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ESTUDIO 53

La mujer desde las voces del hombre,


Querétaro en el siglo xix
Análisis lingüístico historiográfico

José Martín Hurtado Galves∗

Resumen
El presente texto (análisis lingüístico e histórico) trata sobre la mujer quereta-
na del siglo xix. Se estudia el discurso masculino hacia la mujer. Se muestran
las diferentes voces de poder con las que el hombre la miraba. Dichas voces po-
sicionaban socialmente al hombre, es cierto, pero la mujer también se asumía
desde ellas. El queretano del siglo xix (y probablemente muchos hombres de
otros estados), construía su mundo a partir de una visión sexista. Su realidad
era reflejo no sólo de la forma en que conceptuaba a la mujer, sino de lo que
obtenía a partir de dicha conceptuación: si ella era sometida, era porque él era
el sometedor; si ella era sumisa, era porque él era quien la ponía en esa condi-
ción; si ella era vergonzosa, era porque él la hacia que sintiera vergüenza. Así,
existía una relación de dependencia que permitía a ambos asumirse desde una
forma específica de aparecer en el mundo.

Palabras clave: mujer, siglo xix, historia, análisis lingüístico.

Abstract
The present text (linguistic and historic analysis) tries on the queretana woman
of century xix. The masculine speech studies towards the woman. Are the diffe-
rent voices from being able with which the man watched the woman. These voi-
ces socially positioned the man, is certain, but the woman also asumia from them.
The queretano of century xix (and probably many men of other states), construc-
ted its world from a sexist vision. Its reality was reflected not only of the form in
which conceptuaba to the woman, but than obtained from this efficiency rating: if
it were put under, were because it was the sometedor; if it were submissive, were
because it was put the one who it in that condition; if it were shameful, were be-
cause he it towards which she felt shame. Thus, a dependency relation existed
that allowed both to assume itself from a specific form to appear in the world.

Key words: woman, century xix, history, linguistic analysis.

El presente artículo se suma a los diversos estudios que se han hecho sobre la
mujer, desde perspectivas históricas no siempre tradicionales (fuentes primarias
documentales en donde se estudia la condición femenina a partir de analizar
las actividades “propias de su género”).1 Ahora, por una parte, se han estudia-


Profesor Investigador de la Escuela Normal Superior de Querétaro e Investigador del Archivo Histórico de Querétaro.
1 Véase al respecto Historia de las mujeres, 5 tomos, de Georges Duby y Michelle Perrot (compiladores), Editorial
Taurus, España, 2001.

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do pinturas e imágenes en cerámicas para saber acerca de la forma en que era


vista la mujer en la antigüedad; por otra parte, se han revisado y analizado los
discursos tanto de las mujeres como de los hombres para conocer los diferen-
tes papeles que jugaron las mujeres en la historia. El conocimiento histórico ha
ampliado sus fuentes.
Con base en lo anterior, nos hemos dado a la tarea de revisar los documen-
tos de la época, con el fin de conocer el discurso que se hacía de las mujeres
queretanas durante el siglo xix. Nos interesa, sobre todo, analizar los discursos
masculinos, pues creemos que a partir de ellos, podemos observar los diferen-
tes roles femeninos (sin que esto soslaye los propios discursos de las mujeres).
En otras palabras, partimos de la idea de que el “mundo de la mujer” no es-
taba aislado del mundo del hombre. Veremos, en el presente artículo, que los
discursos masculinos refieren una realidad que no les era ajena a las mujeres.
Las voces del hombre, muchas veces, eran el hilo conductor por el que las mu-
jeres se asumían dentro de una sociedad que por muy diferente que fuera, con-
vergía en un punto: el ideal que se hacía tanto de la mujer como del hombre.
El queretano del siglo xix tenía un doble discurso desde el cual podía que-
dar excluido de su agresión hacia la mujer. Era la voz del ofendido la que le ha-
cía reclamar sus derechos. Era la exigencia del que ha sido violentado, la que
le daba la posibilidad de exigir la restitución de lo que había sido despojado; o
bien, el justo castigo para la agresora o el agresor (otro hombre que había vio-
lentado la paz de su hogar).
Un ejemplo de lo anterior es el caso de don Manuel Soria, vecino de la ciu-
dad de Querétaro, quien se quejó, en 1806, de que su hijo Manuel, de dieciséis
años, fue seducido por Sebastiana Blanco, al parecer de menor edad que él.
Como la madre de la joven a quien habían quitado su virginidad pedía que se
reparara el daño, obligando a casarse a Manuel, el padre de éste dijo que eso era
un “despropósito”, pues haría “desgraciada la vida” de su hijo. En todo caso,
sugería, que como su hijo no se quería casar, entonces basta con darle dinero a
la joven para reparar el estupro. Y por estar su hijo en la cárcel, pedía que se lo
entregaran, “para tenerlo en su casa y educarlo”.2
Es clara la situación de desventaja de la mujer, y el soslayo que se hace de
ello. No importa que sea más joven que el muchacho, es vista como agresora; es
quien sedujo, el hombre es el seducido, el afectado. El caso es claro, por ser mu-
jer no tiene otra posibilidad, es ella la que “tentó” a Manuel a cometer estupro.
Pero no siempre sucedía esto. A veces los padres se ponían del lado de sus
hijas. Las defendían de un mal marido. Sin embargo, aún en la misma defensa,
reconocían los roles sociales: en el caso de los maridos, éstos tenían que ser so-
cialmente útiles. Tal es el caso del indio tributario José Félix Ramírez, 3 quien en
el pueblo de San Juan del Río, ante el encargado de la Administración de Jus-
ticia del Partido, en 1805, dijo que en atención a la notificación que se le había
hecho para que entregara a su hija a su marido, Victoriano Muñoz, no podía
menos que decir el poco mérito y derecho que tenía para esa petición, “pues es
un hombre [refiriéndose a su yerno] dado enteramente al vicio de la ociosidad”,
a cuya causa –decía– sólo trabajaba en la Villa de San Miguel, “compelido a la
justicia por lo que estaba debiendo en el obraje, en donde ganaba cuando más
seis reales semanarios, de los que abonaba tres y tres le daba a su mujer María

