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Erick Valdés
Resumen
Este capítulo se divide en dos partes. En la primera, se analizan críticamente las escuelas
del bioderecho habidas hasta ahora. Estas distintas epistemologías fueron identificadas,
definidas y configuradas hace algunos años (Valdés 2015), y aquí se profundiza en dicho
análisis, buscando demostrar las fortalezas y debilidades de cada una de ellas, justificando,
además, por qué, ninguna de estas escuelas fue capaz, en más de veinte años de existencia,
de comprender y edificar el bioderecho como una rama del derecho legalmente vinculante.
Se presenta al lector la verdad de que cada una de estas concepciones ha entendido el
bioderecho desde la bioética, estableciendo distintos tipos de equivocadas relaciones que he
llamado juridificación, complementación, supeditación, superposición, sustitución,
colonización e intersección.
La segunda parte ofrece una nueva concepción del bioderecho (Valdés 2019) que, en
primer lugar, lo distingue de la bioética y del derecho tradicional. En segundo término, se
discute lo que he llamado “la crisis de la jurisdicción del bioderecho”, que consiste en la
dificultad que el bioderecho encuentra para adquirir una dimensión institucional, para lo
cual ofrezco una respuesta y una solución. Finalmente, justifico el bioderecho como una
nueva epistemología jurídica, un nuevo modelo deliberativo para el derecho, como un
nuevo enfoque hermenéutico con criterios interpretativos en sintonía con las exigencias e
interpelaciones actuales de las ciencias biomédicas, y como una nueva rama del derecho
que recategoriza y optimiza la ciencia jurídica tradicional.
Todas las traducciones desde el inglés y el francés pertenecen al autor.
PosDoc. (Law, Philosophy, Bioethics); Ph.D. (Phil.). Adjunct Research Professor of Biolaw, Princeton
University, USA. Profesor Facultad de Derecho, Universidad Santo Tomás-Tunja, Colombia. Presidente
International Network of Biolaw (www.internationalnetworkbiolaw.org).
Palabras clave
Bioderecho, Concepción europea, Concepción mediterránea, Concepción estadounidense,
Concepción internacional, Nueva concepción del bioderecho.
Abstract
This chapter is divided into two parts. In the first one, different biolaw schools that have
arisen so far are critically analyzed. These diverse epistemologies were identified, defined
and configured some time ago (Valdés 2015), and here I deepen this analysis, by seeking to
demonstrate the strengths and weaknesses of each of them, and justifying, in addition, why,
none of these schools was able, in more than twenty years of existence, to understand and
build biolaw as a legally binding branch of law. The reader will see that each of these
conceptions has understood biolaw from bioethics, establishing different types of wrong
relationships that I call here juridification, complementation, subjection, overlapping,
substitution, colonization and intersection.
The second part offers a new conception of biolaw (Valdés 2019) which, first, distinguishes
it from bioethics and traditional law. Secondly, I discuss what I have called “the crisis in
the jurisdiction of biolaw,” which consists in the difficulty that biolaw finds in acquiring an
institutional dimension, for which I offer a response and a solution. Finally, I justify biolaw
as a new legal epistemology, a new deliberative model for law, a new hermeneutical
approach with interpretative criteria in line with the current demands and interpellations of
biomedical sciences, and a new branch of law that recategorizes and optimizes traditional
legal science.
Keywords
Biolaw, European Conception, Mediterranean Conception, American Conception,
International Conception, New Conception of Biolaw.
PRIMERA PARTE
Concepciones tradicionales del bioderecho
1. Introducción
Esta escuela entiende el bioderecho como una bioética juridificada (Rendtorff &
Kemp 2000). Esto significa que los principios de la bioética estadounidense (Beauchamp &
Childress 2013) que son normas de moral común que carecen de fuerza legal vinculante,
son considerados también como cánones jurídicos para regular las prácticas biocientíficas y
biomédicas que entrañan riesgos importantes para los seres humanos.
Si bien esta escuela acepta el principialismo como un modelo deliberativo (y
también normativo) válido, no asume ni utiliza todos los principios bioéticos como sus
referentes. Rendtorff y Kemp (2000: 25-56) identifican los principios del bioderecho
europeo como autonomía, dignidad, integridad y vulnerabilidad, a los cuales llaman, y
ahora sabemos por qué, “principios de la bioética y bioderecho europeos”. Estos preceptos
son considerados como una expresión de la tradición humanista europea, la cual enfatiza el
valor singular del ser humano, así como su autorrealización y desarrollo en la sociedad. En
este sentido, dichos principios representan para esta concepción del bioderecho, referentes
deliberativos vinculantes para la resolución de controversias jurídicas y éticas surgidas en el
ámbito de la biomedicina.
¿Por qué estos principios y no otros? Rendtorff y Kemp (2000: 19-21) justifican su
elección señalando que estos cuatro principios “éticos básicos” de la bioética y el
bioderecho tienen como propósito fundamental la protección del ser humano en el
inquietante contexto de la biomedicina y biotecnología. Por lo mismo, esto autores piensan
que dichas normas deberían contribuir al desarrollo y consolidación de una “cultura
europea ética y legal” que finalmente reconocerá a la persona humana como un fin en sí
mismo, desde la perspectiva de los derechos humanos. En este sentido, “los principios
éticos” no ofician solo como guías o criterios de protección de los derechos vinculados a la
autodeterminación, sino que también a aquellos referentes a la vida y a la privacidad. Desde
este punto de vista, entonces, la identificación y consolidación de esos principios como “los
principios del bioderecho” obedece a una hermenéutica de la cultura europea
contemporánea y no a una interpretación de valores naturalistas o humanistas renacentistas.
Había dicho que esta concepción del bioderecho no utiliza todos los principios
bioéticos para edificar su propia propuesta principialista. En efecto, dignidad, integridad y
vulnerabilidad son considerados como principios alternativos y suplementarios de la
autonomía, fundamentalmente porque ellos constituyen criterios decisionales poderosos
para evaluar, utilitariamente, la vida vs la calidad de la vida, cuando esta dicotomía se
presenta en el ámbito clínico o biomédico. Por lo mismo, para Rendtorff y Kemp (2000:
19), estos principios deben ser interpretados como expresiones de “la realidad
fenomenológica concreta del mundo-de-la-vida humana.”
Este es el sentido de entender estos principios dentro del marco de la tradición
humanista europea, ya que, al final del día, expresan el valor de respetar a las personas,
entendidas como individuos humanos concretos, más allá de sus diferencias raciales,
religiosas o filosóficas. Por lo tanto, “los principios éticos básicos” extienden la protección
de los derechos humanos al ámbito biomédico, donde se llevan a cabo críticas
intervenciones a la integridad corporal de las personas.
La juridificación de estos principios bioéticos europeos se funda también en la
cercana conexión que los autores admiten entre la ética y el derecho, razón por la cual,
dichas normas de moral común son interpretadas, simultáneamente, como normas morales
y jurídicas. Al mismo tiempo, esta juridificación supone una complementación de ambas
disciplinas, tanto así que, los principios identificados por Rendtorff y Kemp pueden ser
comprendidos y utilizados, indistintamente como normas morales y jurídicas.
Ahora bien, los autores aclaran que ninguno de sus principios adquiere
preeminencia sobre los otros y que sería reduccionista asumir que ellos solo pueden ser
aplicados a los seres humanos. De hecho, critican la supuesta supremacía que el principio
de Respeto por la Autonomía, de Beauchamp y Childress (2013) tendría sobre los otros tres
(No maleficencia, Beneficencia y Justicia), afirmando que dicha superioridad se debería a
su contenido, a saber, a como es configurado por los autores señalados, y no a factores
culturales o ideológicos. Una sinóptica, caracterización de los principios de la bioética y
bioderecho europeos puede ser la siguiente:
¿Qué valor y transcendencia le dan Rendtorff y Kemp a estos principios? Para ellos,
la regulación de los alcances e implicaciones de la biomedicina y de la biotecnología es
considerada como un ejercicio de reflexión jurídica a un nivel legislativo y constitucional.
En este ámbito, por ejemplo, el ideal del respeto por la autonomía del paciente o sujeto de
experimentación ha sido introducido en el derecho a través del concepto del consentimiento
informado como la expresión práctica y procedimental del derecho a la autodeterminación.
Por lo tanto, los conceptos suplementarios (y complementarios) de dignidad, integridad y
vulnerabilidad han llegado a ser cada vez mas importantes como principios de rango
constitucional. Esto se evidencia, por ejemplo, en el caso de la extensión del alcance de los
derechos humanos para incluir derechos relacionados con el cuerpo humano y sus partes.
Los conceptos de no comercialización y anonimato en la donación de órganos son
importantes ideas suplementarias a este respecto, ampliamente reconocidas, pero, sin
embargo, todavía muy controvertidas (Rendtorff & Kemp 2000: 108-114).
La función de los principios de la bioética y el bioderecho europeos es instalar, a
nivel legislativo y constitucional, un fundamento para la protección de la esfera de
privacidad de la persona, la cual señala una tensión entre los derechos individuales para con
el propio cuerpo, la protección de esos derechos por parte del Estado, y la determinación de
los límites de esos derechos. Esto significa que, la escuela europea, entiende la autonomía
individual como mediada por el espacio público. Por lo tanto, el bioderecho europeo puede
ser definido como una expresión de moralidad política (pública) e integridad legal. A saber,
es determinado por un amplio grado de exposición o apertura del sistema jurídico al mundo
exterior de la política y la cultura. De este modo, no es el resultado de una visión
encapsulada del mundo o de un entendimiento unívoco del fenómeno legal, sino que más
bien, funciona en sintonía con un mundo cada vez más globalizado y tecnologizado.
