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EL NEGOCIO JURIDICO
entonces de complejo.
Un mismo hecho jurídico puede, por su parte, constituir un supuesto de hecho sim-
ple o formar parte de diversos supuestos de hecho complejos a los que la norma atribuye
efectos jurídicos distintos: la muerte de una persona, por ejemplo, aisladamente consi-
derada, da lugar a la extinción del usufructo o de la renta vitalicia constituidos en su fa-
vor (arts. 513 y 1.802 Cc.), a la extinción del mandato conferido o recibido por el falle-
cido (art. 1.732 Cc.) y a la apertura de su sucesión (art. 657 Cc.) y, en unión del hecho de
haber sido causada imprudentemente, en accidente de tráfico, como consecuencia de las
actividades de la Administración o por homicidio o asesinato, produce el derecho a una
indemnización en favor de sus parientes o herederos (arts. 1.902 y ss. Cc., art. 1º Ley de
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118 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
Así, por ejemplo, los arts. 989 y 1.120 Cc. retrotraen el efecto sucesorio, que se al-
canza con la aceptación de la herencia, al momento de la muerte del causante y el efecto
del contrato constitutivo de una obligación de dar celebrado bajo condición suspensiva,
que se consigue cuando la condición se cumple, al momento de la conclusión de la con-
vención.
De los hechos naturales, algunos son jurídicos per se, al tener resultados previstos
en la ley (así, por ejemplo, los enumerados hace un momento, que se contemplan, entre
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§ 45. LOS HECHOS JURÍDICOS 119
otros, en los arts. 29,32, 82, 85, 200, 354 y ss., 657, 661, 1.156 y 1.732 Cc.), mientras
otros únicamente producen consecuencias determinadas cuando se califican por otro he-
cho (como, por ejemplo, cuando la lluvia se eleva a condición o cuando se asegura un
edificio o una cosecha en previsión de que tenga lugar un incendio casual o caiga el pe-
drisco). Es de notar que, en ocasiones, en el acaecimiento de los hechos naturales puede
haber el concurso de la mano del hombre, pero que el Derecho civil no suele tener en
cuenta esta circunstancia (véase, sin embargo, el art. 756-1.º que priva del derecho a la
herencia a quien provoque la muerte del decuius o de su cónyuge, ascendientes o des-
cendientes) y, en ocasiones, la excluye de la calificación del hecho expresamente (así,
por ejemplo, el art. 354 Cc. atribuye al propietario los frutos que se producen en los pre-
dios, sean naturales o industriales).
Los hechos jurídicos humanos o voluntarios, a los que también suele deno-
minarse específicamente actos jurídicos, pueden, a su vez, clasificarse, atendien-
do a diversos criterios, a) en actos libres y debidos; b) en actos lícitos e ilícitos;
y c) en actos jurídicos en sentido estricto y negocios jurídicos.
Dejando aparte la distinción entre los actos libres o discrecionales y los debi-
dos o que han de realizarse en cumplimiento de un deber jurídico y constituyen,
por tanto, una conducta exigible (como es, por poner un ejemplo típico, el pago
o cumplimiento de una obligación: vid. arts. 1.113 y 1.157 ss. Cc.), presentan
particular interés las otras dos.
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120 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
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§ 45. LOS HECHOS JURÍDICOS 121
Un ejemplo de intimación, bastante usual para indicar la significación del acto jurí-
dico en sentido estricto como aquel cuyos efectos se producen por la Ley con indepen-
dencia de que la voluntad del agente esté dirigida a obtenerlos, es el de la conminación
al deudor remiso para que pague: esta manifestación acaso se dirige, en la intención del
declarante, a conseguir el cobro, pero tiene la virtualidad, según cuanto dispone el art.
1.100 Cc., de constituir en mora al deudor.
B. Régimen. Como los llamados actos jurídicos en sentido estricto son actos
voluntarios, se plantea la cuestión de determinar la disciplina reguladora del ele-
mento psíquico de la actividad (por ejemplo, vicios de la voluntad) y de la con-
dición del sujeto que la lleva a cabo (especialmente, capacidad de obrar).
La doctrina, una vez establecida la distinción conceptual entre acto y nego-
cio, suele explicar que los actos jurídicos en sentido estricto que contienen una
exteriorización de voluntad producen sus efectos por obra de la ley, con inde-
pendencia de que la voluntad esté dirigida a la obtención del resultado, por lo
que no son negocios jurídicos; pero que a los mismos es de aplicar, por analogía,
la regulación de los negocios. Esta conclusión, sin embargo, ha de ser acogida
con reservas. Aunque el criterio de imputabilidad domina la categoría de los ac-
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tos jurídicos, tanto lícitos como ilícitos, y permite reducirlos a un concepto uni-
tario, la heterogeneidad de los supuestos es asimismo evidente y da lugar a pre-
visiones legales fragmentarias igualmente heterogéneas, que son las que
prioritariamente han de tenerse en cuenta.
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122 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
el pago hecho por quien no tenga la libre disposición de la cosa debida y capacidad para
enajenarla.
Pero en otras esta tesis parece incongruente con las normas legales, en cuanto que,
unas veces, solamente requieren para la trascendencia del acto la capacidad natural de en-
tender y querer de su agente en el momento de la realización del mismo; otras veces consi-
deran que la voluntad del actuante únicamente persigue efectos materiales, por lo que la
derivación legal de los efectos jurídicos tiene efecto aunque el agente del acto sea un inca-
paz (como, por ejemplo, ocurre, al menos en ciertos supuestos, en la edificación, en la
plantación, en la siembra o en la especificación, a que se refieren los arts. 358 y ss. y 383
Cc.) y otras, finalmente, llegan a prescindir expresamente de la potencial voluntariedad
del acto (como, por ejemplo, en la toma de posesión, según se desprende de la disciplina
que contienen los arts. 438 y 443 Cc.).
A la vista de estas dificultades, algunos autores (ALBALADEJO, en la línea marcada por
CARIOTA FERRARA) distingue, sobre la base de lo que puede considerarse presuntivamente
normal en la actitud del agente, entre actos semejantes y no semejantes a los negocios jurí-
dicos; colocando, a modo de ejemplo, entre los primeros (a los que serían aplicables ana-
lógicamente, a falta de reglas específicas para ellos, las normas relativas a los negocios), al
reconocimiento del hijo no matrimonial; y entre los segundos, denominados en la doctrina
germánica actos reales (a los que la disciplina negocial no sería trasladable), a la especifi-
cación y a la adquisición y al abandono de la posesión.
En cualquier caso, es de observar que, al menos con referencia al Derecho español (en
que no existe una regulación legal de la categoría del negocio jurídico), aplicar por analo-
gía a los actos la regulación de los negocios requiere una pluralidad de maniobras innece-
sarias.
Pensemos, por ejemplo, que se plantea el problema de la aplicabilidad de la disciplina
de los vicios de la voluntad en el negocio jurídico a la negativa del acreedor a recibir el pa-
go. Pues bien: primero hemos de construir, mediante abstracción, con el contrato, el testa-
mento y otras declaraciones de voluntad de alcance semejante, el concepto de negocio ju-
rídico y, paralelamente, una teoría de los vicios de la voluntad en el negocio mediante la
generalización —a veces, imposible— de las normas que regulan el error, el dolo, etc.,
para especies concretas. Luego, identificada la categoría del negocio y construido simultá-
neamente el concepto de acto jurídico estricto no negocial, hemos de distinguir entre ne-
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§ 45. LOS HECHOS JURÍDICOS 123
Entre los actos jurídicos en sentido estricto de carácter ilícito destacan los
actos dañosos, es decir, aquellos que perjudican los intereses de los demás: bien
sea al incumplir una obligación y defraudar así el interés del acreedor, o al lesio-
nar otro derecho subjetivo o, en general, al infligir a otro daños materiales o
morales. La sanción que, con independencia de la que determinen las normas
penales si el acto es constitutivo de delito o falta, corresponde al autor del daño
es la imposición al mismo, como efecto jurídico determinado ex lege del acto
dañoso, de una obligación de resarcimiento, para reintegrar, en forma específica
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De los actos dañosos se ocupa, también en el aspecto civil de la reparación del daño
causado, el Cpen., en cuanto constituyen delitos o faltas (arts. 1.092 Cc. y 109-126
Cpen.) y asimismo, dictando normas concretas para los demás supuestos, el Cc., ya sea
considerándolos, específicamente, en cuanto violaciones de deberes impuestos a sujetos
determinados, como incumplimientos o cumplimientos defectuosos de obligaciones
contractuales (arts. 1.100 ss. Cc.) o legales (arts. 690,712 ss., 1.888 y 1.895 Cc.), ya sea,
genéricamente, como infracciones del deber impuesto a todos de no causar daño a otro
(arts. 1.902 ss. Cc.). El afán clasificatorio de la doctrina ha llevado, a veces, a designar a
la segunda de estas dos especies de actos ilícitos dañosos —que hay que reconocer que
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124 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
sólo parcialmente se sujetan a una disciplina común— con la denominación de actos ilí-
citos estrictamente dichos.
Entre los actos ilícitos podemos considerar, además de los actos dañosos, supuestos
varios como las acciones reprobables que tiene en cuenta el art. 756 Cc. para determinar la
indignidad para suceder; las previstas en los arts. 853 a 855 y que conceden al testador el
derecho a desheredar a los legitimarios, y tantas otras (vid. arts. 690 y 713, 1.024, 643, 798
y 1.119 Cc., de muy variadas consecuencias). En todos estos casos, los efectos jurídicos
del acto ilícito se presentan meridiamente como una sanción a la que el ordenamiento da el
significado preciso de una pena, como se deduce de la significativa expresión utilizada por
el art. 713 Cc.
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§ 46. LA AUTONOMÍA PRIVADA 125
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126 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
colectiva».
Considerada en relación a la segunda de sus dos posibles funciones, la autonomía pri-
vada se presenta como presupuesto de la actividad del particular para ordenar por sí mis-
mo, individualmente o en sus relaciones con los demás, los intereses que le son propios a
través de la creación, la modificación y la extinción de relaciones jurídicas, ya disciplina-
das o genéricamente previstas por las normas jurídicas, y se encuentra ampliamente reco-
nocida en la mayoría de los ordenamientos, al menos en aquellos que, como el nuestro, se
basan en el respeto de la libertad, del libre desarrollo de la personalidad, de la propiedad
privada y, consiguientemente de la herencia y de la libertad de empresa o de iniciativa eco-
nómica (arts. 1, 10, 33 y 38 Const.). En este caso, el reconocimiento de la autonomía pri-
vada como poder de decidir libre y eficazmente sobre las propias incumbencias jurídicas,
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§ 46. LA AUTONOMÍA PRIVADA 127
cita; el art. 1.116 Cc. sanciona con la invalidez del contrato la aposición para limitar sus
efectos de una condición ilegal o contraria a las buenas costumbres. En el Derecho de
sucesiones, el art. 669 Cc., que impide, en general, la testamentifacción mancomunada;
el art. 670 Cc., que prohibe, en general, cualquier forma de fiducia sucesoria (prohibi-
ción ésta, y la anterior, que no se contienen en algunos Derechos forales o especiales); el
art. 792 Cc., que señala, con solución radicalmente contraria a la sustentada en el art.
1.116, antes recordado en tema de contrato, la intrascendencia de las condiciones para la
institución de heredero o de legatario que sean contrarias a las leyes o a las buenas cos-
tumbres; el art. 794 Cc., que determina la nulidad de la disposición testamentaria hecha
bajo la condición de que el heredero o legatario instituido haga en su testamento una
disposición en favor del testador o de otra persona; el art. 814 Cc., que señala las conse-
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128 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
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§ 46. LA AUTONOMÍA PRIVADA 129
ceptivo, estos caracteres han de referirse —salvo, en parte, en el caso del testa-
mento mancomunado, en los ordenamientos que lo admiten— a personas
distintas de la del autor del negocio, cuyas disposiciones desenvuelven su efica-
cia después de la muerte de su agente y cuya realización no limita la libertad de
éste, por ser todas las disposiciones testamentarias, como indica el art. 737 Cc.,
esencialmente revocables. Esta constatación, que históricamente ha dado lugar,
de acuerdo con el diferente régimen jurídico que conviene a cada uno de los
tipos negociales, a multitud de máximas jurídicas —contractus ab initio est
voluntas, ex post facto necessitatis; ambulatoria enim est voluntas defuncti
usque ad vitae supremum exitum— no es de pequeño alcance y, como veremos
más adelante, trasciende en no pocos aspectos alternativos de la disciplina del
testamento y del contrato (como la ya señalada de los arts. 692 y 1.116 Cc.), así
como en los criterios diferenciados y las reglas consecuentes de su interpreta-
ción.
to por virtud de normas imperativas que postulan dar un mayor contenido social a las rela-
ciones jurídicas como por la consagración de principios nuevos, como el del abuso del de-
recho, el de la revisión contractual por cambio de las circunstancias o el de protección de
los consumidores y usuarios, que se adscriben a la misma inspiración.
B. Derecho natural racionalista y escuela histórica. Aunque la consideración del sig-
nificado fundamental de la voluntad en la actividad jurídica ha estado presente en todas las
épocas y forma parte, desde los precedentes romanos, de la tradición jurídica europea, la
afirmación de lo que hoy llamados autonomía privada se ha producido principalmente en
el plano de la dogmática jurídica por obra, primero, de la escuela racionalista del Derecho
natural, cuyos mayores exponentes son GROCIO y PUFFENDORF y, más tarde, de la escuela
histórica alemana, cuyo máximo representante es SAVIGNY. Estos autores se aprestaron, en
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130 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
curiosa convergencia temática —tanto más sorprendente si se tiene en cuenta sus diferen-
tes planteamientos metodológicos básicos y la radical antihistoricidad del iluminismo ra-
cionalista—, los unos a considerar el valor de los pactos y, en particular, de la obligatio
quae ex promissis oritur, para llegar a la conclusión de que solus consensus obligat, y los
otros, a través del estudio reconstructivo y crítico del Derecho romano, la relevancia del
querer humano en las declaraciones de voluntad o negocios jurídicos, que operan en todos
aquellos ámbitos jurídicos en que es posible que trascienda la que SAVIGNY llamaba capa-
cidad natural de la persona para provocar o inducir modificaciones mediante actos volun-
tarios.
Partiendo, sobre la base del estudio de los pactos, de la radical afirmación de la perso-
na y de su libertad, los iusnaturalistas de la escuela laica —de cuyas doctrinas tanto parti-
ciparon los famosos juristas DOMAT y POTHIER y, a través suyo, en cuanto que su pensa-
miento influyó poderosamente en la obra codificadora, el Código civil francés de 1804—
modelaron, según la expresión que sugiere CALASSO, una «lógica del sujeto». Sus investi-
gaciones desembocaron, sobre la reflexión continuada en torno al contrato y en función de
la propia generalización especulativa exigida por los planteamientos racionalistas, en la
configuración de un género más vasto y abstracto conformado por la categoría del acto o
negocio jurídico, que al parecer encontró su primera formulación precisa, en el sentido
moderno de la expresión, en 1749 por obra de NETTELBLADT, que comprendía en aquélla,
junto a las simples aserciones, las dispositiones, que, como explicaba directa y sencilla-
mente el autor en su obra dirigida fundamentalmente a los estudiantes, son declarationes
de eo quod fieri, vel non fieri quis vult, haciendo así depender su trascendencia en el ele-
mento volitivo.
A la escuela histórica del Derecho no podía ser tampoco indiferente, a pesar de su di-
ferencia de planteamientos filosóficos con la corriente iusnaturalista, el argumento de la
voluntad individual, en cuanto que la actividad humana es precisamente la parte sustantiva
de la manifestación concreta del espíritu popular en que la escuela encontraba la base de la
conformación de todo el Derecho. Estas preocupaciones se decantan en la conocida obra
de SAVIGNY, Sistema del Derecho romano actual, en la que, sobre bases historicistas, se al-
canzó una armónica construcción teórica de las declaraciones de voluntad o negocios jurí-
dicos en los que la voluntad por sí misma debe considerarse como el único elemento im-
portante y eficaz, aunque, por ser un hecho interior e invisible, requiere de la declaración,
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§ 46. LA AUTONOMÍA PRIVADA 131
tradujo en el Código civil alemán, sino que ha impregnado constantemente la doctrina ci-
vilística europea.
D. La inflexión del liberalismo. La afirmación legislativa de las ideas liberales, que
contó enseguida con el socorro científico de los pandectistas mediante su brillante elabo-
ración del concepto, además del de derecho subjetivo, de negocio jurídico, empezó a en-
contrar sus primeras quiebras cuando las exigencias de la seguridad del tráfico y de la efi-
ciencia en el desenvolvimiento de la vida social comenzaron a propiciar un planteamiento
alternativo del significado del dogma de la autonomía de la voluntad como pura expresión
de respeto a la libertad individual que, en ocasiones, podía presentarse en algún modo in-
compatible con aquéllas. Fue precisamente a través de la reflexión constante de los pan-
dectistas como se detectó, por obra de su segunda generación, el inconveniente que la
construcción dogmática de la autonomía privada presentaba en su sentido primigenio, y
también esa escuela jurídica se preocupó de dar un nuevo sentido a la autonomía en cuan-
to instrumento eficaz del desarrollo de la actividad económica, poniendo, al menos, el
mismo acento en el aspecto interno de la volición y en el externo de su declaración.
E. Normativismo y teoría preceptiva del negocio. Con estos planteamientos vinieron a
coincidir los postulados del normativismo positivista que, reduciendo la voluntad indivi-
dual a simple elemento constitutivo y del mismo valor que cualquier otro en la confección
del supuesto de hecho de la norma, únicamente daban valor a la voluntad declarada, con lo
que minusvaloraban la significación o función social del negocio y, desde el perfil propia-
mente técnico de la cuestión, propiciaban la admisibilidad de negocios abstractos y condu-
cían a la progresiva tipificación negocial por reducción.
En esta línea cabe situar la formulación de la teoría preceptiva del negocio jurídico,
cuya veracidad fundamental se veía inficionada de un positivismo que se ha venido luego
disimulando o superando doctrinalmente poniendo de relieve los aspectos sociales que de-
limitan el reconocimiento de la autonomía y, en consecuencia, la trascendencia de la acti-
vidad negocial, o situando la voluntad de los particulares, como individuos o como gru-
pos, en un más amplio marco de consideración de la eventual capacidad normativa, para
los ámbitos que les son propios, de las personas privadas.
F. Crisis de la autonomía privada y defensa de la persona. Afortunadamente ni las
doctrinas que afirmaron en su pureza el dogma de la autonomía de la voluntad ni estas
otras más nuevas, orientadas por un neutralismo jurídico formal desencarnado, se corres-
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132 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
de su entorno social en que son igualmente valiosos factores como la libertad, la responsa-
bilidad, la eficiencia, la justicia y la seguridad.
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134 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
ellas su obrar, lo que sería indiferente para el Derecho, mientras no entrasen en la esfera
de lo ilícito, fuera de la cual cada uno puede vivir y obrar como tenga por conveniente,
sino que quiere expresarse que el individuo tiene el derecho a realizar los negocios jurí-
dicos que crea convenientes y que, contenidos en los límites de la ley, son reconocidos
por ésta y reciben de ella fuerza obligatoria».
La libertad de llevar a cabo los particulares negocios jurídicos se contrarresta con fre-
cuencia con la necesidad jurídica de concluirlos, bien por consecuencia de disposición de
la ley, que establece contratos obligatorios (como son, por ejemplo, los seguros obligato-
rios en materia de responsabilidad civil a que se refiere el art. 75 de la Ley de contrato de
seguro de 8 octubre 1980 y las leyes especiales en materia de uso y circulación de vehícu-
los de motor, caza, aprovechamiento de la energía nuclear, etc.) y forzosos (como, por
ejemplo, el arrendamiento de fincas manifiestamente mejorables a favor del IRYDA o el
convenio a favor del ICONA, a que se refiere el art. 7.º-1 de la Ley de 16 noviembre
1979), bien por disposición de los propios particulares (como ocurre, por ejemplo, cuando
se ha suscrito un contrato de opción de compra o, en general, se ha concluido un contrato
preliminar o precontrato: cfr. art. 1.451 Cc.).
monio: arts. 81, 90, A, y 91 Cc.), pero opera con amplitud en los negocios de trascen-
dencia patrimonial, tanto de índole familiar (arts. 1.325 y 1.328 Cc.) como extrafamiliar
(art. 1.255 Cc.) y así inter vivos como mortis causa (arts. 66, 673, 774 ss., 790 ss., 823
ss., 858 ss. y 892 ss. Cc.).
La libertad para confeccionar el contenido de los contratos se halla contradicha, con
frecuencia, por la existencia de contratos normados en cuanto a su contenido, ya sea por
preceptos legales cuya disciplina se impone o sustituye a las determinaciones de la volun-
tad, eventualmente divergente con ellos, de los particulares, ya sea por otros negocios que,
por ser reconocidos legalmente como normativos, hacen pasar su contenido a integrar
otros negocios concretos (así, por ejemplo, los convenios colectivos respecto de los con-
tratos singulares de trabajo).
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§ 46. LA AUTONOMÍA PRIVADA 135
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136 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
elementos a que se refiere el art. 1.258 Cc. y de los que el más importante será, sin duda,
la ley; aunque respecto de ellos pueden jugar también un papel relevante, si el negocio
ha alcanzado una cierta tipicidad social, los usos y, en todo caso, la buena fe.
Sobre contratos atípicos, vid. en estos Elementos, II, 1.º, § 66.
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§ 46. LA AUTONOMÍA PRIVADA 137
como tales han de ser aplicados de acuerdo con el total ordenamiento jurídico y vivencia
socio-cultural» (vid. también, entre otras, S. 23 noviembre 1995).
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138 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
Tales, por ejemplo, como la de la eficacia obligatoria de las normas (vid. art. 6.º
Cc.), la de respeto a la libertad personal (vid. art. 1.583 Cc.), la de la libertad nupcial, la
de igualdad entre los cónyuges (vid., entre otros, arts. 66, 71, 1.328, 1.390, 1.391, 1.424
y 1.429 Cc.), la de imposibilidad de decidir sobre cuestiones relativas al estado civil
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(vid. art. 1.814 Cc.), la de no sacar ventaja de la conducta insolidaria (vid. arts. 7.º,
1.102 y 1.476 Cc.), la de respeto a la posición contractual (vid. arts. 1.131, 1.132 1.166,
1.256, 1.449 y 1.692 Cc.), la del respeto a los intereses ajenos (vid. arts. 6.º,643,1.111,
1.291-3.º, y 1.911 Cc., así como, en el sentido señalado y en cuanto que no cabe oposi-
ción a los derechos o posiciones que confieren, los artículos 1.001, 1.324 y 1.937 Cc.),
etc.
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§ 46. LA AUTONOMÍA PRIVADA 139
Constitución de 1978, a cuya luz han de entenderse todas las normas jurídicas,
en sus arts. 1.º-1 y 10-1. Por su trascendencia en el orden jurídico civil, hay que
destacar el respeto a la libertad y a la dignidad y a la igualdad de las personas, el
respeto a los derechos inviolables que les son inherentes, el respeto al libre desa-
rrollo de la personalidad y el respeto a los derechos de los demás.
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140 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
(trad. esp. por F. BLASCO y L. PRATS ALVENTOSA, Valencia, 1992); RESCIGNO, «L'autono-
mia dei privati», en Justitia, 1967, págs. 3 ss.; LUCARELLI, Solidarietà e autonomia pri-
vata, Napoli, Jovene, 1970; LIPARI, Autonomia privata e testamento, Milano, Giuffré,
1970, y Nuzzo, Utilità sociale e autonomia privata, Milano, Giuffré, 1975, desde posi-
ciones metodológicas bastante diferentes. Sobre los aspectos históricos de algunos pun-
tos puede verse el excelente libro de CALASSO, Il negozio giuridico (Lezioni di storia del
diritto italiano), 2.ª ed., Milano, Giuffré, 1967.