2 Archivo Histórico del Estado de Querétaro [AHQ], Fondo Justicia, año 1806, c. 18, Leg. 61.
3 AHQ, Fondo Justicia, año 1805, c. 16, Leg. 50.
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de la Luz”, su hija, quien “no tenía con ellos para mantenerlo”. Y continuó “es
horroroso hablar de sus continuas embriagueces y funestas resultas que éstas le
traen a su mujer porque las menos son de que continuamente la trate a golpes
a riesgo de perder la vida”. Continúa diciendo que de los golpes que le daba,
su hija quedaba “bañada en sangre”. Las exigencias del marido eran por demás
necias, decía, “el citado Muñoz sólo se ocupaba en sus borracheras y demás vi-
cios siendo el escándalo de la hacienda por cuya causa convine en que se fuera
a Querétaro a trabajar siquiera para vestirse, y habiéndose estado un mes vino
desnudo y sin darle a su mujer ni un cigarro; antes, si porque no le dio una ser-
villeta para empeñarla en vino quiso golpearla, el cual hecho le reprendí, por
lo que me quiso dar con un palo, y ahora se quiere hacer de la razón diciendo
que yo lo golpee, y lo más probable es que son frutos de sus embriagueces”. Al
final, su petición es la siguiente: “sólo pido a la recta justificación de usted, se
digne de que vivan en este pueblo en donde cuide yo de mi hija”, esto porque
el marido de su hija es un “miembro podrido de la república”, lo cual podría
hacerle perder el “derecho” que tenía sobre su hija.
Nótese que no pide el divorcio, a pesar de las agresiones que sufrió su hija.
Al parecer, el divorcio, estaba muy lejos de la mente de los queretanos. Perso-
nas como José Félix Ramírez, preferían hacer el último esfuerzo por mantener
el lazo matrimonial; aunque, cabe aclarar, él mismo dice que su yerno puede
perder el derecho sobre su mujer.
Otro caso en el que se pone en entredicho la voluntad del marido es el de
María Josefa Torreblanca, mujer legítima de Miguel Servín, originaria y veci-
na de la ciudad de Querétaro. Declara que lleva cuatro años de casada y que
todo ese tiempo su marido no la ha mantenido, pues los que le han dado todo
son sus padres. Dice que su marido pretende llevársela al pueblo de Arroyo
Seco, 4 a vivir con la familia de éste. Reconoce la obligación que tiene hacia su
esposo: “tengo obligación muy estrecha de seguir a mi marido y vivir a donde
él habite y tenga comodidad de mantenerme”; 5 sin embargo, pide la interven-
ción del corregidor de Letras, Lic. Miguel Domínguez, para que no la lleven a
Arroyo Seco, pues sabe de la enemistad que le tiene la familia de su esposo. El
corregidor manda a que se realice un juicio verbal entre ambas partes. Vemos
de nuevo cómo la mujer acepta su condición de sometimiento hacia el hombre.
Aunque, llama la atención, que no pida el divorcio, sólo quiere que la dejen se-
guir viviendo junto a sus padres.
Muchas veces las hijas no intervenían en la decisión de escoger cuál sería
su marido. Eran sus padres quienes tomaban esta determinación. Al respecto,
Agustín de la Rosa, indio tributario y vecino de la ciudad de Querétaro, dijo que
por el año de ochocientos cuatro entró a servir a José Silverio, indio tributario
y comerciante de la misma ciudad, sin salario alguno, pero “con el bien enten-
dido de que me había de casar con su hija”.6 Pasaron los años y el padre de la
muchacha ya no reconoció el trato porque dijo que la hija no quería. Esto llama
la atención, pues, cómo se explica entonces que se la haya dado en matrimo-
nio anteriormente. Al parecer, la hija nunca tuvo decisión en el asunto; el que
ahora el padre se retractara se debió a cuestiones económicas; es decir, a que
ya no le pareció productivo el matrimonio de su hija con Agustín de la Rosa.

4 Pueblo ubicado al norte del estado, en la Sierra Gorda.


5 AHQ, Fondo Justicia, año 1811, c. 36, Leg. 143.
6 AHQ, Fondo Justicia, año 1810, c. 33, Leg. 134.

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Los hombres consideraban a las mujeres más como propiedades que como
compañeras. Un ejemplo de ello es la carta que los presos de la cárcel de la
ciudad de Querétaro le enviaron al gobernador del Estado, en 1810, pidiéndo-
le permiso para dormir con sus esposas. Nótese los argumentos que dan en el
caso de ellos, como hombres; a diferencia del de sus esposas. Resulta interesan-
te notar que cuando hablan de la posibilidad de que éstas los engañen, lo hagan
por medio de la afirmación: “fácil es que se humillen a otro hombre”; es decir,
consideraban una humillación de éstas en su relación con los esposos, o en su
defecto, con cualquier otro hombre. En este mismo sentido, hablan de la condi-
ción de mujer de sus esposas: “nos sean infieles nuestras mujeres y estén come-
tiendo infinitos adulterios porque siendo su naturaleza más vidriosa”. Veamos.

