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Persecución a los mapuches entre
1881 y 1929
El siguiente es uno de los capítulos del libro "Historias
desconocidas de Chile", en el cual se relata la otra cara de la
incorporación de la Araucanía al territorio nacional.
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1929
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"La persecución a los mapuches no terminó
con la culminación de su parcial genocidio en
1881. Todo el proceso posterior de su forzada
radicación en reducciones estuvo plagado de
arbitrariedades, nuevos despojos y violencia".
La persecución a los mapuches no terminó con la culminación de su parcial
genocidio en 1881. Todo el proceso posterior de su forzada radicación en
reducciones estuvo plagado de arbitrariedades, nuevos despojos y violencia.
De este modo, durante "las tres primeras décadas del siglo XX […] se
produjeron las grandes usurpaciones sobre las tierras otorgadas en la
radicación […] se calcula que […] casi un tercio de las [tierras] concedidas
originalmente en mercedes fueron usurpadas por particulares".
El proceso anterior se produjo luego que los mapuches —ya desplazados—
esperaran por años que llegara la Comisión Radicadora a definir los límites
de sus nuevas posesiones. En el intertanto "se producían miles de
situaciones de fuerza. Pensemos que una mayoría de familias mapuches
pasó más de treinta años en la indefinición —e indefensión— total en lo que
respecta a su propiedad. La instalación de un mediero, colono, o
simplemente ocupante, terminaba acorralando a los mapuches a un mínimo
espacio. Cuando llegaba la esperada Comisión Radicadora, muchas veces
habían sido desplazados, achicados, estrechados, etc. Es por todo ello que
un importante sector no tuvo radicación".
Además, el proceso de radicación mismo adoleció de severas injusticias: "La
radicación se realizó del modo más arbitrario y burocrático imaginable […].
Hay zonas y regiones de suelos muy ricos donde prácticamente todos los
indígenas fueron desplazados. Es el caso de la región precordillerana de los
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indígenas fueron desplazados. Es el caso de la región precordillerana de los
arribanos. Perseguidos y diezmados en los años posteriores a la guerra,
fueron corridos de las tierras de mejor calidad. En la línea central por donde
pasa el ferrocarril y la carretera, contadas reducciones sobrevivieron; fueron
por lo general empujadas hacia la cordillera o las zonas marginales".
Más grave aún, el proceso de despojos se extendió a las provincias al sur de
la Araucanía. Así, en 1894 un grupo de caciques le envió al Presidente de la
República, Jorge Montt, graves denuncias, en lo que fue conocido como el
Manifiesto de Llanquihue:
"No hay en la actualidad en la provincia de Llanquihue y difícilmente hay en
la de Valdivia una sola familia indígena que no haya sido despojada de sus
terrenos […]. En la reducción de Remehue y varias otras, nuestros
perseguidores, para arrebatarnos nuestros terrenos, incendiaban casas,
ranchos, sementeras; sacaban de sus viviendas a los moradores de ellas, los
arrojaban a los montes y enseguida les prendían fuego, hasta que muchos
infelices perecían o quemados vivos, o muertos de frío o de hambre. Jamás
en país alguno podrá imaginarse que esto se ha hecho un sinnúmero de
veces, vanagloriándose un individuo en la actualidad de haber incendiado
siete veces el rancho de una pobre familia".
Por otro lado, en 1901, el subinspector de Tierras y Colonización, Juan
Larraín Alcalde, le comunicaba al gobierno: "Son muchas las personas que
hay en Valdivia sindicadas de haber asesinado indios, casi me atrevo a
asegurar que nunca se ha levantado un sumario para esclarecer la verdad,
pero sí aseguro que estos son ricos propietarios, dueños de considerables
extensiones de terrenos que antes ocupaban los indios".
A su vez, en 1912, el médico Leonardo Matus Zapata señalaba en un
informe a la Sociedad Chilena de Historia y Geografía sobre la Araucanía
que "numerosos usurpadores de tierras […] día a día van estrechando poco a
poco las reducciones de los indígenas, incendiándoles sus chozas y sus
bosques, matándoles sus animales y poniéndoles todas las dificultades
imaginables para hacerlos abandonar sus tierras […]. [Los] usurpadores de
tierras no son personas pobres, sino que hombres ricos que gozan de
prestigio y hasta de ciertas consideraciones entre las autoridades de la
región".