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§ 47. LA TEORÍA DEL NEGOCIO JURÍDICO 141
ciende en otras normas legales (así, por ejemplo, arts. 1.281 y 1.282 Cc.). Por otra parte,
la exigencia del mecanismo descrito para llegar al acuerdo requiere que las declaracio-
nes de voluntad de las partes contratantes tengan el carácter de recepticias, lo que com-
porta que la expresión de cada una de ellas determine la medida del alcance de la otra y
que ambas tengan éste garantizado en función del significado normal que pueda atri-
buirse intelectualmente a la otra. Esta diferencia radical de la formación de una y otra
clase de negocios trasciende de manera significativa, como veremos, en los criterios y
reglas de su interpretación.
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142 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
La teoría preceptiva del negocio jurídico, por cuanto que tiene un profundo arraigo
en la realidad social y en la disciplina jurídica que la toma por base —los contratantes,
por ejemplo, consienten en obligarse, como dice el art. 1.254 Cc—, ha alcanzado una
notable repercusión en la doctrina, en la que más o menos explícitamente se reconoce
habitualmente el carácter preceptivo y vinculante del negocio y su virtualidad y eficacia
para establecer, al amparo del ordenamiento y sin constituir propiamente una verdadera
regla jurídica por carecer de trascendencia primaria de organización social, una regla
privada o patrón de conducta para los particulares. A veces se pretende llevar a sus últi-
mas consecuencias la teoría preceptiva asignando al negocio la calidad de fuente crea-
dora de normas jurídicas propiamente dichas, pero estas orientaciones se mantienen
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§ 47. LA TEORÍA DEL NEGOCIO JURÍDICO 143
como minoritarias no sólo por razones de respeto positivista sino, sobre todo, por el ca-
rácter de generalidad que se reserva para la norma jurídica.
La teoría general del negocio jurídico es obra de los civilistas alemanes del
siglo XIX, siendo especialmente significativa la aportación de SAVIGNY, cuyas lí-
neas de pensamiento fueron las coordenadas de la construcción de todos los pan-
dectistas. En una vía de sucesiva abstracción y generalización llegó este autor a
sintetizar unos caracteres comunes a los contratos, testamentos y otras actuacio-
nes del sujeto de derecho, en todas las cuales apreciaba la existencia de una de-
claración de voluntad con el fin inmediato de engendrar o destruir una relación
jurídica.
Esta generalización, en relación a un ordenamiento concreto y fragmentario,
como el romano, objeto de la contemplación de aquel jurista, es un artificio para,
abstrayendo lo que tienen de común las normas referentes a institutos singulares,
formular principios capaces de ser aplicados a todos los que entran en el concep-
to superior. A través de la invención de la categoría del negocio jurídico se pre-
tende, pues, colmar las lagunas de una disciplina mediante la analogía, inducien-
do reglas generales a partir de las diversas aplicaciones particulares expresadas
en los textos y describiendo luego el ámbito de aplicación potencial de las reglas
inducidas.
Desde el punto de vista técnico, el aspecto más plausible de la construcción del con-
cepto general del negocio jurídico consistió en el facilitar, aunque sea sobre la base de
una categoría arbitraria y ajena a la legislación, resultante de encontrar el factor común
a una serie de institutos, la aplicación de las normas mediante la introducción de una
pieza intermedia que, al plantear la disciplina genérica del negocio partiendo de las re-
gulaciones particulares de los diversos institutos, propicia el recurso al procedimiento
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analógico. Este artificio, por otra parte, si es cierto que ofrece los riesgos habituales de
la obtención de soluciones jurídicas a través de la mediación de nuevos conceptos, in-
troduce también claridad y sistema en el tratamiento de una serie de cuestiones en tomo
a la declaración de voluntad (vicios, discordancia, invalidez, ineficacia, etc.) y facilita la
formulación de principios generales. La aportación que para la metodología del Dere-
cho privado ha supuesto la teoría del negocio jurídico es, por todo ello, de una trascen-
dencia relevante, siquiera haya de reconocerse que, fuera de estos aspectos, en gran par-
te doctrinales, presenta muy escasa utilidad práctica.
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144 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
El planteamiento del BGB alemán sobre la categoría del negocio jurídico ha tenido
un eco muy limitado y ha sido principalmente seguido en los Códigos civiles brasileño y
portugués de 1966. Ha sido rechazado, en cambio, en otras legislaciones civiles moder-
nas, seguramente por entender, como ya advertía SALEILLES, con bastante razón, que «es-
ta materia es de las que apenas son del dominio de la ley». Ya el Código civil suizo de
1907 manifestaba, en su art. 7.º, que «las disposiciones generales del Derecho de obliga-
ciones sobre nacimiento, cumplimiento y extinción de los contratos se aplicarán tam-
bién a las demás obligaciones civiles», y posteriormente tampoco ha seguido la innova-
ción legislativa alemana el Código civil italiano de 1942, cuyo art. 1.324 se limita a
decir que, «salvo disposición distinta de la ley, las normas que regulan los contratos se
observarán, en lo que sean compatibles, para los actos unilaterales entre vivos de conte-
nido patrimonial».
Introducido el concepto por los civilistas (primero, al parecer, VALVERDE), fue reci-
bido por la jurisprudencia de la Sala de lo civil del Tribunal Supremo al menos desde los
años treinta, en sentencias en que fue ponente CASTÁN. Hoy son cientos, cuando no mi-
les, las sentencias del T.S. que lo utilizan, y asimismo las resoluciones de la DGRN (al
parecer, la primera, muy temprana, fue una de 9 marzo 1875), de modo que ‘negocio ju-
rídico’ es palabra clave en todos los repertorios. En el Código civil no ha tenido entrada
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ni siquiera en las reformas más recientes, pero en la década de los noventa, con algunas
ocurrencias anteriores, se hace presente en leyes de diversos ámbitos, tributarias, admi-
nistrativas y algunas de Derecho privado. Aparece también en el art. 243 Cpen. (1995),
y el art. 408 Lec. (2000) se ocupa de la "nulidad del negocio jurídico".
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§ 47. LA TEORÍA DEL NEGOCIO JURÍDICO 145
La categoría del negocio jurídico tiene, por tanto, para el jurista español, un valor
fundamentalmente descriptivo, debiéndose juzgar las diversas definiciones que podrían
servir de base a la construcción en función de su mayor o menor coherencia lógica y uti-
lidad para la formación del sistema y para la aplicación por analogía de las reglas parti-
culares. En esta perspectiva el resultado de la investigación sobre el concepto de nego-
cio jurídico es siempre relativo y continuamente expuesto a una nueva confrontación
con la multiplicidad de los casos reales que no pueden ser dominados por el concepto y
que eventualmente obligan a su corrección. Por eso su doctrina se presenta con mayor
valor para la formación y exposición del sistema que para la solución de los problemas
específicos: para esto último, que es la verdadera finalidad de la ciencia y del estudio
del Derecho, el concepto de negocio jurídico puede ser una ayuda instrumental, pero el
método será casi siempre la ponderación de la aplicación analógica de las normas dicta-
das para los contratos, los testamentos, u otros actos jurídicos en que sea relevante la vo-
luntad dirigida a la consecución de efectos con trascendencia jurídica. Por ello en estos
Elementos se tiene especial cuidado, en especial al explicar la teoría general del contrato,
en señalar la posible extensión analógica de las normas que en el Código lo disciplinan a
otros actos o negocios, sobre todo los que operan inter vivos. Por ello mismo, algunos de
los parágrafos que siguen en este volumen encontrarán posterior desarrollo en el t. II,
vol. 1.º, así como la argumentación de algunas de las afirmaciones que aquí se sientan.
Esta realidad no implica que la abstracción en que el negocio consiste sea algo total-
mente inútil y que no pueda prestar algunos servicios, como evitar repeticiones a diversos
propósitos, sistematizar al más alto nivel el tratamiento de la declaración de voluntad, pro-
porcionar una visión conjunta de ciertos institutos que devienen asimilables y compara-
bles entre sí, e, incluso, permitir extraer principios de alcance común a tales institutos y, en
consecuencia, facilitar la aplicación de las normas.
gen y además de las indicaciones que hasta ahora se han hecho, algunas de las
críticas que con más frecuencia se dirigen en la actualidad, con bastante razón, a
la teoría del negocio jurídico.
Estas críticas se inscriben, en gran parte —en paralelismo con las que han merecido
algunas otras categorías generales, como fundamentalmente el derecho subjetivo— en
la moderna relativización doctrinal de la preponderante valoración de la voluntad y del
interés individuales que subyace en toda la construcción dogmática del negocio, pero
derivan también de la creciente contestación, de raíz realista o sociológica, que sufre el
método inductivo, adecuado y seguramente necesario en la elaboración teórica de una
categoría conceptual, pero que ha sido denunciado en cuanto a la construcción del nego-
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146 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
cio por haberla inficionado de una cada vez mayor generalidad y abstracción que le hace
perder casi todo contacto con la realidad normativa y más aún con la existencial. Estas
dos líneas críticas de la categoría del negocio jurídico no suelen presentarse aisladamen-
te, aunque aquí se traten de especificar, por cuanto que se refieren a perfiles de la cues-
tión distintos pero básicamente interdependientes.
a) La primera de las líneas de crítica a la teoría del negocio jurídico que se han apunta-
do suele señalar el carácter puramente racional, lógico y neutro de una construcción dog-
mática que se refiere a la trascendencia, aunque atenuada, de la libre voluntad del agente
como motor fundamental de la actividad vinculante para la persona y determinante de la
eficacia jurídica del acto negocial. Se denuncia, entonces, la eventual utilización interesa-
da de un aparato doctrinal que, aunque neutro, sólo quizá aparentemente puede conside-
rarse como neutral. Las críticas a la teoría general del negocio jurídico que se orientan en
este sentido, y que podemos conceptuar como más ideológicas, no surgen únicamente en-
tre los seguidores de las escuelas jurídicas marxistas sino que también se deben a civilistas
de distinta matriz ideológica y cuya inspiración podríamos catalogar de humanista, si bien
entre aquéllos se encuentran los objetores más radicales de la construcción lógico-dogmá-
tica del negocio jurídico como expresión de la voluntad individual y soporte de la realiza-
ción de la autonomía de los particulares que más habitualmente se benefician, en razón de
su superior riqueza o de su mayor influencia, de la negociación. Como destacado expo-
nente de esta línea de pensamiento crítico de la teoría del negocio jurídico puede señalarse
a GALGANO, quien afirmaba (en L’uso alternativo del diritto, 1973) que «uno de los más
imponentes detritus precapitalistas que hoy empecen el Derecho privado es la teoría del
negocio jurídico: se unifica en una misma categoría lógico-formal al matrimonio, al testa-
mento y al contrato, con el resultado de ocultar el moderno carácter del contrato como ins-
trumento de beneficio».
b) Por su parte, la segunda de las líneas críticas indicadas, más propia de juristas me-
nos abiertamente ideologizados (aunque probablemente nunca los científicos del Derecho
son neutrales y menos todavía cuando se presentan como tales), suele poner de relieve las
deficiencias de la reducción de la función, y de la disciplina consiguiente, de los diversos
instrumentos de autorregulación de los intereses privados a una omnicomprensiva catego-
ría conceptual que, por necesidad, ha de caracterizarse por su abstracción y, por ende, por
su alejamiento de la realidad normativa, considerada en su dimensión configuradora de la
compleja y variada vida social y adecuada, en cada caso, al tipo de actividad jurídica que
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se lleve a cabo.
En este sentido ha sido particularmente puesta de relieve —entre otros, por DONISI— la
arbitrariedad de una categoría conceptual que, comprendiendo, en su generalidad, el contra-
to, el testamento, el matrimonio y la renuncia a la herencia, la remisión de la deuda y los de-
más negocios unilaterales, no puede propiciar para todos ellos criterios homogéneos de trata-
miento en aspectos tan variados y significativos como la disciplina de los vicios de la
voluntad, el tratamiento del contenido negocial (por ejemplo, el régimen de la condición), la
normativa sobre la interpretación o la regulación de la tutela de la confianza.
A esta constatación doctrinal de la relatividad operativa de la teoría general del nego-
cio jurídico, que podremos comprobar a lo largo de la exposición de la misma, hay que su-
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§ 48. LOS PRESUPUESTOS DEL NEGOCIO 147
mar la creciente discusión, suscitada particularmente entre los civilistas italianos, sobre la
dificultad de reconducir el testamento al concepto de negocio jurídico, puesto que el acto
de última voluntad se caracteriza por producir sus efectos típicos a partir de la muerte de
su autor (CICU, CARRESI, RESCIGNO, LIPARI) y puesto que el efecto sucesorio se produce, en
todo caso, por el solo hecho de la muerte de un sujeto e independientemente de la existen-
cia del negocio. El testamento, se observa, no influye en la creación del efecto (NICOLÒ),
siendo la única función propia del acto de última voluntad la determinación de los térmi-
nos del efecto, esto es, su dirección y su medida (IRTI), impidiendo, dentro de ciertos lími-
tes, que se produzca la sucesión ex lege, pero sin que el efecto sucesorio sea, en definitiva,
diverso, puesto que no está en sí mismo condicionado por la existencia del negocio (LIPARI).
Todo ello demuestra, con mayor o menor fundamento, la arbitrariedad de la reducción ge-
neralizadora que la teoría del negocio jurídico comporta y que, si bien tiene la virtud de in-
dicar sistemáticamente, a través de una síntesis puramente formal y exterior de referencias
comunes, los temas afines, aunque no uniformes, de regulación y disciplina relativos a di-
ferentes institutos particulares, no permite, al menos en nuestro ordenamiento, indicar con
precisión los caracteres de la normativa que les corresponde.
INDICACIÓN BIBLIOGRÁFICA. Sobre el negocio jurídico, al que suele dedicarse, con más
o menos extensión, una exposición en los diversos manuales, se han publicado en Espa-
ña, además de la monografía de DE CASTRO anteriormente reseñada (Madrid, 1967; reed.
1985), los libros de ALBALADEJO, El negocio jurídico, Barcelona, Librería Bosch, 1958;
GULLÓN, Curso de Derecho civil. El negocio jurídico, Madrid, Tecnos, 1969; DORAL y
DEL ARCO, El negocio jurídico, Madrid, Trivium, 1982; DE LOS MOZOS, El negocio jurí-
dico, Madrid, 1987 (que había prestado especial atención a esta categoría dogmática a
través de numerosos estudios monográficos; específicamente en la polémica sobre la
oportunidad e importancia de la figura, ADC, 1986, III, págs. 787 ss.); DORAL GARCÍA,
El negocio jurídico ante la jurisprudencia, Madrid, 1993. En relación a algunos aspec-
tos críticos de la teoría del negocio jurídico, interesantes sugerencias en DONISI, Il pro-
blema dei negozi giuridici unilaterali, Napoli, Jovene, 1972. Sobre los distintos aspec-
tos que se entrecruzan en la construcción de la categoría del negocio jurídico, puede
verse VARRONE, ldeologia e dommatica nella teoria del negozio giuridico, Napoli, Jove-
ne, 1972. Para una interesante revisión crítica del concepto de negocio jurídico, SCOGNA-
MIGLIO, Contributo alla teoria del negozio giuridico, Napoli, Jovene, 1969. Vid. también
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El Derecho exige en el sujeto agente del negocio jurídico una serie de requisitos o
cualidades, tanto para prevenir genéricamente la consciencia y la libertad de su decisión
como para garantizar, en consecuencia, que el negocio alcance, en vía de principio, los
efectos pretendidos. En ocasiones, considera también oportuno negar a ciertas personas la
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148 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
posibilidad de realizar ciertos actos para prevenir una actuación que los pudiera perjudicar
o, en particular, que pudiera perjudicar a otras personas, o a un interés general de carácter
superior.
Por otra parte, en cuanto que la negociación trasciende en la creación, modificación o
extinción de relaciones jurídicas, el ordenamiento exige también, en principio, que el nego-
cio jurídico se lleve a cabo por la persona que, teniendo poder de disposición o, en general,
de obrar en cuanto a la relación a que el negocio se refiere, sea o haya de ser parte en aquélla,
aunque también admite que, en determinadas condiciones, la actividad negocial pueda ser
llevada a cabo por otros en interés del afectado o en interés de los propios intervinientes.
Allí se hace referencia a que, si bien dicha capacidad se adquiere al llegar a la ma-
yor edad (antes en caso de emancipación), se posibilitan con anterioridad a dicha edad,
en atención a la significación de concretos supuestos, ciertos negocios específicos como
el testamento en forma no ológrafa, el matrimonio mediante dispensa (y en tal caso, las
capitulaciones matrimoniales), los actos de administración ordinaria de lo adquirido
mediante el propio trabajo o industria y, como donatario, la donación.
dicción con sus intereses (así, por ejemplo, los supuestos contemplados para
prohibir la compra a las personas señaladas en el art. 1.459 Cc.).
B. La capacidad de obrar genérica debe completarse en ciertos supuestos ne-
gociales con el poder de disposición para crear, modificar o extinguir la relación
jurídica de que se trate a través de la actividad negocial, de modo que, no tenien-
do el sujeto del negocio dicho poder específico, carecería de habilitación para la
concreta negociación.
Así, por ejemplo, sólo puede constituir un usufructo, por hacerse nacer este derecho
por derivación del de propiedad, el propietario de la cosa sobre la que ha de recaer dicho
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§ 48. LOS PRESUPUESTOS DEL NEGOCIO 149
derecho real; no obstante, por vía de legado, puede disponer el testador de cosas ajenas
o de cosas muebles genéricas que no se encuentren en el caudal que deja (arts. 861 ss. y
875 Cc.). La habilitación concreta para un negocio específico puede estar limitada o ne-
garse completamente, por la ley o por la voluntad privada, en atención a intereses supe-
riores de defensa de los terceros o a los intereses del autor de la limitación, como en los
casos de ser una persona declarada en situación de concurso o de serle impuesta una
prohibición de disponer (arts. 1.914 y 785 Cc. y 26 y 27 Lh.). Una limitación del poder
de obrar o de disposición en interés del agente del negocio y para evitarle un perjuicio se
encuentra en el art. 634 Cc.
Por su parte, el objeto del negocio jurídico, esto es, las cosas, los bienes, los
servicios o las conductas a que se refieren las relaciones jurídicas que el negocio
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150 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
territoriales, del contrato (art. 1.271.2 Cc.; vid., sin embargo, arts. 826, 827 y 1.341 Cc.); y
que, finalmente, la determinabilidad del objeto del negocio puede resultar tanto del propio
contenido preceptivo del negocio como de las normas con las que la ley integra la volun-
tad negocial (arts. 875 ss., 1.096-2, 1.132, 1.147 ss. y 1.690, entre otros, Cc.).
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§ 49. LA VOLUNTAD NEGOCIAL 151
requisitos del agente del negocio o del objeto del mismo. Sin embargo, la dife-
rente significación de los requisitos que han de reunir el sujeto y el objeto del
negocio abona la idea de que los subjetivos deben existir en el momento de la
celebración del negocio y los objetivos en el momento de su eficacia.
MOZOS, «El objeto del negocio jurídico», RDP, 1960, págs. 372 ss. y MOSCHELLA, «L‘illi-
cita obbiettiva nei contratti», en Temi, 1952, págs. 253 ss.
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152 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
incluso a atribuir consecuencias a una actividad eventualmente no sostenida por una vo-
luntad verdadera.
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§ 49. LA VOLUNTAD NEGOCIAL 153
En relación a la voluntad negocial la doctrina discute con alguna frecuencia si, para
que exista el negocio, ha de estar dirigida al resultado jurídico o basta que contemple los
efectos prácticos del acto. En este asunto es opinión corriente que la declaración de volun-
tad en un contrato, en un testamento o en otro negocio jurídico debe provenir, para que el
negocio sea válido, de un sujeto consciente de que tal declaración está destinada a produ-
cir efectos jurídicos, si bien se puede suponer que el resultado buscado por el sujeto será
económico o social, porque nadie utiliza el Derecho como un fin en sí mismo. Tampoco se
puede exigir que el sujeto conozca todos los efectos que producirá la manifestación de su
voluntad, pero sí que el conjunto de éstos aparezca ante su conciencia como el fin princi-
pal de aquélla, aunque ignore su condición estricta de efectos jurídicos o, más bien, no los
contemple en su juridicidad. Por lo demás, el fin jurídico y el fin práctico (económico, so-
cial) son dos aspectos inseparables de un mismo elemento. Como dice ALBALADEJO, «los
efectos, vistos por el sujeto, pueden ser prácticos, pero establecidos por la ley son jurídi-
cos».
La voluntad del agente del negocio sólo puede decidirse correctamente cuan-
do se forma de una manera consciente, racional y libre. En todos aquellos su-
puestos en que en el sujeto falta la adecuada representación de las circunstancias
o de la trascendencia del acto, o la espontaneidad de decisión, el negocio no pue-
de ser perfecto y debería poder impugnarse para que quien lleva a cabo la nego-
ciación no se vea afectado por lo que no quiso. El ordenamiento, con todo, segu-
ramente movido por el postulado utilitario de la conservación del negocio,
solamente admite la impugnación del negocio en determinadas ocasiones.
Nuestro Código enuncia los posibles vicios de la voluntad en diversos pre-
ceptos relativos al contrato, al testamento y al matrimonio. En tema de consenti-
miento o voluntad contractual dispone al respecto el art. 1.265 Cc. que será nulo
el consentimiento prestado por error, violencia, intimidación o dolo; en tema de
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voluntad testamentaria, determina el art. 673 Cc. que será nulo el testamento
otorgado con violencia, dolo o fraude; y, finalmente, el art. 73, 4.º y 5.º Cc. or-
dena, en relación al consentimiento matrimonial, que es nulo el matrimonio ce-
lebrado por error en la identidad de la persona del otro contrayente o en aque-
llas cualidades personales que, por su entidad, hubieran sido determinantes de
la prestación del consentimiento; y el contraído por coacción o miedo grave.
Sobre estos preceptos fundamentales, y otros varios que los desarrollan y comple-
mentan, se examinará aquí brevemente la disciplina de los vicios de la voluntad nego-
cial, quedando para el tratamiento de cada una de las figuras negociales concretas un
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154 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
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§ 49. LA VOLUNTAD NEGOCIAL 155
fructo»: error in negotio); ya cuando indica una persona distinta de aquélla con
la que quiere contratar o contraer matrimonio o a la que quiere atribuir la heren-
cia en testamento (error in persona); ya un objeto diferente de aquél sobre que
ha decidido negociar (error in colpore). Como el error obstativo determina que
quien lo sufre quiera una cosa y manifieste otra y se presenta, por tanto, como un
supuesto de desconexión entre la voluntad y su declaración, será considerado es-
pecíficamente cuando se trate de esta materia (vid. infra, núm. 328).
C. Error de hecho y error de derecho
El error motivo o determinante de la voluntad puede ser, a su vez, un error de
hecho o de derecho El primero, consiste en la falsa representación de la realidad
fáctica y el segundo en la de la jurídica, de modo que incurre en el primero la
persona que se decide a comprar una finca de secano creyendo que es de rega-
dío, y en el segundo si compra la finca como susceptible de edificación cuando
es, por consecuencia de la legislación urbanística, inedificable.
Históricamente, mientras la invalidación del negocio por haber sufrido el suje-
to agente un error de hecho se ha admitido siempre, se negó durante siglos que el
negocio pudiera impugnarse alegando el error de derecho, por considerarse que
ello sería contradictorio con la tradicional exigencia, ya recogida en el primitivo
art. 2.º Cc., de que la ignorancia de las leyes no excusa de su cumplimiento.