Excmo. Señor Gobernador de este Estado de Querétaro D. José María Díez Marina.
José María Reyes, de estado casado, y preso en esta Cárcel Nacional, ante V. E. Con
el debido respeto que se debe, y prestando voz y caución por los individuos que se
subscriben comparezco y digo:
Que en virtud de las facultades de V. E. y de la grande religiosidad de su alma, no
puedo menos que manifestarle con toda la efusión de mi corazón los males gravísi-
mos que estamos padeciendo en lo interior de nuestras almas por carecer de aquel
débito que el mismo Dios y su religión santa nos concedió misericordiosamente por
medio del sagrado sacramento del matrimonio.
Esta falta de que carecemos, hace el tiempo de cuatro años uno, otro dos, y los de-
más poco menos, es la única que nos estimula a presentar a V. E. los incomprensibles
daños trascendentales que tanto a nuestras conciencias como a la de nuestras espo-
sas nos está originando esta prisión dilatada; y para que V. E. tome en su acredita-
da justificación estos justos motivos que a la letra siguen, le expresaré con la mayor
brevedad los más poderosos y remedie su alma virtuosa nuestros deseos por me-
dio de una orden que V. E. se digne remitir al señor Alcaide D. Manuel Prado para
que con toda seguridad de nuestras personas nos deje dormir en cada semana dos
noches con nuestras legítimas esposas.
V. E. sabe muy bien que ambas naturalezas se precipitan a las más horrorosas vici-
situdes cuando la carencia de una, estimula la privación de la otra, y como nuestra
masa o constitución física y moral nos conduce siempre a una ruina y ceguedad que
precipita los más castos y robustecidos pensamientos a los deleites más torpes; in-
concusamente debe creer V. E. que nosotros atormentados día y noche por esta fal-
ta conyugal, es fuerza que nuestra misma naturaleza nos vaya conduciendo poco a
poco a cometer los más abominables actos deshonestos que tanto aborrece Dios y
toda alma que ama la virtud y teme a su Criador.
De aquí se sigue el que quizá y sin quizá, nos sean infieles nuestras mujeres y estén co-
metiendo infinitos adulterios porque siendo su naturaleza más vidriosa7 que la nuestra y
mirándonos encerrados en esta cárcel, y que no pueden saciar su apetito debido al
derecho matrimonial, fácil es que se humillen a otro hombre8 sin premeditar la ofensa
que acaban de cometer.
Por consiguiente: las mismas leyes que castigan al perverso, y que por sus delitos
privan a la criatura de la libertad; le conceden este don tan precioso, aún en medio
de la mayor esclavitud, como igualmente las más sagradas de nuestra religión san-
ta las de las decisiones del Sto. Concilio de Trento y las constituciones de Benedicto
décimo cuarto; que todas hablan a nuestro favor para evitar ante Dios otros peca-
dos de mayor consideración.
Estos gritos de la naturaleza que dirigimos a su benigno corazón, claman ante V. E.
para recibir la gracia que le pedimos para que sirva de algún lenitivo a nuestra pri-
sión; y para conseguirla =
A. V. E. pido y suplico, provea como pido, previas las correspondientes certifica-
ciones de casados que presentaremos a dicho señor alcaide para su justificación.
Juro &a.
José Ma. Reyes Tamayo [Rúbrica]
José Petronilo Mendieta [Rúbrica]

7 Lo cursivo es nuestro.
8 Idem.
ESTUDIO 57

Por todos los demás que no saben firmar lo hago a ruego y encargo de ellos.
Reyes Tamayo [Rúbrica].9

En general se esperaba que la mujer fuera una persona sumisa, que acepta-
ra ser humillada sin protestar; esto, como es lógico, implicaba que fuera callada.
Las que hablaban “de más” eran identificadas con bromas como la siguiente.

EPITAFIO
A una mujer muy habladora
Aquí yace sepultada
La más parlera mujer,
Que en su vida por placer
Tuvo la boca cerrada.
Y es tanto lo que habló
Que aunque más no ha de hablar,
Nunca llegará el callar
A donde el habla llegó.10

Pero si por un lado la mujer era el mal materializado; por otro lado, era el
más dulce de los seres al que podía dirigirse el hombre. Claro, un ser que en-
cajaba perfectamente más en el discurso que en la práctica. Sobre este asun-
to veamos el fragmento de una carta11 en la que es notoria la forma en que el
hombre, José Gabriel Murguía, se dirige hacia su esposa para que lo ayude a
salir de la cárcel.

Sra. Doña Anita Carballido y Madre Sra. Jacinta Velásquez. Mi muy estimada es-
posa de mi corazón y de mi cariño, y de mi señora madre Jacinta y de mi comadri-
ta Felícitas y mi compadre José, y de mis muchachitas […] mi alma negrita no me
des muestras de aborrecimiento por amor de Dios.12

Su mujer le contesta por medio del escribano Pedro Patiño Gallardo, y dice:
“que habiéndose ausentado mi marido para la ciudad de México con Ma. Igna-
cia Escamilla, amasia suya hace dos años, me escribió y me pidió perdón, por
sus pasadas faltas y el abandono en que me ha dejado”. Al final le pide al al-
calde que deje a su esposo en la cárcel por el temor que siente en caso de que
quede libre.
Otro ejemplo de esta forma de expresión es el de un hombre que le escribe
a su esposa, le dice que está en Silao y le pide que le conteste; como la mujer no
sabe escribir, el esposo le pide que busque a alguien para que le haga la carta.
Veamos: “Mi muy estimadísima esposa de mi vida, me alegrare que al recibo
de ésta te halles con la salud que te deseo en la amable compañía de mi señora
tu madrecita y mis hijitos a quienes deseo ver mi alma […]”.13
La visión del hombre hacia la mujer iba de un extremo a otro. Cuando no
era la más terrible de las personas, era la madre santa e inmaculada. El siguien-
te artículo, de J. Garza Flores, da cuenta de esta segunda forma de conceptuar-
la. Nótese la influencia religiosa que tiene el texto.

