Вы находитесь на странице: 1из 3

Fábula con moraleja: El rico y el

zapatero
Sin embargo, tanto disfrutaba el hombre de su trabajo que, amén de que sólo
le alcanzaba para lo justo, cantaba de felicidad cada vez que terminaba un
encargo y con la satisfacción del deber cumplido, dormía plácidamente todos
las noches.

El zapatero tenía un vecino que por el contrario era un hombre


abundantemente rico, al que además le molestaba un poco los cánticos diarios
del laborioso hombre.

Un día el rico no pudo más y se decidió a abordar al zapatero. No entendía la


causa de su felicidad y al ser recibido en la puerta de la humilde morado
preguntó a su dueño:

-Venga acá buen hombre, dígame usted ¿cuánto gana al día? ¿Acaso es la
riqueza la causa de su desbordada felicidad?

-Pues mire vecino –contestó el zapatero, -por mucho que trabajo solo obtengo
unas monedas diarias para vivir con lo justo. Soy más bien pobre, por lo que la
riqueza no es motivo de nada en mi vida.

-Eso pensé y vengo a contribuir a su felicidad –dijo el rico, mientras extendía al


zapatero una bolsa llena de monedas de oro.

El zapatero no se lo podía creer. Había pasado de la pobreza a la riqueza en


solo segundos y, luego de agradecer al rico, guardó con celo su fortuna bajo su
cama.

Sin embargo, las monedas hicieron que nada volviese a ser igual en la vida del
trabajador hombre.

Como ahora tenía algo muy valioso que cuidar, ya no dormía tan
plácidamente, ante el temor constante de que alguien irrumpiese para robarle.

Asimismo, por dormir mal ya no tenía las mismas energías para afrontar con
ganas el trabajo diario y mucho menos para cantar de felicidad.

Tan tediosa se volvió su vida de repente, que a los pocos días de haber
recibido dicha fortuna de su vecino acudió a devolverla.
Los ojos del hombre rico no daban crédito a lo que sucedía.

-¿Cómo que rechaza tal fortuna? –interrogó al zapatero. -¿Acaso no disfruta el


ser rico?

-Vea vecino –contestó el zapatero, -antes de tener esas monedas en mi casa


era un hombre realmente feliz que cada mañana se levantaba luego de dormir
plácidamente para enfrentar con entusiasmo y energía su trabajo diario. Tan
feliz era que incluso cantaba cada vez que podía. Desde que recibí esas
monedas ya nada es igual, pues solo vivo preocupado por proteger la fortuna
y ni tan siquiera tengo tranquilidad para disfrutarla. Por tanto, gracias, pero
prefiero vivir como hasta ahora.

La reacción del zapatero sorprendió enormemente al hombre rico. No


obstante, ambos comprendieron lo que tal desarrollo de los acontecimientos
quería decir, y es que la riqueza material no es garantía de la felicidad. Esta
pasa más por pequeños detalles de la vida diaria, que a veces suelen pasar
desapercibidos.

Fábula con moraleja: El dueño del


cisne
Dicen que los cisnes son capaces de entonar bellas y melodiosas notas, pero
sólo justo antes de morir.

Desconocedor de esto, un hombre compró un día un magnífico cisne, el cual


se decía no sólo que era el más bello, sino también uno de los que mejor
cantaba.

Pensó que con este animal agasajaría a todos los invitados que
frecuentemente tenía en su casa y sería motivo de envidia y admiración para
sus compañeros.

La primera noche que lo tuvo en su casa organizó un festín y lo sacó para


exhibirlo, cual preciado tesoro. Le pidió que entonase un bello canto para
amenizar el momento, pero para su molestia y decepción, el animal
permaneció en el más absoluto y férreo silencio.
Así fueron pasando los años y el hombre pensó que había malgastado dinero
en la compra del cisne.

Sin embargo, cuando ya el bello animal se sentía viejo y a punto de partir para
otra vida, entonó el más bello canto que oídos humanos hayan escuchado.

Al escucharlo en el más absoluto deleite el hombre comprendió su error y


pensó:

-Que tonto fui cuando pedí a mi bello animal que cantara en aquel entonces. Si
hubiera conocido lo que el canto anuncia, la petición hubiese sido bien
distinta.

De esta forma, el hombre y todos lo que le conocían comprendieron que las


cosas en la vida, incluso las más bellas y anheladas, no pueden apurarse. Todo
llega en el momento oportuno.

Fábula corta: Don Cangrejo y Cangrejín

Érase una vez dos cangrejos que vivían en la orillita del mar. Uno de los cangrejos era ya
mayor, Don Cangrejo, y el peso de sus años solo podía compararse a la grandeza de su cuerpo.
El otro en cambio, Cangrejín, era joven, debilucho y pequeño, pero también muy bello. A pesar
de sus edades, los dos cangrejos gustaban de salir a pasear por la orilla del mar, sabedores de
que muchos otros animalitos marinos se asomaban solo para poder contemplarlos. De manera
que allí estaban las medusas, los peces, las estrellas de mar, los delfines…todos pendientes del
desfile casi diario que realizaban estos pequeños animales.
Pero la actitud a la hora del paseo era muy distinta en el cangrejo viejo que en el cangrejo joven.
Estaba tan orgulloso este cangrejo de sus años, de su robustez y de su apariencia, que caminaba
siempre con aires de grandeza, sintiéndose más, incluso, que su propio amigo y acompañante.
Tan arrogante podía llegar a ser su actitud, que un día, ni corto ni perezoso, decidió reprocharle
a su amigo los andares que llevaba por la playa, como si anduviera cojeando y de costado.
 ¡Por qué no aprendes a andar como debe ser, cangrejo tonto!- le decía el cangrejo
mayor- ¡Vamos a hacer el ridículo por tu culpa!
Qué tristeza sintió el cangrejo más joven al escuchar aquellas palabras. También se compadeció
de su amigo, que en su afán de creerse mejor que ningún otro animal marino, ni siquiera era
capaz de darse cuenta de que todos los de su especie andan de lado y con las patitas curvadas,
para protegerse así de cualquier posible enemigo corriendo más veloces. Tan pendiente estaba
el cangrejo viejo de sacar defectos a los demás, que no conseguía ver que él tampoco era
perfecto.
Y es que amiguitos, como reza un famoso refrán, es muy, muy importante que, antes de ver “la
paja en el ojo ajeno”, veamos “la viga en el propio”.

Вам также может понравиться