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Posteriormente al interludio o en todo caso decisivo estilo del Sturm und Drang o el
Estilo Sensible, se arriba al Romanticismo, y con él, a la liberación democrática, personal o
colectiva, de los estados de emoción y expresión de modo generalizado, consciente y casi
obsesivamente planteados. En especial los discursos de la música o la literatura seguirán
fielmente, como una especie de topografía casi morbosa, los senderos afectivos de los artistas,
su “pensamiento emocional”, continuo y fluyente en la necesidad de comunicación, y a su vez,
variable y cambiante en intenciones y caracteres, hecho que desde el Clasicismo ya no se
abandonó.
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Y siempre en la atención de una descripción social o estética de estos términos, ya que los modos
interpersonales de la afectividad, circularán por prescripciones ya acuñadas en la Ilustración. Ciertos
tópicos de moda como la insania, la enfermedad, la agonía de amor, la sangre, el crimen, no son en
realidad nuevos, sino alcances sociales democratizados y socialmente válidos de leerse o mostrarse en un
texto, una pintura o una escena de ópera, con mayor soltura, énfasis y morboso regodeo y goce.
La cualidad de lo inalcanzable, de un misterio a desentrañar, de una mística otredad, de
un panteísmo superior o de una experiencia sublime, se ponderará como atributo y valor. A su
vez, esta condición será a menudo efectuada por medio de transacciones complejas y
especulares entre el artista y su entorno: la naturaleza espejará dialécticamente su sensibilidad
y emoción.
Desde Kant, y con la filosofía romántica centrada en el espíritu ideal, parece superarse
la oposición efectuada por aquel entre yo trascendental y yo empírico. El Idealismo y la Filosofía
de la Naturaleza de Fichte, hasta el Positivismo de Comte, el crecimiento de esta concepción
subjetiva será continuo y cambiante. Por esta razón se deberá distinguir y atender a los avatares
ideológicos, así como a las condiciones diversas de los idiolectos alemanes, franceses e italianos,
en el juego de las premisas de sensibilidad, sensualidad, perceptualidad, afectividad, naturaleza
y pasión, entre otros tópicos.
2En términos de digresión epocal, se menciona nuevamente a Benjamin retomando elípticamente sus ideas, referidas ahora a las
experiencias artísticas de la Modernidad. La tesis del autor de Frankfurt respecto al comentado indicio aurático constitutivo del arte,
cobrará idéntica validación en este momento, equidistante para él con la concepción medieval. Como otros autores del siglo XIX, el
filósofo infiere una correspondencia analógica entre mundos tan lejanos y dispares en presupuestos políticos, sociales y económicos,
a los que sin embargo identifica por un carácter sagrado que detentarían ciertas experiencias artísticas. Así como en la Edad Media,
el ritual cristiano religioso se constituye en adoración mística, la esteticidad romántica, centrada en el espíritu del sentimiento, lo
sublime y también a menudo y por diferentes vías, cercana a una concepción ritual, comulgaría con idéntica intención con las obras
de arte, constituyendo la vía esencial para alcanzar justamente el aura de las causas estéticas. Sin duda Benjamin observa las
diferencias no tanto idiomáticas como de emergencia contextual, validantes también de las prácticas capitalistas del siglo XIX. Estas
imprimen en su pensamiento una cuota de sospecha respecto a lo que será el inicio de un conflicto caro a sus ideas: el de la
reproductibilidad de la obra en manos de condiciones mercantiles y técnocráticas del futuro siglo (Benjamin, 2003).
