Fue en la misma época y en la misma región donde, según parece, tuvo lugar otra
gran invención fundamental. Consistía en llevar un metal a su punto de fusión por
medio de calor. En este caso se trataba de cobre, y se recocía manteniéndolo
durante varios días a alta temperatura, con el fin de darle mayor dureza.
La Edad de Bronce tuvo una duración relativamente breve, de 500 a 2000 años, en
comparación con la Edad de Piedra y la Edad de Hierro.
A lo largo de los milenios III y II, las técnicas ya conocidas se extienden a otros
metales. En el 1300 antes de nuestra era se produce un acontecimiento funda-
mental: se comienza a extraer hierro de su mineral.
Los primeros en hacerlo, aparentemente, fueron los hititas del sur del mar Negro.
Los filisteos tomaron de ellos esta técnica un siglo más tarde. Al mismo tiempo este
descubrimiento inspira también una invención fundamental: el hierro al carbono, es
decir, el acero. No sabemos si fue en Mesopotamia o en Egipto donde se llevó a
cabo esta invención.
Alrededor del año 1000 a. C., los chinos dominaron la fabricación de fundiciones
gracias a una invención del horno de reducción: el alto horno.
Para lograrlo, en la India martilleaban el hierro con el fin de eliminar las escorias, lo
fracturaban y lo ponían a fundir con virutas de madera, de las que absorbían el
carbono. El acero así obtenido se martillea a continuación para fabricar
herramientas y armas. Este procedimiento lo retomarán los árabes en la Edad Media
para la fabricación de las célebres espadas de Damasco.
Tres invenciones sucesivas permitieron utilizar todos los minerales de hierro para la
producción de fundición destinada a la fabricación; 1) El horno de los alemanes
Wilhelm y Friedrich Siemens (1856). 2) El horno del francés Pierre Martin (1864). 3)
El horno del inglés Sydney Thomas (1880).