lo relacionaron con un estado de discrepancia entre una
representación ideal del self y otra representación del self sentida como la real; y la
respuesta depresiva fue vista como un tipo de reacción afectiva que surgiría en
circunstancias particulares en que se experimente impotencia/indefensión ante el
sufrimiento.
Junto al sentimiento de falta de esperanza respecto a la satisfacción del deseo se halla la
representación que la persona tiene de sí misma de hallarse sin poder, impotente/indefenso
para modificar como son las cosas: él/ella no puede impedir seguir deseando ni lograr
satisfacer el deseo. Bibring (1853) resaltó el papel central que desempeña el sentimiento de
impotencia/indefensión en la constitución del fenómeno depresivo.
Pero, impotencia/indefensión pueden ser también sentidas en situaciones en que el sujeto
se halle atrapado por sentimientos de terror, es decir, presa de la ansiedad. Esta es la razón
por la cual en psicoanálisis se ha diferenciado entre ansiedad, como anticipación de un
peligro -hay impotencia e indefensión, pero respecto a algo por venir-, y la depresión como la
reacción a la pérdida ya ocurrida de un objeto amado, sea éste la representación de una
persona, o de uno mismo como self ideal, o de una abstracción que es adorada.
Diagrama 1
Para resumir, los componentes que pueden ser considerados como que caracterizan al
estado depresivo son:
a) Fijación a cierto deseo que ocupa un lugar central en el mundo interno del sujeto y
que es sentido como no realizable.
b) Una representación de sí mismo como impotente/indefenso para satisfacer ese
deseo.
Si se toma al sentimiento de impotencia/indefensión y de desesperanza para recuperar el
objeto perdido, y a la representación que la persona tiene de sí como sin poder, y al
correspondiente afecto depresivo -estos tres componentes- como constitutivos del núcleo
de cualquier estado depresivo, nos podríamos preguntar acerca de cuáles son los caminos
que podrían conducir a tal estado.
Diagrama 2
El diagrama intenta indicar varios caminos que pueden conducir al estado depresivo, cada
uno de los cuales es impulsado por diferentes factores y áreas de patología. Después de
analizar esos caminos y factores, que no deben de ser considerados de ninguna manera
como los únicos posibles, me referiré a algunas de las formas en que pueden estar
interrelacionados.
Las experiencias adquieren su significado psicológico en base a las fantasías y estados
internos a través de las cuales son captadas. Pero, al mismo tiempo, esas fantasías no
surgen exclusivamente como una creación intrapsíquica sino que están sujetas a los
discursos parentales conscientes e inconscientes, a sus conductas, a todas las vicisitudes
creadas por la realidad externa. Es un continuo proceso de ida y vuelta, de asimilación de lo
externo por las condiciones mentales internas y de modificación de la mente por lo externo.
Existen situaciones en que la realidad externa es central en crear sentimientos de
impotencia/indefensión y desesperanza. Situaciones de pérdida temprana de las figuras
parentales o de abandono por parte de éstas (Spitz, 1946; Bowlby, 1980; Brown & Harris,
1989), o prolongado sometimiento a figuras patológicas y tiránicas, o enfermedades
severas e incapacitantes, o circunstancias que cuestionan el sentimiento de valía o de
identidad, pueden ser inscritas en la mente como profundo sentimiento de que nada puede
hacerse en relación a la realidad. Por tanto, los acontecimientos traumáticos para los
sentimientos de bienestar, de valía personal, de ser agente activo de la propia vida, de
eficacia, de proximidad a la figura de apego, pueden predisponer a la persona a la
reemergencia del estado depresivo cuando las circunstancias vitales confrontan con
condiciones que evocan estados previos de impotencia/indefensión. O, estos
acontecimientos pueden provocar la reacción depresiva por primera vez en la vida porque, a
pesar de la enorme importancia de las etapas tempranas de la vida en determinar el mundo
interno, no podemos suponer que cada estado en períodos ulteriores es una simple
reactivación de algo que ya existió durante la infancia.