Se explicitan algunas condiciones contextuales, vinculantes de una nueva relación del
individuo decimonónico con sus marcos internos y externos de actuación:
Comenta Steinberg:
Los ideales familiares del siglo que despunta valorarán la condición de lo doméstico, la
amistad, el matrimonio y el cortejo inspirado en la emoción, la individualización y la cohesión
sentimental. Las relaciones familiares estaban marcadas por una intensa experiencia íntima y
por la construcción de lazos personales basados en los sentimientos, con una tendencia a
desarrollar formas de expresión individualizadas (Steinberg, 2008: 250)
Si bien el siglo XIX no se presenta como una factualidad estrictamente lineal, el proceso
de individuación a lo largo del siglo tendrá que operar junto a las condiciones de trabajo, razón
y poder, asociadas a lo masculino, y hogar sentimiento y sumisión, cercanas a lo femenino, en
un vector cada vez más intenso y redoblado. A su vez, estas distribuciones genéricas se
proyectarán sobre un fondo complejo, promovido por las cuestiones atinentes al capital, la
salud, la educación y las herencias, entre otros factores de peso. En este terreno, el burgués,
hombre o mujer, vivirá un profundo debate entre aspectos afectivos y volitivos, cercados por la
interrelación de diferentes niveles de pertenencia y otredad, externos e internos, en los que el
deseo, la obligación, la ética y la estética, jugarán un rol diríase progresivamente alienante.
Será este un mundo altamente neurótico del cual nosotros, somos depositarios y
herederos. Por una cuestión de rigor histórico deberían especificarse e igualmente reforzarse
estas ideas con una mayor propiedad argumentativa, pero dando cuenta ahora de ciertos
andamiajes técnicos para establecer de qué forma identitaria se manifestaron los tópicos
expresivos y afectivos románticos, en producciones y artistas de diferentes momentos de su
vigencia temporal.
En otros ámbitos más generales, el crecimiento de los índices en las intensidades y sus
modificaciones súbitas o graduales, el incremento de la densidad o masa sonora, entre otros
materiales y dispositivos, resultaron transidos por esa necesidad de afectación emocional y
pudieron hasta constituir relaciones emblemáticas y casi “naturales” con tal o cual sentimiento,
sensación o incluso objeto.
Lo inédito o en todo caso peculiar del arte decimonónico es que estos materiales, ya
operantes con una mayor o menor certeza y estereotipación expresiva, tuvieron nuevas
significaciones y que por extensión “todo” el discurso musical se concibió como un derrotero
emocional de “todo” tipo de sentimientos.
Y es aquí donde el Romanticismo irrumpe con una “autoritaria” visión del pasado,
atribuyendo marcas estilísticas propias y específicas, miradas con su propia lente.
Los artistas y filósofos del siglo XIX suscriben una empatía con sus propias inquietudes y
es por eso que adjudican como ya se comentara el adjetivo “romántico”, a lo que en ellos
resuena como de su interés programático o poiético, es decir a toda obra que implique el
predominio o bien la mayor o menor emergencia de una cualidad emocional, sea aquella
contemporánea o previa.
Además de los materiales, cobran importancia los géneros en los que estos se
manifiestan. En este campo se distinguen se acuerdo a una división tradicional, la música
instrumental y la ópera.
¿Qué ocurre con el humor en la música romántica como sentimiento posible de ser
expresado a la par de otros tantos? Se acuerda que lo feliz, radiante, victorioso o alegre, no es
necesariamente materia intrínseca del humor. Se han reconocido elementos humorísticos en
algunas obras de Haydn (los minuets o finales de sus sinfonías), o de Beethoven: el movimiento
final de la 2da. Sinfonía, o la totalidad de la 8va.; del mismo modo algunas sonatas para piano u
obras de cámara del autor alemán, mostrarían elementos cómicos caracterizados por cierta
inconsecuencia discursiva, cortes, cambios abruptos, enlaces sorpresivos, efectos varios e
inespecíficos, que en realidad podrían ejemplificar también otros afectos. Humor, ironía,
cinismo, burla, las tópicas románticas se acercarán a estas particularidades afectivas a partir de
elementos a veces extramusicales, como en Schumann, Saint Saëns, Tchaikovsky o Mahler. Tal
vez y en realidad, todas evocaciones de una sensibilidad cercana a lo siniestro.