9 AHQ, Fondo Poder Ejecutivo, año 1827, c. 3,.


10 La Sombra de Arteaga, octubre 17 de 1869, p. 4.
11 Escrita en la Ciudad de México, en 7 de marzo de 1810.
12 AHQ, Fondo Justicia, año 1810, c. 34.
13 AHQ, Fondo Notarías, Sección Pedro Patiño Gallardo, año 1803, fs. 99-100v.

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La madre. Arrodillaos… hay un ser en esta tierra de martirio y de expiación de


quien no es dado hablar sino con profundo respeto y veneración. ¿Sabéis cuál es
su nombre? ¡Madre! ¿Verdad que nunca habéis oído nombre más dulce? No, lo sé
muy bien. No hay palabra, no puede haber sonido que conmueva tanto al corazón
como el de madre. Es un canto del paraíso, es un himno de los cielos. Quien dice
¡madre! Dice amor, ternura, felicidad; recuerdo de besos que humedecieron nues-
tra frente, sonrisas que enjugaron nuestras lágrimas, sollozos y cantos que mecie-
ron nuestra cuna. Ángel de bendición proscrito del cielo, mensajera de Dios en el
hogar, ella es la que vela nuestro sueño; la que nos colma de caricia, arrullándonos
en sus brazos; la que da aliento a nuestra vida con el dulcísimo bálsamo de sus pe-
chos; la que forma nuestro corazón de hombres, despertándolo al sentimiento, la
que alimenta con nuestra conciencia con la savia de la verdad; la que llora con nues-
tras penas y goza con nuestras dichas. Desdichados aquellos que no han siquiera
sentido el calor del primer beso de una madre, que ni siquiera han dormido en su
regazo el primer sueño de la inocencia. […] ¿Qué criatura humana habrá en la tie-
rra que pueda querer más que una madre? Hasta hoy no lo ha habido [¡]y nunca
la habrá! Su corazón es una fuente de celestial ternura, su amor el más grande y el
más puro de los amores. Vedla en el holocausto ante las aras del Dios de los creyen-
tes, levantar al cielo, ungidas con el óleo santísimo de su fe, sus místicas plegarias.
¿Por quién ruega? Por sus hijos. Vedla triste y llena de inquietudes, con el alma en-
ferma de insomnio, mártir de un pensamiento. ¿Por qué sufre? Por la ausencia de
sus hijos. Vedla en alas de su profundo amor, lanzarse desesperada entre los peli-
gros y la muerte. ¿Qué busca? Busca a sus hijos. Allí está , ¿la veis? Vestida de ne-
gro, con los ojos llenos de lágrimas y el corazón desgarrado de tristeza, ora al pie
de un sepulcro. ¡Pobre madre! Con cuanta voluntad quisiera esculpir un beso so-
bre las cinéreas [¿ciñeras?] reliquias que guarda aquel sarcófago callado, con cuan-
ta voluntad daría su vida al hijo de sus entrañas que allí duerme el sueño eterno
bajo el fúnebre sudario de la muerte. ¿Qué ternura iguala a su ternura? ¡Oh! Mártir
del sufrimiento y del amor. ¡Madre! Mi madre… ¡Todas las madres! ¡Bendita seáis!
Los que habláis mal de la mujer acordaos de lustra madre. Ateos, silo sois de co-
razón, ved un destello de la Suprema Sabiduría en la que abrigo a vuestro espíritu
en su seno y os dio la vida. Dios en el cielo es el alma de la Naturaleza, la palpita-
ción del Universo; la madre en la tierra es el Dios de la familia, el espíritu de la hu-
manidad. El Evangelio del hombre es la madre. Ama, cree y espera, y nos enseña a
amar, a creer y a esperar. Sufre y resignada nos enseña a ser fuertes en el infortu-
nio. Los que no amáis a vuestra madre, podéis creeros los seres más desgraciados
del mundo; seres sin gracia, seres malditos condenados a vivir entre las sombras,
sin luz, sin bienandanza. El amor es un anillo misterioso entre el espíritu humano
y la inmortalidad; es la lágrima candente que rueda de los cielos y espacio entre iris
de luz resplandeciente para regenerar y purificar el corazón; es un reflejo purísimo
de la dicha suprema que anhelamos. Amar a la autora de nuestros días es amar al
Eterno Dios de los destinos. ¡Amad! ¡Amad! Madre, mi primera y última palabra,
mi primera y última esperanza, mi primero y último amor. ¡Madre, mi madre, to-
das las madres! ¡Benditas seáis!14

Es claro el uso de lugares comunes; sin embargo, ello nos permite compren-
der que la conceptuación de la mujer estaba formada de eso: lugares comunes.
Es decir, referirse a ella era por demás repetir el discurso que ya existía y que
era la norma para mantener los convencionalismos que le permitieran seguir
reproduciendo su poder y fuerza hacia la mujer.
En el libro El amigo de las niñas,15 se escribe claramente cuál era el papel de
la mujer en la sociedad.

