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Espacios tatuados

Textos sobre el estudio


de las regiones y los territorios

Alicia Márquez Murrieta


COORDINADORA
DEWEY LC
307.76 F1210
ESP.t E8

Espacios tatuados : textos sobre el estudio de las regiones y los territorios / coord. y
presentación Alicia Márquez Murrieta. – México : Instituto Mora, 2012.
239 p. : mapas, diagrs. ; 22 cm. – (Cuadernos de trabajo de posgrado. Estudios
regionales. Maestría).

Incluye bibliografías

1. Regionalismo – México. 2. Territorialidad humana – México. 3. Economía regional –


México. 4. Planificación regional – México. 5. Desarrollo económico – México. I. Márquez
Murrieta, Alicia, coord. II. Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora (México,
D.F.). III. ser.

Los trabajos aquí presentados fueron dictaminados y revisados por el Comité Académico de la
Maestría en Estudios Regionales, integrado por las doctoras Alicia Márquez Murrieta, Regina
Hernández Franyuti, Concepción Martínez Omaña, Lucía Álvarez, Martha Rosa Schteingart
Garfunkel y Matilde Luna Ledezma, y los doctores José Alfredo Pureco Ornelas y Francisco
Porras Sánchez.

Primera edición, 2012

D. R. © 2012, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora


Calle Plaza Valentín Gómez Farías 12, San Juan Mixcoac, 03730, México, D. F.
Conozca nuestro catálogo en <www.mora.edu.mx>.

ISBN: 978-607-7613-86-2 Versión electrónica


ISBN: 978-607-7613-81-7 Rústica

Impreso en México
Printed in Mexico
Contenido
Presentación 5

El sentido territorial de la movilidad: algunas consideraciones


en torno a las territorialidades efímeras
Fátima Khayar Cámara 13

Los sectores económicos y la inmigración como indicadores


en la construcción de hipótesis y explicaciones causales:
una década en los municipios de Jalisco, 1990-2000
Jorge Alberto Cano González 37

Evaluación del Programa de Apoyos Directos al Campo (Procampo)


Matthew James Lorenzen Martiny 61

Hacia un desarrollo local: la microindustria chocolatera


de la Chontalpa, Tabasco, ¿un caso de éxito o de subsistencia?
Dora Nelly Martínez González 95

Las inundaciones en el Distrito Federal.


Un ejemplo de la construcción del riesgo y la vulnerabilidad
Juan Pablo Quiñones Peña 123

El aporte de Fernand Braudel a los estudios regionales.


La geohistoria y la larga duración
Oscar Gerardo Hernández Lara 143

La sierra Tarahumara: una historia de resistencia y continuidad


Rubén Luna Castillo 167
Factores históricos y contemporáneos que han transformado
social y territorialmente la región sureste de Coahuila
Marcos Noé Maya Martínez 195

Sobre los autores 237


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Presentación

5
Ocho maneras de aprehender los territorios,
las regiones y sus “tatuajes”

L os Cuadernos de Trabajo de Posgrado de la maestría en Estudios Regio-


nales del Instituto Mora contienen artículos que provienen de alumnos y ex
alumnos y son producto de trabajos realizados para alguna de las materias o
de síntesis y extractos de sus tesis de maestría (en proceso o finalizadas). De-
bido a la gran respuesta que suscitó la convocatoria y a la elevada calidad de
las propuestas, no fue sencilla la realización de los dictámenes y la selección
de los textos; fenómeno que hace patente el interés de alumnos y ex alumnos
por hacer públicas sus cavilaciones y hallazgos.
El propósito de la colección es, justamente, hacer visibles y comuni-
cables las reflexiones realizadas durante los seminarios, los avances de las
investigaciones o los resultados de las tesis de maestría, ya que existe un
gran acervo de conocimiento que se queda en las aulas o en las líneas de los
documentos; discusiones y ensayos de los que se enriquecen sólo alumnos y
profesores o páginas sólo leídas por un pequeño grupo de sinodales.
Sirva lo antes dicho para aprehender los textos que tengo el gusto de
presentar: algunos deben ser leídos como investigaciones en curso; otros,
como síntesis de los resultados de dicho proceso; todos muestran un com-

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Se autoriza la reproducción total o parcial de este artículo, siempre y cuando se cite la fuente.
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promiso con la exposición rigurosa de las ideas y la búsqueda por establecer


los criterios adecuados para pensar el territorio, la región o ambos.
La diferencia entre los documentos es grande, reflejo de la pluralidad e
interdisciplina propias de la maestría, pero todos tienen en común la preo­
cupación por estudiar las diferentes escalas territoriales; recorren práctica-
mente toda la república mexicana, yendo desde la sierra Tarahumara hasta la
Chontalpa, en Tabasco, deteniéndose en el sureste del estado de Coahuila,
en Jalisco y atravesando el Distrito Federal; entrecruzando temas, espaciali-
dad y enfoque disciplinario.
Se pueden observar algunas preocupaciones y temáticas transversales:
el desarrollo local (en algunos, relacionado con la pregunta acerca del im-
pulso otorgado por los diferentes niveles de gobierno y el apoyo a capitales
privados); el impacto de la globalización; las políticas públicas y sus conse-
6 cuencias en la reconfiguración de territorios y regiones; el tránsito e interco-
nexión de personas y de objetos; el fenómeno de la migración asociado a la
movilidad, entre otros.
Se observa, sin embargo, un acento distinto en los textos, ya sea colo-
cado sobre una preocupación metodológica, o sobre un enfoque de corte
histórico; énfasis que fue útil para organizar los artículos, colocándolos al
interior de dos ejes rectores. En el primero, el lector podrá encontrar textos
en los que, aun si los autores incorporan una dimensión temporal, dedican
su esfuerzo a mostrar los usos que dan a las herramientas conceptuales; aquí,
territorio y región son definidos a partir de criterios específicos, útiles para
los fines de aquello que se investiga. En el segundo eje, los autores también
se preocupan por definir el territorio o la región, pero el acento se encuen-
tra puesto sobre la relación de estos con el devenir histórico, estableciendo
de manera explícita o implícita un vínculo entre los fenómenos a través del
tiempo (con una temporalidad amplia) y su inscripción en el espacio.
De manera precisa y sólo como aperitivo para los principales platillos,
presento a continuación cada uno de los artículos. En el artículo de Fátima
Khayar Cámara el espacio es comprendido como “forma social activa que se
territorializa a través de la acción del hombre”; ya refiriéndose al territorio y
a la región, la autora señala que el paso de un espacio a un territorio y luego
a una región provoca la creación de una red simbólica y de lugares conec-
tados entre sí.

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Presentación A. Márquez

El objetivo que Fátima se traza en su texto se sintetiza en las siguientes


preguntas: ¿cómo pensar la movilidad y el territorio?, ¿cómo, en contextos de
movilidad extrema, los migrantes en camino hacia otros destinos, son capa-
ces de significar aquellos lugares que atraviesan, dejando “huellas” que les
sirven de indicio, de guía, de orientación a ellos mismos y a otros migrantes?
Para intentar comprender estos fenómenos, Fátima utiliza la categoría de
“territorios circulatorios”. Además, señala que es fundamental aprehender
las maneras particulares de experimentar la vida cotidiana bajo estas cir-
cunstancias, analizándola en relación con el territorio, pero pensando ambas
dimensiones a la luz de la gran movilidad que enfrentan los transmigrantes.
Siguiendo una aproximación clásica sobre el territorio, Jorge Alber-
to Cano González afirma que la formación del territorio es producto de la
apropiación del espacio por individuos que en él desarrollan y estructuran
hechos sociales; considerando que existe una gran gama de “formas de te- 7
rritorializar el espacio”, Cano ilustra algunas de ellas mediante su ejercicio
teórico-metodológico.
Jorge realiza, en efecto, un ejercicio teórico-metodológico utilizando
diversas herramientas que le permiten formular tendencias y representarlas
geográficamente; busca relacionar dichas tendencias con cierto espacio y
con ello dar cuenta del “comportamiento de la inmigración y los sectores
económicos, con la premisa que ambos son importantes en la apropiación
y formación del territorio”. A partir de este ejercicio el autor supone que se
pueden formular hipótesis de investigación sugerentes.
De manera concreta, lo que Cano pretende es conocer las tendencias
en un ámbito municipal, en relación con dos indicadores: las actividades
económicas y la inmigración; ejercicio que desarrolla en el estado de Jalisco,
entre 1990 y 2000.
Por su parte, Matthew James Lorenzen Martiny propone una profunda
y diacrónica revisión del Programa de Apoyos Directos al Campo, mejor co-
nocido como Procampo. Estableciendo un análisis de cuatro evaluaciones
oficiales hechas al Procampo (en 1998, 2001, 2003 y 2007), Matthew critica
los razonamientos con los que se ha evaluado de manera positiva el progra-
ma durante varios años. Los resultados nada halagüeños que él resume cla-
ramente, son confrontados entonces con la realidad de una mayor pobreza

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en el medio rural, con una “agricultura y su modernización estancadas”, con


una “reconversión productiva limitada”, con una mayor “emigración rural”
y con la caída del “empleo agrícola”. En especial, el autor señala los proble-
mas provocados por el carácter regresivo de Procampo (el hecho de que en
realidad beneficia más a los productores con mayores recursos).
Una de las conclusiones del artículo es que el problema fundamental
de Procampo consiste en otorgar apoyos por hectárea, lo que provoca su
concentración en manos de los grandes propietarios e, incluso, empresas
transnacionales. Otra conclusión, relacionada con la temática de estos Cua-
dernos de Trabajo de Posgrado, es que las evaluaciones de este tipo deben
relacionar los programas y sus resultados con otros aspectos, tomando siem-
pre en cuenta la diversidad regional, social, cultural, económica que existe
en el campo.
8 El cuarto artículo, de la autoría de Dora Nelly Martínez González, tiene
como objetivo estudiar la región de la Chontalpa, en el estado de Tabasco, y
las capacidades de desarrollo local a partir de algunas iniciativas de empre-
sarios chocolateros. La autora explica el uso que da a una serie de conceptos
y categorías de análisis, buscando vincularlas con diferentes ámbitos: nacio-
nal, regional y local. Su artículo muestra la importancia que tienen, para la
región y para los procesos productivos que en ella acontecen, la identidad y
la memoria.
La autora establece de manera sintética cuáles son los criterios que
toma en cuenta para configurar su región, y cómo los microempresarios de la
industria chocolatera, particularmente de cuatro municipios de la Chontalpa,
han hecho frente a la hegemonía petrolera. La autora incluye extractos de las
entrevistas analizadas en su tesis de maestría y con ello nos muestra algunos
discursos de los actores de esta región.
En sus conclusiones, Dora Nelly, siguiendo a Gustavo Montañez y a
Ovidio Delgado, afirma que “las regiones son sistemas territoriales abiertos
que, en permanente interacción con otras, construyen su propia identidad
económica, cultural y social”.
Juan Pablo Quiñones Peña, cuyo artículo se coloca al final del primer
eje, introduce una temporalidad más larga que la de los textos anteriores.
En efecto, el autor contextualiza temporalmente el tema que desarrolla, tra-
zando una línea desde los pueblos prehispánicos asentados en el Valle de

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Presentación A. Márquez

México hasta nuestros días, señalando la relación que los diversos pueblos a
través del tiempo han tenido con el agua, en particular, con las inundaciones
y las obras hidráulicas con las que se ha buscado regular el problema. En este
sentido, reflexiona sobre la relación que se ha construido en esta región, a
través de los siglos, entre el agua, el riesgo y la vulnerabilidad.
Después de hacer una breve discusión acerca de las diferentes posibi-
lidades para estudiar la región, centrándose en la tipología sobre regiones
utilizada por José Luis Palacios y Gilberto Giménez (homogénea, polarizada
y programada o de plan), Juan Pablo explica por qué le parece que la llama-
da “región plan” es la más útil para analizar el Distrito Federal y la histórica
situación de vulnerabilidad de la entidad ante las inundaciones, así como las
diferentes estrategias de los gobiernos para enfrentarla.
El autor finaliza su artículo dando algunas sugerencias para los gobier-
nos locales, en relación a cómo promover “un esquema de gestión de ries- 9
gos urbanos”; también, proponiendo que se debe pensar el problema de las
inundaciones con una visión espacial, tomando en cuenta la dimensión de
la cuenca hidrológica.
Entre los textos que dan pie a reflexiones sobre el territorio o la región
vinculados de manera más estrecha con la historia, se encuentra el de Oscar
Gerardo Hernández Lara, cuyo objetivo es retomar los aportes de Fernand
Braudel y su importancia para los estudios regionales. Oscar busca estudiar
la relación entre sociedad y tierra bajo las coordenadas de la geohistoria y
de la larga duración, interesándose por hacer coincidir cierta genealogía (por
ejemplo, trazando la historia del fenómeno agrario en México), con sus pro-
yecciones; por lo tanto, detectando fenómenos previos y sus consecuencias
que se hacen visibles mucho tiempo después, tanto para los actores inmersos
en los procesos, como para el investigador.
Concretamente, el autor busca desarrollar en el artículo los elementos
analíticos que le servirán para estudiar la historia agraria del sur del estado
de Tlaxcala (tema de su tesis de maestría), basada en el sistema de haciendas,
con importantes modificaciones territoriales a lo largo del tiempo, provoca-
das por diversos sucesos: la instalación del ferrocarril, el reparto agrario, la
instalación de corredores y parques industriales, la construcción de la auto-
pista México-Puebla. Hechos que, nos dice Oscar, se suman a la localiza-
ción de la entidad: bisagra entre el puerto de Veracruz y la ciudad de México.

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Para Oscar la región debe ser definida como un territorio con historia,
con piezas y variables, con flujos internos y externos; en fin, representando
un “recorte espacial dinámico”. Hacia el final de su texto el autor también
incluye una breve crítica al término de nueva ruralidad.
El texto de Rubén Luna Castillo, cuyas reflexiones sobre los rarámuri de la
Tarahumara inician en el siglo xvii y llegan hasta nuestros días, tiene como ob-
jetivo mostrar una concepción particular del tema comunitario, presente en el
noroeste de México y en particular en la sierra Tarahumara, y su organización
espacial en rancherías. Rubén sostiene que el patrón histórico de asentamiento
de los rarámuri, con un sistema de rancherías dispersas, aisladas, con baja den-
sidad poblacional, con relativa autonomía respecto de formas centralizadas de
autoridad y representación política, desempeña un papel fundamental en su
modelo de organización social y en su manera de vivir la comunidad.
10 El argumento central del artículo es que el patrón de rancherías, en
donde la movilidad y la dispersión son dos componentes centrales que se
anclan en el territorio, refleja la forma de organización societal, parental y
económica; también, que este fenómeno tiene una traducción espacial. En
este sentido, nos dice el autor, la movilidad ha sido fundamental como estra-
tegia de adaptación al medio (en relación al clima y al tipo de alimentación)
y ha funcionado como mecanismo de supervivencia, presente todavía en
nuestros días.
La conclusión del artículo es que se debe tomar en cuenta el modelo
de comunidad de los rarámuri al elaborar políticas dirigidas a ellos; de lo
contrario, afirma, se seguirá repitiendo el mismo error de elaborar programas
que poco resuelven el nivel de pobreza y marginación de estas comunidades.
Marcos Noé Maya Martínez cierra estos Cuadernos de Trabajo de Pos-
grado, describiendo la fundación de Saltillo en el siglo xvi y el giro que vivió
esta ciudad y sus alrededores desde 1970 (con sus etapas intermedias duran-
te el siglo xx); el autor describe de manera precisa el proceso de desarrollo
económico vivido por la región, que la llevó a convertirse en un espacio de
interés para la inversión extranjera. Marcos Noé explica cómo desde 1970
se ha verificado un fuerte impacto socioterritorial en la región sureste de
Coahuila, encabezada por Saltillo y Ramos Arizpe, propiciado por diversas
actividades económicas. Con estos elementos, el autor establece los criterios
sobre los que sustenta su región de estudio.

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Presentación A. Márquez

Haciendo una síntesis de cómo se conformaron Saltillo y Ramos Ariz­


pe, en Coahuila, poniendo énfasis en el desarrollo económico, el autor afir-
ma que a partir de los años setenta el impulso y crecimiento de la región
ha sido consecuencia de la inversión extranjera en el sector manufacturero,
particularmente en el ramo de la industria automotriz (y recientemente en la
metal-mecánica), fenómeno que ha dinamizado la economía pero que tam-
bién ha generado, en la que Marcos Noé llama la región sureste del estado
“Saltillo-Ramos Arizpe”, problemas provocados por el crecimiento no pla-
neado, como la carencia de servicios, la presión demográfica, los conflictos
sociales, una mala “interacción urbana”, un gran incremento de unidades
automotoras en circulación, entre los más relevantes. Problemas, nos dice
Marcos Noé, que seguramente tendrán que ser enfrentados próximamente
por las autoridades de la región para aliviar las tensiones que se están gene-
rando. 11
Antes de dar voz a los autores, quiero resaltar los interesantes esfuerzos
de representación gráfica presentes en casi la totalidad de los artículos; con
ellos, no sólo se ilustran elocuentemente algunos de los argumentos, sino
que también representan, en sí mismos, importantes elaboraciones gráficas
y conceptuales.
Los artículos que podrán leerse en estos Cuadernos de Trabajo de Pos-
grado de la maestría en Estudios Regionales representan, en todo caso, una
invitación para discutir por qué, de qué forma y con qué criterios y metodo-
logías sigue siendo pertinente reflexionar y estudiar las regiones y los territo-
rios, así como la manera en que son tatuados “por las huellas de la historia,
de la cultura y del trabajo humano” (Giménez, 1999: 33).
Antes de entrar en materia quisiera extender un sincero y profundo
agradecimiento al Comité Académico de la maestría en Estudios Regionales,
en funciones durante el tiempo que fui coordinadora de la maestría, cuyos
miembros se convirtieron en el Comité Editorial de los Cuadernos de Trabajo
de Posgrado. También aprovecho la ocasión para agradecer a la licenciada
Jazmín Irasema Cruz Mejía el apoyo en la revisión de los criterios editoriales
del manuscrito.

Alicia Márquez Murrieta


Ciudad de México, septiembre de 2011

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Bibliografía

Giménez, Gilberto (1999), “Territorio, cultura e identidades. La región socio-cul-


tural”, Estudios sobre las Culturas Contemporáneas, época ii, vol. v, núm. 9,
Colima, junio, pp. 25-57.

12

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El sentido territorial de la movilidad:


algunas consideraciones en torno
a las territorialidades efímeras*

Fátima Khayar Cámara

13

L as posturas vigentes en el estudio de las migraciones admiten que los


migrantes son más que fuerza de trabajo que se mueven de un lugar a otro
basándose en el cálculo racional de los beneficios de quedarse en el sitio
de origen o marcharse a uno diferente. Reconocen que no son partes me-
cánicas de un sistema que los atrae o expulsa sin que ellos tengan derecho
de réplica. Igualmente reconocen la importancia de las redes sociales en el
desarrollo y ejecución de un proyecto migratorio. Para este tipo de análisis
territoriales (en específico aquellos que se inscriben dentro de la perspectiva
de los estudios transnacionales), se toman en consideración los procesos de
aglomeración de signos culturales en territorios donde la población migrante
se instala.
Autores como Herrera Lima (2005) y Kearney (1995), entre otros, pro-
ponen estudiar las marcas materiales de una identidad exiliada en lugares
que son practicados y repetidos por una serie de individuos, en lo cotidiano.
Estos gestos culturales que señalan el peso de la presencia de nuevos colecti-
vos en lugares de llegada, son indicadores de la identidad migrante y hablan
de un hacinamiento de referentes que remiten al sujeto migrante a su lugar
de origen, que detonan procesos de reminiscencia de un pasado perpetuo,
que reformulan en el espacio de llegada el hogar perdido, adaptándolo a las

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contingencias estructurales de un espacio dialéctico que en ninguna medida


se presenta como neutro.
Pareciera que los estudios de este corte parten de la idea de que la
trama de la vida cotidiana de los sujetos migrantes se basa en un anclaje te-
rritorial durable (inmigración vs. migración); en la permanencia y repetición
de acciones individuales pertenecientes a diferentes esferas (tanto públicas
como privadas) que ocurren en espacios específicos: espacios convertidos en
coordenadas, cargados de sentidos socialmente compartidos que resisten a
las contingencias estructurales y multiplican las continuidades de esta trama.
En este sentido, el énfasis esta dado en el sujeto que territorializa el es-
pacio a través de su práctica cotidiana, en el sujeto que se apropia del espa-
cio desde un punto de vista subjetivo y emocional. Pero ¿qué ocurre cuando
la práctica cotidiana del espacio no se repite por el mismo sujeto, por aquel
14 que se encuentra en el proceso de formalizar una rutina, una trama de vida?
¿Qué ocurre cuando los sujetos que practican un espacio no permanecen
en él para modelarlo a su contento, para hacerlo funcional con respecto
a sus necesidades conscientes, para inscribir en él una identidad definida?
¿Acaso estos espacios no condensan significados y funciones? ¿Acaso no se
convierten en referencias tanto simbólicas como geográficas para los actores
de prácticas espaciales efímeras?
Una de las tendencias de la migración actual es aquella de la migración
por etapas. Se trata de un proceso en el cual los individuos que transitan de
un lugar a otro no pueden ser identificados a partir de sus países de origen, ni
de los países de destino, sino formando parte del espacio social que se forma
entre estos dos, o más, lugares por donde transitan.
Los actores de este fenómeno son los transmigrantes, migrantes cuyo
proyecto implica el cruce constante de límites geográficos, políticos y juris-
diccionales de territorios controlados por gobiernos de Estados-nacionales,
pero también el cruce de fronteras étnicas, sociales (de clase, por ejemplo),
culturales (idiomáticas), de género (sexo), subjetivas, etc. Los migrantes trans-
fronterizos están sujetos a la constante tensión entre las estructuras socioes-
paciales dominantes, y sus propias construcciones socioespaciales, aquellas
que se construyen en la cotidianidad y que son instrumento de su movilidad.
A través de una discusión teórica, este artículo intentará proponer he-
rramientas para el análisis de los mecanismos de apropiación del espacio

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El sentido territorial... F. Khayar

por parte de grupos o individuos sujetos a condiciones de vida móviles. En


efecto, los enfoques teóricos tradicionales para el estudio del fenómeno mi-
gratorio inducen a una segmentación implícita y rígida del espacio donde
la migración tiene lugar. Este artículo tiene como objetivo proponer algunas
herramientas teóricas desde la geografía y la sociología para acercarnos a un
enfoque integrado y transfronterizo del espacio para el análisis del fenómeno
migratorio.
La primera parte de este ensayo corresponde a una discusión concep-
tual acerca del espacio visto como una entidad ágil en la construcción de
significados, más allá de su papel como contenedor de los procesos sociales.
Interesa en este apartado acercarse a la comprensión del espacio como una
forma social activa, que se territorializa a través de la acción del hombre.
Nos enfocaremos entonces en observar al territorio como una forma social
que reúne condiciones contingentes previas y procesos sociales en el presen- 15
te en la producción de lugares específicos, objetos de las territorialidades.
La segunda sección del artículo corresponde a una discusión acerca de
la circulación migratoria (o movilidad). Este apartado pondrá especial énfasis
en la lógica de las redes sociales espacializadas para comprender cómo se
formulan los territorios de la movilidad de los transmigrantes.
Finalmente, con el fin de conocer la lógica a través de la cual se estruc-
tura la espacio-temporalidad de los sujetos, expondré algunas consideracio-
nes metodológicas que desde la fenomenología se proponen para el estu-
dio de la construcción social del espacio. En esta sección discutiré algunos
elementos cruciales sobre cómo se ha pensado la espacialidad de la vida
cotidiana, la cual se ha dado a partir del estudio de tres esferas principales:
el trabajo, la familia y el tiempo libre o de consumo. Esta discusión dará pie
para reflexionar acerca de la utilidad de estas categorías para la comprensión
de la vida cotidiana de sujetos que están en situación de movilidad, teniendo
en mente que es posible que estos sujetos se encuentren elaborando otras
pautas de vida cotidiana, más allá del trabajo, la familia y el tiempo libre,
dada justamente su condición de transmigrantes.

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Del espacio al territorio

El espacio tiene una indudable influencia sobre las relaciones que en él se


presentan. Desde la perspectiva de la geografía crítica, el espacio es una
estructura subordinante y subordinada que produce significados y formas
socioterritoriales a la vez que a través de estas producciones se carga de sen-
tidos (Hiernaux y Lindón, 1993). El espacio es una condición a priori de los
fenómenos externos que asume las formas específicas de los objetos reales y
de las relaciones. Así, la acción recíproca entre individuos, entendida como
el motor de la dinámica espacial, es un elemento clave para comprender el
carácter dialéctico del espacio (Hiernaux y Lindón, 1993). En efecto, a través
de la acción social, lo subjetivo y lo objetivo del espacio se reformulan uno
al otro sin parar.
16 Para comprender mejor la dialéctica espacial es necesario observar tres
dimensiones que actúan de manera simultánea: el espacio de vida, el es-
pacio vivido y el espacio social. El espacio de vida corresponde al espacio
frecuentado y recorrido con un mínimo de regularidad, es el espacio de la
experiencia concreta de los lugares, el espacio de la cotidianidad del actor.
En este sentido, el espacio se usa, se practica y en el uso de los lugares se
crean nudos que se ligan entre sí a través de corredores circulatorios (Di
Méo, 2000). Este espacio es piedra angular en la construcción de los lazos
que se forjan entre la sociedad y su ambiente.
Luego se encuentra el espacio vivido que se refiere al espacio que pasa
por la dimensión imaginaria de la práctica humana. Este espacio nace de la
conjunción entre el espacio concreto de los hábitos, por un lado, y el de las
representaciones, ideas, recuerdos e imágenes, por el otro.
Por último, existe el espacio social que corresponde a la superposición
de los lugares y relaciones que ahí se dan y que es “el conjunto de las rela-
ciones sociales espacializadas” (Frémont en Di Méo, 2000: 39). Así, el espa-
cio de vida, el espacio vivido y el espacio social, simultáneamente anclados
al espacio geográfico, instituyen territorios.
Las formas que estructuran las imágenes del espacio resultan de una
experiencia individual y de formas específicas de socialización pero también
de las formas territoriales previas ancladas al espacio (Harvey, 1985). El espa-
cio es un reflejo de la articulación de las relaciones sociales: es función y de-

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El sentido territorial... F. Khayar

terminante de estas (Hiernaux y Lindón, 1993), Lipietz dice que el espacio es


un “momento en la reproducción social” que refleja relaciones (en Hiernaux
y Lindón, 1993: 101); sin embargo, los espacios también son historia en el
presente: manifiestan modos de producción del pasado y sentidos anclados
al espacio (es decir, territorialidades).
En esta misma dirección, me atrevo a afirmar que el espacio tiene me-
moria. En efecto, las formas espaciales son resistentes al cambio: el espacio
es un conjunto de relaciones que se desarrollan a través de funciones y de
formas que representan una historia escrita por procesos del pasado y del
presente que modelarán aquellas del futuro.
Milton Santos (1984) señala la existencia de rugosidades en las formas
territoriales construidas en esta dialéctica espacial. En este sentido, el tiempo
histórico deviene en paisaje y es resultado de inercias dinámicas que son
condicionamientos o determinaciones parciales sobre los procesos sociales 17
futuros y en desarrollo.
La idea de la memoria espacial supone igualmente la existencia de po-
deres que se disputan el espacio. Surge así la diferenciación espacial. En este
sentido, el espacio también se debe analizar como un campo de fuerzas, de
intensidades y velocidades desiguales, resultado de múltiples variables en la
historia.
El territorio, entonces, se genera a través del espacio y es resultado de
la acción del hombre (todo actor es sintagmático, es decir, que tiene un pro-
grama de acción basado en motivaciones al nivel que sea). El territorio se en-
tiende, pues, como la organización y distribución de personas y actividades
en el espacio que conjuga una red de significados e imágenes asociadas. En
efecto, el territorio nace de la puesta en relación de los actores y los recursos
que confluyen en un espacio específico: “La territorialidad es el intento de
un individuo o grupo de afectar, influir o controlar gente, elementos y sus
relaciones, delimitando y ejerciendo un control sobre un área geográfica”
(Sack, 1991: 194). Así, la territorialidad tendría una vocación administrativa
en la medida en que tiene la voluntad de afectar, influir y controlar. De este
modo, el territorio se convierte en la forma espacial primaria del poder (Sack,
1991: 203).
La territorialidad específica se refiere a un esfuerzo que viene “desde
arriba”, es decir, desde los que sustentan y respaldan el poder. Esta se en-

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carga de realizar una clasificación por área, donde se vuelve innecesario


catalogar cosas y relaciones internas. La territorialidad específica establece
normas de comunicación simbólicas para las relaciones que se enmarcan
dentro de esta; restringiendo y limitando la naturaleza de los intercambios.
Bajo esta óptica, determinados modos de actuar se legitiman de forma colec-
tiva creando una cultura específica regulada por normas, valores, derechos,
etc. La territorialidad específica establece una suerte de membresía donde
existen tanto prescripciones espaciales como prescripciones sobre posesión,
interdicción, exclusión, etc. (Sack, 1991).
Como ejemplo, podemos hablar del concepto de frontera. La frontera
como constructo social, material y simbólico, respaldado por el poder de
un Estado nacional nos deja observar las características arriba señaladas de
manera inequívoca: la frontera (como una línea que divide) es el símbolo
18 irrefutable de la territorialidad específica, al definir lo que está adentro de
lo que está afuera y permitiendo la libre circulación en el interior mientras
controla el acceso al territorio específico.
La noción de territorialidad específica nos remite, entonces, a pensar
en que el sistema social que anima determinada territorialidad es un sistema
cerrado en tanto que no permite la entrada de nuevos elementos o actores
ajenos; sin embargo, más allá de las discusiones conceptuales, esta visión es
útil para comprender cómo funciona la territorialidad “dominante” (aquel
respaldado por el poder específico de cierta territorialidad) frente a la reali-
dad social en el espacio de los flujos (Castells, 2004), ya que consideramos
que en ningún caso se trata de un sistema cerrado.
Como vimos antes, el territorio específico es el área de influencia de
un poder, sin embargo, el concepto de territorialidad no puede ser reducido
“a ser un mero contenedor geográfico administrativo de la sociedad política
nacional” (Giménez, 2004: 11-12). El territorio no se puede desligar de la
cultura y, en este sentido, entre el territorio y la cultura existen tres niveles
de análisis.
Primero, el territorio es “susceptible de ser apropiado subjetivamente
como objeto de representación y de apego afectivo” (Giménez, 2004: 15).
En segundo lugar, de nuevo el papel de la memoria del espacio es central ya
que los territorios están “literalmente ‘tatuados’ por las huellas de la historia,
de la cultura y del trabajo humano” (Giménez, 2004: 14). En tercer lugar,

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el territorio se convierte en el marco de prácticas culturales espacialmente


localizadas. Estas localizaciones se convierten en espacios significantes. Así,
al combinar los tres niveles en los que se expresa la territorialidad, surge una
forma espacial medular en cuanto a la comprensión del territorio: el lugar.
Los lugares pueden ser tomados como una “cultura localizada en el es-
pacio y en el tiempo”, como propone Marc Augé (1992: 48). Esta definición
deja ver que la discusión sobre la naturaleza del lugar no gira solamente en
torno a una cuestión de escala geográfica. En efecto, cada territorio, sea cual
sea la escala, constituye un mundo que las representaciones colectivas in-
tentan diferenciar en lugares específicos. Los lugares pueden ser practicados
(enclaves/lugares donde se desarrolla alguna de las esferas de la vida cotidia-
na: los espacios de vida), representativos (monumentos, puntos de referen-
cia) y transitados (vías y objetos espaciales intermedios de un lugar a otro).1
Los lugares son entonces un escenario fundamental de la ocurrencia de 19
las formas sociales recurrentes; son, en efecto, los componentes materializa-
dos en un espacio geográfico, de un sistema de valores con significados va-
riables sujetos a combinaciones propias de cada emplazamiento humano. El
lugar es el espacio, por excelencia, de los significados: se los asocian valores
y roles espaciales con respecto a las ideologías de los grupos que lo territo-
rializan. En suma, el lugar localiza, significa y designa realidades de diferen-
tes órdenes. En este sentido, el lugar simboliza al colectivo al convertirse en
la marca empírica de la existencia objetiva de un grupo (Debarbieux, 1996).
El lugar es en sí mismo el escenario de las relaciones sociales, el es-
pacio de la existencia individual y colectiva; como todo espacio, conserva
una memoria que permite que los valores y los significados queden ancla-
dos al territorio, más allá de la permanencia de determinados individuos en
él. Desde esta perspectiva, la región se conforma por el eslabonamiento y
conexión de lugares donde un grupo de individuos puede actuar. En otras
palabras, se trata del campo de acción y representación del sujeto.
Cuando se condiciona un espacio o ambiente natural a través de un
proceso que otorga significados y valores al espacio para el desarrollo de las
actividades de quienes lo practican, se produce un hábitat físico (Matas y
Riveros, 1988). Los elementos simples que conforman este hábitat –los luga-
res– definen los espacios en los que un grupo actúa o en los que se piensa.