Más adelante se estudiará cómo a partir de 1815 aproximadamente, luego del período
heroico napoleónico, Europa se inserta en un particular estado en el que surgirán ciertas
evocaciones del pasado, algunas notas críticas del mundo y un sentimiento de abandónica
melancolía, reconocido con diversas denominaciones, tales como en nui, mal del siglo, flàneur,
sehnsucht, dolor del mundo o biedermeier. La condición romántica y subjetiva del momento
teñirá a algunas obras de una malsana ironía, que podrá entreverse como humor o como
rozamiento con cierta espectralidad y sarcasmo. En la ópera, con el ejemplo de Mozart, decanta
la pregunta acerca de casos representativos y específicos presentes en el siglo XIX.
El folletín también tiene relación con el estilo vehemente y en algunos casos extremo y
casi grotesco, sobreactuado, del comportamiento de los protagonistas3. Desde el punto de vista
musical, la ópera romántica podría decirse que “emotivamente” es tal, en virtud de dos o tres
aspectos relevantes que se desprenden en principio de su escritura.
En este sentido, la ópera del siglo XIX sería tributaria más que del drama serio, histórico
o deificado, de las producciones buffas. En efecto, pese al argumento historicista de muchos
melodramas decimonónicos, o bien, sorteando estructuralmente las tribulaciones amorosas y
trágicas que padecen la mayoría de sus protagonistas, la descripción minuciosa de las psicologías
de los personajes, entroncaría la mirada romántica, con el afán psicologista del género buffo.
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En estos textos la atención no recae en varios personajes principales, sino más bien en la consideración de uno o dos protagonistas,
con algunos anexos o comprimarios (salvo en la Gran Ópera). El personalismo romántico, polarizado entre lo individual y lo colectivo,
creará especialmente heroínas, mujeres que por su valor, belleza o espiritualidad atraparán las miradas de compositores y públicos,
en frecuente diálogo con coros, representantes del pueblo y de las convicciones grupales. La constitución de un virtuosismo vocal
también generará en los libretistas y músicos la formulación a menudo recurrente de un cuarteto vocal de soprano, mezzo, tenor y
barítono, organizados como vectores musicales y dramáticos. La pareja de soprano y tenor, tendrá a menudo el destino de
personajes de luz, cuyas vidas transcurrirán desafiantes entre las intrigas de la pareja opuesta, encarnada por la mezzosoprano y el
barítono.
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Este carácter general asumió diferentes rumbos y alcances en las producciones francesas y alemanas, particularmente en Wagner,
con el conocido concepto de melodía infinita.
De hecho, es en esta veta cómica donde recala fuertemente la invención emocional del
Clasicismo. Salvo Glück o en algún sentido Mozart, las óperas serias clásicas poseen una mediada
y sobria apertura hacia la expresión enfática de lo individual, mientras que en las comedias,
sobre todo de este último, como se analizó, la expansión sentimental se manifiesta con inusitada
prioridad.
Esta fue andamiada por la tendencia a la continuidad dramática, lograda desde enlaces,
imbricaciones, superposiciones y diversos conectivos de números y escenas, en consonancia al
sentido de unidad, ya comentado en páginas previas, y actuante por sobre la parcelación y
distinción clásicas. Entre óperas cercanas a la historia de fantasmas, a duelos de familias rivales,
a amores, traiciones y suicidios, a personajes heroicos o míticos, deformes, casi angélicos o
siniestros, a castillos o misteriosos bosques, a druidas, celtas, romanos, escoceses, italianos o
españoles medievales y renacentistas, se ha elegido para graficar este tema, una que por su
fama y paradigmática condición se asume sobre una emocionalidad contemporánea, casi
fotográfica de su tiempo y personas, hecho que jugó a su autor, y posiblemente por esta razón
(además del physique du rôle de la protagonista del debut), la experiencia de un inaugural
fracaso.
En aquellas, las pasiones humanas, las venganzas, la hechicería, las ambigüedades, los
pactos secretos, los amores desgraciados, los paisajes nocturnos y tormentosos, están presentes
como indudables tópicas románticas; pero de algún modo, también cercanas a lo arquetípico, o
en todo caso y paradojalmente, distantes epocalmente de sus espectadores.