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156 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
A. Error sobre el objeto El error motivo puede recaer, en primer lugar, sobre
el objeto del negocio jurídico, aunque la relevancia del error in corpore o in re
se halla exclusivamente circunscrita al ámbito de los negocios jurídicos patrimo-
niales, puesto que el asunto no puede plantearse respecto del matrimonio o los
demás negocios relativos a las situaciones personales.
Dentro todavía de los negocios patrimoniales el error sobre el objeto tiene inciden-
cia particularmente en cuanto referido a los contratos y a los otros negocios inter vivos,
porque, como veremos, en el testamento, parece que únicamente debe admitirse con re-
lación al supuesto específico contemplado en el art. 862-1 Cc., relativo al error de dere-
cho que sufre el testador que ordena un legado sobre cosa ajena creyéndola propia.
Al error in corpore se refiere el art. 1.266-1 Cc. como el que recae sobre la
sustancia de la cosa que fuera objeto del contrato o sobre aquellas condiciones
de la misma que principalmente hubieran dado motivo a celebrarlo. El pre-
cepto, que, superando antiguas cuestiones interpretativas, comprende tanto el
error in substantia como el error in cualitate, suele ser entendido con flexibili-
dad por la doctrina y por la jurisprudencia, habiendo producido ésta numerosas
resoluciones (vid. T. II, vol. 1.º, núm. 233) sobre la defectuosa representación de
las cualidades materiales o jurídicas de la cosa objeto de la contratación. En oca-
siones, con todo, el error sobre las cualidades no da lugar a la invalidación del
contrato sino a correctivos que el ordenamiento considera más adecuados a las
circunstancias del caso: así, en el supuesto que contempla el art. 1.469-3 Cc.
B. Aspectos particulares del error sobre el objeto pueden también conside-
rarse, en cuanto que pueden afectar a circunstancias fundamentales del objeto
del contrato, el error in quantitate y el error in pretio. Cabe entender el primero
de ellos incluido en el art. 1.266-1 Cc., si bien para algunos supuestos muy ca-
racterizados el legislador ha previsto remedios y acciones distintos (en concreto,
las procedentes de los arts. 1469 ss. Cc.) La admisibilidad del error in pretio ha
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sido discutida, en particular habida cuenta del estrecho margen en que el Cc. ad-
mite la rescisión por lesión. En cualquier caso, debe tenerse en cuenta que el
error sobre la cantidad y el error sobre el valor o el precio difícilmente podrán
reunir al requisito de la excusabilidad.
C. El error de cálculo, que, por tener carácter accidental y puramente mate-
rial, puede subsanarse fácilmente cuando se advierta y acredite, no da lugar a la
impugnación del contrato, de cuya posibilidad lo excluye el art. 1.266-3 Cc. al
disponer que el simple error de cuenta sólo dará lugar a su corrección. Una or-
denación disciplinar semejante, en tema de partición de la herencia, eventual-
mente negocial, sigue el art. 1.079 Cc.
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§ 49. LA VOLUNTAD NEGOCIAL 157
En el matrimonio ocurre, sobre todo después de la última reforma del Código, algo
semejante: en efecto, el error en la persona o sus cualidades, a pesar de ser en este últi-
mo caso el error también determinante de la voluntad de celebrar las nupcias, no impi-
den que el matrimonio se convalide pasado un cierto tiempo, después del cual, concu-
rriendo la convivencia de los desposados, ya no se puede impugnar (artículo 76-2 Cc.).
Desde el punto de vista del formalismo legal el error en la persona no aparece como un
error obstativo, porque no impide la formación del consentimiento matrimonial como
tal. Por eso el art. 73 Cc. distingue separadamente las causas de invalidez consistentes
en la falta de consentimiento matrimonial y en el error sobre la identidad de la persona o
en sus cualidades y se da a cada una de ellas un tratamiento también diferente (arts. 74 y
76 Cc.).
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158 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
E. El error sobre los motivos que impelen al agente del negocio a realizarlo
es, en principio, irrelevante. La jurisprudencia así lo ha afirmado reiterada-
mente, por considerar que las razones íntimas y personales de la negociación no
pueden ser tenidos en cuenta, sin más, por el ordenamiento, sin comprometer la
certidumbre y la seguridad del tráfico (por ejemplo, S. 29 julio 1999).
De todas formas, un tratamiento diferente merece el error en los motivos
cuando el mismo haya sido el único determinante de la voluntad del agente del
negocio: tal ocurre en el supuesto contemplado en el art. 767 en relación a la
motivación errónea o causa falsa que haya decidido, como única razón determi-
nante, la voluntad del testador y tal también, de ser consecuente el legislador con
el significado de la falsedad de la causa en el precepto antes citado (lo que corro-
bora seguramente el contenido del art. 1.301-2), en el caso del art. 1.276 Cc. So-
bre las cuestiones a que se acaba de aludir, vid. infra, núm. 337 (causa y moti-
vos), 338 (presuposición y base del negocio) y 338 (falsedad de la causa); y 330
(simulación), dada la interpretación usual del art. 1.276).
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§ 49. LA VOLUNTAD NEGOCIAL 159
319. El dolo.
negocial o una tercera persona, en el ánimo del sujeto que lleva a cabo la nego-
ciación. En definitiva, supone la inducción de una falsa representación de las
circunstancias negociales que impelen al agente del negocio a llevarlo a cabo en
una situación en que su voluntad no puede decidirse con suficiente conocimien-
to y, a la postre, con la conveniente -libertad.
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160 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
ciado la celebración de las nupcias, sufre una serie de consecuencias desfavorables (arts.
79,95-2 y 1.395 Cc., los dos últimos de los cuales, dictados sobre cuestiones semejantes,
plantean graves problemas de interpretación).
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§ 49. LA VOLUNTAD NEGOCIAL 161
y usuarios (art. 51 Const.) y las normas específicas dictadas a este propósito li-
mitan el alcance actual de esta añeja doctrina.
c) El carácter determinante del engaño. La exigencia de que el engaño sea
determinante de la voluntad (dolus causam dans) implica que, como dice el art.
1.270-1 Cc., en su proposición primera, para que el dolo produzca la nulidad
del contrato deberá ser grave.
d) El dolo incidental. Cuando el dolo, en cambio, no determina la voluntad
ya decidida y sólo supone que el contratante que lo sufre negocie en condiciones
más desfavorables u onerosas (dolus incidens), no configura propiamente un vi-
cio de la voluntad, por lo que el art. 1.270-2 dispone acertadamente que el dolo
incidental sólo obliga al que lo empleó a indemnizar daños y perjuicios.
e) Tampoco el dolo recíproco da lugar en nuestro ordenamiento a la impug-
nación del contrato, pues el Cc., recogiendo una regla de inspiración romana ya
diferencia de otras legislaciones modernas, considera únicamente como causa de
invalidez al dolo que se caracteriza por su unilateralidad, es decir, como expresa
el art. 1.270-1 Cc., en su proposición segunda, por no haber sido empleado por
las dos partes contratantes.
f) En el ámbito contractual no es, en principio, relevante el dolo del tercero
(arg. art. 1.269 Cc.).
C. En relación a la voluntad testamentaria, el dolo como vicio adquiere una
significación diferente en razón de los mecanismos propios de la determinación
de la misma y de que ha de provenir necesariamente de persona ajena al ámbito
negocial. Es por eso por lo que el Cc. alude a los diversos aspectos que puede re-
vestir el objetivo de la maquinación insidiosa, dirigida unas veces a determinar
en el testador el otorgamiento de una disposición que no habría llevado a cabo
sin haber sido captada su voluntad mediante una sugestión, y otras a impedir en
el causante que se produzca con libertad en orden a la testamentifacción.
que será nulo el testamento otorgado con violencia, dolo o fraude. El arto 756-5.º Cc. se
refiere al que con fraude obligare al testador a hacer testamento o a cambiarlo, para san-
cionarlo con la indignidad para suceder. Por su parte, el art. 674 castiga al heredero abin-
testato que con dolo o fraude impidiere a una persona otorgar libremente su última volun-
tad, con la privación de su derecho a la herencia causada por la muerte de aquélla.
320. La intimidación.
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162 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
bién por el temor que afecta a la libertad de la misma. Por eso se ha considerado
siempre a la intimidación, consistente en la amenaza o en la coacción, como vi-
cio del consentimiento. Así se refleja en el Cc. en preceptos tales como los artí-
culos 73-5.º, que declara nulo el matrimonio contraído por coacción o miedo
grave; 1.265, que sanciona con la ineficacia el contrato cuando el consentimien-
to se presta por intimidación; y 673, que asimismo determina la nulidad del tes-
tamento otorgado con violencia (concepto en el que la doctrina mayoritaria y la
jurisprudencia incluyen, en este caso, tanto la violencia física como la moral).
La intimidación o violencia moral supone (a diferencia de la violencia física,
que excluye la voluntad) que el intimidado se encuentra en la alternativa de su-
frir el mal con el que se le amenaza o llevar a cabo una negociación que en situa-
ción normal no querría celebrar, de modo que cuando opta por concluir el nego-
cio, para evitar mayores y más graves males, como dice la S. 15 febrero 1943, lo
hace, aunque sin desearlo, voluntariamente. La S. 8 marzo 1958 señala, entre
otras, que, en efecto, la coacción podrá viciar el consentimiento prestado, pero
no lo excluye, pues voluntas coacta voluntas est.
Nuestro Cc. define la violencia moral en el art. 1.267-2, dictado en tema de
contratos, diciendo que hay intimidación cuando se inspira en uno de los con-
tratantes el temor racional y fundado de sufrir un mal inminente y grave en su
persona o bienes, o en la persona o bienes de su cónyuge, descendientes o as-
cendientes. De este precepto se infiere que son requisitos para que la intimida-
ción pueda dar lugar a la anulación del negocio que la amenaza sea considerable,
que consista en un mal inminente y grave y que la coacción inspire en quien la
sufre un temor racional y fundado que le determine a negociar.
a) Para que la amenaza sea considerable como elemento de coacción tiene
que consistir en el anuncio de que se infligirá un daño que está en manos de
quien la infiere producir. Puede provenir lo mismo de la otra parte negocial que
de una tercera persona (art. 1.268 Cc.) e inferirse tanto mediante palabras con-
minatorias como de una manera tácita, a través de una situación que tenga el
mismo significado (S. 4 diciembre 1948). En general, debe ser capaz de impre-
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§ 49. LA VOLUNTAD NEGOCIAL 163
Fuera del ámbito disciplinar de los preceptos citados sobre la trascendencia invali-
dante de la intimidación no son relevantes, en principio, en nuestro ordenamiento otros
tipos de situación psicológica que pueden constreñir en algún modo a la voluntad a la
negociación, tales como el estado de necesidad o el estado de peligro, si bien este último
es tenido excepcionalmente en cuenta en el art. 8.º de la Ley 24 diciembre 1962 en rela-
ción al contrato de salvamento marítimo. Tampoco configura técnicamente un supuesto
de temor que pueda asemejarse a la intimidación invalidante el miedo generalizado que
es consecuencia de una situación bélica o de una subversión social, si bien es posible
que aprovechando tales circunstancias se amenace con represalias o denuncias que inte-
gren el mal a evitar propio de la intimidación.
de PIETROBON, L'errore nella dottrina del negozio giuridico, Padova, 1962, de la que hay
trad. esp. con anotaciones de ALONSO PÉREZ, Madrid, 1971. Véase también BARCELLONA,
Profili della teoria dell'errore nel negozio giuridico, Milano, 1962 y, en nuestra doctri-
na, MORALES MORENO, El error en los contratos, Madrid, 1987. Al error de derecho, te-
nido en cuenta en el art. 6.º-1 Cc., se ha dedicado renovada atención doctrinal: puede
verse, en tal sentido, ESPIN, «La formulación del error de derecho en el nuevo título pre-
liminar del Código civil», en D. J., 1974, págs. 1309 ss. y MORALES MORENO, en «Cente-
nario del Código civil», Min. Justicia, t. II, Madrid, 1990, pág. 1945. El error en el testa-
mento ha despertado en diversas ocasiones el interés de los expositores de nuestro país,
como en los trabajos de ALBALADEJO, «El error en las disposiciones testamentarias», en
R.D.P., 1948, págs. 423 ss. y «De nuevo sobre el error en las disposiciones testamenta-
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164 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
rias», en A.D.C., 1954, págs. 319 ss., y posteriormente a través del documentado estu-
dio de GORDILLO, «El error en el testamento» en A.D.C., 1983, págs. 737 ss. Sobre algu-
nos de los requisitos del error, MORALES MORENO, «De la excusabilidad a la
imputabilidad en el error», A.A.M.N., t. XXIX, pág. 53 y VERDA Y BEAMONTE, «Algunas
reflexiones en tomo a la excusabilidad y recognoscibilidad del error en los contratos»,
A.D.C. 1997, III, pág. 1.221.
En relación al dolo, ROJO AJURIA, El dolo en los contratos, Madrid, 1994. Además de
la conocida obra de COSSÍO, El dolo en el Derecho civil, Madrid, 1955, puede recordarse
del mismo, «Dolo y captación en las disposiciones testamentarias», en A.D.C., 1962,
págs. 277 ss. y DÍAZ-ALABART, «La gravedad del dolo», Act. Civ., 1987, II, pág. 2.637. Es
importante la contribución de TRABUCCHI, Il dolo nella teoria dei vizi del volere, Padova,
Cedam, 1937.
Sobre la violencia moral o intimidación como distinta de la violencia física, GORDILLO,
«Violencia viciante, violencia absoluta e inexistencia contractual», RDP, 1983, págs. 214
y ss. y JORDANO FRAGA, Falta absoluta de consentimiento. Interpretación e ineficacia con-
tractuales, Bolonia, 1988. En la doctrina italiana puede recordarse el trabajo de CRISCUOLI,
«Violenza fisica e violenza morale», en R.D.C., 1970, págs. 127 ss.
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§ 50. EXTERIORIZACIÓN DE LA VOLUNTAD Y FORMA DEL NEGOCIO 165
PASSARELLI, que puedan ser negocios modales o en los que se aponga una condición, un
término o un modo. El aspecto más interesante de la disciplina de los negocios de actua-
ción se presenta, sin embargo, en relación al aspecto voluntario de los mismos, por no de-
berse tener en cuenta respecto de ellos el entendimiento que de la voluntad expresada pue-
den hacer otros.
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166 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
En cuanto a este segundo aspecto, no cabe duda de que el silencio puede cumplir la
función de la declaración expresa, si así lo han previsto los interesados o si así lo dispo-
ne, como ocurre en ciertos casos (art. 1.566 Cc.), la propia ley.
Por lo que al silencio como declaración tácita de voluntad se refiere, hay que
considerar que, si bien el silencio como tal no puede ser en sí mismo una mani-
festación de voluntad, integrado en un conjunto de circunstancias puede adquirir
la significación de tal. La jurisprudencia, basándose en el criterio que encierra el
viejo aforismo qui tacet consentire videtur, si loqui debuisset ac potuisset, ha
señalado así el valor del silencio como declaración tácita de la voluntad si se
encontraba, en el supuesto concreto contemplado, cualificado en el ámbito de
determinadas circunstancias (relaciones de negocios seguidas habitualmente
entre dos personas, otras situaciones subjetivas u objetivas, etc.) y era, en defini-
tiva generador, en relación a esas circunstancias, de la confianza ajena (así, entre
muchas, la S. 17 noviembre 1995 recuerda como doctrina asentada que «dada
una determinada relación entre personas, cuando el modo corriente y usual de
proceder implica el deber de hablar, si el que puede y debe hablar no lo hace, se
ha de reputar que consiente en aras de la buena fe», con cita de las SS. 24 de
noviembre de 1943,24 de enero de 1957 y 14 de junio de 1963).
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§ 50. EXTERIORIZACIÓN DE LA VOLUNTAD Y FORMA DEL NEGOCIO 167
son genéricamente todos los afectados por el uno o por las otras (supuestos de
declaración no recepticia).
La declaración recepticia no sólo ha de dirigirse a la persona interesada en
ella, sino que, además, ha de llegar efectivamente a ser percibida por ella, para
que pueda producir el efecto que tenga previsto en cuanto sea conocida, tal
como ponen de manifiesto los arts. 623 y 1.262-1 y 2 Cc. y art. 54 Ccom.
El aspecto más significativo de la declaración recepticia de la voluntad es,
empero, que, por estar dirigida específicamente a una o varias personas concre-
tas, puede generar en ellas, al conocerla, una confianza en cuanto a su potencial
virtualidad configuradora en el ámbito negocial propio de la misma. Esta con-
fianza se conforma en relación al significado que razonablemente puede alcan-
zar socialmente la declaración percibida, por lo que su eventual tutela por el or-
denamiento jurídico puede comportar un cierto menoscabo de la voluntad
interna en favor de la declaración efectuada (como se ha podido ya apreciar su-
pra en tema de vicios de la voluntad negocial).
Aunque también se dan en otros ámbitos, los supuestos por antonomasia de declara-
ciones recepticias de la voluntad negocial son la oferta y la aceptación contractuales, en
las que, en consideración a cuanto se ha apuntado, su régimen, cuando concurren, no
sólo supone que el contenido del contrato se determina en función de las voluntades que
expresan aquéllas en cuanto concurrentes (art. 1.261 ss. Cc.), sino también que vincula a
oferente y aceptante en cuanto a dicho contenido específico y a las derivaciones que,
además de las legales, sean ordinariamente previsibles de la declaración resultante (art.
1.258 Cc.).
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168 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
cios formales.
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§ 50. EXTERIORIZACIÓN DE LA VOLUNTAD Y FORMA DEL NEGOCIO 169
18-1 Comp. Nav.). Sin embargo, esta regla general conoce, por razones prácticas
diferentes valoradas típicamente por el ordenamiento, múltiples excepciones en
que la ley exige que la manifestación de la voluntad negocial se exteriorice, para
que valga, de una manera precisa y determinada (negocios formales).
A. Negocios formales o solemnes. En los negocios formales o solemnes, a los
elementos o requisitos estructurales constantes e indispensables del negocio ju-
rídico, que son la voluntad y el acto (o forma en sentido genérico) en que se ex-
terioriza se añade un elemento o requisito nuevo sin el cual el negocio no se lle-
ga a perfeccionar o no es, al menos, siquiera esto ocurra en pocas ocasiones,
trascendente respecto de ciertos efectos que normalmente corresponden al mis-
mo.
Este aspecto nuevo con que ahora se considera el significado de la forma en
el negocio jurídico puede concretarse en diferentes modos. Unas veces, en efec-
to, la ley exige que la manifestación oral o escrita de la voluntad haya de tener
lugar, para la validez del negocio, en medio de ciertas formalidades establecidas
positivamente (tal ocurre, por ejemplo, con la manifestación de la voluntad ma-
trimonial, con el otorgamiento del testamento cerrado o con la repudiación de la
herencia fuera de manifestación en escritura pública a que se refieren los arts.
58, 706 y 1.008 Cc.) y otras requiere que se exprese por escrito, en las modalida-
des de escritura privada (así, por ejemplo, el testamento ológrafo, a que se refie-
re el art. 688 Cc.) o de escritura pública (como, por ejemplo, en los supuestos
contemplados en los arts. 633, 1.008, 1.327 y 1.628 Cc.).
Los criterios seguidos por el ordenamiento para imponer a la negociación
una forma determinada como requisito de la validez del negocio son bastante
variados y, aunque, en general, obedecen a la consideración de la importancia
que, para el sujeto del negocio, tiene el acto que lleva a cabo, su establecimiento
no deja a veces de ser en cierto modo arbitrario e incluso anacrónico. El postula-
do de conseguir en el agente del negocio, mediante la exigencia de una forma
determinada, una mayor reflexión o conciencia de la trascendencia del acto se
pone de relieve, en el aspecto personal, en los negocios de carácter familiar
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como el matrimonio (art. 58 Cc.) o la adopción (art. 177 Cc.) y, en el aspecto pa-
trimonial, en negocios tales como la donación de bienes inmuebles (art. 633
Cc.), el testamento (arts. 687 y 715 Cc.), los contratos sucesorios cuando se ad-
miten (arts. 99 Comp. Aragón, Ley 174 Comp. Navarra, art. 67 Código de suce-
siones de Cataluña, etc.), las capitulaciones matrimoniales (art. 1.327 Cc.), el
contrato de enfiteusis (art. 1.628 Cc.), el contrato de sociedad civil con aporta-
ción de bienes inmuebles (arts. 1.667 ss. Cc.), el contrato de hipoteca inmobilia-
ria (arts. 1.875-1 y 145 Lh.), entre otros varios.
El criterio legislativo para exigir en la negociación una forma determinada se
basa en ocasiones, según se desprende de alguno de los supuestos de negocios
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170 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
En los supuestos en que la escritura pública es exigida como forma prescrita del ne-
gocio, la documentación en que aquélla consiste (aunque no el propio documento, que
puede perderse, pudiendo probarse la documentación por los medios que admite el dere-
cho) tiene el carácter de constitutiva respecto del negocio o, en su caso, de alguno de los
efectos propios del mismo (así se desprende, también en relación a la eventual pérdida
de la escritura de enfiteusis, de la S. 4 marzo 1924 y de otras muy numerosas).
En los casos antes aludidos en que se exige forma escrita con la finalidad de proteger
a una de las partes contratantes, el consumidor, el contrato que no la cumpla no será invá-
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lido (o, al menos, la invalidez no podrá alegarla el empresario), sino que parece que el
consumidor podrá, según crea convenirle, bien exigir la forma escrita, bien desvincularse
del contrato.
C. Forma solemne voluntaria. Con independencia de los supuestos aludidos en que la
ley predetermina necesariamente una forma ad solemnitatem para el negocio, también
puede ésta ser impuesta por los particulares, dentro del amplio margen que a la autonomía
de la voluntad privada señala el art. 1.255 Cc. En relación a la exigencia de la forma so-
lemne voluntaria, es vieja la discusión de si su prescripción comporta la posibilidad de
desvincularse del negocio celebrado sin observarla o, por el contrario, el negocio conclui-
do sin respetarla desenvuelve su fuerza vinculante antes de la documentación en que con-
siste la forma exigida, a cubrir la cual estaría obligado, por lo demás, el agente del nego-
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§ 50. EXTERIORIZACIÓN DE LA VOLUNTAD Y FORMA DEL NEGOCIO 171
cio. La doctrina tiende a considerar que la solemnidad voluntaria del negocio se establece
para sujetar a ella la validez del negocio.
325. La llamada forma «ad probationem». Los arts. 1.279 y 1.280 Cc.
2.º Los arrendamientos de estos mismos bienes por seis o más años, siempre
que deban perjudicar a tercero.
3.º Las capitulaciones matrimoniales y sus modificaciones.
4.º La cesión, repudiación y renuncia de los derechos hereditarios o de los de
la sociedad conyugal.
5.º El poder para contraer matrimonio, el general para pleitos y los especia-
les que deban presentarse en juicio, el poder para administrar bienes, y cual-
quier otro que tenga por objeto un acto redactado o que deba redactarse en es-
critura pública, o haya de perjudicar a tercero.
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172 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
de la constitución del derecho real de hipoteca (arts. 1.875 Cc. y 145 Lh.); pero hay que
tener en cuenta que la inscripción se refiere, en tal supuesto, a la eficacia del negocio o
contrato de hipoteca y no, a diferencia de la escritura pública en que debe necesariamen-
te expresarse la voluntad del hipotecante, a la perfección del mismo en cuanto tal.
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§ 50. EXTERIORIZACIÓN DE LA VOLUNTAD Y FORMA DEL NEGOCIO 173
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174 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
cia, Barcelona, 1990; SANTOS MORÓN, La forma de los contratos en el Código civil, Ma-
drid, 1996.
Sobre el significado de la declaración y el alcance de las declaraciones recepticias y
no recepticias de voluntad pueden indicarse las interesantes contribuciones de SCHLESIN-
GER, voz «Dichiarazione», en Enciclopedia del diritto, XII, Milano, Giuffré, 1964, págs.