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La región se entiende entonces como una “estructura físico-funcional


que relaciona lugares […] mediante una gran variedad de mallas de circula-
ción” (Matas y Riveros, 1988: 145) y se formula como una región homogé-
nea cuando se ligan espacios específicos (lugares) donde se comparten signi-
ficados y valores, y por lo tanto, modos de actuar. Es desde esta perspectiva
que nos preguntamos qué ocurre con los espacios donde la presencia de los
individuos o colectivos es pasajera o efímera (por ejemplo, los lugares del
tránsito de personas). Más aún, ¿qué es de la territorialidad para los sujetos
en tránsito?
Territorializar no es solamente sentirse perteneciente a un espacio o
apropiarse concreta o abstractamente de él. Es también reconocer significa-
dos socialmente compartidos sobre el lugar y la función de este en determi-
nada dinámica socioespacial. Las territorialidades surgen de los espacios sig-
20 nificados para individuos o colectivos específicos. El espacio expresa igual-
mente la coexistencia de territorialidades y la distancia entre ellas (Kons-
tantinov et al., 1977). En este sentido, varias territorialidades se yuxtaponen
en un mismo lugar. El espacio se compone, entonces, de configuraciones
territoriales que son arreglos espaciales que adoptan los objetos que integran
dicho espacio y de acciones sociales que se realizan a través de estas formas
espaciales dando lugar a que diferentes modos de vida se adapten al medio
al mismo tiempo que lo transforman.
La territorialización nace de una búsqueda de visibilidad donde un
grupo humano simboliza los lugares que practica para fijarse en el espacio
de sus representaciones y manifestarse como entidades sociales y territoria-
les. Esta visibilidad trasciende al individuo en tanto que los símbolos y valo-
res que se le atribuyen al lugar permanecen en el espacio por aquella inercia
dinámica que aquí llamamos la memoria espacial.

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Los territorios de la movilidad

Moverse significa manifestar sintomáticamente los lugares propios


Alain Tarrius (1989).

“¿Qué prevalece en nuestra experiencia geográfica: el espacio terrestre o


cósmico, continuo y sin límites o bien un espacio político y social recortado
y dividido por fronteras, formado por células o conjuntos borrosos, orga-
nizados en redes?” (Di Méo, 2000: 38). Ciertamente, lo que esta pregunta
expresa es esa ambivalente y paradójica situación en la que todos los seres
humanos nos encontramos al intentar conciliar nuestro mundo psíquico con
las construcciones sociales que ordenan la vida en sociedad. Esta paradoja
se exacerba en el caso de los colectivos de migrantes que atraviesan regiones
enteras, países, y fronteras de todo tipo para llegar a sus destinos programa- 21
dos.
Los transmigrantes, en principio, no pretenden trabajar o vivir en las
ciudades por las que transitan ya que su objetivo principal es el de llegar a
países más desarrollados que los suyos, al menos en lo económico donde
muchas veces cuentan con una red social sólida en términos de confianza,
anclaje y densidad (Casas, 2003), que les pueda brindar oportunidades de
trabajo y vivienda estables. Los transmigrantes usualmente están motivados
en su andar por las situaciones críticas que viven en sus lugares de origen
(pobreza, desempleo, inseguridad, etc.) lo que los lleva a tomar medidas,
hasta cierto punto desesperadas, en tanto que viven condiciones de gran vul-
nerabilidad social, económica y política a lo largo de su recorrido.
Para contrarrestar su propia vulnerabilidad, los colectivos de migrantes
se organizan de manera paralela al sistema dominante, creando recursos y
estrategias propias para fraguar sus trayectorias migratorias a través del ac-
ceso a redes sociales hasta cierto punto débiles que aquí denominaré redes
circulatorias. Estas redes se caracterizan por ser flexibles, débiles, informales
e implícitas pero, sobre todo, por ser relaciones combinables, es decir, que
algunos nodos son fijos, mientras que otros son contingentes. Las redes circu-
latorias son redes de nodos fijos y de flujos donde los actores de los primeros
están fuertemente inscritos en el espacio (a través de lugares específicos) y
se encargan de articular información estratégica que circula a través de los

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nodos contingentes. A su vez, los nodos contingentes son los propios sujetos
de la movilidad.
Estas redes se pueden observar en las relaciones comerciales de pro-
ductos lícitos o ilícitos, en los vínculos con redes sociales de todo tipo pero
que en todos los casos surgen de la eventualidad cotidiana, de los encuentros
casuales que dan pie a flujos de información estratégica entre individuos que
se reconocen como iguales. Aquí considero que los transmigrantes inmersos
en redes circulatorias están territorializando espacios y adjudicando a cada
uno de los lugares practicados características y cualidades específicas que se
convierten en soporte material y simbólico para la recurrencia de determina-
dos espacios dentro de corrientes migratorias dadas.
Con el fin de comprender mejor los mecanismos de territorialización de
los transmigrantes, se debe retomar la discusión sobre esta desde una visión
22 que dé cuenta de la práctica espacial con un enfoque de redes sociales an-
cladas al espacio físico. Señalé antes que el territorio es el espacio de vida, el
espacio vivido y el espacio social de los actores, y en este sentido el territorio
se convierte en la entidad que reagrupa y asocia lugares. Hacer de un espa-
cio un territorio y luego una región es crear una red, tanto concreta como
simbólica, de lugares conectados entre sí: “En tanto que representación men-
tal de origen social, la territorialidad es antes que nada reconocimiento ana-
lítico de las estructuras en malla, o en red; pero es también herramienta, en el
sentido de que es principio de articulación y de integración de las diferentes
escalas geográficas que forman estas redes y territorios de pertenencia” (Di
Méo, 2000: 43).
Para hacerse móvil, el actor representa el espacio según un sistema de
malla o red: “La representación de un espacio para el actor significa la dis-
posición de puntos y líneas en una superficie. Los puntos representan locali-
zaciones, y las líneas que unen a los puntos son las motivaciones que movi-
lizan al actor hacia otros actores, o hacia cuestiones que le generan interés.
La energía necesaria para estas movilizaciones no es estable, se modifica y
finalmente se degrada” (Raffestin, 1980: 132).
La lógica organizacional de las configuraciones territoriales produce
flujos de información y de decisión que engendran a su vez flujos de produc-
tos, de dinero, de hombres, de energía, etc., entre los lugares estructurados
por vectores que crean una red dentro del territorio. Así, se crean sistemas

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migratorios como “corrientes que se han establecido históricamente y que


por lo tanto se localizan y repiten con regularidad” (Herrera, 2006: 31).
En efecto, las redes sociales no son sólo producto de los individuos,
sino que forman parte de la inscripción de estos dentro de ciertas entidades
colectivas espacializadas (Offner y Pumain, 1996). Las redes como “el entra-
mado de elementos facilitantes del proceso migratorio, tanto en la sociedad
emisora, como en la receptora” (Herrera Carrasou, 2006: 31) también se
construyen dentro de las sociedades por donde el migrante transita en su
recorrido hacia un destino definitivo o proyectado como tal.
Comúnmente, el territorio organizado se observa como una estructura
rígida en la medida en que es una configuración territorial heredada, y los
límites, también heredados, son espacios de ruptura, de discontinuidad en la
homogeneidad de la extensión territorial. Sin embargo, la migración contem-
poránea, a partir de la flexibilización internacional de los mercados labora- 23
les, nos demuestra que los migrantes reformulan, bajo nuevos términos que
les son propios, estos territorios a través de su andar.
La noción de circulación migratoria nos es de gran utilidad para el es-
tudio de los territorios de la movilidad de los transmigrantes. La movilidad
hace referencia al acto de transitar por el espacio. Es un efecto de la distancia
entre localizaciones geográficas pero sobre todo de la posibilidad de unir
determinados emplazamientos en un mismo campo de la experiencia espa-
cial humana. Así, la circulación migratoria se entiende como una movilidad
multipolar de duración variable en el marco de un sistema socioespacial
nacido de un campo migratorio que da lugar a procesos de territorialización
(Faret, 2001a).
Los actores organizados en redes circulatorias se valen de estrategias en
el espacio que contribuyen a una “calificación” relativa de los lugares. Las
cualidades que se le atribuyen a los lugares producen prácticas espaciales
originales y de reconocimiento colectivo de los espacios de la movilidad.
Así, podemos afirmar que existe una trama psicosocial de los lugares y una
tipología imputada, en virtud de las cualidades que se le atribuyen. Se trata
de un proceso tanto individual como colectivo a partir del cual se le atribu-
yen sentidos a los lugares y se jerarquizan.
No hay duda de que la movilidad, como hecho social, nos pone en una
situación de incertidumbre con respecto a las estructuras tanto espaciales

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(territoriales), como sociales (identidades). Existe una distinción entre la te-


rritorialidad sedentaria (aquella donde los individuos se mueven en espacios
continuos y homogéneos como referencia primordial) y la territorialidad nó-
mada (cuando las referencias espaciales están disociadas y distantes). En el
acto migratorio, el migrante se apropia de los territorios por los que circula o
se mueve (territorios que se construyen por etapas) a través de “lugares-refe-
rencias que sirven como herramientas funcionales y objetos de significación
en la memoria colectiva” (Piolle, 1990: 153).
El espacio social de los colectivos de transmigrantes se convierte en un
archipiélago de lugares que reúne el cúmulo de la experiencia del migrante
(Piolle, 1990). Los lugares que se suman a esta experiencia y que forman ob-
jetos espaciales significativos se articulan según su propia lógica para formar
territorios migratorios: espacios organizados y significativos que se super-
24 ponen a las otras entidades socioespaciales presentes. De este modo, cada
nudo o segmento de una red tiene una función y una imagen constitutiva
de un territorio organizado, y así las lógicas de los desplazamientos y de los
flujos deben ser tomadas como elementos fundamentales de las territoriali-
dades en formación (Faret, 2001b).
Los espacios de la movilidad de los migrantes (ya sea de aquellos que
van “de ida-y-vuelta”, de un lugar de origen a otro de residencia, o de aque-
llos que circulan sin que haya sedentarismo a largo plazo) crean sociabilida-
des originales ya que son espacios donde se manifiestan normas y regulacio-
nes específicas de cada uno de los lugares practicados:

Los individuos se reconocen al interior de los espacios que habitan o


atraviesan a lo largo de una historia común de movilidad, iniciadora de
un lazo social […] Esta noción [territorios circulatorios] constata la socia-
lización de los espacios que son el soporte de estos desplazamientos […]
introduce, pues, una doble ruptura en las acepciones comunes del terri-
torio y de la circulación. Primero, sugiere que el orden del sedentarismo
no es esencial para la manifestación del territorio […] [y que] la movili-
dad espacial expresa más que un modo de uso de los espacios: expresa
una ruptura con las jerarquías sociales, con los modos de reconocimiento
que otorgan fuerza y poder […] en los lugares donde reina la inmovilidad
de las certezas indígenas (Tarrius en Simon, 2006: 19).

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La noción de los territorios de la movilidad o territorios circulatorios


(Tarrius, 2001) expresa estas nuevas formas de reconfiguraciones espaciales.
En efecto, los territorios circulatorios son testimonio de la socialización de
los espacios, los cuales sustentan las prácticas de la movilidad de las perso-
nas. Este concepto sugiere que el orden que nace de las prácticas de vida
sedentarias no es esencial para la existencia de identidades y territorialidades
variadas. De este modo, el movimiento, los flujos, las circulaciones, etc. ad-
quieren un sentido social concreto en el espacio: los territorios circulatorios
son espacios de mestizajes parciales y momentáneos, pero también forman
parte de los territorios de la movilidad de los migrantes (Tarrius, 2001).
En la medida en que los movimientos humanos que actúan en diferen-
tes temporalidades y se expresan a través de diferentes actores se yuxtapo-
nen, se superponen y se articulan para conformar nuevas formas de enten-
der el territorio, los transmigrantes crean formas originales de identificarse 25
con el espacio. A través de las redes circulatorias, en la convivencia con
otros migrantes, o con grupos sedentarios específicos, se crean lazos en un
espacio-tiempo definido, que se manifiestan en lugares concretos. Se nego-
cian las identidades para lograr acuerdos sobre el uso del espacio, sobre los
intercambios comerciales, sociales, etc.; en otras palabras, se le confiere un
nuevo significado al espacio migratorio y se adquiere conocimiento de este.
Se crean entonces nuevas formas de organización social. Se observa
igualmente un proceso territorial mediante el cual se crean centralidades
para actores específicos (los actores de la movilidad) en detrimento de las
centralidades dominantes. Así, los actores de la movilidad contribuyen al
cambio o trastorno de las centralidades nativas. Se crean territorios transver-
sales ajenos a las fronteras impuestas “desde arriba” (por organismos admi-
nistrativos oficiales o por hegemonías locales). De este modo, los colectivos
itinerantes construyen poco a poco, en cada etapa de sus recorridos, los
territorios de su movilidad.
Las experiencias espaciales y fragmentadas de los individuos son cons-
titutivas de un campo de las relaciones sociales, donde el hecho migratorio
se consolida a través de la puesta en marcha de un sistema de redes sociales
dinámico dentro de un campo significativo de interacciones (Faret, 2001b).
Por lo tanto, el fenómeno migratorio debe contemplar una perspectiva teóri-
ca novedosa que no parta de una visión atómica de las experiencias sociales,

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sino de las relaciones entre los grupos móviles con un espacio dotado de
sentido y de lógicas propias (Faret, 2001b).
Hablar de territorios circulatorios es hablar de la apropiación del espa-
cio, de los lugares recorridos (o practicados o transitados) y reconocidos (o
representativos) por el actor. Complementariamente, hablar de campos mi-
gratorios pone el énfasis en la estructuración interna del espacio social cons-
truido por los actores. Esta última elaboración conceptual se concentra en el
espacio y en las tensiones que surgen por la mera copresencia de diferentes
territorialidades de actores sedentarios y migrantes.
El campo migratorio nace de la puesta en relación estructurada de los
lugares, producida por los flujos entre los diferentes puntos de una corriente
migratoria (Faret, 2001b). Luego entonces, la tensión surge de la articulación
de los espacios de vida geográficos y culturalmente diferenciados en relación
26 con las prácticas de los migrantes. Gildas Simon, autor a quien le debemos
esta noción, explica:2

Una colectividad humana se organiza en torno a un mito, a través de


un campo simbólico que se manifiesta de una manera eficaz. El campo
migratorio constituye uno de estos campos simbólicos, donde la fuerza
de las representaciones y del mito es capaz de estructurar en lo profundo
la arquitectura de un espacio social transnacional. Es pues, la puesta en
tensión lo que asegura la existencia y la unidad de este campo de fuerzas
(Simon, 2008: 16).

El siguiente elemento de importancia con respecto a los campos migra-


torios corresponde a su reminiscencia y estabilidad. En efecto, el paisaje mi-
gratorio contemporáneo nos muestra que existen ciertos campos migratorios
que se estudian en su persistencia a través del tiempo, pero que también se
transforman, se alargan o se restringen en el espacio, en la medida en que
se diversifican los movimientos sociales o demográficos de las diferentes re-
giones contenidas en el campo o aquellas adyacentes. Sin embargo, a pesar
de la flexibilidad de estos campos, “la arquitectura de su construcción social
permanece sólida […] La memoria larga de los campos migratorios, memoria
cultural y afectiva, marca de algún modo la geografía de las circulaciones
migratorias actuales” (Simon, 2008: 17).

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Vemos pues que la noción del espacio migratorio entendido como “el
conjunto del espacio practicado por los migrantes” (Simon, 2006: 14) resulta
un tanto trivial después de comprender que los migrantes territorializan los
espacios por los que circulan. Las nociones de campo migratorio y aquella
de territorios circulatorios son mucho más específicas en la medida en que
“son productoras de sentido en la arquitectura viva y cambiante del planeta
migratorio” (Simon, 2006: 15), debido a que contemplan que el comporta-
miento individual está determinado por la totalidad de las situaciones indi-
viduales, tanto en cuanto a su situación psicológica, como a su situación
espacial.
Los campos migratorios contienen a individuos con metas, necesidades
y modos de percibir su ambiente y pueden ser mapeados gracias al uso de
vectores. Los territorios circulatorios, por su parte, nos permiten compren-
der el sentido que se le atribuye a los lugares que hacen parte del campo 27
migratorio. Así, los calificativos que entran en juego en la jerarquización de
lugares se convierten en información imprescindible para aquellos actores
que se mueven dentro de un campo migratorio determinado.
En efecto, estas nociones dan cuenta de la articulación de los lugares
a través de las circulaciones migratorias. Estas circulaciones socializan los
espacios, lo cual a su vez se convierte en soporte de las diversas movili-
dades de las personas (Tarrius, 2007, y Simon, 2006). A través de las redes
circulatorias, los lugares que conforman los territorios circulatorios, a su vez
inmersos dentro de campos migratorios específicos, guardan una memoria
del tránsito, se cargan de sentidos diversos y son vitales a la hora de repro-
ducir las rutas. De ahí que las rutas migratorias permanezcan en el espacio
histórico más allá de la racionalidad inmediata.

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La construcción social de los territorios de la movilidad:


un acercamiento a través del estudio sobre
la espacio-temporalidad de la vida cotidiana

El lugar es la matriz. Es destino. Y es su conjunción la que suscita la intensidad del presente


Michel Maffesoli (2001).

Vimos antes que los espacios que se practican en lo cotidiano van creando
territorios, y con ello territorialidades ancladas en lugares específicos. Sin
embargo, para conocer la lógica a través de la cual se producen estos lugares
específicos, efectivamente cargados de sentidos que se comparten por las
diferentes territorialidades yuxtapuestas en un mismo lugar, es necesario ob-
servar la espacialidad de las esferas que animan la trama de la vida cotidiana.
28 En efecto, “a través del tiempo, la cotidianidad ha logrado imponerse
como uno de los universos donde puede explorarse la situación general y
la particularidad de las construcciones humanas” (León, 2000: 46), por lo
que considero que es a través del estudio del quehacer más mundano de las
personas que podemos hacer asequible la construcción de nuevos territorios.
Aquí lo que interesa entender es que el espacio se construye socialmente a
través de los modos de vida; que el estudio de los modos de vida, entendidos
como “sistemas de prácticas cotidianas que aparecen como regularidades
sociales por ser producto de procesos de institucionalización de las innova-
ciones culturales” (Juan en Lindón, 2002: 35) permite identificar experien-
cias que tienen lugar en espacios determinados de la vida cotidiana.
El análisis de los modos de vida ubica la subjetividad al centro ya que
a partir de esta se le da sentido a la acción y al espacio. En este sentido, la
perspectiva fenomenológica nos da acceso al conocimiento de hechos que
se reformulan en la asignación de sentidos por parte de los sujetos, entendi-
dos como los actores de fenómenos determinados. Así, lo que se estudia no
es el objeto en sí mismo, en este caso el espacio, sino cómo y cuándo cobra
sentido a través de actos intencionales. En este sentido, analizar la relación
entre la vida práctica y el imaginario individual y social nos permite conocer
la relación de los sujetos con el territorio (Lindón, 1997 y 2002).
Esta visión microsocial permite comprender los mecanismos a través de
los cuales se produce el espacio. La trama de la vida cotidiana, entendida

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como las formas determinadas de proceder y de pensar más o menos articu-


ladas, constituye la base de la estructura social en la medida en que en su
seno se conjugan los ámbitos económicos, políticos, culturales, etc., de toda
sociedad. Se trata del “conjunto de prácticas y representaciones articuladas
en una red, considerando que dicha red se construye frente a las condiciones
de vida que resultan de los distintos procesos históricos que cruzan la vida
de los individuos” (Lindón, 2002: 35).
A partir de la idea de que la acción transluce significados, es que po-
demos comprender que la vida cotidiana tiene una dimensión subjetiva y
otra objetiva. El modo de vida nos permite observar una red organizada de
prácticas y representaciones sociales espacializadas; es decir, que tienen un
lugar al momento en que cargan al espacio de sentidos determinados. El
modo de vida se encuentra inmerso en la dinámica estructural a la vez de
que es estructurante del territorio. Se trata del conjunto de procesos con los 29
cuales los individuos organizan sus respuestas y acciones ante condiciones
de vida dadas. Es la instancia que se desarrolla en el ámbito de lo cognitivo
y normativo lo que le da sentido a la práctica. Desde esta perspectiva queda
claro que la trama de la vida cotidiana que anima la acción de los sujetos
estructura el espacio que se habita o practica.
Tradicionalmente los estudios sobre la vida cotidiana se han basado en
el estudio de la interacción entre la familia, el trabajo y el consumo (León,
2000). La metodología pertinente, entonces, para comprender la articula-
ción del actor con su espacio-temporalidad inmediata remite al estudio de
la espacialidad de estas esferas. El hecho de restringir el análisis de la vida
cotidiana a estas esferas es resultado de “la acepción irrestricta de un corte
espacio-temporal que se consideró característico de la trayectoria social des-
embarcada en las sociedades contemporáneas. Un corte de espacio y tiempo
que no puede soportar más los embates de la diversidad humana que desde
siempre ha caracterizado a nuestra especie y sus nichos culturales” (León,
2000: 46).
La primacía en el ordenamiento del tiempo y del espacio que le han
dado al trabajo el pensamiento moderno y los modos de vida dominantes ha
llevado a que se construya alrededor de esta dimensión de la vida cierta cen-
tralidad teórica. Esta concepción, según Pronovost, proviene del hecho de
que “La introducción del tiempo industrial significó que concepciones mer-

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cantiles del tiempo hayan llevado a estructurar alrededor del tiempo-pivote


del trabajo, el conjunto del ritmo de la vida en sociedad, a tal grado que la
vida religiosa y familiar, el sueño mismo, quedan fuertemente afectados por
el tiempo-pivote del trabajo” (Pronovost, 1996: 32).
Sin duda, esta situación se ve reflejada en la mayoría de las construc-
ciones analíticas que buscan entender la vida en sociedad. Sin embargo,
este escenario epistémico nos impide observar modos de vida alternativos;
modos de vida que no se articulan alrededor del trabajo, de la familia y del
tiempo libre. En efecto, “la revisión de los tiempos y espacios de la cotidia-
nidad tiene que alcanzar a los propios criterios de la construcción analítica
por cuanto a la demanda de captar la heterogeneidad espacio-temporal del
mundo observado” (León, 2000: 47).
Los migrantes de tránsito como sujetos sociales en situación de intensa
30 movilidad no forzosamente articulan sus espacios sobre las bases del trabajo,
la familia (entendida como el espacio doméstico) y el tiempo libre. En este
caso, la metodología tradicional de los estudios sobre la vida cotidiana se
muestra insuficiente. Por lo tanto, interesa indagar sobre las esferas que arti-
culan la vida cotidiana de una población en situación de movilidad.
En efecto, las prácticas de los transmigrantes se sustentan en un mode-
lo espacio-temporal radicalmente distinto al que prevalece en el “modo de
vida sedentario” y donde “prevalecen reglas de convivencia interpersonal,
criterios de construcción de identidad, prácticas sociales y motivaciones ba-
sadas en lo efímero más que en lo permanente. Lo anterior implica la posi-
bilidad de construcción de una cotidianidad no duradera, pero socialmente
identificable y eventualmente reafirmada en posteriores actos de movilidad”
(Hiernaux, 2000: 98).
En este sentido, el individuo o el colectivo en situación de movilidad
“puede innovar en las prácticas sociales, es decir, construir una cotidianidad
nueva –distinta aunque efímera– en el contexto de actividades no definitivas
o regulares, y en un contexto espacio-temporal alejado de sus condiciones
prevalecientes en el mundo del trabajo y la residencia habitual” (Hiernaux,
2000: 99).
Si la pertenencia se define como la identificación de un territorio y el
sentimiento –aunque efímero– de sentirse parte de él, podríamos identificar
a los migrantes de tránsito en situación de movilidad como sujetos que cier-

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tamente territorializan espacios determinados, que se apropian de lugares


específicos a partir del reconocimiento de significados socialmente compar-
tidos; y sobre todo a partir de representaciones específicas del espacio que
actúan como filtros que orientan las acciones y los trayectos. Los lugares que
practican y por los cuales transitan son, en efecto, territorios significados y
significativos que guardan una memoria sobre el paso de estos migrantes.
Nos interesa, a través de estas consideraciones teóricas, asir el ego es-
pacializado de los migrantes de tránsito en los lugares que recorren; ego que
permanece más allá de los individuos que practican estos territorios pero que
sin duda se articula a través de pautas diferentes que las del trabajo, la familia
y el consumo.

Conclusión 31

Los transmigrantes territorializan los espacios que practican en la duración


de su estancia. Los lugares practicados por los migrantes son reconocidos
por el colectivo y se cargan de significados socialmente compartidos. Com-
prender bajo qué lógicas se organiza el territorio en razón de la presencia
de los migrantes de tránsito es relevante para los estudios regionales en tanto
que permite tener un mayor entendimiento acerca de los mecanismos de la
territorialización, bajo contextos específicos.
A lo largo de este artículo ha quedado claro que el espacio es una
entidad que se construye en relación con las prácticas sociales a la vez que
las determina. El hombre no se adapta al espacio, sino que lo modifica y
transforma en su actuar cotidiano. En este sentido, vimos que el espacio tiene
memoria ya que existen formas sociales que perduran más allá de individuos
concretos; llevan consigo la carga de lazos sociales de un pasado a la vez
arcaico pero también inmediato. Analizamos también la idea de que el te-
rritorio nace de una construcción social en la que el individuo se apropia de
los espacios que practica, pero que sobre todo la territorialización ocurre en
un contexto de relaciones sociales espacializadas. En este sentido, el “lugar
que hace lazo” se convierte en la forma socioespacial que le da sentido a la
experiencia geográfica y social de los sujetos.

D. R. © 2012, Instituto Mora


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El conjunto de los espacios que territorializa el actor se articulan en una


red de lugares. Sin embargo, esta red no es solamente una expresión geográ-
fica que formula regiones específicas, ya que el lugar, como categoría con-
ceptual, se formula a través de las relaciones sociales. De este modo, la red
de lugares se encuentra en perfecta simetría con una red social, de ningún
modo abstracta, ya que se encuentra ineluctablemente anclada a territorios
y objetos específicos. En el contexto que aquí nos interesa surgen las redes
circulatorias como elementos capaces de fijar al transmigrante a los espacios
que practica para crear los territorios de su movilidad. Las redes de nodos
fijos y de flujos le permiten al sujeto migrante calificar lugares, lo que a su
vez se traducirá en la asignación de valores específicos a cada uno de ellos
y posteriormente en la jerarquización de estos.
El estudio de la vida cotidiana resulta ser entonces el marco teórico-
32 conceptual más adecuado para comprender cómo los transmigrantes usan
el espacio. Los estudios de la vida cotidiana se suelen basar en el trabajo, la
familia y el tiempo libre como las esferas que rigen la trama de vida de los
actores, sin embargo, también observamos que esta visión se restringe a los
sujetos en situación sedentaria, mientras que otras esferas, como por ejemplo
la de las relaciones institucionales, pueden tener un gran peso en la articula-
ción de la espacialidad cotidiana de los transmigrantes.
De este modo, quedan algunas preguntas pendientes en torno a los
elementos que hacen de los espacios practicados por los transmigrantes lu-
gares específicos de los territorios migratorios. Por ejemplo, ¿cuáles son las
esferas que animan la trama de la vida cotidiana de estos actores; trama que
los vincula con el espacio y organiza los lugares que practican?, ¿cuáles son
los criterios que se toman en consideración a la hora de calificar los lugares
del tránsito migratorio?, ¿qué elementos subjetivos intervienen en la jerarqui-
zación de los lugares practicados por los actores de la migración por etapas?

Notas

* Artículo formulado a partir del marco teórico (capítulo i) de la tesis de maestría
en Estudios Regionales del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora.

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El sentido territorial... F. Khayar

1 La noción de los lugares practicados y transitados nos remite al espacio vivido,


mientras aquella de los lugares representativos nos acerca a la idea de los espa-
cios de vida.
2 Gildas Simon señala que el campo migratorio surge de la noción de campo de
Pierre Bourdieu. Pierre Bourdieu desarrolla la idea de que la socialización se da
a través del habitus. El habitus es el conjunto de habilidades y modos de perci-
bir el mundo que el actor de determinado campo adquiere directamente de su
medio-ambiente cercano, es decir, a través de la comprensión, hasta cierto punto
inconsciente o espontánea, de las estructuras sociales objetivas que lo rodean (y
que conforman su campo social). La posibilidad de ser eficiente, o sobresaliente
en un campo (dependiendo de las metas y necesidades individuales) depende
del capital social, económico y/o cultural con que el actor cuenta dentro de un
campo específico. La aportación de Simon frente a la noción de campo, es que
subraya la necesidad de comprender el posicionamiento geográfico de los ele- 33
mentos que conforman los campos sociales.

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Los sectores económicos y la inmigración


como indicadores en la construcción de hipótesis
y explicaciones causales: una década
en los municipios de Jalisco, 1990-2000*
Jorge Alberto Cano González
37

Introducción

E n este artículo parto de la premisa de que la formación del territorio es el


resultado de la apropiación del espacio por los individuos que en él desarro-
llan y estructuran hechos sociales. Estos hechos se observan en las diferentes
actividades cotidianas de los individuos, las cuales son llevadas a cabo para
resolver sus necesidades (materiales o simbólicas). Así, el territorio es un ente
que se construye, que es posible identificar a partir de los fenómenos que los
individuos generan en interacción con él.
Para sustentar la premisa anterior retomo las ideas de diferentes autores
que han hecho análisis sobre el tópico: el espacio como totalidad contiene a
los hombres, las empresas, las instituciones, el medio ecológico, la infraes-
tructura, etc. (Santos, 1986); la idea de espacio antecede a la de territorio, ya
que se le adjudican valores de uso y es el escenario donde son posibles las
acciones y los objetos (Giménez, 2000); la configuración del territorio remite
al espacio que es apropiado –simbólica y materialmente– y delimitado, por
lo tanto, se deben tener presentes las relaciones de poder, resistencia y pose-
sión que hacen los individuos de él (Bourgeois y Bourgeois, 2005; Giménez,
2000 y Montañez y Delgado, 1998).

