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DE
LECTURA
DEL
CAPÍTULO
III
“LA
RAZÓN
EN
LA
FILOSOFÍA”
DE
CREPÚSCULO
DE
LOS
ÍDOLOS
o
CÓMO
SE
FILOSOFA
CON
EL
MARTILLO
INTRODUCCIÓN
(puedes
servirte
de
un
resumen
de
esta
introducción
para
iniciar
cualquier
comentario
sobre
este
capítulo)
Crepúsculo
de
los
Ídolos
o
Cómo
se
filosofa
con
el
martillo
es
una
obra
nitzscheana
que
data
de
1888
y
pertenece
al
último
periodo
de
la
filosofía
de
este
autor.
En
su
obra
Ecce
homo
Nietzsche
afirma
respecto
de
esta
obra
lo
siguiente:
“Lo
que
en
el
título
se
denomina
ídolo
es
sencillamente
lo
que
hasta
ahora
fue
llamado
verdad”.
La
verdad
se
va
a
desvanecer
en
este
escrito
(Crepúsculo
de
los
ídolos)
por
la
acción
de
la
crítica
lacerante
(hiriente)
que
Nietzsche
lanza
contra
“falsa”
división
del
mundo
en
un
mundo
verdadero
que
se
opone
a
un
mundo
aparente.
Esta
obra
nos
confronta,
pues,
con
un
anuncio
del
fin
de
la
narrativa
filosófica
que
se
asienta
en
una
visión
racionalista
de
la
realidad
y
adopta
una
estructura
metafísica
dualista.
Sobrepasada
“la
filosofía
del
Amanecer”,
en
la
“la
filosofía
del
Mediodía”
(la
hora
sin
sombras)
este
autor
vislumbra
sus
tesis
filosóficas
positivas,
como:
la
muerte
de
Dios,
la
aceptación
del
“eterno
retorno”,
la
intuición
de
la
voluntad
de
poder”
y
proyecto
de
transmutación
de
todos
los
valores
por
parte
del
superhombre.
En
el
capítulo
III
de
Crepúsculo
de
los
Ídolos,
“La
razón
en
la
filosofía”
(tendréis
que
añadir:
“capítulo
del
que
se
extrae
este
fragmento”)
Nietzsche
describe
y
arremete
contra
la
idiosincrasia
de
los
filósofos,
quienes
odian
la
noción
de
devenir
y,
por
tanto,
odian
la
vida.
El
resentimiento
ante
una
valoración
de
la
tierra
y
la
falsificación
continua
del
testimonio
de
los
sentidos
son
características
comunes
de
“pueblo”
de
los
filósofos.
ESTRUCTURA
Y
ANÁLISIS
DEL
CAPÍTULO.
Este
capítulo
consta
de
seis
parágrafos
en
los
que
se
condensa
un
análisis
deconstructivo
(una
crítica
a
la
reconstrucción
filosófica)
de
las
tesis
implícitas
en
una
concepción
racionalista:
Ø La
adopción
de
una
ontología
estática
según
la
cual
es
posible
captar
mediante
la
razón
la
estructura
inteligible
de
lo
real
pues
lo
real
tiene
una
esencia
inmutable.
Ø La
contraposición
de
un
mundo
racional
y
un
mundo
sensible,
material
y
empírico.
o En
el
primero
habitaría
el
“verdadero
ser”
del
mundo:
el
ser
monolítico
de
Parménides
o
las
Ideas
de
Platón.
La
auténtica
realidad
no
deviene,
no
se
transforma,
no
evoluciona,
es
ajena
a
los
procesos
vitales
y
carece
de
historia.
o En
el
segundo,
el
mundo
de
los
engaños
y
las
mentiras
causadas
por
los
sentidos,
se
encontrarían
las
cosas
materiales
del
mundo
sensible
de
Platón.
Este
mundo
no
goza
de
los
atributos
de
verdad,
inmutabilidad,
orden
y
belleza
que
la
metafísica
atribuye
a
la
realidad
auténtica.
