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QUINCE

La familia y la
propiedad

S e da todo tipo de explicaciones a la decadencia espiritual y ma-


terial de la familia, y repetidas veces se nos advierten las con-
secuencias sociales de la bancarrota de la vida familiar. Sin embar-
go, una causa se suele dejar fuera en todos estos informes sobre la
familia, una causa que es a la vez material y espiritual. Esta causa
del colapso de la vida familiar es el ataque y la disminución de la
libertad de la propiedad privada.
La propiedad privada la decretó Dios y está firmemente asen-
tada en su ley. Cuatro de los Diez Mandamientos tienen que ver
con la familia y la propiedad: «Honra a tu padre y a tu madre», «No
cometerás adulterio», «No hurtarás» y «No codiciarás la casa de tu
prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo» (Éxo-
do 20:12, 14-15, 17). Según la Biblia, la familia es más que una
unidad espiritual: es una unidad material firmemente arraigada en
la propiedad y las realidades económicas. Asimismo, para la Biblia
la propiedad privada no es solo algo físico neutral; está en esencia
ligada a las realidades espirituales de Dios, su ley y la familia. La
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propiedad y la familia están ligadas en todas partes por la Biblia.


Por eso, cada ataque contra la propiedad es un ataque contra la
familia y cualquier ataque contra la familia es un ataque contra la
propiedad. Esta unidad de la familia y la propiedad el marxismo la
ha reconocido, y por eso ambas están marcadas para la destrucción
en los países comunistas.
En 1847, en el Manifiesto Comunista, Karl Marx escribió: «La
teoría de los comunistas puede resumirse en una sola oración: abo-
lición de la propiedad privada». Cualquier tipo de propiedad, afir-
mó, es poder, y negó el derecho al poder de la persona o la familia;
tenía que haber un «poder social». La familia, dijo, se basa en el
capital, en las ganancias privadas, en la propiedad privada, y añadió
que la familia «desaparecería con la desaparición del capital». Para
alcanzar las metas de la comunización, Marx favorecía del control
estatal de toda la educación, y criticó lo que llamaba «tonterías de
la burguesía sobre la familia y la educación, sobre la bendita corre-
lación entre padre e hijo». Por lo tanto, según Marx, reemplazar las
escuelas cristianas con escuelas controladas y pagadas por el estado
era un paso necesario hacia la destrucción de la familia y la propie-
dad privada.
La abolición de lo que Marx llamaba «matrimonio burgués» es
otro paso. Otros pasos citados por Marx incluyen la abolición de la
propiedad de las tierras, abolición de todos los derechos de heren-
cia, del impuesto sobre la renta, de la exigencia de que las mujeres
y los niños trabajen, etc.
Como contra los Diez Mandamientos de Dios, con mucha ti-
midez, declaró su nueva ley en diez puntos o leyes:

1. Abolición de la propiedad privada sobre la tierra y la apli-


cación de todos los usufructos de la tierra a propósitos
públicos.
2. Un impuesto sobre la renta marcadamente progresivo o
graduado.
3. Abolición de todos los derechos de herencia.
4. Confiscación de las propiedades de los emigrantes y
rebeldes.
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5. Centralización del crédito en las manos del estado, por me-


dio de bancos nacionales con capital estatal y monopolio
total.
6. Centralización de los medios de comunicación y transporte
en las manos del estado.
7. Multiplicación de las fábricas e instrumentos de produc-
ción propiedad del estado; cultivo de las tierras baldías, y
mejoramiento general del terreno en conformidad con un
plan común.
8. Idéntica responsabilidad de todos con respecto al trabajo.
Establecimiento de ejércitos productivos, especialmente
para la agricultura.
9. Combinación de la agricultura con las industrias manufac-
tureras; abolición gradual de las diferencias entre la pobla-
ción rural y urbana mediante una distribución más unifor-
me de la población en el país.
10. Educación gratuita para todos los niños en las escuelas del
gobierno. Abolición del trabajo infantil en las fábricas en
su forma presente. Combinación de la educación con la
producción industrial, etc., etc.