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Así, el territorio es el escenario construido donde se observan las dife-


rentes acciones que los individuos realizan, además de que también es po-
sible entrever la influencia que el espacio deja en las actividades humanas.
Los fenómenos económicos y la inmigración son dos indicadores referentes
a las acciones de los individuos en un espacio dado y dichas acciones dan
lugar a la formación de territorios particulares.
Es necesario puntualizar que a través de este artículo sólo pretendo co-
nocer las tendencias generales en el ámbito municipal, para que, a partir de
ellas, se puedan generar inferencias y poder plantear preguntas más pun-
tuales. De esta forma, busco identificar e inferir la interrelación entre las
actividades económicas y la inmigración, cuál ha sido el comportamiento
de ambos fenómenos en un lapso (1990-2000) y cómo se distribuyen en el
territorio.
38 El objetivo particular del artículo es hacer un acercamiento a la estruc-
turación del territorio a partir de los dos fenómenos siguientes: las cuestiones
económicas y la inmigración. Partiendo de estos dos parámetros se inferirá
de forma general la vocación adscrita a un territorio, además de la interac-
ción entre las actividades del hombre y su espacio. Considero que ambas se
encuentran estrechamente relacionadas y que, a través de observar cómo se
manifiestan en el espacio, podemos explicarlas.
Mi interés particular estriba en que estos dos fenómenos inciden direc-
tamente en la apropiación del espacio y dan lugar a formas específicas de
configurar territorios. Así, ante las condiciones demográficas y económicas
actuales, estas se han convertido en factores fuertemente entrelazados; a tra-
vés de ellas podemos acercarnos a comprender los nuevos usos, formas y
sentidos que adquieren los espacios apropiados. Además, he podido obser-
var más acuciosamente que en la costa jalisciense en los últimos 50 años el
fenómeno de la migración y las decisiones político-económicas han influido
fuertemente en la transformación del espacio costero antes subutilizado.
Parto de la hipótesis de que las actividades económicas son un factor
importante en los procesos de inmigración, pues dependiendo de su incre-
mento o decremento se generan flujos migratorios. Considerando, además,
que los desplazamientos de población no son incentivados homogéneamen-
te por las actividades económicas. Por tanto, el desarrollo o estancamiento
de algún sector económico puede generar flujos migratorios de atracción-

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Los sectores económicos... J. A. Cano

expulsión; la correlación que haya entre los sectores económicos y la inmi-


gración permitirá plantear posibles explicaciones y/o preguntas de investiga-
ción.
Cómo ya señalé, el análisis tendrá como unidad a los municipios del
estado de Jalisco entre los años de 1990 y 2000; este es un espacio pertinente
para hacer inferencias de lo que ahí sucede a pesar del grado de sesgo que
pueda haber, sesgo que es posible subsanar con un análisis más minucioso.
Considero que el nivel de acercamiento utilizado en el artículo puede jus-
tamente llevar a ciertas interrogantes. Si bien homologaré las condiciones
de los fenómenos a dicha unidad, el municipio, supongo que aun dentro de
ella es posible encontrar grandes diferencias. Por ejemplo, en la ciudad de
Puerto Vallarta se concentra la mayor parte de la población del municipio,
del mismo nombre, la que en su mayoría se dedica a los servicios, ya que ahí
se han desarrollado actividades del sector turismo. Dicha ciudad se ha con- 39
vertido en un polo de atracción tanto de población como de inversionistas,
mientras que en el resto de las localidades del municipio hay una emigración
hacia aquella.
Una forma de explicarnos el desplazamiento de población y la ubica-
ción de determinadas actividades económicas está en función de la inserción
del municipio y el lugar que este toma dentro del proceso de globalización.
Esta se “concibe explícitamente como una manera universal de organizar
el mundo social y natural” (Mc. Michael, 1988: 21). Dependerá del nicho
económico en el que se inserta el municipio lo que le dará su posición pri-
vilegiada o marginada con respecto a las implicaciones de un mercado en la
era de la globalización.
Ahora bien ¿cómo entender lo que pasa en el ámbito municipal sin
antes diferenciar los contextos particulares de dos escenarios en donde se
gestan los procesos sociales? Me refiero a los ámbitos rural y urbano. Aquí
básicamente haré referencia a dos importantes esencias de dichos contextos:
dentro del fenómeno de la globalización, para comprender el ámbito rural
hay que concebir a este como una forma generalizada de ocupación del es-
pacio, vinculada especialmente a la explotación de recursos naturales; el es-
pacio urbano se observa como un sistema gigantesco de recursos, la mayoría
de los cuales han sido construidos por el hombre, es un sistema de recursos

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localizado territorialmente que no puede ser utilizado en cualquier parte y su


disponibilidad depende de la accesibilidad y proximidad (Harvey, 1985: 66).
Considero pertinente retomar dichas condiciones porque: 1) En el ám-
bito rural actualmente las actividades agrícolas no necesariamente predo-
minan; podemos encontrar casos en los que el municipio no cuenta con
localidades grandes y están catalogadas como rurales, aun cuando el sector
primario no sea importante y la inmigración sí; por ende, podemos inferir
que son los sectores de transformación o de servicios los que prevalecen, y
2) Me pregunto si, de los municipios donde hay mayor población inmigrante,
se puede afirmar que hay desarrollo urbano y que eso motiva la atracción,
aun cuando no aparezca dentro de los municipios que tienen vocación de
servicios o industriales.
Por tanto, espero encontrar una importante relación entre los indicado-
40 res de los sectores económicos y los de inmigración municipal. Dicha rela-
ción no está estrictamente dada por los designios del mercado, pues, como
apunté anteriormente, el espacio desempeña un papel importante porque es
una estructura que forma parte de lo social, que está subordinado y subor-
dina, que es generado y generador, es una realidad objetiva, independiente-
mente de las percepciones que tengamos de él (Hiernaux y Lindón, 1993).
En suma, este es un primer acercamiento-ejercicio para plantear posi-
bles explicaciones de la situación municipal en el estado de Jalisco; en lugar
de respuestas acabadas, busca generar interrogantes.

Metodología y técnicas de investigación

Al utilizar indicadores que refieren a ámbitos distintos (económicos y migra-


torios) busco, precisamente, plantear posibles explicaciones, y que estas a su
vez generen preguntas más precisas sobre lo que sucede en el ámbito muni-
cipal.1 Considerar sólo uno de ellos conllevaría a perder de vista el vínculo
que pueden guardar entre ellos. Así, hacer el ejercicio de identificar el víncu­
lo entre dichos fenómenos me llevó a considerar como método de trabajo lo
que se ha denominado “método de los desfases” (Viqueira, 2002: 402).
Con el método de los desfases se parte de la idea de que la dinámica
histórica (ya sea social o personal) nace y se expresa en los desfases: entre el

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Los sectores económicos... J. A. Cano

grupo y la persona, la identidad y la cultura, el pasado y el presente. Así, la


finalidad de este método es mostrar los desfases que se producen entre las
distintas formas de aparecer del sujeto, tratando de mostrar la gran diversidad
de posibles formas de territorializar el espacio. El hecho de utilizar variables
distintas lleva a comparar las unas con las otras, poniendo en evidencia la
imposibilidad de todo sujeto de coincidir consigo mismo (Viqueira, 2002:
391-397).
En suma, dicho método busca, más que llegar a explicaciones acaba-
das, interrogarse por los desfases existentes entre las variables consideradas
y cómo estas construyen territorios particulares. A partir de las coincidencias
y divergencias entre los indicadores se pueden ir multiplicando las preguntas
que se planteen a la realidad estudiada. También se busca ilustrar el hecho
de que las personas construyen (y destruyen) el mundo en el que habitan,
y, al mismo tiempo, se construyen a ellas mismas. Lo que la superposición 41
de los mapas (léase la representación de un indicador) permite demostrar es
justamente cómo los hombres en sociedad construyen nuevas realidades a
partir de las anteriores (Viqueira, 2002: 397-402).
Para el caso que nos ocupa, analizar el comportamiento de un indica-
dor económico en el territorio nos da luces, por ejemplo, sobre la impronta
que deja en una superficie específica. Si tal indicador es vinculado con otro
fenómeno social, como lo es la inmigración, pueden derivarse inferencias
y más preguntas buscando dar cuenta de la realidad considerada, además
de cuestionarse por qué tienen o no relación. Si a lo anterior le agregamos
el comportamiento de los indicadores durante un lapso, podemos aventurar
tendencias y/o manifestaciones de los mismos.
Podemos sintetizar que el territorio construido deja su impronta en las
acciones de los individuos y estos a su vez en aquel y, por lo tanto, es me-
nester acercarnos a conocer las manifestaciones que dan forma al territorio.
Además, cada fenómeno caracteriza y delimita un territorio, por ello, partir
de un ente capaz de ser asible, como el municipio, posibilita el análisis en
su interior. También en dicho ámbito es posible ver y delimitar el comporta-
miento de dos fenómenos que, si bien pueden tener influencia más locali-
zada o extendida, nos permite un primer acercamiento para, como apunta
Viqueira, interrogarnos más acuciosamente sobre las diferentes esferas de las
que forman parte los individuos.

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Para implementar la metodología planteada utilizaré un sistema de in-


formación geográfico (sig) a partir del cual podré ver cómo territorialmente
se manifiestan los indicadores utilizados. Así, intento identificar la prepon-
derancia de determinados fenómenos. Para esquematizar el comportamiento
de los indicadores señalados y ver cómo estos configuran el espacio me auxi-
lié del programa Arc Map 9.2; los datos que deriven del análisis estadístico
(trabajados en el programa Excel de Windows) serán mostrados cartográfica-
mente. Con estos dos programas trataré de dar cuenta del comportamiento
de la inmigración y los sectores económicos, con la premisa de que ambos
son importantes en la apropiación y formación del territorio.
La metodología refiere al hecho de captar un momento determinado
para conocer cómo el hombre construye el mundo que habita; en este sen-
tido, tanto las actividades económicas, como el desplazamiento de las per-
42 sonas, son buen parámetro para acercarnos a dicho fenómeno. Las técnicas
estadísticas y geográficas son de vital importancia para mostrar el quehacer
de los individuos en el territorio; por tanto, escenificar dónde se dan los
hechos y en qué proporciones, es una buena herramienta para responder y
generar nuevas interrogantes.
Utilizaré básicamente dos técnicas de análisis.
1. Un método estadístico que me permita conocer el comportamiento
de la población con respecto a sus actividades económicas y la inmigración.
Lo anterior se hará con los datos obtenidos del Instituto Nacional de Estadís-
tica, Geografía e Informática (inegi), referentes a los municipios del estado
de Jalisco; se construirán indicadores que refieran al crecimiento porcentual
anual entre dos momentos (1990-2000) para, con base en ello, conocer su
comportamiento en dicho periodo. Una vez hecho el análisis del comporta-
miento compararé las similitudes y diferencias con respecto a la media de los
casos, de tal suerte que pueda observar qué tanto se alejan de las tendencias
generales de los casos estudiados.
2. Una vez que haya clasificado las tendencias de los casos, pasaré a
representarlos en el contexto geográfico, auxiliándome con el programa Arc
Map; ello con el fin de interrelacionarlos con el espacio y tratar de enten-
der su impronta. En este ejercicio no creo llegar al análisis de la inferencia
concreta del espacio y las políticas públicas, por ejemplo, para descifrar su

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Los sectores económicos... J. A. Cano

relación, pero sí llegar a generalidades que muestren el vínculo entre los


indicadores considerados.
Para construir los indicadores económicos utilicé los datos referentes a
la población económicamente activa (pea), la cual se divide por sectores eco-
nómicos: primario, secundario y terciario. Para el año de 1990 se encontra-
ron agregadas todas las actividades económicas en dichos sectores, mientras
que en el 2000 el inegi desglosó el sector primario: “total de la población
ocupada según sector de actividad agricultura, ganadería aprovechamiento
forestal, pesca y caza” (inegi, 1990 y 2000). De ahí la necesidad de sumar
los parciales. Una vez sumados los parciales, homologando las actividades
económicas por sector y para cada año, procedí a sumarlos para posterior-
mente restarlos al total de la población y así tener la pea. Una vez obtenida
la pea procedí a dividir cada sector económico entre aquella y multiplicarlo
por cien para obtener porcentajes según sector. Con la fórmula ((A2/B2)^(1/ 43
(A1/B1)))-1 obtuve el comportamiento porcentual anual para el periodo se-
ñalado.
En lo referente a la inmigración municipal construí el indicador a partir
de los datos referentes a la población no nacida en la entidad y a aquella que
nació fuera del país. Hice operaciones de resta y suma similares a las de los
indicadores económicos, para obtener el indicador total de la muestra sobre
población inmigrante, y apliqué la misma fórmula para ver su comporta-
miento para los mismos años.
Una vez obtenidos los indicadores y su porcentaje de variación en el
periodo, pasé al análisis clasificatorio, auxiliándome con el análisis divariado
del valor de índice medio, y ubicándolos según su posición en el sistema de
coordenadas XY. Así, pude comparar en el periodo dos variables distintas y
ver su comportamiento según su ubicación respecto a la media, de tal suerte
que fue posible vislumbrar la relación entre las actividades económicas y la
atracción de población al municipio: “cada una de las variables del conjunto
de casos es reducida a unidades de desviación típica, siendo estas unidades
adimensionales, por lo que vienen a ser independientes de las unidades en
que se expresan originalmente. De esta manera se posibilita comparar entre
sí variables referentes a tópicos distintos, lo que equivale a poder comparar
‘peras con manzanas’, debiendo mantener presente la debida reserva que,
desde luego, induce esta transformación” (García de León, 1989: 71).

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De esta forma, encontré cuatro grupos. En efecto, la representación car-


tográfica, al comparar los indicadores económicos y de inmigración, mues-
tra que existen cuatro posibles combinaciones respecto de la media. En el
grupo i, ambos indicadores están por encima de la media; en el grupo ii, el
indicador sobre la inmigración está arriba de la media y las actividades eco-
nómicas abajo; en el grupo iii, ambos indicadores se encuentran por debajo
de la media; por último, en el grupo iv, el indicador económico se encuentra
arriba de la media respecto de la población inmigrante.

El sector primario y la inmigración

Con base en el análisis de los indicadores construidos podemos ver qué mu-
44 nicipios de tierra adentro, eminentemente agrícolas y/o agroindustriales, son
los que se posicionaron en el grupo i, lo que me lleva a inferir que las ac-
tividades relacionadas con el ámbito rural generaron atracción. Este grupo
representa 29.8% colocándose en la segunda posición según su aporte de
representatividad. Dos hipótesis a aventurar: la inmigración en dichos muni-
cipios responde al incremento de las actividades agroindustriales en donde
se necesita mano de obra de diversa índole (jornaleros, técnicos, ingenieros,
etc.); la inmigración es el resultado del regreso de personas que habían emi-
grado a Estados Unidos u otros estados de la república mexicana y regresan
con la posibilidad de dedicarse a las actividades del campo, una vez que han
logrado hacerse de capital para ello.
El grupo ii implica la disminución de personas dedicadas al sector pri-
mario y el aumento de la inmigración. Este grupo representa 12.1% de los
casos, es el menos significativo cuantitativamente. Se puede inferir que este
comportamiento se debe al incremento de los otros sectores, pues si no ¿de
qué forma podría explicarse la atracción a dichos municipios?; otra explica-
ción que se puede aventurar respecto a la disminución de la población dedi-
cada a las actividades primarias, es que las actividades agrícolas demandan
menos mano de obra por X razón, ya sea porque se han mecanizado algunos
procesos y/o porque las actividades en el campo no han sido incentivadas;
también habría que observar más minuciosamente qué tipo de actividades se
están desarrollando, capaces de generar flujos migratorios.

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Los sectores económicos... J. A. Cano

La relación sector primario-inmigración muestra que la mayoría de los


casos se localiza en el grupo iii, el cual corresponde a aquellos municipios
donde el comportamiento muestra un saldo negativo en ambos indicadores.
Este grupo aporta 33.9% de los casos. Dentro de este grupo tenemos a los
municipios de la costa con vocación turística. Sería de esperar un decre-
mento en actividades del sector primario, pero no una disminución en su
inmigración, pues como polos turísticos se esperaría que fueran atractivos a
la inmigración. Por ello podemos inferir una desaceleración en su economía
o estancamiento del sector turístico lo que pudo ocasionar no convertirlos
en lugares atractivos de inmigración. Habría que revisar con más detalle las
cifras económicas para corroborar las explicaciones anteriores; sin embargo,
ya se puede señalar que con la comparación del indicador inmigración y los
demás sectores, podemos entrever el comportamiento de estos e intuir si hay
alguna relación en detrimento de algún sector. 45
Los casos clasificados en el grupo iv refieren a una disminución en la
inmigración, pero con un aumento de la población dedicada a actividades
primarias. Su aporte es de 24.2%, siendo el penúltimo en importancia de
representación. Habría que ver cuáles son las actividades primarias desarro-
lladas y por qué no han necesitado de mano de obra externa, aun cuando
se ha generado un incremento en la población ocupada (véanse cuadro 1 y
mapa 1).

Cuadro 1. Comparación de la relación entre actividades primarias


e inmigración según crecimiento 1990-2000 (porcentajes)

Grupo Respecto a la media Casos Porcentaje de los casos

i Superior 37 29.8
ii Inferior 15 12.1
iii Inferior 42 33.9
iv Superior 30 24.2
Total 124 100.0

Fuente: elaboración propia con datos de inegi (1990 y 2000).

D. R. © 2012, Instituto Mora


Se autoriza la reproducción total o parcial de este artículo, siempre y cuando se cite la fuente.
Espacios tatuados. Textos sobre el estudio de las regiones y los territorios isbn: 978-607-7613-86-2

Mapa 1. Relación sector primario-inmigración, Jalisco 1990-2000

46

Fuente: elaboración propia con datos de inegi (1990 y 2000), inegi (2001).

Sector secundario e inmigración

La relación entre estos dos indicadores muestra una alta polarización en su


comportamiento: un conjunto de municipios se localiza en el grupo i, en
este ambos indicadores se encuentran por encima de la media; el otro grupo,
localizado en el grupo iii, registra un comportamiento por debajo de la media
también en ambos indicadores.
De tal comportamiento podemos derivar dos hipótesis también polari-
zadas:

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Los sectores económicos... J. A. Cano

1. Las actividades económicas secundarias han crecido de tal forma


que se han convertido en generadoras de mano de obra y, por lo tanto, polos
de atracción.
2. Dichas actividades tienen un saldo negativo en su desarrollo y no han
incentivado la inmigración hacia aquellos municipios donde predominan.
También podemos ver que dentro del grupo i la mayoría de los munici-
pios se localiza en tierra adentro y algunas zonas netamente agroindustriales,
por lo que queda pendiente hacer un análisis desagregando las actividades
con el fin de observar cuáles de estas han fomentado el crecimiento de la
población dedicada a dicho sector.
Los municipios localizados en el grupo i muestran la relación entre el
incremento de actividades secundarias y, por lo tanto, un incremento en
la inmigración hacia esos municipios. Este grupo representa 41.9% de los
casos, por lo que podemos inferir que este es menos dinámico en la mayoría 47
de los municipios y que, posiblemente, se ha tendido a concentrar las indus-
trias de transformación.
Es importante observar que los tres municipios de la costa norte del
estado se localizan en el grupo negativo de ambos indicadores, por lo tanto,
no puedo inferir que son las actividades económicas secundarias las que
puedan generar inmigración. La parte de los altos y la zona central del estado
presenta la misma tendencia, resaltando aquí el caso de la ciudad de Guada-
lajara y su zona metropolitana, ya que durante el periodo no se ha registrado
un aumento en sus actividades secundarias y, por lo tanto, estas no han sido
promotoras de inmigración hacia esos municipios.
El grupo iii representa 58.1% de los casos, un poco más de la mitad, por
lo que hay que considerar seriamente el impacto de la creación de empleos
a partir de la transformación de las materias primas, entre otros; también
tendré que realizar, eventualmente, un análisis minucioso con respecto al
comportamiento de las actividades englobadas en el sector económico se-
cundario, ya que ello puede dar luces para conocer si se está cambiando la
vocación de las ciudades hacía el área de los servicios, por ejemplo (véanse
cuadro 2 y mapa 2).

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Cuadro 2. Comparación de la relación entre actividades secundarias


e inmigración según crecimiento 1990-2000 (porcentajes)

Grupo Respecto a la media Casos Porcentaje de los casos

i Superior 52 41.9
ii Inferior 0.0
iii Inferior 72 58.1
iv Superior 0.0
Total 124 100

Fuente: elaboración propia con datos de inegi (1990 y 2000).

48
Mapa 2. Relación sector secundario-inmigración, Jalisco 1990-2000

Fuente: elaboración propia con datos de inegi (1990 y 2000), e inegi (2001).

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Sector terciario e inmigración

A diferencia de la anterior comparación, la distribución según la relación


sector terciario e inmigración es un tanto más equilibrada, considerando que
aquí sí tienen valores los cuatro grupos: el grupo i representa 29.8%; el grupo
ii aporta 19.4% de los casos; el grupo iii 12.1% y el grupo iv 38.7%. Dado
que he utilizado la misma variable de inmigración para los tres sectores eco-
nómicos, aquí es posible observar aquellos que se mantienen altos y bajos
con respecto a la media (véanse cuadro 3 y mapa 3).
Los municipios localizados en los grupos i y ii se localizan, principal-
mente, en la parte de tierra adentro del estado; observada esta tendencia
podemos inferir que las actividades secundarias y terciarias se han desa-
rrollado a la par, por lo que hace falta hacer un análisis más detallado para
ver el aporte de cada una de ellas al crecimiento de la población dedicada 49
a dichas actividades; en este caso, relaciono el sector secundario porque
considero que las actividades de transformación demandan servicios que
generan flujos de migrantes. Respecto a la inmigración se pueden aventurar
las siguientes hipótesis: algunas ciudades de tierra adentro se han convertido
en lugares turísticos; se han tecnificado actividades agrícolas demandando
mano de obra especializada y/o en estrecha relación con los servicios.
Concretamente el grupo ii remite al decremento en las actividades de
servicios con un incremento en la inmigración, por lo tanto, se debe señalar
que son las actividades primarias, principalmente, las que generan la inmi-
gración. Aquí también cabe hacer la relación con el mapa 1 donde se obser-
vó el incremento del sector primario.
Lo interesante del grupo iii es que en municipios en donde se hubiera
pensado que podrían registrarse incrementos en los servicios, en contraparte
con los sectores primarios y secundarios, no es así. La región de costa norte
(municipios de Vallarta y Cabo Corrientes), volcada a las actividades de ser-
vicios, no registra incremento y, como también hemos visto, tampoco registra
un incremento en la inmigración; por lo tanto, podemos considerarlos como
municipios en recesión de mano de obra. Las diferentes actividades de servi-
cios han registrado estancamiento, por lo que en un futuro se debería poner
atención en ellas con el fin de analizar qué está ocurriendo.

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Cuadro 3. Comparación de la relación


entre actividades terciarias e inmigración, 1990-2000

Grupo Respecto a la media Casos Porcentaje de los casos

i Superior 37 29.8
ii Inferior 24 19.4
iii Inferior 15 12.1
iv Superior 48 38.7
Total 124 100

Fuente: elaboración propia con datos de: inegi (1990 y 2000).

50
mapa 3. Relación sector terciario-inmigración, Jalisco 1990-2000

Fuente: elaboración propia con datos de inegi (1990, y 2000) e inegi (2001).

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En el grupo iv observamos aquellos municipios donde la población de-


dicada al sector terciario ha crecido. Aquí cabe hacerse las siguientes pre-
guntas: ¿cómo se ha desarrollado dicho sector sin atraer contingentes mi-
gratorios?, ¿qué actividades se han visto desplazadas en beneficio de esta?,
¿se ha reposicionado la mano de obra local en las nuevas actividades? Para
responder a las preguntas anteriores habría que observar en detalle qué ac-
tividades se han desarrollado y si existe una interrelación en detrimento de
algún sector.

Origen de la migración

A partir de este análisis podemos ver cuál es el origen y tendencia de la


inmigración al interior de los municipios del estado (si es nacional o inter- 51
nacional); el análisis arroja que en la mayoría de ellos se registra un incre-
mento en la inmigración internacional. De lo anterior se pueden inferir tres
hipótesis explicativas del fenómeno: es posible que en el censo de 1990 los
municipios se caracterizaran por ser expulsores de población; la población
que emigró de los municipios ha regresado a sus lugares de origen por cues-
tiones de recesión y/o políticas migratorias en sus lugares de recepción, y
este retorno involucra a los nuevos miembros de la familia que han nacido
o tienen origen allende los municipios en cuestión; se han desarrollado ac-
tividades (lúdicas o laborales) que han propiciado dicha atracción y que no
necesariamente son los pobladores que habían emigrado.
También puedo inferir que al ser los municipios de tierra adentro los
que registran mayor incremento de la inmigración nacional, y que son prácti-
camente los mismos que registraron incremento en el sector primario, enton-
ces las actividades relacionadas con la agricultura se han desarrollado y han
demandado inmigrantes nacionales como mano de obra, no capacitados,
aunque tal vez sea esta una opinión aventurada (véase cuadro 4).

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Cuadro 4. Comparación del mayor crecimiento


entre migración nacional e internacional 1990-2000

Inmigración según origen Casos Porcentaje de los casos

Nacional 29 23.39
Internacional 95 76.61
Total 124 100

Fuente: elaboración propia con datos de inegi (1990 y 2000).

mapa 4. Incremento de la inmigración según origen, Jalisco 1990-2000


52

Fuente: elaboración propia con datos de inegi (1990 y 2000), e inegi (2001).

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Los municipios y su crecimiento según sector

En el mapa 5 podemos observar que el crecimiento de la pea está relaciona-


do, principalmente, con dos de los tres sectores: el secundario y el terciario.
Así, independientemente de que haya incremento en las actividades prima-
rias, estas no se encuentran demandando mano de obra, no al grado de estar
por encima de las otras y, por lo tanto, se encuentran rezagadas con respecto
a la generación de empleos. No es de extrañar que las actividades primarias
sufran una involución con respecto a la población dedicada a ella, ya que la
tecnificación y el abandono del campo son dos factores característicos del
momento actual: “En la Encuesta Nacional de Empleo del año 2000 se obser-
va dicha tendencia, sus datos indicaron que en las localidades de menos de
2 500 habitantes sólo 56% de la población estaba en el sector agropecuario”
(Grammont, 2005: 15). 53
Las actividades terciarias ganan terreno, lo que queda evidenciado al
observar en el cuadro 5 el mayor número de casos en dicho sector, y se pa-
tentiza con base en el incremento de la población que se dedica a ellas: en
83.9% de los municipios se observa incremento por encima de los otros sec-
tores. Cabría hacer un acercamiento más detallado para descubrir la impor-
tancia de determinadas actividades y saber si algunas de ellas están atrayen-
do al grueso de las demás o si todas las que están registrando un incremento
lo hacen de forma proporcionada.
También puedo inferir que son las actividades secundarias en muni-
cipios netamente rurales (como Tomatlán en la costa, por ejemplo) las que
propician incremento en el sector servicios. No conozco las condiciones de
todos los municipios; por lo tanto, habría que adentrarse en las condiciones
de otros para saber si las actividades secundarias son las que generan de-
sarrollo en municipios con una población rural mayoritaria o si en ellos se
han desarrollado, de forma incipiente, atractivos que fomenten actividades
terciarias.

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Cuadro 5. Comparación del mayor crecimiento


entre actividades económicas en el periodo 1990-2000

Sector Casos Porcentaje de los casos

Primario
Secundario 20 16.1
Terciario 104 83.9
Total 124 100

Fuente: elaboración propia con datos de inegi (1990 y 2000).

54 mapa 5. Sectores económicos con crecimiento


a escala municipal, Jalisco 1990-2000

Fuente: elaboración propia con datos de inegi (1990 y 2000), e inegi (2001).
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Conclusiones

El estudio a partir del municipio, como unidad de análisis, ha permitido un


primer recorte espacial para tener un acercamiento y buscar comprender
cómo se están comportando en él los sectores económicos y la inmigración.
La inmigración y las actividades económicas (aglutinadas en los sectores pri-
mario, secundario y terciario) son dos indicadores importantes para carac-
terizar el uso del espacio, y nos ilustran sobre la construcción del territorio
y sus características; la construcción del territorio deriva de las acciones de
los grupos sociales y las características surgen al conocer qué actividades
económicas sobresalen e inferir qué recursos son explotados y/o con qué
infraestructura se cuenta, entre otros factores.
Haber elegido los indicadores señalados líneas arriba fue resultado de
observar y preguntarme, en diversos trabajos de campo y conviviendo con 55
la gente, cómo es que las actividades humanas desarrollan una relación de
ida y vuelta con el espacio. Esta relación implica una impronta recíproca y
es posible observarla tanto en las limitantes que el espacio puede ofrecer
respecto a los usos que podemos hacer de él, como en su transformación
resultado de las actividades del hombre.
Ante una dinámica social que está fuertemente influenciada por las
cuestiones económicas, las que a su vez influyen fuertemente en los des-
plazamientos de la población, me pareció pertinente hacer el ejercicio de
caracterizar un territorio acotado de forma política y administrativa: el mu-
nicipio.
Si bien el desplazamiento de la población puede tener motivos alejados
de lo económico, es innegable que es posible identificar un fuerte vínculo
entre ambos indicadores. Con este ejercicio se pudieron identificar tenden-
cias y/o hacer inferencias, válidas para formular hipótesis susceptibles de
demostrarse. Tarea que, precisamente, queda pendiente.
Con el método de los desfases logramos en este artículo tener al final
más preguntas que respuestas. Si bien hasta aquí es posible conocer las ten-
dencias municipales con respecto al comportamiento de dos indicadores,
queda pendiente interrogarse más acuciosamente respecto a la realidad re-
gional, municipal o, incluso, local. Si cruzáramos indicadores como condi-
ciones geográficas, ecológicas, políticas públicas, historia de las poblacio-

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nes, prácticas culturales, etc., y dependiendo del grado de desagregación


de los datos, podríamos llegar a análisis más minuciosos sobre la realidad
municipal, incluso observar el comportamiento e influencia de tal fenómeno
fuera de dicho ámbito.
Ya algunos autores han señalado que “en el campo paulatinamente son
más las personas que no trabajan en el sector agropecuario y realizan activi-
dades manufactureras o de servicios” (Grammont, 2005: 15). Por tal motivo,
las transformaciones que suceden, tanto en localidades urbanas, como en ru-
rales, difícilmente se pueden homologar; aun menos si solamente contamos
con apreciaciones derivadas de datos cuantitativos referentes a un espacio,
tomado como si este fuese homogéneo.
Algunas de las tareas que pueden derivarse de este primer acercamiento
son: analizar qué sucede en los altos de Jalisco para adentrarnos en los in-
56 tersticios de la migración hacia Estados Unidos y el impacto de las remesas
o del regreso de los “paisanos” a sus lugares de origen; observar con detalle,
en la costa jalisciense, la influencia del turismo, concretamente en lugares
como Puerto Vallarta, Barra de Navidad, Melaque, Tenacatita, Punta Pérula,
etc.; estudiar el comportamiento de las actividades agrícolas en municipios
donde predomina dicha actividad: Tomatlán, Tequila, Autlán, Sayula, Tama-
zula, etc., con el fin de responder a fenómenos como los vaivenes en los
flujos migratorios y el auge o estancamiento de la agricultura. Estas son sólo
algunas de las interrogantes que se desprenden del ejercicio aquí presentado.
A vuelo de pájaro he podido hacer hipótesis y/o posibles explicacio-
nes sobre lo que sucede en algunos municipios que conozco a detalle; de
otros, sólo tengo nociones de su situación. Conocer en dónde predominan
las actividades agrícolas, agroindustriales, industriales o de servicios me ha
servido para aventurar algunas hipótesis; de algunos municipios he preferido
no mencionar nada pues carezco de antecedentes.
Reitero que este es sólo un acercamiento para tratar de caracterizar
al estado de Jalisco, a partir del cual podemos aventurar hipótesis, más no
conclusiones acabadas, pues para ello tendríamos que analizar con detalle
lo que sucede a una escala micro, salvadas las diferencias internas del mu-
nicipio.
Como se mencionó en la introducción, más que responder preguntas
con el método utilizado, lo que he buscado es configurar el territorio jalis-

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Los sectores económicos... J. A. Cano

ciense con base en un indicador que, al ser comparado con otro, hace más
complejo el objeto de estudio. Si bien, bajo un sólo indicador es relativa-
mente fácil observar cómo se comporta la población en el espacio, añadien-
do otros indicadores podemos complejizar la comprensión de la realidad
social e inferir sobre la interrelación que guardan las actividades humanas en
el proceso de la configuración de los territorios.
Considerar un parámetro (la media de los casos) a partir del cual ubicar
a los municipios es un buen comienzo para complejizar la comprensión
sobre la realidad de los municipios del estado. El haber utilizado técnicas
estadísticas, si bien ha permitido identificar el comportamiento de los indica-
dores en lo cuantitativo, no implica dejar de lado un estudio cualitativo que
nos permita hacer preguntas más específicas; apelar sólo al análisis cuantita-
tivo nos llevaría a homologar casos que si bien pueden comportarse de forma
semejante en las cifras, tal comportamiento puede deberse a historias y/o 57
indicadores diferentes. Por otro lado, considerar lo cualitativo como única
directriz en la investigación, puede no permitirnos ver una gran variedad de
casos ni poder hacer comparaciones que nos lleven a vincular el caso de
estudio fuera de un pequeño grupo.
Los indicadores económicos y de inmigración nos han permitido hacer
inferencias respecto al impacto que generan en la población a escala muni-
cipal, pero también el considerar que hay demandas y tendencias mundiales,
y que estas repercuten en el ámbito local, nos permite deducir y vincular
hechos que están más allá de los límites político-administrativos. Bajo la
premisa de que hay relaciones que se suceden en el ámbito local vinculados
a intereses globales, podemos entender y explicar buena parte de los hechos
observados. Así, ya no solamente buscaríamos comprender las acciones que
“territorializan” el espacio en función de los actores sociales que son ase-
quibles, también podríamos comprender qué intereses allende las fronteras
municipales repercuten en su interior.
La hipótesis planteada para este trabajo ayudó a inferir posibles expli-
caciones respecto a la relación que guardan las actividades económicas y
la inmigración. Queda como tarea ir respondiendo a las preguntas que se
derivaron de este trabajo; acotar más el objeto de estudio, además de es-
pecificar y afinar los indicadores que derivan de este primer ejercicio para

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comprender lo que ha pasado en una década o en un periodo más amplio en


los municipios del estado de Jalisco.

