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EL PERIODO ARCAICO TARDÍO


EN PERSPECTIVA REGIONAL
Nuevos aportes

Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse1

E l periodo Arcaico Tardío (ca. 3000-1800 a. C.) ha adquirido una


importancia creciente en el estudio de la formación de las so-
ciedades complejas en los Andes. Esto se ha debido al incremento
de las evidencias en los últimos años, que han permitido nuevos
enfoques orientados a superar las propuestas que consideraban a
esteperiodocomo una etapa de modestos antecedentes de los de-
sarrollos asociados con el posterior periodo Formativo. En efecto,
diferentes hallazgos a lo largo de la historia han servido para cam-
biar paradigmas y avanzar hacia un conocimiento más elaborado
del Arcaico Tardío. A mi juicio, actualmente nos encontramos en
una nueva etapa en la que los hallazgos están permitiendo cons-
truir nuevas perspectivas hacia el futuro para entender esta etapa
de la historia. Vale la pena, en tal sentido, repasar el derrotero de
estos hallazgos y evaluar su relevancia.

1. Pontificia Universidad Católica del Perú. Correo-e: <fvega@pucp.edu.pe>.


88Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse

Los inicios: modestas aldeas costeñas

Si bien las primeras excavaciones en un sitio del Arcaico Tardío se


llevaron a cabo en 1941 en Áspero (Willey y Corbett 1954), el reco-
nocimiento de una etapa “precerámica” en la historia andina se
dio cinco años después, en 1946, con la identificación de estratos
precerámicos en el sitio de Huaca Negra, en el valle de Virú (Strong
y Evans 1952). Pocos años después, se tuvo la primera caracteriza-
ción de un asentamiento precerámico con los trabajos en el sitio
de Huaca Prieta, en el valle de Chicama (Bird y Hyslop 1985).
El reconocimiento de la extensión de las ocupaciones precerá-
micas en el llano costero tuvo un significativo impulso con el inicio
de las investigaciones de Fréderic Engel en 1955, que permitieron
el registro de 25 asentamientos a lo largo de una franja de 2500
kilómetros de longitud (Engel 1957). Nuevos sitios fueron identifi-
cados en los años posteriores y otros, como Asia Unidad 1, fueron
estudiados en más detalle (Engel 1963). En paralelo, se identifica-
ban otras ocupaciones en emplazamientos costeros como Ancón
(Muelle y Ravines 1973).
Corresponde a esta época una de las primeras caracterizacio-
nes de las “culturas precerámicas”, elaborada por Edward Lanning
(1960), quien propuso un escenario de pequeñas aldeas ubicadas
cerca de la línea costera, cuya subsistencia descansaba en la ex-
plotación de recursos marinos y se complementaba con un nú-
mero limitado decultígenos, entre los que destacaba el algodón
(1960: 38-41).

El primer giro: los grandes asentamientos

Las décadas de 1960 y 1970 fueron el escenario de un cambio sig-


nificativo en la forma de entender los desarrollos culturales del Ar-
caico Tardío. Es importante mencionar, al inicio de este ciclo, los
trabajos de Wolfgang Wendt (1976 [1964]) en el sitio de Río Seco,
descubierto previamente en los trabajos de Engel. Wendt excavó
entre 1960 y 1961 en este lugar, identificando un asentamiento de
3 / El periodo Arcaico Tardío en perspectiva regional 89

siete hectáreas de extensión donde se podían definir por lo menos


tres “montículos-plataforma” de evidente carácter público. Cuatro
años después, Rosa Fung trabajaba en otro de los sitios identifi-
cados por Engel—Las Haldas—, corroborando la extensión que
podían tener las ocupaciones precerámicas (Fung 1972a). El mis-
mo Engel, con sus trabajos en el sitio de El Paraíso, entre 1965 y
1966, pudo determinar que se trataba de un asentamiento de por
lo menos 15 hectáreas de extensión, donde se podían identificar
siete montículos-plataforma de diversas escalas (Engel 1967). En
paralelo, desde 1961, la Misión de la Universidad de Tokio comenzó
a trabajar en el sitio de Kotosh, permitiendo registrar un conjunto
arquitectónico precerámico compuesto por una plataforma de tres
niveles que contenía recintos cuadrangulares de claro carácter ri-
tual, como el conocido “Templo de las Manos Cruzadas” (Izumi y
Sono 1963, Izumi y Terada 1972).
La década de 1970 tuvo como hito importante la revisita del si-
tio de Áspero por Gordon Willey y Michael Moseley, quienes reco-
nocieron que se trataba de un asentamiento de 13,2 hectáreas con
por lo menos seis montículos-plataforma de carácter público (Mo-
seley y Willey 1973). A partir de ese momento, se multiplicaron los
estudios de asentamientos del periodo Arcaico Tardío, ingresando
a la literatura arqueológica nuevos sitios, como Salinas de Chao
(Alva 1986), Alto Salaverry (Pozorski y Pozorski 1977), Bandurria
(Fung 1988: 77-78), Gavilanes (Bonavia 1982), Huaynuná (Pozorski
y Pozorski 1987), Huaricoto (Burger y Salazar-Burger 1985), La Gal-
gada (Griederet ál. 1988) y Piruru (Bonnier 1988, Bonnier y Rozen-
berg 1987). En paralelo, otros sitios, como El Paraíso (Quilter 1985)
o Áspero (Feldman 1980, 1985), eran estudiados con más detalle.
Este cúmulo de evidencias abrió un fecundo debate sobre la
naturaleza de las sociedades del periodo Arcaico Tardío; discu-
sión que se centró en tres temas fundamentales. El primero estaba
relacionado con las estrategias de subsistencia y los patrones de
asentamiento. En relación con este tema, es conocida la tesis de
Michael Moseley (1975) sobre las bases marítimas de la civilización
andina, en consonancia con un planteamiento anterior formulado
90Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse

por Rosa Fung (1972b). La idea general era que la abundancia de


recursos marinos habría permitido la concentración de poblacio-
nes costeras y la consecuente formación de instituciones y líderes
corporativos que dirigieron la construcción de edificios públicos,
así como el desarrollo de manufacturas. Si bien se discutió mucho
acerca de la validez de este planteamiento (v.g., Kaulicke 1994: 246,
Lumbreras 1981: 145-146, Wilson 1983: 257-263), existía una signi-
ficativa preponderancia de información sobre asentamientos cos-
teros (es decir, a una distancia no mayor de cinco kilómetros de
la línea costera), en contraste con la casi ausencia de datos sobre
asentamientos en los valles. A esto se sumaba una importante pre-
ponderancia de los restos de origen marino en los inventarios de
las excavaciones arqueológicas. Fruto de esto, las ocupaciones del
periodo Arcaico Tardío eran caracterizadas como grandes asenta-
mientos nucleados, ubicados en la franja costera y con una estra-
tegia de subsistencia que combinaba una explotación intensiva de
recursos marinos con un número limitado de cultígenos (Canziani
1989: 41, Fung 1988: 93, Pozorski 1987: 16-18, Proulx 1985: 254-256).
El segundo tema se relacionaba con el análisis de la arquitec-
tura pública y, más específicamente, con un aparente contraste
entre edificios “costeros” y “serranos”. La arquitectura de zonas
altoandinas era generalmente caracterizada como de recintos
independientes, en contraste conla arquitectura de la costa, con-
siderada de montículos-plataforma que contenían recintos in-
terconectados (Burger 1992: 51-52, Fung 1988: 73, Moseley 1992:
112-121, véase también el texto de Mesía en este volumen). So-
bre la base de este contraste, varios autores plantearon que es-
tábamos ante el reflejo de sociedades con diferentes grados de
complejidad (Feldman 1987: 13-14, Fung 1988: 75-93) y, a su vez,
condiferentes dinámicas rituales, con instalaciones más privadas
(o domésticas) en las zonas altas y edificios más “públicos” en la
costa (Moseley 1992: 115).
El tercer tema se relacionaba con el grado de complejidad que
habrían alcanzado las sociedades del periodo Arcaico Tardío. Al
respecto, bajo el supuesto de que la arquitectura pública revela la
3 / El periodo Arcaico Tardío en perspectiva regional 91

existencia de jerarquías y una autoridad central y, bajo esquemas


evolutivos como el propuesto por Elman Service (1962, 1975), si-
tios como Áspero fueron considerados como manifestaciones de
“jefaturas” (Feldman 1987: 12-13), una etiqueta extendida por otros
al resto de asentamientos de la época (v.g., Haas 1987: 32). En con-
traste, otros autores observaban que no existía suficiente evidencia
para hablar de la diferenciación interna necesaria para contemplar
un “modelo de jefatura” (Burger 1992: 37, Richardson 1994: 60).

El segundo giro: Caral y la costa norcentral

La década de 1990 tiene como hito importante, a no dudar, el ini-


cio de los trabajos de Ruth Shady y su equipo de la Universidad de
San Marcos en el valle de Supe, el año 1994. Los trabajos de Shady
partieron del reconocimiento de los asentamientos tempranos pre-
viamente identificados por Williams y Merino (1979) y de la selec-
ción de 18 de ellos para un registro en detalle (Shady et ál. 2000:
34-48). Dos años después, comenzaron las excavaciones en el sitio
de Caral (figura 3.1), incluyendo intervenciones en los montículos
y sus plazas adyacentes (Shady 1997, 2003a, 2003b, 2006a; Shady y
Machacuay 2003; Shady et ál. 2003). Las excavaciones incluyeron
también sectores residenciales (Flores 2006; Noel 2002, 2004; Pe-
ralta 2003; Shady 1997, 2001, 2006a; Shady y López 1999; Vizconde
2004) y estructuras menores (Shady 1997, 2006a; Shady et ál. 2009).
Los alcances de la investigación de Shady y su equipo han ido
más allá del sitio de Caral y han incluido excavaciones en los sitios
de Chupacigarro (Machacuay 2008, Shady 2001, Shady et ál. 2003),
Miraya, Lurinhuasi y Áspero, en el valle de Supe y, en el sitio de
Vichama, en el valle de Huaura (Shady 2007).
Si bien aún está pendiente la publicación en detalle de estos
trabajos, son varios los resultados relevantes que deben evaluarse.
Uno de los más importantes ha sido la identificación de grandes
complejos arquitectónicos sin cerámica ubicados dentro de un
valle. El registro de 29 fechas radiocarbónicas provenientes ma-
yormente de Caral ha confirmado la ubicación temporal de estos
92Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse

Figura 3.1. Foto satelital del complejo arqueológico de Caral.


Fuente: Google Earth 2013.

complejos a lo largo del tercer milenio antes de Cristo (Shady


2006a; Shady et ál. 2001). Se ha incrementado también nuestro co-
nocimiento acerca del diseño arquitectónico esperable en los lla-
mados “montículos plataforma”, caracterizados por patios-recinto
articulados con espacios posteriores y la eventual presencia de pe-
queños recintos con fogón central, articulados con sistemas de es-
calinatas centrales y adyacentes. Se ha podido confirmar también
el sistema constructivo de plataformas rellenadas con shicras. Los
trabajos en Caral han permitido asimismo el registro y caracteriza-
ción de espacios residenciales con una sugerente variabilidad en
escala y calidad constructiva, relacionada en forma directa con la
cercanía de los edificios públicos.
Los trabajos en Caral han brindado, a su vez, nuevas eviden-
cias sobre los patrones de subsistencia del periodo Arcaico, en
particular sobre la importancia de peces como la anchoveta o la
sardina en la dieta de sus habitantes (Bearez y Miranda 2000) y
3 / El periodo Arcaico Tardío en perspectiva regional 93