No examinaré la correlación entre la depresión parental y sus efectos en la infancia, ni
tampoco la atmósfera de tristeza que generan padres depresivos (Markson, 1993). En
cambio, lo que deseo remarcar es la identificación del niño/a, en tanto rasgo
caracterológico, con la depresión de los padres. Ana Freud dijo:
“Lo que sucede es que tales infantes alcanzan su sentimiento de unidad y armonía con la
madre depresiva no mediante logros en el desarrollo sino a través de producir en ellos el
estado de ánimo de la madre” (1965, p.87).
La identificación tiene lugar con las fantasías inconscientes de los padres, con los
mensajes que ellos le transmiten al niño/a de maneras muy sutiles, con cómo ellos se
representan a sí mismo y a la realidad. Las fantasías de los padres y sus conductas en la
realidad, si ellos perciben a la vida como intrínsicamente frustrante o abrumadora, o como
placentera y excitante, determina en parte las formas inconscientes y conscientes con las
cuales el niño/a se relacionará con la realidad y con el/ella mismo/a. La realidad será
construida ya sea como manejable o como fuera de control, y el niño/a se verá como
potente o impotente. La transmisión intergeneracional desempeña un papel importante en el
origen de la patología, un factor que ha sido relegado en psicoanálisis durante mucho
tiempo.
Dos condiciones diferentes son habitualmente designadas en psicoanálisis con la misma
expresión, trastorno narcisista. En primer lugar, aquellas caracterizadas por permanente
baja autoestima o con una dificultad para mantener una representación valiosa de sí mismo
(Kohut, 1971). En segundo lugar, personas con incapacidad para depender de otras, con
omnipotencia, que atacan y denigran a sus objetos, que tienen una fusión defensiva entre la
representación de sí mismo, el self ideal y el objeto ideal, y en quienes la agresión constituye
un aspecto importante en sus relaciones de objeto internas y externas (Rosenfeld, 1964;
Kernberg, 1975). Los caminos a través de los cuales estos dos tipos de trastornos
narcisistas conducen a la depresión son muy diferentes.
a) Directamente, como un profundo y persistente sentimiento de impotencia, de ser
incapaz de satisfacer deseos, de alcanzar metas, de enfrentar a la realidad, la que aparece,
por contraste con la pobre representación de sí, como abrumadora.
b) Indirectamente, por las consecuencias de las defensa empleadas. Ejemplo: con la
finalidad de no exponerse a situaciones que generan vergüenza, la persona apela a la
evitación fóbica, renuncia a contactos interpersonales, a deseos de apego, a experiencias de
aprendizaje, con el consiguiente empobrecimiento de recursos yoicos, pérdida de
oportunidades en la vida real y fracaso en realizar deseos que le son esenciales.
Agresión y depresión
No hay acuerdo en psicoanálisis acerca del papel que la agresión desempeña en el origen
de la depresión y de las relaciones entre ambas. Las posiciones, entre las cuales
mencionaré algunas, difieren ampliamente:
a) La agresión como condición universal y necesaria en todas las depresiones, y como
causa fundamental de las mismas. M. Klein (1935, 1940) es la representante más radical de
esta línea de pensamiento.
c) La agresión como una defensa, un fenómeno secundario que es respuesta a una
falla del objeto externo, falla que general dolor y rabia narcisista (Kohut 1971, 197
Pero cuando la agresión sí juega un rol en la génesis de la depresión, ¿cómo es que esto
sucede? Me limitaré a centrarme exclusivamente en las consecuencias de la agresión
dirigida en contra de la representación interna del objeto. No discutiré cómo la depresión
puede resultar de ataques al self o cuando es actuada en contra del objeto externo, temas
que abordé en un trabajo previo (para ello, ver Bleichmar, 1996, 1997).
Abraham, y luego M. Klein, insistieron en que la agresión destruye al objeto. Esta destrucción
psíquica del objeto puede ser producida porque en la realidad psíquica del sujeto la
denigración del objeto conduce a su pérdida como un objeto valioso y estimulante, dejando
al sujeto en un mundo representado como vacio de objetos estimulantes, un mundo que es
comparado con otro imaginario, pleno de objetos idealizados, todos los cuales permacen
como inalcanzables. El objeto interno denigrado, que para el sujeto representa al objeto
externo real, está escindido con respecto a los objetos idealizados que se convierten en
aquellos deseados por el sujeto.