Notas

* El artículo surge de reformulaciones a partir de dos trabajos presentados en los


talleres del primer semestre Estadística Aplicada al Análisis Regional de América
Latina y Sistemas de Información Geográfica de la maestría en Estudios Regiona-
les del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora.
1 El municipio de San Gregorio Cerro Gordo, número 125, no aparece en los cen-
sos de 1990 y 2000, es por ello que sólo se contabilizan 124 municipios. Es de
suponer que es de reciente creación ya que en el censo de 2010 sí está registra-
58 do. En los mapas que se manejaron sí aparece el municipio, pero no cuenta con
leyenda alguna.

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Los sectores económicos... J. A. Cano

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Evaluación del Programa de Apoyos Directos


al Campo (Procampo)*

Matthew James Lorenzen Martiny

61

E ste artículo tiene la intención de examinar el Programa de Apoyos Direc-


tos al Campo (Procampo), un programa de apoyos monetarios directos a los
agricultores mexicanos que fue puesto en marcha a finales de 1993 con el
objetivo de compensar a los productores por el proceso de apertura econó-
mica y el retiro del control sobre los precios agrícolas.
La larga duración del Procampo y su importancia en el presupuesto sec-
torial hacen de este programa un objeto de estudio especialmente relevante
en el campo de los estudios regionales, en particular para el análisis de las
tendencias en la producción agropecuaria así como de las condiciones y es-
trategias de vida de una parte significativa de la población rural. No obstante,
insistiremos en subrayar la discordancia entre los objetivos ambiciosos del
Procampo y sus impactos divergentes tanto regionales como sociales.
El texto se compone de tres partes. En un primer momento desarrolla-
remos lo esencial del Procampo: la razón por la cual fue instaurado el sub-
sidio, sus objetivos, sus condicionalidades, su presupuesto y el monto de los
apoyos, el número de personas y la superficie beneficiados, sus principales
modificaciones a lo largo del tiempo, entre otras características.
Después, analizaremos cuatro evaluaciones oficiales del programa, re-
sumiendo sus principales hallazgos y criticando subsecuentemente sus fun-
damentos, su metodología y sus resultados. Opondremos en esta parte las

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visiones optimistas de las evaluaciones oficiales con las difíciles condiciones


que persisten en el campo mexicano y en el sector agrícola. Por otra parte,
examinaremos los problemas y los puntos negativos del programa, particu-
larmente su carácter regresivo; es decir, el hecho de que beneficia más a los
productores con mayores recursos.
En último lugar haremos un breve balance del programa. Sin embargo,
avanzando algunas observaciones finales, señalamos que una evaluación
real y con profundidad de los impactos y de la pertinencia del Procampo de-
penderá de un mejoramiento y corrección de las evaluaciones e indicadores
oficiales, cuyas fallas impiden obtener, hasta hoy en día, una evaluación de
resultados integral e imparcial del programa.

62 Las características esenciales del Procampo

Particularidades y condicionalidades del programa

El Procampo fue puesto en marcha a finales de 1993 como un mecanismo


de transferencia monetaria para compensar a los agricultores mexicanos ante
los subsidios que reciben sus competidores extranjeros, remplazando el es-
quema anterior de precios de garantía1 para los granos y las oleaginosas.2 En
otras palabras, el Procampo buscaba compensar a los agricultores de granos
ante la caída esperada en los precios agrícolas inducida por la liberalización
comercial –que alinearía los precios internos con los precios internaciona-
les– y ante las reformas en los sistemas de regulación de los mercados inter-
nos (Puyana y Romero, 2005: 68).
De esta manera, el Procampo pertenece a la “categoría verde” de sub-
sidios, es decir, los subsidios que no tendrían efectos distorsionadores sobre
la producción o sobre el comercio,3 siendo compatible con los principios
establecidos en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (tlcan),
firmado con Canadá y Estados Unidos en 1993 y puesto en marcha en 1994
(fao, 1994: 64).
El subsidio directo del Procampo está asegurado por la agencia Apoyos
y Servicios a la Comercialización Agropecuaria (Aserca) de la Secretaría de
Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa), y

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Evaluación del Programa... M. J. Lorenzen

operado específicamente por los Distritos de Desarrollo Rural y los Centros


de Apoyo para el Desarrollo Rural. El apoyo consiste en un pago monetario
directo por hectárea, o fracción de hectárea, a los productores rurales inscri-
tos en el programa –que pueden ser personas físicas o morales (organizacio-
nes productivas, cooperativas, empresas, etcétera).4
El principal objetivo oficial del Procampo, plasmado en el artículo pri-
mero de su decreto de creación, es la transferencia de recursos en apoyo
a la economía de los productores rurales.5 No obstante, por medio de ese
decreto, se ideó para el Procampo un gran número de objetivos colaterales
ambiciosos: el mejoramiento de la competividad, la modernización del sis-
tema de comercialización, la promoción de alianzas entre el sector social
y privado, la conversión a cultivos y actividades más rentables, la conser-
vación de bosques y selvas, la reducción de la erosión de los suelos y de la
contaminación de las aguas, y la regularización de la tenencia de la tierra. 63
Incluso se incluyó, en los años siguientes al decreto, el objetivo de reducir la
emigración rural (Durán, 2007: 9).
Varias eran las condiciones para obtener el subsidio. La primera era
que las superficies estuvieran plantadas con maíz, frijol, trigo, arroz, sorgo,
soya, algodón, cártamo o cebada, en los ciclos agrícolas otoño-invierno
1993/1994 o primavera-verano 1994 y que fueran sembradas con al menos
uno de los cultivos elegibles en los tres ciclos agrícolas antecedentes al mes
de agosto de 1993.6 Una segunda condición del subsidio era que el produc-
tor debía mantener las tierras en explotación. Sin embargo, este último punto
fue modificado en 1995 para incluir las tierras que se encuentran en algún
proyecto de conservación autorizado por la Secretaría de Medio Ambiente
y Recursos Naturales (Semarnat). Por otra parte, el apoyo puede ser retirado
cuando los productores incumplen las reglas del programa, esencialmente,
cuando no cuentan con un expediente completo, cuando no siembran la
superficie declarada, cuando siembran cultivos ilícitos, o cuando la super-
ficie de los predios registrados excede los límites de la pequeña propiedad
establecidos en la Constitución.7
El apoyo monetario del Procampo es un pago directo por hectárea y no
varía de acuerdo con los rendimientos, los niveles de producción, los ingre-
sos o las formas de posesión de la tierra (privada, comunal o ejidal, por una
parte, y propiedad, usufructo, renta o aparcería, por la otra) (Schwentesius,

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et al., 2007: 107). Originalmente, el régimen hídrico (es decir, la disponibili-


dad o no de sistemas de irrigación) y las desigualdades en la superficie de las
parcelas no modificaban el monto del apoyo por hectárea, sin embargo estos
dos puntos fueron modificados, como veremos más adelante, para beneficiar
más a los pequeños productores sin irrigación.
El directorio de beneficiarios del Procampo (el padrón de predios y
productores beneficiados) se finalizó en 1995, siendo un padrón cerrado
hasta finales del año 2003, momento a partir del cual se autorizaron nuevas
inscripciones para aquellos productores que fueron excluidos injustificada-
mente del padrón o que eran elegibles cuando se estableció el padrón origi-
nal, pero que no se inscribieron (por desconocimiento del programa u otras
razones).8 Se dio prioridad en las nuevas inscripciones a productores con
ciertas características, principalmente, que tuvieran predios de hasta cinco
64 hectáreas; que estuvieran en zonas de alta marginación y que tuvieran bajos
ingresos; que fueran mujeres o indígenas; que los predios fueran ejidales o de
comunidades; que se hubieran realizado en los predios los trabajos de certi-
ficación y titularización de Procede;9 que se mantuvieran en explotación; y
que fueran de temporal.10
El Procampo beneficia a una gran parte de la población ocupada en el
sector agrícola y a una porción aún más importante de la superficie sembra-
da. En promedio, entre 1994 y 2009, 39.5% de las personas trabajando en
el sector primario fueron beneficiadas por el Procampo, al igual que 60.7%
de la superficie total sembrada. Sin embargo, el número de beneficiarios,
al igual que la superficie apoyada, se redujeron de forma importante desde
1994 (véase cuadro 1).
Más específicamente, en el primer año de funcionamiento, el programa
benefició a 3 300 000 productores, es decir 41.4% de los 8 000 000 de per-
sonas que trabajaban en el sector primario; mientras que en 2009 benefició
a 2 100 000, es decir 37.8% de los 5 600 000 personas que aún trabajaban
en el sector. La superficie beneficiada por el Procampo también se redujo,
pasando de 13 600 000 hectáreas en 1994 (65% de la superficie total sem-
brada), a 11 700 000 en 2009 (53.4% de la superficie total).
El presupuesto asignado al Procampo representó, en promedio, en el
periodo 1994-2007, alrededor de 5.1% del producto interno bruto (pib) del
sector primario y 0.2% del pib total nacional.11 El Procampo se convirtió

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Cuadro 1. Presupuesto del Procampo, productores y superficie beneficiados,
con porcentajes, 1994-2009

Productores Superficie
Pesos Pesos de Porcentaje beneficiados Porcentaje beneficiada Porcentaje de
corrientes 2009 del PIB (miles de del total de (miles de la superficie
Año (millones) (millones) primario personas) productores hectáreas) total sembrada

1994 4 848 23 462 6.5 3 295 41.4 13 625 65


1995 5 864 21 022 6.4 2 934 37.8 13 321 63.7
1996 6 793 18 122 4.9 2 987 39.7 14 306 67.2
1997 7 533 16 660 4.7 2 850 33.5 13 885 63.2
1998 8 492 16 200 4.6 2 780 38.6 13 869 63.6
1999 9 372 15 336 4.8 2 724 35.7 13 528 61.5
2000 10 379 15 511 5.1 2 681 40.1 13 571 62.3
2001 11 005 15 462 5.1 2 695 40.5 13 420 62.1
2002 11 851 15 853 5.3 2 792 41.4 13 698 63.2
2003 13 111 16 776 5.5 2 849 44.9 13 776 63.3
2004 13 810 16 879 5.2 2 673 41.6 13 080 59.8
2005 14 181 16 668 4.7 2 399 39.6 11 996 55.4
2006 15 025 17 041 4.5 2 320 38.5 12 356 57.6
2007 16 036 17 494 4.4 2 373 41.1 11 924 54.9
2008 16 678 17 307 n/c 2 393 41.6 11 996 54.8
2009 16 803 16 803 n/c 2 131 37.8 11 659 53.4

n/c: información no compatible con los datos anteriores.


Fuentes: elaboración propia con base en datos de: “Encuesta nacional de empleo y ocupación”, Instituto Nacional de Estadística y
Geografía, en <http://www.inegi.org.mx>. [Consulta: 20 de enero de 2011]; “En la búsqueda de un nuevo Procampo”, Apoyos y Servicios a la
Comercialización Agropecuaria, en <http://www.aserca.gob.mx>. [Consulta: 19 de enero de 2011]; “Índice nacional de precios al consumidor”,
Servicio de Administración Tributaria, en <http://www.sat.gob.mx>. [Consulta: 19 de enero de 2011]; Presidencia de la República (2009); siap
(2010); “Sistema de cuentas nacionales de México”, Instituto Nacional de Estadística y Geografía, en <http://inegi.org.mx>. [Consulta: 20 de
enero de 2011]; shcp (2008), y shcp (2009).
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así –con la eliminación del sistema de precios de garantía– en el principal


programa de la Sagarpa, ejerciendo alrededor de un cuarto del presupuesto
total de esa Secretaría. En 2009, el presupuesto del Procampo fue de 16 800
millones de pesos frente a un presupuesto total de la Sagarpa de 70 700 mi-
llones, es decir 23.8%.12 Sin embargo, en términos reales, el presupuesto del
programa cayó de manera significativa entre 1994 y 1999 (con una reduc-
ción de 34.6%), recuperándose muy parcialmente en los años 2000 (véase
cuadro 1). De esta manera, el valor real del presupuesto del Procampo tuvo
una caída de 28.3% entre 1994 y 2009. De la misma forma, la parte que re-
presenta el Procampo en relación con el pib primario bajó de 6.5% en 1994
a 4.4% en 2007.
En su primer año de funcionamiento, el apoyo del Procampo fue de
350 pesos por hectárea en el ciclo agrícola primavera-verano, el equivalente
66 a 100 dólares, y de 330 pesos en el ciclo otoño-invierno.13 El programa ex-
perimentó varias reformas para beneficiar de mejor manera a los pequeños
productores sin sistemas de irrigación, de tal forma que en 2009 los apoyos
se dividieron en tres cuotas diferentes: la Cuota Alianza, de 1 300 pesos
por hectárea para las explotaciones sin irrigación de hasta cinco hectáreas
plantadas en el ciclo primavera-verano; la Cuota Preferente, de 1 160 pesos
por hectárea para las explotaciones del ciclo primavera-verano sin irrigación
de más de cinco hectáreas en once estados elegibles y con un límite de su-
perficie en cada caso;14 y la Cuota Normal, de 963 pesos por hectárea para
todas las explotaciones del ciclo otoño-invierno y para el resto de las explo-
taciones del ciclo primavera-verano (explotaciones con irrigación y aquellas
sin irrigación de más de cinco hectáreas en los estados no elegibles para la
Cuota Preferente o que exceden los límites de superficie en los once estados
elegibles).15 Sin embargo, en términos reales, los apoyos se han reducido: el
monto real del apoyo de 1994 en pesos de 2009 fue de 1 694 pesos para el
ciclo primavera-verano y 1 597 para el ciclo otoño-invierno (véase cuadro
2), lo que significa que las modificaciones al Procampo en realidad no han
traído mayores recursos a los pequeños productores sin irrigación –el monto
real del apoyo incluso bajó ligeramente para estos–, sino más bien penalizó
a las grandes explotaciones irrigadas.
De hecho, la baja gradual de los apoyos formaba parte de la concep-
ción original del Procampo. Se previó que el programa durara quince años,

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Evaluación del Programa... M. J. Lorenzen

reduciendo cada año los apoyos y terminándose en 2008 –coincidiendo con


el año de la liberalización completa del comercio agrícola en el marco del
tlcan. El programa fue concebido con la suposición de que, después del
periodo de transición, los mercados agrícolas estarían suficientemente con-
solidados y los agricultores no tendrían ya necesidad de un programa de
subsidios (Puyana y Romero, 2005: 68). El hecho de que los apoyos fueran
mantenidos y que el programa haya sido renovado y extendido hasta 2012
por el presidente Felipe Calderón –en gran parte tras los reclamos de organi-
zaciones campesinas– refleja el hecho de que los productores rurales siguen
teniendo una gran necesidad de apoyos y que el Procampo está lejos de
alcanzar sus objetivos ambiciosos.

Las modificaciones al programa 67

Como vimos brevemente, el Procampo experimentó varios cambios, muchos


de los cuales fueron instrumentados para reducir los efectos regresivos que el
programa tenía claramente por su concepción –el apoyo es por hectárea, por
lo que los grandes productores reciben más que los pequeños.
Primero, el programa –dirigido a los agricultores que produjeron cerea-
les y oleaginosas en la primera mitad de la década de 1990– fue reformado
en 1995 para permitir la producción de cualquier cultivo lícito, con el objeti-
vo de incitar la reconversión hacia cultivos más rentables, esencialmente las
frutas y las hortalizas. Ese mismo año, como ya lo mencionamos, el carácter
obligatorio de dedicar la tierra a una finalidad productiva fue abolido y el
apoyo se autorizó a los productores rurales que dirigían proyectos ecológicos
autorizados por la Semarnat.
En 2001, el programa fue modificado para beneficiar más a los peque-
ños agricultores al entregar el apoyo monetario antes de la siembra a los
productores de hasta cinco hectáreas sin irrigación en el ciclo primavera-
verano y al acordar a los productores con superficies más pequeñas a una
hectárea todo el apoyo correspondiente a una hectárea completa (Puyana y
Romero, 2005: 69). Por otra parte, ese año se emitió la Ley de capitalización
del Procampo, para entregar a los beneficiarios –de hasta cierto límite de
hectáreas–16 la posibilidad de recibir, en un solo pago anticipado, los apoyos

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Cuadro 2. Montos reales de los apoyos por hectárea del Procampo (pesos de 2009), 1994-2009, por
ciclo agrícola y modalidad

Primavera-verano
Hasta 5 ha Con irrigación
Con o sin sin irrigación y más de 5 ha Cuota Otoño-invierno Cuota
Año irrigación (Cuota Alianza) sin irrigación Preferente¹ (con o sin irrigación) Normal²

1994 1 694 1 597


1995 1 577 1 434
1996 1 291 1 174
1997 1 230 1 070
1998 1 194 1 061
1999 1 159 1 024
2000 1 163 1 058
2001 1 165 1 093
2002 1 168 1 109
2003 1 318 1 158 1 117
2004 1 369 1 143 1 106
2005 1 363 1 132 1 098
2006 1 316 1 092 1 092
2007 1 265 1 050 1 050
2008 1 204 999 999
2009 1 300 1 160 963
¹ Explotaciones del ciclo primavera-verano sin irrigación de más de cinco hectáreas en once estados elegibles y con un límite de superfi-
cie en cada caso: seis hectáreas en Aguascalientes y Jalisco; siete en Colima y Sonora; ocho en Durango y Zacatecas; diez en Chihuahua, Sinaloa
y Tamaulipas; quince en Baja California Sur; y 18 en Baja California.
² Todas las explotaciones del ciclo otoño-invierno, explotaciones del ciclo primavera-verano con irrigación, explotaciones del ciclo
primavera-verano sin irrigación de más de cinco hectáreas en los estados no elegibles para la Cuota Preferente o que exceden los límites de
superficie en los once estados elegibles.
Fuentes: elaboración propia con base en datos de: “Acuerdo por el que se modifican y adicionan diversas disposiciones de las Reglas de
Operación del Programa de Apoyos Directos al Campo, denominado Procampo”, Sagarpa, Diario Oficial de la Federación, México, 8 de abril
de 2009; Aserca (2007); “En la búsqueda de un nuevo Procampo”, Apoyos y Servicios a la Comercialización Agropecuaria, en <http://www.
aserca.gob.mx>. [Consulta: 19 de enero de 2011]; “Índice nacional de precios al consumidor”, Servicio de Administración Tributaria, en <http://
www.sat.gob.mx>. [Consulta: 19 de enero de 2011.]
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futuros acumulados del Procampo hasta el año 2008, para financiar proyec-
tos productivos no solamente en la agricultura sino también en la ganadería,
la acuacultura y la silvicultura, promoviendo así la reconversión productiva
(uach y Aserca, 2003: 34).
A partir de 2003, los apoyos para los productores con superficies de
hasta cinco hectáreas sin irrigación en el ciclo primavera-verano fueron in-
crementados en relación con los apoyos destinados a los otros beneficiarios
(es decir, los productores del ciclo primavera-verano con irrigación y de más
de cinco hectáreas sin irrigación, así como todos los productores del ciclo
otoño-invierno) (Puyana y Romero, 2005: 69). Ese mismo año, como ya lo
indicamos, se establecieron las normas en el proceso de aceptación de nue-
vos beneficiarios para privilegiar a los productores pobres y sin irrigación.
Una nueva reforma fue establecida en 2009, dividiendo los montos
70 atribuidos a los tres grupos que ya hemos indicado: los productores sin irri-
gación de hasta cinco hectáreas del ciclo agrícola primavera-verano (Cuota
Alianza); los productores de primavera-verano sin irrigación de más de cinco
hectáreas en once estados elegibles, con un límite de superficie en cada caso
(Cuota Preferente); y el resto de los productores del ciclo primavera-verano
así como todos los productores del ciclo otoño-invierno (Cuota Normal).
Además, ese mismo año se estableció un límite superior de 100 000 pesos a
los apoyos que pueden ser entregados a cada beneficiario por ciclo agrícola,
aunque para las personas morales el monto máximo es calculado en función
de la aportación de superficie de cada uno de sus miembros sin que se ex-
ceda, para cada uno de ellos, el límite de 100 000 pesos (en otras palabras,
multiplicando los 100 000 pesos por cada miembro que aportó superficie).17
Desde los primeros años del funcionamiento del Procampo se estable-
ció la obligación de realizar una evaluación oficial anual del programa para
verificar y asegurar su eficacia. De esta forma, cada año se abre una con-
vocatoria –a instituciones académicas o de investigación– para hacer una
evaluación externa del Procampo que debe centrarse en el respeto o no de
las normas de operación, en los beneficios económicos y sociales derivados
del programa y en su eficacia (Durán, 2007: 12).
Especificaremos en el siguiente apartado los resultados más significati-
vos de cuatro evaluaciones oficiales del Procampo (de 1998, 2001, 2003 y
2007). Realizaremos también una crítica de esas evaluaciones, al igual que

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un contraste entre las aserciones de las evaluaciones oficiales y los datos


sobre la agricultura mexicana y sobre las condiciones de vida en el mundo
rural. Terminaremos el siguiente apartado haciendo una revisión de los pro-
blemas y de los elementos negativos del Procampo.

Las evaluaciones oficiales y la realidad del Procampo

Las visiones optimistas de las evaluaciones oficiales

Las evaluaciones oficiales del Procampo han tendido a confirmar la efi-


ciencia operacional del programa y a justificar su continuación, utilizando
para ello diversos indicadores que son generalmente los mismos que usa la
agencia Aserca en sus reportes internos. Esos indicadores describen diversos 71
aspectos, como la superficie y el número de beneficiarios inscritos en el pro-
grama, la mecanización de las unidades productivas beneficiadas, la utiliza-
ción productiva o no del subsidio, la conversión productiva, los proyectos
ecológicos, el mejoramiento de la competitividad, la creación de empleos,
el arraigo a la tierra, entre otros. La vasta gama de indicadores y objetivos
dio lugar a que las evaluaciones oficiales ofrecieran perspectivas favorables
para la continuación del programa. Sin embargo, hay que notar que una gran
parte de los indicadores son construidos gracias a encuestas de opinión a los
beneficiarios, sin el cruce con otras preguntas o fuentes de información, lo
que daña la imparcialidad de las evaluaciones, como veremos más adelante.
Resumimos enseguida los principales resultados establecidos en las evalua-
ciones de 1998, 2001, 2003 y 2007.
En la evaluación de 1998,18 si bien no había pretensión de establecer
relaciones de causalidad, diversos impactos positivos fueron atribuidos al
Procampo, desde el aumento en el consumo para 38% de los beneficiarios
hasta un mejoramiento en el precio de los productos agrícolas, derivado de
la percepción favorable de también 38% de los beneficiarios –mientras que
20% opinó lo contrario. La evaluación también resaltó que 39% de los bene-
ficiarios mejoraron sus rendimientos gracias al Procampo, que 90% atribuyó
al programa su continuación en la agricultura, y que 29% decía no haber
tenido que emigrar gracias al subsidio. De acuerdo con la evaluación, 17%

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de los productores consultados había usado el apoyo de Procampo sin fines


productivos. Otros puntos importantes fueron que 70% de los beneficiarios
utilizó el subsidio para la compra de fertilizantes y semillas, que 54% recibió
el apoyo en el periodo establecido en las normas, y que 68% de los bene-
ficiarios juzgó que el personal de la Sagarpa se ocupó de manera eficaz de
sus dudas y reclamos.
En la evaluación de 200119 domina también una visión optimista y se
asegura que el Procampo influye indirectamente en la mejora del nivel de
vida de los beneficiarios, si bien esa afirmación no tenía ningún soporte
complementario (Schwentesius et al., 2007: 117). De igual manera que en
la evaluación de 1998, se anotaron impactos positivos del programa, como
la prevención de la emigración (70% de los beneficiarios encuestados), el
incremento de los rendimientos (78% de los beneficiarios consultados), la
72 mejora de las condiciones de compra de los agroquímicos y las semillas
(70% de los beneficiarios), e incluso en la recuperación de los bosques (7%
de los beneficiarios). Se reconoce que 21% de los beneficiarios consultados
utiliza los apoyos sin fines productivos (es decir, para el consumo familiar),
cifra similar a la obtenida en la evaluación de 1998 (17%). Por otra parte,
la evaluación de 2001 concluye que el Procampo no fue suficiente para
permitir a los productores competir en el mercado internacional, por lo que
recomienda complementarse con otros programas y apoyos económicos pa-
ralelos. También se anota que sólo 10% de los beneficiarios afirma haber
convertido sus cultivos.
En la evaluación de 2003 (uach y Aserca, 2003), los impactos del Pro-
campo en la comercialización, el empleo, la reducción de la emigración, la
utilización productiva del subsidio, la conservación ambiental y los proyec-
tos ecológicos, así como en la organización de los productores, también fue-
ron considerados como positivos. Las conclusiones más importantes de esa
evaluación son que 17.2% de los productores beneficiados encuestados afir-
maron que sin el Procampo tendrían que dejar de sembrar sus tierras; 13.5%
manifestó una mejora en cuanto a la comercialización de sus productos;
30.9% de los productores encuestados realizaba actividades de protección
ambiental (sin embargo, ninguna otra prueba de los efectos positivos sobre
la protección ambiental fue dada y en los cuestionarios no se preguntaba si
aquello está ligado o no al programa), pero se reconoce que sólo 4.5% de los

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productores encuestados se declararon estar inscritos en un programa de pro-


tección ambiental; 8% declaró integrarse, gracias al Procampo, a una organi-
zación de agricultores para la compra de insumos, para la comercialización
o para el acceso al crédito; 93.6% de los recursos se destinó a finalidades
productivas, mientras que sólo 6.4% se destinó al consumo familiar (sin em-
bargo, el porcentaje de productores que utilizan los recursos del Procampo
para una finalidad productiva no es dada, tal como lo fue en las evaluaciones
precedentes); 26.2% de los productores realizaron una reconversión produc-
tiva a otros cultivos (tratándose en 60% de los casos de reconversiones entre
diferentes tipos de cereales, seguido de la reconversión a cultivos forrajeros
en menos de 20% de los casos); y la evaluación asegura también que en las
explotaciones beneficiadas por el Procampo hubo un crecimiento en el nú-
mero de personas empleadas de 0.26 personas en promedio.
La evaluación de 2003 incluye también una calificación del Procampo 73
por parte de los beneficiarios del programa: 84.9% de los encuestados lo
evaluó como bueno o muy bueno, y, en una escala del 0 al 1, el programa
recibió una calificación de 0.8. Las principales recomendaciones de la eva-
luación de 2003 fueron: complementar los apoyos del Procampo con otros
programas; simplificar los trámites administrativos para acceder al apoyo;
promover la participación de las mujeres; aumentar el monto del apoyo para
los pequeños productores; y, complementar el apoyo con asistencia técnica.
Para el ejercicio presupuestal 2007, la Dirección General de Progra-
mación y Evaluación de Apoyos Directos de Aserca, convocó la evaluación
externa del Procampo bajo lineamientos y características diferentes a los uti-
lizados en las evaluaciones anteriores,20 centrándose en una evaluación de
consistencia (Serpro y Aserca, 2007: 3). Es decir, la evaluación de 2007 no
se realizó con base en encuestas a los beneficiarios, como fue el caso de las
evaluaciones anteriores (de 1998 a 2006) –que se centraron en la realización
o no de los objetivos del Procampo–, sino que se concentró en la coherencia
de la concepción del programa.
En la evaluación de 2007 (Serpro y Aserca, 2008) se confirman las vi-
siones optimistas de las evaluaciones precedentes. Esta evaluación asegura
que el programa identificó de manera correcta y clara el problema a tratar,
es decir, los bajos ingresos de los productores agrícolas, así como la pobla-
ción potencial y la población objetivo. El documento de 2007 recuerda que

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las evaluaciones anteriores demostraron que la mayoría de los beneficiarios


se sienten satisfechos con el programa y la atención de los funcionarios.
Subraya que el objetivo principal del programa –el aumento de los ingresos
de los productores– fue alcanzado, aunque reconoce que el apoyo recibido
no es destinado en su totalidad a las actividades productivas. De esta forma,
la evaluación de 2007 anota que hay pruebas que demuestran que con la
transferencia de los recursos del Procampo los ingresos de los producto-
res aumentan. Cita un estudio hecho por El Colegio de México que calcula
que, sin la existencia del Procampo, los ingresos de los hogares disminuirían
entre 0.5 y 6.5%. Afirma igualmente que los mecanismos de transferencia de
recursos operan con eficacia y eficiencia. Los recursos fueron entregados a
tiempo y correctamente, en consonancia con la programación en el calenda-
rio inicial, y su eficiencia se derivó de la utilización de dos mecanismos en la
74 distribución del apoyo: el cheque y el depósito bancario.
Las críticas que ofrece la evaluación de 2007 son la falta de identifica-
ción y de cuantificación de los costos de operación y los costos unitarios y
la falta de claridad en la definición de la finalidad del programa. En cuanto
a la identificación y la cuantificación de los costos de operación y los costos
unitarios, la evaluación señala que ello representa una tarea difícil porque
es poco factible separar los costos de operación de cada uno de los progra-
mas que opera Aserca. Es por esta razón que no se han establecido procedi-
mientos para medir la relación costo-efectividad del programa. Sin embargo,
las estimaciones sugieren un costo de operación de aproximadamente ocho
centavos por cada peso entregado.
La finalidad del programa –promover la oportunidad y la eficiencia en
la entrega de los apoyos directos, así como una distribución más igualitaria
de los recursos con acciones que favorecen la transparencia y el combate a
la corrupción– fue criticada por la evaluación de 2007 porque no hacía re-
ferencia a un objetivo concreto del Procampo, por lo que la recomendación
fue reducir tal finalidad al objetivo central de contribuir a mejorar los ingre-
sos de los productores agrícolas.
En pocas palabras, las evaluaciones oficiales reflejan un programa efi-
caz y eficiente, que logra una buena parte de sus objetivos, mejorando los ni-
veles de vida de los productores rurales, promoviendo el arraigo y el empleo,

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incrementando los rendimientos, mejorando las condiciones de compra de


los insumos productivos, e incluso incitando la protección ambiental.
Las críticas y las recomendaciones que ofrecen las evaluaciones ofi-
ciales no han sido muy significativas o de fondo, e incluyen grosso modo
la simplificación de los trámites administrativos, el aumento de los apoyos
a los pequeños productores, la complementariedad de los apoyos con otros
programas y una mayor congruencia en la finalidad del programa.