sobre la significativa diversidad de especies botánicas consumidas


(Shady 2000, 2006b).
El año 2000 se dio inicio a otro proyecto de gran escala en
la costa norcentral, llamado “Proyecto Norte Chico”, dirigido por
Jonathan Haas, Winifred Creamer y Álvaro Ruiz. Este proyecto se
concibió bajo un espectro macrorregional que incluía los valles
de Huaura, Supe, Pativilca y Fortaleza. En Pativilca se revisitaron
complejos arquitectónicos previamente identificados por Engel
y presumiblemente de época precerámica, identificándose ade-
más nuevos asentamientos. Algo semejante se hizo en los valles
de Fortaleza y Huaura y, sobre la base de estos reconocimientos,
se llevaron a cabo excavaciones de pequeña escala en varios de
ellos para obtener muestras radiocarbónicas que confirmasen la
posible asignación precerámica de los complejos arquitectónicos
(Haas et ál. 2004, Ruiz et ál. 2007). Posteriormente, Haas y sus co-
legas centraron sus investigaciones en el sitio de Caballete (Haas
y Perales 2004, Ruiz et ál. 2006). Sin duda, la mayor contribución
de este proyecto son las fechas radiocarbónicas para el conjunto
de la región, que permiten confirmar la asignación cronológica de
un significativo número de complejos arquitectónicos dentro del
periodo Arcaico Tardío.
Otros proyectos han contribuido a poner en relieve esta región.
Destaca el trabajo de Alejandro Chu en Bandurria (Chu 2008a,
2008b), que ha permitido expandir nuestro entendimiento de la
escala del sitio y sus diferentes componentes. Los trabajos de Chu
han permitido, además, documentar fechas radiocarbónicas signi-
ficativamente tempranas (Chu 2008a: 126, 130). Puede mencionar-
se también nuestro trabajo en Cerro Lampay, en Fortaleza, donde
se documentó una típica estructura ceremonial de la región, regis-
trándose en detalle el proceso de enterramiento al final del uso de
la misma (Vega-Centeno 2005).
Los trabajos reseñados han permitido replantear algunos su-
puestos de la década anterior. En primer lugar, es indudable que
las ocupaciones del periodo Arcaico Tardío en la costa no eran
exclusivamente costaneras. Más aún, en los cuatro valles descritos
94Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse

queda claro que las principales ocupaciones se encuentran dentro


de los valles. En segundo lugar, el escenario de estudio en esta re-
gión ha cambiado, de sitios aislados a sistemas de asentamientos
en perspectiva regional. En tercer lugar, la escala y complejidad
de los asentamientos de estos valles han llevado a replantear las
características sociopolíticas de las sociedades que los habitaron.
Por otro lado, sobre la base de estas investigaciones, se han
propuesto nuevas explicaciones sobre los procesos sociopolíticos
y las dinámicas regionales para el periodo Arcaico Tardío. Ruth
Shady (2003a) ha planteado la tesis del “Estado prístino”, consti-
tuido a partir de un proceso de centralización política en el valle
de Supe que tuvo a Caral como su centro dinamizador y que se
basó en un fluido intercambio de bienes entre la zona costera y
la zona valluna (Shady 2000: 50-52). Algo significativo en términos
regionales es que Shady atribuye a Caral y el valle de Supe un rol
nuclear en el proceso civilizador andino, en tanto que se trató de
una región articuladora de experiencias previas hechas en territo-
rios vecinos (2000: 54-60).
Por su parte, Haas y sus colegas han cuestionado la centrali-
dad de Caral, sugiriendo que se trataría de un escenario donde
coexistirían varias entidades políticas autónomas, con eventua-
les relaciones jerárquicas entre algunas de ellas (Haas y Creamer
2004, 2006). No obstante, en términos regionales, coinciden con
Shady en considerar a la costa norcentral como el foco de surgi-
miento de la civilización andina (Haas y Creamer 2006: 746), luego
de mencionar la singular concentración de grandes asentamientos
(más de 30 en 4 valles) en la región, en contraste con otras áreas
donde los asentamientos con arquitectura pública serían fenóme-
nos aislados (2006: 754). Finalmente, desde un planteamiento que
reivindica la prioridad temporal de los asentamientos costeros,
Alejandro Chu coincide también en esta perspectiva, al considerar
a la costa norcentral como un área primordial de desarrollo de
asentamientos complejos (Chu 2008a: 29-36).
Tenemos así que, en contraste con las perspectivas previas a
la década de 1990, las propuestas derivadas de los trabajos en la
3 / El periodo Arcaico Tardío en perspectiva regional 95

costa norcentral crearon un nuevo escenario para entender el pe-


riodo Arcaico Tardío en los Andes centrales. En este escenario, se
ha tomado en consideración a las ocupaciones vallunas como de
mayor protagonismo que las costaneras y se ha puesto en relieve
la importancia de evaluar espectros regionales (en contraste con
las perspectivas de “sitio” de la época anterior). Se ha puesto en
debate, además, el grado de complejidad sociopolítica de las so-
ciedades del Arcaico Tardío. Junto con estas contribuciones, el es-
cenario macrorregional ha sido replanteado en función del núcleo
y de las periferias, atribuyendo a la región de la costa norcentral un
rol de “foco civilizador” del cual se derivarían las siguientes expre-
siones culturales andinas, y ubicando a las ocupaciones arcaicas
de otras zonas como la periferia de este centro dinámico.

Un tercer giro: el dinamismo de las “periferias”

No cabe duda de que los trabajos en Caral y otros asentamientos


de la costa norcentralhan inspirado nuevas investigaciones en di-
ferentes partes de los Andes centrales. Estas investigaciones han
llevado, por su parte, a replantear el esquema regional propuesto
desde Caral, como veremos a continuación.
Es necesario, sin embargo, revisar antes algunos supuestos en
los que se basaba la centralidad de la costa norcentral. Como men-
cionamos, se planteaba que se trataba de un área singular por la
concentración (entre 18 y13 asentamientos por valle) de comple-
jos de arquitectura pública, en contraste con otras regiones don-
de estos aparecían aislados. Algunos ejemplos epónimos de sitios
aislados eran, por ejemplo, La Galgada, Kotosh o Salinas de Chao.
Es probable que la perspectiva “intrasitio” de quienes llevaron a
cabo las investigaciones en estos lugares influyera en esta visión
de los mismos. Sin embargo, la escasa información regional de los
tres revela que el escenario de “sitios aislados” es cuestionable. En
el caso de La Galgada, un recorrido de diez kilómetros a lo largo
del cañón de Tablachaca permitió reconocer que este sitio com-
partía el territorio con complejos arquitectónicos análogos, como
96Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse

Pedregal, Pajillas y Tirinchugo Norte (Grieder et ál. 1988: 89). Por


su parte, en el caso de Kotosh, sitios como Wayra Jirka o Shillaco-
to comparten con él la ocupación de la cuenca del Alto Huallaga
(Izumi 1971: 50-51). Por último, sitios como Tizal o Cerro Cabra son
contemporáneos de Salinas, en el valle de Chao (Alva 1986: 85-89).
Debe mencionarse que en los tres casos, se trata de asentamien-
tos reconocidos a partir de trabajos de corta duración. Es, por lo
tanto, probable que prospecciones más sistemáticas hagan que el
número de asentamientos crezca.
Yendo, por otro lado, a las nuevas investigaciones, son cuatro
las zonas que vale la pena evaluar: el valle de Lambayeque, el va-
lle de Casma, el valle de Chillón y la cuenca del bajo Utcubamba.
En el caso de Lambayeque, los trabajos de Ignacio Alva en
Cerro Ventarrón han permitido identificar un complejo arquitec-
tónico del periodo Arcaico Tardío con características de diseño
y materiales constructivos muy singulares. Se trata de un edificio
que experimentó por lo menos tres fases arquitectónicas (Alva
2010:100-106, 2012). La construcción se hizo sobre la base de “blo-
ques sedimentarios de arcilla compacta unidos con aglomerante
de barro” (Alva 2010: 102), que permitieron levantar una platafor-
ma de planta rectangular irregular. Durante la fase 3, la plataforma
contó además con un sistema de contrafuertes para consolidar la
plataforma superior (2010: 105).
En términos formales, se trata de una plataforma aterrazada,
en cuya cima se erigió un recinto rectangular con un fogón en su
parte posterior. En las fases identificadas, es significativa la presen-
cia de pintura mural para crear contrastes de bandas blancas sobre
fondo rojo, pero sobre todo, la existencia de pinturas murales con
diseños figurativos complejos (Alva 2010: figs. 6-8). Es de destacar,
por otro lado, la existencia de espacios arquitectónicos adyacentes,
entre los que sobresale un recinto de planta “cruciforme” en cuyo
interior también se instaló un fogón (2010: 104 y fig. 9).
La arquitectura de Huaca Ventarrón tiene elementos com-
partidos con otras regiones, como la presencia de fogones en los
espacios rituales culminantes. Sin embargo, las singularidades en
3 / El periodo Arcaico Tardío en perspectiva regional 97

cuanto a técnicas constructivas, soluciones formales y elemen-


tos decorativos revelan que estamos ante un edificio producto de
una tradición arquitectónica diferenciada de aquellas reconocidas
para el periodo Arcaico Tardío de otras regiones. Por otro lado, si
bien aún no se han identificado complejos homólogos en la re-
gión, no debe descartarse que Huaca Ventarrón forme parte de
una “comunidad” de centros ceremoniales que hayan ocupado
los valles de Lambayeque.
En el caso del valle de Casma, el periodo Arcaico Tardío en este
valle está comenzando a ser repensado a partir de los hallazgos en
el sitio de Sechín Bajo (Fuchs et ál. 2010). Es importante recordar,
sin embargo, que los trabajos de Peter Fuchs en Cerro Sechín ya
ponían sobre la mesa la posibilidad de considerar que se trataba
de un conjunto arquitectónico precerámico (Fuchs 1997). Tanto la
estratigrafía de Cerro Sechín como las fechas radiocarbónicas re-
cuperadas sugerían consistentemente que las tres primeras fases
constructivas del edificio de Cerro Sechín correspondían a ocupa-
ciones precerámicas, y que incluso el edificio de la emblemática
fase IV habría sido construido en las postrimerías del periodo Ar-
caico Tardío (1997: 158). Fuchs reconoce una etapa de “uso poste-
rior” del edificio, que correspondería a una ocupación del periodo
Formativo Temprano y en la que recién aparecen evidencias de al-
farería temprana (1997: 152-155). Debe sumarse a ello el registro
de una fecha de Pampa de las Llamas-Moxeke (lamentablemente,
sin contexto claro), que también sugiere ocupaciones ubicables en
el tercer milenio antes de Cristo (Pozorski y Pozorski 1987: 10-11).
Con estos antecedentes, la posibilidad de que los grandes
complejos del periodo Formativo del valle Casma tuviesen antece-
dentes arquitectónicos en el periodo Arcaico Tardío se ha consoli-
dado a partir de los hallazgos en Sechín Bajo. En este sitio se han
identificado tres edificios superpuestos. El primero corresponde
a una plataforma de aproximadamente 50 x 40 m y 2 m de altura,
que contenía varios fogones y áreas de quema y que, en una se-
cuencia de cinco fases constructivas, experimentó la construcción
de cuatro plazas circulares hundidas en el mismo lugar (Fuchs et
98Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse

ál. 2010: 60-66). Las fechas radiocarbónicas registradas sugieren


que se trataría de un edificio ocupado en la segunda mitad del
cuarto milenio antes de Cristo (2010: 75).
Posteriormente, se registra la construcción del segundo edi-
ficio, compuesto en su primera fase por un conjunto rectangular
con esquinas redondeadas dividido en su interior de forma simé-
trica en nueve ambientes articulados por un complejo sistema
de accesos. A partir de la evaluación de fechas radiocarbónicas
correspondientes a fases posteriores, se considera que la prime-
ra fase del segundo edificio corresponde al tercer milenio antes
de Cristo, siendo coetánea a la de los edificios de barro de Cerro
Sechín (2010: 75).
A partir de este conjunto de evidencias, Henning Bischof
ha propuesto la existencia de un periodo Sechín, que engloba-
ría los casos mencionados y que se ubicaría entre los 3400 y los
1650 a. C., cubriendo el lapso de tiempo comúnmente asignado al
periodo Arcaico Tardío (Bischof 2010: 10-20). El periodo Sechín se
caracterizaría por edificios donde es característico el adobe cóni-
co de grandes dimensiones para la construcción de plataformas y
un conjunto de recintos con esquinas redondeadas. El arte mural
estaría también presente (como en el caso de la fase I de Cerro
Sechín), constituyendo un estilo característico que permite consi-
derar para este periodo a sitios como Punkurí, en el valle de Nepe-
ña (2010: 17)
En el caso del valle del Chillón, por mucho tiempo se lo con-
sideró un ejemplo de valle con un solo sitio complejo: El Paraíso,
en Chuquitanta. Sin embargo, los recientes hallazgos en el sitio de
Buenavista han revelado la existencia de otro complejo con carac-
terísticas compartidas con El Paraíso (Benfer et ál. 2005). En Bue-
navista se han registrado un total de tres edificios consistentes en
conjuntos rectangulares construidos sobre plataformas bajas, que
están divididos en su interior en una antesala y un recinto central.
Los recintos centrales suelen ser significativamente más largos
que anchos y, en uno de ellos, se incluye un recinto semisubte-
rráneo con nichos en las paredes, definido como “ofrendatorio”.
3 / El periodo Arcaico Tardío en perspectiva regional 99

