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LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 543

Una geografía sensible a los problemas que surgen de los grandes mo-
vimientos de población desde el llamado Tercer Mundo, es decir, las múlti-
ples periferias del mundo capitalista, incluidas las que han surgido del de-
saparecido Segundo Mundo, o países socialistas de la antigua Unión Sovié-
tica y de la Europa central, hacia los distintos centros de este mundo capi-
talista, en Europa y en América. Problemas relacionados con los procesos
de desigualdad en el desarrollo pero también de reorganización territorial
a escala mundial y en ámbitos locales.
Una geografía abierta a los problemas de la identidad cultural y sus re-
laciones con el espacio, que se manifiestan a escala mundial como con-
frontación de las grandes culturas con los procesos de globalización e im-
posición de la industria cultural, que representa y transmite un modelo cul-
tural occidental y norteamericano, de Estados Unidos, gracias a los moder-
nos medios de comunicación de masas. Pero que se manifiestan también a
escala local y regional, como consecuencia del desarraigo de poblaciones,
de la mezcla de culturas y poblaciones, de las migraciones masivas, que al-
teran el carácter uniforme y homogéneo de las sociedades preexistentes.
Los problemas derivados de la uniformidad cultural impuesta por la
industria, en cuanto suponen pérdida de un patrimonio rico y variado; los
problemas de una aldea global en la que las exclusiones y las diferencias se
agravan entre unos países y otros, entre unas regiones y otras, a la escala

tano, en el que conviven la gentrification y el homeless.


de un mismo país, entre unas áreas y otras, dentro del espacio metropoli-

Una geografía capaz de abordar los problemas de la transformación y de-


gradación de la naturaleza, del intercambio orgánico del hombre con la natu-
raleza; los problemas de ordenación del espacio, urbano o regional; los pro-
blemas de conservación del patrimonio territorial. En este marco de los
problemas que tienen relación con la transformación y degradación de la
naturaleza y con la creciente preocupación social por la preservación del
patrimonio territorial se inscriben las nuevas relaciones de la geografía con
la naturaleza.

8.2. ESPACIO SOCIAL Y NATURALEZA

La concepción social del espacio conlleva un cambio en el entendi-


miento de la Naturaleza o medio natural, pero no supone una elimina-
ción de éste. Representa una concepción distinta del espacio geográfico,
que deja de descansar sobre lo natural y que transforma el entendimien-
to y carácter de la Naturaleza, lo que supone un cambio esencial en la
concepción de la geografía física y en las relaciones entre las distintas
ramas geográficas. El espacio que interesa a la geografía es un espacio
social y sólo social. Lo que no quiere decir que sea un espacio sin com-
ponentes físicos o naturales.
El espacio social como objeto de la geografía sólo puede ser con-
templado y abordado desde una consideración social, incluso en sus ele-
mentos físicos, en su aparente constitución «natural». En primer lugar
544 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