Las críticas a las evaluaciones oficiales

Una de las críticas más importantes a las evaluaciones oficiales del Procam-
po es que la mayoría de los indicadores se deriva de las percepciones de
los beneficiarios encuestados y del análisis lineal de las respuestas, y no de 75
situaciones reales verificadas (Durán, 2007: 12). Es decir, no hay un cruce
de información, los datos adicionales raramente son utilizados, y no hay un
esfuerzo de análisis cuantitativo para dar un fundamento al supuesto efecto
multiplicador de los apoyos en el bienestar de los productores, en la reduc-
ción de la emigración, en la promoción del empleo, en los efectos positivos
sobre los precios y la comercialización agrícola, etc. La manera en la que
están hechas las evaluaciones no aporta pruebas concluyentes en lo que
concierne al impacto multiplicador del Procampo en la actividad productiva
y el bienestar de los beneficiarios.
En lo que respecta a la falta de cruce de información, el ejemplo de la
afirmación de que el Procampo tiene un impacto positivo en la moderniza-
ción de las unidades productivas es muy revelador. El sostén de esta afirma-
ción es el aumento en el número de productores beneficiarios del Procampo
con maquinaria y equipos agrícolas. Sin embargo, esto tiene un fuerte sesgo
porque nunca se pregunta si las adquisiciones tecnológicas fueron direc-
tamente ligadas al apoyo del Procampo. La compra de nuevas tecnologías
productivas pudo haberse derivado de varios factores sin relación alguna con
el Procampo, tal como el aumento de los ingresos propios, la recepción de
remesas o la obtención de un crédito (Durán, 2007: 17). Lo mismo se aplica
para otras afirmaciones, tales como la conversión de cultivos: no se pregunta
a los beneficiarios si esas conversiones están ligadas directamente al apoyo

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del Procampo o no. De esta manera, en las evaluaciones oficiales, los bene-
ficiarios encuestados no pudieron diferenciar el efecto del apoyo económico
del Procampo de otras fuentes de ingresos (Schwentesius et al., 2007: 121).
Por otro lado, es inverosímil que los agricultores –sobre todo los peque-
ños productores– hayan tenido una contabilidad precisa de sus diferentes
ingresos y gastos. Más bien los integran a una sola “canasta” familiar, y es por
esto que la afirmación de que la mayoría de los beneficiarios utilizó el apoyo
para un gasto productivo es muy contestable (Durán, 2007: 18, y Schwen-
tesius et al., 2007: 121). Contradiciendo los resultados de las evaluaciones
oficiales, el propio coordinador del Procampo en 2002 reconoció que alre-
dedor de 70% de los beneficiarios utilizaba el subsidio para gastos familiares
cotidianos y que sólo 30% lo invertía en actividades productivas.21
Finalmente, si bien se reconoce en las evaluaciones oficiales la dificul-
76 tad de hacer un análisis costo-beneficio, dada la imposibilidad de desagregar
los costos operacionales de todos los programas de Aserca, se sugiere una
relación costo-beneficio ventajosa. En realidad, esta relación no es tan bené-
fica porque las evaluaciones oficiales no incluyen los costos de los salarios
del personal ocupado en la gestión y operación del programa, ni los costos
de infraestructura, de transporte y de otros equipos administrativos (Schwen-
tesius et al., 2007: 117-120).
De esta manera, los criterios utilizados en la construcción de los indi-
cadores de las evaluaciones oficiales del Procampo no siguen ciertas normas
necesarias, en particular la fiabilidad y el control. La fiabilidad significa que
los datos no sean influenciados por los instrumentos utilizados en su reco-
lección, mientras que el control asegura que el indicador dependa realmente
de la política en cuestión y no de otros factores (Mejía, 2003: 85-86). Como
ya lo señalamos, los indicadores de las evaluaciones oficiales del Procampo
dependen del instrumento utilizado, es decir de las percepciones derivadas
de las encuestas a los beneficiarios. Sin embargo, estas percepciones no son
cruzadas con otras fuentes de información o con otras preguntas, llevando
justamente a una falta de fiabilidad y de control. De esta manera, los resul-
tados de muchos indicadores derivados de las encuestas pueden explicarse
por factores ajenos al Procampo, un punto que se vuelve claro considerando
el bajo monto del subsidio y el hecho de que alrededor de 85%22 de los be-
neficiarios tiene menos de cinco hectáreas. Más aún, es comprensible que

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los productores encuestados creen una imagen excesivamente eficaz y bene-


ficiosa del Procampo a través de sus respuestas ya que pueden temer perder
ese apoyo monetario si no demuestran la utilidad del programa.
Es importante indicar que la razón por la cual las evaluaciones oficiales
han sido tan optimistas y poco críticas es que, aunque se trata de evaluacio-
nes externas, los lineamientos son definidos por Aserca y dan pocas posibi-
lidades para que las instituciones de investigación entreguen una evaluación
realmente independiente. De esta manera, Aserca determina la serie de indi-
cadores de evaluación y de gestión que deberán ser usados en las encuestas
y en las evaluaciones (que incluyen, como hemos visto, los productores y
predios apoyados, el uso productivo del subsidio, el tiempo de entrega de
los apoyos, los proyectos ecológicos, la conversión productiva, el arraigo a
la tierra, etcétera).
Por otra parte, esas evaluaciones externas han sido sometidas a proce- 77
dimientos y metodologías rígidos por parte de Aserca y la agencia participa
activamente en la concepción de los cuestionarios destinados a los benefi-
ciarios en la forma de presentar los resultados y en la revisión y redacción
final de los informes (Schwentesius, et al., 2007: 122). En pocas palabras, los
organismos evaluadores han carecido de independencia y libertad para rea-
lizar una evaluación pertinente y objetiva. La supervisión estrecha da lugar
a una evaluación burocratizada y deja poco espacio para consideraciones
críticas, lo que reduce la posibilidad de mejorar la operación del programa,
así como su eficacia (Durán, 2007: 19).
De esta manera, las evaluaciones no parecen ser en verdad externas e
independientes. Los evaluadores efectuaron su función en estrecho contacto
con miembros de Aserca y esta participación interna impide la imparcialidad.
Así, estas evaluaciones no logran superar una de las grandes restricciones de
las evaluaciones de políticas públicas: la imposición de procedimientos de
evaluación (Cardoso, 2006: 50 y 58-59). Uno de los principales “engaños”
de las evaluaciones del Procampo es el de derivar resultados objetivos úni-
camente a partir de percepciones de los beneficiarios encuestados, sin rea-
lizar una verificación a partir de cruces de información con otras fuentes y
preguntas. En cuanto a la evaluación de 2007, que se basa en la coherencia
de la concepción del programa, la mayoría de las cuestiones tratadas no es
relevante para determinar la pertinencia o la eficacia del Procampo; el resul-

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tado es, esencialmente, una evaluación sobre la sintaxis del programa y no


sobre su impacto real.

El contraste con la realidad

El simple monto reducido del apoyo del Procampo no permite sostener las
conjeturas de las evaluaciones oficiales. Con alrededor de 85% de los bene-
ficiarios que tienen menos de cinco hectáreas y con un apoyo por hectárea
de menos de 100 dólares, no es posible atribuir al Procampo todos los im-
portantes impactos positivos que hacen las evaluaciones oficiales en materia
de mejoramiento de las condiciones de vida, de modernización y de recon-
versión productiva, de protección del medio ambiente, de organización para
78 la producción, de disminución de la emigración y de creación de empleos,
de competitividad y toda la lista de objetivos colaterales asignados al progra-
ma. La realidad sugiere, más bien, que los productores rurales mexicanos no
han visto mejorar significativamente sus condiciones de vida, que la agricul-
tura y su modernización están estancadas, que la reconversión productiva es
limitada, que la emigración rural se incrementó y que el empleo agrícola ha
caído.
Antes que nada, la persistencia de la pobreza de la gran mayoría de
los habitantes rurales está en contradicción con los resultados positivos y
optimistas de las evaluaciones del Procampo. Según datos oficiales del Co-
neval (2009b: 5), las cifras de las personas en pobreza23 habitando en zonas
rurales (en las localidades de menos de 2 500 habitantes) en 2008 se eleva-
ron a 23 4000 000, es decir, 60.8% de la población rural. Es verdad que los
datos oficiales anuncian que la pobreza rural se redujo entre el año 2000 y
2006 –después de un aumento en la pobreza entre 1992 y 2000–, pasando
de 26 500 000 personas a 21 100 000, sin embargo, las modificaciones en la
metodología utilizada para calcular la pobreza a partir de 2002 han sido muy
criticadas y seguramente subestiman el número de pobres, sobre todo en el
medio rural.24 De forma general, es muy improbable que haya habido una
baja tan significativa en la pobreza rural cuando los salarios medios reales en
la agricultura se estancaron y, de hecho, se situaban en 2003 por debajo de
sus niveles de 1995 (Rello y Saavedra, 2007: 66).

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Aun admitiendo una baja en la pobreza rural, esa disminución se ex-


plica sin duda en gran parte por el enorme crecimiento de las remesas de
los millones de migrantes mexicanos que trabajan en Estados Unidos –que
se incrementaron de 3 400 millones de dólares en 1995 a 25 100 millones
en 2008–25 y no particularmente por una mejora en el sector agrícola o por
los diferentes apoyos gubernamentales.26 De todas formas, en el año 2008
se registra de nuevo un crecimiento de la pobreza rural que alcanza, como
pudimos ver, 23 400 000 personas, es decir, casi 380 000 más que en 1992,
a pesar de que en términos relativos hubo un ligero mejoramiento (60.8% de
la población rural era pobre en 2008, contra 66.5% en 1992).
Por otra parte, la producción agrícola ha tenido un estancamiento e in-
cluso una decadencia en el caso de los granos y las oleaginosas. Entre 1994
y 2006, el crecimiento medio anual real del pib primario fue de 2%,27 muy
por debajo del 3 o 4% que se obtenía en las décadas de 1960 y 1970 (Barry, 79
1995: 6). De acuerdo con datos del Sistema de Información Agroalimentaria
y Pesquera de la Sagarpa (siap, 2010), la superficie cosechada de cereales28
bajó 22.6% entre 1994 y 2009, siendo particularmente significativas las caí-
das de los principales cereales cultivados: el trigo (-14.1%), el arroz (-38.2%)
y el maíz (-24.1%). En toneladas, la producción de cereales se incrementó
en apenas 8.1% en esos quince años, pero el trigo se quedó estancado y el
arroz cayó 29.6%, mientras que la producción de maíz aumentó 10.5%. Las
caídas son más significativas para las oleaginosas29 que vieron caer su super-
ficie cosechada en 45.1%, donde las bajas particularmente más graves fue-
ron para la soya (-77.6%) y el girasol (-63.1%). En toneladas, la producción
de oleaginosas cayó 54.8% (76.9% para el caso de la soya y 67.9% para el
girasol). Por su parte, la superficie cosechada de los cultivos llamados indus-
triales30 se estancó (un incremento de apenas 3.5% entre 1994 y 2009) y su
volumen se incrementó módicamente (19.1%). La conversión a cultivos más
rentables (frutas, hortalizas y flores) se produjo, pero de forma bastante limi-
tada: entre 1994 y 2009 la superficie cosechada de frutas, hortalizas y plan-
tas ornamentales aumentó de 395 000 hectáreas (un crecimiento de 26.9%),
representando el primer año tan sólo 7.8% de la superficie total cosecha-
da y 10% en 2009. En comparación, la superficie cosechada de cereales y
oleaginosas tuvo una caída agregada de 2 300 000 hectáreas (-23.6%). En
realidad, el incremento más importante se dio para los cultivos forrajeros,31

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que vieron aumentar su superficie en 2 500 000 hectáreas entre 1994 y 2009
(un crecimiento de 73.8%). Esto se explica sobre todo por el incremento en
la superficie de pastos (más de un millón de hectáreas de más entre 1994 y
2009), y por ende por la expansión de la ganadería extensiva.
Las reconversiones a nuevos cultivos no pudieron contrabalancear el
gran incremento en las importaciones y en el déficit comercial agroalimen-
tario. México era todavía autosuficiente en cereales y granos en los años
setenta, pero desde principios de la década de 1980 la balanza comercial
agroalimentaria se volvió cada vez más deficitaria, particularmente desde la
firma del tlcan. En 1993, este déficit fue de 1 800 millones de dólares, incre-
mentándose a 2 600 millones en 2005 y a 4 600 millones dos años después
(Presidencia de la República, 2006 y 2009).
El alegato de una modernización de las unidades productivas es proble-
80 mático al consultar las estimaciones de la fao sobre la existencia de material
agrícola en México. Por ejemplo, según ese organismo, el número de tracto-
res se redujo de 302 597 en 1994 a 238 830 en 2007; y el número de cose-
chadoras-trilladoras aumentó de forma ligera de 20 000 en 1994 a 22 500 en
2007.32 Es difícilmente creíble que un apoyo de alrededor de 100 dólares por
hectárea –aun con la opción de recibir de forma anticipada los pagos futuros
acumulados– pueda alcanzar para mejorar de forma significativa la tecnifi-
cación de la agricultura mexicana, sobre todo sabiendo que alrededor de
85% de los beneficiarios del Procampo tiene una superficie de hasta cinco
hectáreas. Este punto se vuelve más claro cuando se tiene en cuenta que,
por ejemplo, un tractor cuesta decenas de miles de dólares, al igual que un
invernadero. De esta manera, el pago acumulado futuro para un productor
de cinco hectáreas en 2001 hubiera sido de sólo 3 500 dólares, ni siquiera
lo suficiente para comprar un tractor usado.33 Por otro lado, son pocos los
beneficiarios del Procampo que han optado por recibir el pago acumulado
futuro, siendo de sólo 2% en 2003 e incrementándose a 20% en 2007, tra-
tándose en la mayoría de los casos de grandes productores (Schwentesius et
al., 2007: 122 y Sagarpa, 2008: 6).
La aserción de una reducción en la emigración rural es particularmente
contestable, puesto que esta ha aumentado de forma considerable en las
últimas décadas. Un estudio de Antonio Yúnez Naude y John Edward Taylor
(2003) estima que el número de emigrantes rurales al resto de México fue

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182% superior en 1994 en relación a 1980 y 350% superior en 2002 en


relación a 1980. En cuanto al número de emigrantes rurales hacia Estados
Unidos fue 92% mayor en 1994 en relación a 1980 y 452% mayor en 2002
en relación a 1980. Estas cifras indican una aceleración de la emigración
rural a partir de 1994. En realidad, es posible que el apoyo del Procampo
haya facilitado la migración de ciertos miembros de las familias rurales al
dar un capital necesario para financiar los costos de la migración (transporte,
hospedaje, el pago a “coyotes”, etcétera).34
Finalmente, el sector agrícola perdió una gran cantidad de empleos. Si
bien el empleo agrícola en México se incrementó ligeramente al final de la
década de 1980 y a principios de los años noventa, empleando 8 100 000
mexicanos al final de 1993, el empleo en el sector comenzó a caer regis-
trándose 6 800 000 puestos de trabajo al final de 2002, una pérdida de
1 300 000 empleos en nueve años (Polaski, 2003: 20). En 2009, de acuer- 81
do con la Encuesta Nacional de Empleo y Ocupación del inegi, se cuentan
5 600 000 puestos de trabajo en el sector agrícola, lo que suma una pérdida
de 1 200 000 empleos en siete años, para dar un total de 2 500 000 empleos
perdidos en 16 años.

Las características negativas del Procampo

Por otra parte, a pesar de las modificaciones al programa, el Procampo ma-


nifiesta varios aspectos negativos, particularmente su carácter regresivo a raíz
de la concentración de los apoyos en una pequeña parte de los productores.
Sorprendentemente, las evaluaciones oficiales prácticamente se olvidan de
este problema, a pesar de que una de las finalidades del programa es la dis-
tribución más equitativa de los recursos. Las evaluaciones oficiales insisten
en el hecho de que la gran mayoría de los beneficiarios del Procampo son
pequeños agricultores de hasta cinco hectáreas, pero nunca se preguntan
cómo se comparten los recursos del programa.
El carácter regresivo del Procampo se debe al hecho de que se trata
de un apoyo por hectárea, lo que beneficia más a los grandes productores.
A pesar de que el programa haya sido modificado dos veces para reducir el
efecto regresivo al aumentar los apoyos para los productores de hasta cinco
hectáreas sin irrigación, la situación de fondo sigue siendo la misma.

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En 2002, 74.9% de los beneficiarios tenían explotaciones de hasta


cinco hectáreas y sumaban 31.3% de la superficie apoyada por Procampo
–una caída desde 1999, cuando representaban 85.6% de los beneficiarios y
47.6% de la superficie apoyada–, mientras que 15.9% de los beneficiarios
tenían explotaciones de entre cinco y diez hectáreas y reunían 21.5% de
la superficie apoyada (en 1999 representaban 10.2% de los beneficiarios y
22.2% de la superficie apoyada), y 9.2% de los beneficiarios tenían explo-
taciones de más de diez hectáreas y concentraban 47.2% de la superficie
apoyada (en 1999 representaban 4.3% de los beneficiarios y 30.2% de la
superficie apoyada) (Puyana y Romero, 2005: 71-72). En 2007, no obstante
las reformas al programa, los productores con explotaciones de hasta cinco
hectáreas representaban 85% de los beneficiarios del Procampo pero reci-
bían sólo 35% de los apoyos.35 De esta manera, de la totalidad de recursos
82 distribuidos por el Procampo entre 1994 y 2009, 19% se concentró en sólo
1% de los beneficiarios, 53% se concentró en 10% de los beneficiarios, 69%
se distribuyó entre 20% de los beneficiados, y tan sólo 31% de los recursos se
distribuyó entre el restante 80% de los productores apoyados.36 De esta ma-
nera, grandes empresas agroalimentarias, muchas transnacionales, se benefi-
cian generosamente de este subsidio, como lo demuestra una revisión de los
principales beneficiarios del Procampo.37
La concentración de los recursos del Procampo por parte de grandes
productores comerciales también se traduce en una concentración regional
de los apoyos en las zonas de agricultura empresarial. De esta forma, estados
como Tamaulipas, Zacatecas, Sinaloa y Jalisco han recibido cada uno más de
7% de los recursos distribuidos por el Procampo entre 1994 y 2009, mien-
tras que estados característicamente campesinos como Oaxaca, Guerrero e
Hidalgo han recibido menos de 4% cada uno.38
Por otra parte, como para muchos otros programas sociales y apoyos
gubernamentales en México, el Procampo ha sido utilizado en diferentes
estados con finalidades electorales. Se puede percibir que los apoyos se han
entregado con oportunidad –es decir antes de la siembra– en aquellos esta-
dos en donde se celebran elecciones, mientras que el resto de los produc-
tores queda sujeto a tiempos desfasados; conjuntamente, el hecho de que
alrededor de 50% de los apoyos llegue después de la cosecha aumenta la
utilización no productiva del subsidio.39

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Otro problema prolongado del Procampo ha sido la falta de actualiza-


ción y depuración del directorio de beneficiarios, lo que provoca la dupli-
cación de los apoyos (personas que reciben el dinero más de una vez por
ciclo agrícola) y la exclusión de productores elegibles. De la misma forma,
algunos apoyos se han distribuido a productores ya difuntos o que se desaso-
ciaron del programa, lo que causa una gran emisión de cheques que no son
utilizados –por esta razón, en 2003, Aserca había almacenado 10 000 cajas
de cheques no cobrados que debían ser guardados por diez años.40 Todavía
más, la falta de actualización y vigilancia del directorio ha significado que
políticos –con conflictos de intereses– e incluso narcotraficantes se benefi-
ciaran de este programa.41

Balance del programa 83

En esta última parte hacemos un balance del Procampo y de las evaluacio-


nes oficiales que se le han hecho y buscamos mostrar cómo la perspectiva
de los estudios regionales es clave en la mejora del análisis y la evaluación
del programa.
En el artículo pretendimos refutar una gran parte de las conclusiones
optimistas de las evaluaciones oficiales del Procampo. Esas evaluaciones lo
presentan como un programa eficaz y eficiente, que cumple sus objetivos,
incluso sus objetivos secundarios. Sin embargo, estas opiniones positivas
pierden su valor con la consideración de que muchos de los indicadores
utilizados para evaluar al Procampo no son fiables y no tienen criterio de
control. La mayoría de los indicadores se basa en las percepciones de los be-
neficiarios sin el necesario cruce de información y de preguntas, por lo que
no necesariamente reflejan la realidad. De hecho, como ya lo mencionamos,
es posible que muchos de los beneficiarios respondan de manera positiva,
aunque falsamente, a las preguntas de las encuestas por miedo de que el
programa sea anulado si no aseguran a los encuestadores la pertinencia y
utilidad del Procampo.
Ante la falta de indicadores fiables e imparciales sobre los resultados del
programa y de información desagregada sobre sus costos, resulta irrealizable
una evaluación integral de sus resultados, de su impacto y de su costo-bene-

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ficio. Los indicadores construidos por las evaluaciones oficiales no permiten


cumplir una de las finalidades primordiales que debe tener toda evaluación
de políticas públicas: el mejoramiento de los programas y de las políticas a
partir de la detección de los errores y de los defectos, del cuestionamiento de
sus principios y supuestos, de la determinación sobre la utilización correcta
de los recursos y del análisis de los resultados (Mejía, 2003: 86). Todavía
hacen falta evaluaciones contrafactoriales verdaderamente independientes
que demuestren que los resultados imputados al Procampo son efectivamen-
te una consecuencia de ese programa y no de otros factores.
No obstante, si el Procampo hubiera tenido verdaderamente los impac-
tos que se pretenden, habría efectos notables sobre el sector agrícola en su
conjunto, sabiendo que más de un tercio de los productores y la mitad de la
superficie sembrada del país son beneficiados por el programa. Sin embargo,
84 como mostramos en este trabajo, el sector agrícola mexicano y las condicio-
nes de vida en el campo no han mejorado sustancialmente desde la instau-
ración del Procampo. La pobreza rural se mantiene en sus niveles de 1993,
el crecimiento del pib primario es mínimo, la mecanización de la agricultura
está estancada, la emigración rural explotó en los años de funcionamiento
del Procampo, y el sector agrícola ha perdido millones de puestos de trabajo.
Como lo admite la propia evaluación oficial de 2001 y como lo reafir-
ma el creciente déficit comercial agroalimentario, el Procampo es insuficiente
para que los agricultores mexicanos puedan competir en el mercado interna-
cional, particularmente en el marco del tlcan. Además de ventajas territoria-
les, Estados Unidos y Canadá poseen enormes recursos que pueden transferir
a sus agriculturas bajo la forma de inversiones en infraestructura, tecnología,
logística comercial y en subsidios directos a los agricultores. De esta manera,
por ejemplo, en 2002, Canadá atribuyó un subsidio per cápita anual a sus pro-
ductores agrícolas de alrededor de 11 000 dólares, Estados Unidos de 16 000
y México de sólo mil (Puyana y Romero, 2005: 93). Ante la falta de compe-
titividad y las limitadas posibilidades de conversión productiva,42 no resultan
sorprendentes las tendencias observadas en el sector agrícola.
De esta forma, el Procampo ha fracasado en su razón de ser inicial:
compensar a los productores rurales mexicanos ante los subsidios que reci-
ben los productores extranjeros en el contexto de la liberalización comercial
y la eliminación de los precios de garantía. México sencillamente no tiene

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los medios para competir con Estados Unidos y Canadá únicamente con
subsidios monetarios directos –tendría que multiplicarlos por 16 para estar al
nivel del principal competidor, Estados Unidos. En cuanto a los cultivos en
los que México tiene ventajas comparativas (sobre todo frutas y hortalizas),
las posibilidades de expansión de los mercados son necesariamente limita-
das, al igual que las posibilidades de conversión a esos cultivos. En una situa-
ción de desigualdad extrema, esta estrategia fundada en la desregulación y el
libre comercio a ultranza se ha revelado completamente inadecuada, incluso
para los grandes y medianos productores. Una verdadera modificación de
esta estrategia debe pasar necesariamente por la renegociación del capítulo
agrícola del tlcan, que representa una de las principales reivindicaciones de
las organizaciones campesinas en México. Esta renegociación debe partir
del reconocimiento de las asimetrías que existen entre los sectores agrope-
cuarios de los tres países y del carácter multifuncional de la agricultura cam- 85
pesina mexicana, en particular su importancia para la seguridad alimentaria,
el desarrollo rural, la protección de los recursos naturales, el empleo rural
y el arraigo, y, ahora más que nunca, la gobernabilidad del país. De igual
manera, en un contexto mundial de aumento en los precios de los productos
agrícolas básicos y de reducción en las reservas de alimentos, la seguridad y
la autosuficiencia alimentarias recobran su importancia central.
Por otra parte, el Procampo tiene numerosas características negativas,
particularmente sus efectos regresivos. Es verdad que la mayoría de los bene-
ficiarios son pequeños agricultores, pero reciben una muy pequeña parte de
los apoyos totales. De esta forma, a pesar de las pretensiones políticas de que
el Procampo es un programa que beneficia a los campesinos mexicanos, la
gran mayoría de los apoyos se concentra en un pequeño número de benefi-
ciarios, particularmente empresas y grandes agricultores comerciales, ya que
el apoyo se hace por hectárea. El hecho de que el Procampo subsidie a gran-
des empresas, e incluso a empresas transnacionales, es evidentemente una
utilización muy contestable de recursos públicos, sabiendo además que la
característica oligopólica del sistema agroalimentario perjudica los ingresos
que reciben los agricultores por sus productos y encarece los insumos agrí-
colas. Las reformas al Procampo han buscado disminuir este efecto regresi-
vo, con resultados parciales; sin embargo, el problema de fondo sigue siendo

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el mismo, debido a la concepción misma del programa: los apoyos se hacen


por hectárea –concentrándose así en manos de los grandes propietarios.
De esta manera, el Procampo aparece como un programa doble: subsi-
dio productivo por un lado, y apoyo asistencial, por el otro. Para las grandes
unidades productivas, el apoyo del programa se vuelve suficiente para hacer
inversiones importantes en la producción –especialmente con la opción de
recibir los pagos adelantados–, mientras que para los pequeños y medianos
agricultores el apoyo del Procampo sirve, más bien, para el consumo familiar
o para la compra de agroquímicos y semilla. Sin embargo, no hay que negar
que el Procampo es un importante apoyo para los pequeños agricultores.
Todavía más, para los pequeños productores de autoconsumo, el Procampo
representa un apoyo que no recibían con los anteriores programas de precios
de garantía, debido a que no comercializan (o muy poco) su producto.
86 No obstante, en lugar de promover la productividad y la competitivi-
dad de la gran mayoría de los agricultores mexicanos –es decir de los pe-
queños y medianos productores–, el Procampo se muestra como un simple
programa asistencialista para estos. Lo grave es que muchas de las políticas
que en verdad podrían contribuir a mejorar significativamente el bienestar
y la productividad del sector campesino fueron abandonadas en los años
ochenta y noventa, y otras requieren de una voluntad e interés políticos que
simplemente no se perfilan actualmente. Estas son las mismas políticas que
los países desarrollados usaron y siguen usando para favorecer a sus propios
sectores agrícolas, pero que los recientes gobiernos mexicanos han desis-
tido en seguir: protecciones arancelarias y contra el dumping económico,
ampliación del crédito y del seguro agrícolas, precios de garantía para los
productos agrícolas, apoyos a la tecnificación y a la comercialización, pro-
gramas de recuperación de las zonas deprimidas, entre otros. Desgraciada-
mente, en México las políticas agrícolas productivas se siguen enfocando en
los grandes productores comerciales, mientras que el sector mayoritario de
pequeños y medianos agricultores es relegado a programas asistencialistas.
Este es el punto en donde la perspectiva de los estudios regionales se
vuelve especialmente relevante para el análisis y la evaluación del Procam-
po. Dada la gran heterogeneidad regional y social del sector agrícola mexi-
cano, está claro que los impactos del Procampo han sido diversos. Sola-
mente estudios de caso precisos en diferentes regiones pueden darnos una

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imagen más clara de los efectos del Procampo sobre la producción agrícola
y sobre las condiciones y estrategias de vida en el mundo rural. Así, una eva-
luación pertinente del programa, que en verdad logre su mejoramiento, debe
considerar la diversidad social y regional que existe en el campo. Más aún,
la construcción de políticas sociales que logren un verdadero desarrollo rural
depende de ese entendimiento que proporcionan los estudios regionales.

Notas

* Artículo formulado a partir del trabajo final del seminario Formulación y Evalua-
ción de Políticas Territoriales, de la maestría en Estudios Regionales, realizado en
2008, con actualizaciones y revisiones en 2010 y 2011.
1 Por medio de la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo), 87
creada en 1965, el gobierno mexicano estableció precios de garantía para una
serie de cereales y oleaginosas (maíz, frijol, trigo, arroz, cebada, sorgo, soya,
ajonjolí, cártamo, algodón grano, girasol y copra). Por otra parte, la Conasupo
controlaba la importación de dichos productos a partir de licencias de importa-
ción; controlaba una parte del comercio interno a través de sus tiendas rurales
y urbanas; se encargaba del procesamiento de algunos de estos productos y
otorgaba un subsidio a la tortilla de maíz. Si bien los precios de garantía no eran
demasiado atractivos para los productores (sirviendo más bien como precios
“techo” para beneficiar a los consumidores), es verdad que se situaban general-
mente por arriba de los precios internacionales, representando así una protec-
ción a los agricultores. Los precios de garantía fueron bruscamente eliminados
en 1989, salvo por los del maíz y el frijol que se eliminaron en 1994 al entrar
en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Para 1999, la Co-
nasupo estaba ya prácticamente desmantelada y una parte de su infraestructura
privatizada. Véase al respecto, Yúnez, (2010) y Fritscher, (2001).
2 “Objetivo”, Apoyos y Servicios a la Comercialización Agropecuaria, en <http://
www.aserca.gob.mx>. [Consulta: 18 de enero de 2011.]
3 Tal y como era el caso de las acciones de la Conasupo, que tenía incidencia
sobre la producción y el comercio agrícolas al controlar los precios, las im-
portaciones y una parte de las ventas internas de un gran número de productos
agrícolas y alimentarios.