Los conjuntos se complementan con elementos figurativos; en un


caso, los frisos en las paredes de un zorro y, en el otro, un compo-
nente libre modelado en forma de un gran rostro antropomorfo
flanqueado por dos figuras de animales. Un tercer conjunto se en-
cuentra hacia el este de los mencionados.
Esta distribución nos recuerda el análisis de Quilter de la arqui-
tectura en la unidad I de El Paraíso, donde se considera la existencia
de por lo menos cinco estructuras rectangulares con antesala y re-
cinto central (Quilter 1985). Este patrón de aglomeración de estruc-
turas rectangulares con estas subdivisiones en el interior, dispuestas
sobre plataformas, ha sido registrado recientemente en el sitio de
Pampa de los Perros, también en el valle del Chillón (Cornejo 2012).
Los datos de Buenavista y Pampa de los Perros nos permiten
esbozar una tradición arquitectónica singular, en la que los espa-
cios ceremoniales constan de plataformas que aglomeran recintos
de naturaleza ritual que, siguiendo un patrón general de antesala-
cuarto central, cuentan con una significativa variabilidad interior.
Por su parte, la coexistencia de tres asentamientos de estos nos
vuelve a sugerir un escenario de varios complejos compartiendo
la región y, probablemente, entrando en una dinámica de interac-
ción y competencia.
Recientemente, trabajos en la cuenca del bajo Utcubamba
(Olivera 2014) han permitido reconocer un desarrollo cultural con-
temporáneo con las manifestaciones arriba mencionadas, y que
incluye la construcción de estructuras ceremoniales de planta cir-
cular. Si bien la caracterización de los patrones culturales corres-
pondientes a estas ocupaciones está en sus inicios, todo parece
indicar que nos encontramos ante una región con el mismo dina-
mismo que el identificado en las otras regiones estudiadas.

Nuevas perspectivas regionales

Los cuatro escenarios regionales previamente descritos nos sugie-


ren un conjunto de zonas con desarrollos endógenos para el ter-
cer milenio antes de Cristo. Si sumamos a esto las consideraciones
100Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse

planteadas para las cuencas de Tablachaca o el Alto Huallaga, se


puede proyectar un escenario macrorregional con una multiplici-
dad de zonas y regiones que experimentaron dinámicas propias
en este lapso y, en ese sentido, los desarrollos identificados en la
costa norcentral constituirían uno de esos desarrollos (figura 3.2).
Este escenario da pie para volver a replantear nuestros esque-
mas de pensamiento en función de la naturaleza de los procesos
de complejización social dentro del periodo Arcaico Tardío en los
Andes centrales, incluyendo la discusión sobre los “orígenes de la
civilización andina”.
Como antecedente, conviene recordar la relevancia que tuvie-
ron, en la segunda mitad del siglo XX, los cambios de perspectiva
sobre Chavín en lo que respecta a los orígenes de la civilización
en los Andes. Frente al esquema original del “foco civilizador” o
del punto de origen de la civilización, se pasó a un esquema de
dinámicas de interacción e intercambios multidireccionales en las
que se fue gestando la civilización andina y en las que, en última
instancia, Chavín aparecía como una síntesis del proceso (Lum-
breras 1981).
En tal sentido, si bien los trabajos desarrollados desde de la
década de 1990 en adelante en la costa norcentral permitieron am-
pliar el panorama de discusión de la génesis de la civilización an-
dina hasta el tercer milenio antes de Cristo, nos hicieron regresar
al esquema de centro-periferia, y de la identificación de un foco
civilizador original. Así, Caral o el “Norte Chico” fueron propuestos
como los centros desde donde la civilización andina surgía o, en
una visión más estrecha del concepto de civilización, surgía la “pri-
mera civilización andina”.
En contraste, los hallazgos recientes aquí reseñados nos per-
miten, una vez más, reivindicar el valor de las interacciones en
múltiples direcciones y, por otro lado, los procesos endógenos que
generan sus dinámicas propias. Dentro del área andina, diferentes
cuencas o conjuntos de cuencas serían escenarios paralelos don-
de las interacciones entre sus pobladores estarían llevando a for-
mas de organización social y política crecientemente complejas,
3 / El periodo Arcaico Tardío en perspectiva regional 101

Figura 3.2. Mapa de los Andes centrales ilustrando las regiones con dinámicas culturales
particulares durante el periodo Arcaico Tardío.

donde los aspectos rituales estarían jugando un rol catalizador de


estas dinámicas, reflejando en la proliferación de edificios cere-
moniales la existencia de unidades sociopolíticas en interacción
102Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse

y competencia, como el modelo propuesto por Colin Renfrew


(1986) de interacción de entidades políticas pares.
Por otro lado, es de esperar que este tipo de regiones hayan
tenido oportunidades de interacción que hayan permitido, por un
lado, la difusión en múltiples direcciones de elementos culturales
y, por otro, reforzar identidades regionales. Esto se reflejaría tanto
en los patrones arquitectónicos de espacios rituales compartidos
como en aquellos que singularizan a cada región. Así, en algunas
regiones la arquitectura ritual destaca por el volumen de los edifi-
cios, mientras que en otras es la sofisticación y/o elaboración de los
espacios y sus elementos constitutivos lo que las hace diferentes.

