Braidotti nos advierte, en la misma línea que Haraway, sobre los falsos dilemas
apocalípticos respecto a la culpabilización total de las nuevas bio-info tecnologías, de los
males sociales, que nos llevaría a una “vuelta hacia Atenas” del siglo V a.C; o, una elección inversa de encontrar la salvación de la mejora de la especie en estas nuevas tecnologías, lo que significa escapar a los interrogantes del presente, y eludir con ello, la responsabilidad política que requiere. Como dirá más tarde, “no hay tiempo —ni espacio— para la nostalgia”. Considero importante también recordar que los accesos a la producción de ciudadanía siempre se vieron restringidos, es decir, nunca fueron habitables y disponibles para todo el mundo. En este sentido, la atención en la re-producción y a su vez el esquivo frente a la simplicidad maniquea en los relatos ficcionales tanto como en el propio presente que nos lleva a ellos. Preguntarse cuántos resabios patriarcales hay en esas narrativas, por ejemplo, que el mundo ficcional, de alguna manera utópico, esté regido por el viejo/nuevo logos virtual, ajeno a la sexualidad, neutro en sus diferencias pero simpatizante con un modo, del presente desde dónde proviene, de ser sexual que coincide, casualmente, con el “nuevo humano”. El cyborg es el constructo que rehúsa ubicarse en estas categorías maniqueas, surgido como prótesis de la posguerra, es el hijo no deseado del humanismo y del progreso humano, imaginativo, errante, capaz de tejer estrategias y trabajar en red, preparado para la guerra y atento ante cualquier postura humanista sobre la inocencia. Dudar de las simplistas acusaciones de relativistas a aquellas posturas políticas que entienden la realidad como ficción mudable/mutable. Presentan al relativismo como el nuevo monstruo y, frente a la huída que se desprende del juicio tremendista, lejos encontramos la posibilidad de reflexionar críticamente si asusta más el relativismo o que la realidad sea una ficción mudable, mutable. Esta última alternativa nos acorrala políticamente contra la pared, no hay “tutías”, ni atajos, ni excusas: del presente, de la actualidad, de esta realidad surgen los relatos y las realidades del mañana ¿hacia dónde y desde dónde queremos insistir para ficcionar, imaginar? Aquí entonces la preocupación nostálgica por la esencia de lo humano frente al post- humanismo, se trastoca por una preocupación diría incluso, un poco más real: por un lado, tenemos al cyborg emancipador que rompe y esquiva los viejos modelos patriarcales, incluso desde una posición más cognitiva; por otro lado, encontramos al cyborg mediático que simula un nuevo mundo con las mismas viejas categorizaciones y privilegios, que su “humano” blanco y masculino anterior. Es frente a esta operación política de preocuparse por lo viejo “humano”, causa de la destrucción del plante y fuente de la cual el cyborg surge, ¿qué inmunidad se pretende preservar frente a la defensa idealista de lo “humano”? En todo caso lo que podría preocupar más (y por qué no lo hace) son los discursos ficcionales de la indiferenciación, esencialización y neutralización de los nuevos constructos de cuerpos. Aislado por completo, hiper auto-suficiente, indiferente a su entorno y a quienes lo rodean, des-afectivado, torneado y esculpido, hiper productivo: ¿no son acaso esas las características agudizadas del ser humano que se han atribuido tradicionalmente a la masculinidad por antonomasia? En este sentido es que Haraway advierte la “informática del dominio”, evolución del patriarcado capitalista que puede “canibalizar” las mujeres y desaparecerlas de escena pública y política, o ajustarlas a sus exigencias (es decir, hacer de cierta parte de la humanidad, una cosa manejable y des-humanizada, vuelvo a preguntar entonces ¿quiénes y por qué se quiere preservar el privilegio de tener la humanidad? ¿a qué ventajas suscribe y respecto al costo de qué?). Defiendo y sostengo en base a algunxs autorxs leídos, una ontología procesual en consonancia con el devenir y la transición del sujeto y otros agentes: se trata de una radical inter conexión con lo que nos rodea, incluyendo el imaginario. Esta ontología y esta relacionalización de la vida implica o requiere para sí de posicionamientos políticos situados y responsables, que puedan dar cuenta de la transición en la que devienen, de quiénes son, de qué lugares ocupan y cuáles no, es un posicionamiento histórico, encarnado. Es aquí donde Haraway intala el “bio-igualitarismo”, allá lejos de la preocupación por la preeminencia de lo exclusivamente humano. Es desde esta ontología del proceso y la bio-relación mutua en donde más tiene sentido que el presente ya sea futuro, o que en aquél esté ya inscrito este, de modo que se lo puede moldear, tirar, crear, inventar. Más cerca de los “devenires menores” de las distopías, que de las utopías que hegemonizan un sueño idílico diametralmente opuesto a la realidad de donde provendrían, considero importante poner la vista (situada, conectada, responsable, encarnada) en las condiciones de posibilidad e imposibilidad para que una utopía tenga lugar, en referencia a un horizonte distópico que, lejos de ahuyentarnos dramáticamente, nos mantenga atentos y atentas en su posibilidad de efectivizarse. En este sentido y (cito): “consecuentemente, desde la advertencia distópica y la complacencia utópica es necesario rearticular la intención utópica como resistencia hacia toda acomodación a las relaciones de poder dominantes e institucionalizadas”.