371 ss.; GIANPICCOLO, La dichiarazione recettizia, Milano, 1959; CARRARO, voz «Dichiara-
zione recettizia», en Novissimo Digesto Italiano, V, Torino, Utet, 1960, págs, 587 ss. y
MARTÍN DE LA MOUTTE, L'acte juridique unilateral París, 1951. Vid. también, en nuestra
doctrina, FIGA, «La voluntad, la declaración, Mr. Austin y el Ordenamiento de Alcalá», en
Libro-homenaje a Ramón María Roca Sastre, II, Madrid, Junta de Decanos de los Cole-
gios Notariales, 1976, págs. 165 ss.
En relación a las exteriorizaciones no expresas de la voluntad, pueden verse DE DIEGO,
El silencio en el Derecho, Madrid, 1925; SOTO NIETO, «Estimación jurídica del silencio»,
en Revista de Derecho Español y Americano, XI, 2 (1966), págs. 121 y ss. y DÍAZ AMBRO-
NA, «El silencio en la teoría del negocio jurídico», Actualidad Civil, 1991, pág. 667.
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§ 51. DESCONEXIÓN ENTRE LA VOLUNTAD Y LA MANIFESTACIÓN 175
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176 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
Obsérvese que de este precepto se deduce, en cualquier caso, que el testador corre el
riesgo y, en definitiva, se responsabiliza de que sea eficaz el otorgamiento que eventual-
mente no refleje perfectamente su voluntad interior, si ésta no puede determinarse a tra-
vés del testamento o por vías externas al mismo, lo que será ciertamente difícil, habida
cuenta de la naturaleza del acto como de última voluntad. El ordenamiento, además, por
puras razones de seguridad que, en definitiva, se articulan dando valor a las apariencias,
recorta la trascendencia de aquellos supuestos de error en que la voluntad testamentaria
puede ser defectuosa y no del todo adherente a la declaración, dando lugar consecuente-
mente a una desconexión genérica entre aquélla y ésta, limitando en forma más acusada
—según ya sabemos— que en tema de contrato, la alegación del indicado vicio de la
voluntad. Resultan así conformes a las normas legales, fundamentalmente, las solucio-
nes a que propenden las teorías de la voluntad y de la responsabilidad.
Tal ocurre, por ejemplo, con la condicionada trascendencia de los vicios de la vo-
luntad, que suponen en definitiva una desconexión genérica entre la voluntad y la decla-
ración; con la disciplina del error obstativo sobre la persona y, sobre todo, con el trata-
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§ 51. DESCONEXIÓN ENTRE LA VOLUNTAD Y LA MANIFESTACIÓN 177
La jurisprudencia, por su parte, si exige, como criterio básico para que el contrato
sea válido, la coincidencia de la voluntad real con la declaración externa, se ha hecho
con frecuencia eco, desde antiguo, de los criterios de la responsabilidad, de la confianza
o de la protección de la buena fe y de la seguridad del comercio jurídico, en atención a
los cuales se habría de mantener, aunque fuera por excepción, una declaración cuya dis-
conformidad con la voluntad fuera imputable a su autor (así, en la S. 23 mayo 1935), te-
sis que, reiterada por numerosas resoluciones posteriores (como las SS. 27 octubre
1951, 13 marzo 1952, 16 noviembre 1956 y 1 diciembre 1959, entre otras muchas), es la
que ya sostiene el Tribunal Supremo corrientemente.
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178 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
A. En el caso de la violencia física, en cuanto que, como define el art. 1.267-1 Cc.,
hay violencia cuando para arrancar el consentimiento se emplea una fuerza
irresistible, es claro que la voluntad sólo puede serlo en un sentido figurado o
formal, y que tampoco puede hablarse aquí de una verdadera declaración, que
habría que referir al agente del negocio sobre el que se ejerza la violencia en un
sentido exclusivamente material, por ser completamente incompatible la violen-
cia con la voluntad (de ahí la tradicional calificación de la vis física como abla-
tiva) y, por supuesto, con la voluntariedad de la declaración. No cabe hablar
propiamente en este caso de discrepancia entre la voluntad y la declaración,
puesto que la primera no existe y la segunda es sólo aparente.
Como consecuencia de estas realidades, el negocio conseguido con violencia
debería ser radicalmente nulo y no producir efecto alguno. No obstante, la ley no
siempre es de la misma opinión y, en atención a la apariencia y al principio con-
siguiente de la conservación del negocio, opta a veces por degradar la violencia
a mero vicio de la voluntad negocial realmente inexistente, concediendo al ne-
gocio validez provisional y confiando al agente del negocio violentado y even-
tualmente a su contraparte, la impugnación del negocio. Así se deduce de pre-
ceptos tales como los arts. 1.265 y 1.268, en relación con los arts. 1.300 a 1.302
Cc., en tema de contratos y, con un alcance más general, la Ley 19-2 Comp. Na-
varra, que, con claro lenguaje, dispone que son anulables las declaraciones vi-
ciadas por violencia física grave. La misma orientación parece seguir el legisla-
dor en materia de negocio jurídico testamentario, siquiera la sola referencia a la
violencia y la elusión de la intimidación en el art. 673 Cc. han dado pie a dife-
rentes opiniones doctrinales (vid. en estos Elementos, t. V, § 45).
B. El error obstativo, en cuanto que supone un error en la declaración que puede im-
plicar la falsa representación de la causa o función negocial, del objeto de la negocia-
ción y de la persona con la que el negocio se celebra o a la que el negocio afecta, o con-
sistir en una equivocación material del declarante o en la transmisión de su declaración,
produce una indudable divergencia entre la voluntad interna y la manifestación exterior,
por lo que debería dar lugar siempre, de poder probarse la existencia del error, a la inva-
lidez radical o insubsanable del negocio (vid. supra, núm. 316).
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§ 51. DESCONEXIÓN ENTRE LA VOLUNTAD Y LA MANIFESTACIÓN 179
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180 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
Existe simulación cuando se finge celebrar un negocio jurídico sin que se de-
see igualmente que surtan los efectos propios del mismo. En cierto modo, podría
decirse que la simulación es una figura en algún sentido semejante a la reserva
mental, si bien se diferencia de la misma en que mientras ésta subsiste sólo en el
pensamiento del agente del negocio, la simulación requiere el propósito delibe-
rado y concorde de los interesados en el mismo. Por otra parte, y a diferencia de
la reserva mental, que supone siempre una divergencia entre la voluntad y la de-
claración, en la simulación la divergencia se establece no tanto, aunque también
exista en relación a una de las declaraciones, entre la voluntad y la declaración,
sino más bien entre la declaración que se exterioriza y la declaración que se
mantiene secreta entre los agentes del negocio (o entre el agente del negocio
unilateral recepticio y la persona directamente interesada en el mismo) y que és-
tos desean que sea válida y eficaz entre ellos.
En la simulación, en efecto, la declaración ficticia o aparente, que se exterioriza,
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§ 51. DESCONEXIÓN ENTRE LA VOLUNTAD Y LA MANIFESTACIÓN 181
elemento, la simulación puede ser absoluta o relativa, según que el negocio que se
lleva a cabo sea completamente aparente y se finge realizarlo cuando en realidad no
se quiere ni ése ni otro negocio, o que se manifieste que se celebra un negocio y se
encubra otro que efectivamente se concierta.
La clasificación entre simulación absoluta y relativa, a cuya diferenciación
la jurisprudencia ha dedicado permanente atención (vid. entre las más significa-
tivas, S. 29 octubre 1956), puede ejemplificarse indicando los contratos celebra-
dos ficticiamente con objeto de sustraer bienes a la acción de los acreedores o
recordando, en el segundo caso, el encubrimiento de una donación bajo la apa-
riencia de la celebración de una venta. Otros ejemplos de simulación relativa
que pueden señalarse son los de la ficción de un contrato puro como condiciona-
do o viceversa, la expresión en un contrato oneroso de un precio inferior o supe-
rior al verdadero o la indicación como adquirente en virtud de una convención
de una persona distinta de aquélla para la que la adquisición es querida.
El acuerdo simulatorio tiene siempre por objeto engañar a los terceros, puesto que a
través del mismo se conviene la celebración de un negocio para alcanzar una finalidad dis-
tinta de la que es propio perseguir mediante el negocio aparentemente celebrado. De este
significado básico del acuerdo simulatorio de buscar una finalidad distinta a través del ne-
gocio fingido de la que es propia de él, se deriva la aparente afinidad entre el negocio si-
mulado y los negocios indirectos y fiduciarios, que, sin embargo, son completamente dife-
rentes de aquél y son objeto de consideración específica en otro lugar de este libro (infra,
núms. 341 y 342). En el acuerdo simulatorio al objetivo de engaño acompaña frecuente-
mente, aunque no necesariamente, el ánimo de defraudar (vid., entre otras, SS. 25 junio
1930,29 enero 1945,29 octubre 1956 y 13 febrero 1958), pero también puede ocurrir que
el acuerdo simulatorio obedezca a una finalidad no sólo lícita sino perfectamente inocua.
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182 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
Esta valoración del art. 1.276 Cc. no parece corresponderse con los antecedentes del
precepto ni con la propia sistemática del Código. En efecto, y por influencia francesa, el
concepto de causa falsa recogido en este precepto equivale, de manera genérica, al error
en el que únicamente se fundó el consentimiento y sin cuya equivocación no se habría
contratado. Por otra parte, el propio Código se refiere también a la expresión de una fal-
sa causa con ocasión de la institución de heredero o del nombramiento del legatario en
el art. 767, y respecto de este supuesto se ha considerado ordinariamente que expresión
de una causa falsa significaba expresión de una motivación errónea de la institución o
del nombramiento, no habiendo razón para pensar, salvo que se demuestre cumplida-
mente, que el Código utiliza las mismas palabras con un significado diverso en cada uno
de los preceptos. Por otra parte, que el art. 1.276 refiere la causa falsa a la idea de error
se confirma por el contenido del art. 1.301-2 Cc., con la consecuencia de que la acción
de impugnación nacida del art. 1.276 prescribe a los cuatro años y de que la invalidez a
que el mismo se refiere, en el pasaje que habitualmente se entiende como indicativo de
la simulación absoluta, sería de mera anulabilidad, permisiva de la convalidación del
negocio por el transcurso del tiempo, cuando, en realidad, en el caso de la simulación
absoluta faltan en el contrato fingido los requisitos que el art. 1.261 señala como im-
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§ 51. DESCONEXIÓN ENTRE LA VOLUNTAD Y LA MANIFESTACIÓN 183
Es cierto que esta conclusión se corresponde en buena parte con la que se deriva de
la interpretación habitual del art. 1.276 Cc. en tema de simulación, pero, sobre poderse
considerar técnicamente más correcta, señala con mayor propiedad el ámbito y la opera-
tividad de la simulación. Con técnica mucho más perfecta que la del Cc., en el Derecho
civil navarro se dedica a la simulación la Ley 21 Comp., a cuyo tenor, los actos produ-
cen los efectos propios de la declaración manifestada por las partes, pero si fueran si-
mulados, sólo valdrá lo que aquéllas hayan querido realmente hacer, siempre que fuere
lícito y reúna todos los requisitos formales que la ley exija para el mismo. La nulidad de
la declaración simulada no puede alegarse contra terceros de buena fe.
cias. Como dice la S. 30 octubre 1999, la acción no es pública, sino que es nece-
sario para su eficaz ejercicio que quien actúe procesalmente con aquella
finalidad tenga un interés jurídico protegible.
Esta acción de impugnación encuentra su razón de ser en la conveniencia de
que se compruebe la verdadera realidad jurídica oculta bajo una falsa apariencia.
consecuencias de esta significación de la acción de simulación —cuyo ejercicio
conlleva la carga de aportar unas pruebas con frecuencia de difícil posesión—
son, de una parte, el carácter de su imprescriptibilidad y la amplitud de la legiti-
mación para su ejercicio. Además de los simulantes o sus herederos, está legiti-
mada para ejercitar la acción de simulación toda persona interesada o afectada
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184 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
por ella, como, por ejemplo, los legitimarios de los simulantes, sus acreedores,
los arrendatarios de los bienes aparentemente enajenados, los adquirentes o ce-
sionarios de las posiciones jurídicas derivadas de la simulación y, en general,
cualquier otro interesado.
El ejercicio de la acción de simulación está encaminado a pedir que se decla-
re la existencia de la misma. Si la simulación es absoluta el contenido de la de-
claración se concretará a la nulidad radical del negocio simulado, en base a que
sobre él no recayó el consentimiento que exige el art. 1.261 Cc. para la existen-
cia del contrato; si la simulación es relativa, la declaración considerará nulo el
negocio o contrato simulado o aparente en base a las mismas razones, pero de-
terminará también la validez del contrato disimulado u ocultado, siempre, natu-
ralmente, que reúna los requisitos necesarios.
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§ 51. DESCONEXIÓN ENTRE LA VOLUNTAD Y LA MANIFESTACIÓN 185
cos, Barcelona, 1986; DURÁN RIVACOBA, Ramón, Donación de inmuebles. Forma y simu-
lación, Pamplona. 1995 y SALVADOR CODERCH, P. y otros, Simulación y deberes de
veracidad. Derecho civil y Derecho penal: dos estudios de dogmática jurídica, Madrid,
1999; recordando, por otra parte, las importantes aportaciones en obras más generales (en
particular, el Negocio jurídico, de DE CASTRO) y los muy numerosos comentarios de juris-
prudencia, muchos de ellos en Cuadernos Civitas de Derecho Civil. Véanse mayores pre-
cisiones en los vols. correspondientes a contrato (II, 1.º) y matrimonio (IV).
Sobre otros supuestos de desconexión, GORDILLO CAÑAS, «Violencia viciante, violen-
cia absoluta e inexistencia contractual», RDP, 1983, págs. 214 ss.; JORDANO FRAGA, Fran-
cisco, Falta absoluta de consentimiento e ineficacia contractuales, Bolonia, 1988 y VERDA
BEAMONTE, «error obstativo», CCJC, 53, P. 619.
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186 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
A. El art. 1262. El epígrafe de la sección tercera del Capítulo II, título II, li-
bro IV del Cc. reza así: «De la causa de los contratos». Según esto, cada contrato
tendría una causa. También el art. 1.262 al exigir que el consentimiento de am-
bos contratantes, es decir, «el concurso de la oferta y de la aceptación», recaiga,
además de sobre el objeto, sobre la «causa que ha de constituir el contrato», pre-
supone que el contrato tiene una causa: que hay un requisito del contrato que se
llama causa. Así resulta, finalmente, del art. 1.261-3: «no hay contrato sino
cuando concurre... causa».
Para la mayor parte de la doctrina, estos preceptos exigen para la existencia
o validez del contrato un requisito, la causa, distinto y además del consentimien-
to y del objeto. Este requisito entrañaría una exigencia de seriedad, realidad y
moralidad del contrato: no habría contrato, por falta de causa, cuando las partes
contratantes se limitan a simular, a fingir que pactan, sin querer las aparentes es-
tipulaciones, o bien cuando lo convenido es indigno de tutela o (además) inmo-
ral. Siendo cierta en lo esencial esta consecuencia, no parece, sin embargo, que
entonces la causa del contrato constituya un quid distinto del contenido, sino que
más bien representa sólo una cualificación del mismo, amén de la exigencia de
que tal contenido sea real, todo lo cual es una cuestión de consentimiento o, en
su caso, de objeto.
Es a este contenido al que se refiere el art. 1.262 cuando exige «el concurso
de la oferta y la aceptación sobre la cosa y la causa que han de constituir el con-
trato»: las partes han de estar de acuerdo, tanto sobre las cosas o servicios que
van a constituir el objeto de la prestación (su clase, calidad y cantidad, tiempo y
lugar, etc.), como sobre el género de transacción que pretenden concluir: trans-
misión de la propiedad o del uso, o prestación de servicios mediando precio o
no, etc. Pero para apreciar que las partes se han puesto de acuerdo en celebrar tal
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§ 52. ¿CAUSA DEL NEGOCIO JURÍDICO? 187
enumera los requisitos sustanciales de tal instituto, de modo que sin ellos —dice—
no hay contrato, no requiere una «causa del contrato», sino precisamente una
«causa de la obligación que (en el contrato) se establezca». Tal expresión preci-
sa y delimita el sentido del requisito. Nos hallamos en el terreno de los contratos
productores de obligaciones: de los que vinculan al promitente —a ambas par-
tes, en su caso— a realizar en el futuro una prestación. Pues bien: es a esta vin-
culación individual, no al entero contrato, a la que se le exige una causa.
Esta causa, en los contratos onerosos, es la contra prestación esperada o reci-
bida del obligado. Lo explica, sin lugar a dudas, el período inicial del art. 1.274: en
tales contratos se entiende por causa «para cada parte contratante, la prestación o
promesa de una cosa o servicio por la otra parte»: una causa distinta para cada
contratante, bien se ve: no una causa única para el contrato en sí. Entonces, sustitu-
yendo en el art. 1.261-3.º la expresión «causa de la obligación que se establezca»
por la definición de la misma en el art. 1.274, viene a decir dicho art. 1.261-3.º que
«no hay contrato oneroso sino cuando concurre... para cada parte contratante, la
prestación o promesa de una cosa o servicio por la otra». Se vincula el uno porque
el otro promete o presta, de modo que es esta promesa o prestación del otro la cau-
sa de que llegue a existir y sea eficaz la vinculación del uno.
Esto segundo tiene más sentido. El contrato oneroso lleva consigo un intercambio
de prestaciones: el comprador debe pagar el precio al vendedor y éste entregarle la cosa.
Y de prestaciones conexas, correlativas, condicionándose recíprocamente: como vere-
mos al estudiar el Derecho de obligaciones, si el vendedor no entrega la cosa vendida, el
comprador puede resolver la venta. Es esa correlación de las prestaciones la que, previa-
mente, condiciona la realidad del contrato (sinalagma genético).
tiene por causa la de la otra, o, en general, la ventaja que espera obtener del con-
trato; en los a título gratuito ha sido preciso buscar la causa en otro ámbito: DO-
MAT ya había señalado que podía estar en «cualquier motivo razonable y justo,
como un servicio prestado o cualquier otro mérito del donatario», pero como ha-
bía añadido que ese motivo podía ser «el solo placer de hacer el bien», la doctri-
na concluyó que la causa del contrato a título gratuito es la intención liberal, de
prestar u obligarse sin recibir nada a cambio (sobre negocios onerosos y gratui-
tos, infra, núm. 352, C).
El legislador, en suma, exige que cada vinculación (la facultad de pedir del
uno, la obligación de prestar del otro) esté justificada. Cada compromiso, cada
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188 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
deuda, requiere una justificación: si se contrae sin ella, no vale, por falta de cau-
sa. La adquisición de cualquier posición jurídica precisa de una causa real y vá-
lida, y esto es lo que vienen a explicar los artículos hasta ahora citados: el 1.261-
1 y el 1.274, así como el 1.275, según el cual (lo transcribo en lo que aquí intere-
sa) los contratos sin causa no producen efecto alguno.
Esta es, sobre todo, la explicación del período inicial del art. 1.274: cuando yo com-
pro un vagón de cemento a Matilde por tal precio, causa (en el sentido de tal precepto)
de mi obligación de pagar el precio es la obligación que contrae Matilde de entregarme
el cemento, y viceversa. Son las relaciones de crédito y deuda, aisladas, las que tienen,
cada una, una causa, que justifica su existencia. Claro que, en la conversación corriente,
yo diré que Matilde me debe el cemento por compra, y Matilde dirá lo mismo en cuanto
a las pesetas que yo le debo. Pero en lenguaje legal la causa de las obligaciones que asu-
mimos (de entregar el cemento y el dinero, respectivamente) es la perspectiva de la obli-
gación ajena: yo me obligo a dar esto porque ella se obliga a dar lo otro.
O mirada la cuestión desde el punto de vista de los créditos resultantes de la venta: yo
soy acreedor de un vagón de cemento porque me he obligado a dar tantas pesetas: porque
le he atribuido a Matilde el derecho de exigirme tantas pesetas. Mi crédito tiene como cau-
sa el de Matilde.
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§ 52. ¿CAUSA DEL NEGOCIO JURÍDICO? 189
mis bienes, sea la propiedad de los mil, sea mi crédito por los mil. Y es ese enri-
quecimiento determinado por la atribución patrimonial el que requiere una causa
que lo justifique (justa causa).
En su sentido más amplio se entiende por atribución patrimonial todo bene-
ficio valuable que recibe un sujeto a costa de otro. No importa la naturaleza del
beneficio: puede consistir en la adquisición de un derecho, real o de crédito; o en
la desaparición de una carga (por ejemplo, consolidación de la plena propiedad
por extinción voluntaria del usufructo), o en la condonación de una deuda, etc.
Esto lo vieron ya los juristas romanos, que, en lugar de establecer un nuevo requisi-
to para el contrato —la causa— distinto del consentimiento de las partes recayendo so-
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190 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
na, los arts. 609 y 1.261 exigen una causa justificativa para cualquier atribución: o de
propiedad, o de crédito: en este último caso, «causa de la obligación que se establezca».
Con la consecuencia de que si falta la causa, la atribución no es válida.
La causa, así entendida, continúa ejerciendo su influencia sobre la obligación ya naci-
da o sobre la prestación ya realizada. En los contratos sinalagmáticos, y como consecuen-
cia de la co-causalidad entre las obligaciones o prestaciones de las partes, no cumpliendo
una de ellas cuanto le corresponde, no puede exigir a la otra que cumpla a su vez (arts.
1.101, 1.308), y la parte que ha cumplido ya o está dispuesta a cumplir puede resolver el
contrato si la otra no realiza la prestación a que viene obligada (art. 1.124). Estas reglas
ponen de relieve cómo la correlación entre las prestaciones prometidas que justifica el cru-
ce de promesas recíprocas en el momento de celebrarse el contrato (sinalagma genético),
persiste a lo largo de la ejecución del mismo (sinalagma funcional): en términos más ge-
nerales cabe decir que la causa de la atribución (en los contratos onerosos, para cada parte
la promesa o prestación de la otra) sigue influyendo sobre la suerte ulterior de la misma, lo
cual se observa también cuando el objeto a prestar padece vicios materiales o jurídicos que
lo hacen menos valioso, dando ello lugar a la obligación de saneamiento; y, desde otro
punto de vista, en los supuestos de desaparición de la base del negocio de que se trata in-
fra, núm. 337: también los propósitos de las partes distintos de la causa típica de la atribu-
ción influyen sobre la suerte ulterior del negocio ya formado válidamente, pudiendo deter-
minar su resolución. Todas estas consecuencias se relacionan, finalmente, con un posible
papel de la causa, como custodio del equilibrio de las prestaciones o promesas correspecti-
vas, que operaría asimismo en los casos de alteración general de las circunstancias en las
que se enmarcó el contrato.
tarlo.
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§ 52. ¿CAUSA DEL NEGOCIO JURÍDICO? 191
Por ejemplo, en el Derecho romano más antiguo el contratante que se vinculaba me-
diante stipulatio a pagar cierta suma debía cumplir en cualquier caso; también si la en-
trega prometida por el estipulante era restitución de una cantidad que éste esperaba reci-
bir en préstamo y que nunca recibió. Es característico de la stipulatio, no sólo que no
expresa la razón o causa por la cual promete el deudor, sino, sobre todo, que su validez
es totalmente independiente de tal razón o causa (aunque en el Derecho pretorio sea po-
sible, ulteriormente y sin dejar de ser válida la promesa, rectificar las consecuencias in-
justas de esa disciplina).