porque ese espacio sólo adquiere sentido como un producto histórico de


las relaciones sociales.
La historicidad del espacio geográfico, su estado de permanente cam-
bio, la evidencia de que los procesos, es decir las transformaciones, consti-
tuyen su principal naturaleza, margina cualquier pretensión de hacer del es-
pacio una constante natural con existencia propia. En segundo lugar porque
la propia naturaleza representa un producto social. Lo es como representa-
ción cultural elaborada históricamente. Lo es como materialidad alterada,
modificada, transformada, a lo largo de miles de años de actividad humana.
La desbordante evidencia de este proceso en los últimos dos siglos no
puede ocultar sus profundas raíces históricas. Lo que llamamos «naturale-
za», con la pretensión de oponerla a «sociedad», no es sino una naturaleza
social. En consecuencia, la geografía física sólo puede ser contemplada
como una disciplina instrumental para el entendimiento del espacio geo-
gráfico. La geografía física no puede ser la geografía del medio físico o me-
dio natural, como si éste existiera como tal, de acuerdo con una concepción
que opone medio natural y sociedad. Esta dicotomía, en la que se fundaba
la geografía física, es insostenible.
La geografía física adquiere valor en la medida en que facilita el aná-
lisis de la incidencia social en los procesos físicos, y como una plataforma
para la adecuada descripción de los efectos de los procesos sociales sobre
la configuración física terrestre, en el marco del estudio de los principales
problemas que afectan a la sociedad contemporánea.
Recursos, deterioro ambiental, preservación, riesgos naturales, altera-
ciones, cambio climático, son conceptos y fenómenos de orden social, en la
medida en que constituyen problemas sociales, problemas que se plantea
la sociedad actual. Forman parte del espacio que se produce socialmente,
tienen que ser abordados y pueden ser abordados, desde esta perspectiva
social. La supuesta unidad de la geografía sólo puede postularse a partir de
la unidad del objeto de la disciplina, y esa unidad identifica una geografía
vinculada al espacio geográfico como producto social.
Estos procesos y estos espacios tienen naturaleza social, surgen de la
propia naturaleza social humana y constituyen, al mismo tiempo, un ele-
mento de esa naturaleza social. No se trata, por tanto, de un «objeto» o
«producto» opuesto al sujeto social enfrentado a él, como un mero entorno
físico o como un material separado. Separar o deslindar el espacio geográ-
fico, identificado como espacio físico o como sustrato físico, de la propia
sociedad constituye un reflejo analítico que no responde a la verdadera na-
turaleza del espacio geográfico.
La geografía tiene que liberarse de las servidumbres de una concepción
«naturalista» que ha viciado su desarrollo moderno, y que ha subordinado
lo social a lo físico. La lúcida crítica de L. Febvre a esta dependencia, res-
pecto del determinismo mecánico de la primera geografía, no llegó al fon-
do de la cuestión. No supo librarse de la profunda influencia intelectual que
situaba la geografía física como soporte y razón de ser de la explicación geo-
gráfica, aunque lo hiciera desde el relativismo aparente de las «relaciones»
hombre naturaleza.
LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 5

Ni L. Febvre ni los geógrafos posteriores, críticos con las fórmulas na-


turalistas más primarias, alcanzaron a iluminar o entender que esas «rela-
ciones» a las que hacen referencia para reivindicar los nuevos plantea-
mientos teóricos y metodológicos sólo podían ser «relaciones sociales».
Como tales relaciones de carácter social, se inscribían en el marco de una
disciplina de esta categoría y adscribían definitivamente a la geografía al
campo de las disciplinas sociales. La desconfianza respecto de la sociología
y sus aspiraciones, la inseguridad en los propios fundamentos, facilitó una
i mposible propuesta de disciplina a caballo de lo natural y lo social. Una
propuesta insostenible en lo epistemológico, como destacaba, con rotundi-
dad, un geógrafo en el decenio de 1980 (Johnson, 1987).
Las cuestiones físicas sólo adquieren sentido geográfico en el marco
de la transformación de la naturaleza por la acción social. La descripción
física del mundo, tanto en la propuesta de A. de Humboldt como en el de-
sarrollo especializado posterior, constituye un objetivo vinculado a las cien-
cias de la Tierra y abordable desde ellas. En el estado actual de desarrollo
de éstas esa descripción, explicativa o no, queda limitada por el desigual
avance de cada disciplina «natural» y por la disparidad de sus presupues-
tos teóricos y epistemológicos.
La integración de estos diversos campos parece, en la actualidad, un
objetivo inabordable a pesar de la existencia de conceptos o marcos teóri-
cos que han de ser fecundos en esa vía, como el de ecosistema o sistemas
naturales. Sin embargo, la distancia existente entre disciplinas como la geo-
logía y climatología por un lado, y la biología, por otra, es considerable, des-
de la perspectiva de las prácticas del trabajo científico y desde la óptica del
campo de conocimiento de cada una.
En cualquier caso, como demuestran las obras de geografía física
más recientes, la posibilidad de esa integración sigue siendo escasa. Por
el contrario, prevalece la tendencia a la separación estimulada por la es-
pecialización y por la ausencia de un marco teórico común para todas
ellas. Es evidente que el concepto de geosistema no ha logrado ejercer esa
función (Sala, 1997).
La geografía, en la medida en que acote un campo propio, sobre un ob-
jeto específico, elaborado en el marco geográfico, sólo puede plantearse las
cuestiones físicas como elementos o partes de los problemas que suscita la
transformación de la naturaleza en la práctica social cotidiana. Los conoci-
mientos de carácter físico, los instrumentos conceptuales y metódicos que
corresponden a las correspondientes ciencias de la Tierra, tienen el valor de
herramientas para el más correcto análisis social.
La tradición geográfica otorga a la geografía, en este campo, la ven-
taja de una relación intelectual y práctica secular con esos campos cola-
terales, y con ello la posibilidad de integrar una parte de sus elementos en
la construcción de su propio campo de conocimiento y en la resolución de
sus específicos problemas. Son éstos los que determinan el recurso a los
conceptos de las disciplinas que han integrado conceptualmente la geo-
grafía física que, en cuanto tal, carece de autonomía en el marco geográ-
fico.
546 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