14 La Sombra de Arteaga, noviembre 27 de 1882, pp. 348-349.


15 El amigo de las niñas. Lecciones instructivas y edificantes, morales, doctrinales y recreativas, para el uso de las
escuelas católicas, escrito por Gabino Chávez, Presbítero, por iniciativa del Illmo. Sr. Obispo de Querétaro, Dr. D.
Rafael Sabás Camacho y con la aprobación de varios Illmos. Prelados. Año 1893, pp. XI-XVII; y pp. 11, 12, 17, 21
y 193, Biblioteca del H. Congreso del Estado de Querétaro Arteaga.
ESTUDIO 59

• La mujer ha nacido para ser esposa, buena madre y prudente goberna-


dora de la casa y familia.
• Sin el hombre sería una planta echada por el suelo, que cada pasajero ho-
llaría con sus pies.
• De suerte que la mujer nació para el matrimonio y nada más: es volun-
tad de la naturaleza y de la sociedad que el hombre sea su jefe.
• En consecuencia, el celibato, la virginidad y el estado religioso son con-
trarios a la naturaleza y a la sociedad. Es claro que sin ellos no habrá Her-
manas de la Caridad, ni asilos de los pobres, ni millares de obras heroicas;
pero, ¿qué queréis? La mujer ha nacido para ser madre, y todo otro esta-
do es contrario a su naturaleza.
• En la madre todo es grande, casi augusto; hasta sus mismos errores.
• De suerte que si la madre se entrega a la embriaguez, por ejemplo, sólo
por ser madre, es grande y augusta ¡hasta en su embriaguez!
• La coquetería es innata en la mujer… es el profundo conocimiento del
arte de agradar. El deseo de agradar, encerrado en sus justos límites no
debe censurarse como ordinariamente se censura, el deseo de agradar nos
hace ocultar defectos, adquirir cualidades, reprimir nuestros propios ím-
petus, sofocar nuestras pasiones.
• He aquí a la vanidad y al respeto humano, dos vicios proscritos por la
moral cristiana, preconizados casi como fundamentos de todas las virtu-
des, pues enseñan a reprimir ímpetus y sofoca pasiones. He aquí a la co-
quetería, vicio repugnante de la mujer, que se hace encantadora por su
inocencia, que no se propone nada, que a nada aspira, que es ingénita en
la mujer y que no muere jamás.
• Hecha fuente de muchos bienes, no obstante que consagra una parte de
su existencia al espejo, otra a la ociosidad, la mayor parte a practicar lo
contrario de lo que debe hacer.
• Concíliese, si es posible, tamañas contradicciones y admítase si es posi-
ble por causa de muchas ventajas morales a un elemento que se declara
engendrar pura vanidad y pereza.

La mujer era pues concebida para ser esposa, madre, educadora de la so-
ciedad. Y si bien es cierto que era el hombre quien le daba este papel, ella tam-
bién participaba, conciente o inconcientemente, al reproducir el estereotipo en
las escuelas. Llama la atención que el autor de estas máximas fuera precisa-
mente un hombre.
La concepción de la mujer se daba a partir de ideales que muchas veces
caían en lo ridículo u ofensivo. Un ejemplo de ello es el siguiente texto:

COSAS DE LA MUJER
Puede decir no en cierto tono de voz que quiere decir sí.
Puede hacer más en un minuto, que un hombre en una hora, y de mejor
manera.
Seis mujeres pueden hablar a un mismo tiempo y entenderse perfectamen-
te, mientras que no pueden hacerlo dos hombres.
Ella puede prenderse 50 alfileres en el vestido, aunque tenga enterrado uno
en la yema del dedo.
Puede bailar toda una noche llevando un par de zapatos dos números me-
nos de su medida, y gozar en todo este tiempo.

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Puede por instinto llegar a una conclusión sin necesidad de razonamiento;


y un hombre no atina resolver sin pensar.
Puede pasear toda una noche a un bebé que llora de cólico sin desear tirar-
lo por la ventana.
Metida en un corsé se siente fresca como un pepino, y el hombre se muere
de calor con solo el chaleco.
Ella puede hablar con más dulzura que la miel a una mujer a quien odia,
mientras que dos hombres que se aborrecen se van a las manos antes de cam-
biarse cinco palabras.
Va a la iglesia y nos dirá después con detalles, las toilettes de todas las de-
más mujeres, sin haber cesado de leer en su libro de devociones, y también os
referirá el texto del sermón.
Puede, en fin, amansar a un hombre rabioso, con sólo tocarle brevemente
la barba, y en cambio, no hay padre que pueda dominarla ni con un látigo. Sal-
vas, por supuesto, mucho y muy adorables excepciones.16

Estos conceptos no sólo se formaban a partir del ideal que el hombre tuvie-
ra de la mujer, sino de aquello que la moda exigía. A continuación un texto en
el que pretendiendo hacer elogio de la mujer como “perfecta”, se llega a rayar
no sólo en el sexismo, sino en un sexismo que podríamos calificar como étnico.

LOS TREINTA GRANOS DE BELLEZA QUE


CONSTITUYEN A UNA MUJER PERFECTA.17

Tres cosas blancas: la cutis, los dientes, las manos;


Tres negras: los ojos, las cejas y las pestañas;
Tres encarnadas: los labios, las mejillas y las uñas;
Tres largas: el cuerpo, los cabellos y las manos;
Tres cortas: los dientes, las orejas y los pies;
Tres anchas: los pechos, la frente y el entrecejo;
Tres estrechas: la boca, la cintura y el fin de la pierna;
Tres gruesas: el brazo, el muslo y la pantorrilla;
Tres delgadas: los dedos, los cabellos y los labios;
Tres pequeñas: la cabeza, la barba y la nariz.

Siguiendo con los ideales varoniles hacia la mujer, en este caso las quereta-
nas, veamos un poema de Luis G. Pastor; publicado en la ciudad de Querétaro
en 1871. En él se aprecia cómo pesa más el ideal que la mujer en sí.

A LAS QUERETANAS
Serenata

Vosotras sois las rosas


de primavera,
que esparcen su perfume
por la pradera.
¡Oh queretanas!

16 La Sombra de Arteaga, diciembre 24 de 1896, p. 381


17 El neceser de las señoritas. Periódico literario. Querétaro. Tip. de Crescencio M. Pérez, c. de Miraflores núm. 16,
1850, pp. 255-256
ESTUDIO 61

Vosotras sois más bellas


que las sultanas.
Os robó la azucena
vuestra esbelteza
el jazmín y la rosa
vuestra belleza.
Cual las violetas
vosotras sois modestas
y sois discretas.

