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AVENTURAS ÍNFIMAS DE PEQUEÑOS DIOSES

Luego de su primer viaje a Japón, Jorge Luis Borges escribió varios


poemas relacionados con la cultura de ese país en su libro La cifra, de
1981. Ensayó formas tradicionales y como a tantos poetas de
Occidente lo fascinó, por ejemplo, el haiku, esa brevísima forma
compuesta de tres versos y exactamente diecisiete sílabas. Hablamos
de una adaptación de los ideogramas chinos al silabeo occidental, los
japoneses los llaman diecisiete “moras”. Para ellos “sílaba” es una
simple unidad de duración. Las “sílabas” del haiku se distribuyen en tres
versos de 5, 7 y 5 sílabas. Como un pequeño talismán sonoro, el haiku
está hecho para captar en la naturaleza un momento único, para fijar en
la poesía un instante fugaz. Borges escribió “Diecisiete haikus” en La
cifra. Veamos este:

Algo me han dicho


la tarde y la montaña.
Ya lo he perdido.

Otro:

Lejos un trino.
El ruiseñor no sabe
que te consuela.

Otro:

Esta es la mano
que alguna vez tocaba
tu cabellera.

Borges, que toda la vida había escrito sobre el tiempo con el


agónico sentido de Occidente, el tiempo lineal y el tiempo cíclico,
descubre que en esa sencilla poesía el tiempo era redimido en la
“eternidad del instante”, en un instante de plenitud. El haiku capta ese
instante y lo llena de sentido. Al fijarlo en la poesía el instante no pasa
y cada sensación se vuelve única. El gran poeta japonés Matsuo
Basho lo había dicho así: “Es admirable / el que no piensa que la vida
es efímera / cuando ve un relámpago”. Se trata de eso: no pensar
que la vida es corta porque es posible que en cada una de las
pequeñas acciones haya un tiempo único, profundo y pleno y que
tiene el esplendor de un relámpago que ilumina el cielo oscuro.
Por entonces Borges conoció una antigua religión japonesa que
estaba construida sobre esa noción. Se llama Shinto y significa “el
camino de los dioses”. La palabra combina dos kanji: sin, dioses o
espíritu y tō, camino filosófico o espiritual (como la palabra china Tao,
que es la vía, el camino pero también el método). El shinto dice algo
bellísimo: en el mundo, en todas las cosas del mundo, en todos los
hechos del cosmos, en cada uno de nosotros y en todo lo que nos da
una alegría íntima e inmediata, puede estar oculto un pequeño dios.
Ese modesto dios se llama kami. Hay millones de kamis que recorren
secretamente el universo. Los japoneses no tenían todavía el
concepto matemático de infinito entonces decían que había ocho
millones de kamis.
En una forma bella vive un kami, pero también en un animal, en
un vaso de agua fresca, en un abrazo, en una música, en una cosa
cualquiera y también en todos nosotros ahora mismo, aquí y ahora, al
reunirnos en la poesía, tenemos un kami. Vivimos una y otra vez el
encuentro con algún kami, algún dios que puede estar oculto en "el
sabor de una fruta, el sabor del agua" o en "los primeros jazmines de
noviembre" -como escribe Borges- y en un breve momento nos salvan
de la desdicha, de la infelicidad, del paso del tiempo. Se trata de estar
atentos, de sentirlo todo. Podemos llamar a esta actitud “vivir
poéticamente”. Cada uno de nosotros tiene sus kamis. Leamos el
poema “Shinto” de Borges donde aparecen algunos de esos ocho
millones de kamis que recorren el mundo secretamente. Estos son
algunos de los kamis de Borges:

SHINTO
Cuando nos anonada la desdicha,
durante un segundo nos salvan
las aventuras ínfimas
de la atención o de la memoria:
el sabor de una fruta, el sabor del agua,
esa cara que un sueño nos devuelve,
los primeros jazmines de noviembre,
el anhelo infinito de la brújula,
un libro que creíamos perdido,
el pulso de un hexámetro,
la breve llave que nos abre una casa,
el olor de una biblioteca o del sándalo,
el nombre antiguo de una calle,
los colores de un mapa,
una etimología imprevista,
la lisura de la uña limada,
la fecha que buscábamos,
contar las doce campanadas oscuras,
un brusco dolor físico.

Ocho millones son las divinidades del Shinto


que viajan por la tierra, secretas.
Esos modestos númenes nos tocan,
nos tocan y nos dejan.

(Incluido en: Jorge Luis Borges, La cifra, Buenos Aires, Emecé, 1981)

En nuestra clase de poesía comprendimos el “Shinto” a partir de


la lección de Borges y cada uno de nuestros alumnos recordó algunos
de sus propios kamis, esos acontecimientos de la vida que son
pequeños y únicos y donde algo sagrado sucede en la fugacidad.
Aquí presentamos ocho poemas de ocho alumnos,
acompañados de fotografías, que nos hablan de esas "aventuras
ínfimas de la atención o de la memoria", las propias, las de cada uno
de ellos, las de todos los días, donde la belleza tiene lugar para que la
vida misma, la sencilla vida común, se vuelva una experiencia
poética. 
Presentamos entonces los poemas de Jessika Duska, de Lizzie
Mandelbaum, de Caela Camazine, de Briana Bailey, de Emily Lewis,
de Angélica Orellana, de Dylan Craddock y de Ryan Michalko.

Jorge Monteleone

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