El
mundo
sensible
es
el
de
los
procesos
vitales
y
en
éste
hay
error,
engaño
y
ausencia
de
verdad.
Ø La
crítica
al
dogmatismo
filosófico
que
introduce
la
figura
del
Dios
monoteísta
para
justificar
la
deducción
de
los
principios
abstractos
que
nos
permiten
un
acercamiento
a
la
verdad
del
mundo.
Pero
como
Nietzsche
afirma:
“Dios
ha
muerto”;
lo
que
en
otra
época
dio
riqueza
y
profundidad
a
la
existencia
humana,
la
religión
y
la
figura
del
Dios
monoteísta,
está
pereciendo
en
las
sociedades
modernas
que
experimentan
grandes
cambios
y
transformaciones,
como
la
industrialización
y
el
desarrollo
de
la
tecnociencia.
En
este
nuevo
mundo
el
ser
humano
ha
de
“crear”
nuevos
valores
porque
los
antiguos
aparecen
desfasados
a
la
luz
de
la
ciencia.
Sin
embargo,
Nietzsche
considera
que
la
ciencia
no
consigue
intuir
la
naturaleza
dinámica
y
cambiante
de
la
realidad.
La
nueva
axiología
que
propone
Nietzsche
emana,
pues,
de
los
siguientes
principios
positivos
de
su
filosofía:
o La
aceptación
de
la
vida
en
toda
su
plenitud,
miseria,
dolor,
desesperación
y
creatividad.
Para
ello
es
preciso
romper
con:
§ Con
la
visión
sesgada
que
la
cultura
occidental
ha
heredado
del
mundo
griego,
del
que
sólo
se
ha
recuperado
la
figura
de
Apolo.
§ La
metafísica
dualista
de
la
concepción
judeo-‐cristiana
que
afirma
que
el
sentido
de
la
vida
está
fuera
de
ésta.
o La
tesis
del
eterno
retorno
y
de
una
noción
de
la
temporalidad
cíclica
que
supone:
§ que
todos
los
momentos
de
la
vida
son
constitutivos
del
único
mundo
que
existe,
el
mundo
de
la
tierra.
La
vida
tiene
carácter
trágico
y
esto
se
comprende
si
se
acepta
en
los
términos
de
un
juego
dialéctico
entre
las
fuerzas
del
dios
Apolo
y
del
dios
Dionisio
(en
el
libro
de
texto
se
explica
qué
significa
cada
fuerza).
§ que
la
vida
no
puede
comprenderse
mediante
ningún
esquema
finalista
o
teleológico.
No
se
vive
“para”
alcanzar
una
vida
mejor
“ultraterrena”.
No
se
puede,
por
tanto,
eliminar
el
sentido
de
la
vida
terrenal
y
elevarlo
a
un
mundo
superior
en
el
que
serán
resarcidas
las
injusticias
padecidas
injustamente
en
esta
vida.
§ hay
que
rechazar
los
esquemas
temporales
lineales,
con
cadencia
tripartita
que
distinguen
entre
un
inicio,
nudo
o
trama
vital
y
desenlace
en
el
que
habrá
una
evaluación
final
de
nuestro
paso
por
la
vida.
o La
intuición
de
la
voluntad
de
poder,
la
tesis
ontológica
de
Nietzsche
en
función
de
la
cual
la
realidad
se
concibe
como
“tendencia
a
la
movilidad
de
todo
lo
existente
finito”.
La
tesis
de
la
voluntad
de
poder
(influenciada
por
la
metafísica
también
dinámica
de
Schopenhauer
de
la
“voluntad
de
vivir”)
implica:
§ La
ruptura
con
una
imagen
estática
del
sujeto.