Cualquier formulación que parta de una relación causal o de una inte-


racción causal, entre lo físico o natural y lo social, está viciada en su enun-
ciado. Se formule como una relación causal unidireccional o mecánica de
corte determinista, o como una relación indeterminada o posibilista entre
ambos términos. La separación antagónica entre Naturaleza y Sociedad ca-
rece de fundamento teórico y condena a un callejón sin salida a la geografía.
La pretensión de que la geografía no es una disciplina social, o que es
algo más que una disciplina social, o de que la dimensión física tiene exis-
tencia propia y antagónica respecto de lo social, constituye una formulación
insostenible desde una perspectiva epistemológica, aunque siga siendo una
argumentación vigente (Lecoeur, 1995).
Una ideología naturalista pertrechada de conceptos que fueron elabo-
rados en épocas y circunstancias pasadas, cuya significación originaria se
ha perdido, de los que sólo se mantienen a veces sus referencias metafóri-
cas, mantiene, desde la geografía física y desde la geografía humana, la fic-
ción de una geografía inexistente. Nociones como los de oekumene, con-
ceptos como los de región geográfica y paisaje, se manejan bajo los presu-
puestos de hace casi un siglo. Subyace en la argumentación una percepti-
ble ideología vidaliana. El paisaje se convierte en un termino «cómodo que
integra los datos del medio físico y el balance de las sucesivas actuaciones
operadas por la sociedad» (Lecoeur, 1995).
Sin embargo, ese concepto de paisaje carece de rigor, y es imposible
sostener sobre él una aproximación rigurosa al análisis del espacio o reali-
dad. El paisaje se inscribe, sobre todo, en el marco de una concepción idea-
lista o subjetiva del mundo, en el marco de las geografías humanistas, en el
ámbito de la geopoética o geopoesía. Corresponde a una geografía artística.
La historia de la geografía moderna muestra que ése es su origen y que pre-
tender darle consistencia y rigor analítico carece de sentido.
Reconocen los geógrafos físicos que «el estudio de las distribuciones
naturales no tiene una teoría unificadora», aunque atribuyen a la geografía
física «las lógicas de las formas de relieve, de los tipos climáticos y de las
formaciones vegetales sobre la tierra» (Lecoeur, 1995). Se olvida que esas
lógicas pertenecen a cada uno de los campos específicos y que ninguna geo-
grafía física es capaz de abordarlos de manera conjunta, como el mismo
autor reconoce de entrada.
Es evidente que «una geografía en la acción no puede contentarse con
razonamientos sobre las estrategias de producción, distribuciones sociales,
programas de ordenación. Debe tener en cuenta los ritmos del espacio a tra-
vés de sus efectos directos o diferidos. Existen vínculos múltiples entre el
juego social y las evoluciones naturales» (Lecoeur, 1995). La desconsidera-
ción de los ritmos naturales, manifiesta en muchas obras de geografía hu-
mana que ignoran las dimensiones naturales del espacio social, no supone
que la presencia de la geografía física como un campo de conocimiento es-
pecífico, sea inevitable.
La posibilidad de abordar desde estas «geografías físicas» problemas o
cuestiones de índole social o de implicación social, en relación con sus pro-
pios campos de conocimiento, es evidente, como lo demuestra la práctica y
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experiencia de las ciencias de la Tierra correspondientes. La integración en