Como los principios del bioderecho europeo implican necesariamente una nueva
forma de discernimiento legal, a saber, un nuevo modo de pensar los casos, dichos
principios están abiertos a interpretación y se legitiman como estándares legales generales
más que como reglas específicas. En el discernimiento jurídico y legislativo de casos
complejos, la función de los principios resulta evidente. Sin embargo, aunque conforman o
son parte de sistemas legales, no siempre son formulados directamente como reglas
específicas. La consecuencia del rápido y, aparentemente, inexorable desarrollo
biotecnológico, ha sido precisamente la búsqueda por parte de los legisladores en los países
europeos, de criterios generales para legislar. Y es aquí, particularmente, donde los
principios del bioderecho europeo emergen como criterios deliberativos. Sin embargo, es
importante tener conciencia de las diferencias entre principios éticos y principios legales:
los principios del bioderecho representan la juridificación de principios bioéticos, y como
normas legales, su horizonte normativo refleja el esfuerzo por establecer un correcto
balance entre la búsqueda del bien común y el respeto por la intrínseca dignidad e
integridad de la persona. El bioderecho europeo, en este sentido, es esencialmente
pluralista, ya que se caracteriza por la inclusión de ideas culturales, filosóficas y religiosas
como fuentes teórico-prácticas para la formulación de una doctrina legal para regular la
biomedicina.
El desarrollo del bioderecho europeo muestra que la relación entre principios y
situaciones concretas (casos) debe ser entendida como un círculo hermenéutico dinámico,
donde principios y derechos contribuyen de manera sinérgica a la formulación de esta
disciplina. El rol creativo del discernimiento entre lo general y lo particular presupone una
tensión entre principios y situaciones específicas. Sin embargo, en el caso del bioderecho
europeo, esa tensión no representa una oposición, ni epistemológica ni metodológica, entre
casuística y principialismo. Por un lado, los principios biolegales enmarcan o
contextualizan los casos particulares, y por otro, los casos particulares proporcionan un
contenido substancial a los principios. El caso constituye la materia del discernimiento
jurídico y legislativo, mientras que los principios representan la forma de dicha
deliberación.
Ahora bien, entendida como un principio legal, la autonomía refiere a los derechos
individuales de auto legislación y autodeterminación y su conexión con la toma de
decisiones en biomedicina. Este principio no debería entenderse separado de la idea de
beneficencia, la cual es central para la práctica médica. En un sentido lato, esto implica que
la decisión del paciente debería reconocerse incluso si el médico la considera trágica o
absurda, ya que, durante el procedimiento del consentimiento informado, la autonomía y la
autodeterminación presuponen la realización de una buena vida de acuerdo a lo que el
paciente considera que es una buena vida. La autodeterminación, entonces, codifica y
contextualiza los derechos y autonomía del paciente en una sociedad pluralista. En este
punto, se podría argumentar que esta suerte de espacio teórico para la autonomía individual
constituye, como lo señala muy bien el derecho alemán, un Rechtsfreien Raum, o sea, un
espacio abierto para el derecho individual, lo cual implicaría el riesgo de caer en una suerte
de pendiente resbaladiza que obligaría a obedecer irrestrictamente las decisiones de cada
individuo por el hecho de ser autónomas. Sin embargo, esta noción de espacio abierto para
el derecho solo expresa la idea de que no hay soluciones legales generales para problemas
específicos. La especificidad de las controversias legales surgidas como resultado del
avance de la biomedicina y de la biotecnología es tal que no ha sido posible hasta ahora
construir un marco legal delimitado que regule satisfactoriamente dicho avance. A través
del principio de autonomía, el bioderecho europeo deja espacio para la toma de decisiones
individuales respecto a asuntos individuales. Esto no implica una condición ilegal del
bioderecho, sino que más bien presupone constatar dos situaciones: 1. Que los ciudadanos
son moralmente libres y jurídicamente responsables por sus decisiones referentes a su
cuerpo y su esfera privada, y 2. Que es inconducente formular normas legales generales
para situaciones inusuales o extraordinarias. Por lo tanto, el principio de autonomía en el
bioderecho se autorregula, ya que por un lado establece la universalidad de la
autodeterminación como valor vinculante, y por otro, señala la posibilidad de excepcionar
su aplicación en virtud de las condiciones e implicaciones que la especificidad de cada caso
particular impone al legislador.
El principio de dignidad está principalmente fundado en el derecho natural. La
dignidad moral de la persona es también dignidad legal. Implica la obligación categórica de
tratar a las personas como fines en sí mismos y no solamente como medios para fines. En
este sentido, la dignidad exige el respeto por un supuesto valor inalienable de todo ser
humano e implica una indicación legal surgida del estatuto ontológico de humanidad
común a todos nosotros. El respeto del cuerpo humano y su identidad genética implica
reconocernos como personas dotadas de algo más que un cuerpo. La dignidad, por lo tanto,
es un principio legal fundamental para la escuela europea, que ordena la protección de la
persona de las posibles consecuencias nocivas del progreso tecnológico.
En un sentido legal, el principio de integridad surge en el derecho romano que
entendía integritas como aquello relacionado con el concepto de “intacto” así como con la
noción de noli me tangere que significa aquello que es “intocable” o “imperturbable”. Este
principio juega un rol importante en las declaraciones y códigos médicos sobre la
protección de los pacientes y sujetos humanos de experimentación. La definición legal de la
integridad de la persona determina los límites para las intervenciones biomédicas sobre el
cuerpo humano. La protección de la integridad física y psicológica de la persona ha
devenido más y más importante para la formulación de normas legales para regular la
manipulación genética en general y la intervención de la estructura genética humana en
específico. El derecho a heredar una estructura genética que no haya sido artificialmente
alterada es un aspecto central que el principio de integridad señala. De este modo, el
principio de integridad es llamado a proteger la identidad personal de los seres humanos
frente a una eventual manipulación genética. Esta protección no solo concierne a la gente
real o actual, a la gente que ya es. El principio de integridad expresa la herencia genética de
futuras generaciones y se opone a la manipulación de su identidad genética con fines no
terapéuticos. En este sentido, toda manipulación de la biología humana que implique un
cambio substancial de la identidad genética puede ser prevenido, atendiendo al mandato
legal contenido en el principio de integridad que protege la identidad y privacidad de la
persona.
El principio de vulnerabilidad, constituye para el bioderecho europeo el fundamento
de todo sistema legal ya que la vulnerabilidad del ser humano es quizás el real sustrato
ontológico para el despliegue de sus actividades y la configuración y regulación de las
instituciones sociales. La organización jurídica y legal de las instituciones, los principios
legales y las reglas legales concretas de cualquier sistema tienen como objetivo la
protección de la persona en virtud de su vulnerabilidad intrínseca, la cual es confrontada
con la posibilidad de destrucción o intervención externa. Es tarea de la regulación legal, por
ejemplo, y también constituye materia constitucional, el proteger al más débil y al más
pobre de la discriminación y destrucción operada por otros grupos sociales. Así, una
sociedad democrática y pluralista considera, en su marco jurídico, el castigo para aquellos
que, haciendo uso de su eventual posición, poder, categoría o posibilidades, abusen de otros
de manera arbitraria y desproporcionada. El principio de vulnerabilidad, entonces,
contribuye a otorgar al concepto de dignidad un contenido más concreto y, de ese modo, se
manifiesta como fundamentalmente presente en la regulación de las instituciones sociales y
posiblemente como fundamento de todo el orden legal.
En suma, el propósito de los principios éticos básicos de la bioética y el bioderecho
europeos es proporcionar un marco normativo para la protección de la persona en el
contexto de los desarrollos y potenciamientos biomédicos y biotecnológicos. Por lo mismo,
los principios ya señalados son definidos por la escuela europea con relación a otros
principios, aún más generales, que funcionan como un horizonte de sentido para los cuatro
principales. Entre otros, esos principios son la solidaridad, la responsabilidad y la justicia
social, los cuales también están muy presentes en los instrumentos del bioderecho
internacional.
El propósito último de esta escuela es derrotar la oposición entre la bioética y el
bioderecho y considera que los principios del bioderecho también lo son de la bioética y
que pueden funcionar, indistintamente, como normas de moral común o normas jurídicas
legalmente vinculantes. En este contexto, la concepción europea del bioderecho no concibe
la bioética como un mero modelo de common law, o como fuente de recomendaciones,
instrumentos y disposiciones regulatorias de las prácticas biocientíficas, ni tampoco
entiende el bioderecho como un simple modelo jerarquizador de dichas disposiciones. Más
bien, propone que el bioderecho debe ser entendido como un concepto que abarca todos los
juicios legales que conciernen a las cuestiones bioéticas y, de ese modo, debería estar
siempre involucrado en la asesoría y consejo a las autoridades jurisdiccionales, en los
comités de bioética, en la legislación sobre asuntos bioéticos y de la bioética misma, y en
las decisiones de las Cortes acerca de los conflictos y controversias de naturaleza y alcance
bioético (Kemp 2000: 69).