Este
pasa
a
concebirse
como
“un
campo
de
fuerzas
de
signo
contrario”;
unas
tienden
a
abrirse
camino
mediante
valoraciones
que
afirman
la
vida
y
brotan
de
una
voluntad
de
poder
activa;
otras,
sin
embargo,
niegan
la
vida,
se
acomodan
en
el
resentimiento
contra
la
vida
y
en
el
odio
de
lo
que
es
vital,
procediendo
de
una
voluntad
de
poder
reactiva.
§ La
creencia
de
que
se
debe
imponer
una
moral
de
señores
frente
a
una
moral
del
rebaño.
Los
señores
encarnan
los
valores
de
los
caballeros
griegos
de
los
poemas
elegíacos
(en
los
que
se
narraban
sus
aventuras
y
su
afán
por
continuar
en
la
lucha,
por
defender
sus
principios,
sus
valores).
Los
criterios
de
valoración
de
los
señores
son:
fuerza,
belleza,
salud
y
valor.
Nietzsche
atribuye
a
los
esclavos,
el
rebaño
o
el
pueblo
domeñado
por
la
metafísica
dualista
y
los
principios
religiosos
del
monoteísmo
judeo-‐cristiano
son,
en
cambio,
los
siguientes:
fealdad,
enfermedad,
apocamiento,
resentimiento,
etc.
o Nietzsche
habla
de
que
el
espíritu
de
la
persona
encargada
de
llevar
a
cabo
este
proyecto
de
transvaloración
de
todos
los
valores
(el
superhombre)
va
a
pasar
por
tres
transformaciones
(que
también
se
explican
en
el
libro):
§ El
camello.
§ El
león.
§ El
niño.
Todos
los
elementos
anteriores
van
a
aparecer
en
estos
seis
parágrafos.
La
identificación
de
las
ideas
concretas
sobre
las
que
se
centra
cada
uno
de
ellos
es
lo
que
a
continuación
se
va
a
explicitar:
1.
En
este
primer
parágrafo,
Nietzsche
analiza
la
idiosincrasia
de
los
filósofos.
El
pueblo
de
los
filósofos
odia
la
vida
y,
por
ello,
crea
momias
conceptuales
(conceptos
diseñados
para
captar
lo
que
de
eterno,
fijo,
e
inmutable
pudiera
haber
en
la
realidad).
Para
llevar
a
cabo
esta
tarea
de
creación
de
momias
conceptuales,
los
filósofos
acusan
a
los
sentidos
de
introducir
el
error,
la
mentira,
el
engaño
y
la
desviación
(en
el
terreno
epistemológico
y
en
el
ético,
porque
el
cuerpo
es
inmoral)
en
la
concepción
de
la
realidad.
Los
sentidos
nos
engañan,
dicen
los
filósofos
porque
la
verdadera
realidad
“no
deviene”,
como
ya
sostuvo
Parménides.
Los
filósofos,
dice
Nietzsche,
odian
la
vida;
la
ahogan
en
el
rumor
del
oleaje
de
un
mar
de
abstracciones
intelectuales
y
de
sentimientos
de
beatitud
y
amor
por
el
reino
de
la
eternidad
prometido
por
el
“monótono-‐teísmo”.
El
juego
de
palabras,
o
la
figura
del
calambur,
indica
en
cualquier
caso
que
Nietzsche
se
opone
a
la
aceptación
del
Dios
de
las
religiones
monoteístas.
El
autor
incide
en
el
hecho
de
que
los
filósofos
odian
el
devenir,
los
procesos
vitales,
la
historia
y
el
dinamismo
de
la
realidad
(lo
que
se
capta
si
se
intuye
la
voluntad
de
poder).
Por
eso,
cuando
los
filósofos
adoran
sus
pretendidos
ídolos
o
verdades
(la
creencia
en
la
oposición
de
un
mundo
aparente
y
otro
verdadero
y
la
creencia
en
un
Dios
creador
de
la
vida)
se
vuelven
mortalmente
peligrosos
pues
atentan
contra
la
vida
al
proclamar
que
lo
que
tiene
sentido
está
más
allá
de
ésta.