Más allá del tránsito de los hechos argumentales, hacia una explícita y teleológica
cronología, la temporalidad de la historia revela la ubicación del individuo burgués en el proceso
generalizado, fehaciente y efectivo de la Historia. La contemporaneidad de la pieza habla de la
sensación del aquí y ahora del individuo decimonónico. El estar en un tiempo específico de la
historia, implica no solo presenciar o protagonizar su decurso, sino construir su dirección y
destino desde una propia subjetividad, contingencia y validación. En este ejemplo, texto, música,
trama, personajes, autores y públicos, se consolidan en una totalidad de apropiaciones,
verdades y verosimilitudes.
El registro afectivo de La Traviata, se pasea por brillantes aunque sórdidos espacios, por
casas rurales lejanas y apartadas, y habitaciones tristes, desgajadas y mortuorias. El drama de la
protagonista patentiza un difícil tema femenino: su condición de prostituta de lujo en una
sociedad machista, su liberalidad, aturdimiento y la falta de amor, su histeria, su salud precaria
y su enfermedad incurable, el abandono, el juicio de la sociedad, el lugar ocupado a la hora de
generar prioridades de clase y poder económico.
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Se comenta que fue la primera ópera “seria” del siglo XIX en la que los artistas llevaron estilos de ropas idénticas a las de la platea.
Como fuera comentado, en el género buffo esta práctica era más habitual.
una obra explícitamente naturalista, a la manera de Carmen o Louise, por ejemplo; la ética de la
protagonista dirime esta cuestión, y la separa de otro caso similar: la Mimí en La Bohème, en la
que el aliento moral es más endeble.
Verdi y Piave priorizan aquí el retrato privado y secreto de las habitaciones, de las
murmuraciones públicas, de los amores sonrojados y ocultos, de la postergación y explotación
femenina, del desenfreno festivo entre cuatro paredes, de la enfermedad, de la mirada que
atisba por el ojo de la cerradura. El mundo burgués, ciudadano, libre, osado, teñido de afectos
y emociones, aunque recorrido con una cuota de prejuicio, se expande por esta pintura de
época, de potente vigencia y claridad conceptual. Su naturalismo es en todo caso indagación
subjetiva y emocional de almas.
Los Preludios a los actos 1ro. y 4to. ofrecen un sintético testimonio. Ambos, elaborados
con materiales similares, deshilan los temas principales de la ópera. En el primero, la
introducción frágil y casi inaudible, se evade hacia una sección central más animada y danzable;
en él se presenta el nudo musical temático de la ópera, que luego los enamorados cantarán en
su dúo: Di quell´amor y Violetta en su soliloquio Ah, fors´e lui. Dicho tema cobrará una dimensión
culminante en la despedida de su amante, la impactante apelación Amami, Alfredo. Este pasaje
se constituye en la sección áurea de toda la obra y lo que ocurre después funciona
dramáticamente como una consecuencia inmanejable, un desmadejamiento de retrocesos,
disoluciones, conflictos, imposibles ya de modificar o refundar.
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Es necesario aclarar, luego de estos análisis sesgados por interpretaciones contenidísticas respecto al texto o a la música, que los
mismos se desprenden no solo de una analítica de la partitura, sino que provienen de determinadas versiones, que han podido
explicitar previamente niveles hermenéuticos, presentes o deducidos a partir de aquella, o incluso, de otras versiones anteriores a
los comentarios aquí explicitados. Resultaría ficticio no solo descuidar, sino evadir la fuente sensorial de las presentes indagaciones,
toda vez que la historicidad de las mismas resuena inserta en una estilística de la interpretación, empapada en diversas
circunstancias que legitiman, autorizan o en todo caso desvían, tal o cual decisión al respecto. Después de todo: ¿qué es la Historia
de la Música sin los intérpretes que dieron y dan cuenta de ella, en términos operativos y comprensivos?