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4 “Objetivo”, Apoyos y Servicios a la Comercialización Agropecuaria, en <http://


www.aserca.gob.mx>. [Consulta: 18 de enero de 2011.]
5 “Decreto que regula el Programa de Apoyos Directos al Campo denominado
‘Procampo’”, Presidencia de la República, Diario Oficial de la Federación, Méxi-
co, 25 de julio de 1994.
6 “Objetivo”, Apoyos y Servicios a la Comercialización Agropecuaria, en <http://
www.aserca.gob.mx>. [Consulta: 18 de enero de 2011.]
7 “Preguntas frecuentes”, Apoyos y Servicios a la Comercialización Agropecuaria,
en <http://www.aserca.gob.mx>. [Consulta: 19 de enero de 2011.]
8 “Procedimiento para la actualización del directorio del Procampo (registro alter-
no)”, Apoyos y Servicios a la Comercialización Agropecuaria, en <http://www.
aserca.gob.mx>. [Consulta: 20 de enero de 2011.]
9 Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación de Solares Urbanos.
88 10 “Procedimiento para la actualización del Directorio del Procampo”, Sagarpa,
Diario Oficial de la Federación, México, 7 de noviembre de 2003, p. 25.
11 Cálculos propios con base en datos de: “En la búsqueda de un nuevo Procam-
po”, Apoyos y Servicios a la Comercialización Agropecuaria, en <http://www.
aserca.gob.mx>. [Consulta: 19 de enero de 2011]; “Sistema de cuentas nacio-
nales de México”, Instituto Nacional de Estadística y Geografía, en <http://inegi.
org.mx>. [Consulta: 20 de enero de 2011.]
12 Cálculos propios con base en datos de: shcp (2009).
13 “En la búsqueda de un nuevo Procampo”, Apoyos y Servicios a la Comercializa-
ción Agropecuaria, en <http://www.aserca.gob.mx>. [Consulta: 19 de enero de
2011.]
14 Un límite de seis hectáreas en Aguascalientes y Jalisco; siete en Colima y Sonora;
ocho en Durango y Zacatecas; diez en Chihuahua, Sinaloa y Tamaulipas; quince
en Baja California Sur; y 18 en Baja California. La razón de privilegiar estos es-
tados es que tienen una agricultura pluvial muy productiva en relación con otros
estados. Véase Oscar Enrique Díaz Santos, “Los pecados del Procampo”, Revista
Fortuna, 15 de enero de 2010, en <http://revistafortuna.com.mx>. [Consultada el
20 de enero de 2011.]
15 “Acuerdo por el que se modifican y adicionan diversas disposiciones de las Re-
glas de Operación del Programa de Apoyos Directos al Campo, denominado
Procampo”, Sagarpa, Diario Oficial de la Federación, México, 8 de abril de
2009.

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16 Los límites son, de nueva cuenta, 18 hectáreas en Baja California, quince en


Baja California Sur, diez en Chihuahua, Sinaloa y Tamaulipas, ocho en Durango
y Zacatecas, siete en Colima y Sonora, seis en Aguascalientes y Jalisco y cinco
en el resto de los estados.
17 “Acuerdo por el que se modifican y adicionan diversas disposiciones de las Reglas
de Operación del Programa de Apoyos Directos al Campo, denominado Procam-
po”, Sagarpa, Diario Oficial de la Federación, México, 8 de abril de 2009.
18 Consultar, al respecto, las síntesis de Durán (2007) y Schwentesius et al. (2007).
19 Consultar las síntesis de Durán (2007) y Schwentesius et al. (2007).
20 De acuerdo con los “Lineamientos generales para la evaluación de programas
federales de la administración pública federal”, Presupuesto de egresos de la
federación para el ejercicio fiscal, 2007.
21 Matilde Pérez, “La mayoría de los beneficiarios del Procampo utiliza el apoyo
para gastos familiares”, La Jornada, sección Sociedad y Justicia, México, 14 de 89
noviembre de 2002.
22 De acuerdo con los datos presentados en: “Procampo, convertido en plan de
subsidios para agricultores pudientes”, Matilde Pérez, La Jornada, sección Políti-
ca, México, 6 de agosto de 2007.
23 El Coneval define tres líneas de pobreza por ingresos: la pobreza alimentaria –la
insuficiencia del ingreso familiar para procurarse la canasta básica de alimen-
tos–; la pobreza de capacidades –la insuficiencia de ingresos familiares para
procurarse la canasta básica, así como las necesidades de salud y educación–; y
la pobreza de patrimonio –la insuficiencia del ingreso familiar para procurarse la
canasta básica, así como las necesidades de salud, educación, vestido, transpor-
te y vivienda. Retomamos aquí esta última categoría de pobreza.
24 Ante todo, las críticas señalan que las encuestas utilizadas para calcular la pobre-
za, Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (enigh), de 2002 en
adelante, subestiman el tamaño de las familias (especialmente en las localidades
rurales) y sobreestiman el número de personas ocupadas, afectando las estima-
ciones de la pobreza. De esta manera, las enigh recientes han dado resultados
inverosímiles, por ejemplo, el hecho de que el porcentaje de personas rurales del
quinto decil de ingresos haya bajado de 88 a 8.3% entre 2000 y 2004, mientras
que el sector agrícola tuvo un crecimiento económico prácticamente nulo. Véase
al respecto: Damián (2007) y Julio Boltvinik, “La información estadística cuestio-
nada”, La Jornada, sección Economía, México, 22 de febrero de 2008.

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25 “Balanza de pagos”, Banco de México, en <http://www.banxico.org.mx>. [Con-


sulta: 20 de enero de 2011.]
26 De hecho, el Consejo Nacional de Población (Conapo) estima que en 2002 las
remesas representaron en los hogares que las recibían 53% de sus ingresos en
el medio rural y 46.9% a escala nacional (Conapo, 2004: 90). Por otra parte, el
Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval)
calculó que sin las remesas la pobreza alimentaria en 2006 hubiera afectado a
2 300 000 personas adicionales (Coneval, 2009a: 33).
27 Cálculo propio con base en datos de: “Sistema de cuentas nacionales de Méxi-
co”, Instituto Nacional de Estadística y Geografía, en <http://inegi.org.mx>.
[Consulta: 20 de enero de 2011.]
28 Amaranto, arroz, avena, centeno, maíz, mijo, trigo y triticale.
29 Se trata del ajonjolí, cacahuate, cártamo, colza, girasol y soya.
90 30 Los principales son el café, la caña de azúcar, la copra, el algodón, la avena, el
cacao, el agave, el tabaco y la palma de aceite.
31 Principalmente los pastos, el sorgo, la avena forrajera, la alfalfa y el maíz forraje-
ro.
32 “Faostat”, Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimen-
tación, en <http://faostat.fao.org>. [Consulta: marzo de 2010.]
33 Alejandro Nadal, “De campesinos a capitalistas”, La Jornada, sección Economía,
México, 19 de diciembre de 2001.
34 Oscar Enrique Díaz Santos, “Los pecados del Procampo”, Revista Fortuna, 15
de enero de 2010, en <http://revistafortuna.com.mx>. [Consulta: 20 de enero de
2011.]
35 Matilde Pérez, “Procampo, convertido en plan de subsidios para agricultores
pudientes”, La Jornada, sección Política, México, 6 de agosto de 2007.
36 “Concentración en montos otorgados a nivel nacional bajo el programa Pro-
campo Tradicional”, Subsidios al Campo en México, en <http://www.subsidiosal-
campo.org.mx>. [Consulta: 21 de enero de 2011.]
37 “Beneficiarios a nivel nacional bajo el programa Procampo Tradicional”, Subsi-
dios al Campo en México, en <http://www.subsidiosalcampo.org.mx>. [Consul-
ta: 21 de enero de 2011.]
38 “Resumen del programa general a nivel nacional”, Subsidios al Campo en Méxi-
co, en <http://www.subsidiosalcampo.org.mx>. [Consulta: 21 de enero de 2011.]

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39 Oscar Enrique Díaz Santos, “Los pecados del Procampo”, Revista Fortuna, 15
de enero de 2010, en <http://revistafortuna.com.mx>. [Consulta: 20 de enero de
2011.]
40 Ibid.
41 Consultar: Elizabeth Velasco, “Denuncia el PRI graves fallas en el Procampo y
exhorta a depurar el padrón de beneficiados”, en La Jornada, sección Política,
México, 16 de diciembre de 2008; Matilde Pérez, “Sagarpa canceló 11 mil 587
subsidios del Procampo por irregularidades”, La Jornada, sección Política, Méxi-
co, 31 de julio de 2009; Luis Hernández Navarro, “El narcotráfico y la sociedad
rural”, La Jornada, sección Opinión, México, 6 de octubre de 2009.
42 Las limitadas posibilidades de conversión a cultivos más rentables (esencialmen-
te frutas y hortalizas) se explican por varios factores, entre los cuales destacan la
saturación de mercados, la condición de alejamiento de los mercados para mu-
chos pequeños productores, los altos requerimientos de calidad de los productos 91
demandados por los mercados (estándares que muchas veces no son obtenibles
por parte de los pequeños productores) y las dificultades de exportación ligadas
a las medidas de protección por parte del gobierno de Estados Unidos (muchas
veces disimuladas bajo el argumento de la protección fitosanitaria).

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Hacia un desarrollo local: la microindustria


chocolatera de la Chontalpa, Tabasco,
¿un caso de éxito o de subsistencia?*

Dora Nelly Martínez González

95

Introducción

A ctualmente, la región de la Chontalpa, Tabasco, experimenta un proceso


incipiente de reconversión productiva. Frente a la desidia del gobierno esta-
tal por diversificar la base económica, los microempresarios que nos interesa
analizar aquí demuestran que se puede empezar a hablar de aproximaciones
a un desarrollo local al buscar nuevas opciones de ingreso y empleo dentro
del dominio petrolero.
Ante este escenario resultó relevante investigar qué pasará después del
agotamiento del recurso energético; qué expectativa de vida tiene la pobla-
ción con un recurso natural limitado que obedece a una lógica nacional
e internacional y ha modificado sustancialmente las estructuras sociales y
económicas de la región, y cuáles factores pueden potencializar el territorio
independientemente de la explotación petrolera.
La respuesta a estas preguntas llevará a la conclusión de que la misma
sociedad, los agentes locales y las pequeñas regiones del estado de Tabasco
están tratando de resolver de manera directa los problemas del desarrollo y
que se encuentran enfrentando los procesos de reestructuración productiva a
través del aprovechamiento de los recursos existentes en su territorio.

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La mayoría de los gobiernos estatales comprendidos entre 1970 y 2000


se han ajustado a la dinámica económica nacional, la cual ha consistido en
promover el sector petrolero, aun cuando es un recurso finito, y no es con-
siderado un factor de política regional puesto que sus objetivos se inscriben
en un contexto nacional.
Gracias a la explotación petrolera, Tabasco ha sido uno de los esta-
dos que ha recibido mayor inversión pública federal:1 en 2010 percibió más
participaciones federales, con más de 30 000 millones de pesos, lo cual ha
generado una dependencia gubernamental del presupuesto y ha dejado de
lado la vocación históricamente desarrollada por la población, en la cual se
encuentra el cultivo del cacao y la manufactura del chocolate, que constitu-
yen una actividad tradicional de la Chontalpa.
Bajo este contexto, resulta de interés analizar cuáles han sido las estra-
96 tegias de permanencia que establecieron los microempresarios chocolateros
de los municipios de la Chontalpa frente a la hegemonía petrolera y valorar
si la tendencia hacia la agroindustria es una alternativa de subsistencia o de
éxito.
Para tal efecto, se analiza el proceso histórico económico de la región
y específicamente de Comalcalco, Huimanguillo, Nacajuca y Paraíso desde
1970 hasta el año 2000, y la visión de los agentes locales a través de entrevis-
tas (como técnica de recolección de datos), con el objeto de identificar cómo
han intervenido para fomentar otras alternativas de ingreso que se traduzcan
en beneficio social, innovando y utilizando el recurso natural y sociocultural.
El artículo está integrado por seis apartados. En el primero se presentan
datos generales de la región de estudio y los criterios que se utilizaron para
seleccionar los municipios analizados. En el segundo se explican las caracte-
rísticas de la política regional de segunda generación para entender cómo se
están gestando los principios del desarrollo local. En el tercero se describe la
evolución productiva de la región desde 1970 hasta 2000 dentro del entorno
petrolero. En el cuarto y quinto apartados se presta atención a los testimonios
y experiencias de los microempresarios chocolateros y su participación en
la organización económica de la región. Finalmente, en las conclusiones
señalamos que la microindustria, aun cuando todavía se encuentra en una
etapa de desarrollo incipiente, constituye una alternativa de desarrollo local.

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Hacia un desarrollo local... D. N. Martínez

Marco de referencia

La región de la Chontalpa se localiza en la parte oeste del territorio tabas-


queño y tiene una superficie de 7 482 km², que corresponden a 31% de la
superficie del estado; antes de 1994 estaba conformada por siete munici-
pios: Cárdenas, Comalcalco, Cunduacán, Huimanguillo, Jalpa de Méndez,
Nacajuca y Paraíso. Pero en la actualidad se reclasificó, quedando integrada
por sólo cinco municipios: Cárdenas, Comalcalco, Cunduacán, Huimangui-
llo y Paraíso (véase mapa 1).2
La investigación se llevó a cabo en cuatro municipios de la Chontalpa:
Comalcalco, Huimanguillo, Nacajuca y Paraíso, los cuales fueron seleccio-
nados como una región de estudio delimitada con base en características
culturales y socioproductivas homogéneas, conformados a partir de una acti-
vidad tradicional como el cultivo del cacao, pero también por la explotación 97
petrolera. Estos criterios nos permiten distinguir un espacio social construido
a partir de sus relaciones socioeconómicas.
El marco general de análisis de la Chontalpa obedece a la existencia de
cuatro factores fundamentales que hace que se distinga respecto de los otros
territorios del estado. Primero, en esta región se estableció el mayor asenta-
miento indígena chontal; segundo, se caracteriza por mantener su vocación
regional, como la producción del cacao, reconocido en los ámbitos nacional
y estatal; tercero, ha sido una zona en la que se han experimentado e impul-
sado proyectos de trascendencia nacional, como la planificación hidrológica
Comisión Grijalva y el Plan Chontalpa y, finalmente, cuarto, desde 1950,
con el inicio de la explotación petrolera, aglutina a la mayoría de los muni-
cipios dedicados a la extracción del hidrocarburo y a la producción de gas.

La segunda generación de las políticas regionales


en el contexto mexicano

En México, a principios de los años ochenta, la política regional dejó de ser


competencia exclusiva del gobierno federal para ser abordada desde un en-
foque que promueve la interacción entre los actores públicos y privados en
la reconfiguración del sistema productivo local. Esta forma de gestión basada

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Mapa 1. Región de la Chontalpa, Tabasco

Fuente: Mapa de la región Chontalpa, Tabasco. Elaboración propia, 2009.


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en la perspectiva de “arriba-abajo” se caracteriza por la valoración de las


capacidades endógenas (Alburquerque y Castillo, 2002: 7) y en destacar
el poder de acción de los agentes locales: institucionales, políticos, eco-
nómicos y sociales (Klein, 2006: 309).
En este contexto, el gobierno federal cedió facultades a los gobernado-
res y a los demás actores regionales para la definición de su propio estilo de
desarrollo. Sin embargo, algunos espacios subnacionales continuaron repro-
duciendo las directrices de la política económica nacional, y otros crecieron
en función de las dinámicas locales aprovechando el potencial de sus recur-
sos disponibles (naturales, culturales, políticos y sociales).
De esta manera, la política regional de segunda generación,3 gestada
en el caso mexicano entre 1982 y 2000 y cuya característica principal es el
abandono de la empresa pública como instrumento de desarrollo en áreas
marginadas, se concentró en construir un ambiente de relaciones horizon- 99
tales entre sociedad, gobierno local y mercado, lo que implicó, entre otras
cosas, que el fomento regional quedara en manos de los gobernadores. Estas
características forman parte de los supuestos teóricos del desarrollo econó-
mico local, el cual permite incrementar la capacidad natural, social y cultu-
ral a través de la participación activa de la población en la creación y con-
solidación de iniciativas que permiten aprovechar el potencial del territorio,
es decir que con sus recursos locales se debe fomentar el tejido industrial.
Con base en lo antes dicho, podemos ver cómo los microempresarios,
ante la pasividad de las políticas estatales, le dieron un valor agregado al
cacao utilizando la riqueza del territorio y desarrollando tres capacidades: la
local, con la mano de obra nativa; la natural, al usar el cacao, y la histórica
y sociocultural, al utilizar la experiencia y tradición del uso del chocolate, la
que ha sido una actividad antigua de la región.
Es así que, pese al predominio petrolero, los agentes económicos han
estado generando alternativas propias que permiten la diversificación del
empleo y el rescate de la vocación regional. Desde 1970 el sector primario
dejó paulatinamente de ser la actividad principal, convirtiéndose la petrolera
en el factor económico dominante en el estado, lo que produjo en la socie-
dad tabasqueña la inserción de una industria ajena a las prácticas produc-
tivas y de una magnitud desproporcionada para el tamaño de la economía
local (Michel, 1980: 19).

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Entendemos lo local como una “realidad específica, y no una subdi-


visión territorial o cualquier territorio” (Girardo, 2007: 159). Es un espacio
donde se desarrollan actividades económicas, sociales, políticas y culturales
cuyos actores comparten un sistema de valores y costumbres que les confie-
ren una identidad propia.

Breve recorrido histórico de la vocación productiva


de los municipios seleccionados

En este apartado, se presenta la evolución productiva de los municipios es-


tudiados con el fin de demostrar que a partir de 2000 la población está par-
ticipando en la promoción de otras opciones productivas a través de la ma-
100 nufactura. Con el inicio de la explotación petrolera en Tabasco en 1950, la
participación del pib estatal en el sector industrial fue ganando terreno frente
al agropecuario, como se demuestra en la gráfica 1.
Como se observa, la disminución de la actividad agrícola tuvo una caída
estrepitosa al disminuir de 70% en 1940 a 14 en 1970. El sector secundario,
por el contrario, aumentó en los años sesenta, periodo en el que se estaba
iniciando el primer auge petrolero. No obstante este desplazamiento, el sec-
tor primario ocupaba la mayoría de la población económicamente activa
entre 1940 y 1990, situación que se visualiza en la gráfica 2.
En esta gráfica se observa que entre 1940 y 1970 la población econó-
micamente activa se concentró, mayoritariamente, en el sector primario, el
cual disminuyó de 80.6% en 1940 a 27.9 en 2000. En tanto que el sector
servicios aumentó de 20.5% en 1970 hasta duplicarse en el año 2000 con
51.3 por ciento.
Los municipios seleccionados para este estudio, Comalcalco, Huiman-
guillo, Nacajuca y Paraíso, presentan la misma tendencia. En 1960, que es
la etapa de consolidación del primer auge petrolero, el sector primario era la
actividad dominante, pero en las décadas posteriores tiende al declive, como
se puede observar en las gráficas 3 a 6.
Los datos de las gráficas 3 a la 6 indican que la población económi-
camente activa en los municipios de Comalcalco, Nacajuca y Paraíso en el
periodo 1960-2000 tuvo cambios drásticos, básicamente como consecuen-

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Hacia un desarrollo local... D. N. Martínez

Gráfica 1. Evolución del Producto Interno Bruto por sectores,


1940-1970 (porcentajes)

%
80
70 Primario
70 Secundario
Terciario
60 53.7
50
47.6
39.5 40.6
40 39
33.9
30 23.8
25.5
20
6.8 14
10 6.2 101
0
1940 1950 1960 1970

Fuente: Elaboración propia con datos del inegi (1990 y 2000).

cia del desplazamiento del sector primario por el terciario. A excepción de


Huimanguillo, que en el año 2000 obtuvo una fuerte presencia en la rama
agropecuaria con 47.8 por ciento.
Estos resultados llevaron a indagar sobre el rumbo hacia el cual se ha
especializado la población, es decir, cuál ha sido su composición laboral de
1970 a 2000. Para lograr este objetivo se elaboró el índice de especialización
en el empleo,4 indicador que destaca aquellos sectores que están represen-
tados en mayor o menor grado en cada municipio con relación al total del
estado; un valor superior a uno indica especialización en algún sector. En los
siguientes cuadros hacemos una distinción tipográfica cuando los resultados
se encuentran por encima de uno, y como podemos observar sólo uno de
los municipios no ha tenido reestructuración productiva en cuatro décadas.
Como se demuestra en el cuadro 1, en 1970 la mayoría de la fuerza
laboral de los municipios estudiados estaba especializada en el sector prima-
rio, ya que era la tendencia históricamente productiva del lugar. Comalcalco

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Se autoriza la reproducción total o parcial de este artículo, siempre y cuando se cite la fuente.
Espacios tatuados. Textos sobre el estudio de las regiones y los territorios isbn: 978-607-7613-86-2

Gráfica 2. pea del estado de Tabasco, 1940-2000 (porcentajes)

80.6
75.5
70.9
62.0

51.3

38.9 39.5

35.6 27.9

17.9 20.5 19.4


15.9
102 13.1 20.5 18.5
11.2 14.0 13.4
9.6
6.3

Nota: se excluyen los “no especificado”.


Fuente: elaboración propia con datos del inegi (1990 y 2000).

y Huimanguillo sobresalieron por el petróleo; ello deriva del inicio de cam-


pos de explotación petrolera (Iride y Comalcalco), lugares en donde se esta-
bleció el Distrito de la Intendencia de Comalcalco y Huimanguillo, el cual
se destacó por una población ocupada en el servicio público de transportes.
El cuadro 2 indica que en 1980 la mano de obra continuó concentrada
en el sector agropecuario, manteniéndose la vocación productiva. Nacajuca
y Paraíso empezaron a sobresalir en el sector secundario, lo que coincidió
con los descubrimientos y las explotaciones de los campos petroleros: Paraí-
so 101 y el Puerto Ceiba 101-A, en 1985.
En 1990, la mano de obra en el sector primario fue perdiendo peso en
dos municipios. En la actividad petrolera no hubo cambios, Comalcalco y
Paraíso concentraron la fuerza productiva. Nacajuca empieza a especializar-
se en la manufactura (cuadro 3).

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Gráfica 3. pea de Comalcalco, 1960-2000 (porcentajes)

%
100

90 Primario
80 Secundario
80
Terciario
70
60
60

50
42 45
40 38.5
30 30.5
18.8 20.4
20 22.3
13.1
12 9.1
16.7 103
10 6.8 16.9

0
1960 1970 1980 1990 2000

Nota: se excluyen los “no especificado”.


Fuente: elaboración propia con datos del inegi (1960 a 2000).

En el cuadro 4 se percibe la convergencia entre las cifras de la pobla-


ción económicamente activa y el índice de especialización en el empleo
del 2000, al demostrarse que el sector primario dejó de ser una actividad
preponderante en Nacajuca y Paraíso, caso contrario de Comalcalco y Hui-
manguillo, en donde, desde 1970 se han mantenido en el sector primario.
Sin embargo, Huimanguillo destaca por ser el único municipio que no con-
centró especialización en industrias manufactureras, además de constituirse
como un espacio con alto grado de marginación social.5
En suma, entre 1970 y 2000 el índice de especialización en el empleo
en los municipios mencionados se ha distinguido por actividades del sector
primario y secundario, pero en 2000 se encontró que la manufactura y la
agroindustria podrían ser una fuente de ingresos y una alternativa produc-
tiva entre los pobladores. En este sentido, también se puede observar que

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Gráfica 4. pea de Huimanguillo, 1960-2000 (porcentajes)

%
100

90 Primario
79.3 Secundario
80
Terciario
68
70

60 55.2

50 44.8
47.8
40
35.6
30
104 20 12.4
17.3 18.5
11.4
15.2
10 8.1 7.4 7.5
10.6
0
1960 1970 1980 1990 2000

Nota: se excluyen los “no especificado”.


Fuente: elaboración propia con datos del inegi (1960 a 2000).

Comalcalco y Paraíso resultan ser los dos municipios en donde la actividad


petrolera y la microindustria chocolatera coexisten con mayor intensidad.
La explotación petrolera como industria sectorial ha traído consecuen-
cias contradictorias, ya que si bien durante su desarrollo ha impulsado el
crecimiento económico en el municipio donde se localiza, después de su
agotamiento la región queda devastada y su población tiene que buscar nue-
vas oportunidades de empleo. Ante este hecho se desarrollan dos escenarios:
1) De estancamiento, como en el municipio de Huimanguillo, que du-
rante los años setenta y ochenta fue el mayor productor estatal de petróleo
y de gas; no obstante, desde 2005 es una de las demarcaciones con mayor
grado de marginación social a escala estatal (Conapo, 2005) y con más de
50% de su población en pobreza alimentaria, de patrimonio y de habilida-
des.6 De acuerdo con el índice de especialización en el empleo, concentra

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Gráfica 5. pea de Nacajuca, 1960-2000 (porcentajes)

%
100
90
90 86 Primario
Secundario
80
Terciario
70

60
46
50 50.1
40
30.1
30
20.4 25
20 16.8 22
8.2
105
10 5.5 5.6
2.7 13.4
4.8
0
1960 1970 1980 1990 2000

Nota: se excluyen los “no especificado”.


Fuente: elaboración propia con datos del inegi (1960 a 2000).

una población agrícola sin manufactura y con pocas posibilidades de diver-


sificar la economía.
2) El de promover la vocación regional o innovar nuevas opciones pro-
ductivas como la situación de los microempresarios del municipio de Co-
malcalco y Paraíso.

Hacia una industria diversificada:


los chocolateros de la Chontalpa

Debido a la dinámica nacional, el petróleo generó mayor derrama económi-


ca en el estado y en los municipios seleccionados; en 1980 el sector petrole-
ro aportó 78% al pib estatal y 45% al nacional.7 Caso contrario se suscitó con
el sector agropecuario, el cual tuvo poca aportación al pib nacional, ya que

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Gráfica 6. pea de Paraíso, 1960-2000 (porcentajes)

%
100

90 Primario
Secundario
80
70.2 Terciario
70 86
60

50 42.7
46.8
40 33.2
30 21.8 25.7 27.7
21.7
19.3 22.7
20
106 11.6
13.8
10 10.5 8

0
1960 1970 1980 1990 2000

Nota: se excluyen los “no especificado”.


Fuente: elaboración propia con datos del inegi (1960 a 2000).

Cuadro 1. Índice de especialización en el empleo en 1970 (porcentajes)

Industria Industria
Municipio Agric. petrolera manufacturera Construcción Comercio Transportes

Comalcalco 1.02 2.38 0.83 0.99 0.94 0.63


Huimanguillo 1.15 1.83 0.77 1.18 0.65 1.00
Nacajuca 1.45 0.22 0.35 0.23 0.27 0.09
Paraíso 1.07 0.87 0.92 0.82 0.90 0.94

Fuente: elaboración propia con datos del inegi (1970).

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Cuadro 2. Índice de especialización en el empleo 1980 (porcentajes)

Industria Industria
Municipio Agric. petrolera manufacturera Electricidad Comercio Transportes Finanzas

Comalcalco 1.08 1.32 1.06 0.50 0.86 0.80 0.53


Huimanguillo 1.15 0.72 0.95 0.96 0.71 1.11 0.40
Nacajuca 1.18 1.08 0.25 1.31 0.29 0.13 0.58
Paraíso 1.10 1.19 0.34 2.26 1.74 0.50 1.25

Fuente: elaboración propia con datos del inegi (1980).

Cuadro 3. Índice de especialización en el empleo en 1990 (porcentajes) 107


Servicios
Industria Industria personales y
Municipio Agric. petrolera manufacturera Transportes mantenimiento

Comalcalco 1.08 1.72 0.91 0.82 1.05


Huimanguillo 1.55 0.58 0.89 0.73 0.64
Nacajuca 0.85 0.68 1.16 0.82 1.10
Paraíso 0.94 2.58 0.93 1.29 1.04

Fuente: elaboración propia con datos del inegi (1990).

de 1970 a 1993 generó 1.86 y 1.64%, respectivamente. Pese a estas cifras


poco rentables, fue la actividad productiva que ocupó la mayor población
en la región durante los años setenta y ochenta y obtuvo grandes logros en la
producción nacional por el cacao, la copra y la pimienta.
Dichos datos expresan que la vocación productiva de la región se alteró
coexistiendo con la actividad petrolera, a la vez que las políticas de desarro-
llo aplicadas en la zona han producido el desequilibrio en la economía local
al provocar cambios en la estructura productiva. Huimanguillo era el abaste-

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Cuadro 4. Índice de especialización en el empleo en 2000 (porcentajes)

Industria Industria Servicios


Municipios Agric. petrolera Construcción manufacturera Transportes educativos

Comalcalco 1.09 2 1.22 1.10 0.88 0.74


Huimanguillo 1.71 0.53 0.90 0.87 0.74 0.70
Nacajuca 0.89 0.50 1.45 1.22 1.05 1.01
Paraíso 0.81 3.8 1.05 1.12 1.02 1.00

Fuente: elaboración propia con datos del inegi (2000).