Así,
pues,
Nietzsche
extrae
dos
moralejas:
1. La
historia
de
la
filosofía
es
una
continua
repetición
de
la
tesis
de
que
los
sentidos
nos
engañan.
Frente
a
esto,
Nietzsche
proclama
que
la
realidad
es
histórica
y
que
tengamos
fe
en
los
sentidos.
2. Los
filósofos
nos
dicen
que
neguemos
el
valor
a
los
sentidos
y
neguemos
cómo
son
los
humanos
(seres
que
se
debaten
entre
fuerzas
diferenciadas:
las
apolíneas,
las
dionisíacas).
La
humanidad
así
concebida
es
para
Nietzsche
“pueblo”,
es
decir,
masa,
rebaño
que
se
ha
dejado
embaucar
por
la
promesa
de
una
vida
superior
a
la
terrenal
y
ha
cedido
a
la
política
de
la
represión
de
los
instintos
vitales.
El
pueblo
cree
en
el
monótono-‐
teísmo
(no
afirma
que
Dios
ha
muerto
y
que
haya
que
buscar
nuevos
valores
para
rellenar
el
vacío
del
nihilismo
de
la
cultura
occidental,
una
cultura
decadente
y
decrépita).
El
pueblo
reniega
del
cuerpo,
lo
esconde,
lo
abruma
con
reproches
y
lo
flagela
con
la
indiferencia,
como
si
lo
que
el
cuerpo
demanda,
exige
y
anhela
no
fuese
real.
2.
En
este
segundo
parágrafo
Nietzsche
hace
un
elogio
de
la
figura
de
Heráclito.
Este
autor,
frente
a
los
seguidores
de
Parménides
(los
eleatas,
los
que
defienden
una
concepción
del
ser
monolítica,
estable,
fija
y
exenta
transformaciones),
sostiene
que
la
realidad
es
flujo
incesante,
cambio
perpetuo
y
devenir
constante.
No
nos
podemos
bañar
dos
veces
en
las
aguas
de
un
mismo
río,
porque
el
flujo
de
la
corriente
lo
impide,
ni
tampoco
podemos
tocar
dos
veces
la
misma
sustancia
mortal
en
el
mismo
estado,
todo
está
sometido
al
paso
del
tiempo.
Heráclito,
por
tanto,
se
opone
a
los
racionalistas
que
piensan
que
los
sentidos
nos
engañan
porque
nos
muestran
la
realidad
siendo
dinámica,
plural
y
cambiante.
Por
ejemplo,
para
Platón
los
sentidos
nos
hacen
creer
que
existen
muchas
cosas
que
son
“árboles”
o
“justas
y
bellas”;
sin
embargo
las
únicas
cosas
existentes,
las
Ideas,
son
las
únicas
realidades
son
“justas
y
bellas”.
Descartes
también
se
sirve
en
su
duda
metódica
de
la
crítica
de
los
sentidos
aduciendo
que
los
sentidos
son
falaces
y
la
realidad
no
ha
de
corresponderse
con
el
modo
que
tenemos
de
percibirla:
en
efecto,
según
Descartes
aunque
me
ponga
contenta
porque
haya
podido
dar
una
triple
pirueta
y
crea
que
he
sido
yo
la
que
lo
ha
hecho,
no
soy
yo
la
que
he
realizado
dicha
pirueta
sino
mi
cuerpo.
Mi
yo
verdadero
es
diferente
del
cuerpo
y
se
intuye
mediante
el
acto
del
pensamiento
(cogito
ergo
sum).
Ahora
bien,
Nietzsche
considera
que
Heráclito
piensa
de
modo
injusto
que
los
sentidos
nos
engañan
porque
nos
hacen
creer
que
hay
estabilidad
en
las
realidades
que
percibimos,
por
ejemplo
que
los
árboles
que
contemplamos
por
la
ventana
son
los
mismos.