Diagrama 3
Por “posesión narcisista” entendemos cualquier objeto (persona o cosa) cuyo valor, o falta
de valor, recae directamente sobre la representación del self. Una posesión narcisista puede
ser una casa, un automóvil, o lo que la esposa representa para el marido (o viceversa), o el
niño/a para los padres (o viceversa), o un amigo, un grupo o una institución a la que se
pertenece. El juicio de valor hecho sobre estos objetos, sea positivo o negativo, es
trasladado al propio sujeto a través de un proceso de identificación parcial.
Un “objeto de la actividad narcisista”, en cambio, es aquel que permite al sujeto realizar
cierta actividad que le proporciona valoración narcisista. Es el objeto-instrumento para
cierta actividad que ha sido narcisísticamente catectizada, un objeto sin el cual la actividad
o la función no puede ser ejecutada. Por ejemplo, es el ajedrez y el oponente para un jugador
de ajedrez, o el piano y la música para un pianista, o el estudiante para el profesor, o el
paciente para el psicoanalista. Cualquier trabajo, profesión o hobby que permite que una
función narcisísticamente valiosa sea realizada puede constituir un “objeto de la actividad
narcisista”. Posee cierta equivalencia con el rol que el objeto tiene para la pulsión: es a
través del cual alcanza su meta. Cuando una persona ataca a sus objetos de actividad
narcisista, cuando denigra su trabajo o su profesión, éstos aparecen como sin valor y las
funciones asociadas a ellos no pueden ser realizadas: un sentimiento de vacío, de
aburrimiento, inunda al sujeto.
Pero la depresión narcisista no es sólo la única consecuencia ni el resultado obligado de la
agresión al objeto. Los ataques al objeto externo o interno pueden conducir a una depresión
en que la culpa sea el rasgo predominante. Kernberg, entre otros, ha diferenciado una
depresión en que hay más auténticos sentimientos de culpa de una otra:
“Depresión que tiene más la cualidad de rabia impotente, de impotencia-desesperanza en
conexión con la quiebra de un idealizado concepto del self.... “ (1975, p. 20)
En verdad, resulta posible considerar a Freud como habiendo sido el primero en distinguir
una depresión culposa de una de tipo narcisista. En Duelo y Melancolía se preguntaba si la
depresión puede provenir de:
La diferencia entre depresión culposa y depresión narcisista deriva, en parte, de cuál de
estas de estas dimensiones predomina en la estructura de personalidad del sujeto. Por
supuesto, hay estados depresivos en los cuales encontramos a estas dos dimensiones
entremezcladas. Por ejemplo, si una persona ataca al objeto, él/ella puede sentir culpa por el
sufrimiento del objeto y, simultáneamente, sentirse como mala persona, no satisfaciendo un
self ideal definido por la bondad. Por tanto, malestar narcisista.
Antes de proceder al examen de otros caminos hacia la depresión, quisiera encarar la
relación entre agresión y culpa, la que es muy compleja. En los escritos de Freud hay, por lo
menos, cuatro condiciones capaces de generar un sentimiento de culpa
Diagrama 4
a) Culpa debido a la cualidad del deseo inconsciente. La culpa es vista como la
consecuencia natural del ataque hecho al objeto. Aquí se ubican las contribuciones de
Abraham y M. Klein.
b) Culpa debido a la codificación que el superyó realiza de los deseos. En Introducción
del narcisismo, Freud consideró que:
“Las mismas impresiones y vivencias, los mismos impulsos y mociones de deseo que un
hombre tolera o al menos procesa concientemente son desaprobados por otro con
indignación total o ahogados ya antes que devengan concientes. […] P odemos decir que uno
ha erigido en el interior de sí un ideal por el cual mide su yo actual, mientras que en el otro
falta esa formación de ideal. (1914, p. 90, subrayado en el original).