Diseño arquitectónico, organización espacial, prácticas


rituales y dinámicas políticas

En esta revisión sobre las tradiciones regionales del periodo Arcai-


co Tardío, queda claro que el manejo de la evidencia arquitectó-
nica ha desempeñado un rol central en la caracterización de las
sociedades de entonces.
Es importante mencionar, sin embargo, que el manejo de esta
evidencia estuvo dominado por dos enfoques. Por un lado, ha exis-
tido un enfoque tipológico, que ponía énfasis en la identificación
de formas arquitectónicas prototípicas y en el registro de su distri-
bución espacial y temporal. Por otro lado, ha existido un enfoque
cuantitativo, que enfatizaba el volumen de los edificios, partiendo
de la premisa de que este reflejaba de manera directa la escala del
proceso constructivo y, de manera indirecta, la capacidad de con-
vocatoria o control de los líderes o élites responsables de conducir
la construcción. Se requería, en este caso, de técnicas de medi-
ción de los volúmenes arquitectónicos y, en aproximaciones más
sofisticadas, de los elementos constructivos y sus requerimientos
técnicos.
Los enfoques aquí mencionados han contribuido significati-
vamente al conocimiento del fenómeno arquitectónico en los An-
des. Gracias al enfoque tipológico ha sido posible el registro de
3 / El periodo Arcaico Tardío en perspectiva regional 103

elementos arquitectónicos distintivos de los Andes, como la plaza


circular hundida (Williams 1972), el diseño de templos con planta
en U (Williams 1971, 1980) o los recintos con banqueta y fogón
central (Bonnier 1988), por poner algunos ejemplos. Por su parte,
dentro del enfoque cuantitativo, se han dado varias contribuciones
que han permitido abrir la discusión sobre las implicaciones socio-
políticas del fenómeno arquitectónico (Haas 1987, Lanning 1960,
Pozorski 1987, Shady et ál. 2000). Ambos enfoques, sin embargo,
presentan algunas limitaciones que es necesario poner en relieve.
La perspectiva tipológica puede en ciertas ocasiones sobre-
dimensionar los aspectos formales en la arquitectura, dejando de
lado a veces cómo es que los elementos formales llegan a constituir
espacios significativos. Esto se pone en evidencia cuando volúme-
nes geométricos son asumidos como “patrones arquitectónicos”.
Por su parte, la perspectiva cuantitativa puede tender a reducir la
complejidad del fenómeno arquitectónico a una sola variable (el
volumen de construcción), sin tomar en cuenta la complejidad
del proceso constructivo ni la naturaleza del diseño arquitectónico
previo a dicho proceso. Dado el grado de simplicidad al que po-
día llegarse, no es casualidad que bajo ambos enfoques se hayan
llevado a cabo caracterizaciones del fenómeno arquitectónico so-
bre la base de evidencia superficial, prescindiendo de información
contextual proveniente de excavaciones.
Un aporte alternativo para la caracterización de la arquitectura
ceremonial temprana puede darse si partimos de una evaluación
de las implicaciones de las funciones propias de este tipo de edi-
ficios. Entendemos por implicaciones los factores derivados de la
creación de un espacio destinado a acoger actividades rituales,
como son el número y naturaleza de los participantes, la forma de
acceder a los espacios, las posibles distribuciones en el interior
de los espacios y las instalaciones internas. Además, en tanto que
se trata de espacios de congregación para actividades específicas
que, a su vez, se convierten en recursos identitarios para quienes
participan de ellas, es importante establecer los posibles tipos de
grupos humanos congregados.
104Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse

Al respecto de esto último, es común la consideración de tres


categorías o escalas de grupos humanos: familia, comunidad y
región. Las unidades familiares corresponden a aquellos grupos
relacionados por vínculos de parentesco que, en términos con-
ductuales, suelen constituir una a más unidades domésticas nu-
cleares. Las unidades comunales corresponden a aquellos grupos
de alcance local que articulan a varios grupos familiares en una
dinámica de interacción cotidiana. Finalmente, las unidades regio-
nales corresponden a sistemas que integran varias comunidades
dentro de un ámbito territorial de mayor espectro.
Así, esperamos poder definir edificios rituales familiares, co-
munales o regionales. Es importante mencionar que ninguna de
estas categorías corresponde necesariamente a algún “tipo” de so-
ciedad o “sistema sociopolítico”. La articulación de estos edificios
y sus características es, justamente, lo que debe contribuir a definir
empíricamente el tipo de formación social que las ha construido.
A partir de estos parámetros, pasaremos a revisar las carac-
terísticas de los centros ceremoniales del periodo Arcaico Tardío.
Vamos a centrarnos en algunos casos emblemáticos para ensayar
una caracterización.
En primer lugar, merece la pena discutir las evidencias del sitio
de Kotosh. Kotoshes conocido por los recintos ceremoniales regis-
trados en la fase Mito de este sitio (Izumi y Terada 1972: 129-166),
que Elizabeth Bonnier (1988) caracterizó como recintos con piso
a desnivel y fogón central. En Kotosh, estos recintos fueron cons-
truidos sobre una plataforma escalonada que los contenía en sus
diferentes niveles. Burger (1993: 66-70) ha sugerido que podrían
haber coexistido hasta 25 de estos espacios en el sitio. Por otro
lado, como se ha mencionado líneas atrás, las investigaciones de
la Misión Japonesa en el valle del Huallaga permitieron registrar
estructuras semejantes en los sitios de Wayra Jirka y Shillacoto
(Izumi 1971), existiendo la posibilidad de que otros asentamientos
homólogos estén aún por identificarse en este valle.
El sitio de La Galgada, en el cañón de Tablachaca, presenta
significativas semejanzas con Kotosh, más allá de los aspectos
3 / El periodo Arcaico Tardío en perspectiva regional 105