La pauta más usual del despojo era la siguiente: "Un conflicto por deslindes
de tierras se transforma en litigio y pelea; el latifundista o colono da aviso a
los ‘trizanos' o guardias rurales, acusando al indígena de bandido, ladrón de
ganado (cuatrero) o simplemente criminal. El mapuche, si se defiende, es
muerto o herido, y si es dócil, va a parar a la cárcel". Las autoridades se
colocaban por lo general al servicio de los abusadores. A este respecto, el
Poder Judicial desempeñó un papel particularmente cómplice, prestándose
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Poder Judicial desempeñó un papel particularmente cómplice, prestándose
para los fraudes de tierras y los encarcelamientos arbitrarios de los
indígenas. Y como método alternativo o complementario al despojo violento
de tierras, se alcoholizaba a los indígenas.
Además, los particulares usaban en ocasiones al propio Estado a través del
corrupto sistema de concesiones. Este se utilizaba "en áreas periféricas,
tanto de la costa como de la cordillera. Se lo justificaba diciendo que el
Estado no tenía posibilidades de acceso a esos lugares y, por tanto, era
mejor encargar a una empresa particular su colonización. Lo ocurrido con las
concesiones de tierras fue, por una parte, un gran negociado entre los
‘paniaguados' del Gobierno, y, por otra, una fuente gigantesca de conflictos
sociales. Se puede decir que aquí se desarrolló la mayor parte de las
historias del ‘far south' criollo. Lejos de Santiago, donde se contaban
maravillas, en esas concesiones se hacía y deshacía. Eran estados dentro
del Estado"
Así, "en el período de 19011906, por ejemplo, se otorgaron 46 grandes
concesiones con un total de 4.700.000 hectáreas: Concesión Rupanco,
hecha a la Sociedad ÑubleRupanco, en Osorno; Concesión El Budi, en
Cautín; Concesión General Körner, más tarde Concesión Woodhouse;
Concesión Nueva Italia en Malleco, etc.".
A tal grado llegaron los abusos y despojos, y las denuncias consiguientes,
que el Congreso creó en 1912 una comisión especial que visitó la Araucanía
concluyendo que: "En vista de estas solicitudes y de su observación
personal ha podido cerciorarse la Comisión de que muchos reclamos son
justificados, que los indígenas suelen ser víctimas de gentes inescrupulosas
y a veces inhumanas, que los hostilizan, los maltratan o se valen de argucias
abogadiles para despojarles de lo suyo […] que algunos concesionarios
tratan de despojar sin razón a personas establecidas dentro de sus
concesiones […]. Todo esto ha tenido naturalmente que producir un malestar
que se palpa en aquellas regiones y del cual no es posible desentenderse.
Ha habido graves atentados y un sinnúmero de procesos criminales".
La violencia contra los indígenas se expresaba también a través de las
mutilaciones ("marcaciones") hechas a "los mapuches considerados
rebeldes, ladrones o peligrosos, [a quienes] se los marcaba en el cuerpo (por
ejemplo, corte de oreja), de modo que fueran reconocidos por los demás
colonos […]. La marcación de indios fue una práctica habitual […]. En la
región de Arauco hemos recogido varios testimonios directos de parientes a
los cuales les cortaron un trozo de oreja, al estilo de la marca de animales".
Precisamente, la "marcación" de Juan Painemal, miembro de una connotada
familia mapuche, generó la primera protesta masiva posterior a la derrota de
1881. Fue en 1913, en Imperial, y se congregaron entre 3.000 y 4.000
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1881. Fue en 1913, en Imperial, y se congregaron entre 3.000 y 4.000
indígenas. Entre otros oradores, Onofre Colima señaló que "los araucanos
que pacíficamente han dejado despojarse de sus tierras; que sin una queja
han visto talar sus campos, incendiar sus rucas y vejar sus mujeres por los
expoliadores amparados muchas veces por las autoridades, no han podido
permanecer impasibles ante esta última afrenta".
En un registro de diarios regionales de casos mortales consignado por José
Bengoa podemos ver que en 1911 se dio muerte al menos a cinco indígenas
en un desalojo efectuado por la Concesión Rupanco; en 1912, a 15
huilliches en Forrahue, cerca de Osorno; en 1913, al cacique Manquipán y a
15 familiares en Loncoche; en 1914, a varias personas en Boroa; en 1915, a
alrededor de 20 indígenas en Loncoche; en 1916, al cacique Juan
Pailahueque en Frutillar; en 1917, al cacique Cayuqueo, en Choll Choll, y a
numerosas personas cerca de Loncoche; en 1920, a una niña mapuche en
Collimalín; en 1923, a dos mapuches arrojados al río Choll Choll; y, en 1924,
al cacique Mariano Millahuel y a varios familiares suyos en Caburque y a
otras personas de una comunidad de Donguill.