En E
l yo y el ello, Freud afirmó en relación a la culpa:
“Una particular chance de influir sobre él se tiene cuando ese sentimiento icc de culpa es
prestado, vale decir, el resultado de la identificación con otra persona que antaño fue objeto
de una investidura erótica” (1923, p. 51).
En este caso, es una identidad global, la de ser malo/a, la de ser agresivo/a -un trastorno de
la representación del self- a partir de lo cual la persona va a concluir en cada ocasión que es
malo/a. La creencia previa de que se es malo/a determina que se llegue a una conclusión
que se piensa, sin embargo, que derivaría de una presunta evaluación objetiva de los deseos
o conductas.
Ansiedades persecutorias
Me detendré ahora en otra condición que puede conducir a la depresión: las angustias
persecutorias, provengan éstas de la existencia de personajes perseguidores reales que
atacan al sujeto, o de la identificación proyectiva de impulsos del propio sujeto, o de la
identificación desde la temprana infancia con padres que ellos mismos vivían en un mundo
imaginario sentido como lleno de peligros y persecución. En cualquiera de estos casos, las
ansiedades persecutorias pueden producir y mantener un trastorno depresivo debido a las
consecuencias que tienen sobre el funcionamiento mental: perturban el desarrollo del yo, las
relaciones interpersonales, y la relación con la realidad en general. Las defensas que se
activan para disminuir los sentimientos persecutorios -ej.: evitación fóbica, conductas
masoquistas para aplacar a los personajes del entorno del sujeto renunciando a logros en la
realidad, los rituales obsesivos, etc.- limitan seriamente las capacidades del sujeto, le hacen
sentir impotente, indefenso para dominar su mente, la realidad externa y para satisfacer sus
deseos. La depresión termina por sobrevenir cuando se dan estas condiciones.
Déficits yoicos
Diagrama 5
Diagrama 6
Diagrama 7
Aunque hasta ahora he descrito caminos independientes unos de otros, cada uno de los
cuales puede generar un subtipo psicodinámico(5) de depresión, es posible, y no
infrecuente, que se combinen en articulaciones complejas. La articulación de factores puede
ocurrir:
b) Series secuenciales en las cuales un factor determinado produce consecuencias y
movimientos defensivos, los que activan otro factor, que pone en marcha un recorrido que, a
su vez, activa a otros o refuerza al que le precedió. Cadenas de pasos que finalmente dan
lugar a la depresión, como se indica en el diagrama general de la depresión (No. 2)
a) La identificación con padres depresivos, que de por sí podría originar una depresión
crónica, puede hacer sentir al sujeto que todos son más poderosos que él/ella, llevándole a
temer a los que le rodean, a renunciar a logros como forma de aplacar a los perseguidores.
Esto produce un fracaso en la obtención de gratificaciones narcisistas, lo que crea un mayor
sentimiento de impotencia, precipitando una depresión aguda y más severa que el estado de
ánimo depresivo original.
b) Un trastorno narcisista previo, con una pobre representación de sí pero sin
depresión, da lugar a agresividad defensiva (denigración de los objetos, por ejemplo) para
proveer de un sentimiento de poder y valía. Agresión que inicia un circuito que, como
señalamos antes, es el que conduce a la depresión. O, una pobre representación del self da
lugar a déficits yoicos los cuales, una vez percibidos y codificados como tales, refuerzan el
sentimiento de inferioridad y de ser incapaz de realizar los deseos que orientan la vida del
sujeto.
d) Culpa defensiva, sea para evitar la persecución o para producir el sentimiento
ilusorio de que la realidad está bajo el control del sujeto, que hace surgir fantasías y
conductas masoquistas con la finalidad de disminuirla, lo que da lugar a déficits yoicos, a
relaciones insatisfactorias, con la consiguiente depresión. En este caso la depresión no es
por culpa sino por las consecuencias de las defensas que activa.
El desarrollo de un modelo integrado para los trastornos depresivos, del cual el que presento
hoy debe simplemente ser considerado como un intento abierto a nuevos agregados y
modificaciones, ofrece varias ventajas.