Asimismo, en cierta época del Derecho romano, y hoy en el Derecho alemán, la trans-
ferencia de la propiedad o la constitución de un derecho real requieren solamente el acuer-
do de transmitente y adquirente sobre el hecho mismo de la transferencia, y no sobre el
motivo o causa de ella. O sea: el transmitente debe querer transmitir, y el accipiens querer
recibir: esto es lo indispensable, y esto basta. Si no están concordes, por ejemplo, en la ra-
zón del desplazamiento (como si Primus piensa que ha vendido la finca a Secundus, y éste
la recibe porque cree que se la donan), eso carece de trascendencia a efectos de la transmi-
sión, que se verifica igualmente (Secundus recibe la propiedad de la finca).
Así, por la exigencia o no de causa para la validez del negocio podemos dis-
tinguir dos maneras de contemplar una obligación asumida o una transferencia
realizada:
a) En el marco de la relación de intercambio o de la intención de gratificar,
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192 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
a) Según veremos con mayor copia de argumentos en el tratado de los derechos rea-
les, nuestro Cc., de acuerdo con la tradición y singularmente con las Partidas, requiere,
para que la entrega de una cosa con ánimo de transferir su propiedad llegue a conseguir
tal efecto transmisivo, la presencia de una justa causa: generalmente, un contrato ante-
rior válido de compra, donación, permuta, etc., o cualquier otra obligación de entrega.
Si el contrato fuera nulo la causa —en nuestro sistema— no sería justa, y la transmisión
no tendría lugar.
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Tal es el significado del art. 609 Cc. al establecer que la propiedad se transfiere me-
diante la tradición «por consecuencia de ciertos contratos», y el del artículo 1.901 cuando
permite a quien cobró algo que no se le debía, quedarse con lo cobrado si demuestra que la
cosa se le entregó «a título de liberalidad o por otra causa justa», pero no en ausencia de
esa «justa causa» que respalda su adquisición pese a la inexistencia de deuda.
b) En el terreno del reconocimiento de deuda o promesa de pago tampoco en el Dere-
cho español es viable eliminar la influencia de la causa, pues a ello se oponen: a) el art.
1.261, que al exigir una causa de la obligación que se establezca para la validez del con-
trato, abarca también el reconocimiento o promesa, aun unilaterales, claramente incluidos
en su ratio, b) el art. 1.262 en relación con el 1.276, pues si el consentimiento ha de versar
sobre la causa o contenido del contrato, no cabe independizar luego la eficacia del recono-
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§ 52. ¿CAUSA DEL NEGOCIO JURÍDICO? 193
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194 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
En efecto: obsérvese que el negocio jurídico, sea cualquiera el concepto del mismo
que aceptemos, es, para nosotros, el resultado de una abstracción, cuya utilidad reside
en orientar sobre la posible aplicación analógica de aquellas normas de los contratos, el
testamento, el matrimonio, etc., que soportan la generalización. El planteamiento co-
rrecto del problema, entonces, según me parece, habría de ser éste: ¿Puede trasladarse el
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§ 52. ¿CAUSA DEL NEGOCIO JURÍDICO? 195
éste funciona de igual modo cuando hay negocio testamentario y cuando no lo hay y care-
ce de toda influencia sobre el destino del patrimonio relicto.
El profesor DE CASTRO, para defender la doctrina contraria, se ve forzado a llamar
«causa», a la vez, al fallecimiento del causante y a la estructura de la disposición (amén de
a los motivos): es éste uno de los puntos más débiles de su, por lo demás, excelente libro.
El propio autor mantiene la existencia de una causa, asimismo, en los negocios de De-
recho de familia, poniendo como ejemplo el matrimonio simulado, el destinado a comuni-
car la nacionalidad o una situación arrendaticia o proporcionar una pensión de viudedad,
el matrimonio canónico al que se le ha puesto una condición contraria a la esencia del ins-
tituto, el reconocimiento del hijo natural con el fin exclusivo de adquirir su herencia, o la
emancipación del hijo para que avale una letra de su padre (también para que ejercite un
retracto sobre bienes vendidos por su padre), etc. Mas se trata, en estos casos, de vicios del
consentimiento, de ilicitud de los motivos o de abuso del derecho, y no de defecto de un
requisito causal que no conoce —y, menos, exige— la Ley.
La causa, en definitiva, es un requisito propio de los contratos, en cuya sede hemos de
proseguir, por tanto, su estudio.
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196 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
gar (causa civilis obligandi). Luego, cuando se rompe el sistema romano que sólo admi-
te la existencia jurídica y consiguiente efectividad de un numerus clausus de contratos,
todavía POTHIER —por ejemplo— opina que las convenciones que no tienen una deno-
minación particular valen «si tienen una causa». La «causa» no puede entenderse, en-
tonces, sino como «merecimiento de tutela» del negocio por parte del ordenamiento.
Con lo cual la relevancia del negocio va a seguir una doble vía: donde impera la autono-
mía de la voluntad, la causa es más bien un requisito negativo, es decir, un motivo para
rehusar la protección que se concede por regla general a los contratos de cualquier clase
que celebren las partes; mientras que en los negocios llamados legítimos, en los cuales
la voluntad del declarante sólo puede decidirse por celebrarlos o no (una aceptación de
herencia, la adopción en lo más sustancial, etc.), se confunde la causa así entendida con
el ser del negocio: con el tipo.
B. Causa y tipo. Saber de qué contrato se trata es esencial para discernir sus
límites y las leyes imperativas y supletorias a que se halla sometido. La indaga-
ción dará unas veces como resultado incluirlo en una normativa peculiar con
toda su secuela de posibles prohibiciones, límites y previsiones supletorias de la
voluntad de los contratantes: en una estructura típica (tipo), que el ordenamiento
ha predispuesto y que desempeña una función económico-social digna de tutela.
Otras veces, el contrato se aleja de los tipos conocidos, o combina varios de
ellos (contratos complejos, mixtos, etc.), y queda sometido —aparte la norma-
tiva general de los arts. 1.254 y ss.— a reglas heterogéneas, tomadas aquí y allá,
a fin de suplir las lagunas y evitar la elusión de preceptos imperativos (vid.
supra, núm. 305, b) y c).
A veces, se utiliza un tipo contractual con finalidad diferente de la típica: así
cuando, a través de la compraventa, contrato que tiene como fin la transferencia
de la propiedad, se tiende a realizar un interés distinto de ella, y por tanto anor-
mal respecto de la estructura utilizada (pero, en todo caso, merecedor de tutela):
el ejemplo más elocuente es el de la venta en garantía, en el que el dominio se
transmite para garantizar la restitución de un préstamo.
Quiere ello decir que, no obstante la utilización de determinada estructura, el
interés que se tiende a realizar mediante ella puede ser, no el que normalmente le
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corresponde, sino otro distinto, momento en el cual cabe observar cómo el con-
trol del ordenamiento se centra más sobre la naturaleza del interés que sobre la
estructura empleada para satisfacerlo.
«De hecho —dice FERRI—, el contrato puede realizar también intereses nuevos y di-
versos, con tal que sean merecedores de tutela; y la realización de estos intereses nuevos
y diversos se puede actuar, sea a través de la atribución de una nueva función a las es-
tructuras ya típicas, sea a través de la creación de nuevas estructuras.»
En estos últimos casos el «merecimiento de protección» no exige cualidades positivas
singulares, sino, simplemente, lo que el citado autor llama «normalidad social», que se de-
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§ 52. ¿CAUSA DEL NEGOCIO JURÍDICO? 197
tecta sobre todo contemplando la naturaleza del interés satisfecho, más que el tipo de es-
tructura de la actividad desarrollada para conseguirlo.
Una y otro «se refieren —explica el citado FERRI— a momentos diversos del proce-
dimiento lógico a través del cual se atribuye eficacia jurídica a las estructuras y a las re-
glas privadas; la causa es un elemento propio del momento de la valoración, y el tipo
del momento de la calificación; y si valoración y calificación o clasificación son opera-
ciones necesarias ambas a los fines de la determinación de los efectos que se pueden
atribuir al negocio, y por consiguiente si tales operaciones vienen desarrolladas a la vez
y están necesariamente vinculadas entre sí, con todo son operaciones lógicamente dis-
tintas. La primera tiende a resolver, sobre la base de la clasificación del acto de autono-
mía privada, el problema de la inserción de la regla y de la estructura privada en el or-
den jurídico; en cambio, la segunda, tiende a resolver el problema de los efectos que la
estructura y la regla pueden producir, una vez que se han inserto en el ordenamiento».
Por lo demás, los supuestos que señala la doctrina como de influencia del hi-
potético requisito de la causa en los negocios no económico-contractuales reve-
lan sólo la posible trascendencia, en algunos de ellos, de los motivos que impul-
san al consentimiento negocial. Son casos en los cuales el móvil o presupuesto
esencial que determinó a las partes a declarar (a veces, a una de ellas) no existe
en la realidad o es ilícito, todo lo cual hace tránsito a un problema diferente del
de la causa en sentido estricto.
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198 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
puesto determinante del convenio» (SS. 15 febrero 1982 y allí citadas). «La causa —dice
la S. 22 diciembre 1981— no puede ser confundida con el fin individual (mero interés o
motivo) que animó a cada contratante a su proceder, y para que los motivos subjetivos
repercutan en la plenitud del negocio... será necesario que tales determinantes, conoci-
das por ambos intervinientes, hayan sido elevadas a presupuesto del pacto concertado, o
quedando a manera de causa impulsiva»: por ejemplo, si se incorporan a la declaración
de voluntad en forma de condición o modo. Los motivos «quedan remitidos a la esfera
interna subjetiva de los contratantes» (S. 17 noviembre 1983). Los «móviles o motivos
subjetivos» de las partes pueden tener repercusión jurídica, siempre que sean reconoci-
dos por ambos contratantes, que los eleven a condición determinante del pacto concerta-
do (S. 30 septiembre 1988). Los móviles o motivos alcanzan trascendencia jurídica
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§ 52. ¿CAUSA DEL NEGOCIO JURÍDICO? 199
El propio art. 1.275, al decir que los contratos sin causa... no producen efec-
to alguno, parece incluir entre los elementos reguladores de la eficacia y validez
del negocio aquellas previsiones y finalidades subjetivas que las partes han en-
tendido concordemente constituir en presupuesto de la existencia del contrato (y,
por extensión, del negocio). Pero esta idea sólo puede aceptarse en límites muy
estrictos.
especial relieve en la obra de WINDSCHEID, quien formuló a tal fin, con relación al Dere-
cho de pandectas, su conocida teoría de la presuposición. Es ésta —dice— «una condi-
ción no desarrollada»: ciertas circunstancias, presentes o futuras, actúan en el espíritu
del contratante como motivos esenciales, de tal suerte que si el sujeto supiera que no
existen o no llegarán a verificarse, no habría contratado, constituyendo tales circunstan-
cias, por tanto, para él, un presupuesto de eficacia del contrato, aunque no lo ha elevado
a condición explícita. La tesis del gran pandectista alemán, que no tuvo aceptación en su
país, tampoco vale para el Cc. En él, las premisas aceptadas por una de las partes no
pueden tener otro tratamiento que el del error, sin que el fallo de los motivos individua-
les para contratar equivalga a la ausencia de causa del art. 1.275: de lo contrario la regu-
lación del error quedaría sobrepasada y rectificada por un precepto cuyo significado
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200 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
vendría dado desde fuera, por el intérprete, mediante una definición de la causa en pug-
na con la economía general de los arts. 1.274 a 1.277.
B. La base del negocio. Ahora bien: si la aplicación de la disciplina del error restringe
a niveles ínfimos la operatividad de la presuposición individual, no cabe decir lo mismo
de aquellos motivos y representaciones que, aun siendo propios de una situación concreta
y de la subjetividad de unos determinados contratantes, son compartidos por todos y supo-
nen para ellos un presupuesto y condición de efectividad de lo convenido.
La doctrina alemana habla, en tales casos, de base del negocio, compuesta por las re-
presentaciones de que partieron los contratantes y que orientaron sus estipulaciones: sea
las específicas circunstancias —pasadas, presentes o futuras— que les llevaron a contratar
en los términos en que lo hicieron; sea aquellos eventos y situaciones cuya existencia o
continuidad presuponen las partes aun sin tener conciencia de ellos; sin que propiamente
se representen en su espíritu, al estimarse absolutamente seguros: por ejemplo, la subsis-
tencia del sistema monetario o de las condiciones económicas existentes en la fecha de ce-
lebración del contrato. En la importante reforma del BGB operada en 2001, su §. 313 ha
recogido la «alteración de la base del negocio» de la manera que hasta ese momento ha-
bían elaborado doctrina y jurisprudencia.
El ejemplo clásico de base del negocio lo ofrecen, en Gran Bretaña, los llamados «ca-
sos de la coronación» (alquiler de piso o balcón para ver pasar el cortejo de la coronación,
que luego va por otra calle, o en día distinto del señalado en el alquiler). O bien, los con-
tratantes tienen por cierto que en determinado lugar y época va a tener lugar una feria de
muestras, y en atención a ese hecho pactan el arriendo de un local, pero al final la feria no
se celebra. Los ejemplos se prolongan hasta los clásicos de la cláusula rebus sic stantibus:
se contrata un suministro a largo plazo, en la idea de que se mantendrán constantes ciertas
condiciones económicas que, al contrario, luego se alteran profundamente.
Entre nosotros, el profesor DE CASTRO cita una serie de sentencias que dan relevancia
a los motivos en casos en los cuales éstos constituyen presupuesto común de los contratan-
tes: así, se entiende que el negocio carece de causa cuando no se da la circunstancia que
era «fin del contrato mismo», «por desaparición de la base en que asentaba» (S. 30 junio
1948, poder tener fachada a otra calle; S. 1 junio 1954, se habían adjudicado acciones, no
en concepto de donación, sino «en premio de facilidades» para la testamentaría, que luego
se niegan); y no sólo cuando ese fin se ha expresado (lo que ocurría en los dos casos ante-
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riores), sino incluso cuando, aun no expresado, resulta claramente de las circunstancias del
caso (S. 25 octubre 1920, donaciones —cubiertas por ventas— a prometido de la hija, me-
dio idiota y en estado; la hija fallece antes de la fecha fijada para el matrimonio; se consi-
dera éste motivo causante de las donaciones y sin causa al no realizarse el proyectado ma-
trimonio).
La alegación por los litigantes de la falta o decaimiento de la «base del negocio» (mu-
chas veces conjuntamente con la cláusula rebus sic stantibus) es frecuente y asimismo, por
lo tanto, los pronunciamientos judiciales. En ocasiones el T. S. ha teorizado sobre la cues-
tión, como en la S. 14 diciembre 1993, que distingue entre base del negocio entendida
subjetivamente y la base del negocio objetiva: «La primera consiste en las representacio-
nes de las que las partes en un contrato han partido para sus estipulaciones, en una común
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§ 52. ¿CAUSA DEL NEGOCIO JURÍDICO? 201
representación mental por la que ambas se han dejado guiar al fijar el contenido contrac-
tual. La segunda, en un conjunto de circunstancias cuya existencia o persistencia son nece-
sarias para lograr que se alcance el fin del contrato o para que las prestaciones pactadas no
resulten desequilibradas con grave onerosidad si se cumplen de modo que se destruya la
relación de equivalencia entre ellas» (vid. SS. 6 diciembre 1992,7 mayo 1993,20 abril
1994 y 29 mayo 1996).
Como se ve, acepta el T. S. como regla que cuando las partes presuponen de común
acuerdo, para que el negocio tenga efectividad, tal hecho o circunstancia, esa base común
será determinante para aquel negocio, dependencia que se puede razonar alegando que la
base constituye una condición implícita; o bien el «error en los motivos» —sobre la reali-
dad de los hechos y circunstancias— sufrido por un contratante y cognoscible por el otro,
que vicia el consentimiento (art. 1.266); pero también se puede fundar la eficacia de la
base del negocio sobre el art. 1.275 y como un supuesto, si tal base desaparece, de ausen-
cia de causa: al fallar el presupuesto común, el contrato queda desprovisto de causa y «no
produce efecto alguno».
Esta última solución, con todo, choca con un obstáculo práctico: mientras el contrato
viciado de error es anulable y el condicionado tiene su eficacia suspendida pero es válido,
el contrato sin causa es nulo de pleno derecho. Aquí, en cambio, parece más adecuado —y
tal es la solución alemana— que la falta de base no opere automáticamente invalidando el
negocio, sino que permita impugnarlo o resolverlo a la parte interesada, o acaso pedir sim-
plemente su modificación: todo ello se verá con mayor detenimiento en sede del Derecho
de obligaciones, tomo II, vol. 1.º, §§ 58 y 69.
sentimiento», y añade unos ejemplos. «yo vendo —dice— una casa que no existe, creyén-
dola existente: la obligación será nula, porque no hay causa o ésta resulta falsa.» «Dono a
uno por determinados servicios que me hizo, y aparece después que no fue él, sino otro,
quien los hizo: la donación será nula porque se fundó en una causa falsa».
En el supuesto que contempla el art. 1.276 entra, pues, también el fallo de algún pre-
supuesto o motivación en el negocio, con suficiente relieve para asumir el papel de causa.
El contrato con «causa falsa» (en el sentido ahora expuesto), de acuerdo con lo expli-
cado para la base del negocio (teoría que encuentra un considerable apoyo en este precep-
to) no es nulo, sino meramente impugnable: el art. 1.276 habla de nulidad, pero el 1.301
aclara que la «acción de nulidad» es de las que duran sólo cuatro años: en los casos de
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202 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
A. En general. Los negocios típicos no son ilícitos en sí, sino por sus cir-
cunstancias: una venta, por ejemplo, lo será si los sujetos no pueden contratar
entre sí por prohibirlo la ley, o si el objeto es inmoral o delicadito, o lo es el pro-
pósito de las partes al contratar; una sociedad es ilícita si se propone ejercer acti-
vidades contra las buenas costumbres o la propiedad ajena, etc.
En materia de actos mortis causa la ilicitud puede venir del objeto de la dis-
posición (de ilícito comercio) o de las condiciones que se imponen al sucesor.
También pueden ser contrarios a la ley los actos de Derecho de familia (matri-
monio bajo impedimento, reconocimiento de un hijo extramatrimonial no pro-
pio).
En cuanto a los negocios ilícitos por contradecir prohibiciones legales, la
moral o el orden público, vid. supra, núm. 306.
B. En particular, la causa ilícita. No es frecuente que las cosas objeto de
prestación sean en sí ilícitas: ello sólo podría ocurrir si su misma existencia (su
fabricación, extracción o cultivo, pues) se hallase prohibida por el ordenamien-
to. En otro caso, lo ilícito es su tráfico (armas o drogas, por ejemplo). Las presta-
ciones de hacer más fácilmente pueden ser, ellas mismas, ilícitas: la promesa de
causar daño a otro, o la de recomendar la compra de ciertos objetos a un ministe-
rio a cambio de una comisión, o la de abstenerse de concurrir a una subasta por
precio, o de suicidarse.
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§ 52. ¿CAUSA DEL NEGOCIO JURÍDICO? 203
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204 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
En esta obra, del fraude de ley no hemos ocupado supra, vol. 1.º, núm. 85, con refe-
rencia, en términos más generales, a los actos en fraude de ley. Por otra parte, la simula-
ción ha sido objeto de estudio en el § 51 dedicado a la desconexión entre la voluntad y la
manifestación (núms. 329- 331), donde se ha advertido del planteamiento doctrinal más
generalizado que sitúa el análisis de la simulación en los problemas de la causa («expre-
sión de una causa falsa») y como una anomalía de la misma.
Nos queda aquí ocuparnos de los otros dos casos, en que ciertos negocios jurídicos
—por lo común, contratos— se presentan externamente con un tipo que no corresponde a
la finalidad realmente pretendida por las partes. Además, en la Teoría general del contrato
(t. II, vol. 1º) se volverá a hablar más detalladamente de contratos simulados (§ 52), fidu-
ciarios e indirectos (§ 61).
Por ejemplo:
a) La llamada «transmisión en garantía». Ante la solicitud de préstamo, el prestamista
exige al que pretende contratar con él que, en garantía del préstamo que le hace, en lugar
de hipotecarle sus fincas, le transmita la propiedad de ellas, comprometiéndose el presta-
mista a devolverlas cuando se le restituya el capital prestado. Este contrato puede tener por
objeto eludir la prohibición del pacto comisorio, de manera que el prestamista se quede
con las fincas si no se le paga el principal e intereses. Pero podría tener también motivos
fiscales. Cabe convenir que el transmitente se quedará con las fincas en calidad de arren-
datario, abonando una renta que representará los intereses del préstamo.
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§ 52. ¿CAUSA DEL NEGOCIO JURÍDICO? 205
Frente a los acreedores del adquirente, que pretendan embargar el bien recibido por
éste, el fiduciante tendrá el trato de un «acreedor de dominio», puesto que a tales efectos
se entiende que no transmitió la propiedad al fiduciario: no hay, pues, cuestión de pre-
guntar si tiene o no privilegio o prelación.
En principio, y si no es otra la voluntad de las partes, el fiduciante tiene derecho a los
frutos y accesiones de la cosa entregada en fiducia, y responde de las contribuciones, y de
los daños causados por ella. Igualmente, demostrándose que la venta es fiduciaria, no ha-
brá lugar al retracto, si bien éste se dará al consolidarse el dominio en el fiduciario.
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206 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
En la jurisprudencia reciente la S. 19 junio 1997 dice del contrato fiduciario, con cita
de la S. 9 de diciembre de 1981 (compra de una farmacia a través de persona interpuesta,
recibiendo el testaferro la suma precisa para realizar la operación a su nombre aparente-
mente en préstamo), que «aparece definido jurisprudencialmente como aquel convenio
anómalo en el que concurren dos contratos independientes, uno, real, de transmisión plena
del dominio, eficaz erga omnes y otro, obligacional, válido inter partes, destinado a com-
peler al adquirente a actuar de forma que no impida el rescate de los bienes cuando se dé el
supuesto obligacional pactado».
De manera similar, la S. 2 diciembre 1996: «el negocio fiduciario consiste en la atri-
bución patrimonial que uno de los contratantes, llamado fiduciante, realiza en favor del
otro, llamado fiduciario, para que éste utilice la cosa o el derecho adquirido, mediante la
referida asignación, para la finalidad que ambos pactaron, con la obligación de retransmi-
tirlos al fiduciante o a un tercero cuando se hubiera cumplido la finalidad prevista, y esta
Sala ha proclamado reiteradamente que, cuando no envuelve fraude de ley, el contrato ex-
plicado es válido y eficaz».
La «teoría del doble efecto» (real y obligacional), más habitual en la jurisprudencia, es
criticada por la doctrina. También, a veces, por la DGRN, como en la R. 30 junio 1987. La
S. 15 junio 1999 analiza como negocio simulado —no fiduciario— y nulo por infringir la
prohibición de pacto comisorio, una venta en garantía. Cfr. SS. 6 julio 1992 y 26 julio
2004, entre otras muchas.
A veces las partes, mediante un negocio que conserva su figura típica, consi-
guen ulteriormente un resultado propio de otros tipos negociales. Pensemos en
la venta de una hectárea de buena huerta por veinte mil pesetas. Existen los ele-
mentos de la venta, cosa y precio, pero dado lo bajo de éste, el negocio produce
simultáneamente los efectos de una donación. En él el elemento precio se lleva a
su extremo cuantitativo, desempeñando su función propia formalmente, pero no
materialmente: puede decirse que el acto tiene forma de compraventa, pero sus-
tancia de donación.
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§ 53. CONDICIÓN, TÉRMINO Y MODO 207
privato»), en la Enciclopedia del Diritto, VI, Milán, 1960, pág. 547; CAPITANT, De la cau-
sa de las obligaciones, trad. esp., Madrid, s. a. (pero 1928).