formales antes mencionados. En La Galgada, tal como en Kotosh,


existen dos montículos que contienen los recintos (en este caso,
solo en la cima) y, por otro lado, se trata de un sitio que coexiste
con otros que también cuentan con arquitectura pública asignable
a ocupaciones precerámicas (Grieder et ál. 1988).
Ambos casos, emblemáticos de la llamada tradición Mito, su-
gieren escenarios regionales donde coexisten asentamientos con
edificios ceremoniales equivalentes en escala o complejidad, he-
cho que insinúa la existencia de unidades sociopolíticas autóno-
mas unas de otras. Este escenario corresponde a la existencia de
espacios ceremoniales con un rango de congregación local (v. g.,
el asentamiento y sus alrededores), que se puede relacionar con
entidades comunales. Es sugerente, por otro lado, que en ambos
casos, los asentamientos incorporen dos espacios que, si bien son
equivalentes en patrones de construcción y diseño, difieren en el
volumen final, sugiriendo un ordenamiento espacial con princi-
pios de dualidad asimétrica. Por otro lado, en el interior de estos
espacios, encontramos una subdivisión en unidades arquitectóni-
cas menores, de acceso autónomo y función homóloga (los recin-
tos ceremoniales), susceptibles de considerarse como espacios
rituales de grupos familiares (clanes, linajes, etc.).
Nos encontraríamos, por lo tanto, ante edificios que revelan
actividades rituales que involucran a los grupos humanos que
componen una comunidad (v. g., grupos familiares) y que, a su
vez, han concertado un espacio común que represente a dicha
entidad. Puede, por otro lado, explorarse la posibilidad de que
existan desigualdades (en recursos o poder) entre estos grupos a
partir de la escala, calidad constructiva y ubicación de los recintos
dentro del espacio comunal.
Los recientes estudios en la costa central revelan caracterís-
ticas semejantes para el periodo Arcaico Tardío. Como se ha se-
ñalado, a las evidencias del conocido sitio de El Paraíso, se han
sumado ahora las de Buenavista y Pampa de los Perros, en el valle
medio y bajo del río Chillón, sugiriendo una distribución de asen-
tamientos semejante a las consideradas para el Alto Huallaga o el
106Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse

cañón de Tablachaca. Por otro lado, las estructuras registradas en


estos sitios presentan rasgos que hay que tomar en cuenta.
En el caso de El Paraíso, se cuenta con un registro completo
de la organización espacial de la unidad 1, analizada por Jeffrey
Quilter, quien concluye que esta se compone en su cima de al
menos seis estructuras compuestas, por lo general, de dos recin-
tos articulados. La forma, disposición de accesos y tamaño de los
recintos pueden variar, existiendo sin embargo un patrón relativa-
mente común de escala y diseño. Quilter (1985) encontró estruc-
turas semejantes en la unidad IV, quedando abierta la posibilidad
de un número considerable de estas en todo el sitio.
Los trabajos recientes del equipo de Benfer y Ludeña (2005)
en el sitio de Buenavista han permitido el registro de por lo me-
nos tres estructuras rituales que, como en el caso de El Paraíso,
se componen de dos recintos articulados, si bien en este caso
pueden encontrarse elementos figurativos impresionantes, como
frisos y modelados de barro. Por último, César Cornejo (2012) ha
reportado la existencia de un montículo plataforma en el sitio de
Pampa de los Perros, en cuya primera terraza encontramos, una
vez más, una serie de estructuras de dos recintos. En la secuencia
registrada por Cornejo (2012), en Pampa de los Perros puede con-
templarse una ocupación inicial con la presencia de los recintos
rectangulares subdivididos, construidos a nivel. Posteriormente, se
construye una estructura de por lo menos dos plataformas. Si bien
no se ha excavado en la cima de esta estructura, en la plataforma
intermedia se registraron alrededor de media docena de recintos,
varios de los cuales contaban con la subdivisión interna. Se trata,
como en el caso de El Paraíso y de Buenavista, de estructuras con
áreas no mayores de 25 m2 y, como en los otros casos, es pro-
bable que los complejos alberguen un importante número de las
mismas.
Puede considerarse, a partir de estos registros, que el valle
del Chillón muestra la constitución de un patrón de estructuras
rituales donde recintos de pequeña o mediana escala se articu-
lan en espacios comunes, formando probablemente centros de
3 / El periodo Arcaico Tardío en perspectiva regional 107

alcance comunal compartiendo el valle y que, en su interior, alber-


gan espacios para grupos de base, razonablemente considerados
como grupos familiares. Se trata, por lo tanto, de una situación
homóloga a la del Alto Huallaga o de Tablachaca, si bien en térmi-
nos formales, son estructuras que revelan identidades regionales
particulares.
Si comparamos esta situación con la de la costa norcentral
(valles de Fortaleza, Pativilca, Supe y Huaura), encontramos con-
trastes de otra naturaleza. Es importante resaltar que por mucho
tiempo se consideró que en esta región existía un patrón de mon-
tículos-plataforma asociados con plazas circulares hundidas. Esta
definición se basaba, como mencionamos antes, en registros su-
perficiales (Williams 1980). Las excavaciones llevadas a cabo en
los últimos años han permitido definir un patrón arquitectónico
más preciso.
Puede comenzarse por la descripción de la estructura exca-
vada en el sitio de Cerro Lampay (Vega-Centeno 2005), en el valle
de Fortaleza. Se trata de una estructura compuesta por un recin-
to posterior y una antesala. El primero es de unos 45 m2 de área,
mientras que la antesala tiene unos 144 m2. Un detalle significativo
de esta estructura es que, además del acceso frontal y el que co-
necta a ambos espacios, existen accesos laterales simétricamente
dispuestos, además de un acceso posterior. En un segundo mo-
mento, se adosó otra estructura que replica a la primera, aunque
en menor escala (figura 3.3).
Los trabajos llevados a cabo en sitios como Caral o Chupaci-
garro, en el vecino valle de Supe, permiten enriquecer significa-
tivamente la información sobre este tipo de edificios. En primer
lugar, revelan que los recintos-antesala, definidos por Shady como
salones ceremoniales, suelen contar con un fogón ubicado en el
eje central, cerca del ingreso delantero. El piso de los mismos,
además, suele presentar banquetas ubicadas hacia la parte poste-
rior (Shady 2006). En segundo lugar, queda claro que sobre la base
de este patrón formal, se han construido estructuras de mayor
complejidad espacial, con una sucesión de dos o más estructuras
108Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse

Figura 3.3. Reconstrucción isométrica del conjunto arquitectónico de Cerro Lampay.