A cantar vengo ahora


vuestra hermosura.
De gratitud a daros
la ofrenda pura.
La lira mía
por vosotras produce
blanda armonía.

Mientras que bardo errante


y vagabundo,
de vosotras ausente
fui por el mundo
cuentos e historias
aprendí, que endulzaban
vuestras memorias.

Que es muy triste la vida


de aquel que llora
la ausencia de la Patria
a quien adora.
Halla consuelo
tan solo en los recuerdos
del patrio suelo.

Al entonar ausente
mi triste canto,
caía sobre mi lira
mi amargo llanto:
que mis cantares
eran eco doliente
de mis pesares.

Hoy a vosotras vuelvo


Bellas paisanas,
trayendoos mil historias
las más galanas.
Flores son ellas
indignas de vosotras
que sois tan bellas.

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Son flores que he cortado de mi jardín ameno;


son flores que no tienen ningún veneno.
Son flores sin espinas, que nunca hieren,
que nunca se marchitan, que nunca mueren.
La nutrición más sana dan a nuestra alma:
la protegen benigna como la palma.
Podéis gozar por siempre de su perfume:
jamás redebilita, ni se consume.
Tomad con confianza mis frescas rosas
¡pudorosas doncellas, castas esposas!
Permitid que repitan vuestros hogares
el eco misterioso de mis cantares.
Guárdelos para siempre vuestra memoria
¡Será mi mayor dicha, será mi gloria!18

Un caso por demás ejemplar en la forma de idealizar el hombre a la mujer,


es el del señor Pedro Rico, padre de Luisa Rico, no permite que su hija se case
con Joaquín Márquez, quien es maestro de capilla de la Parroquia de Santiago y
organista de Convento del Carmen. A la joven le faltan dos años para tener los
que la ley le pide para contraer matrimonio, por ello, Joaquín Márquez acude
al Alcalde segundo constitucional, don Agustín González Sanabria, para soli-
citar su intervención y que se le disculpen los dos años que le faltan a la joven
para contraer matrimonio. Nótese que a ella se refiere como “objeto”, cuando
habla de encontrar a alguien que pudiera “llenar sus deseos”; y le dice “niña”,
cuando la relaciona con sus padres. Probablemente él era mucho mayor que
ella. A continuación parte de la carta que le dirige al Alcalde.

Me resolví a abandonar el célibe, y consagrarme al matrimonio que me ofrecía más


analogía con mis inclinaciones. El apetito del bien me hizo desde ese momento di-
rigir las miras a varios objetos que pudieran llenar mis deseos,19 al tiempo mismo que en-
caminarlos a mi felicidad es copia de las ansiedades de mi corazón.

Por fruto de mis investigaciones, consagré mis afectos a doña Luisa Rico madama
que reúne sin duda todas las circunstancias y virtudes que harán feliz nuestra so-
ciedad matrimonial, engolfado en ideas halagüeñas y seducido de la esperanza más
lisonjera, avancé los pasos y emprendí pedirla con el decoro propio de mi educa-
ción, y que demandan los respetos debidos a su sexo, a los señores sus padres, con
la más alta consideración, pues me valí al instante de cuanto medios sugiere para
estos casos el amor, la prudencia, la política.

Las pasiones cualesquiera que sean, impiden el uso de la razón, así es que los pa-
dres, avasallados del amor filial, no recuerdan que la mujer ha de abandonar a su
padre y a su madre para unirse a su consorte, con quien ha de dilatar su familia en
los desarrollos de la naturaleza. Este afecto naturalísimo en los padres hace que re-
sintiéndose de la separación de una mitad de sus entrañas se nieguen a cualesquie-
ra enlaces que se presentan a sus hijas séanles o no ventajosos.20

En general, el hombre concebía a la mujer como un ser de naturaleza frágil,


por ello, buscaba que aquella no se extraviara. Esta situación a veces caía en ca-
sos absurdos, como el del hombre que después de haber tenido relaciones con
una mujer casada, y al ser abandonada ésta por su esposo, dice que la amparó

18 La Sombra de Arteaga, noviembre 7 de 1871


19 Lo cursivo es nuestro.
20 AHQ, Fondo Poder Ejecutivo, año 1825, c. 4, Exp. IEC c. 1.
ESTUDIO 63

para que ella no se “extraviara”; además de que así evitaba que le echaran a él
la culpa de dicha perdición. Vemos.

Sr. Regidor don Laureano Montañés, Dionisio Ochoa, con el debido respeto digo:
Hace cuatro años que como hombre frágil ligué amistad con una mujer casada, y
acaso por disimulo de su propio marido pues jamás me evitó la entrada a su casa
sabiendo el interés que ahí me dominaba, de suerte que con el tiempo tomó incre-
mento mi pasión y viví con dicha amasia como si fuera yo su marido sosteniéndola
de un todo, hasta que su marido la recogió y se la llevó al pueblo de San Juan del
Río, llevándose sin mi parecer doce pesos y una fresada nueva que me costó cuatro
pesos, esto mismo le demando a este individuo porque él hizo uso de este dinero
quitándoselo a su mujer aún la ropa que yo le hice para cubrir su desnudez, y casi
que la dejó en un estado deplorable la abandonó y dicha mujer viéndose desnuda
ocurrió a mi como buscando amparo; yo, como hombre y bajo la amistad que ha-
bíamos tenido, no quise disimularme y la recibí evitando no se extraviara21 y después,
me la demandaran a mi por el antecedente que había: volví a reformarla y seguí en
su compañía hasta que su marido fue con la justicia y nos aprehendió, y habién-
dola recibido tuvieron que dejarla se fugara, acaso para demorar más mi prisión. 22

A finales del siglo xix, el hombre habla de que la mujer comparta las mieles
del progreso. Dice que si él es útil, ¿por qué privar que la mujer de que también
lo sea? El siguiente texto nos habla de ello. Nótese que se sigue conceptuando a
la mujer a partir de la “delicadeza de su sexo”, su ternura, su incomparable ab-
negación, y el “entusiasmo ardiente por enjuagar las lágrimas del que sufre”. En
pocas palabras, se mantenía el ideal que había prevalecido durante todo el siglo.