En suma, como lo señala Pablo Neruda: "Contra los indios, todas las armas
se usaron con generosidad: el disparo de carabina, el incendio de sus
chozas, y luego, en forma más paternal, se empleó la ley y el alcohol. El
abogado se hizo también especialista en el despojo de sus campos, el juez
los condenó cuando protestaron, el sacerdote los amenazó con el fuego
eterno. Y, por fin, el aguardiente consumó el aniquilamiento de una raza
soberbia cuyas proezas, valentía y belleza dejó grabadas en estrofas de
hierro y de jaspe don Alonso de Ercilla en su Araucana".
Por cierto, todo lo anterior fue posible por la continuación de la demonización
del pueblo mapuche efectuada por la oligarquía y sectores medios. Así, El
Diario Austral mismo, en noviembre de 1916, daba cuenta de la lógica
perversa que pretendía justificar la expoliación y el crimen contra los
indígenas: "Hasta ayer se tenía de los indios la idea más triste y eran
estimados como rémora dentro del progreso de la civilización nacional. En
virtud de este concepto, la generalidad del público toleraba y aceptaba como
lógico que nuestros aborígenes fueran lanzados de sus tierras y sometidos al
influjo y a la acción de los que procuraban corromperlos y extinguirlos sin
omitir los más delictuosos medios. Los indios son ebrios, los indios son
flojos, los indios son ladrones, deben perecer todos y se les debe quitar sus
suelos para entregarlos a quienes los soliciten: este era el estribillo que
repetía el público inconscientemente por quienes no se detuvieron jamás a
meditar acerca de la suerte de los araucanos en su propia tierra, y
maliciosamente por los esquilmadores y corruptores de tan indómita y
venerable raza".
Las mismas ideas anteriores las expresaba el sacerdote misionero Jerónimo
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Las mismas ideas anteriores las expresaba el sacerdote misionero Jerónimo
de Amberga, en 1917: "Y para chuparle la sangre y despojar a los indios de
sus suelos no se ha necesitado ni esfuerzos de inteligencia ni esfuerzos de
dinero; han bastado la audacia, la maldad y la mentira, pintando al indio
como vicioso, degenerado, inepto o ladrón".
A su vez, el ingeniero belga Gustave Verniory, en su estadía de fines del
siglo XIX en la Araucanía, percibía que "todos los chilenos desprecian
profundamente a los indígenas".
Por otro lado, el destacado historiador Francisco Antonio Encina planteaba
en 1911 que "la gruesa masa de campesinos cargados de sangre aborigen,
privada de la eficaz influencia civilizadora que por su gestión habían ejercido
los elementos superiores, hasta entonces en estrecho contacto con ella, no
pudo proseguir la evolución que venía realizando".
Incluso, un político e intelectual de clase media tan crítico como Carlos
Vicuña Fuentes estaba compenetrado del desprecio al mapuche:
"Felizmente, la clase media se refina cada día con la inmigración europea,
que le aporta sangre nueva, vigorosa, activa, rica de sentimentalidad y de
inteligencia. Así, el coeficiente indio, fuente de pereza y de barbarie, va
disminuyendo poco a poco y permitiendo que sobresalgan algunos tipos
superiores, que son ejemplo y estímulo de dignificación social".
Y como señalan Luis Barros Lezaeta y Ximena Vergara: "Acaso ninguna otra
manifestación expresa el desprecio racial de manera tan total y
desembozada como la anécdota siguiente: ciertos empresarios de
espectáculos se preparan para llevar a la Gran Exposición Universal de
París (1900) a un grupo de araucanos. Este hecho despierta tenaz oposición
en un diario de la capital (El Porvenir; 2141900). Alega que ello no solo
atenta contra la caridad, sino que también desacredita al país: "¿Qué interés
nacional se sirve acarreando, para exhibirlo en París como muestra de Chile,
un puñado de indios casi salvajes, embrutecidos, degradados, de
repugnante aspecto? ¡Qué vergüenza que en París puedan identificar a Chile
con los miembros de una raza inferior!".
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