En nuestra doctrina, BERCOVITZ, Rodrigo, «La doctrina de la base del negocio en el or-
denarniento jurídico alemán», Homenje Vallet, t. VI, pág. 19; CLAVERÍA Gosálbez, La cau-
sa del contrato, Bolonia, 1998; DE LA CÁMARA, Meditaciones sobre la causa, en RCDI,
1978, pág. 637; DE LOS MOZOS, «Causa y tipo en la teoría del negocio jurídico», RDP,
1970, pág. 739; «Negocio abstracto y reconocimiento de deuda», ADC, 1966, pág. 369;
DÍEZ PICAZO, «El concepto de causa en el negocio jurídico», ADC, 1956, pág. 578; JORDA-
NO BAREA, «La causa en el sistema del Código civil español», Centenario del Código civil,
I, Madrid, 1990; LÓPEZ VILAS, «Negocios jurídicos abstractos», RDP, 1965, pág. 487; Car-
men GETE-ALONSO, Estructura y función del tipo contractual, Barcelona, 1979; SANCHO
REBULLIDA, «La causa de la obligación en el Cc.», en RLJ, 1971, pág. 663; ESPERT, La frus-
tración del fin del contrato, Madrid, 1968; TORRALBA SORIANO, «Causa ilícita», ADC,
1966, pág. 661; ZUMALACÁRREGUI, Causa y abstracción causal en el Derecho civil español,
Madrid, 1977;
ALBALADEJO GARCÍA, Manuel, «El llamado negocio fiduciario es simplemente un ne-
gocio simulado relativamente», Actualidad Civil, 1993, XXXVI; FUENTESECA, C., El nego-
cio fiduciario en la jurisprudencia del Tribunal Supremo, Barcelona, 1997; GÓMEZ GÁLLI-
GO, «Titularidades fiduciarias», Actualidad civil, 1992, XXXIII, pág. 533; JORDANO, El
negocio fiduciario, Barcelona, 1959; RUBINO, El negocio jurídico indirecto, trad. esp., Ma-
drid, 1953.
personales, configurar como más le convenga el esquema operativo del negocio, suje-
tando la eficacia del mismo a determinadas circunstancias de situación, de tiempo o de
utilización de los bienes objeto de la negociación y combinando, en consecuencia, la
que una parte de la doctrina llama causa típica y constante del negocio con una organi-
zación de los intereses que, en cuanto a los resultados de la propia negociación, respon-
da más adecuadamente a los designios del declarante o declarantes para alcanzar los ob-
jetivos que se tienen prefijados.
La consideración de tales circunstancias por quien lleva a cabo el negocio ha sido
siempre admitida sin mayor reserva por el ordenamiento, fuera de ciertos supuestos ex-
cepcionales, para los negocios de carácter patrimonial o, al menos, no referentes a las si-
tuaciones personales (arts. 1.255, 1.113 ss., 619, 622 y 790 ss. Cc.; vid. en cambio, art.
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208 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
Las modalidades por las que el sujeto o los sujetos del negocio no desean
simplemente los efectos típicos del negocio que celebran, sino que, introdu-
ciendo aquéllas en su contenido, quieren que los efectos propios del negocio se
produzcan de una determinada manera, son la condición, el término o plazo y el
modo, figuras que han sido conocidas en la doctrina tradicional bajo la denomi-
nación de «elementos accidentales del negocio jurídico». Esta denominación,
sin embargo, es inexacta y no refleja la verdadera significación de las menciona-
das categorías. Hay que tener en cuenta, en efecto, que, en relación a ciertos
negocios contractuales, alguno de los llamados «elementos accidentales» del
negocio jurídico es absolutamente indispensable o esencial para configurar el
tipo negocial (así ocurre, por ejemplo, con el término en relación al comodato, al
mutuo y al depósito: arts. 1.740 y 1.758 Cc.); y que, en cualquier caso, los lla-
mados elementos accidentales del negocio jurídico lo son solamente en el sen-
tido de que pueden introducirse o no en el contenido negocial a voluntad de los
interesados, pero que cuando se introducen son constitutivos del negocio con-
creto de que se trata (por ejemplo, testamento con institución condicional de
heredero, compraventa con precio aplazado o donación modal) y, en este
aspecto, han de considerarse como esenciales respecto del mismo.
Cada uno de los tres llamados elementos accidentales del negocio jurídico tienen
una muy diversa significación respecto de la configuración del contenido y de la efica-
cia negociales. Cuando el agente o los agentes del negocio jurídico sujetan las conse-
cuencias del mismo a una determinada condición o a un plazo de tiempo quieren, desde
luego, los efectos propios del negocio típico que llevan acabo, pero, en contemplación
de intereses o de motivaciones personales, se proponen hacerlos depender de las moda-
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lidades indicadas, de manera que la voluntad negocial, aunque sea una sola, persigue los
efectos típicos del negocio con alguna limitación. En este sentido, la condición y el tér-
mino o plazo funcionan como verdaderos requisitos de eficacia del negocio, ya que los
efectos de éste están sujetos a la realización de su cumplimiento.
En cuanto al modo, nos encontramos con que también el agente o los agentes del ne-
gocio quieren que de éste se deriven los efectos propios del mismo, pero de manera que
las cosas o bienes que son objeto de desplazamiento o de atribución patrimonial por con-
secuencia de la negociación sean utilizados para un destino o en un sentido determinados:
como se ve, en este caso, al lado de la voluntad negocial principal, que se dirige a los efec-
tos propios del negocio, el sujeto o los sujetos del negocio forman y declaran una voluntad
accesoria referente a los efectos consistentes en el empleo previsto del objeto de la nego-
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§ 53. CONDICIÓN, TÉRMINO Y MODO 209
ciación. El modo, por tanto, no introduce un requisito de eficacia del negocio, aunque en
caso de incumplimiento del mismo puede producirse la ineficacia mediante actuación vo-
luntaria del interesado en el cumplimiento (revocación), según veremos.
Cuando el agente o los agentes del negocio jurídico insertan en el mismo una
condición, se proponen sujetar las consecuencias propias del negocio a la reali-
zación de un acontecimiento de acaecimiento incierto, de manera que las limitan
o subordinan a que ocurra algún hecho sobre el que, en el momento de celebrar
el negocio, existe incertidumbre sobre su eventual realización.
El Derecho positivo admite ampliamente la aponibilidad de la condición en
los negocios jurídicos contractuales y testamentarios (artículos 790, 1.113 ss. y
1.255 Cc.), en los cuales, y a diferencia de lo que ocurre con frecuencia en rela-
ción a otros negocios con incidencia en el mecanismo sucesorio o de lo que es
criterio general en relación a los negocios de carácter familiar (como el matri-
monio, la adopción o la concesión de la emancipación), no se encuentran nego-
cios que no admitan, en términos generales, modalidades y deban concluirse
como puros.
Notas características principales de las condiciones a que el agente o los
agentes del negocio jurídico pueden sujetar sus efectos son a) la incertidumbre
sobre la realización del hecho en que consisten y b) la voluntariedad de la inser-
ción de la previsión condicionante en el contenido negocial.
A. Incertidumbre del hecho puesto como condición. a) Hecho futuro. Ordina-
riamente al requisito de ser incierto el acontecimiento condicionante se añade
también el que ha de ser futuro; lo que es inadecuado por innecesario, puesto
que el que sea el acontecimiento objetivamente incierto ya implica que ha de ser
futuro.
b) Hecho incierto (incertus an). Nuestro Derecho positivo es, a este respec-
to, particularmente imperfecto, no sólo —lo que ya resulta de por sí bastante
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210 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
(dies incertus an, certus quando: si una persona alcanza la mayoría de edad). Por eso dis-
pone el art. 1.125-3 que si la incertidumbre consiste en si ha de llegar o no el día, la obliga-
ción es condicional, y se regirá por las normas de la sección precedente, y no por las esta-
blecidas para las obligaciones a plazo dentro de las que se encuentra este precepto.
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§ 53. CONDICIÓN, TÉRMINO Y MODO 211
cer condiciones que lleguen a funcionar como tales limitando los efectos propios
del negocio jurídico.
propósito, el art. 792 Cc. que las condiciones imposibles y las contrarias a las
leyes o a las buenas costumbres se tendrán por no puestas y en nada perjudica-
rán al heredero o legatario, aun cuando el testador disponga otra cosa (vid.
también art. 793 y, sin embargo, art. 794 Cc).
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212 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
Como la condición de no hacer una cosa imposible carece de significación como ver-
dadera condición, se tiene por no puesta (art. 1.116- 2 Cc.).
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§ 53. CONDICIÓN, TÉRMINO Y MODO 213
de posibles eventos que puedan impedirla o hacerla imposible, que nacen a cargo del fu-
turo deudor (arts. 1.123-2.º y 4.º Cc.) y, correlativamente, la posibilidad de defensa del
derecho que pueda corresponderle, si la condición se cumple, que compete al futuro
acreedor (art. 1.121-1 Cc.). En relación a la condición suspensiva de la institución de
heredero o del legado, ella no impide que los instituidos adquieran sus respectivos dere-
chos, es decir la expectativa de recibir la herencia o el legado, y puedan transmitirlos a
sus herederos, aun antes de que se verifique el cumplimiento de la condición (art. 799
Cc.; vid. también, como normas consecuentes del significado de este precepto, arts. 801
ss. Cc.). Por otra parte, las posiciones jurídicas que para los interesados por ellas se de-
rivan de la pendencia de las condiciones pueden ser objeto de protección a través del
Registro de la propiedad (arts. 9.º,2.8, y 142 Lh., entre otros preceptos de la legislación
registral).
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214 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
(por ejemplo, te daré este cuadro, si me voy a la Argentina), de aquellas otras que, por
depender absolutamente de la mera voluntad de las partes o de circunstancias intrascen-
dentes (por ejemplo, te daré este libro si quiero, si lo abro), se denominan puramente
potestativas. En relación a estas últimas, dispone el art. 1.115, proposición primera, Cc.
que cuando el cumplimiento de la condición dependa de la exclusiva voluntad del deu-
dor, la obligación condicional será nula. A partir de este texto, que es, por lo demás, bá-
sicamente congruente con el principio que contiene el art. 1.256 Cc., cabría entender
que la condición simplemente potestativa, la decisión de cuya realización requiere de-
terminadas circunstancias y supone una adecuada reflexión, puede ponerse en los con-
tratos tanto si su cumplimiento depende de la voluntad del contratante que resulte acree-
dor como de la voluntad del contratante deudor, pero que una condición puramente
potestativa, cuya realización depende del mero arbitrio caprichoso de una persona, no
puede ponerse cuando su cumplimiento depende de la voluntad del deudor. Esta inter-
pretación valorativa de la aponibilidad de las condiciones potestativas en los contratos,
que ha conseguido una acogimiento doctrinal significativo, que parece seguirse, aunque
con vacilaciones, por la jurisprudencia, y que se conjuga con la posibilidad del acreedor
de remitir la deuda (arts. 1.156 y 1.187 ss. Cc.), se examina con mayor detenimiento a
propósito de la contratación (t. II, vol. 1.º, § 62).
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§ 53. CONDICIÓN, TÉRMINO Y MODO 215
puede ser objeto, por otra parte, de actos de disposición traslativa y, en consecuencia, ser
transmitida por la persona en cuyo favor opera, siempre, naturalmente, que sea transmisi-
ble el derecho subjetivo al que la expectativa se refiere, pudiendo tener lugar la transmi-
sión tanto mortis causa (art. 1.257 Cc.) como inter vivos (art. 1.112 Cc.). La expectativa
puede, incluso, ser objeto de actos de disposición constitutiva cuando el derecho futuro
consienta la constitución, sobre su base, de otra relación jurídica de contenido más limita-
do. En esta misma línea, dispone el art. 799, con relación a la institución condicional de
heredero o de legatario y en el sentido ya anteriormente señalado, que la condición sus-
pensiva no impide al heredero o legatario adquirir sus respectivos derechos y transmitir-
los a sus herederos, aun antes de que se verifique su cumplimiento (vid., sin embargo, art.
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216 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
Mientras la condición resolutoria pende, el que haya adquirido un derecho por vir-
tud del negocio (contractual o testamentario) condicionado, puede, no sólo ejercitarlo,
sino también transmitirlo y, en su case, gravarlo, siempre que sea susceptible de enaje-
nación, siquiera los adquirentes del derecho o, en su caso, los beneficiarios del grava-
men se encuentran también vinculados por la posibilidad de que se realice la condición.
La trascendencia de la condición resolutoria determina, de este modo, que los derechos
y posiciones jurídicas que se derivan del negocio sean esencialmente claudicantes, per-
diéndose los derechos y desapareciendo las situaciones producidas por el negocio si tie-
ne lugar el acontecimiento en que consiste la condición (cfr. art. 1.114 Cc.).
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§ 53. CONDICIÓN, TÉRMINO Y MODO 217
rias o legales que le benefician. Por eso la expectativa de la persona a cuyo favor puede
jugar el acaecimiento del suceso puesto como condición resolutoria está también protegi-
da (así, expresamente, arts. 9.º-2.º Lh. y 51-6° Rh.) y, en general, debe entenderse sujeta al
régimen jurídico poco antes expuesto.
Dispone a este respecto el art. 1.117 Cc. que la condición de que ocurra al-
gún suceso en un tiempo determinado extinguirá la obligación desde que pasare
el tiempo o fuere ya indudable que el acontecimiento no tendrá lugar y, por su
parte, determina el art. 1.118 que la condición de que no acontezca algún suceso
en tiempo determinado hace eficaz la obligación desde que pasó el tiempo seña-
lado o sea ya evidente que el acontecimiento no puede ocurrir. Si no hubiere
tiempo fijado, la condición deberá reputarse cumplida en el que verosímilmente
se hubiese querido señalar, atendida la naturaleza de la obligación.
El segundo párrafo de este art. 1.118 parece referirse a las condiciones nega-
tivas, pero es muy razonable aplicar el mismo criterio a las condiciones positi-
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218 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
cumple (condicio existit, según una terminología tradicional que se sigue repi-
tiendo), produciéndose a partir de este momento los efectos del negocio condi-
cionado, si la condición es suspensiva, o desapareciendo aquellos efectos, si la
condición es resolutoria (art. 1.114 Cc.). Con la verificación de la condición sus-
pensiva, en efecto, la obligación nacida del negocio o, en particular, del contrato,
se purifica y se hace exigible (art. 1.113-1 Cc.) y, tratándose de las condiciones
resolutorias, cesan los efectos del negocio, revocándose todos los hasta entonces
producidos y, en su caso, según determina el art. 1.123-1 Cc., cuando las condi-
ciones tengan por objeto resolver la obligación de dar, los interesados, cumpli-
das aquéllas, deberán restituirse lo que hubiesen percibido. La disciplina que se
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§ 53. CONDICIÓN, TÉRMINO Y MODO 219
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220 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
les la determinación, en cada caso, del alcance retroactivo del cumplimiento de la condi-
ción resolutoria (art. 1.123-3, en relación con el art. 1.120-2, Cc.); por su parte, tratán-
dose de obligaciones de dar, el efecto retroactivo debe ser más fuerte, por las razones
indicadas, disponiendo el Cc. que cuando las condiciones tengan por objeto resolver la
obligación de dar, los interesados, cumplidas aquéllas, deberán restituirse lo que hubie-
sen percibido.- En el caso de pérdida, deterioro o mejora de la cosa, se aplicarán al que
deba hacer la restitución las disposiciones que respecto al deudor contiene el artículo
precedente, establecido, como sabemos, para regular los conflictos que puedan surgir
como consecuencia de la pendencia de la condición suspensiva (art. 1.123-2 y 3, en re-
lación con el art. 1.122, Cc.). En materia sucesoria son de aplicar los mismos criterios
en razón de la disposición del art. 791 Cc.
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§ 53. CONDICIÓN, TÉRMINO Y MODO 221
También la eficacia del negocio jurídico puede limitarse por el agente o los
agentes negociales de manera que sus efectos se produzcan a partir de un cierto
momento o duren solamente por un determinado período de tiempo. Quienes lle-
van a cabo el negocio quieren, en este caso, que los efectos del mismo se subor-
dinen a la llegada de un cierto día que se señala como término inicial (dies a
qua) o como término final (dies ad quem) de la eficacia negocial.
En realidad, este término temporal del que se hace depender la eficacia del
negocio se diferencia poco, en cuanto a su trascendencia, de la condición, de la
que sólo se distingue en que, mientras el acontecimiento puesto como condición
es de realización esencialmente incierta, el término supone la referencia a un
momento delimitador de la eficacia del negocio que es seguro en cuanto a su ad-
venimiento, siquiera pueda ser incierta la determinación del instante preciso en
que ha de llegar, como cuando, por ejemplo, se sujeta la eficacia de una dona-
ción al momento de la muerte de una persona.
Ya veremos luego que esta característica del término de la eficacia del negocio no
deja de tener alcance disciplinar: por de pronto, en cualquier caso, supone que el térmi-
no incierto sea considerado como condición (arts. 1.125-3 Cc.) y, en sentido contrario,
que la expresión, eventualmente como condición, de una referencia temporal segura,
cierta o incierta en cuanto a su momento, se entenderá como término (arts. 1.125-3 Cc.).
puede haber otra clase de término, que se refiere al momento en que debe reali-
zarse la prestación que es propia del vínculo obligatorio nacido del convenio o,
en general, del negocio de que se trate.
En este segundo supuesto, de especial significación y frecuencia en tema de
obligaciones derivadas del contrato, las partes contratantes o, en general, el
agente o los agentes negociales, no quieren limitar la eficacia del negocio, sino
que sus efectos obligatorios surjan inmediatamente, aunque determinando el
momento en que ha de tener lugar la prestación prevista en la negociación.
Como el término no limita aquí los efectos del negocio y su finalidad se concreta
a la fijación del momento preciso en que la obligación derivada del negocio se
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222 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
debe cumplir, este tipo de término ha sido denominado por la doctrina término
de cumplimiento o de ejecución, o también término de vencimiento de la obliga-
ción.
Ambos tipos de término son aponibles, en principio, a los negocios inter vi-
vos (arts. 1.255 y 1.125 Cc.) y a los negocios mortis causa, si bien, en este caso,
la primera acepción del término es la sola admisible (salvo ciertos supuestos) en
la institución de heredero o legatario: arts. 805 Cc., y la segunda sólo puede in-
corporarse al negocio en cuanto del mismo deriven relaciones de obligación.
El estudio pormenorizado del término de cumplimiento de las obligaciones,
no obstante corresponder su aposición al contenido del negocio jurídico, ha de
trasladarse al tratado del Derecho de obligaciones (t. II, vol. 1.º, §§ 62-64), por
tener su sede apropiada en aquel lugar, en cuanto que más que a la figura nego-
cial en sí se refiere al vínculo obligatorio eventualmente derivado de la misma.
En cualquier caso, vale la pena apuntar, con relación al mismo, que la aposición
de un término para el cumplimiento de la obligación aplazada tiene un interés
práctico de importancia sin duda superior a la del término de eficacia negocial
(único que aquí corresponde examinar), y que en caso de duda ha de entenderse
que es aquél al que han querido referirse las partes.
El término de eficacia —al que algunos, como RESCIGNO, llaman también tér-
mino negocial—, puede ser inicial o final (o, lo que es lo mismo, suspensivo y dila-
torio o resolutorio o conclusivo), según que determine el principio o el fin de la efi-
cacia del negocio. Por la aposición del término, si éste es inicial, los efectos
negociales no se producen sino al vencimiento del mismo, momento a partir del
cual, si se trata de un contrato o de otro negocio generador de obligaciones, nace el
vínculo obligatorio y las posiciones consolidadas de acreedor y deudor en el mismo
(con independencia de que, a su vez, se haya aplazado, en cuanto al cumplimiento o
ejecución, la fecha de la realización de la prestación); siendo fmal el término, cesan
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§ 53. CONDICIÓN, TÉRMINO Y MODO 223
En el caso del modo, sobre querer el agente o los agentes del negocio los
efectos propios del mismo, quiere también el agente o uno de ellos, en los nego-
cios bilaterales, que se imponga al afectado por el negocio o al otro agente nego-
cial una obligación o una carga, consistente normalmente en señalar un uso o
destino determinado a la cosa que es objeto de la negociación. Ocurre así que, en
el supuesto del negocio sub modo, se persigue alcanzar no sólo los efectos típi-
cos del negocio, sino, además, que del acto se deriven unos efectos que no están
previstos en el tipo negocial puro.
Es clara, en este sentido, la diferencia de la función del modo respecto de la
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224 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
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§ 53. CONDICIÓN, TÉRMINO Y MODO 225
los autores, ha sido acogida, casando la de instancia (que apreció cosa juzgada), por la S. 6
abril 1999 —que cita otra de 19 enero 1901—, en un caso en que ya se había intentado ju-
dicialmente la resolución de la donación, con resultado adverso por entenderse prescrita o
caducada esta acción.
Sobre el cumplimiento de la obligación modal y, en su caso, sobre su conmutación
(art. 978-1 Cc.), se tratará adecuadamente al estudiar la donación y la institución de here-
dero o de legatario modales.
La aplicación pura del concepto del negocio modal nos llevaría a pensar —por
aquello de que las dos voluntades que se perfilan en la misma son, aunque conexas, di-
ferentes— que la revocación o la ineficacia de la liberalidad sólo debería tener lugar,
por incumplimiento de la obligación modal, cuando tal circunstancia hubiera sido ex-
presamente prevista por el agente o los agentes negociales. Sin embargo, como esta so-
lución restaría eficacia a las disposiciones modales en cuanto tales, hasta el punto de
desvirtuarlas, los ordenamientos suelen inclinarse por prevenir la revocación o la inefi-
cacia de las liberalidades sub modo para el caso del incumplimiento de las cargas im-
puestas al beneficiario de aquéllas.
De acuerdo con esta orientación dispone el art. 647-1 Cc., aludiendo inadecuadamente
a la condición y refiriéndose, en realidad, al modo, que la donación será revocada a ins-
tancias del donante, cuando el donatario haya dejado de cumplir alguna de las condicio-
nes que aquél le impuso. Los efectos de la revocación alcanzan no sólo a la devolución de
los bienes donados y a sus frutos, sino también a los actos de disposición traslativa o cons-
titutiva llevados a cabo por el donatario, salvo los derechos legítimamente adquiridos por
los terceros. Dice, en efecto, el art. 647-2, con relación a la revocación, que, en este caso,
los bienes donados volverán al donante, quedando nulas las enajenaciones que el donata-
rio hubiese hecho y las hipotecas que sobre ellos hubiese impuesto, con la limitación esta-
blecida, en cuanto a terceros, por la Ley hipotecaria. Según el art. 37-2,2.º, de ésta, las ac-
ciones revocatorias no se darán contra terceros que haya inscrito los títulos de sus
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226 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
Sobre el modo, además de los ya clásicos trabajos de SCUTO, 1l modus nel diritto civile
italiano (Palermo, 1908) y CASTÁN, «El modo en los actos jurídicos», RDP, 1918, págs. 9
ss.; 1919, págs. 102 ss.; y 1921, págs. 211 ss., pueden verse la amplia monografía de TO-
RRALBA, El modo en el Derecho civil, Alicante, 1966 y la contribución de DE LOS MOZOS,
«El modo como elemento accesorio de la voluntad negocial», RDP, 1978, págs. 223 ss.
Para un aspecto particular del modo, LUNA SERRANO, «Disciplina del modo testamentario
imposible», ADC, 1969, págs. 109 ss.
351. Criterios.
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§ 54. CLASIFICACIÓN DE LOS NEGOCIOS JURÍDICOS 227
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228 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
Esa distinción es clara cuando se trata de derechos sobre las cosas: no es lo mismo
obligarse a transferir la propiedad, que realizar inmediatamente el traspaso; de ahí su
distinto tratamiento jurídico. En cambio, no se ve tan clara la diferencia en relación con
los derechos de crédito (la cesión de crédito puede configurarse como negocio dispositi-
vo). Por lo demás, la diferencia entre disposición y obligación no se funda, ni en la con-
dición de los bienes de que se dispone (derechos reales o de crédito), ni en el mayor o
menor riesgo que el negocio conlleva o la disminución que produce en el patrimonio.
tante —dice FERRARA— no es la naturaleza objetiva del acto, sino la función que
cumple en relación al patrimonio.