Más si el estudio, es decir el poder motor del progreso intelectual, engrandece al


hombre. Si el saber, esto es la noble avidez de conocer la verdad, lo hace un miem-
bro útil de la gran familia humana. ¿Por qué entonces no hacerlo extensivo a la mu-
jer? ¿Por qué privar a la hermosa mitad del género humano de ser útil a sí misma
y a sus semejantes? ¿No puede con su no desmentida penetración coadyuvar a sa-
car de la oscuridad nuevas formas industriales? ¿Acaso la inteligencia en la mujer
se desarrolla menos que en el hombre? ¡No, mil veces no! Dios dotó igualmente a
un y a otro de tan inestimable herencia. Sino que la educación, ese calor vivificante
que hace fecundar el germen de la inteligencia, viciosa hasta ahora, ha segregado a
la mujer de la comunión intelectual, quizá por un mezquino cálculo o por un culpa-
ble egoísmo. Hoy la mujer puede satisfacer sus necesidades intelectuales, adquirir
muchos y variados conocimientos y tomar un asiento entre los seres que se llaman
privilegiados en el gran concurso del saber y de la inteligencia.

¿Quién negará que si una mujer fija su indagadora mirada en esas letras del gran
libro de la naturaleza, en las flores puede quizá con la delicadeza de su sexo sor-
prender en ellas sus secretos que el hombre tal vez no haya conocido aún? ¿Y quién
podrá negar que una mujer poniendo en juego ese tesoro de ternura, que encierra
en su corazón, dedique su elevada alma al estudio de los males que abruman a la
humanidad, y descienda como un ángel de consuelo sobre el lecho del que sufre a
proporcionarle el alivio a sus dolores? ¡Nadie! Porque a su saber unirá la ternura, la
incomparable abnegación, y el entusiasmo ardiente por enjuagar las lágrimas del que sufre.23

Es, pues, la emancipación de la mujer necesaria, inevitable y provechosa, aún para


el bienestar de las sociedades. Pero las almas espantadísimas verán en este avan-
ce un golpe asestado, nada menos que a lo que el hombre tiene más santo, el ho-
gar: su alarmada timidez ha de creer ya a este vacío, al considerar que el alma de
él, que es la mujer, le abandona por lanzarse en pos de las conquistas que para ella
reclama la época

21 Lo cursivo es nuestro.
22 AHQ, Fondo Poder Ejecutivo, año 1825, c. 3.
23 Lo cursivo es nuestro.

revista de la facultad de filosofía y letras


64

Infundada es esa alarma, el santuario del hogar no será profanado, porque la sacer-
dotisa eleve su mirada a otras regiones; por el contrario, ella que es la fuente de la
familia, ella que es la que como madre forma el corazón del hombre, mientras más
engrandecida esté su alma, más dones tendrá que transmitir a sus hijos. Sin buenas
madres, no se concibe ni siquiera la existencia de una sociedad morigerada; eleva-
da la mujer al nivel del hombre, aún en las necesidades de la vida, en lugar de un
ante mural contra la desgracia, tendrá dos que sabrán repeler sus terribles ataques.
[…]
Ahora bien, señores, cuando Querétaro despertando de su letargo al grandioso silbi-
do de la locomotora, se levanta y quiere medir sus fuerzas de convaleciente, cuando
sujeta está a la grandiosa prueba de un certamen abierto a la inteligencia, al traba-
jo y a la riqueza de su feroz suelo; cuando erige un palacio a estos reyes del siglo, y
llama a sus hermanos para que vean o su pequeñez o su grandeza. ¿Cómo no ma-
nifestar ante el mundo que se cultivan las artes, que se empuña el escoplo, que si
arranca a la tierra sus dones también fija sus ojos en el porvenir, procurando que si
su industria y sus artes dan un paso de avance, la generación que debe seguir en el
campo de la vida también lleve ese avance a su mejoramiento? Y entre los tesoros
que se acumulan en este templo destinado al culto el saber está el de la instrucción,
de la que más tarde han de venir a formar la futura sociedad.

Y ved allí los frutos de esta grandiosa idea en ese ramo tan importante de la edu-
cación de la mujer.

Allí tenéis la prueba: ved a esas jóvenes niñas, ved cómo el estudio ha producido en
ellas su fruto; ved cómo empiezan a elevarse por medio del saber, levantando tam-
bién el nombre nacional. Ved esas noble hijas del pueblo cómo luchan por arrancar
a ese divino y difícil arte de la música sus secretos. Vedlas cómo no desmayan en
su carrera. Ved cómo proclaman a la faz del mundo que es mentira la incapacidad
de la mujer para instruirse. Ved, en fin, sus adelantos.24

El hombre reconocía que las cosas no habían sido parejas entre él y la mujer
en cuanto a la instrucción. Aunque sigue hablando de ella a partir de un ideal.
Muestra las características de cada uno de los dos sexos; mas cuando habla
del hombre, lo hace a partir de afirmar la “dignidad” de su sexo; sin embargo,
cuando se refiere a la mujer, en el último párrafo, dice: “las ilusiones mueren
al desprender sus sienes la corona nupcial, para ella no queda más que un pen-
samiento único: el porvenir de su familia”. Veamos.

