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Erasmo de Rotterdam – “Elogio a la locura”

1- Como el hombre estaba destinado a los negocios, era necesario que tuviera por lo menos
un poco de razón. Júpiter, muy perplejo, me consultó según su costumbre. El consejo que
yo le di para preveer los riesgos de este exceso de razón fue un consejo digno de mí: le
aconsejé que otorgara una mujer al hombre! La mujer es un animal inepto y loco, pero por
lo demás complaciente y gracioso, de modo que su compañía atempera y endulza en la
intimidad lo que el genio del hombre tiene forzosamente de austero. Platón, al preguntarse
si debía situarse a la mujer dentro de los animales racionales o entre los brutos, no tenía
más intención que la de demostrar la insigne locura de este género. (p. 20)

2- ¿Quién no huiría aterrado, igual que de un monstruo o de un fantasma, de un hombre


sordo a todos los sentimientos de la naturaleza, sin pasión ninguna, tan inaccesible al amor
y a la piedad como el más duro pedernal? (p. 33)

3- Dos barreras hay que vencer para llegar a la experiencia: la timidez, que oscurece las
ideas y disminuye los medios de que se dispone, y el miedo, que exagerando el riesgo,
aparta de las grandes acciones. La Locura libera maravillosamente de esta doble dificultad.
(p. 31)

4- Lo repito nuevamente: los hombres se alejan de la dicha en la medida que tienen más
ciencia y entonces, doblemente locos, olvidan su condición de hombres para amontonar sus
ciencias una sobre otra y para querer destronar a los dioses, al igual que a los titanes; de
dónde se deduce que los menos desdichados son los que procuran acercarse más a los
instintos y a la estupidez de los brutos y no intentan nada que esté por encima de las propias
fuerzas humanas. (p. 40)

5- ¿Para qué pedir un grano de incienso (...) cuando en todas partes todos los mortales me
rinden un culto interno, que los mismos teólogos reconocen cómo el mejor? (...) Este culto
interno no se encuentra siempre entre los cristianos. ¿No vemos a muchos de estos ofrecer a
la Virgen, madre de Dios, en pleno día, una pequeña vela que para nada le sirve? En
cambio, ¿vemos a muchos esforzarse por imitar en su castidad, en su modestia y en su amor
por las cosas celestiales? He aquí, sin embargo, el verdadero culto, el único que es
agradable a los habitantes de los cielos. Además, ¿para qué voy a querer yo un templo?
¿Acaso el universo entero no es para mí el más hermoso de todos los templos? (p. 56)

6- En todas estas teologías (nota: teologías renacentistas contemporáneas a Erasmo) hay


tanta erudición y tantas dificultades que, en mi opinión, los Apóstoles necesitarían de una
nueva venida del Espíritu Santo si tuvieran que dirimir sobre estas materias con esta nueva
especie de teólogos.

7- Otros mortales que me deben por lo menos tantos favores como los teólogos son los
religiosos o monjes, calificativos falsos, porque, por un lado, la religión se encuentra
raramente en ellos, y por otro, porque “monje” significa “solitario”, y nos los encontramos
en todas partes. (...) En primer lugar, creen que la suprema piedad consiste en ser lo
bastante ignorantes como para no saber ni siquiera leer. En seguida, cuando rebuznan como
asnos cantando sus salmos en las iglesias, sin conocer más que el ritmo, pero no el sentido
de ellos, se imaginan que encantan los oídos de la Divinidad. (p. 71)

8- Volvamos a la dicha de los locos y resumamos. Tras haber pasado toda la vida en medio
de los placeres, sin temer ni sentir a la muerte; se van derechos a los Campos Elíseos para
divertir allí con sus alegrías a las almas piadosas y ociosas. Pues bien: tomemos ahora al
hombre más sabio y comparemos su suerte con la del orate. ¡Qué prototipo de sabiduría le
opondréis? Es un hombre que ha gastado su infancia y su juventud en el estudio de las
ciencias, que ha perdido sus mejores años en la vigilias, en los cuidados, y en los trabajos.
Y que durante toda su vida no ha saboreado el menor placer; siempre triste, sombrío, severo
y duro para consigo mismo odioso e insoportable para lo otros, pálido, seco, abrumado por
la vejez y por las enfermedades antes de tiempo, sale de la vida antes de tiempo también,
por más que, ciertamente, la muerte debe importar muy poco a quien jamás ha vivido.
¡Aquí teneis el retrato de su sabio! (p. 43)

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