Jorge Monteleone sobre “Para vivir no quiero”, de Pedro Salinas
Para vivir no quiero
islas, palacios, torres. ¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres! Quítate ya los trajes, las señas, los retratos; yo no te quiero así, disfrazada de otra, hija siempre de algo. Te quiero pura, libre, irreductible: tú. Sé que cuando te llame entre todas las gentes del mundo, sólo tú serás tú. Y cuando me preguntes quién es el que te llama, el que te quiere suya, enterraré los nombres, los rótulos, la historia. Iré rompiendo todo lo que encima me echaron desde antes de nacer. Y vuelto ya al anónimo eterno del desnudo, de la piedra, del mundo, te diré: «Yo te quiero, soy yo». Este poema de Pedro Salinas pertenece a La voz a ti debida, publicado en 1933, uno de los libros de poemas de amor más conocidos de la poesía en lengua española del siglo XX. Fue la expresión de un amor pasional del poeta con una profesora norteamericana, especialista en literatura española, Katherine Whitmore, que conoció a Salinas en una visita a Madrid en el verano de 1932. Salinas estaba casado y la relación duró poco pero mantuvieron una abundante correspondencia que recién se conoció en 2002: Cartas a Katherine Whitmore. En una de esas cartas el poeta le escribe: “Pero tú, Katherine, con un tacto y una delicadeza incomparables, poco a poco, has ido venciendo, has ido inclinándome a creer en una posibilidad de nuestro amor. En la posibilidad de nuestro amor” (El País, 6 de abril de 2002). Ese es el tú de la amada, el tú esencial del amor que dice el yo enamorado, al poner de relieve la fórmula básica de la comunicación amorosa: tú y yo, sin nombres, sin mundo y sin historia. Esto es lo que significa este poema de Salinas. Los lectores supieron que ese libro de poemas de amor de 1933 fue escrito en plena pasión amorosa del poeta por la mujer de la que se había enamorado, un amor prohibido y secreto que se reveló mucho tiempo después. No es necesario conocer la biografía de un poeta para comprender un poema, pero este conocimiento lo hace particularmente interesante. El poeta comienza diciendo, para comunicar su amor, que lo que más importa para vivir no son las riquezas ni las propiedades sino la simple identidad que da el lenguaje y que aparece de una manera elemental en los pronombres. Venimos al mundo y aprendemos en el lenguaje la forma básica de toda la comunicación: un yo dirige un mensaje a un tú. En la relación amorosa el tú amado es el objeto de amor y todos los poemas y las canciones de amor son dirigidas a ese tú del vínculo: el tú es el destinatario privilegiado y exaltado, o bien, en los poemas de abandono, el tú es culpabilizado o el agente de la desdicha. Lo que hace Salinas es poner de relieve en el poema esa relación básica y elemental del lenguaje para que el amor se vuelva puro, único, liberado de todo aquello que no sea el amor mismo. Es decir, el amor se desnuda de toda condición que no sea él mismo. Y por eso el yo no quiere más que su propio ser y le pide al tú de la amada que se libere de todo lo que no es ella. Por eso le pide que se vuelva “irreductible”, nada más que un ser puro y elemental, dispuesta para el amor. Y de ese modo en la demanda de amor, cuando el yo la llame, este también estará despojado, también podrá liberarse de todo condicionamiento, incluso el que le echaron “desde antes de nacer”. Y llegado a este punto el yo puede enunciar su amor más profundo en la plenitud del pronombre, como una identidad sostenida por el amor, la voluntad de amar, incluso anónimo, un yo amoroso que dice a un tú: “yo te quiero, soy yo”. Así en la elementalidad de los pronombres, del tú y del yo, el amor vuelve al origen y a la potencia transformadora de la vida, lejos de los prejuicios, las convenciones y las reglas.