En primer lugar, proveería un marco amplio dentro del cual podemos ubicar las
contribuciones de algunos de los autores a quienes le debemos mucho por el conocimiento
del que hoy disponemos en el campo de las depresiones. Así, por ejemplo, M. Klein centró
principalmente su análisis en la relación entre agresión, culpa y depresión, y en las
condiciones del mundo interno presentes en el origen de la depresión. Kohut, en cambio
focalizó sus estudios en la relación entre déficits narcisistas y depresión, relegando el papel
de la agresión y del conflicto intrapsíquico. Ferenczi, Balint, Winnicott, dejando de lado las
importantes diferencias entre ellos, enfatizaron el rol que desempeña el ambiente humano
que rodea al sujeto. Bowlby remarcó la transcendencia de la pérdida de las figuras de
apego. Blatt (1992, 1994, 1998), a quien tendremos el privilegio de escuchar hoy, diferenció
dos subtipos de depresión –introyectiva y anaclítica- de acuerdo al predominio de una u otra
de dos dimensiones: autodefinición o relacionalidad, es decir, tendencia a buscar la
autonomía, el delimitarse respecto al entorno, el autoafirmarse, o tendencia la búsqueda de
relacionarse. Dimensiones que Blatt ha mostrado que participan no sólo como factores
determinantes en muchas patologías, no sólo en las depresiones, y que permitirían
organizar en grupos los trastornos de personalidad descritos en el DSM-IV.
En segundo lugar, un modelo integrado estimularía para pensar a la depresión como un
proceso que podría recorrer diferentes circuitos con relaciones complejas entre ellos,
impulsado en cada etapa por variados tipos de sufrimientos y defensas. En vez de
considerar a la depresión como una categoría cerrada, la veríamos como el producto de un
encadenamiento de condiciones, tanto internas como externas. Condiciones externas, a las
cuales algunas personas son más vulnerables que otras en cuanto al desencadenamiento
de la depresión.
Pensar en términos de diagnóstico dimensional, es decir, describir la personalidad y la
patología como productos de la intersección de múltiples dimensiones (Livesley, 2001), en
vez de hacerlo como categorías cerradas, nos permitiría tener en cuenta la riqueza de datos
que provienen de lo que vemos en la situación analítica. Por ejemplo, dimensiones tales
como libido y agresión, preocupaciones narcisistas o preocupaciones por el bienestar del
objeto, o tendencia al sometimiento versus al dominio del otro, o autodefinición versus
relacionalidad (Blatt, 1992, 1994, 1998), o las dimensiones que organizan el apego, la
capacidad para la mentalización (Fonagy, 2001), o para la autorregulación (Bradley, 2000;
Fonagy y Target, 2002), o el sentimiento del self, o el codificar las experiencias
simbólicamente versus hacerlo en términos de actuaciones presimbólicas del tipo de
memoria procedimental –Clyman, 1991; Fonagy, 1999; Leuzinger-Bohleber, 2002;
Lyons-Ruth, 1999; Tulvin, 2000), o las dimensiones agrupadas bajo los conceptos de yo y
superyó, sólo para mencionar algunas, cuando se aplican al estudio de las depresiones
proveen una visión más amplia para su comprensión.
En tercer lugar, un modelo integrado nos permitiría pensar en términos de intervenciones
que pudieran resultar más apropiadas para diferentes subtipos de depresión. Las
intervenciones psicoanalíticas que pudieran ser pertinentes para un subtipo determinado
serían contraproducentes si se utilizan para otro subtipo. Así como en medicina, existen
medicaciones que son muy útiles en ciertos casos y claramente contraindicadas en otros, o
que poseen serios efectos secundarios, lo mismo sucede con nuestras intervenciones en
psicoterapia. Pensemos, por ejemplo, en dos muy diferentes líneas de intervención: una
centrada alrededor de deseos agresivos y la otra que lo hace sobre las fallas parentales que
sufrió el sujeto. El insistir en los supuestos deseos agresivos del paciente puede determinar
un acentuamiento de la depresión cuando ésta es el resultado de una representación de si
mismo como culpable o defectuoso, representación inoculada por los personajes
significativos del sujeto. En estos casos, podremos reforzar lo que los otros significativos
han transmitido continuamente al sujeto: que es malo/a y agresivo/a. No hay persona
carente de fantasías agresivas inconscientes pero un tema importante es si tales fantasías
desempeñan un papel en la depresión o son esencialmente defensas en contra de ésta, que
tiene otro origen.