Por lo dicho anteriormente, es claro que esta es una concepción hermenéutico-
iusnaturalista. Esto se aprecia con claridad, no solo en los trabajos de Rendtorff y Kemp,
sino que también en aquellos de Beyleveld y Brownsword (2000a: 179-218; 2000b: 15-44),
donde estos autores aun criticando el estatuto ontológico y epistemológico tradicional del
principio de dignidad, terminan por considerarlo como un criterio plausible de deliberación
y argumentación en bioderecho, teniendo como horizonte conceptual la doctrina de los
derechos humanos.
Actualmente, se puede constatar en los últimos trabajos publicados por los
fundadores de esta escuela (Kemp, 2019: 19-32; Rendtorff, & Kemp 2019: 33-40), la idea
extendida en esta concepción de que dichos principios (autonomía, dignidad, integridad y
vulnerabilidad) son principios éticos que, de algún modo, ya son parte del derecho. En este
sentido, los autores enfatizan que los principios éticos básicos del bioderecho que
proponen, deben ser considerados en el marco de la justicia, concepto que, a la vez, debe
ser entendido con base en los cuatro principios éticos. De esta manera, los principios no
deben ser interpretados como absolutos ontológicos, sino que como guías reflexivas para la
bioética y el bioderecho. Lo anterior, en un contexto social, marcado y determinado por la
pluralidad de discursos y convicciones que se expresan en muchos y divergentes puntos de
vista (Rendtorff & Kemp 2019: 39).
Finalmente, esta escuela da origen a una sistematización no vinculante de la
bioética, llamada bioderecho internacional, el cual suma el derecho y los derechos humanos
internacionales a la bioética, intentando otorgarle un valor jurídico. Analizaremos esta
concepción un poco más adelante.
2.2.1. España
2.2.2. Francia
Los desarrollos de los biojuristas franceses señalan una concepción del bioderecho como
una constelación de leyes bioéticas (Lenoir 2000: 221) o bionormas (Fagot-Largeault 2000:
27), que otorgan más contenido a la bioética en su tarea de interpretar, comprender y
discernir cuál es la mejor regulación para las prácticas biocientíficas.
La idea central de estas pensadoras francesas es que la determinación de esas
bionormas debe estar iluminada por tres elementos: los hechos, los valores y las elecciones.
Desde esta triada hermenéutica sería posible identificar y definir leyes o normas específicas
para las ciencias biomédicas. El procedimiento es simple, pero, a la vez, dudoso en cuanto a
su objetividad: los hechos de alcance jurídico deben ser valorados, juzgados o, lo que es lo
mismo, interpretados. Una vez completado este paso hermenéutico, se debe optar por un
modelo regulatorio que abarque el caso o la práctica en cuestión. La metodología propuesta
por las teóricas francesas posee nítidas reminiscencias casuísticas, al puro estilo de Jonsen y
Toulmin (1988), lo que relativiza los procesos deliberativos, restándoles objetividad.
La preponderancia del componente hermenéutico en esta escuela permite afirmar
que la concepción mediterránea del bioderecho posee un marcado rasgo iusnaturalista-
axiológico que abre un amplio espacio a la interpretación y ponderación de los hechos y
acontecimientos biocientíficos. Lo anterior, desde categorías epistemológicas que afirman
una continuidad, un puente, y una intrínseca relación entre la ética y el derecho. Además,
esta concepción afirma que la consideración y análisis biojurídico de los alcances
problemáticos de las prácticas biomédicas, siempre implica antes una aproximación
bioética.
Lenoir y Fagot-Largeault, herederas de una gran tradición de filosofía evolutiva,
piensan en clave naturalista, en el sentido de que asumen que la moral presenta una base
biológica (Bergson 1932: 103). Por ello, afirman que la primera y más original
aproximación a los conflictos morales y jurídicos que la biociencia provoca, es y debe ser
una aproximación bioética, apoyada y complementada por el bioderecho, entendido como
una disciplina parásita de aquella otra.
En este sentido, el bioderecho se transforma en una suerte de mirada ético-jurídica
que transforma la bioética en una especie de ética evolucionista y que contribuye a su
consolidación como el modelo más plausible y legitimado para abordar la naturaleza y
alcance de los conflictos ético-jurídicos provocados por las prácticas genéticas de última
generación.
Por otra parte, la escuela francesa, que es parte de la concepción mediterránea,
afirma una relación consustancial entre las llamadas leyes bioéticas y los valores
fundamentales de la sociedad europea (Lenoir 2000: 222-223). A saber, el estatuto
legalmente vinculante de una ley bioética debe estar en plena sintonía con y fundarse en
una norma prima facie no vinculante de moral común. Esto conecta la concepción
mediterránea del bioderecho con la doctrina de los derechos humanos, lo cual hace evidente
algunos rasgos compartidos con la concepción europea y la concepción internacional del
bioderecho.
Estos claros parecidos de familia, parafraseando a Wittgenstein, son: i) el principio
cúspide sobre el cual debe fundarse cualquier regulación de la biomedicina es la dignidad,
el cual, de acuerdo a Lenoir (2000: 224-225) posee dos rasgos que lo distancian
radicalmente de otros principios: 1. Supera la distinción presente en el Derecho Romano y
tradicional, entre el Yo y el Otro, ya que el principio de dignidad implica mirar y considerar
a cualquier persona como a uno mismo, y 2. Es un principio categórico y no hipotético,
debido a que su cumplimiento no admite excepciones, y su valor es absoluto. Esto, lo hace,
de acuerdo a la citada autora, distinto a otros principios como el de libertad o justicia, por
ejemplo.
El segundo rasgo compartido es que ii) el bioderecho implica una relación
consustancial entre la bioética y los derechos humanos, ya que el bioderecho mediterráneo
considera principios morales universales, que no son de cumplimiento progresivo y que
señalan el reconocimiento de nuevos derechos fundamentales como el derecho a disponer
libremente del propio cuerpo (siempre y cuando eso no violente la dignidad personal) y el
derecho a la integridad corporal (Lenoir 2000: 224).
Por lo tanto, esta concepción entiende el principio de dignidad de manera radical.
En efecto, al igual que en la concepción europea y en la concepción internacional del
bioderecho, los argumentos para sustentarla como el valor fundamental que debe orientar la
regulación de la biomedicina son claramente ideológicos en vez de conceptuales. De hecho,
de acuerdo a esta concepción, el principio de dignidad opera como una restricción al
ejercicio de la autonomía individual, la cual debe desplegarse en sintonía con esta
condición ontológica del ser humano, y que sería de carácter absoluto e inalienable.
Esta intelección del bioderecho como un efecto residual de la convergencia entre
bioética y derechos humanos señala un estatuto instrumental, supeditado a la optimización
y evolución de la bioética. Lenoir (2000: 261) es elocuente en este sentido, al afirmar que la
bioética alcanza notables rendimientos gracias al aporte del bioderecho. Entre ellos
tendríamos:
• Incremento de la importancia de los principios de la bioética para la teoría y
práctica biojurídica.
• Reforzamiento del poder vinculante que adquiere la bioética a través de
sanciones que promueven y aseguran el cumplimiento se sus mandatos.
• Identificación de una ética mínima que podrá, eventualmente, ser
convergente, tanto con la bioética como con el bioderecho.
• Definición, a través de un marco legislativo, de ciertos principios y
procedimientos para la toma de decisiones en bioética.
• Especificación de su hermenéutica que, apoyada por el bioderecho, puede
abordar conflictos ético-jurídicos en detalle.
Complementando lo anterior, Lenoir (2000: 267) afirma que, pese a que pueden
existir sistemas más flexibles que el bioderecho para el control regulatorio (como la
bioética, por ejemplo), la nueva disciplina tiene un rol importante que jugar, especialmente
en balancear intereses, proteger a los vulnerables y empoderar a los individuos frente al
desarrollo biomédico. Por lo mismo, no todo descubrimiento biomédico o controversia
bioética requeriría un “nuevo bioderecho”. Al respecto, Lenoir (2000: 267) enfatiza que el
bioderecho puede ser especialmente efectivo y útil estableciendo un marco para los
principios bioéticos, así como un rango de práctica aceptable que debe ser complementado
por guías o regulaciones que engendren aplicaciones e interpretaciones casuísticas
específicas.
En suma, el bioderecho es, de acuerdo a esta escuela y a la concepción mediterránea
en general, una constelación de leyes bioéticas, permeadas por los derechos humanos y las
prácticas y valores sociales. Esto implica la reconsideración de algunas nociones legales
tradicionales, a la luz de los conflictos axiológicos generados por los avances de la ciencia,
en los campos de la biología y la genética (Lenoir 2000: 223).
2.2.3. Italia
Uno de las principales figuras de la escuela italiana del bioderecho es Carlo Casonato
(2019: 77-91) para quien representa un derecho abierto, actualizado y atento. Es un derecho
abierto porque está en proceso de construcción de leyes para la toma de decisiones en la
intersección ciencia-ética. O sea, el bioderecho, además de abierto, sería para este jurista
italiano, al igual que para los españoles y franceses, un instrumento de la bioética.
Casonato afirma que el derecho comparado, a saber, todos los instrumentos del
bioderecho internacional, se fundan en aspectos de dimensión científica y que tienen
directo alcance filosófico y social. En este sentido, el bioderecho sería un derecho abierto a
la dimensión científica y ética de las inventivas biomédicas.
Además, para este autor, la evolución de los instrumentos internacionales (derecho
parlamentario, jurisprudencia) muestra cómo el derecho europeo ha sido permeado por la
epistemología bioética, lo cual finalmente señala la instrumentalización del llamado
derecho de las ciencias de la vida (bioderecho), como un medio fundamental para la
colonización europea de la bioética.