Al acto de administración se contrapone, en sentido económico, el de dispo-
sición, que lo mismo puede consistir en obligarse que en enajenar, si afecta al
capital o a cualquier obligación no necesaria para la gestión ordinaria del patri-
monio. Negocio de disposición es, pues, en este sentido, el que arriesga la exis-
tencia o valor del bien o patrimonio a que se refiere; por ello, no sólo la enajena-
ción, sino la constitución de derechos reales (usufructo, hipoteca, etc.), y los
actos obligacionales que por su importancia económica comprometen el bien
gestionado, y no solamente los frutos.
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§ 54. CLASIFICACIÓN DE LOS NEGOCIOS JURÍDICOS 229
onerosidad en ese sentido no es preciso que haya una equivalencia (aun relativa)
objetiva entre prestación y contraprestación, sino que basta que sea subjetiva:
según la S. de 29 febrero 1951 no caracteriza al contrato oneroso la equivalencia
e igualdad objetiva del valor de las prestaciones o promesas contrapuestas, «que
si hubiera de concurrir en todo contrato, sería contraria al fundamental principio
que preceptivamente establece el art. 1.255 Cc.» (además, lo sería a la limitación
de la rescisión por lesión en dicho cuerpo legal).
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230 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
el tipo de contrato realizado supone la correspondencia entre las de cada parte: que las
de cada una se hacen en vista de las de la otra. Lo decisivo para que haya onerosidad es,
por tanto, el intercambio, con independencia de la equivalencia o no del valor de las res-
pectivas prestaciones. Así, se considerará oneroso el contrato mediante el cual, a cam-
bio de un precio, Juan me promete no tocar el piano durante un año, prestación que ten-
drá importancia económica para mí si Juan es mi más directo competidor en las giras
artísticas, y no la tendrá si es mi vecino y me duele habitualmente la cabeza; pero en
ninguno de ambos casos aumenta mi patrimonio. Lo único importante es que cada pres-
tación se pacta subjetivamente a cambio de la otra, y sin ánimo adicional de gratificar.
cencia».
Hay, por otro lado, negocios que pueden ser indistintamente onerosos o lucrativos, a
voluntad y según cómo los pacten quienes los celebran: el mutuo (art. 1.740-2.º Cc.), el
mandato (art. 1.711), el depósito (art. 1.760), la fianza (art. 1.823). Se dice de ellos que
son neutros.
La diferente incidencia patrimonial que tienen los negocios onerosos y gratuitos en
cada parte negocial —con prestación y contraprestación en los primeros, y ausencia de
contraprestación en los segundos—, origina en algunos casos un distinto régimen jurídico
para unos y otros: en su interpretación, en su firmeza o impugnabilidad, en la forma, en los
requisitos de capacidad.
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§ 54. CLASIFICACIÓN DE LOS NEGOCIOS JURÍDICOS 231
c. Los negocios onerosos pueden ser, a su vez, conmutativos y aleatorios. En los pri-
meros la relación entre prestación y contraprestación, y su relativo equilibrio, se halla fija-
da por las partes a la hora de su celebración: tal, en la compraventa, en el arrendamiento o
en el préstamo con interés. En los aleatorios, o no hay tal equilibrio, o la existencia y aun
la cuantía de alguna de las prestaciones depende de un acontecimiento incierto o a veces
incluso del azar: así, en el contrato de seguro, en que la prestación del asegurador depende
de que ocurra el siniestro asegurado, o en el de juego o apuesta, en que depende de que
salga tal o cual número, o se acierte un resultado.
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232 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
ral, porque exige dos partes al menos (vid. art. 1.254 Cc.). Pero el contrato pue-
de ser, a su vez, bilateral o unilateral, según que genere obligaciones correlativas
a cargo de ambas partes (como la compraventa, que hace nacer a cargo del ven-
dedor la obligación de entregar la cosa vendida, y correspondientemente a cargo
del comprador la de pagar el precio) o que cree obligaciones sólo a cargo de una
de las partes (el tipo más evidente es la donación pura).
D. El negocio es plurilateral cuando es producto de las declaraciones de vo-
luntad de varias (más de dos) partes; cuando, por su naturaleza, está abierto a un
número indefinido de partes, aunque en el caso concreto éstas sean dos (como
ocurre con la sociedad pactada entre dos socios).
Entre los plurilaterales destacan los liquidativos y los asociativos. En aquéllos
—la división de una herencia o de una cosa común— los otorgantes, partícipes en
una comunidad, tratan de disolverla transformando sus cuotas de participación so-
bre cosa común en trozos concretos de la cosa o parte del precio de su venta, pero
todos persiguen aquella transformación como una finalidad común, en lo que se
distinguen estos negocios de los bilaterales. Lo mismo sucede con el contrato de
sociedad, en el que no se cambian prestaciones entre las partes, sino que se ponen
en común (precisamente por eso le niegan algunos la naturaleza contractual).
Son también negocios plurilaterales, pero no contrato, los actos colectivos, en los
cuales las declaraciones de voluntad se disponen una al lado de la otra pero sin combi-
narse entre sí, contra lo que acaece en el contrato. Entre estos actos colectivos tienen
particular trascendencia, sobre todo en Derecho mercantil, los llamados «acuerdos».
Los acuerdos se adoptan por votación, que no consiste, como en el contrato, en un inter-
cambio de declaraciones, sino en una suma de sufragios. La diferencia más importante
entre el contrato y el acuerdo es que éste no requiere, de ordinario, unanimidad, como
aquél, sino que basta la mayoría de votos, y la voluntad de la mayoría es norma para la
minoría y para los abstenidos y ausentes.
La doctrina suele explicar que el criterio de distinción es aquí el de la causa del nego-
cio (en sentido amplio). Desde ese punto de vista, el negocio mortis causa sería aquel
cuyo objeto o fin es regular el destino de las relaciones jurídicas y derechos y obligaciones
dejados por una persona a su muerte, y a causa de su muerte. El fallecimiento de esa per-
sona se tomaría en consideración no como momento de eficacia de ese negocio (aunque
ello es lo normal), sino como causa del mismo en cuanto dirigido a ordenar la sucesión en
aquellas relaciones jurídicas al morir el causante. Ya se ha visto que en todo esto hay un
cierto sofisma, pues también la sucesión intestada se produce por la muerte del causante y
no es negocio; aparte de que el otro término de la clasificación habría de ser una contra-
puesta categoría de negocios vitae causa que a nadie se le ha ocurrido inventar.
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§ 54. CLASIFICACIÓN DE LOS NEGOCIOS JURÍDICOS 233
constitutiva, o de forma como requisito «ad solemnitatem». Prefieren algunos, por ello,
llamar a esos negocios solemnes: lo son, en tal sentido, el matrimonio (arts. 51 y ss. Cc.),
la donación de bienes inmuebles (art. 633) o la hipoteca inmobiliaria (que además de for-
ma pública, exige para su plena validez la inscripción en el Registro de la propiedad: art.
1.875-1.º Cc. y 145 Lh.).
Negocios no formales o no solemnes son aquéllos cuya validez no depende de una
forma determinada de la declaración de voluntad negocial, de modo que, cualquiera que
sea ésta, son perfectos y válidos.
Sobre forma libre y forma vinculada de la declaración de voluntad y sobre la llamada
forma «ad probationem» vid. supra núms. 324 y 325.
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234 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
B. Háblase, por otro lado, de negocios conexos: aquéllos que tienen un nexo
que los une entre sí, de manera que la suerte de uno se halla ligada a la existencia
o a la suerte del otro.
Unas veces ese nexo de unión se da entre dos (o más) negocios principales y autó-
nomos per se, aunque se hallen vinculados funcionalmente o por la voluntad de quienes
los celebran: por ejemplo, la compra de un piso y su arrendamiento al vendedor. Algu-
nos llaman a esos negocios coligados.
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Otras veces (las más) la conexión se da entre un negocio principal y otro accesorio, en
los términos antes vistos, o entre aquél y el llamado negocio de cumplimiento, destinado a
la actuación o desarrollo del principal o negocio base (el pago de una obligación, en los
casos en que se puede considerar como negocio, o la entrega del legado).
Atiéndese aquí a la relación que guardan los negocios con las normas de De-
recho positivo; pero no es ajena esta cuestión, según hemos visto, a la de la cau-
sa de los contratos (sobre causa y tipo, vid. supra, núm. 335).
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§ 54. CLASIFICACIÓN DE LOS NEGOCIOS JURÍDICOS 235
rico es el desarrollo de la vida social tanto mayor el número de las nuevas figuras contrac-
tuales».
Al lado de esa tipicidad legal hay una tipicidad social. Aun no regulados directamente
en el Derecho positivo, algunos de aquellos negocios citados como atípicos se hallan per-
fectamente perfilados en la vida jurídica diaria por su frecuencia e importancia económica,
tanto a nivel teórico (donde adquieren una denominación especifica: leasing, suministro,
hospedaje) como en las soluciones jurídicas prácticas que han ido encontrando, e incluso
en la jurisprudencia, que es la que ha ido delimitándolos.
Los negocios atípicos se rigen, en primer lugar, por la voluntad de las partes en cuanto
no se opongan sus pactos a normas imperativas y dentro de los márgenes de la autonomía
privada (art. 1.255 Cc.); luego, por la aplicación analógica de la normativa de los negocios
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236 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
típicos más próximos a ellos; y, finalmente, por las normas generales correspondientes, se-
gún la clase de negocio de que se trate: de ordinario, por las de las obligaciones y contra-
tos. Los Tribunales tienen ocasión frecuente de ocuparse de ellos. Así, en el T. S., sólo en
el año 1996 pueden citarse SS. 5 febrero (corretaje), 24 junio (apuestas), 27 septiembre
(franquicia), 19 octubre (solar por obra) y 22 octubre (aparcamiento).
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§ 55. LA INTERPRETACIÓN DEL NEGOCIO JURÍDICO 237
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238 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
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§ 55. LA INTERPRETACIÓN DEL NEGOCIO JURÍDICO 239
reconduce la cláusula negocial que admite varios sentidos al más adecuado para que se
produzca efecto. Todas estas reglas, aun enunciadas casi todas para los contratos, son
aplicables en su caso, con las necesarias adaptaciones, a todos los negocios jurídicos,
salvo en lo referente a la integración del contenido del contrato (arts. 1.286 y 1.287 Cc.),
que sólo vale para éstos, o a lo más, para los negocios patrimoniales inter vivos.
Ha discutido la doctrina el carácter vinculante o no para el intérprete de reglas de inter-
pretación como las aludidas y, en general, las contenidas en los códigos. En un principio se
entendió por muchos que tales reglas no encerraban sino una propuesta coadyuvante para la
tarea interpretativa, sin que hubieran, por tanto, de ser consideradas como verdaderas nor-
mas jurídicas en el sentido estricto de la vinculación. Este criterio se encuentra hoy amplia-
mente superado tanto en la doctrina como en la jurisprudencia y tales preceptos se conside-
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240 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
ran ya habitualmente como verdaderas normas cogentes que el juzgador debe no sólo tener
en cuenta sino observar en el proceso interpretativo, de modo que si la interpretación corres-
ponde en todo caso al juzgador a quo, éste viene obligado a respetar los caminos interpretati-
vos que le señalan las reglas del Cc. sobre la materia, cuya infracción constituye motivo sufi-
ciente del recurso de casación. La jurisprudencia sobre este punto es copiosa hasta el punto
de ser corriente encontrar diversas SS. de la misma fecha sobre la cuestión.
Entre una abundantísima jurisprudencia relacionada con esta materia, en parte ya te-
nida en cuenta para examinar la cuestión de la desconexión entre voluntad y declaración
(§ 51), destaca la S. 24 junio 1969, referida en buena parte de su doctrina al tema espe-
cífico de la interpretación contractual, y conforme a la cual «la seguridad del comercio
sólo queda garantizada cuando, para expresar una determinada voluntad interna, se em-
plea una declaración de voluntad en el sentido que le es propio y que le atribuye la gene-
ralidad de las gentes, y quien la hizo puede confiar en que la parte contraria realizará las
obligaciones dadas a conocer de este modo, y, sobre todo, que cuando el juez tenga que
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§ 55. LA INTERPRETACIÓN DEL NEGOCIO JURÍDICO 241
De este modo, la consideración por parte del intérprete del querer real de cada de-
clarante, sin duda útil y esclarecedora, sólo puede servir para deducir lo que hay de co-
mún y el sentido que tiene la declaración que resulta de la conjunción de la oferta y de la
aceptación. Esta dimensión de la común intención de los contratantes refuerza el sentido
de la exigencia de responsabilidad y de la interpretación según la buena fe de la declara-
ción contractual, criterio esencial que subsiste en todo caso, puesto que cuando tienen
que ceder los principios de responsabilidad y de confianza de la contraparte, como en el
caso del error obstativo de uno de los declarantes, por haber disenso entre ellos, se está
fuera del ámbito de la contratación.
E. Regla de cierre. La regla del art. 1.289 tiene el carácter de regla final o de
cierre y dispone, en su párrafo primero, que cuando absolutamente fuera impo-
sible resolver las dudas por las reglas establecidas en los artículos precedentes,
si aquéllas recaen sobre circunstancias accidentales del contrato, y éste fuere
gratuito, se resolverán en favor de la menor transmisión de derechos e intereses.
Si el contrato fuere oneroso, la duda se resolverá en favor de la mayor recipro-
cidad de intereses. Esta regla, que básicamente tiene en cuenta consideraciones
de equidad y pondera el sentido en que debe orientarse el negocio según su natu-
raleza y finalidad, puede también referirse, como en ocasiones se ha señalado
por la doctrina, a la idea de buena fe.
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242 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
Pero ambas operaciones tienen también entre sí una natural conexión, ya que la in-
terpretación es, desde el punto de vista lógico, previa a la decisión de dar paso —si lo
permite o lo previene el ordenamiento— a la integración del contenido de la reglamen-
tación negocial. Por otra parte, el propio postulado de la efectividad del negocio jurídico
—que es consecuente con el mismo principio de la autonomía privada— reclama a me-
nudo que se complementen las consecuencias de la declaración en un alcance más cir-
cunstanciado de lo que en aquélla se previene o determina, según su interpretación co-
rrecta o racional, para que el negocio pueda desenvolver adecuadamente su virtualidad.
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Las fronteras entre interpretación e integración son imprecisas. En los preceptos hasta
ahora examinados se revelan muchos aspectos en que la interpretación según buena fe y
con arreglo a los usos del tráfico se reviste claramente de significado integrativo (la llama-
da interpretación integradora), como en los arts. 1.286 y 1.287 Cc., mientras que en otros
se puede pensar que su contenido evidencia, por la mecánica operativa del precepto que
contienen, que en ellos se hace tránsito, como en los arts. 1.287 (en cuanto a la suplencia
que determina de la omisión de las cláusulas que de ordinario suelen establecerse) y
1.289-1 Cc., de la interpretación a la integración.
Por lo demás, las normas que, en contraposición a las de interpretación, suelen deno-
minarse normas interpretativas (porque su contenido no indica, como las primeras, un ca-
mino o método de interpretación, sino que incluyen en sí mismas la indicación del sentido
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§ 55. LA INTERPRETACIÓN DEL NEGOCIO JURÍDICO 243
Además del art. 1.258 Cc., otros preceptos se refieren en nuestro Derecho positivo a
la integración del negocio jurídico. Así, el art. 69 de la Ley aragonesa de Sucesiones
(1999) pone de manifiesto la conexión entre interpretación e integración al disponer que
"los pactos sucesorios se interpretarán, de conformidad con el principio standum est
chartae, en los términos en que hayan sido redactados, atendiendo a la costumbre, usos
y observancias del lugar, a los que deberá estarse cuando el pacto se refiera a determina-
das instituciones consuetudinarias", añadiendo que "como supletorias, se aplicarán las
normas generales sobre contratos y disposiciones testamentarias, según la respectiva na-
turaleza de las estipulaciones». También la Ley 176 Comp. Nav., que, bajo la rúbrica de
«interpretación e integración», significativa asimismo de la relación existente entre am-
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bas operaciones, determina que «los pactos sucesorios se interpretarán e integrarán con-
forme a la costumbre del lugar y, supletoriamente, según las disposiciones de esta Com-
pilación sobre otros actos de última voluntad»; y la Ley 281-2, en la que se establece
que «en la fiducia sucesoria, la interpretación e integración de la voluntad del causante
deben ajustarse a la costumbre del lugar y a los usos de la familia».
361. Calificación.
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244 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
(trad. esp. de ROCES y adaptación de BONET RAMÓN, Madrid, 1926), así como la contri-
bución de MOSCO, Principi sull'interpretazione dei negozi giuridici (Napoli, Jovene,
1952). Entre nosotros debe recordarse el estudio de TRAVIESAS, «Los negocios jurídicos
y su interpretación», RDP, 1925, págs. 33 ss.
Sobre la interpretación de los contratos pueden señalarse las contribuciones de CASSE-
LLA, «Premesse critiche a uno studio sulla interprettazione dei contratti» e «Il contratto e
l'interpretazione», ambas aparecidas en la revista Jus, 1947, págs. 65 ss. y 1960, págs. 31
ss., respectivamente. Véase, entre nosotros, CANO, «La interpretación de los contratos civi-
les», ADC, 1971, págs. 133 ss.; GARCÍA AMIGO, «Integración del negocio jurídico», RDN,
1980, págs. 117 ss.; LÓPEZ Y LÓPEZ, Angel, Comentario a los arts. 1.280-1.289 Cc., en Co-
mentarios al Código civil y Compilaciones forales, t. XVII, vol. 2.º, 2.ª ed., Madrid, 1995,
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§ 56. INEFICACIA E INVALIDEZ DEL NEGOCIO JURÍDICO 245
págs. 1-74. VATTIER FUENZALIDA, «La interpretación integradora del contrato en el Código
civil», ADC, 1987, págs. 495 ss.
En relación al elemento de la buena fe como indicador de la interpretación contrac-
tual, DE LOS MOZOS, El principio de la buena fe (sus aplicaciones prácticas en el Derecho
civil español), Barcelona, Editorial Bosch, 1965.
A la interpretación del testamento han dedicado su atención entre nosotros, después
del significativo estudio de JORDANO, La interpretación del testamento, Barcelona, Edito-
rial Bosch, 1958, PUIG BRUTAU, «La interpretación del testamento en la jurisprudencia»,
AAMN, XII, 1962, págs. 511 ss.; GARCÍA AMIGO, «Interpretación del testamento», RDP,
1969, págs. 931 ss.; SIMÓ SANTONJA, «La interpretación de las disposiciones «mortis cau-
sa», RDP, 1971, págs. 371 ss.; CASTÁN VAZQUEZ, «La interpretación del testamento en el
Derecho común», RDP, 1973, págs. 281 ss.; VAQUER ALOY, La interpretación del testa-
mento, 2003.
para ellos serían conceptos idénticos. Por ejemplo, DÍEZ PICAZO y GULLÓN, alegando que
un negocio inválido tiene que ser siempre ineficaz; y que, en los casos que se ponen
como ejemplo de mera ineficacia, como el cumplimiento de la condición resolutoria, la
reglamentación negocial desarrolla todos sus efectos, aunque luego pierda su vigencia.
DE CASTRO considera a los que aquí llamamos supuestos de invalidez (la nulidad, la anu-
labilidad) como de ineficacia, y el Tribunal Supremo, en casos que aquí consideramos
de ineficacia (venta de cosa ajena, o por quien no tiene la representación del propieta-
rio), califica el supuesto de nulidad o de inexistencia (en lo que, hay que reconocer, si-
gue la poco refinada terminología de preceptos como el art. 1.259 Cc.). Pero también
distingue, por ejemplo, la ineficiencia basada en la resolución respecto de la invalidez
(S. 1 febrero 1999).
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246 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
Por nuestra parte pensamos que la distinción se funda en una diferencia muy real entre
a) el «no producir efectos» y b) el «no valer como negocio»: esto segundo, sea en grado (o
grados) de posibilidad (negocio simplemente impugnable), sea en el (o los) de actualidad
(negocio nulo de pleno derecho). Se trata de dos enfoques distintos que muchas veces co-
inciden (negocio inválido que no produce efectos, y viceversa), pero que pueden no coin-
cidir: ciertos negocios válidos no producen su efecto principal (son «ineficaces»), mien-
tras algunos negocios irregulares sí lo producen en alguna medida, incluso cuando (según
la doctrina corriente) pertenecen al grupo de los más profundamente inválidos: los «nu-
los». Así lo veremos, por ejemplo, al estudiar el Derecho de familia: el matrimonio total-
mente inválido y no convalidable produce efectos respecto del contrayente de buena fe y
en todo caso respecto de los hijos (art. 79 Cc.), y tales efectos ya producidos no se supri-
men por la ulterior declaración de nulidad.
éste a Julio. Dos años después aparece un testamento ológrafo de fecha posterior, en el
que Pompeyo nada recibe. El contrato de compra de la finca hereditaria es válido, pues-
to que en él concurren todos los requisitos para la validez (consentimiento, objeto y cau-
sa), y por eso sirve de título a la usucapión. Pero no le sirve a Julio para adquirir la pro-
piedad por efecto de la compraventa mediante la tradición: Julio no será dueño hasta
que pasen (al menos) diez años de la entrega de la finca, porque el contrato de compra,
aunque válido, es ineficaz en orden a su función de justificar la transferencia del domi-
nio.
Las reglas del Cc. relativas a la invalidez sólo tendrán aplicación a la inefica-
cia en sentido estricto, en su caso, por analogía; de modo que el mayor interés
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§ 56. INEFICACIA E INVALIDEZ DEL NEGOCIO JURÍDICO 247
práctico de esta última categoría acaso sea el permitir salir de los estrictos mol-
des de la nulidad y la anulabilidad, tal como han sido rígidamente configurados
por la doctrina y la jurisprudencia, que resultan totalmente inadecuados en buen
número de casos de ineficacia aludidos en el Código o en otras leyes.
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248 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
te por el otro, o contratar sobre un objeto de ilícito comercio, como una partida
clandestina de opio, etc.), el efecto del negocio sufre una alteración que le resta
vigor, o no se produce en absoluto.
Discernir cuándo la sanción correspondiente a una irregularidad sea la inva-
lidez y cuándo otra distinta, o ninguna, es cuestión sobremanera difícil. Según
una línea de pensamiento, de tradición francesa (pas de nullité sans texte), sólo
podría decretarse la invalidez cuando la ley infringida la imponga expresamente,
excluyéndose, o limitándose al máximo, las nulidades virtuales (es decir, no tex-
tuales). Pero el punto de partida en nuestro Derecho parece ser precisamente el
contrario, ya que el art. 6.º-3 Cc. dispone con gran generalidad que los actos
contrarios a las normas imperativas y a las prohibitivas son nulos de pleno de-
recho, salvo que en ellas se establezca un efecto distinto para el caso de contra-
vención. Con lo que la sanción general de toda infracción de ley por un negocio,
salvo disposición legal divergente, sería la invalidez y, además, no cualquier in-
validez, sino precisamente en su forma de nulidad de pleno derecho (cfr. art. 4.º,
derogado, Cc.). Ahora bien, el art. 6.º-3 Cc. no nos soluciona plenamente el pro-
blema, según se ha hecho notar supra, volumen 1.º, núm. 82.
lación especial que regule la materia, o el problema que se suscite recaiga en realidad
sobre una materia que revista gran complejidad y no pueda quedar resuelto por la nuda y
aislada aplicación de dicho artículo».