Nietzsche
sostiene
que
los
sentidos
no
nos
engañan
de
ningún
modo.
El
problema
es
cuando
sometemos
la
información
que
proviene
de
los
sentidos
a
los
filtros
de
la
razón.
Entonces
es
cuando
pensamos
que
las
cosas
son
las
mismas
y
que,
por
ejemplo,
las
personas
tienen
una
identidad
personal
fija.
La
“sustancia”,
el
carácter
unitario,
fijo,
estable
inamovible
de
las
cosas
(la
coseidad,
unidad
y
duración
de
lo
real)
son
mentiras
desveladas
por
los
sentidos.
“El
ser”,
que
es
y
no
puede
ser
que
no
sea,
definido
en
esos
términos
es,
como
decía
también
Heráclito,
una
“ficción
vacía”.
No
existen
dos
mundos,
el
del
ser
y
el
del
parecer;
el
mundo
aparente
según
los
metafísicos
dualistas
(el
mundo
del
cambio,
transformación,
procesos
vitales,
en
definitiva
el
mundo
de
la
vida)
es
el
único
que
existe
para
aquel
que
ama
la
vida
y
afirma
que
el
sentido
de
la
vida
está
en
la
tierra.
Así
pues,
el
“mundo
verdadero”
(el
Mundo
Inteligible
de
Platón,
por
ejemplo)
no
es
más
que
una
duplicación
innecesaria
de
éste.
Por
eso
Nietzsche
afirma:
“el
“mundo
verdadero”
no
es
más
que
un
añadido
mentiroso...”
3.
Nietzsche
comienza
este
parágrafo
centrándose
en
un
órgano
de
los
sentidos
que
le
permite
descubrir
dónde
hay
una
falsedad,
a
saber,
la
nariz.
En
las
filosofías
racionalistas
se
privilegia
el
sentido
de
la
vista.
Se
habla
de
ver
la
verdad
y
se
considera
que
la
razón
está
en
un
mundo
de
claridad
(el
exterior
de
la
caverna
y
se
equipara
también
de
la
época
de
las
luces
con
una
época
de
ilustración
y
triunfo
de
la
racionalidad
sobre
fuerzas
oscurantistas;
la
falsedad
siempre
se
representa
mediante
el
mundo
de
la
oscuridad).
Sin
embargo,
Nietzsche
se
aferra
al
testimonio
de
un
nuevo
órgano
para
captar
el
engaño
del
que
no
ha
hablado
todavía
ningún
filósofo:
el
olfato.
Si
algo
huele
mal
es
porque
esconde
falsedad
y
se
opone
a
la
vida
y
sus
valores.
La
ciencia
moderna,
señala
este
autor,
se
desarrolla
y
nos
muestra
cómo
es
la
naturaleza
porque
confía
en
el
testimonio
de
los
sentidos.
Nietzsche
no
se
va
a
referir
tanto
a
las
matemáticas
como
a
la
biología
cuando
habla
de
ciencia.
La
ciencia
se
opone
a
lo
que
es
un
engendro.
Dicha
no-‐ciencia
se
compone
de
los
siguientes
campos
de
estudio:
-‐ Metafísica
u
ontología
general.
Consiste
en
el
estudio
de
los
principios
generales
del
ser
(las
Ideas,
la
teoría
hilemórfica
y
la
del
acto
y
potencia,
etc.).
-‐ Teología
o
metafísica
especial:
investiga
los
atributos
del
ser
supremo
como
el
motor
inmóvil
de
Aristóteles,
aclara
cuáles
son
las
pruebas
de
la
existencia
de
Dios,
analiza
las
visiones
sobre
el
monoteísmo:
deístas
o
teístas.
-‐ Psicología:
investigación
de
los
principios
del
alma
humana
como
una
realidad
independiente
del
cuerpo
en
los
dualismos
antropológicos
presentes
en
los
esquemas
metafísicos
dualistas.