Es un bioderecho actualizado, por cuanto el potenciamiento biocientífico determina
un cambio en el ambiente ético y social, dimensiones que, modificadas en su naturaleza,
deben ser reguladas por un derecho actualizado, esto es, el bioderecho. En este sentido,
según Casonato (2019: 85) es posible distinguir dos tipos de leyes temporales en el campo
de las ciencias de la vida: i) una naturaleza flexible del contenido de la regulación está
estrechamente vinculada a un cambio en el paradigma científico. En este caso, la ley
anterior ya no tiene sentido porque su objeto simplemente ya no existe, ya que ha sido
reemplazado por otro, más preciso y avanzado, y ii) un segundo tipo de legislación
temporal, que no está vinculada a un cambio científico esperado, sino a un supuesto cambio
del entorno ético y social. En este caso, la regulación no caduca porque su objeto ya no
existe.
Por último, para Casonato, el bioderecho es un derecho atento, no solo a los
cambios de la biociencia, sino que a las necesidades individuales. De este modo, el
bioderecho implicaría una flexibilidad legal con el objeto de balancear intereses, lo cual
sería mucho más compatible con principios constitucionales. En este sentido, el bioderecho
no se distanciaría mucho de un derecho constitucional, atento a las cambiantes
complejidades de la ciencia biomédica, y cuyo abordaje legal debe considerar
necesariamente un debate bioético inicial.
Por su parte, Santosuosso (2019:162), quien es otro importante representante del
bioderecho italiano, afirma que éste es simplemente un derecho de la tecnología, que no
debe en absoluto comprender y abordar las complejidades jurídicas de la biociencia, de una
manera distinta a como lo hace el derecho tradicional y la misma bioética.
Lo anterior, por cuanto, desde una perspectiva social (alcance que tiene la
biociencia), necesitamos descubrir la tecnología con la que ya convivimos, antes de
preocuparnos por ella y luchar contra sus aplicaciones venideras (Santosuosso 2019: 162).
Según Santosuosso (2019: 162), desde una perspectiva social, necesitamos descubrir
la tecnología con la que ya vivimos (como un componente de nuestras sociedades) en lugar
de tener miedo de ella y luchar contra sus próximas aplicaciones. Desde un punto de vista
legal, si el bioderecho es un derecho de la tecnología, debemos prestar atención a dos
consecuencias: (i) el derecho y el bioderecho no tienen ninguna razón para tratar la
tecnología de una manera diferente a cualquier otra; (ii) cualquier aspecto de nuestra
realidad legal parece tener un origen tecnológico.
Sin embargo, esta posición no parece ser, al menos, muy conducente para lograr
meridiana claridad sobre qué es el bioderecho, y adolece de cierta ambigüedad. Para
justificar esta afirmación basta atender cuando Santosuosso (2019: 164) señala que, al final
de su investigación, todavía no está seguro si él todavía está en los perímetros del
bioderecho. De acuerdo con lo anterior, el autor usa una fórmula dudosa, ya que realmente
no sabe cuáles son los límites de la bioética en la actualidad y, al mismo tiempo, sospecha
que ignora qué es y qué será el bioderecho.
2.2.4. Conclusión
• Universal Declaration on the Human Genome and Human Rights, UNESCO, 1997.
• Declaration on the Responsibilities of the Present Generations Towards Future
Generations, UNESCO, 1997.
• Charter of Fundamental Rights of the European Union, European Union, 2000.
• International Declaration on Human Genetic Data, UNESCO 2003.
• 25 Recommendations on the Ethical, Legal and Social Implications of Genetic
Testing, European Communities, 2004.
• Universal Declaration on Bioethics and Human Rights, UNESCO, 2005.
• United Nations Declaration on Human Cloning, United Nations, 2005.
• The Precautionary Principle, UNESCO 2005.
• Convention for the Protection of Human Rights and Dignity of the Human Being
with regard to the Application of Biology and Medicine, European Union (Oviedo
Convention), 2007.
Supremacía del ser humano: que prohíbe la instrumentalización del ser humano
como sujeto de experimentación. En otras palabras, no importa lo promisoria que pueda ser
una investigación científica, ésta nunca debe realizarse a costa de desconocer la condición
de fin en sí mismo del ser humano.
3.1.1 Esta concepción define los principios del bioderecho como normas de moral común
que no se encuentran juridificadas y no poseen valor vinculante. En este sentido, el
bioderecho europeo, es simplemente un soft law.
3.1.3 Los principios del bioderecho europeo son también principios bioéticos, situación
que no está justificada epistemológicamente. Además, que los principios sean unas veces
normas éticas y otras veces normas jurídicas, provoca confusión y, lo que es aún peor, una
superposición o suplantación de planos normativos.
3.1.5 Esta concepción posee pretensiones de universalidad, por lo cual trabaja con
principios éticos prima facie. En ese contexto, rechaza los principios de la bioética
estadounidense por considerarlos alejados de la cultura y realidad europeas. Por lo mismo,
esta concepción plantea la necesidad de edificar un marco exclusivo de principios europeos
sustentados en la doctrina de los derechos humanos y en el principio de dignidad. Esta es
una clara contradicción epistemológica y metodológica de esta concepción. En efecto,
utiliza un marco hermenéutico aparentemente universal (Derechos humanos y dignidad)
para justificar un bioderecho regional, de alcance culturalmente acotado y mediado
entonces por la tradición y factores identitarios. Entendido así, los principios del bioderecho
europeo no tienen nada de universal.
3.1.6 El bioderecho europeo no representa una nueva epistemología (ya que no crea un
universo conceptual que lo separe de la bioética ni construye una nueva rama del derecho),
ni tampoco es un nuevo modelo hermenéutico (utiliza analógicamente el formato
principialista de la bioética de Georgetown, surgida en la década de los 70s). Más bien,
parece ser una bioética europea que, arbitraria y eventualmente, sin justificar por qué y
cómo, se transforma en bioderecho, entendido como una disciplina ético-jurídica, a saber,
una suerte de derecho naturalista que aporta ciertos criterios generales o recomendaciones,
más o menos difusas, para orientar la regulación de las prácticas biomédicas. Ahora bien,
sin perjuicio de que ésta es una configuración aceptable y representa la primera
aproximación en el mundo, que trató de otorgarle al bioderecho una faz conceptual y
disciplinaria, no estoy seguro que tenga los méritos suficientes para denominarse
bioderecho. Aceptar esta concepción es, en última instancia, asumir que el bioderecho no
representa una nueva epistemología jurídica.
3.2.2. En el mismo orden de ideas, esta concepción no asume que los ámbitos de estudio y
los contextos de aplicación de la bioética y el bioderecho son distintos, esto es, la ética y el
derecho, respectivamente. Por lo mismo, el producto de cada disciplina es diverso, lo cual
no es reconocido por esta concepción. En efecto, el producto del bioderecho es normativo
vinculante, aspiración que claramente la bioética no posee.
3.3.3 Por otra parte, algunas voces de esta concepción han afirmado que el bioderecho
debe colaborar en la regulación de la bioética. En otras palabras, la bioética sería un objeto
de estudio del bioderecho. Esto es claramente un error, ya que todo el plexo epistemológico
que desarrolla el bioderecho tiene como propósito la regulación de la biomedicina y no de
la bioética.
3.3.6 Con la excepción de los que han planteado Romeo Casabona y Romeo Malanda, el
bioderecho mediterráneo es antropocéntrico y especista, ya que su aproximación al
fenómeno de la vida, amenazado por la biociencia, entiende la vida exclusivamente como
vida humana, sin considerar una posible extensión de la disciplina hacia otras especies no
humanas o al medio ambiente.
3.3.8. Es cierto que España posee profusa y exuberante regulación jurídica de las prácticas
biomédicas. Sin embargo, se trata de una regulación fundada en categorías del derecho
tradicional, apoyadas por categorías bioéticas que, por lo mismo, adolece de varias fisuras e
insuficiencias en su construcción. Un claro ejemplo de esto es la regulación penal del delito
de manipulación genética. Esta regulación se encuentra edificada desde una hermenéutica
tradicional que es, más bien, literal, a saber, lee y entiende el sentido de la práctica, pero no
avanza en distinguir nuevos alcances de la técnica que exceden, por mucho, el
entendimiento que la bioética o el derecho tradicional han tenido históricamente de ella.
3.3. Crítica a la concepción estadounidense
3.4.5 Siendo una suerte de quimera, nacida de la unión entre la bioética y los derechos
humanos, el conjunto de disposiciones del bioderecho internacional representan solo un
compendio de recomendaciones no vinculantes, lo que transforma el bioderecho
internacional en un soft law, lo cual es contradictorio con el efecto regulador vinculante que
debe tener el bioderecho como nueva rama del derecho.
3.4.6 La fundamentación final de los principios del bioderecho internacional es, más bien
metafísica y, por lo mismo, se basa a menudo en el dogmatismo y la ideología. Esto
significa que los argumentos que dan contenido normativo a los principios y disposiciones
no son, precisamente, conceptuales. Un ejemplo claro de esto es el principio de dignidad
ascendido a la categoría de principio cúspide de todos los instrumentos del bioderecho
internacional.