La dignidad de nuestro sexo25 imperfectamente interpretada no hace, acaso, retroceder


a las épocas de la mujer objeto, de la mujer esclava, de la mujer sierva.

Olvidamos que en la era contemporánea la mujer se ha levantado sublime, inma-


culada, tal como brotó en la mente del supremo Criador, para decirle al hombre,
que no es ya solamente la tímida compañera destinada a compartir sus lágrimas
y sonrisas, que no es ya la débil esposa reducida a animar y sustentar a sus hijos,
sino que es el ser privilegiado con quien debe partir la ciencia y el trabajo, los de-
rechos y las obligaciones…

Y que el hombre colocado entre la mujer y la filosofía, entre el crepúsculo de un si-


glo que agoniza y la aurora de un siglo que se anuncia, tiene que humillar la cerviz,
o hacerse digno de su misión conduciendo a la criatura predilecta hasta introducir-
la al templo de la sabiduría.
[…]
El hombre, a quien el destino envuelve en el oleaje de una pasión violenta, si al fin
la ve satisfecha, no tan sólo desprecia a la que pudo inspirársela, sino que niega su

24 Discurso promovido por el C. Pascual Alcocer, en la primer velada lírico-literaria verificada en el Palacio de la
Exposición, la noche del 14 de mayo de 1882, en la Exposición de Querétaro. Periódico La Hoja Suelta, Ecos de
la Exposición, Querétaro, mayo 19 de 18882, No. 1, pp.6-7, Biblioteca del H. Congreso del Estado de Querétaro
Arteaga.
25 Lo cursivo es nuestro.
ESTUDIO 65

nombre al ente infortunado que debería llevarlo y corre en pos de otros placeres
que ahoguen sus remordimientos.

La mujer, cuando ha faltado a sus deberes, cuando advierte que su frente está man-
chada por la deshonra, la inclina humillada, espera heroicamente las consecuencias
de su debilidad, estrecha entre los brazos el fruto de su mancilla y busca el lenitivo
de sus dolores en la sonrisa de aquel ángel.

¿Cuál de los dos es más noble?

El hombre a quien la volubilidad de la fortuna reduce a la miseria, se entrega a los


excesos de la desesperación, se lanza por el sendero del crimen y en la demencia
del suicida termina por cavar su propia tumba.

La mujer, en igualdad de circunstancias recibe con calma el rudo golpe de la ad-


versidad, sufre cuanto es posible sin exhalar una queja y muere con la dulzura que
santifica a los mártires.

¿Quién de los dos es más digno?

El hombre, en días de suma prosperidad se pierde en los torbellinos de la orgía,


agota cuantos placeres halagan los sentidos y apenas suele ocuparse del provenir
de su familia.

La mujer, por el contrario, todos los goces, todas las aspiraciones de su alma están
concentradas en el hogar doméstico; para ella, las ilusiones mueren al desprender
sus sienes la corona nupcial, para ella no queda más que un pensamiento único: el
porvenir de su familia.26

Para terminar, veamos cómo el ideal de la mujer siguió siendo el mismo a


finales del siglo xix; las mismas obligaciones, los mismos discursos. Prevalecía
el aspecto deontológico, el deber ser de la mujer, sobre su aspecto ontológico,
su ser y estar siendo.

Haced de la mujer el ángel del hogar, para que siendo instruida sepa educar a sus
hijos, cuando los tenga.

Que tenga la instrucción rudimental, primaria y doméstica, después la educación


de lujo.

Que sepa la mujer retener al esposo en la casa, y no lo obligue a buscar la ropa blan-
ca en la camisería, y el alimento en la fonda.27

F U E N T E S

Archivo Histórico del Estado de Querétaro


Fondo Justicia, años: 1805, 1806, 1810, 1811.
Fondo Notarías, Sección Pedro Patiño Gallardo, año: 1803.
Fondo Poder Ejecutivo, años: 1825, 1827.

26 Parte del discurso del Sr. Don Mariano Sánchez, leído por el Sr. Macario Hidalgo, la noche del 25 de junio de 1882
en el Palacio de la Exposición de Querétaro. Periódico La Hoja Suelta, Ecos de la Exposición, Querétaro, julio 8 de
1882, No. 7, pp. 1-3, Biblioteca del H. Congreso del Estado de Querétaro Arteaga.
27 Discurso dirigido al Gobernador de Querétaro. Periódico La Hoja Suelta, Ecos de la Exposición, Querétaro, julio
8 de 1882, No. 7, pp. 11-12, Biblioteca del H. Congreso del Estado de Querétaro Arteaga.

revista de la facultad de filosofía y letras


66

B I B L I O G R A F Í A

Duby, Georges, Perrot, Michelle (compiladores), Historia de las mujeres, 5 tomos, Editorial
Taurus, España, 2001.
El amigo de las niñas. Lecciones instructivas y edificantes, morales, doctrinales y recreativas,
para el uso de las escuelas católicas, escrito por Gabino Chávez, Presbítero, por
iniciativa del Illmo. Sr. Obispo de Querétaro, Dr. D. Rafael Sabás Camacho y con
la aprobación de varios Illmos. Prelados. Año 1893, Biblioteca del H. Congreso
del Estado de Querétaro Arteaga.
El neceser de las señoritas. Periódico literario. Querétaro. Tip. de Crescencio M. Pérez, c.
de Miraflores núm. 16, 1850.
La Hoja Suelta, Ecos de la Exposición, Querétaro, julio 8 de 1882, No. 7, Biblioteca del
H. Congreso del Estado de Querétaro Arteaga.
La Sombra de Arteaga, años: 1869, 1871, 1882, 1896.

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