Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
¿Por qué es aconsejable recorrer este intercambio arduo a veces, siempre útil?
Para comprenderlo hay que remontarse, sin afán de exhaustividad, a los años
ochenta del siglo XX. En 1978 el ya mencionado Nancy, junto con Philippe
Lacoue-Labarthe, había vertido al francés la legendaria revista Athenaeum (1798-
1799), fundada por los hermanos Schlegel. Titularon el volumen El absoluto
literario. Teoría de la literatura del romanticismo alemán (al castellano en 2013)
y probablemente abrieron de ese modo —desde el título— un espacio inédito, ya
no confinado a la historia de las literaturas o filosofías nacionales. Discípulos los
dos de Jacques Derrida, desmontaban, bajo el prisma de la deconstrucción, los
convencionales abordajes de Athenaeum, emblema del primer romanticismo
europeo. Ya no se trataba de documentos del pasado, sino de fragmentos vivos
que explican nuestra modernidad y sus crisis.
En 1973 había empezado a aparecer Lacan en alemán: una conmoción controlada
en el ámbito menos freudiano de la Europa posterior a 1945. En 1981 H. G.
Gadamer y Derrida, en un célebre diálogo en La Sorbona, habían debatido sobre
los límites e imposibilidades del encuentro entre sujeto y texto. En 1984 el
eminente especialista en idealismo y romanticismo germanos Manfred Frank
publicó ¿Qué es el neoestructuralismo?, traducido en 1989 al inglés y más
tardíamente, en 2011, al castellano. Fue quizá la primera revisión alemana de ese
rótulo y constituyó una “recepción sin entusiasmo”, según el propio autor, de
Michel Foucault, Jacques Derrida, Louis Althusser y Jacques Lacan.
Si tenemos en cuenta ese horizonte, se comprende por qué, casi 25 años más
tarde, Nancy y Badiou regresan simbólicamente a Alemania a buscar un acuerdo
estricto acerca de la definición de la filosofía y, al mismo tiempo, se apoyan
abiertamente en las artes. A través de sus propias menciones durante el diálogo,
nos facilitan la percepción de que el recurso a esas evocaciones —Mallarmé entre
ellas— es parte misma de la elevada conversación.
El diálogo comienza con una reflexión acerca de qué sea la filosofía, y Badiou,
como en muchas ocasiones anteriores, es tajante: en la página 15 sostiene que la
filosofía está en un “nuevo lugar”. No se puede confinarla académicamente, hay
que abrirla al “exterior”, hacia las artes y el cine, las matemáticas, el
psicoanálisis; y se debe reanimar a Nietzsche y a Bergson, “como lo hizo
Deleuze”. En suma, un conjunto de instrumentos para trabajar, no un sistema.
Nancy matiza: tras un severo recorrido histórico de los últimos dos siglos y las
guerras, se detiene en un punto sensible, inquietante. Los filósofos alemanes,
señala, fueron los primeros en afirmar que la filosofía depende de la lengua en la
que se piense. Decir es hacer, concluye. Y en este sentido advierte a Badiou: has
olvidado a Marx.
El cuerpo central del intercambio, con todas sus diferencias, puede resumirse en
la página 67, cuando Badiou sentencia: “Yo pienso que la tarea de la filosofía es
encontrar protocolos racionales y compatibles para que la muerte de los dioses no
envenene a la humanidad como un duelo”, y Nancy completa: “Porque la sombra
de Buda permanece mil años ante su caverna, como dice Nietzsche”. Para
corroborar estas palabras sombrías, Badiou no invoca a otro filósofo, sino a
Wagner, que lo vio bien al final de El crepúsculo de los dioses, cuando el fracaso
de los dioses “claros” y los “sombríos” le deja a la humanidad la tarea de crear
“la paz universal”.
Así el diálogo entrega a los legos ciertos recursos para seguir practicando el
oficio incansable de la crítica. Para reconstituir, como coinciden al final Badiou y
Nancy, una “dialéctica afirmativa” que no se arredre ante lo único que nos queda:
la apropiación de otros discursos sobre la creación. Esa “dialéctica afirmativa” ya
estaba, hasta cierto punto, en la apertura de Gadamer ante las elusiones de
Derrida y en la reticente y puntillosa exposición de Manfred Frank. Toda esta
sinuosa secuencia, en la que cabe incluir el diálogo entre Badiou y Nancy —con
ayuda de Völker—, resuena en los ecos de dos preguntas sin respuesta: ¿qué
deben hacer los filósofos ante el arte? Y: ¿puede hacer el arte algo para la
filosofía?
Traducción: Felipe Alarcón.
Editorial: Mardulce, 2020.