3.4.8 Los principios del bioderecho internacional son normas de moral común. Esto
significa que son normas demasiado abstractas y de muy poco contenido como para lograr
un acuerdo ético y jurídico respecto de su contenido y significado. En otras palabras, la
pretendida universalidad de los principios del bioderecho internacional es solo formal y
tácita, a saber, su alcance material y explícito es bastante limitado, lo cual impide su
juridificación en reglas vinculantes más específicas.
4. Conclusiones
Más allá de todo el aparato crítico que he explicitado hasta ahora, puedo todavía agregar
tres conclusiones generales que consolidan mi análisis de las concepciones del bioderecho
que han existido hasta ahora en el mundo.
4.1 Las que llamo concepciones tradicionales del bioderecho habían permanecido
invisibles a la academia en Latinoamérica hasta el 2015 (Valdés 2015) y en el resto del
mundo hasta el 2019 (Valdés 2019). En efecto, pese a sus evidentes diferencias
epistemológicas, las diversas intelecciones del bioderecho en el mundo ni siquiera tuvieron
la capacidad de identificarse a sí mismas y asumieron tácitamente que todo su despliegue
teórico constituía, de alguna manera, el bioderecho. A la luz de los argumentos desplegados
en este capítulo, aquello constituye ciertamente un factor de estancamiento del bioderecho
y explica su tenaz inmovilidad epistemológica.
SEGUNDA PARTE
Nueva concepción del bioderecho
1. Definición
Antes de decir qué es el bioderecho, justificaré lo que no es. Para ello, necesito delimitarlo,
tanto de la bioética como de otras ramas del derecho tradicional. Llevo a cabo lo anterior en
los dos parágrafos siguientes. Luego, ofrezco definiciones más específicas del bioderecho,
así como abordo su necesidad, alcances, aportes y su posible constitucionalización.
Una definición correcta, válida y verdadera del bioderecho debe delimitarlo claramente de
la bioética. En primer lugar, el bioderecho se despliega en un plano normativo distinto al de
la bioética, ya que esta disciplina persigue esencialmente propósitos deliberativos,
diseñando diversos modelos de razonamiento para tomar decisiones morales sobre los
alcances y consecuencias éticas de las prácticas clínicas y biomédicas. En cambio, el
bioderecho posee no solo fines, sino que efectos prescriptivos de alcance legalmente
vinculante, por lo que su universo normativo es el derecho y no la ética.
En segundo término, el bioderecho no es parte de la bioética. A saber, no representa
una suerte de subrama que debe abordar los alcances jurídicos de los problemas bioéticos.
Es un grave error considerar (como lo hace gran parte de la Escuela Mediterránea, por
ejemplo) que el bioderecho tiene como objeto de estudio a la bioética y no a la
biomedicina, ya que aquello desvirtúa arbitrariamente el sentido de esta nueva disciplina, y
la mantiene esclava de la bioética, confundiendo y suplantando planos normativos y
restándole al bioderecho su naturaleza legalmente vinculante.
En tercer lugar, de asumir un modelo principialista, el bioderecho no puede
sustentarse en principios de moral común como sí lo hace la bioética. Lo anterior,
supondría que no hay diferencia entre la bioética y el bioderecho. Aceptar que la
deliberación en bioderecho debe estar fundada en principios éticos generales es un error
metodológico y epistemológico. Es un error metodológico por cuanto reduce los alcances
procedimentales del bioderecho al ámbito de la ética, impidiendo su extensión (salvo que se
dé un salto arbitrario, como es el caso de la Escuela Europea) al contexto jurisdiccional del
derecho. De este modo, el bioderecho sería absolutamente incapaz de engendrar modelos
jurídicos vinculantes para la regulación legal de las prácticas biomédicas, que es
precisamente una falencia de todas las escuelas analizadas en este capítulo. Por otra parte,
el bioderecho posee un estatuto epistemológico propio que no se asimila al de la bioética.
En efecto, el bioderecho configura una interdisciplinariedad distinta a la de la bioética, con
un alcance capaz de generar y aplicar normas vinculantes para los nuevos escenarios de la
biomedicina y la biotecnología. También, y más allá del derecho tradicional, el bioderecho
es capaz de recategorizar las instituciones jurídicas clásicas y aportar nuevos elementos
para la argumentación legal. Finalmente, el bioderecho supera las limitaciones de la
dogmática jurídica que se despliega en ramas aisladas y univocas del derecho. Por lo
mismo, es capaz de identificar y elaborar nuevas categorías jurídicas y derechos subjetivos,
integrándolos a la totalidad de un sistema jurídico.
En cuarto lugar, es un error afirmar que el bioderecho juridifica la bioética o que la
bioética moraliza el bioderecho. Sin negar una relación entre ambas disciplinas, la cual es
en rigor, contingente y no necesaria, es importante delimitar su contenido normativo. El
bioderecho no es un instrumento de evolución de la bioética. Distinta cosa es aceptar que,
en el decurso histórico de ambas disciplinas, éstas se colonizaron mutuamente,
especialmente a un nivel discursivo. La jurisprudencia comunitaria europea se colmó de
semántica bioética, y con los fallos en las cortes estadounidenses pasó lo mismo. Sin
embargo, esto no prueba, bajo ninguna circunstancia, que exista una relación necesaria
entre ambas disciplinas y que, por eso, el bioderecho no pueda justificarse o entenderse sin
la bioética. ¿Se puede entender el derecho sin la ética? Por supuesto que sí. Y para ello no
se requiere ser un positivista ideológico, sino que solo separar ambos campos
epistemológicos.
En quinto término, por su naturaleza eminentemente dialógica y deliberativa, la
bioética ofrece bastante espacio para la generación de modelos emotivistas de
razonamiento, donde aspectos muy subjetivos de la deliberación adquieren bastante
protagonismo. Entre ellos, se cuentan la consideración de los valores en juego en un caso
determinado y la colisión entre deberes profesionales y deseos de los pacientes o sujetos de
experimentación. Aquellos modelos no emotivistas, como el principialismo, por ejemplo,
determinan normas generales muy vastas como para ajustarse a la creciente especificidad
de los problemas biomédicos. El bioderecho no engendra modelos normativos emotivistas
ni tampoco trabaja con normas generales de moral común. De elegir un modelo
principialista tendría que ser un diseño de cálculo aritmético que garantice la objetividad de
la decisión más allá de inclinaciones, creencias y preferencias particulares. Si bien, el
bioderecho debe buscar consensos sociales y no debe sustentarse en un modelo de pacto
social tácito, desde el cual los avances biotecnológicos son introducidos en la sociedad y al
mercado, asumiendo un consenso implícito de los habitantes del mundo, no debe
sustentarse meramente en dichos consensos, que pueden ser muchas veces arbitrarios,
veleidosos y ajustados a intereses de determinados grupos dominantes en la esfera pública.
En sexto lugar, la bioética posee un universo normativo más ecléctico que el del
bioderecho. Este fenómeno provoca que la deliberación en bioética pueda situarse,
indistintamente, en cualquiera de sus dimensiones normativas, a saber, teorías éticas,
principios de moral común, reglas profesionales y procedimientos. Esta es, precisamente, la
causa de que la mayoría de las personas que aplican el principialismo para deliberar en
bioética no sepan exactamente cómo aplicarlo, ya que conviven en él cuatro dimensiones
normativas que no siempre son consustanciales, sino que muchas veces se inhiben
mutuamente. El bioderecho representa un abordaje integral y no fragmentado del conflicto
jurídico surgido en el ámbito biocientífico. No ofrece fases deliberativas, muchas veces
desembarazadas unas de otras. El bioderecho no recepciona ni razona sobre los problemas
jurídicos desde teorías jurídicas fosilizadas o desde normas existentes del derecho
tradicional. El bioderecho crea universos normativos inéditos, en sintonía con los inéditos
problemas jurídicos que surgen de los avances y potenciamientos biocientíficos.
En este sentido, las dimensiones normativas de la bioética son encapsuladas o
intrínsecas, lo que significa que el alcance normativo de sus planos prescriptivos está
determinado por la teoría, el principio, la norma o el procedimiento. En cambio, el
bioderecho posee un contenido normativo extrínseco, ya que coloniza otras ramas del
derecho, recategorizando instituciones del derecho tradicional, sin fundarse necesariamente
en normas preestablecidas por el derecho clásico.
¿De dónde proviene la autoridad del bioderecho como dispositivo que engendra regulación
de las prácticas biomédicas? ¿Quiénes poseen la idoneidad para ejercer la que podemos
llamar “profesión biojurídica” y así aportar a la creación y edificación de una correcta
intelección de la naturaleza de la disciplina?
Es cierto que el bioderecho podría ser definido como una multidisciplina, en el
sentido que interactúa de modo, más bien, esencial con la ciencia, la ética y el mismo
derecho. A saber, existe una crisis de la jurisdicción del bioderecho, ya que ésta puede ser
reclamada, tanto por científicos, como por juristas y bioeticistas. Este estatuto del
bioderecho, sumado a sus variadas interpretaciones, le han restado legitimidad en el espacio
público y también en la academia, cuyos integrantes ven con escepticismo el valor y
alcance que la nueva disciplina pueda tener, más allá de la bioética y el derecho tradicional.
Esta supuesta fisura de la jurisdicción del bioderecho es mitológica. El bioderecho
no es una multidisciplina, aunque posea una dimensión epistemológica multifactorial. De
hecho, como veremos más adelante, el bioderecho posee un objeto de estudio muy
específico y su propósito es regularlo, comerciando con otros ámbitos conceptuales
disciplinarios, como la ética y la ciencia, pero también, y muy especialmente, optimizando
y refrescando otras ramas del derecho. Esta interacción e influencia del bioderecho sobre
otros espacios jurídicos lo convierten, más bien, en una transdisciplina, a saber, una
epistemología que irradia a otras ramas del derecho, optimizándolas y ampliando su elenco
categorial y conceptual. Por lo tanto, esta habilidad del bioderecho no significa
eclecticismo, sino que ductilidad.