108 cedor de petróleo crudo, y en el año 2000 fue y continúa siéndolo Paraíso, lo
que hace que la economía municipal se encuentre bajo los lineamientos de
la política sectorial nacional. También es cierto que el petróleo proporciona
a los municipios crecimiento económico, como por ejemplo Comalcalco y
Paraíso, con un índice de especialización en el empleo significativo en este
sector, y que en 2000 proporcionaron al pib estatal 9.8 y 12.4%, respectiva-
mente; mientras que Huimanguillo sólo aportó 2.4% y Nacajuca 0.3%. En
2005, Paraíso hizo la mayor aportación al pib estatal con 64.8%; Comalcalco
aportó 17.1 por ciento.
Pero estos resultados no siempre son redituables para los grupos socia-
les que habitan en el lugar donde se lleva a cabo dicha actividad. Tal ha sido
el caso del municipio de Huimanguillo, que fue gran productor de gas en
los años ochenta y en donde, actualmente, su población subsiste con gran
déficit en la calidad de vida. Por otro lado, aunque en el índice de especia-
lización en el empleo la manufactura obtuvo un nivel significativo en tres
municipios, la aportación al pib estatal no representó lo mismo, ya que en
el año 2000 proporcionaron sólo 0.6%, lo que se traduce en una actividad
poco rentable para el Estado mexicano y para el gobierno estatal, dada la
importancia del sector petrolero.
Pese a estos datos y a su poco impacto económico, la actividad manu-
facturera constituye un proceso incipiente de reconversión productiva hacia
la agroindustria porque fortalece la capacidad endógena del lugar y repre-

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senta una respuesta para incrementar los ingresos familiares y fortalecer el


tejido productivo, especialmente frente a la experiencia que ha dejado la
explotación petrolera y a su característica intrínseca de ser un recurso finito.
En este escenario, los microempresarios de la Chontalpa –nietos de
dirigentes cacaoteros–, buscaron la trasformación del producto vendiendo
chocolate en pequeña escala en los municipios y en otros estados. Si bien
en los años setenta ser cacaotero era sinónimo de prestigio y poder, sobre
todo para quienes eran líderes, puesto que tenían facilidad de crédito y todo
el apoyo gubernamental, hoy las organizaciones cacaoteras persisten entre
fuertes presiones, desde plagas que amenazan la desaparición de las planta-
ciones hasta conflictos entre sus miembros por el monopolio o la corrupción
imperante. Así, la crisis económica, la entrada del neoliberalismo y la caída
internacional del precio del cacao llevaron a la importación del producto
procedente de África (que si bien es más barato, es de mala calidad). Ade- 109
más, la prioridad gubernamental otorgada al recurso petrolero, la corrupción
entre los líderes regionales8 y locales de las asociaciones productoras y la
falta de un control sanitario de las plagas, entre otros factores, provocó la
debacle de este cultivo.
Por todo lo anterior, en este artículo se parte de la idea de que el cacao-
tero ha permanecido aun con la dependencia del gobierno al sector petro-
lero, y que uno de los factores que explican este hecho es el sentimiento de
continuar con una práctica productiva heredada y porque existe un merca-
do. Como lo explica claramente uno de los microempresarios chocolateros,
Alejandro Campos, en la siguiente entrevista: “El abuelo Otto Wolter murió
en 1982. Mi suegra se hizo cargo de la empresa chocolatera, la conservó por
amor al chocolate, se dejó de vender 100 000 […] en noviembre de 1999
mi esposa [nieta del abuelo] y yo nos hicimos cargo de la empresa, rediseña-
mos todo, las etiquetas, empaques, nuevas etiquetas, nuevos empaques, todo
nuevo […] y se comercializa.”9
Preguntando al mismo microempresario cuáles fueron los motivos por
los que abrió la empresa, contestó lo siguiente: “Es una tradición familiar,
y es para promover una cultura del cacao, que ya es parte de la cultura del
lugar, el chocolate fue y es parte de la cultura de Tabasco, de los antiguos
chontales, es un producto histórico que es satisfactorio continuarlo hasta

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nuestros días, a nivel mundial es reconocido y valorado y qué fortuna de


tenerlo y hacerlo en estas tierras prodigiosas.”10
Con la política regional de la primera generación, el Estado tenía el
control absoluto de la promoción al desarrollo; en la década de los años
sesenta, con la fundación de la Unión Nacional de Productores de Cacao
de Tabasco, la Asociación concentró toda la producción que se daba en la
región Chontalpa. Por la crisis económica de los años ochenta, además de
problemas de financiamiento, de organización y de corrupción se separaron
algunos productores de la Unión para ser independientes.
La Unión Nacional de Productores de Cacao se estableció durante el
gobierno de Adolfo López Mateos en 1961, fundándose también tres uniones
regionales: la Unión Regional de Productores de Cacao de Comalcalco, la
Unión Regional de Productores de Cacao de la Chontalpa y la Unión Regio-
110 nal de Productores de Cacao de la Zona Centro-Sierra. Entre las tres agru-
pan 29 644 productores,11 que abarcan un total de 33 057 predios, en una
superficie de 60 456 hectáreas. Existen, además, 26 asociaciones locales,
ubicadas en los municipios de la Chontalpa y más de 15 000 productores in-
dependientes que venden sus cosechas tanto a los denominados “coyoteros
o intermediarios” como a las mismas asociaciones.
Otra problemática existente es la plaga moniliasis;12 los productores
esperan que este hongo sea erradicado por la Sagarpa: “Hoy tenemos el
problema de la moniliasis, y en 1980 se dio la plaga negra. La Sagarpa es la
que se encarga del control sanitario, pero este hongo es agresivo, tiene un
periodo de nueve meses. Y no hay productos químicos que lo erradiquen.”13
Debido al problema de la plaga, la Sagarpa emprendió un programa
que consiste en poda de mantenimiento, poda sanitaria y poda de formación
para limpiar las viejas plantaciones y sembrar nuevas. Otros problemas que
enfrenta la Unión es la debacle de precios, además de falta de credibilidad y
de movilidad, y la desorganización; por esta situación, junto con institucio-
nes de investigación se está analizando el problema de la baja rentabilidad
y el precio de garantía. Algunos de los socios que se independizaron de la
Unión Nacional son los microempresarios de la industria chocolatera Cacep,
Chocolates Wolter, chocolate La Negrita y la finca Cholula,14 quienes bus-
caron nuevas alternativas al cacao, dándole un proceso de transformación
con la elaboración de chocolate. También se encuentra en el municipio de

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Paraíso el chocolate Brondo que, también por tradición, se vende tanto en su


demarcación como en la ciudad de Villahermosa. Todos ellos forman parte
de familias con antigua tradición chocolatera, que antaño eran productores
de cacao, y a la fecha se han mantenido por el orgullo de continuar la acti-
vidad productiva de los abuelos.
Entre estos empresarios se observa un lazo tanto de competitividad
como de cooperación; aun si no tienen lazos consanguíneos se observa una
relación comercial armónica para llevar a cabo acuerdos y presentarlos ante
las autoridades correspondientes, ya que se han organizado para el ecotu-
rismo, por ejemplo, la ruta del cacao, el festival del chocolate, entre otros.
En el caso de chocolates Wolter, la dueña, al igual que los demás, em-
pezó con problemas de financiamiento; en la actualidad su empresa tiene
reconocimiento local: “Aunque es pequeña, con 17 empleados, se pretende
que crezca: somos pequeños todavía, pero es un impacto, vamos a crecer 111
[…] es un área de oportunidad en manufacturar el cacao, el chocolate es de
éxito.”15

Aproximaciones teóricas a la región de estudio

Retomamos las bases teóricas del desarrollo económico local, cuyo argu-
mento central es valorar la posición e intervención pública de los actores
locales que permite generar las condiciones para atraer empresas pero, sobre
todo, observar si estos actores han tenido la capacidad de visión para propi-
ciar un ambiente de desarrollo.
Con base en estos supuestos, podemos observar que en la región de
estudio, particularmente en los municipios de Comalcalco y Paraíso, a través
de la industria chocolatera los microempresarios son los actores que han
construido su propia alternativa productiva frente a la dinámica petrolera; el
gobierno estatal se ha convertido en intermediario y facilitador, apoyándo-
los con promoción turística, con apoyo sanitario mediante la Sagarpa, con
créditos federales como las pymes, con el fondo empresarial Tabasco, con las
microfinancieras y con los trámites burocráticos, entre otros.
El hecho de que los gobiernos federal y estatal se conviertan en facilita-
dores y socios del impulso al desarrollo, nos lleva a retomar los planteamien-

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tos de la política de la segunda generación, que se inscribe en el contexto


mexicano de 1982-2000, los cuales sustentan que el Estado continúa siendo
pieza clave pese a la transferencia de responsabilidades, convirtiéndose de
agente central en socio, regulador y árbitro de consorcios públicos, privados
y alianzas de desarrollo.
Es decir, el Estado aparece como intermediario en un ambiente de parti-
cipación, en una correlación horizontal entre gobierno, sociedad y mercado
y ya no con la perspectiva vertical presente en la política de la primera gene-
ración: “arriba y hacia abajo”. En esta segunda generación se hace énfasis en
que las acciones de desarrollo deben surgir del reconocimiento y la partici-
pación de los distintos actores locales.16
La industria del chocolate en la Chontalpa vive un proceso incipiente
porque son pocos los empresarios dedicados a su fomento, aunque no es un
112 corredor industrial, sino una oportunidad de ingreso; del año 2000 al 2008
la actividad agroindustrial ha ido creciendo paulatinamente de 0.6 a 4.5%;
no se trata de una producción sincrónica que pueda ser impulsada de igual
manera en los distintos espacios o que genere los mismos beneficios, porque
Comalcalco y Paraíso, en mayor medida, tienen el sello distintivo de ser los
municipios con mayor microindustria chocolatera y han demostrado, a través
del índice de especialización en el empleo, que subsisten en el contexto de
la hegemonía petrolera.
El que unos municipios presenten mayor dinámica chocolatera sólo
puede explicarse con base en la identidad laboral, concepto definido por
Sergio Boisier, quien lo define como la “creciente autopercepción colectiva
de pertenencia regional, es decir, identificación de la población con la re-
gión” (1996: 33-34). Un ejemplo son los microempresarios de Comalcalco
quienes, pese a las dificultades externas e internas, permanecen inmersos en
esta actividad productiva porque ha sido históricamente desarrollada por sus
familias. Lo que ha traído consigo el desarrollo de esta actividad es una apro-
piación simbólica del territorio, lo que les ha permitido, entre otros factores,
construir nichos de comercio local.
El sentimiento de pertenencia al territorio ha sido un factor que genera
la identidad productiva. En este sentido, tal como lo señala Gilberto Giménez
(2000: 40-45), la cultura influye en los procesos productivos, ya que los valores
y tradiciones de un lugar se construyen históricamente e incide sobre el desa-

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rrollo económico. Es decir, cuando la población mantiene una identificación


socioterritorial se organiza y preconiza el desarrollo de su región frente a agen-
tes externos que pueden alterar o amenazar el patrimonio socioproductivo. Al
respecto se le preguntó al líder de la Unión Local de Productores de Cacao de
Paraíso que si la Unión ha tenido tantos problemas con la comercialización,
la plaga moniliasis y Pemex –que contamina el cacao y absorbió la mano de
obra–, entonces ¿por qué continuar? A lo que el entrevistado respondió, seña-
lando también que el gobierno los había abandonado:

Mi papá era agricultor de cacao, esta ha sido la actividad predominante


de aquí. Pemex vino y mucha gente se fue a trabajar allá […] hay muchos
petroleros, esos que andan de pantalón color caqui, todo es Pemex, pero
fíjate que nosotros crecimos en el cacao y mi abuelita preparaba el cho-
colate [...] arriba en el tejado se secaba el cacao para hacer el pozol y 113
chocolate [...] pues aquí vamos a estar a ver qué pasa, a pesar de todo y
también de Pemex que manda aquí.17

El municipio de Comalcalco se ha caracterizado por tener grandes ex-


tensiones de tierras dedicadas al cacao, las cuales fueron haciendas. Ahora
se pueden mencionar las fincas Cholula, Jesús María y de La Luz. En la entre-
vista al dueño de la finca Jesús María, Vicente Alberto Gutiérrez Cacep, se le
preguntó desde cuándo su familia se dedicaba a la producción y comerciali-
zación del cacao y él contestó: “Pues viene siendo más o menos cien años.
Somos una familia que siempre se ha dedicado al cacao. Se puede decir que
es una generación. Mi tío Juan Cacep Peralta, a quien le fue heredada esta
hacienda, comenzó él a tratar de darle un valor agregado a lo que es el cacao
como en los años setenta.”18
Esta historia familiar indica que ha sido una actividad heredada, lo que
marca una fuerte identificación con el lugar. Dado que Comalcalco es un
municipio que presenta gran arraigo al territorio, la familia Cacep, que des-
pués de haberse retirado de la Asociación por diversas problemáticas suscita-
das al interior se las ingenió para comercializar el cacao independientemen-
te de la Unión Regional de Productores, buscó nuevos caminos, tal como lo
expresa Vicente Alberto Gutiérrez Cacep:

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Se formó la Unión Nacional de Productores de Cacao alrededor de los


años sesenta, y esta Unión Nacional daba muy buen resultado, todavía
eran muchos cacaoteros fuertes. El cacao en grano mi familia lo vendía a
la Unión, y ya en el setenta, ya empieza la industria, pero familiar, porque
había la inquietud de hacer algo más con el cacao, a mis tíos los llevó
a moler cacao, a vender lo que es pasta, materia prima todavía, pero un
poco más industrializada, para las empresas, como a la panadería El
Globo en México […] eso fue como de 1979 a 1984 […] y más o menos
en esos años ya vino poco a poco la decadencia del cacao.19

Y la entrevista con Gutiérrez Cacep continúa: “Usted ha dicho que la


producción empezó a decaer a mediados de los ochenta, pero ustedes con-
tinuaron ¿qué estrategias usaron para mantenerse?” y Gutiérrez responde:
114
La decadencia está en el 2005 para acá y se debió mucho a la enferme-
dad que nos pegó, la moniliasis, pero sí, ya venía cayendo la producción
en los ochenta, por la falta de alicientes que recibieron los productores de
cacao. Antes, ser cacaotero en los setenta era un prestigio, pero la Unión
Nacional de Productores de Cacao fue cambiando de actitud, se dedica-
ron a comercializar el producto. Les interesaba más la comercialización
que básicamente todos los apoyos que se dieran a los productores.

En nuestra entrevista continuamos indagando sobre las estrategias para


poder subsistir, señalando a Gutiérrez Cacep que observamos una hacienda
muy fortalecida, en donde se vende una variedad de productos y hasta hay
ecoturismo. A lo que él señaló:

Propiamente no hemos vivido de lo que es el cacao, lo hemos alternado


con comercio, ganadería, pero siempre con base en la agricultura. Inclu-
sive mi papá no es de Comalcalco, llegó aquí siendo ingeniero petrolero.
El hecho de que yo no me haya insertado entre las filas de Pemex, pues
fue un consejo de él, ya viendo las situaciones que se iban a presentar.
Pemex estaba en crecimiento, pero iba a llegar un momento en que se iba
a saturar. Cuando mi papá se jubiló, él empieza a manejar eso, y viendo,

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Hacia un desarrollo local... D. N. Martínez

porque él estaba en exploración y producción, viendo ya el límite, o el


final de lo que va a ser la debacle de la explotación del petróleo. ¿Qué
vamos a hacer en el futuro?20

Esta apreciación sobre el efecto petrolero y las políticas de desarro-


llo también coincide con la visión del microempresario chocolatero Wolter,
quien contestó lo siguiente ante la misma interrogante acerca de las estra-
tegias: “Hace dos generaciones se inició la industria del chocolate, con la
llegada del petróleo en los setenta se volcó todo al petróleo, los hijos de
cacaoteros trabajaron en Pemex, mis familiares, al profesionista le pagaban
más, pero ya los nietos nos dimos cuenta que esto se agota, el chocolate es
una área de oportunidad frente al petróleo.”21
En este sentido, el factor petrolero es percibido como un agente externo
que alteró la dinámica productiva cacaotera, además la inversión pública 115
federal y estatal en Tabasco fue sesgada en forma desproporcionada hacia
la explotación petrolera descuidando el sector primario, en el cual se halla
el cacao y la actividad agrícola que históricamente constituye la vocación
productiva de la Chontalpa.
Los actores locales, como los microempresarios y los mismos producto-
res independientes, son los promotores que propician un desarrollo econó-
mico local, puesto que emprendieron nuevos proyectos y diversificaron sus
ingresos.
Hemos reiterado que la industria chocolatera no genera un impacto
en la economía local de la Chontalpa ya que la aportación de la manufac-
tura fue insignificante, mientras que la industria petrolera aporta 50% al pib
estatal, y 19% al nacional (inegi, 2011: 128). La comparación entre la im-
portancia mundial del sector petrolero respecto a la industria chocolatera es
abismal, pero se demuestra que, desde abajo, la microindustria constituye un
ejemplo que destaca la vocación productiva regional y mantiene los recursos
naturales del territorio para la creación de agroindustrias.
Estos actores locales demuestran que la participación de la sociedad en
las relaciones económicas del territorio abre nuevos caminos para fomentar
cadenas endógenas y exógenas con el propósito de aprovechar los propios
recursos, como las plantaciones frutales (jugos), la actividad pecuaria para el
procesamiento y elaboración de quesos, entre otras, lo que se traduce en el

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mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes de donde se extrae la


riqueza natural.
Frente a este panorama, los empresarios están promoviendo en peque-
ña escala actividades tradicionales como el chocolate, producto generado a
partir del cacao, un recurso natural del territorio, dadas las condiciones geo-
gráficas y la permanencia de una identidad productiva históricamente desa-
rrollada por los pobladores del lugar. La manufactura y la agroindustria son
una respuesta de las comunidades locales a los desafíos de la globalización
que reconfigura territorios rentables y fortalece a las grandes corporaciones.
Bajo esta óptica, el sector energético mantiene una política extractiva
y divergente del bienestar social, puesto que parte de modelos de desarrollo
de ventajas macroeconómicas. Por otro lado, si bien los microempresarios
no representan a la población vulnerable, aunque sea en pequeña escala sí
116 están iniciando un proceso productivo renovado. No sólo es el caso del cho-
colate, también otros pequeños empresarios están promoviendo la agroin-
dustria láctea o fomentando el ecoturismo, el museo del chocolate y diversas
acciones que promueven la microindustria.

Consideraciones finales

El desarrollo local implica un proceso que convoca a la interacción efectiva


y comprometida de los agentes locales en la organización económica de su
entorno. En este sentido, Alburquerque, autor representativo del desarrollo
económico local, plantea que la participación de los grupos sociales y de los
agentes productivos en la definición de estrategias de desarrollo se convierte
en un reforzamiento del poder local (Alburquerque y Aghón, 2001: 21). Esto
se aplica a la realidad específica de la Chontalpa, ya que los microempresa-
rios chocolateros han sido capaces de generar economía a pequeña escala,
mediante la utilización de los recursos disponibles del territorio.
En la actualidad, con la creciente importancia que ha tenido la industria
del chocolate, los diversos actores sociales están definiendo no sólo nue-
vas formas de gestión económica, sino también acciones que impulsan el
desarrollo cultural. Por ejemplo, se ha promovido ante la Organización de
las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura que en su

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Hacia un desarrollo local... D. N. Martínez

declaración sobre el patrimonio de la humanidad22 se incorporen las tierras


productoras de cacao, la manufactura del chocolate y los vestigios arqueo-
lógicos de la cultura olmeca, localizada en la región de la Chontalpa, como
bienes sociohistóricos, y también se pretende inscribir a los cultivos cacao-
teros en el catálogo de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas
(Conapro).
En ese sentido, la participación conjunta de microempresarios, asocia-
ciones civiles, productores independientes, la misma sociedad y la interac-
ción de los distintos órdenes de gobierno, está definiendo el estilo de desa-
rrollo en la región, lo que genera beneficios a sus habitantes, ya que permite
diversificar las fuentes de empleo y de ingresos.
La experiencia de los microempresarios es un marco de referencia a
partir del cual es posible argumentar que se pueden desarrollar acciones
encaminadas a promover pequeñas economías con base en la potencialidad 117
propia del territorio, estableciendo las bases para un desarrollo local. Dicha
afirmación se concluye al identificar algunos ejes básicos:
1. La participación e iniciativa propia de los agentes económicos loca-
les en la definición de las estrategias de desarrollo.
2. El aprovechamiento de la potencialidad existente en el territorio, hu-
mano, natural y sociocultural.
3. La utilización de un recurso endógeno cacao-chocolate, basado en
una tradición sociocultural que implica la organización productiva histórica-
mente desarrollada por la familia, que condiciona los procesos de desarrollo
local.
4. La identidad laboral cacaotera.
De esta manera, el espacio es construido históricamente por los sujetos
sociales, quienes lo trasforman o lo reconfiguran. Se puede afirmar que el
territorio no es un mero soporte físico en el que se pueden imponer acciones
y programas de desarrollo “desde arriba”, en virtud de que la experiencia
empírica ha demostrado que las políticas regionales impuestas han fracasado
por no considerar las necesidades regionales y relegan la participación de la
población en las relaciones productivas.
Por ello, el territorio es un agente de transformación social y son los pro-
pios pobladores, con sus bases históricas y socioculturales, quienes refuer-
zan las acciones del desarrollo local; es en estos espacios donde las iniciati-

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vas productivas pueden gestarse siempre y cuando se valore al sujeto social


como partícipe del desarrollo. Las regiones son sistemas territoriales abiertos
que, en permanente interacción con otras, construyen su propia identidad
económica, cultural y social. Se ha observado que pese a la fuerte actividad
petrolera, la identidad laboral cacaotera continuó, lo que demuestra que el
sentimiento de pertenencia permite la consolidación de los sistemas econó-
micos.
El desarrollo local es una alternativa a las grandes corporaciones con
ventajas macroeconómicas, pues en esta dinámica pueden ser territorios in-
cluidos o excluidos, como en la región de la Chontalpa, donde a pesar del
predominio petrolero los microempresarios han dado la pauta para realizar
acciones concretas de planificación con base en el aprovechamiento del
recurso interno. Por lo anterior, obtenemos varias conclusiones:
118 1. Que las políticas de desarrollo deben valorar la participación de los
actores y los agentes productivos locales en la organización económica de
la región.
2. Que es importante desarrollar políticas públicas que promuevan ini-
ciativas de desarrollo local ante la presencia petrolera o de otro sector domi-
nante y excluyente.
3. Que ante los desafíos de los procesos globales, dentro de los terri-
torios existen capacidades productivas que se pueden reactivar o impulsar.
4. Que frente a un contexto desafiante, se muestra cómo la población,
en su relación con el manejo de sus recursos endógenos, regresa al conoci-
miento, habilidad y aprovechamiento de sus recursos naturales y sociocul-
turales con innovación, explotando una actividad históricamente heredada.
Por último, se concluye que los componentes territorio, sociedad y actor
local cuentan en el fomento del desarrollo regional y que son una respuesta
a la economía mundial. Tal como argumenta Barquero (1994: 89). Los retos
actuales de la mundialización los comienzan a enfrentar las ciudades peque-
ñas y sus actores; por ello, para lograr el desarrollo local también contará la
voluntad de los actores involucrados, del Estado y de la eficiencia distributiva
del capital público.

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Notas

* El presente artículo surge de los capítulos tres y cuatro de la tesis de maestría en


Estudios Regionales.
1 Desde 1950, con el inicio de la explotación petrolera, Tabasco ha sido una de las
nueve entidades del país que más inversión pública federal recibe. Entre 1959 y
1982 fue el cuarto estado favorecido; el primer lugar lo ocupó el Distrito Federal;
el segundo, Veracruz, y el tercero Tamaulipas. Los dos últimos estados también
son regiones petroleras. En 2009 Tabasco continuó siendo beneficiado, ocupan-
do la quinta posición.
2 Esta nueva clasificación se basa en el mismo criterio geográfico que se había
tenido antes. El nombre Chontalpa se deriva del grupo étnico chontal. En esta re-
gión se concentra el mayor número de indígenas chontales, respecto al resto del
estado de Tabasco. De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda de 2010 119
existen 60 526 indígenas; 60.8 por ciento habla el idioma chontal. La nueva
regionalización se publicó en el Periódico Oficial del Gobierno del Estado de
Tabasco, núm. 5406, junio de 1994.
3 En la política de primera generación el Estado es el actor y el regulador principal
de la actividad económica a través de la distribución de los recursos y de la do-
tación principal de infraestructura física para atraer inversiones externas en los
territorios marginados. La principal característica de esta política es promover los
factores exógenos de crecimiento, sin considerar a los actores locales y las capa-
cidades endógenas del territorio. Véase Helmsing (1999). En el caso mexicano,
se establece entre los años cuarenta y principios de los setenta.
4 El índice de especialización en el empleo mide la relación entre la participación
de la fuerza laboral (pea) en el sector “i”, en el municipio “j”, y la participación
de la fuerza de trabajo del mismo sector en el total estatal.
5 De acuerdo con el Conapo (2000), Huimanguillo registró alta marginación en
aspectos como educación, vivienda, ingresos monetarios y distribución de la
población.
6 De acuerdo con datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de De-
sarrollo Social (Coneval), en el año 2000 Huimanguillo obtuvo 52% en pobreza
alimentaria, 60% en pobreza de capacidades y 79% en pobreza de patrimonio.
7 En 2008, Tabasco, por concepto de petróleo, aportó al pib nacional 23% y al
estado 47% (inegi, 2010: 240).

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8 Entrevista con Juan Antonio Juárez, funcionario de la Secretaría de Agricultu-


ra, Ganadería, Desarrollo Rural y Pesca, Villahermosa, Tabasco, 9 de marzo de
2009.
Dicho funcionario manifestó que los líderes cacaoteros se quedaban con
los apoyos y las ventas, lo que provocaba que no se generaran excedentes. Ade-
más, señaló que se tomaban otras atribuciones y empezó la crisis con el banco y
después, para pagar, vendieron sus activos.
9 Entrevista con Alejandro Campos Beltrán, Comalcalco, Tabasco, 5 de marzo y 22
de junio de 2009. El entrevistado es esposo de Ana Beatriz Parizot Wolter, nieta
del fundador de chocolates Wolter.
10 Ibid.
11 Datos obtenidos de la Unión Regional de Productores de Cacao, Archivo Gene-
ral de la Unión Regional de Productores de Cacao, Cárdenas, Tabasco, marzo de
120 2009.
12 Plaga que infesta en gran número los árboles de cacao. El causante es un insecto
que tiene un periodo de vida de hasta 166 días en promedio.
13 Entrevista con Carlos Alberto Pons Burelo, Cárdenas, Tabasco, 3 de marzo de
2009.
El entrevistado es hijo del presidente de la Unión Nacional de Productores
de Cacao y funge como secretario municipal de Fomento Económico en el mu-
nicipio de Cunduacán, Tabasco.
14 Cabe señalar que a través de instituciones como el Fondo Nacional de Apoyo
para las Empresas en Solidaridad (Fonaes), están surgiendo nuevas microempre-
sas chocolateras, de lácteos y productos alimenticios.
15 Alejandro Campos, entrevista citada.
16 Un eje básico de estas políticas son las micro, pequeñas y medianas empresas
(mpyme), que tienen sus antecedentes en los distritos industriales italianos de fi-
nales de los setenta, cuya idea central es fomentar las pequeñas empresas con
especialización flexible.
17 Entrevista a Félix Chablé Díaz, líder de la Unión Local de Productores de Cacao
de Paraíso, Paraíso, Tabasco, 5 de marzo 2009.
18 Entrevista con Vicente Alberto Gutiérrez Cacep, propietario de la finca Jesús
María y de los Chocolates Cacep, Comalcalco, Tabasco, 6 de marzo de 2009.
19 Ibid.
20 Ibid.

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21 Alejandro Campos Beltrán, entrevista citada.


22 “Buscan llevar cultura olmeca y cacao a la unesco”, de Alejandro Pérez García,
Tabasco Hoy, suplemento cultural, Villahermosa, Tabasco, 21 de enero 2011.
La Asociación Civil Juchimanes de Plata está gestionando la declaratoria ante la
unesco.

Fuentes consultadas

Hemerografía

Tabasco Hoy, Villahermosa, Tabasco, enero-diciembre de 2010.


121

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Las inundaciones en el Distrito Federal.


Un ejemplo de la construcción del riesgo
y la vulnerabilidad*

Juan Pablo Quiñones Peña

123

La dimensión espacial

E n los estudios regionales es fundamental utilizar la dimensión espacial


como una variable en el análisis. Dicha variable es una condición para ha-
blar de la región, la cual surge de las interrelaciones entre el hombre y la
naturaleza mediante los procesos de adaptación que se ven reflejados en el
territorio (Palacios, 1983).
El análisis espacial en las ciencias sociales se ha dado en diferentes
disciplinas y áreas del conocimiento. En este artículo se utilizará la categoría
analítica retomada por Daniel Hiernaux y Alicia Lindón con respecto al es-
pacio como estructura o instancia de la totalidad social en la cual el espacio
es integrante de la totalidad social y como tal toma un carácter de estructura
subordinante-subordinadora, es producto y producido (Hiernaux y Lindón,
1993: 92). Por lo tanto, el espacio tiene un papel activo, de la misma manera
que las sociedades, las que se encuentran en constante evolución y cambio.
En este artículo se utilizará la concepción de espacio como estructura
de la totalidad social, debido a que explica, en el tiempo, los cambios que se
van dando en las dinámicas sociales, permitiendo una mayor comprensión
de las relaciones entre la construcción del riesgo y la vulnerabilidad, utili-

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zando el espacio como parte del análisis y no sólo como un contenedor de


cambios.
Partiendo de esta concepción del espacio, la bisagra que permite el
análisis territorial es la región, la cual se vuelve una construcción teórica ne-
cesaria para seguir adelante en este recorrido. Palacios (1983) señala que las
regiones tienen dos significados fundamentales en el trasfondo de cualquier
clasificación: el primero hace referencia a una noción abstracta que puede
ir desde el mundo material hasta el mundo de las ideas, y el segundo, hace
referencia a los ámbitos concretos de la realidad física y sus elementos.
Debido a la gran diversidad de clasificaciones de “región” que se han
construido, en este artículo se retoma la definición que Palacios presentó
a principios de los ochenta, cuando la definía como la “forma espacial de
un subsistema social históricamente determinado, entendiendo como forma
124 espacial a una configuración territorial cuya lógica puede entenderse a partir
de un proceso social concreto que acusa regularidad y recurrencia” (Pala-
cios, 1983: 63).
Esta definición de la región va en la línea del espacio como estructura
de la totalidad social que se mencionó en párrafos anteriores; además, es
relevante el trato y peso que Palacios da a la historia para poder entender las
dinámicas y fenómenos sociales, ya que son fenómenos de larga duración y,
como decía Harvey (2008), marcan o dejan huellas en el territorio.
Para este análisis se ha decidido retomar la tipología realizada por José
Luis Palacios (1983), posteriormente utilizada y afinada por Gilberto Gimé-
nez (2000). En ambos casos, el tipo de referencia que hacen los autores al
espacio está ubicado en el enfoque del espacio como una dimensión de la
totalidad social, en donde “el espacio se vuelve una condicionante de los
procesos sociales” (Hiernaux y Lindón, 1993: 104). Esta característica permi-
te comprender el peso de las historias regionales y/o locales, las relaciones
de poder, los procesos de adaptación y las inercias dinámicas que se dan en
las interacciones, lo cual es fundamental para entender los problemas que
generan la construcción del riesgo y la vulnerabilidad, como en el caso del
Distrito Federal (D. F.).1
José Luis Palacios (1983) retoma los tres tipos de regiones2 más usadas:
homogénea, polarizada, y programada o plan;3 algunos años después, Gimé-
nez trajo al debate nuevas características sobre la región programada o plan,

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Las inundaciones en el Distrito Federal... J. P. Quiñones

caracterizándola como la “división del espacio nacional en circunscripcio-


nes administrativas destinadas a servir de marco a la política de desarrollo
regional y de la organización del territorio” (Giménez, 2000: 35).
Señala Giménez que la región plan es el resultado de una creación po-
lítica e institucional, la cual “tiene una orientación fuertemente prospectiva
(en la medida en que comporta un proyecto de desarrollo) y no es creada ex
nihilo (desde la nada), sino a partir de las potencialidades y complementarie-
dades inscritas en su geografía física, humana y cultural. Por lo tanto, simul-
táneamente es homogénea, polarizada y funcional” (Giménez, 2000: 35).
Retomando todas estas características el D. F. se vuelve una región plan
de análisis, debido a que cuenta con una orientación prospectiva en donde
el Partido de la Revolución Democrática (prd) lleva más de trece años desa-
rrollando un programa de gobierno; además, cuenta con una organización
propia, la cual busca ser funcional. Es la única entidad, en toda la república, 125
que cuenta con la figura de la Asamblea Legislativa (al), así como con sus 16
delegaciones para gobernarla. Además, es la capital del país y concentra una
gran cantidad de poder económico, social y político.
En el contexto de la globalización, las regiones más que nunca se con-
solidan como sistemas territoriales abiertos “en permanente interacción con
otras regiones4 construyendo su propia identidad económica, cultural, social
y política” (Montañez y Delgado, 1998: 131).
Debido a las características antes señaladas, se ha elegido la región tipo
plan, como categoría eje de este trabajo; se pretende con ella analizar la
vulnerabilidad y el riesgo generados en el D. F.
Lo dicho anteriormente se ve reflejado en el caso del D. F., en donde
es necesario tomar en cuenta que hay una superposición de planos que se
han ido conformando a lo largo de la historia y marcan diferentes momentos
históricos. Por lo tanto, como nos recuerda Harvey, no es fortuita la forma
que ha adquirido la ciudad, “la apariencia de la ciudad y la manera de orga-
nizar sus espacios forman la base material a partir de la cual puede pensarse,
evaluarse y realizarse una serie de posibles sensaciones y prácticas sociales”
(Harvey, 2008: 86). Para profundizar más en este punto es necesario conocer
la historia de la región de estudio y en particular del territorio analizado, lo
cual se realizará en el siguiente apartado.