que, por otro lado, suelen dominar la parte central de los grandes
montículos-plataforma.
Al respecto, debe considerarse que una diferencia significativa
entre las estructuras ceremoniales de esta región y las del Hualla-
ga, Tablachaca o el Chillón es que, en vez de existir un agregado
de espacios, la escena ritual dentro de una estructura se reduce a
un solo espacio (o dos) que, por otro lado, introduce un sistema de
accesos más complejo, revelando un sistema de desplazamiento-
congregación hacia el espacio ritual necesario para regular grupos
humanos con mayores variables de estructuración. Es significati-
vo, asimismo, que en algunas estructuras de Caral, como la Pirá-
mide Mayor o el Templo del Anfiteatro, existan espacios rituales
restringidos que consistan en recintos con un fogón central y un
solo acceso (Shady y Machacuay 2003, Shady et ál. 2003). Estos
espacios, que recuerdan a los de Kotosh o La Galgada, bien pue-
den ser entendidos también como espacios rituales para grupos
familiares que, en estos casos, constituirían grupos con acceso pri-
vilegiado a lugares restringidos. Es por lo tanto probable que este-
mos ante una manifestación de segregación social que se articula
3 / El periodo Arcaico Tardío en perspectiva regional 109

y contrasta con el espacio central antes descrito, que articula la


actividad ritual de convocatoria más pública.
Este doble juego, de espacios de convocatoria y espacios res-
tringidos, sugiere que estamos ante un tipo de edificio ritual comu-
nal, que incluye la participación de las unidades familiares dentro de
un espacio compartido donde habrían también representantes de
unidades familiares hegemónicas que conducirían las actividades
rituales y que, en un proceso de diferenciación creciente, contarían
con espacios rituales exclusivos. Llama la atención que, como parte
de este manejo de la escena ritual, surjan espacios arquitectónicos
de organización dual, sugiriendo la organización en mitades de las
entidades comunales en cuestión (Vega-Centeno 2005).
Desde esta perspectiva, centros de gran escala, como Caral,
Miraya, Lurinhuasi, San José o Caballete, pueden ser entendidos
como complejos arquitectónicos donde se estarían congregando
y compartirían el espacio estructuras ceremoniales de distintas co-
munidades. Otros casos, como Cerro Lampay, Cerro Blanco Norte
o Cerro Blanco de Supe, sugerirían espacios comunales aislados.
El alcance regional de cada uno de estos asentamientos y las re-
laciones (de cooperación, subordinación-dominación, hegemo-
nía, etc.) entre ellos deberían ser parte de la agenda de futuras
investigaciones.
Las evidencias del valle de Casma son aún escasas en lo que
respecta a la descripción de diseños arquitectónicos completos.
Los casos registrados en la actualidad (Cerro Sechín, fase I, y
Sechín Bajo, primera fase del segundo edificio), corresponderían
a una etapa terminal del periodo Arcaico Tardío. Con esta salve-
dad, es importante mencionar que en ambos casos se cuenta con
edificios de mediana escala caracterizados por la existencia de un
espacio inicial a manera de atrio, desde el que se accede a un re-
cinto central ubicado en la parte posterior y a espacios laterales. Es
importante indicar que esta disposición básica será reproducida y
elaborada en mayor escala y complejidad en edificios del perio-
do Formativo Temprano en el mismo valle, poniendo en evidencia
una significativa continuidad cultural (Vega-Centeno 1995).
110Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse

Comparando con los edificios del valle de Fortaleza, Pativilca


y Supe, vemos que en Casma también se proponen espacios cen-
tralizados con una clara diferenciación entre ambientes centrales
y laterales. Sigue siendo llamativa la recurrencia de un esquema
dual de distribución en los espacios laterales. Por otro lado, la au-
sencia de otros edificios comparables dentro de los mismos sitios
sugiere que, una vez más, nos encontramos ante espacios de al-
cance comunal. Es significativo, asimismo, que en contraste con
el énfasis en el volumen y la escala percibido en los edificios de
Fortaleza, Pativilca, Supe y Huaura, en el caso de Casma, para este
periodo, no se cuenta con grandes montículos plataforma pero,
en contraste, existe una significativa elaboración de los elementos
ornamentales (v. g., frisos, columnas, etc.).
Esta revisión puede incluir ahora a la región de Lambayeque, a
partir de los trabajos en el sitio de Ventarrón, que han revelado una
estructura de carácter ceremonial compuesta por una plataforma
escalonada, en cuya cima aparece un solo recinto (Alva 2010). Di-
versos elementos, como el uso de contrafuertes para los muros
de contención o pintura mural compleja, evidencian una tradición
cultural diferenciada de aquellas de más al sur. Por otro lado, la
organización centralizada y unitaria del espacio ritual sugiere una
situación homóloga a la de la costa norcentral y el valle de Casma.
En este caso, se ha registrado un recinto cuadrangular singular,
ubicado en la cima del montículo compuesto por al menos tres
plataformas. Elementos arquitectónicos subsidiarios se encuen-
tran al pie de la estructura, insinuando una mayor complejidad en
el diseño.

A manera de conclusión

Las investigaciones aquí reseñadas han llevado a configurar un


estado de la cuestión que sugiere un significativo dinamismo en
diferentes regiones de los Andes centrales durante el periodo Ar-
caico Tardío. En este escenario, los procesos culturales son más fá-
ciles de entender por la convergencia e interacción de tradiciones
3 / El periodo Arcaico Tardío en perspectiva regional 111

culturales homólogas que por un proceso centrífugo de expansión


cultural. El desafío de futuras investigaciones es comprender, justa-
mente, cómo se fueron articulando estas tradiciones a lo largo de
los cerca de 1200 años que duró el periodo en cuestión.
Por otro lado, puede decirse que durante el periodo Arcaico
Tardío la arquitectura ceremonial revela diferentes formas de es-
tructuración del poder y de estructuración de las relaciones entre
linajes dentro de las comunidades andinas. En algunos casos, se
enfatiza aún el espacio autónomo de cada grupo, siendo posible
la diferenciación entre estos por la escala, elaboración o ubicación
de los espacios, mientras que en otros casos existen ya grupos cla-
ramente diferenciados con acceso privilegiado a un nuevo espacio
ritual comunal, cuyo diseño revela las formas en que la participa-
ción de los grupos es uniformizada. En tal sentido, la agenda de los
investigadores debería contemplar no solo la existencia de tradi-
ciones culturales autónomas, sino la coexistencia de formaciones
sociopolíticas de diversa escala y complejidad dentro del proceso
de interacción antes mencionado. Entender cada región en todas
estas dimensiones será el requisito para ampliar nuestros conoci-
mientos sobre esta época de nuestra historia.

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