La real causa de esta crisis radica en otro acontecimiento que expondré ahora
mismo. Es un acuerdo tácito (algo así como un pacto social), pero a la vez,
institucionalizado, que las prácticas de las ciencias biomédicas necesitan regulación, no
solo ética, sino que también, jurídica. Si bien la regulación legalmente vinculante de las
biociencias es cada vez más profusa en el mundo, también es imprecisa, incompleta y,
muchas veces, ineficaz. Esto se debe, precisamente, a la verdadera crisis de la jurisdicción
del bioderecho. Esta crisis no responde a su supuesta multidisciplinariedad o aparente
eclecticismo, sino que, a la ignorancia generalizada sobre su naturaleza y valor
epistemológico, lo cual ha impedido, de manera contumaz y sistemática, su
institucionalización, pese a la clara evidencia de su desarrollo conceptual que lo identifica,
tanto de la bioética como de otras ramas del derecho tradicional.
En efecto, la mayoría de la regulación de las prácticas biomédicas en el mundo ha
proliferado de modo poco sistemático y con muy poco contenido conceptual. Se podría
argumentar que la sistematización regulatoria del bioderecho se da en el ámbito del
bioderecho internacional, pero ya he demostrado que aquel es solo un elenco de
instrumentos con disposiciones y recomendaciones de nulo valor legalmente vinculante.
Entonces, muchas regulaciones, disposiciones, y jurisprudencia emergen como fruto de la
presión social y del trabajo eventual de comisiones legislativas o ejecutivas que no conocen
realmente del tema y, peor aún, son reluctantes a solicitar la asesoría de biojuristas que
hayan profundizado de modo relevante en la recepción, intelección y comprensión de los
verdaderos alcances jurídicos de las prácticas biocientíficas.
Lo anterior, engendra una lógica desconfianza en el bioderecho. Las razones son
fundamentalmente dos: i) el espacio público (y muchos legisladores, operadores jurídicos y
funcionarios) creen que éstos son temas que le conciernen a la bioética y no al bioderecho,
ii) la controversia que genera la ineficacia con que hasta ahora se han regulado las prácticas
biomédicas en el mundo, lo que constituye, en última instancia, una crítica y una
interpelación al biojurista.
La poca institucionalización del bioderecho y su consecuente falta de legitimación,
tanto en la academia como en el espacio público, se debe precisamente a la desconfianza y
escepticismo que provoca. Esto también ha sido responsabilidad de quienes han abordado
la disciplina en las últimas décadas, desde una relación promiscua con la bioética. Esta
obsesión de comprender el bioderecho desde la bioética ha impedido también su
institucionalización como un campo independiente.
En el mismo sentido, la marcada comprensión naturalista que ha dado contenido a
diferentes epistemologías, constituye una barrera para que el bioderecho se legitime
públicamente como una rama autónoma del derecho, capaz de identificar y definir algo más
que principios o referentes deliberativos generales para la regulación de la biomedicina.
Por lo mismo, la mayoría de aquellos que se vinculan al bioderecho no logran sino
una aproximación sesgada a la disciplina, ya que carecen de las habilidades y
conocimientos para reflexionar, razonar y, eventualmente, resolver conflictos biojurídicos
de última generación.
La apatía y opacidad con que los supuestos especialistas en bioderecho comprenden
este campo ha significado un duro escollo para la legitimación social y académica de la
disciplina. De hecho, basta con llevar a cabo una pequeña búsqueda en internet de artículos
que en su título utilicen la palabra “bioderecho” para darse cuenta que el término se usa
para llamar la atención, para referir a una bioética pretendidamente juridificada, o para
señalar al derecho tradicional tratando de comprender el alcance jurídico de las nuevas
inventivas de la biociencia. ¿Es eso bioderecho? Claro que no.
En esos artículos, que son muchos y, que, por razones obvias, no cito aquí, los
autores, ya sea por error o por elección (lo que sería aún peor), utilizan con total desparpajo
el término “bioderecho” para referir, en última instancia, a algo que esta disciplina
claramente no es.
Por lo tanto, la jurisdicción del bioderecho la deben ejercer aquellos profesionales
que posean, al menos, las siguientes características:
1. Entienden el bioderecho como una rama independiente del derecho tradicional
con todo lo que eso implica.
2. Entienden y aplican el bioderecho sin considerarlo un parásito de la bioética.
3. Razonan los problemas biojurídicos más allá del sentido común o la moral
socio-cultural prevalente.
4. Poseen un conocimiento relevante del alcance y naturaleza de las prácticas
biocientíficas de última generación.
5. Tienen la habilidad de desplegar argumentos lógicos que desenmascaran
falacias.
6. Son capaces de elaborar argumentos epistemológicos densos y coherentes.
7. Poseen experticia en meta-derecho, a saber, pueden abordar problemas dentro
del bioderecho y sobre el bioderecho.
8. Conocen teorías y modelos deliberativos que pueden aportar criterios plausibles
para ser especificados en reglas de valor más vinculante.
9. Poseen un conocimiento relevante de las falencias que muestran, al menos, el
derecho constitucional, derecho penal, derecho administrativo y derecho civil,
para recepcionar e intelegir correctamente el alcance jurídico de las técnicas
biomédicas.
10. Se dedican a pensar y abordar el bioderecho como principal tarea de sus vidas.
11. Tienen habilidad para el análisis conceptual preciso sobre el significado, alcance
y naturaleza jurídica de asunto clave para el bioderecho, como, por ejemplo,
PGD, CRISPR, y estatuto de embriones preimplantados, entre otros.
12. Son capaces de predecir y exponer, sin prejuicios, y con imparcialidad y
racionalidad, las consecuencias adecuadas o inadecuadas de diferentes
argumentos nocivos que podrían fosilizarse en el colectivo social.
13. Tienen la habilidad, capacidad y voluntad de trabajar y pensar en ambientes
plurales y transdisciplinarios.
14. Son capaces de diseñar y aplicar políticas públicas de bioderecho, con impacto
conceptual, institucional y social.
15. Entienden el bioderecho como un campo epistemológico biocéntrico,
interespecie, y desembarazado del errado paradigma de que la naturaleza
biológica y genética es inmodificable.
Conservador Innovador
-Trabaja con y desde categorías del derecho -Trabaja con conceptos biojurídicos (los
positivo tradicional. mismos del derecho, pero ampliados
categorialmente).
1
A saber, el bioderecho busca repensar y, de ser necesario, ampliar epistemológicamente categorías del
derecho tradicional. Ejemplos de aquello son los conceptos de persona futura y persona no humana, este
último, presente en el caso de la orangutana Sandra, a quien se le concedió un habeas corpus, en un fallo
inédito de Sala II de la Cámara de Casación Penal de Buenos Aires, reconociéndola, efectivamente, como
persona no humana. Por lo tanto, el aporte que la mirada del bioderecho representa es muy relevante, ya que
nos invita a generar debate y discusión sobre el estatuto, no solo jurídico, sino que ontológico de muchos
conceptos del derecho tradicional, lo cual puede redundar en la optimización de la regulación y legislación
sobre los asuntos biomédicos, así como sobre los derechos de los animales y del medioambiente.
Reduccionista Amplificador
-No identifica nuevas categorías jurídicas. -Aporta categorialmente a otras ramas del
derecho, identificando nuevas instituciones
jurídicas.
Explicativo Extensivo
-No busca ni pretende, necesariamente, -Uno de sus propósitos es crear
crear conocimiento. conocimiento.
Antropocéntrico Biocéntrico
-Piensa, generalmente, la vida como vida -Piensa la vida en su conjunto.2
humana.
Nacional Internacional
- Busca regular dentro del ordenamiento - Busca regular entre los ordenamientos
jurídico. jurídicos.
Acabo de afirmar que el bioderecho representa una nueva epistemología jurídica, un nuevo
modelo deliberativo dentro del derecho, un nuevo enfoque hermenéutico para la ciencia
jurídica, y una nueva rama del derecho que optimiza el alcance y densidad jurídica de otras
ramas tradicionales del derecho. Todas estas dimensiones son consustanciales, por lo que
decir “epistemología” no es contradictorio con “enfoque” o “modelo”, sino que señala un
nuevo universo jurídico, dúctil pero no ecléctico, multifactorial pero no disperso. Justificaré
esto de inmediato.
2
En coherencia con la cita anterior, y aunque no ha sido tema de este trabajo, es importante aclarar que el
bioderecho, en una de sus facetas, busca no solo regular la vida de los seres humanos entre sí, sino que
también con su entorno natural y animal.
El bioderecho constituye una nueva epistemología porque claramente posee
dimensiones conceptuales e institucionales reconocibles. En este mismo capítulo se han
discutido, al menos, cuatro concepciones distintas del bioderecho con sus respectivos
soportes institucionales, a saber, los centros académicos y los doctrinantes o teóricos que
han desarrollado dichas aproximaciones a este nuevo ámbito del conocimiento.