-‐ Teoría
del
conocimiento
o
epistemología.
Estas
disciplinas
se
encargan
de
la
investigación
de
los
elementos
racionales
que
permiten
alcanzar
saber
universal
y
necesario.
En
Descartes
encontramos
las
reglas
del
método
que
permiten
descubrir
las
verdades
innatas
que
la
mente
alberga,
Kant
por
su
lado
investiga
las
condiciones
trascendentales
de
la
representación
de
objetos.
-‐ Teoría
de
los
signos,
lógica
o
matemáticas.
En
estas
ciencias
formales
no
se
habla
de
ningún
proceso
vital.
4.
Tras
el
análisis
de
una
primera
caracterización
de
la
idiosincrasia
de
los
filósofos,
Nietzsche
se
centra
en
la
segunda.
Los
señores
idólatras
de
los
conceptos,
los
filósofos,
confunden
la
causa
con
el
efecto:
“Ponen
al
comienzo,
como
comienzo,
lo
que
viene
al
final
–
por
desgracia!,
¡pues
no
debería
siquiera
venir!”
Con
esta
sentencia,
Nietzsche
quiere
decir
que
elementos
tales
como
causa
última
(Dios),
realidad
suprema
(Mundo
de
las
Ideas
o
reino
de
los
cielos)
o
valores
supremos
(beatitud,
misericordia,
etc.)
han
sido
creados
como
producto
de
la
sublimación
(engrandecimiento)
de
elementos
humanos.
Es
decir,
los
seres
humanos
se
han
inventado
estas
historias
referentes
a
una
realidad
auténtica,
a
un
ser
supremo
y
a
unos
valores
verdaderos
e
incondicionados.
Sin
embargo,
el
ser
humano
cree
en
esta
narrativa
que
divide
el
mundo
en
dos
esferas
porque
acepta
como
premisa
que
lo
“superior”
no
puede
venir
de
lo
“inferior”.
Esto
aparece
ejemplificado
en
la
filosofía
cartesiana
cuando
reflexionaba
este
autor
sobre
la
procedencia
de
la
idea
de
perfección.
El
argumento
de
los
grados
de
perfección
se
basaba
en
la
premisa
de
que
lo
perfecto
crea
lo
imperfecto,
pero
no
a
la
inversa.
Dios
había
puesto
en
las
mentes
de
los
sujetos
las
ideas
verdaderas
sobre
la
realidad
porque
el
ser
humano,
finito
y
limitado
no
había
podido
crearlas.
Lo
superior,
creen
los
filósofos,
no
viene
de
nada
inferior
y,
por
tanto,
existe
desde
siempre.
De
otro
modo
habría
que
ir
contra
la
lógica
monolítica
del
ser
de
Parménides
y
afirmar
que
el
ser
supremo
ha
sido
creado.
Por
esto,
los
grandes
principios
de
la
metafísica
hablan
del
carácter
inmutable
de
las
realidades
supremas
y
se
presupone,
a
lo
sumo,
que
son
causa
de
sí
mismas
(causa
sui).
Por
esta
razón,
Nietzsche
afirma:
“los
conceptos
supremos,
lo
existente,
lo
incondicionado,
lo
bueno,
lo
verdadero,
lo
perfecto
–ninguno
tiene
que
haber
devenido,
por
consiguiente
tiene
que
ser
causa
sui”.
Sin
embargo,
como
ya
se
sabe
por
la
biología,
el
ser
humano
ha
evolucionado
de
un
orden
de
primates
menos
inteligentes.
Siguiendo
el
razonamiento
anterior,
los
filósofos
han
colocado
en
primer
lugar
“Dios”
a
quien
se
ha
calificado
por
la
filosofía
como
el
“ens
realissimum”
[ente
supremo],
lo
primero,
pero
que
no
es
más
que
la
suposición
más
vacía.