Sería también inadecuado focalizar en las supuestas fallas parentales en proveer
especularización o una imago parental idealizada cuando la depresión es impulsada por un
narcisismo destructivo o está basada en las consecuencias de la rivalidad –sea preedípica o
edípica. En estos casos, atribuir la depresión a la falla parental hace incurrir en el riesgo de
reforzar la tendencia paranoide del paciente a adjudicar a otros los aspectos que no tolera
en sí o la causa de sus frustraciones. A veces, la depresión es el resultado de un exceso de
especularización por parte de las figuras parentales, o de idealización de éstos -con los que
el sujeto se identifica-, que determinan que la persona se sienta alguien excepcional, lo que
le hace desatender la realidad, ver sus limitaciones, hacer esfuerzos para conseguir lo que
desea, tomar precauciones. Tales representaciones megalómanas ocasionan una depresión
cuando la persona es confrontada con repetidas fallas en la realidad, que no esperaba.
Considerar a la depresión como el resultado final de un proceso, de un encadenamiento de
pasos, con factores más distantes o más actuales, permite distinguir en qué etapa de ese
proceso está el paciente. Una condición que inició el proceso puede no ser la que lo está
manteniendo en la actualidad. Así, supongamos que la causa más distal fue la falla parental
que produjo un déficit en la narcisización del sujeto, en contra del cual se apeló como
defensa a la agresividad omnipotente, que provocó, y provoca en el presente, continuas
pérdidas de personajes significativos, ante lo cual se reacciona con depresión. ¿Nuestro
trabajo terapéutico se centrará en la falla parental o, más bien, en la condición actual que
determina la depresión?
O supongamos que la causa distal fue la omnipotencia agresiva que produjo un importante
desequilibrio narcisista con una pobre representación del self en la actualidad, y la
depresión consiguiente, lo que despierta débiles y fallidos intentos de recobrar el
sentimiento de valía mediante una agresividad que en el pasado fue compensación exitosa
y ahora no. ¿Nos centraremos en los impulsos agresivos o en la deteriorada representación
del self que se ha convertido en permanente y dominante?
Estas consideraciones subrayan la importancia de un correcto timing - adecuación al
momento presente- de la interpretación.
“Al dar forma a un ‘hecho’ no solamente subrayamos los aspectos que son importantes para
nosotros sino que suprimimos los que no encajan” (J. Sandler y A-M. Sandler, 1994)
Estoy seguro que este es el caso con mi presentación de hoy. Espero que las diferentes
perspectivas de los otros participantes en esta conferencia me ayuden a disminuir mis
filtros cognitivos, afectivos e ideológicos.
NOTAS
(1) - Freud también mencionó en su trabajo la posibilidad de que una condición biológica pudiera
desempeñar un papel en ciertos tipos de depresión. Dado que no es el tema de esta presentación, no
encararé la compleja relación entre factores psicológicos y biológicos (ver: Davidson, 2000; Lane y
Nadel, 2000, Widlöcher, 1983).
(2) - Respecto a apego, ver: Cassidy y Shaver, 1999; Fonagy, 2001, Gullestad, 2001; Hesse y Main,
2000, Main, 2000; Marrone y Cortina, 2003). Para el interjuego entre diferentes sistemas
motivacionales (apego, hetero/autoconservación, narcisismo, sensual/sexual) ver Bleichmar, 2003.
(4) - Para narcisismo, ver Kernberg, 1975, Kohut, 1971, 1977. Para la diferencia entre yo ideal e ideal
del yo, Bleichmar, 1978.
(5) - La denominación de subtipo psicodinámico indica que las diferencias no son en cuanto a la
fenomenología, a la manifestación sintomática, sino a la causa, al camino recorrido hasta la
depresión, a las defensas que se activan en ese recorrido.
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