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§ 56. INEFICACIA E INVALIDEZ DEL NEGOCIO JURÍDICO 249
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250 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
tante; y b) quién puede hacer valer la invalidez. Al negocio ilícito la ley lo califi-
ca de nulo de pleno derecho porque la norma ofendida es de orden público y,
correlativamente, este negocio puede impugnarlo cualquier interesado, no sien-
do susceptible de confirmación. Mientras el engaño de un contratante por el otro
infringe una norma de protección al engañado: es él, si quiere, quien, amparán-
dose en esa norma, podrá impugnar el contrato viciado de dolo, pero nadie más;
y si quiere, una vez conocedor de la realidad, podrá hacer cesar la situación du-
dosa del negocio —que es impugnable, pero que todavía no ha impugnado—
confirmándolo, y haciéndolo, así, plenamente válido.
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§ 56. INEFICACIA E INVALIDEZ DEL NEGOCIO JURÍDICO 251
la filiación en los arts. 136 y ss. Cc., que apenas tiene en cuenta la realidad biológica y
convalida la progenie por el transcurso de plazos muy breves sin interponer la acción im-
pugnatoria, atribuyendo el hijo irrevocablemente a quien no es su padre o madre —y vice-
versa— en una suerte de sanación de situaciones que no deberían ser convalidables fácil-
mente.
E. Pluralidad y flexibilidad de las «clases» de invalidez. Por lo demás, la
presencia de esta distinción aproximativa de categorías de invalidez, que en-
cuentra su réplica en todos los ordenamientos europeos, no autoriza a «cons-
truir» unos términos rígidos de clasificación comunes a cualquier negocio jurídi-
co y aplicables, por tanto, a todos ellos. Las causas de invalidez de cada clase de
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252 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
los contratos que sólo pueden ser impugnados por el declarante que sufrió el vicio, y nulos
a los que pueden serlo por cualquier interesado, tal binomio tiene un significado y un con-
tenido distintos en cada clase de negocios, al ser diferente en cada una, acaso frente a unas
mismas causas de impugnación, el círculo de los legitimados para hacerlas valer.
Conclusión: en todos o casi todos los negocios puede tener la eventual invalidez dis-
tintos grados de intensidad, pero fuera de los contratos la caracterización de cada uno es
sui generis, tanto en cuanto a las causas a que obedece como a sus efectos, y el intérprete
no ha de preguntarse, ante cada caso, si se trata de «nulidad» o «anulabilidad» con arreglo
al modelo del contrato, sino abordar el problema en su propio contexto y fijar, prescin-
diendo de la quaestio nominis, el régimen de aquella invalidez predispuesto por el legisla-
dor o deducible de las fuentes.
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§ 56. INEFICACIA E INVALIDEZ DEL NEGOCIO JURÍDICO 253
364. La inexistencia.
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254 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
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§ 56. INEFICACIA E INVALIDEZ DEL NEGOCIO JURÍDICO 255
ganicista' del acto jurídico, hace referencia a una situación del supuesto de hecho
estructural» y por tanto, según este interesante punto de vista, tampoco constituye un ré-
gimen específico de la ineficacia o de la invalidez.
por el juzgador esta facultad» (vid. luego S. 24 abril 1997). El supuesto más claro, y
acaso único, de tal declaración, es el litigio entre los propios contratantes, que piden la
ejecución de contratos delictivos o con causa torpe; con la consecuencia de negárseles
(ex arts. 1.305 y 1.306) tanto la ejecución como la repetición de lo ya entregado.
Tras la Lec. 2000 la apreciación de oficio de la nulidad tiene aún más difícil encaje y
habrá de considerarse limitada a casos realmente extraordinarios, pues a pesar de que la
Lec. se ocupa expresamente del "tratamiento procesal de la nulidad del negocio" ("nulidad
absoluta", art. 408-2) no menciona siquiera la posibilidad de su apreciación de oficio. La
nueva norma aclara dudas anteriores al admitir la alegación de la nulidad por vía de excep-
ción, previendo entonces la posibilidad de que el actor se defienda de esta alegación y es-
tableciendo el efecto de cosa juzgada (las dudas se suscitaban especialmente en las terce-
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256 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
rías de dominio, cuando el ejecutante niega validez al título del tercerista, dados los
problemas de la reconvención en estos casos). En este contexto, si el legislador considera-
ba admisible la apreciación de oficio debía al menos mencionarla, abriendo al tiempo el
cauce para que las partes pudieran tomas posición frente a la iniciativa del juez. Tanto más
cuanto que en relación con la nulidad de actuaciones judiciales, materia que no está presi-
dida por el principio dispositivo (arts. 225 ss. Lec.), sí que prevé la Lec. la declaración de
oficio en ciertos casos, con limitaciones y, significativamente, con la exigencia de previa
audiencia de las partes.
La S. TJCE 27 junio 2000, resolviendo cuestión prejudicial planteada por el Juzgado
de 1ª Instancia n° 35 de Barcelona, entiende que el Juez puede apreciar de oficio el carác-
ter abusivo de una cláusula inserta en contrato de adhesión suscrito por un consumidor, en
el caso, cláusula de sumisión a los Tribunales del domicilio del empresario. Es muy dudo-
so que la misma doctrina pueda aplicarse indiscriminadamente a otras cláusulas abusi-
vas. Para el supuesto resuelto por la S., vid. ahora arts. 54-2 y 58 Lec., que, en efecto,
obligan al Tribunal a examinar de oficio su competencia inmediatamente después de pre-
sentada la demanda, pero siempre «previa audiencia del Ministerio Fiscal y de las partes
personadas».
c) El contrato nulo no produce efecto alguno: quod nullum est, nullum pro-
ducit effectum. Por ello mismo, las atribuciones patrimoniales eventualmente
realizadas de acuerdo con un contrato nulo deben deshacerse, volviendo las
cosas a la situación que tendrían si el contrato nunca se hubiera celebrado.
d) La nulidad es definitiva. El paso del tiempo no la sana (quod ab initio vi-
tiosum est, non potest tractu temporis convalescere); es decir, la acción para ha-
cerla valer puede ejercitarse en cualquier tiempo, sin que prescriba ni caduque.
De otra parte, tampoco es posible la confirmación, ni forma alguna de convali-
dación o subsanación. Acerca de todo esto hay repetidas declaraciones de la ju-
risprudencia en materia de contratos (por ejemplo, SS. 20 noviembre 1980 o 4
noviembre 1996, según la cual «la nulidad es perpetua e insubsanable, el contra-
to viciado de nulidad absoluta en ningún caso podrá ser objeto de confirmación
ni de prescripción»).
B. Causas de nulidad. Un elenco completo de las causas o casos de nulidad
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§ 56. INEFICACIA E INVALIDEZ DEL NEGOCIO JURÍDICO 257
Fuera del Derecho patrimonial los casos en que la invalidez tiene consecuencias se-
mejantes a las del contrato nulo son también aquéllos en que «falta el acto» o se infringe
una prohibición, como si el testamento abierto se otorga ante el concejal delegado de
tráfico, o un andaluz dispone de su herencia mediante contrato. Pero la invalidez de
cada negocio tiene una regulación a se en cada caso, y así, por ejemplo, el matrimonio
nulo no convalidable puede producir efectos hasta que sea anulado; no cabe una propia
confirmación del testamento viciado, aunque sí hace sus veces la ejecución voluntaria
de sus disposiciones por los herederos; las condiciones ilícitas en el testamento no son
causa de nulidad sino que se tienen por no puestas; y también en el reconocimiento de
hijos es muy diferente la trascendencia de los defectos formales y materiales a la validez
del negocio, de modo que ni la falta de relación biológica entre «padre» e «hijo» impide
la prescripción de la acción impugnatoria.
366. La anulabilidad.
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258 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
no hay otro modo legal de obtener su reparación. Este perjuicio, actual o potencial, es lo
que aúna todos los supuestos de rescisión, sirviéndoles de fundamento común. El tema
es propio de la teoría del contrato, y en ella se estudia con detenimiento.
Esta modalidad de la invalidez tiene ventajas prácticas, ya que así los incapaces y
los afectados por un vicio del consentimiento quedan mejor protegidos que con el régi-
men de la nulidad absoluta (en que no podrían aprovechar los beneficios del negocio
que les resultara favorable) o el de la rescisión (en el que habrían de probar la lesión su-
frida).
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§ 56. INEFICACIA E INVALIDEZ DEL NEGOCIO JURÍDICO 259
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260 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
Las acciones de este tipo pueden corresponder a cualquier interesado, sea o no parte
del negocio; con la importante matización de que tratándose de contratos anulables y actos
que se asimilan a ellos, la iniciativa de su impugnación ha de partir del sujeto protegido en
cada caso, y sólo producida su impugnación podrían los demás interesados —contratantes
o terceros— pedir su declaración.
b) Que las cosas entregadas o, en general, las prestaciones realizadas con base en el
negocio inválido, se restituyan a quien prestó (vid. art. 1.303 Cc.). Esta acción de repeti-
ción, naturalmente, sólo puede ejercitarla el que prestó, y nunca los terceros.
El legislador del Cc. atiende exclusivamente o, al menos, muy preferentemente, a la
acción de repetición en los arts. 1.300 y ss., relativos a la invalidez de los contratos, única
sede donde aborda el problema, dejando en la penumbra todo lo referente a las acciones
sub a), las declarativas, cuya diversificación de las recuperatorias apenas han abordado la
jurisprudencia y la doctrina (si bien en estos «Elementos» se viene exponiendo desde
1977).
La Lec. 2000, al considerar expresamente a la declaración de la existencia (o inexis-
tencia) de derechos o de situaciones jurídicas como una clase de tutela judicial, facilitará
el desarrollo doctrinal de las acciones (meramente) declarativas de nulidad. De una parte,
la necesidad de destruir la apariencia de negocio jurídico, tantas veces indicada por la ju-
risprudencia, se encauza como una "pretensión de tutela jurídica" en el sentido del art. 5.º
Lec.; de otra, la admisión expresa de la excepción de nulidad sin necesidad de reconven-
ción, de modo que la sentencia tenga fuerza de cosa juzgada (art. 408), extrae una de las
consecuencias prácticas más interesantes de aquella premisa.
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§ 56. INEFICACIA E INVALIDEZ DEL NEGOCIO JURÍDICO 261
gada.
La opinión más común, que sólo reconoce el ejercicio judicial de la acción de anula-
ción —elevada a la categoría de derecho potestativo— tiene, sobre todo, una explicación
histórica. La restitutio in integrum —figura de la que procede la moderna anulabilidad—
era en Roma un acto del pretor en ejercicio de su imperium, tras ponderación particulari-
zada de las circunstancias del caso. Se presentaba, por tanto, como remedio procesal (no
como norma sustantiva general y abstracta); carácter que mantiene en el Derecho común.
Pero en el Código español todo el planteamiento es distinto, e innecesario el acudir al juez
cuando las partes se atienen voluntariamente a las normas sustantivas que señalan la inva-
lidez de los contratos por ciertas causas, aunque éstas sólo puedan ser invocadas por uno
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262 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
de los contratantes; como innecesario reconvenir cuando el demandado nada pide, sino
que se limita a defenderse alegando el vicio anulatorio del acto en cuya virtud se le de-
manda.
Muchos han considerado este plazo como de caducidad (por ejemplo, DE CASTRO,
DÍEZ PICAZO, ALBALADEJO), lo que se hace derivar de la naturaleza de derecho potestativo
o poder de impugnación que atribuyen a la acción de anulación. Se apoyan también en
los taxativos términos —«sólo durará»— empleados por el legislador. Es acorde con el
planteamiento general que aquí se hace de la anulabilidad y las correspondientes accio-
nes calificar este plazo como de prescripción, que afecta a una acción personal de repe-
tición, y así lo acepta la jurisprudencia en casos en que esta calificación es decisiva (SS. 27
marzo 1987, 27 marzo 1989, 23 octubre 1989 y 27 febrero 1997), aunque en otros (nor-
malmente, en los que rechaza la acción por otras razones) dice que el plazo es de cadu-
cidad (así, S. 21 mayo 1997).
Entendemos, con DE CASTRO, que el plazo cuatrienal del art. 1.301 se refiere
a la acción de restitución: así parece resultar con claridad de una lectura atenta
del articulado del Código, el cual, en el año 1888, no podía ocuparse de una
acción meramente declarativa, categoría desconocida entonces. Esta, pues —es
decir, la acción meramente encaminada a que se declare la invalidez del nego-
cio—, puede hacerse valer en cualquier tiempo.
Pero es mayoritaria la doctrina que, partiendo de la configuración de un po-
der de impugnar, entiende que es éste el que dura cuatro años, sujeto a un plazo
de caducidad, como se ha indicado.
Con nuestro planteamiento, se logra una explicación aceptable sobre el tema, tantas
veces debatido, de si la deducción de la excepción de anulabilidad está sujeta a plazo.
Sobre la base de un texto de PAULO (quae temporalia ad agendum, perpetua sunt ad ex-
cipiendum) se discutió de antiguo sobre la perpetuidad de la excepción de dolo o miedo
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(lo que solía afirmarse), mientras que se negaba en caso de restitutio in integrum del in-
capaz. La doctrina española moderna —observaba DE CASTRO en 1967— comienza es-
tando dividida y últimamente parece más bien indecisa. Una sentencia (24 marzo 1956)
admite la perpetuidad de la excepción, y en la doctrina se ha señalado (ALBALADEJO) que
tal criterio producirá consecuencias más equitativas que el contrario.
En nuestra opinión, hay algo más que razones de equidad. La acción meramente de-
clarativa, por serlo, no prescribe ni caduca, y podrá ejercitarse cuando haya interés legíti-
mo para ello, el cual no surgirá normalmente mientras, aún no iniciado el cumplimiento,
tampoco haya sido reclamado; y, de otra parte, habrá desaparecido cuando, cumplido el
contrato, haya prescrito ya la acción de restitución. Por otra parte, en algunos casos es se-
guro, porque está incluso en la letra de la ley (art. 1301), que el plazo no comienza a correr
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§ 56. INEFICACIA E INVALIDEZ DEL NEGOCIO JURÍDICO 263
mientras no se haya consumado el contrato (error, dolo y falsedad de la causa): en los de-
más, resultaría contradictorio que no gozara de la misma defensa perpetua —mientras no
cumpla— el incapaz o quien sufrió violencia o intimidación.
El punto difícil es el de precisar la entidad exigida en el interés del tercero. Será su-
ficiente el de quienes contrataron sobre la cosa objeto del contrato, en cuanto que su de-
recho dependa de la invalidez del que atacan (como en una doble venta, en que la prime-
ra fuera nula); o el de los acreedores que ven perjudicada la solvencia de su deudor; o el
del retrayente a quien se perjudica haciendo figurar un precio exagerado, cuando no me-
dió ninguno (S. 12 abril 1955). No, por ejemplo, el del colindante de la finca vendida,
que preferiría tener como vecino al vendedor, por ser persona más amable.
cita la acción de nulidad de los contratos ha de dirigirse contra todos los intere-
sados en ellos; doctrina extensiva, igualmente, a cualquier negocio jurídico (cfr.
art. 12-2 Lec.).
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264 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
todo raciocinio lógico que impide el que un negocio jurídico sea válido y nulo al mismo
tiempo».
En nuestra opinión, es cierto que la declaración de ser nulo el negocio puede pedirse
en cualquier tiempo (mientras subsista interés suficiente en el demandante), pero no por
la razón que acabamos de referir, sino por tratarse de acción meramente declarativa. Por
ello mismo, distinto ha de ser el tratamiento de las pretensiones que, si bien basadas en
la nulidad, no se reducen a su mera constatación: en particular, la acción restitutoria de
la prestación realizada (en este sentido, DÍEZ PICAZO y ESPÍN). Como recuerda la impor-
tante S. 27 febrero 1964, en el art. 1.930 Cc. se declara la prescriptibilidad de los «dere-
chos y acciones, de cualquier clase que sean», sin que se establezca en parte alguna que
las acciones restitutorias basadas en la nulidad sean imprescriptibles, carácter que el Có-
digo reconoce sólo a las que enumera en su art. 1.965. Dado que el Código tampoco se-
ñala particularmente el plazo de prescripción —y supuesto que no ha de aplicarse el art.
1.301—, debemos inclinarnos por el genérico de quince años de las acciones personales
que no tengan fijado otro (artículo 1.964 Cc.). Todavía, puede pensarse que si en cum-
plimiento de negocio nulo se entregó la posesión de un inmueble, podrá reivindicarse en
plazo de treinta años. Por otra parte, parece evidente que el poseedor de la cosa objeto
del negocio nulo podrá adquirir su propiedad por usucapión extraordinaria; no así me-
diante la ordinaria, por falta de justo título.
El negocio nulo o anulado queda, en primer lugar, desprovisto de efectos para el futu-
ro: el nombrado heredero no hereda, los que se casaron ya no son marido y mujer, los con-
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tratantes ya no están vinculados, no nacen las obligaciones previstas, las atribuciones pa-
trimoniales eventualmente operadas en atención al negocio inválido deberán valorarse
como producidas sin causa (por ejemplo, el comprador que recibió la cosa será mero po-
seedor —de buena o mala fe según los casos— pero no propietario). El tratamiento de los
efectos producidos en el pasado es distinto según la clase de negocio y el grado de invali-
dez.
Además, la invalidez del negocio principal acarreará la del accesorio, tanto si es parte
de él (cláusula penal en un contrato: cfr. art. 1.155), como si se trata de negocio conexo
(por ejemplo, fianza, art. 1.824); mientras que la invalidez de lo accesorio no afecta a lo
principal. También, en principio, la invalidez de un acto debe trascender a otro posterior
que con él se relacione, o que en el mismo se apoye, «no sólo cuando exista precepto espe-
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§ 56. INEFICACIA E INVALIDEZ DEL NEGOCIO JURÍDICO 265
cífico que imponga la nulidad del acto posterior, sino también cuando éste presuponga,
para su validez, la circunstancia de un determinado estado o condición de alguno de los
participantes, que intentó adquirirse mediante el acto nulo precedente, o cuando el acto
posterior persiga el mismo fin de defraudar la ley o de atentar a la moral o al orden públi-
co; o sea que presidiendo a ambos una unidad intencional, sea el anterior causa eficiente
del posterior, que así se ofrece como la consecuencia o culminación del proceso persegui-
do» (S. 10 noviembre 1964, según la cual la nulidad de la emancipación de un menor pro-
duce la de la posterior venta por él otorgada; vid. también S. 12 diciembre 1960: la nulidad
de la transferencia de unas acciones acarrea la de la Junta General de la sociedad en la que
toman parte los nuevos accionistas). Viceversa, el acto posterior nulo modificativo de uno
anterior no impide la persistencia de éste (S. 24 noviembre 1983).
El Cc., con referencia a los contratos, contiene una disciplina bastante pormenorizada
acerca de las restituciones entre las partes subsiguientes a la declaración de nulidad (art.
1.303 a 1.308), ceñida a la materia que le es propia pero que podrá aplicarse por analogía,
en múltiples aspectos, a los restantes negocios nulos o anulables. A fin de evitar más repe-
ticiones (algunas son inevitables cuando, en una obra general, se abordan, por separado, el
tema del contrato y el del negocio jurídico), remitimos a lo expuesto en el T.II, «Derecho
de obligaciones», vol. 1.º, § 75.
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266 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
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§ 56. INEFICACIA E INVALIDEZ DEL NEGOCIO JURÍDICO 267
guna de las partes (art. 48- 3 Cc.), y lo mismo la convivencia de quienes se casa-
ron siendo menor uno de ellos (al menos) o bajo error o violencia que luego se
desvanece (arts. 75 y 76 Cc.: véase, en estos Elementos, el tomo IV, «Derecho de
familia», § 15).
En los testamentos, que no pueden convalidarse por el testador (S. 11 junio
1953), tampoco pueden ejercitar la acción de nulidad, cuando adolecen de vicios
de forma (no de ausencia de la forma esencial) o del consentimiento, los que, es-
tando legitimados para impugnarlos, hayan reconocido su validez (véase Dere-
cho de sucesiones, tomo V de estos Elementos, núm. 232).
D. La conversión. Como medio de evitar la censura de un negocio que, inter-
pretado y calificado conforme a los criterios ordinarios, sería inválido o ineficaz,
procede en ocasiones otorgarle una calificación distinta para la que reúne requi-
sitos suficientes; cuyos efectos satisfagan todavía el propósito o finalidad prácti-
ca de los declarantes, y conforme a la cual el negocio es válido y eficaz. A este
remedio se llama conversión del negocio, con término no del todo exacto, ya
que no ocurre que un negocio que primero era inválido se convierta luego, en
virtud de acontecimiento posterior, en uno distinto, sino que desde el principio
se le enjuicia no según la calificación directa que merecía —de acuerdo con la
cual sería inválido—, sino según una calificación corregida (correcta) que le sal-
va de la invalidez a cambio de producir efectos algo distintos, en general más li-
mitados o más débiles.
En nuestro ordenamiento se encuentran disposiciones singulares, como el
art. 597 Cc., que señala cómo han de valer contratos, actos o documentos que se-
rían en principio inválidos o ineficaces; pero no hay una norma que prevea la fi-
gura de la conversión en sus rasgos genéricos. Aquellas disposiciones singula-
res, junto con otras expresiones del principio de conservación del negocio (favor
negotii, ut magis valeat quam pereat; arts. 1.284 y 1.289 Cc.), y, sobre todo, la
regla de la buena fe en la integración del contenido del contrato (art. 1.258 Cc.)
autorizan a considerar la conversión como remedio general.
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268 VIII. EL NEGOCIO JURÍDICO
rídico», RDP, 1958, págs. 603 ss. y «Da lo mismo que el acto anulable se estime válido
que inválido», Rev. Fac. Derecho Univ. Complutense, 1995, núm. 84, págs. 9 ss.; CAPI-
LLA RONCERO, «Nulidad e impugnabilidad del testamento», ADC, 1987, págs. 3 ss.; CA-
SANUEVA SÁNCHEZ, La nulidad parcial del testamento, 2002, y Las cateogrías de invali-
dez en los negocios jurídicos, 2002; CLAVERÍA GOSALBEZ, La confirmación del contrato
anulable, publicaciones Col. esp., Bolonia, 1978; DELGADO ECHEVERRÍA, Comentario a
los arts. 1.300 a 1.314 Cc. en los de «Edersa», XVII, 2, 2.ª ed., Madrid, 1995; DELGADO
ECHEVERRÍA y PARRA LUCÁN, Las nulidades de los contratos, en la teoría y en la prácti-
ca, Dykinson, Madrid, 2005; DÍEZ SOTO, La conversión del contrato nulo, Barcelona,
1994; DÍEZ PICAZO, «Eficacia e ineficacia del negocio jurídico», ADC, 1961, pág. 809, y
«La anulabilidad de los contratos», en Estudios Lacruz, II, Zaragoza, 1993, págs. 1221
ss.; EGUSQUIZA, Mª Angeles, Cuestiones conflictivas en el régimen de la nulidad y anu-
labilidad del contrato, "Cuadernos de Aranzadi Civil", 4, Pamplona, 1999; GORDILLO
CAÑAS, Nulidad, anulabilidad e inexistencia», en Centenario del Código civil, I, Madrid,
1990, págs. 935 ss.; GULLÓN, «La confirmación», ADC, 1960, pág. 1.195; DE LOS MO-
ZOS, «La inexistencia del negocio jurídico», en RGLJ, 1960, 1, pág. 463; La conversión
del negocio jurídico, Barcelona, 1959 y «De nuevo sobre la conversión del negocio jurí-
dico», RDP, 2001; PASQUAU LIAÑO, Nulidad y anulabilidad del contrato, Madrid, 1997;
SERRANO ALONSO, La confirmación de los negocios jurídicos, Madrid, 1976. Sobre la in-
validez en Derecho de familia y sucesiones véanse los tomos IV y V de estos Elemen-
tos, así como, en el II, la materia relativa a las consecuencias y sanación de la nulidad y
la anulabilidad, que el Cc. regula con exclusiva referencia a los contratos: dígase lo mis-
mo de la rescisión.
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