Es evidente, entonces, que el bioderecho posee una dimensión disciplinaria
sistematizada que ha ido evolucionando desde su surgimiento y que ha decantado en
distintas conceptualizaciones con sus respectivos referentes institucionales. Dichas
concepciones del bioderecho, más allá de sus cercanías, presentan densidad teórica diversa,
distintas categorías, diversos propósitos, distintos alcances regulatorios, diferente
fundamentación, y hermenéuticas desiguales, lo que permite afirmar que se trata de
diferentes aproximaciones conceptuales al mismo acontecimiento.
Por otra parte, el bioderecho es capaz de generar plexos deliberativos y
argumentativos específicos para ajustarse a la especificidad de las controversias jurídicas
que emergen en virtud de la aplicación y proliferación de las nuevas inventivas
biotecnológicas. Por lo mismo, el bioderecho representa un nuevo modelo deliberativo
dentro del derecho, ya que tiene la capacidad de elaborar articulaciones dentro de la
naturaleza focalizada de las prácticas de las ciencias biomédicas, aportando categorías de
sentido ajustadas a los alcances de dichas inventivas, lo cual no está, necesariamente,
presente en el derecho tradicional.
Al ser un nuevo modelo deliberativo, el bioderecho proporciona diversas
conexiones de sentido para la regulación biojurídica de las prácticas genéticas, por ejemplo,
lo cual parece ser imposible para la ciencia jurídica clásica. Por ello, el bioderecho, al
consolidarse como un nuevo modelo de deliberación y argumentación jurídica, es capaz de
engendrar criterios y orientaciones de conductas, regulaciones y políticas para la recepción
de la biomedicina en su conjunto. Además, posee la habilidad de recategorizar otros
modelos ya tipificados del derecho y coordinarlos y articularlos institucionalmente. Por
ello, al ser un nuevo modelo deliberativo, el bioderecho asume también un estatuto como
instrumento de evolución del derecho, interviniéndolo y optimizándolo.
El bioderecho es también, un nuevo enfoque hermenéutico dentro del derecho que
identifica nuevos criterios de interpretación que recepcionan con mayor certeza y seguridad
jurídica las complicaciones legales de las prácticas biocientíficas. Debido a esos criterios de
interpretación, que se encuentran en sintonía con la inédita complejidad jurídica de las
nuevas biociencias, el bioderecho es capaz de identificar nuevas posibilidades de daños que
dichas inventivas pueden causar al ser humano y a la naturaleza extrahumana, generando
nuevas categorías institucionales que puedan articular regulatoriamente dichos daños. Del
mismo modo, y como veremos luego, el bioderecho reconoce y define nuevos derechos
subjetivos individuales relacionados con dichos perjuicios, así como también, nuevos
bienes jurídicos tutelados que es necesario especificar y catalogar, más allá del genotipo.
Esta creación de nuevas instituciones o categorías jurídicas solo es posible en virtud
del nuevo enfoque interpretativo que representa el bioderecho, más allá de sus
concepciones tradicionales, las cuales nunca en su historia lograron recategorizar el derecho
tradicional, y más bien, confundieron el bioderecho, o con la bioética o con el derecho
clásico.
Finalmente, el bioderecho no es un nuevo derecho, sino que una nueva rama del
derecho que se distingue de las otras ramas, al menos, en tres elementos: i) Su objeto de
estudio: es específico, preciso y único. A saber, ninguna otra rama del derecho tiene como
propósito principal estudiar, comprender y regular las prácticas biocientíficas de última
generación; ii) Su alcance normativo: a diferencia de las ramas del derecho tradicionales,
que buscan generar regulación nacional, el bioderecho no solo tiene el propósito, sino que
es capaz de engendrar regulación transversal a los sistemas jurídicos internacionales, y iii)
Su rango epistemológico: el bioderecho, a diferencia de otras ramas del derecho clásico que
se alimentan a sí mismas, posee la capacidad de extender su alcance categorial a otras
ramas del derecho, irradiándolas y optimizándolas jurídicamente.
Por lo tanto, desde una perspectiva general, es posible definir el bioderecho como
una nueva rama del derecho, aplicada al ámbito biomédico, que es capaz, entre otras cosas,
de abrir nuevos plexos normativos, identificar nuevas categorías de daños antijurídicos,
dotar de valor constitucional nuevos derechos subjetivos individuales (bioderechos), y
posibilitar la emergencia de mayor certeza jurídica en el ámbito regulatorio de la
biomedicina. Por lo tanto, es claro que el bioderecho no es el derecho tradicional aplicado a
nuevos problemas (Valdés 2015).
Asimismo, y en lo específico, defino el bioderecho no solo como un conjunto de
principios y normas que se imponen coactivamente dentro de un sistema jurídico
clausurado y abstracto. Mucho más allá de esa mirada oblicua, el bioderecho representa un
modelo y un enfoque, legalmente vinculante, aplicado a la especificidad de la conflictividad
jurídica de la biomedicina, y señala principios y reglas, de rango constitucional, que sirven
de base para legislar y regular las prácticas biomédicas, y sentenciar y sancionar el abuso y
mala utilización de ellas (Valdés 2015).
De una manera sinóptica, es posible, entonces, configurar una nueva concepción del
bioderecho, cuyas principales características son las siguientes:
El bioderecho:
i) No es parásito de la bioética, ya que ambas disciplinas poseen distintos objetos de
estudio y señalan, desde el punto de vista metodológico y procedimental, efectos residuales
distintos (el del bioderecho es eminentemente normativo y vinculante).
ii) Posee un ámbito de aplicación propio, claro y distinto (el del derecho) respecto
de aquel de la bioética (el de la ética), que es aplicada sobre controversias morales cuya
resolución no señala necesariamente consecuencias jurídico-normativas.
iii) No busca regular la bioética, sino que la biomedicina. La bioética, entonces, no
constituye un objeto de estudio del bioderecho.
iv) Posee independencia epistemológica y metodológica de la bioética.
v) Abre nuevos plexos normativos, a través de la identificación y redefinición de
categorías jurídicas del derecho tradicional.
vi) Identifica nuevas categorías de daños y perjuicios, ampliando el elenco
categorial de distintos rubros reparatorios inmateriales tradicionales, como, por ejemplo, el
daño a la salud. Un ejemplo de esto, es la identificación y configuración jurídica del daño
genético y daño inexorable (Valdés 2018).
i) Identifica y define nuevos derechos subjetivos individuales (bioderechos).
ii) Identifica nuevos bienes jurídicos tutelados penalmente.
ix) Identifica y define nuevas obligaciones de los ciudadanos y el Estado.
x) Proporciona mayor certeza y seguridad jurídica para regular y legislar sobre las
prácticas biomédicas.
xi) Identifica y define principios y reglas de propósito deliberativo y consecuencias
normativas.
xii) Es una rama independiente dentro del derecho, de carácter transdisciplinario e
intradisciplinario, aportando al derecho reparatorio, constitucional, penal y civil.
xiii) Posee una perspectiva jurídica multilateral y horizontal, a saber, influye otras
ramas del derecho, aportando un enfoque integral de los asuntos biomédicos de alcance
legal.
xiv) Promueve la integración, ampliación y redefinición categoríal del derecho
tradicional.
Todas las controversias morales que eclosionan en virtud de los avances de la biomedicina
y que señalan un interés bioético, poseen un alcance jurídico y legal o, en otras palabras,
biojurídico o biolegal. La edición genética, el enhancement neurocognitivo, la eugenesia y
disgenesia en estado embrionario, el diseño de bebés, la predeterminación genética de
rasgos físicos, y el uso de la información genética, son solo algunas prácticas posibilitadas
por el desarrollo de las técnicas biomédicas.
Además, la relevancia social de las consecuencias e implicaciones jurídicas de la
investigación biomédica es indiscutible, ya que dicha importancia encuentra su raíz en
complejas relaciones multifactoriales que involucran no solo a la ciencia y a la bioética,
sino que también, al derecho y a la cultura en general. Por otra parte, existe una cercana
conexión entre los asuntos biojurídicos y el derecho constitucional, así como con los
derechos humanos: ¿Cómo debiera interpretarse la autonomía de los sujetos de
experimentación frente al desarrollo biomédico? ¿Cómo debiera regularse la obtención,
almacenamiento, uso y comercialización de muestras genéticas? ¿Qué posee más valor
jurídico: la integridad humana o el progreso de la sociedad? ¿Qué es más importante: el
derecho a elegir o la protección incondicional de la vida? ¿Es jurídicamente plausible
utilizar las técnicas biomédicas con fines disgenésicos? Parece, entonces, que estos
cuestionamientos refieren a categorías jurídicas centrales que, no solo señalan asuntos
relacionados con el derecho biomédico, sino que también con los derechos humanos.