Nietzsche
se
queja
de
que
la
humanidad
haya
tenido
que
confiar
en
los
filósofos
que
no
se
dan
cuenta
de
que
la
realidad
es
vida;
éstos
son
“enfermos
tejedores
de
telarañas”.
La
humanidad
ha
pagado
caro
la
creencia
en
el
monoteísmo,
dice
Nietzsche.
Con
esta
afirmación
hace
referencia
al
estado
de
nihilismo
y
decadencia
que
reina
en
la
cultura
occidental,
una
cultura
décadent.
5.
Nietzsche
afirma
en
este
parágrafo
como
estamos
necesitamos
el
testimonio
de
los
sentidos,
tan
denostado
por
la
exaltación
del
carácter
racional
de
la
realidad.
Lo
que
se
supone
que
es
un
mundo
aparente
es
el
mundo
en
el
que
vivimos
y
en
el
que
necesitamos
estar
para
afirmar
el
sentido
de
la
vida.
El
sentido
de
la
vida,
una
vez
más,
está
en
la
tierra
tal
como
proclama
el
superhombre
(la
figura
que
acepta
el
eterno
retorno,
valora
con
voluntad
de
poder
activa
y
supera
al
último
hombre,
figura
tratada
en
el
libro
de
texto).
Los
filósofos
han
creído
que
existe
una
esfera
racional
verdadera
porque
la
gramática
del
lenguaje
(la
metafísica
del
lenguaje,
como
dice
en
el
texto)
se
apoya
en
el
presupuesto
de
que
existe
un
sujeto,
una
sustancia,
de
la
que
se
predican
atributos
y
acciones.
La
realidad
tiene
una
sustancia
que
sirve
de
soporte
constante
a
los
haces
de
cualidades
que
le
atribuimos.
Pero
la
gramática
del
lenguaje
se
apoya
en
presupuestos
falsos
que
responden
según
Nietzsche
a
una
rudimentaria
y
grosera
psicología.
Es
decir,
se
piensa
que
si
el
sujeto
tiene
deseos
y
realiza
por
tanto
acciones
es
porque
hay
un
“yo”
único,
idéntico
que
se
puede
auto-‐
intuir
como
en
la
filosofía
de
Descartes
y
se
puede
“auto-‐determinar”
si
observa
los
dictados
de
la
ley
racional
de
la
razón
como
en
la
ética
de
la
autonomía
kantiana.
Así
pues,
se
supone
que
el
“yo”,
el
sujeto
idéntico
a
sí
mismo
o
el
cogito
es
causa
de
sus
pensamientos,
de
sus
acciones
y
de
sus
deseos.
La
vida
como
voluntad
de
poder
es
la
causa
de
los
deseos
de
afirmación
o
negación
de
la
vida.
Los
filósofos
creen
en
la
certeza,
en
la
seguridad
del
yo
como
causa
de
la
verdad.
En
este
sentido,
Descartes
afirmaba:
“algo
es
verdadero
si
mi
espíritu
lo
percibe
de
modo
claro
y
distinto”.
Las
categorías
de
la
razón
tales
como
la
seguridad,
la
certeza
o
la
evidencia
no
pueden
proceder
de
la
experiencia,
“empiria”.
Los
sentidos
no
nos
permiten
extraer
juicios
cuya
verdad
sea
siempre
necesaria,
nos
condenan
a
un
escepticismo
moderado
respecto
del
conocimiento
alcanzado.
Por
tanto,
los
filósofos
introdujeron
en
Grecia
y
en
India
la
creencia
de
que
las
almas
debían
haber
habitado
ya
en
un
mundo
verdadero
de
perfección.
Pitágoras
viajó
a
la
India
y
trajo
consigo
la
tesis
de
la
transmigración
del
alma.
Por
eso
Nietzsche
afirma:
“nosotros
hemos
tenido
que
ser
divinos
¡pues
poseemos
la
razón!”.