Excepto el programa de Marx de nuevas formas de trabajo in-


fantil, todos estos puntos están en operación hoy en día en nuestro
país de manera parcial o completa, y el Manifiesto Comunista es
una mejor expresión de nuestras metas y rumbos sociales que todo
lo que han dicho nuestros partidos políticos. Se ve muy bien que
estamos derivando hacia el comunismo.
Marx fue muy sabio en su análisis, pues vio con claridad las
implicaciones del manejo bíblico de los recursos y los Diez Manda-
mientos: la propiedad es poder, poder social y personal. Quien controla
la propiedad tiene libertad, y quien entrega su poder sobre la propiedad
entrega su libertad. La cuestión entonces no es sino esta: ¿Quién
debe ser libre, la familia o el estado? La ley de Dios posibilita la
libertad de la familia al apoyar la propiedad privada. La tradición
norteamericana ha sido bíblica. El propósito de la Constitución de
1787 era atar al gobierno federal con las cadenas de la Constitución
para que el pueblo pudiera ser libre. Si al gobierno civil se le entrega
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poder sobre la propiedad, ese gobierno queda libre del control de


la ciudadanía y en vez de eso es el gobierno quien la controla a ella.
Hoy el estado tiene un amplio control sobre las propiedades y les
cobra impuestos; hay impuestos sobre la herencia e impuestos sobre
los ingresos. Hay control del estado sobre la educación, y centrali-
zación del crédito en manos del estado. Hay regulaciones sobre el
capital, el trabajo y la agricultura. No en balde las familias se están
desintegrando mientras el poder del gobierno federal aumenta. El
fundamento económico de la familia que nos dio el Señor lo están
destruyendo porque desprecian la ley de Dios. No hay manera de
combatir el sistema marxista sin regresar a la fe bíblica.
El marxismo tiene razón: la propiedad es poder, y Dios pone este
poder en manos de la familia. La autoridad de la familia requiere
propiedades. En los países comunistas, es rutinario y normal que
los hijos espíen a sus padres y reporten sus comentarios al estado. El
poder y la autoridad pertenecen al estado, y por lo tanto la lealtad
de los hijos es al estado. Su futuro depende del estado, y por lo tan-
to es al estado a quien obedecen y a quien procuran complacer.
La ley bíblica coloca el poder y la autoridad en manos de los
padres, especialmente en el hombre y, siempre que la familia tenga
una libertad basada en el poder de la propiedad, los padres tienen
autoridad. El principal propósito del impuesto sobre la herencia es
destruir ese poder paternal (la ganancia económica del estado con
ese impuesto sobre la herencia es mínima). De manera similar, la
transferencia de poder sobre la educación, los ingresos y la propie-
dad de la familia al estado ha minado el poder y la autoridad de los
padres.
Como el estado moderno controla la educación, los ingresos, la
propiedad y el trabajo de todos sus ciudadanos, controla la totalidad
de los poderes en el país. El resultado es el totalitarismo. El país que
debilita la independencia y libertad de la familia y la propiedad se
dirige de lleno al totalitarismo. No importa en qué país ocurra, ni
qué leyes el estado promulgue como una restricción a sí mismo.
La propiedad es poder, y cuando el estado aumenta sus controles sobre
la propiedad, en esa misma medida avanza hacia el poder totalitario.
Ningún programa político puede detener ese crecimiento a menos
que le restituya a la familia su control sobre la propiedad, el ingreso
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y la educación. Mientras el estado retenga ese control, retendrá el


poder y la autoridad y es ingenuo y absurdo esperar otra cosa que
no sea tiranía.
El futuro de la familia depende del futuro de la propiedad pri-
vada. Y ambos dependen por igual del respeto a la soberanía de la
ley de Dios. Es significativo que cuatro de los Diez Mandamientos
protejan la familia y la propiedad y ni uno solo proteja al estado.
Cierto, en otras partes de las Escrituras se habla del respeto a los
gobernantes, y pide que se les respete y obedezca cuando se les deba
obediencia. Pero el estado no es mencionado por su nombre en los
Diez Mandamientos, ni tampoco la iglesia, aunque la adoración la
regulan los primeros cuatro mandamientos. La única institución
que aparece en los Diez Mandamientos es la familia, y sin rodeos la
ley entera le otorga autoridad sobre la propiedad.
Es más, a la familia bíblica se le coloca bajo Dios y por tanto se
le niega el papel totalitario que algunos sistemas orientales (que le
rinden culto a los antepasados) le dan a la familia para detrimento
de la misma. La familia bíblica, con su libertad en la propiedad,
es la base de la libertad de Occidente. Por lo tanto, defender a la
familia sin defender el cimiento económico que le puso el Señor
está mal y es inútil, y defender la propiedad sin fortalecer sus bases
religiosas es defenderla con ignorancia y en vano. «Si Jehová no edi-
ficare la casa, en vano trabajan los que la edifican» (Salmo 127:1).

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