El diagnóstico precedente señala la necesidad de identificar y definir un nuevo
marco jurídico vinculante con el fin de legislar, regular, sentenciar y sancionar casos
jurídicamente controversiales en el campo de la biomedicina. Dicha urgencia se hace aún
más evidente si consideramos algunos hechos objetivos que muestran la ineficacia del
derecho positivo tradicional para abordar ciertos problemas jurídicos inéditos, tributarios de
las posibilidades abiertas por el desarrollo de la biomedicina:
i) Existen posiciones jurídicas polarizadas con respecto a estos asuntos, lo que
imposibilita un diálogo fecundo que avance hacia un consenso y paraliza el trabajo
legislativo desde la plataforma deliberativa del derecho positivo tradicional.
ii) La actual hermenéutica jurídica es insuficiente para abordar los casos complejos,
debido a que la interpretación de los hechos y sus implicaciones y consecuencias es
subjetiva (contingente a inclinaciones, creencias, valores y preferencias particulares), y los
jueces, muchas veces, declaran ignorancia sobre asuntos biojurídicos.
iii) Existen vacíos y lagunas legales, ya que la legislación y regulación internacional
con respecto a estos temas es incompleta o ineficiente.
iv) Los actuales ordenamientos jurídicos internacionales son precarios en términos
de regulación biomédica y, por ende, son ineficientes para resolver conflictos biolegales de
modo vinculante.
v) Hay una evidente carencia de políticas públicas sobre biomedicina, debido
también a la ausencia de legislación.
vi) Hay escasa o nula legislación sobre cómo administrar las prácticas no solo
biomédicas, sino que también aquellos procedimientos clínicos de índole compleja que
implican la aplicación de medios extraordinarios, y las leyes que existen son, en su
mayoría, anacrónicas, desactualizadas y contradictorias.
vii) Los principios de ética biomédica de Beauchamp y Childress, a través de los
cuáles usualmente se analizan y deliberan estas cuestiones, no son legalmente vinculantes, e
incluirlos en los ordenamientos jurídicos con valor legal representa un error importante, ya
que produce una suplantación de planos normativos.
Los siete hechos recién descritos revelan, en rigor, siete insuficiencias de nuestros
ordenamientos jurídicos para regular diferentes aspectos de las prácticas biomédicas.
Precisamente, en este capítulo, busco subsanar esas carencias, proponiendo una nueva
concepción del bioderecho.
3. Aportes del bioderecho a la ciencia jurídica
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Los argumentos en contra de la doctrina del bloque constitucional de derechos, entre otros, dicen relación
con la inconsistencia en la identificación de la relación existente entre el derecho material y su fuente formal.
Esta crítica sostiene que según el bloque podrían identificarse una serie de derechos subjetivos que tendrían
tal calidad atendiendo a su contenido material y no a su fuente formal, lo que es una inconsistencia
metodológica.
categorías que permiten una protección y eventual reparación más plenas. Esta es la
cuestión: el devenir de los tiempos ha abierto la posibilidad de dañar sustancialmente al
sujeto en un aspecto que antes era inverosímil, a saber, su composición genética e incluso
extender las consecuencias del daño hacia el futuro y las nuevas generaciones. Ante este
problema, la nueva generación de derechos plantea su debida protección mediante las
herramientas que le otorga el bioderecho.
• Redefine la relación del Estado y sus asociados a partir de las nuevas posibilidades
de daños y perjuicios que se pueden causar a través de la aplicación de técnicas
genéticas sobre la vida. (Aporte al derecho administrativo).
• Amplía el elenco de derechos fundamentales (bioderechos) vinculados a las
prácticas genéticas, como, por ejemplo, derecho a la privacidad genética, a la
identidad genética, a la autodeterminación genética, entre otros. (Aporte al derecho
constitucional).
• Refuerza la protección de los menores como plenos sujetos de derechos,
modificando el estatuto jurídico de su protección, entendiendo la manipulación
disgenésica de embriones preimplantados como un atentado a los derechos
fundamentales de los niños y niñas que tendrán que vivir sus vidas en menoscabo y
ajustar sus proyectos existenciales a las dificultades, desmejoras y discapacidades
operadas por voluntad arbitraria y unilateral de sus padres. (Aporte al derecho civil).
• Reconoce la autodeterminación genética, la identidad genética y la integridad
genética como nuevos bienes jurídicos tutelados, por cuanto la manipulación
genética no terapéutica en estado embrionario puede inhibir el goce de esos bienes
en el futuro señalando un daño inexorable en la persona, causado por un acto
maleficente – en el caso de la manipulación genética no terapéutica – o por una falla
biomédica – en el caso de la manipulación genética con fines terapéuticos. (Aporte
al derecho penal).
Por lo tanto, el bioderecho puede establecer: i) si los marcos legales existentes son
adecuados y plausibles para tolerar el rápido avance de las tecnologías biomédicas, y ii) de
qué modo(s) el potenciamiento biomédico y biotecnológico impacta el corpus normativo y
valorativo de una sociedad. Por lo tanto, a diferencia de una mirada clásica o tradicional, el
bioderecho es capaz de dotar de mayor certeza y seguridad jurídica el ámbito biomédico.
Ahora bien, la mayoría de las preguntas que nos hacemos en el ámbito biojurídico,
como, por ejemplo, ¿Es punible la manipulación genética de embriones sin fines
terapéuticos? o ¿Es el genoma humano el único bien jurídico tutelado vinculado a las
prácticas biomédicas?, son interrogantes que nos planteamos y respondemos dentro del
bioderecho. Sin embargo, preguntarse, por ejemplo, cuáles son los aportes del bioderecho a
los ordenamientos jurídicos internacionales, es una interrogante sobre el bioderecho y ya no
dentro de él.
Esta distinción lógica es relevante porque nos sugiere entender el fenómeno del derecho
en perspectiva y no preguntarnos solamente por el estatuto jurídico-normativo de los
problemas que aborda, sino que también por su naturaleza y significado ético y ontológico.
Preguntarse, entonces, por el aporte del bioderecho a los ordenamientos jurídicos
internacionales es interrogar, también, por el sentido de la disciplina y, al mismo tiempo,
por sus alcances y eventuales limitaciones, lo cual constituye una buena prueba de
suficiencia de su autonomía disciplinaria con respecto a otras ramas del derecho y al mismo
derecho tradicional, el cual entiendo como toda aquella constelación doctrinaria,
jurisprudencial y normativa anterior a la eclosión biomédica.
El bioderecho, como otras disciplinas de contenido axiológico, posee una doble
dimensión conceptual. La primera, señala su naturaleza endógena, a saber, todo el elenco de
significados que nos hablan de qué es el bioderecho, incluyendo sus alcances
metodológicos y epistemológicos, y refiriendo a un contexto relacional autonómico que se
justifica en función de discernir qué es el bioderecho con respecto a sí mismo,
prescindiendo de su eventual extensión a otros plexos disciplinarios. La segunda faceta
implica la condición exógena del bioderecho, esto es, su proyección a otros ámbitos del
conocimiento, lo cual ilustra sobre su para qué, a saber, cuáles son los aportes o
rendimientos doctrinarios, categoriales y hermenéuticos del bioderecho con respecto a otras
ramas del derecho y a otras disciplinas. Lo anterior señala un ámbito de justificación
heteronómico, que no puede satisfacerse argumentativamente sin dilucidar la vinculación
del bioderecho con otros campos, tanto de las ciencias como de las humanidades.
Esta doble conceptualización del bioderecho no es de ocurrencia simultánea pero sí
consustancial, ya que su justificación es un proceso sucesivo y, a la vez, complementario,
debido a que lo exógeno del bioderecho no puede entenderse ni justificarse sin su atributo
endógeno.
Por lo tanto, el bioderecho aporta a los ordenamientos jurídicos internacionales, no
solo consistencia epistemológica, sino que también, coherencia normativa y un modelo
interpretativo derivado de una correcta inteligencia de la biomedicina y sus inquietantes
posibilidades, así como de las nuevas relaciones que en la época actual se despliegan entre
los seres humanos y la vida en su totalidad.
5. Conclusiones
El bioderecho adquiere especial valor en cualquier ordenamiento jurídico como una vía de
hecho y de derecho cierta para garantizar un mecanismo efectivo de protección de aquellos
derechos fundamentales que, en este contexto, le conciernen a cada integrante de la
sociedad, y para señalar la obligación del Estado de proteger esos derechos, y propender a
su realización y no a su menoscabo. Lo anterior, por cuanto mi propuesta extiende
epistemológica y metodológicamente los criterios desarrollados por la jurisprudencia
constitucional europea y además mejora y optimiza el entendimiento de la garantía de las
funciones propias de los derechos fundamentales.
Además, el bioderecho podría señalar para el ordenamiento jurídico constitucional
internacional una nueva y más completa concepción de derechos fundamentales que
permitiría a los estados el cumplimiento de sus obligaciones internacionales en este ámbito
y también dotaría de eficacia dichos derechos en los contextos jurisdiccionales internos.
Por lo tanto, esta concepción es muy aplicable a la luz de los textos constitucionales.
Sin embargo, lo anterior establece una condición de posibilidad muy relevante: entender
que la Constitución es un texto normativo y no simplemente un texto programático. Este
punto señala la importancia del reconocimiento de los bioderechos, ya que éstos
constituyen una plataforma que sitúa los derechos fundamentales en su merecido rango de
valoración, y señala para el Estado la mejor prueba de suficiencia para validar su actividad
como garante de dichos derechos.
En este sentido, el bioderecho se justifica y legitima como una disciplina madura y
epistemológicamente independiente, ya que es capaz de identificar nuevas categorías de
perjuicios y sentar bases procedimentales para la constitucionalización de derechos
humanos de cuarta generación o bioderechos. En otras palabras, el aporte del bioderecho al
derecho reparatorio (especialmente en el ámbito de la responsabilidad extracontractual del
Estado), al derecho constitucional y, también, al derecho penal, es de gran relevancia.
Por lo tanto, la importancia del bioderecho no radica solo en su aporte
procedimental o doctrinal al derecho, sino que implica una consecuencia de mucho más
alcance, ya que el bioderecho puede garantizar la constitucionalización de nuevos derechos
subjetivos individuales o bioderechos.
Referencias