Todos
los
filósofos
han
sucumbido
a
la
creencia
de
que
existe
la
razón
y
que
el
ser
auténtico
es
racional,
desde
Parménides
hasta
la
noción
de
átomo
de
Demócrito.
Por
esta
razón,
Nietzsche
señala
que
no
cree
que
vayamos
a
desembarazarnos
de
la
idea
de
que
existe
un
ser
perfectísimo,
Dios,
si
seguimos
confiando
en
la
gramática
del
leguaje.
6.
Nietzsche
continúa
con
su
tono
irónico
y
altivo.
Va
a
condensar
en
una
serie
de
tesis
sus
conclusiones
para
de
este
modo
permitir
un
acercamiento
a
los
principios
de
su
filosofía
y
también
para
despertar
la
controversia
en
todas
las
personas
que
sigan
creyendo
en
la
ilusión
de
la
racionalidad
como
estructura
última
de
la
realidad.
Tesis
1:
los
sentidos
muestran
la
naturaleza
dinámica
de
la
realidad.
Las
razones
que
argüían
los
filósofos
para
desacreditar
el
mundo
aparente
(que
se
conoce
por
los
sentidos,
que
cambia,
está
sometido
a
la
historia
y
al
devenir)
rinden
justicia
a
la
realidad
concebida
en
los
términos
de
la
voluntad
de
poder
y
el
eterno
retorno.
Tesis
2:
Lo
que
se
atribuía
al
ser
verdadero
(inmutabilidad,
perfección,
etc.)
son
símbolos
de
la
nada.
La
realidad
se
compone
tanto
de
orden,
armonía,
racionalidad
y
belleza
como
de
horror,
caos,
oscuridad
y
embriaguez
(Apolo
y
Dionisos).
Si
sólo
se
afirman
los
rasgos
de
la
realidad
a
partir
de
las
características
del
mundo
verdadero
se
cae
en
una
“ilusión
óptico-‐
moral”.
Con
esta
se
cree
que
se
puede
captar
la
verdad
del
mundo
mediante
la
luz
de
la
razón
y
también
que
nos
podemos
guiar
en
el
terreno
moral
haciendo
caso
omiso
de
los
sentimientos
y
de
los
valores
vitales
tales
como
la
fuerza
y
la
belleza.
Tesis
3.
No
tiene
sentido
inventar
otro
mundo
distinto
de
éste,
el
mundo
de
la
vida,
a
menos
que
reine
en
nosotros
una
voluntad
de
poder
reactiva
y
que
neguemos
que
el
sentido
de
la
vida
esté
más
allá
de
la
tierra.
En
ese
caso,
estamos
poseídos
por
un
instinto
de
calumnia
de
la
vida
y
de
empequeñecimiento
de
ésta.
El
superhombre,
que
ha
experimentado
las
tres
transformaciones
del
espíritu
antes
mencionadas
(camello,
la
carga
de
la
ley
moral
kantiana;
león,
se
enfrenta
a
la
negación
de
los
instintos,
deseos
y
pulsiones
que
van
contra
la
vida
y
el
niño
que
es
cándido
y
creativo)
ama
la
vida.
Tesis
4.
El
dualismo
metafísico
es
insostenible
si
se
quiere
salvar
a
la
cultura
occidental
de
su
estado
de
decadencia,
decrepitud
y
crisis
de
valores.
Por
tanto,
hay
que
sobrepasar
la
vida
descendente,
esto
quiere
decir
que
hay
que
abandonar
las
valoraciones
que
emanen
de
una
voluntad
de
poder
reactiva
que
niegue
la
vida
y
asumir
el
carácter
trágico
de
la
realidad.
Nietzsche
habla
del
artista
trágico
que
es
la
persona
que
admite
el
eterno
retorno
y
está
dispuesto
a
crear
nuevos
valores
que
emanen
del
amor
a
la
tierra
y
de
la
exaltación
de
los
impulsos
vitales.
Dicho
artista
trágico
no
cae
en
el
pesimismo,
es
dionisíaco.