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Los consejos del Viejo viscacha (pp.

165, Segunda Parte) al hijo segundo del Martín Fierro

Comienza en el canto XIV pp. 168 hasta el XVIII

LOS CONSEJOS COMENZAN PROPIAMENTE EN EL VERS 2310 HASTA EL 2430

Análisis

Uno de los mejores momentos de La vuelta de Martín Fierro, la secuela de El gaucho Martín Fierro,
que José Hernández escribió en 1879, está marcado por la presencia del Viejo Viscacha (tal la
denominación que le da el autor y no “Vizcacha”, como se empeñan en denominarlo muchos
docentes, críticos y reseñistas).

El Viejo Viscacha personifica al gaucho bandido y ladino que aprovecha cualquier circunstancia
para obtener una ventaja y que no duda en practicar el robo o el engaño para salirse con la suya. A
este viejo sinvergüenza le otorgan el cuidado, en calidad de tutor, de uno de los hijos de Martín
Fierro y es en el relato de éste cuando aparece resumida la vida y la obra de Viscacha. Dividido en
cinco cantos – “El Viejo Viscacha”, “Consejos del Viejo Viscacha”, “Muerte del Viejo Viscacha”, “El
inventario de sus bienes” y “El entierro”- los sucesos referidos sobre este personaje constituyen un
auténtico libro dentro del texto mayor que los presenta.

El inicio:

“Me llevó consigo un viejo

que pronto mostró la hilacha:

dejaba ver por la facha

que era medio cimarrón;

muy renegao, muy ladrón,

y le llamaban Viscacha”,

ya presenta al personaje en cuerpo y alma y deja entrever que nada bueno puede salir de tamaña
criatura. Aun así, Hernández se las ingenia para mostrar el mejor costado del Viejo Viscacha a
través de lo que, hoy en día, es uno de los momentos más recordados de La vuelta de Martín
Fierro: los consejos que al hijo del protagonista le da el Viejo.

“Siempre andaba retobao

con ninguno solía hablar;

se divertía en escarbar
y hacer marcas con el dedo;

y cuando se ponía en pedo

me empezaba a aconsejar”.

Los consejos del Viejo Viscacha son un muestrario de la sabiduría del hombre de campo y revelan
su poderosa capacidad de observación, traduciéndola en una suerte de refranes o moralejas que
arrojan, como no, muchas verdades. Cada una de las estrofas se cierra con una sentencia, muchas
de las cuales se han convertido en dichos populares en Argentina y Uruguay. Algunos ejemplos:

“Jamás llegués a parar

a donde veas perros flacos”

“El diablo sabe por diablo

pero más sabe por viejo”

“Hasta la hacienda baguala

cai al jagüel con la seca.”

“Vaca que cambia querencia

se atrasa en la parición”.

“La vaca que más rumea

es la que da mejor leche”

“Cada lechón en su teta

es el modo de mamar”

“A mi me gusta mojarme

por afuera y por adentro”


“No dejés que hombre ninguno

te gane el lao del cuchillo”

“Hacete amigo del juez

no le des con que quejarse.”

Los consejos del Viejo Viscacha son la única herencia que este particular tutor le dejará al hijo de
Fierro ya que, como nos cuenta en algún momento, era tan malvado y cabortero que, en más de
una oportunidad, lo echó del rancho para hacerlo dormir a la intemperie, bajo la más cruda de las
heladas. La imagen con la que el hijo de Fierro cierra el relato de los consejos, es patética en la
semblanza de un sabio decadente, pero tiene, también, algo de enternecedora:

“Con estos consejos y otros

que yo en mi memoria encierro

y que aquí no desentierro,

educándome seguía,

hasta que al fin se dormía

mesturao con los perros.”

Sigue al relato de los consejos del Viejo, la relación de su prolongada agonía y posterior deceso. A
través de varias noches, el hijo de Fierro asiste a la muerte lenta de Viscacha: el moribundo se
sabe condenado pero su propia dureza y las rispideces de una vida entregada a las felonías y el
bandidaje, parecen no dejarlo morir, como si en la maldad el viejo hubiera encontrado una
cobertura natural que lo hace más fuerte. Dice el hijo de Fierro:

“Allá pasamos los dos

noches terribles de invierno;

él maldecía al padre Eterno

como a los santos benditos,

pidiéndole al diablo a gritos

que lo llevara al infierno.”


“Debe ser grande la culpa

que a tal punto mortifica;

cuando veía una reliquia

se ponía como azogado

como si a un endemoniado

le echaran agua bendita.”

Muerto Viscacha, su estela se deja sentir en las acciones que emprenden los vivos –el Alcalde y un
puñado de vecinos- que, ante la mirada de simple testigo del hijo de Fierro, proceden a revisar y
repartirse las pertenencias del viejo. Este canto, “El inventario de sus bienes”, enseña, entre otras
cosas, que el carácter oportunista y ventajero no sólo es propiedad del viejo bandido sino,
también, de los supuestos hombres de bien. A lo largo de su prolongada vida de raterías, el Viejo
Viscacha había acumulado de todo en su guarida, de tal forma que ésta se había convertido en una
suerte de cueva de Alí Babá.

“Había tarros de sardina,

unos cueros de venao,

unos ponchos aujeriaos,

y en tan tremendo entrevero

apareció hasta un tintero

que se perdió en el juzgao”.

Mientras el alcalde y los vecinos encuentran y se reparten las cosas robadas por Viscacha, van
deslizando detalles de su biografía, sucesos que definen al viejo y que no lo dejan, precisamente,
bien parado.

“Dios lo ampare al pobresito,

dijo en seguida un tercero,

siempre robaba carneros,

en eso tenía destreza:

enterraba las cabezas,

y después vendía los cueros.”


“Si ensartaba algún asao,

¡pobre! ¡como si lo viese!

poco antes de que estubiese

primero lo maldecía,

luego después lo escupía

para que naides comiese”.

La seguidilla de vituperios y anécdotas negativas que aquellos hombres comienzan a dejar salir
ante el cadáver del viejo, terminan indignando al hijo de Fierro que reflexiona:

“Esto hablaban los presentes;

y yo que estaba a su lao,

al oír lo que he relatao,

aunque él era un perdulario,

dije entre mí: ‘¡qué rosario

le están resando al finao!’”

El último canto dedicado al Viejo Viscacha refiere algunos pormenores de su muerte. Acá
Hernández, por boca del hijo de Martín Fierro, echa mano a algunos recursos tétricos y caros a un
buen relato de terror:

“Supe después que esa tarde

vino un pion y lo enterró,

ninguno lo acompañó

ni lo velaron siquiera;

y al otro día amaneció

con una mano dejuera.”

“Y me ha contao además

el gaucho que hizo el entierro

(al recordarlo me aterro


me da pavor este asunto)

que la mano del dijunto

se la había comido un perro.”

A través de la sabiduría de sus dichos y de la picaresca de su existencia, el Viejo Viscacha se


constituye en uno de los mejores personajes creados por José Hernández, llegando casi a la altura
existencial del propio Martin Fierro. Los “consejos” de Viscacha, además, han servido de clara
inspiración para una corriente dentro de la poesía rural que se basa en la traducción de vivencias
del hombre de campo en forma de versos, desde Wenceslao Varela y su Al hombre bueno hasta el
Cuzco rabón de Tabaré Etcheverry, pasando por Santos Garrido (Guillermo Cuadri) y José Larralde,
entre otros.

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