su campo de interés de tales cuestiones se corresponde con la propia natu-
raleza de la ciencia y del conocimiento humano. Sin duda sus análisis pue-
den ser útiles para la geografía y de inmediato aprovechamiento por parte
de ésta. Pero esa coincidencia no otorga a tales prácticas ni a las discipli-
nas en que se producen el carácter de geografía porque su campo de cono-
cimiento es específico y es distinto. En ningún caso pueden identificar su
objeto como «espacio geográfico», salvo en una concepción arcaica y so-
brepasada, que reduzca lo geográfico a lo natural.
Lo sorprendente es que esta concepción o valoración naturalista del es-
pacio geográfico, que reproduce un elemental discurso vidaliano, aparece
en ámbitos críticos de perfil marxista o postmarxista. Se produce como una
alternativa crítica a propuestas de geografía como ciencia social. Se carac-
teriza por una defensa del reduccionismo inductivo y del empirismo más
banal, como reacción al discurso coremático, que coloca a la geografía físi-
ca fuera del espacio geográfico.
La crítica de la corriente coremática -de su reduccionismo de carác-
ter geométrico, de su fraseología tecnocrática, del fetichismo espacial y de
las leyes del espacio- se convierte en una reivindicación del discurso na-
turalista en sus formas más elementales. No parece que la crítica a la geo-
grafía coremática pueda sostenerse sobre una concepción arcaica del espa-
cio como contenedor, identificado con el sustrato físico, tal y como apare-
ce tras estos planteamientos.
La inercia de las tradiciones de la geografía moderna determina que
formulaciones como la de las relaciones sociedad y medio natural sigan vi-
gentes, aunque se utilicen desde perspectivas distintas. La geografía, de
nuevo, se formula como la disciplina de las relaciones entre sociedad y me-
dio: una idea subyacente o explícita. La vieja concepción originaria, eje de
la geografía positivista y del regionalismo «clásico» resurge en geógrafos
de este final de siglo. «La geografía es el estudio de las relaciones entre so-
ciedad y su medio natural.» Así define el campo de la disciplina un geógrafo
«radical» (Peet, 1998).
La geografía puede y debe plantearse y abordar esas interrelaciones pre-
cisamente desde el postulado de una ciencia social. Asentada sobre el prin-
cipio de que el espacio no es esa especie de contenedor sino el resultado del
proceso de transformación de la naturaleza por el trabajo social, y que esa
naturaleza actual no es sino el espacio heredado de generaciones y genera-
ciones que ejercieron ese proceso de transformación durante siglos y mile-
nios. Son vías que aparecen en las propuestas más recientes e innovadoras.

8.3. DE LAS CONDICIONES GEOGRÁFICAS A LA TRANSFORMACIÓN DE LA NATURALEZA

La consideración tradicional de la naturaleza o medio geográfico como


un elemento externo contrapuesto a la sociedad, que subyace en la concep-
ción de la geografía moderna, proviene directamente de la elaboración in-
telectual propia de la modernidad, desde F. Bacon. El pensamiento moder-

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