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Para terminar este apartado conviene definir otros dos conceptos. El


primero es la construcción del riesgo, la cual “remite a la producción y re-
producción de las condiciones de vulnerabilidad que definen y determinan
la magnitud de los efectos ante la presencia de una amenaza natural” (Gar-
cía Acosta, 2005: 13-16); y la vulnerabilidad, entendida como “un proceso
complejo, dinámico y cambiante, que determina que esa comunidad quede
expuesta a no a la ocurrencia de un desastre, o que tenga más o menos po-
sibilidades de recuperación” (Altez, 2009: 122 ).

Breve recuento histórico de las inundaciones y de las obras


hidráulicas más representativas en el Valle de México

126 El actual D. F. tiene una historia rica en hechos inesperados con respec-
to a su hidrología, los cuales se han suscitando a lo largo de varios siglos.
Con respecto a las inundaciones, es pertinente mencionar que en el Valle de
México, del cual forma parte el D. F., desde le época de los mexicas se tiene
registro de construcciones asentadas sobre los lagos. En aquella época, el
sistema lacustre estaba compuesto por cinco lagos5 que desde los tiempos
prehispánicos formaron un reto para la convivencia entre los pobladores y
la naturaleza.
El fenómeno de las inundaciones lo podemos encontrar en la historia
del Valle a partir de 1449, cuando Nezahualcóyotl, rey de Texcoco, cons-
truyó un enorme dique de piedra de más de doce kilómetros de longitud
y cuatro de ancho para proteger a Tenochtitlan de las crecidas de agua, las
cuales eran generadas por el aumento en el volumen de agua de los lagos de
Zumpango y Texcoco (Perló, 2009: 24).6
En la época colonial fue evidente la poca adaptabilidad a la zona la-
custre por parte de los españoles, debido a que buscaron desecar el agua
del Valle, para lo cual realizaron varios proyectos a lo largo del siglo xvii;
por ejemplo, en 1607 el alemán Enrico Martínez construyó el Tajo de
Nochistongo,7 el cual estaba encargado de drenar el lago de Zumpango y
al mismo tiempo sacar los ríos más caudalosos del Valle, en especial el río
Cuautitlán. Esta obra logró controlar las inundaciones en la parte norte del

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Las inundaciones en el Distrito Federal... J. P. Quiñones

Valle, pero aún quedaban pendientes las crecidas del oriente, sur y centro
que desembocaban en el lago de Texcoco (Perló, 2009).
A pesar de las grandes obras que se habían creado para evitar las inun-
daciones, durante los años de 1628 a 1630 se registraron varias crecidas, las
cuales motivaron a algunos pobladores a cambiar de residencia; siendo la
ciudad de Puebla uno de los destinos más recurrentes. Lamentablemente,
en los años de 1795 y 1878 se registraron nuevamente fuertes inundaciones
en la capital. A lo largo de los años era evidente el paradigma español sobre
“la ciudad”, el cual pensaba sólo en desecar los lagos que amenazaban a los
pobladores, no buscando alternativas para aprovechar los accidentes del te-
rritorio y la vocación lacustre de la cuenca hidrológica del Valle de México.
Debido al fuerte impacto que causaban las inundaciones y al continuo
crecimiento de la ciudad, se necesitaron nuevas obras hidráulicas para ir
regulando el problema. Para ello, la segunda gran obra, realizada por Porfi- 127
rio Díaz, inició en 1886 y, tras catorce años de trabajo, logró culminarse en
1900 con la inauguración del Gran Canal del Desagüe.
Entre 1930 y 1950, con la industrialización manufacturera y la sustitu-
ción de importaciones, se produjo un crecimiento acelerado en la ciudad,
debido a que su población creció 1.5 veces. Esto generó un proceso de ex-
tensión urbana, el cual daría paso, en pocos años, a la Zona Metropolitana
del Valle de México.8
A consecuencia del crecimiento demográfico, para la década de 1930
el Gran Canal del Desagüe se volvió insuficiente. Y nuevamente las calles del
centro de la ciudad de México se inundaron. Ante la urgente necesidad de
acciones, el gobierno decidió ampliar el Gran Canal9 realizando el segundo
túnel de Tequixquiac.10 Dicha obra se realizó entre los años 1937 y 1947.
Uno de los grandes problemas que ha traído la desecación de la zona
lacustre del Valle de México es el hundimiento del D. F. Por ejemplo, a
principios del siglo xx se fueron dando hundimientos de 2 a 5 cm anuales,
pero entre 1938 y 1948 los hundimientos del centro de la ciudad fueron de
aproximadamente 18 cm por año, y para 1959 algunas partes de la ciudad
alcanzaron 50 cm por año.11 Este fenómeno de hundimiento también afecta
a municipios conurbados como Chalco, Nezahualcoyotl, Naucalpan y Eca-
tepec (ddf-dfcoh, 1997).

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Una de las consecuencias de los hundimientos es la inutilización de al-


gunas obras hidráulicas debido a que se contaba con la pendiente para poder
sacar el agua del Valle y con los hundimientos este efecto se neutralizó.
En 1950 se volvieron a dar grandes inundaciones y en 1951 el centro
de la ciudad estuvo inundado por tres meses durante los cuales el agua llegó
a una altura de dos metros y era normal ver lanchas para que las personas
se transportaran. Este hecho se debió a que la infraestructura del Gran Canal
ya no operaba. Por lo tanto, la Comisión Hidrológica de la Cuenca del Valle
de México tuvo que poner un sistema de bombas para desalojar las aguas
negras y pluviales.
En 1960 se construyeron el interceptor y el emisor poniente, y para
finales de los sesenta se diseñó el Sistema de Drenaje Profundo,12 el cual
cuenta con un túnel de 60 km que conduce aguas pluviales y usadas con una
128 capacidad de hasta 200 m3/s. La primera fase fue concluida en el periodo del
presidente Echeverría.
Durante el gobierno del presidente Miguel de la Madrid comenzó la
construcción del colector semiprofundo Iztapalapa, destinado al desalojo de
aguas residuales y pluviales generadas en la zona oriente, el cual se terminó
en julio de 1987. En los siguientes gobiernos se continuaron algunas obras
de extensión y mantenimiento de la red hidráulica.13
A partir de la década de los ochenta se observó un cambio importante
en la dinámica demográfica debido principalmente a la disminución de la
natalidad, así como a una reducción de los flujos migratorios, ocasionadas
por la disminución paulatina en la participación económica de la capital.
Desde que el gobierno del D. F. fue asumido por el prd a finales de
1997 ya no se han realizado obras de gran envergadura, y más bien se trata
de dar mantenimiento a la red ya existente, lo cual sigue siendo un trabajo
arduo y costoso para la ciudad. Lamentablemente, los problemas con las
inundaciones no han desaparecido y continúan hasta nuestros días, dándose
con mayor frecuencia en las zonas más pobres y periféricas del D. F., lo que
acarrea problemas con los gobiernos de las entidades colindantes, en espe-
cial con el Estado de México.
A continuación se presenta una visión sobre la cuenca hidrológica con
el fin de analizar los problemas concernientes al agua, buscando un aborda-
je capaz de retomar el manejo de la gestión integral de los recursos hídricos.

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La cuenca hidrológica

Como ya se mencionó, el D. F. es una región plan y a lo largo de su historia


ha logrado, mediante el manejo hidráulico, una complicada construcción
del riesgo y la vulnerabilidad al negar su vocación lacustre.
Para analizar este fenómeno se requiere una visión espacial que permita
profundizar en los problemas generados a raíz de la gestión del agua que se
ha realizado en la ciudad por años, sin una perspectiva sustentable, ecológi-
ca y de largo plazo.
A escala internacional, para analizar los problemas concernientes al
agua se utiliza la cuenca hidrológica como unidad de análisis debido a las
siguientes características:
1. Son las principales formas terrestres dentro del ciclo hidrológico que
captan y concentran la oferta de agua que proviene de las precipitaciones. 129
2. Las características físicas del agua generan un grado extremadamente
alto, y en muchos casos imprevisible, de interrelación e interdependencia
(externalidades o efectos externos) entre los usos y los usuarios de agua en
una cuenca.14
3. Las cuencas constituyen un área en donde hay una interdependencia
e interactúan, en un proceso permanente y dinámico, el agua con los siste-
mas físico (recursos naturales) y bióticos (flora y fauna).
4. En los territorios de las cuencas “se produce la interrelación e inter-
dependencia entre los sistemas físicos y bióticos y el sistema socioeconómi-
co, formado por los usuarios de las cuencas, sean habitantes o interventores
externos de las mismas (Dourojeanni, Jouravlev y Chávez, 2002: 8-9).
Cabe resaltar que el territorio de las cuencas, y los cauces en especial,
facilitan las relaciones entre quienes viven en ellas, “aunque se agrupen den-
tro de las mismas en territorios delimitados por razones político-administrati-
vas (municipios, provincias, regiones, estados, etc.)” (Dourojeanni, Jouravlev
y Chávez, 2002: 9) en donde las relaciones de apropiación del territorio en el
ámbito cultural también van más allá de los límites que pone el Estado para
ejercer su administración. Para este trabajo se analizará la cuenca del Valle
de México y dentro de ella el D. F.15
Para el análisis de una cuenca, según Dourojeanni, en primer lugar
siempre hay que tomar en cuenta la hidrología que incluye los límites natura-

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les superficiales de una cuenca: no necesariamente coincide con los límites


de las aguas subterráneas, tampoco abarca las superficies de los mares y ge-
neralmente no incluye las franjas costeras. En el caso del D. F. sería necesario
considerar la presencia de ríos –aunque la mayoría ya hayan sido entubados–
y mantos freáticos, debido a la hidrología de la zona que se está estudiando.
En segundo lugar, se debe tomar en cuenta la política, porque “polí-
ticamente los límites de las cuencas crean situaciones complejas de admi-
nistración para los distintos niveles de gobierno” (Dourojeanni, Jouravlev y
Chávez, 2002: 11), y a los límites naturales se les sobreponen los políticos
administrativos. Lo anterior resulta evidente en la cuenca del Valle de Méxi-
co, en donde se superponen las administraciones de cuatro entidades que
son: el Estado de México, Hidalgo, Tlaxcala y el D. F. Aunado a ello se super-
pone la administración de la red hidráulica que está en el subsuelo.
130 En México se han identificado 1 471 cuencas hidrográficas,16 las cuales
se han agrupado y/o subdividido en cuencas hidrológicas. Dichas cuencas
se encuentran organizadas en 37 regiones hidrológicas (véase mapa 1) y a su
vez se agrupan en las trece regiones hidrológico-administrativas (véase mapa
2) (Conagua, 2010: 18).
Como se puede ver en los mapas, el D. F. está en la 26 región hidrológica
denominada “Pánuco”, y dentro de ella le corresponde la XIII región hidroló-
gico-administrativa nombrada “Valle de México y Sistema Cutzamala”. Dicha
región tiene una extensión de 16 426 km2 y abarca 100 municipios de los
estados de México, Hidalgo, Tlaxcala y las 16 delegaciones del D. F. Debido a
la gran cantidad de población que contiene dicha región se encuentra subdi-
vidida en dos áreas: Tula y Valle de México. Esta última está compuesta por las
16 delegaciones del D. F. y sólo 69 localidades de los estados mencionados.17
Es importante mencionar que la base sobre la que se desarrollan los
fenómenos sociales son los actores sociales, los cuales son las unidades de
acción en la sociedad: tomadores y ejecutores de decisiones que inciden en
la realidad local dentro de un contexto (Pírez, 1995: 3). En el D. F., encontra-
mos a las autoridades que representan al Estado (Conagua, sacm, Semarnat,
smadf, Asamblea Legislativa del D. F., entre otros) y a los actores locales que
habitan la ciudad, por ejemplo los vecinos organizados que pertenecen a
alguna agrupación de la sociedad civil, al comité de manzana, a las socie-
dades de colonos; también los vecinos que se organizan de manera informal

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Mapa 1. Las 37 regiones hidrológicas de México

Fuente: Conagua, (2009a: 23).


Mapa 2. Las trece regiones hidrológico-administrativas de México

Fuente: Conagua, (2009b: 16).


Las inundaciones en el Distrito Federal... J. P. Quiñones

debido a alguna necesidad. Este empalme de planos administrativos permite


observar la complejidad que tiene el hecho de trabajar una región de este es-
tilo, debido entre otras cosas, a que el gobierno ha superpuesto varias capas
administrativas sobre un mismo territorio, lo cual dificulta su administración.

Las inundaciones.
La percepción del riesgo y la vulnerabilidad

Las inundaciones, según la Real Academia de la Lengua Española, son el


hecho de “cubrir los terrenos y a veces las poblaciones” con agua, las cuales
son parte de la historia de la humanidad. En particular, la Cuenca del Valle de
México, desde tiempos prehispánicos, ha sufrido de dicho fenómeno, como
se expuso en el apartado correspondiente de este artículo. 133
Algunas de las principales causas de inundaciones son el incremento
inusual del nivel del río en la desembocadura; por mareas muy altas; la de-
gradación del medioambiente, la deforestación, algunas técnicas empleadas
en el uso de la tierra y, en general, la alteración del ecosistema en las cuen-
cas; los cauces de ríos saturados de basura u obstruidos con troncos y otros
desechos; lluvias torrenciales, que por su intensidad y duración no logran
ser evacuadas por las quebradas y los ríos; caños y alcantarillas tapados con
basura. Para el caso del D. F., las últimas tres causas son las más frecuentes y
las causantes del aumento en la vulnerabilidad y el riesgo.
Aunado a ello, en la actualidad ya son evidentes los efectos del cambio
climático global. Indudablemente estos cambios afectan y continuarán afec-
tando a las sociedades de maneras distintas, debido a los procesos propios
de aceptación, adaptación y reconocimiento que tengan. Dichos procesos
son influidos por el contexto económico, social, político y cultural, donde
las desigualdades tienen un papel fundamental.
Para llevar a cabo el análisis de las diversas situaciones que se dan
en las sociedades, una herramienta fundamental es la reflexión sociológica
sobre los problemas ambientales,18 la cual “pretende explicar los mecanis-
mos sociales que hacen posible que, en un momento determinado, ciertos
problemas de la realidad adquieran un sentido y significado especial que los
hace aparecer en la escena pública” (Lezama, 2004: 15).

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Según Douglas y Wildavsky, la manera en que cada sociedad va priori-


zando sus problemas y la percepción sobre el riesgo tiene como antecedente
los acontecimientos climáticos, debido a que “toda forma de sociedad pro-
duce su propia y selecta perspectiva del ambiente natural” (Lezama, 2004:
46).
Lo anterior da pauta para hablar de la percepción racional de los ries-
gos, la cual “está marcada por la falta de información y la omisión de los
contextos sociales en la definición de los símbolos que permitan identificar
los riesgos” (García, 2005: 13). Aunque esto parezca obvio, la mayoría de los
gobiernos no toma en cuenta estos antecedentes para la realización de sus
políticas y programas.
Por lo tanto, la percepción del riesgo es “un proceso social y en sí mismo
una construcción cultural” (García, 2005: 16). Otro concepto fundamental
134 es “la producción y reproducción de las condiciones de vulnerabilidad que
definen y determinan la magnitud de los efectos ante la presencia de una
amenaza natural” (García, 2005: 23). A esto se le conoce como la construc-
ción de riesgos. Por lo tanto, como ya se había mencionado en el apartado
anterior, la vulnerabilidad es un proceso complejo, dinámico y cambiante, el
cual determina que cierta “comunidad quede expuesta o no a la ocurrencia
de un desastre, o que tenga más o menos posibilidades de recuperación”
(Altez, 2009: 122).
En algunos casos los individuos pueden ser conscientes del grado de
vulnerabilidad en el que viven, pero en ocasiones se puede presentar una
“situación o evento que sobrepasa la capacidad local, haciendo necesaria la
solicitud de apoyos de escala nacional o internacional. Un evento inespera-
do y con frecuencia repentino que causa gran daño, destrucción y sufrimien-
to humano” (García, 2005: 16) al cual se le denomina desastre.
En el D. F. hay una percepción del riesgo ante las inundaciones en la
que la población, al no tener diferentes opciones de vivienda, busca ade-
cuar los lugares que habita, construyendo diques en las casas, adquiriendo
bombas para drenar el agua y reconstruyendo sus viviendas con novedosos
sistemas capaces de evitar la entrada de esta.
Dichas acciones desarrolladas por la población reflejan la aceptación
del riesgo; también existe la aceptación por parte de las autoridades, quienes
brindan apoyos de diversa índole a los ciudadanos: despensas, vales para

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Las inundaciones en el Distrito Federal... J. P. Quiñones

comprar electrodomésticos, fondos nacionales para prevenir desastres, entre


otros. En el D.F., el uso de la categoría de desastre, después de varios estudios
y análisis que el gobierno y otras instituciones educativas como la unam han
realizado sobre las características del territorio, no corresponde con las de-
finiciones que los especialistas han desarrollado; además, no todos los ciu-
dadanos conocen el resultado de dichos estudios y desconocen los riesgos
del lugar que habitan, por lo que muchos de ellos viven en riesgo constante
y con una alta vulnerabilidad.
Debería ser una labor permanente de los gobiernos locales informar a
los ciudadanos sobre las condiciones de los lugares que habitan para que
ellos puedan decidir con mayor conocimiento de causa si permanecen o
no asentados en dichos lugares. En este texto buscamos ilustrar, mediante el
ejemplo de las inundaciones, cómo se puede construir socialmente el riesgo
y la vulnerabilidad. 135

Reflexiones finales

A manera de conclusión se retoman algunos efectos que han provocado las


decisiones de urbanizar y transformar al D. F. rompiendo con su lógica hi-
drológica:
1. Debido a la ruptura del equilibrio de la cuenca, el daño al ecosistema
es irreparable.
2. El agua de lluvia y la que lleva la red del drenaje hace que se mezclen
las aguas negras y las pluviales, lo cual genera el desperdicio de las dos. En
ocasiones ambas aguas resurgen, debido al gran volumen y la falta de capa-
cidad de los emisores para sacarlas.
3. El hundimiento de la ciudad continuará y esto generará pérdidas eco-
nómicas y problemas de inseguridad en varias construcciones, en especial
en el centro de la ciudad.
4. La ciudad cuenta con una alta vulnerabilidad y propensión a los de-
sastres causados por las acciones del hombre.
Los habitantes del D. F., en algunos casos, ya están acostumbrados a
vivir con un alto grado de vulnerabilidad y asumen los riesgos de habitar la
ciudad, pero en otros casos los ciudadanos no conocen la situación en la

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que se encuentran, por lo tanto hace falta una sólida cultura del riesgo, de la
vulnerabilidad y del cuidado del medioambiente con una visión sostenible,
la cual respete las dinámicas locales y regionales para facilitar el trabajo
entre organizaciones no gubernamentales, empresas, sociedad en general,
sociedad organizada y gobierno.
Como ya se ha mencionado, el crecimiento del D. F. responde a un pro-
ceso de larga data, acompañado de decisiones gubernamentales inmersas en
políticas de desarrollo urbano, algunas de las cuales fueron motivadas por
los cambios en el contexto nacional e internacional, pero indudablemente
estas decisiones están relacionadas con la gestión de políticas públicas. Por
lo tanto, es pertinente retomar las sugerencias que hacía, ya hace algunos
años, Gabriela Estrada para promover un esquema de gestión de riesgos ur-
banos. Dichas sugerencias son fundamentales y todo gobierno local con una
136 alta vulnerabilidad debería tomarlas en cuenta:
1. El entendimiento cabal del territorio.
2. El fortalecimiento de los lazos entre la población y su territorio.
3. La identificación y aceptación de las diferentes percepciones del ries-
go en los actores.
4. La reducción de todo tipo de vulnerabilidades.
5. La difusión oportuna y adecuada de información.
6. La participación de la población.
7. La negociación del riesgo.
8. Los necesarios lazos entre las diferentes etapas del riesgo: preven-
ción, monitoreo, atención de la emergencia, retroalimentación poscatástrofe.
9. El reconocimiento de las particularidades de cada tipo de riesgo.
10. La construcción de lazos entre planes de desarrollo urbano, ordena-
miento territorial y de prevención de riesgos.
11. Especificación de las atribuciones y obligaciones de las autoridades
locales.
12. El desarrollo de un sistema de aseguramiento (Estrada, 2006: 54).
Aunado a lo antes mencionado, es fundamental analizar el problema de
las inundaciones con una visión espacial en donde es necesario posicionar
el análisis de la cuenca hidrológica para lograr soluciones de mayor alcance.
Una de las razones que sustenta lo anterior es que la cuenca es la uni-
dad que determina la oferta de agua, y muchas de las decisiones que influyen

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en la demanda de agua y de servicios públicos y que afectan su disponibi-


lidad “no se encuentran en la cuenca de origen, sino provienen de actores
exógenos a ella” (Dourojeanni, Jouravlev y Chávez, 2002: 11).
En el caso del D. F. las lluvias, en lugar de ser una fuente de riesgo y vul-
nerabilidad, podrían convertirse en una parte de la solución al problema ante
la falta de agua. En la legislación mexicana el agua de lluvia se encuentra
enmarcada en el tema de las aguas superficiales;19 ahí se señala que el agua
pluvial que no se recolecte puede ser utilizada por cualquier persona. Por lo
tanto, si con diversos mecanismos se “cosechara” el agua de lluvia antes de
llegar al alcantarillado, podría disminuir el problema de la falta de agua y
evitar las inundaciones en el D. F.
Otra propuesta a tomarse en cuenta, según Dourojeanni, es que la ges-
tión de cuencas debería contener tres etapas básicas: la planeación previa, la
de desarrollo de recursos hídricos y una permanente; todos los estados que 137
forman las diferentes cuencas del país deberían tener, desde el ámbito fede-
ral, una articulación para manejar los problemas y gestionar sosteniblemente
los recursos de sus cuencas de manera seria y científica (cuadro 1).
Desafortunadamente no se ha visto voluntad política para poder abor-
dar el problema de las inundaciones en una agenda conjunta y de mane-
ra continuada. Más bien, cuando las inundaciones aparecen, los gobiernos
tratan de arreglar el problema. Esto refleja la falta de planeación de estos y
su falta de visión sobre el aprovechamiento que se podría tener del agua de
lluvia y en general de los recursos naturales con los que cuenta la cuenca
para gestionarlos con una visión de largo plazo y en beneficio de los propios
habitantes.

Notas

* Artículo formulado a partir del trabajo para la materia “Medio ambiente y te-
rritorio”, segundo semestre de la maestría en Estudios Regionales, Instituto de
Investigaciones Dr. José María Luis Mora.
1 El Distrito Federal colinda al norte, al este y al oeste con el Estado de México,
y al sur con el estado de Morelos. Su territorio esta dividió en 16 delegaciones
políticas que son: Azcapotzalco, Coyoacán, Cuajimalpa de Morelos, Gustavo A.

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Cuadro 1. Etapas de la gestión de cuencas según Dourojeanni

Etapa Características

Previa Estudios, formulación de planes y proyectos


Intermedia Etapa de inversión para la habilitación de la cuenca
Nombrada: River Basin o con fines de aprovechamiento de sus recursos naturales
Desarrollo de recursos hídricos
Permanente Etapa de operación y mantenimiento de las obras
construidas; gestión y conservación de los recursos naturales

Fuente: Elaboración propia basada en el texto de Dourojeanni, Jouravlev y Chávez (2002: 17-19).

138
Madero, Iztacalco, Iztapalapa, Magdalena Contreras, Milpa Alta, Álvaro Obre-
gón, Tláhuac, Tlalpan, Xochimilco, Benito Juárez, Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo
y Venustiano Carranza. Representa 0.1% de la superficie del país y es la entidad
con mayor densidad de población. En el D. F., el organismo encargado de ad-
ministrar la mayoría de las cuestiones concernientes al agua es el Sistema de
Aguas de la Ciudad de México (sacm) en coordinación con las delegaciones de
la entidad.
2 Existen más tipos de regiones, como económica, productiva, integral e histórica;
además, hay diferentes puntos de vista desde la filosofía, la geografía y la econo-
mía para abordarlas.
3 Las diferencias entre estas tres son las siguientes: la homogénea, que es una uni-
dad territorial definida mediante un factor único de diferenciación, ya sea social,
físico, climatológico o político; la polarizada, también denominada nodal, hace
referencia a unidades territoriales definidas a partir de interdependencias funcio-
nales y de la densidad de flujos entre sus elementos, sin que puedan establecerse
límites claros; finalmente, la programada o plan, se define en función de criterios
y objetivos específicos de política económica.
4 Montañez, retomando a Santos, dice que las regiones son “subdivisiones del
espacio geográfico planetario del espacio nacional o inclusive del espacio local.
Son subespacios de convivencia y, en algunos casos, espacios funcionales del

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espacio mayor. El todo social no tiene otra forma de existencia que la forma re-
gional, ya sea intranacional o internacional” (Montañez y Delgado, 1998: 131).
5 Zumpango, Texcoco, Chalco, Xochimilco y Xaltocan (Conagua, 2007).
6 La cuenca encerraba aguas dulces (Xochimilco) y saladas (Texcoco), sin que se
sepa exactamente el por qué de ello.
7 Esta obra es fundamental porque abre la cuenca del Valle de México hacia la
vertiente del Golfo de México.
8 En el año 2004, el grupo interinstitucional integrado por la Secretaría de Desa­
rrollo Social (Sedesol), el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informáti-
ca (inegi) y el Consejo Nacional de Población (Conapo) publicaron la Delimita­
ción de las zonas metropolitanas de México, documento en el cual se definió el
concepto de zona metropolitana como: “el conjunto de dos o más municipios
donde se localiza una ciudad de 50 000 o más habitantes, cuya área urbana, fun-
ciones y actividades rebasan el límite del municipio que originalmente la con- 139
tenía, incorporando como parte de sí misma o de su área de influencia directa a
municipios vecinos, predominantemente urbanos, con los que mantiene un alto
grado de integración socioeconómica; en esta definición se incluye además a
aquellos municipios que por sus características particulares son relevantes para
la planeación y política urbanas. Adicionalmente, se definen como zonas metro­
politanas todos aquellos municipios y delegaciones que contienen una ciudad
de 1 000 000 o más habitantes, así como aquellos con ciudades de 250 000 o
más habitantes que comporten procesos de conurbación con ciudades de Esta-
dos Unidos de América” (Sedesol, Conapo e inegi, 2007: 21).
Las diferencias entre la anteriormente denominada Zona Metropolitana de
la Ciudad de México (zmcm) y la del Valle de México actual (zmvm), radica en el
número de municipios que las conforman, puesto que en la primera se consi­de­
raban, además de las 16 delegaciones del D. F., los 35 municipios conurbados
del Estado de México, mientras que en la actual, se integran 59 municipios del
Estado de México y uno del Estado de Hidalgo, además de las 16 delegaciones
del D. F. (Conagua, 2009b: 55).
9 Como dato interesante es pertinente mencionar que el Gran Canal del Desagüe
expulsaba no sólo las aguas superficiales, sino también las aguas subterráneas
que después de ser extraídas por medio de pozos y usadas por los ciudadanos
iban directo al alcantarillado, contaminándose por igual.

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10 En 1950 dio inicio una nueva ampliación de los colectores, y se intentó aumen-
tar la velocidad de salida del agua por medio de la construcción de un nuevo
túnel paralelo al de Tequixquiac, denominado Nuevo Túnel de Tequixquiac, que
fue concluido en 1954 y puesto en operación en 1955 (Conagua, 2007).
11 Para mayor información se puede revisar el texto de Legorreta (1997).
12 En algunas partes de la ciudad, el Drenaje Profundo alcanza los 200 m bajo
tierra.
13 En la época del presidente Carlos Salinas se continuó con la construcción del
Drenaje Profundo, construyendo 25 km más de tuberías. Para ese entonces ya se
tenían 125 km construidos. Además se entubaron 9.7 km del D. F. En la época
del presidente Ernesto Zedillo se continuó con el entubamiento, completándose,
aproximadamente, la construcción de 7 km más.
14 Las aguas superficiales y subterráneas, sobre todo ríos, lagos y fuentes subterrá-
140 neas, así como las cuencas de captación, las zonas de recarga, los lugares de
extracción de agua, las obras hidráulicas y los puntos de evacuación de aguas
servidas, incluidas las franjas costeras, forman, con relación a una cuenca, un
sistema integrado e interconectado (Dourojeanni, Jouravlev y Chávez, 2002: 8).
15 Dicha división ha sido realizada en México por la Comisión Nacional del Agua
(Conagua), el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (inegi) y el Instituto
Nacional de Ecología (ine) de México.
16 Una cuenca hidrográfica y una cuenca hidrológica se diferencian en que la
cuenca hidrográfica se refiere exclusivamente a las aguas superficiales, mientras
que la cuenca hidrológica incluye las aguas subterráneas (acuíferos).
17 La Conagua es la instancia encargada de administrar las aguas nacionales a
través de 13 Regiones Hidrológico-Administrativas. Cada región tiene un Con-
sejo de Cuenca que se encarga de coordinar la gestión entre los tres órdenes de
gobierno y sus respectivas dependencias (Conagua, 2009b).
18 El tema del medioambiente ha tomando mayor relevancia en las últimas déca-
das. Por ejemplo, en el año de 1965 inició la Década Hidrológica Internacional
en la cual la onu creó el programa para la Educación, la Ciencia y la Cultura
(unesco), que busca analizar las problemáticas medioambientales de diverso
origen en todo el planeta. Además, la onu ha organizado diferentes foros para
discutir las cuestiones medioambientales, por ejemplo en 1972 en la ciudad de
Estocolmo, y en 1992 en Río de Janeiro.

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19 Las aguas propiedad de la nación son únicamente aquellas que previamente


hayan sido declaradas y cuyas declaratorias hayan sido publicadas. El estado
(entidad federativa) está facultado por la misma Constitución federal para realizar
las declaratorias de aguas de propiedad estatal, siempre y cuando no hayan sido
declaradas con anterioridad por otro actor (García León, 2004: 100).

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El aporte de Fernand Braudel


a los estudios regionales.
La geohistoria y la larga duración*

Oscar Gerardo Hernández Lara

143

E l presente trabajo tiene como objetivo introducir e invitar a la propuesta


metodológica y teórica de la geohistoria en los estudios regionales y expo-
ner ejemplos de su aplicación en México, específicamente en la relación
sociedad rural-tierra, en la cuestión agraria en México. Asimismo, se pre-
senta dicho aporte en conjugación con la perspectiva de la larga duración
propuesta por el mismo autor. Ambas constituyen herramientas interrelacio-
nadas creadas por Fernand Braudel con el fin de integrar en una perspectiva,
el tiempo largo, las modificaciones lentas del medio físico y las reacciones
de las sociedades. Es decir, son la llave para colocar a la geografía (en sus
múltiples especialidades) y a la historia en un camino común.
El trabajo se divide en cuatro partes: la primera aborda la propuesta de
la geohistoria y su utilidad en los estudios regionales; la segunda, la apli-
cación de la perspectiva de la larga duración en los estudios regionales; la
tercera presenta algunos ejemplos de análisis geohistóricos del campo mexi-
cano, y la cuarta propone algunas conclusiones generales.

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La geohistoria: historia + geografía

Para Braudel la geografía es el “estudio de la sociedad en el espacio”; yo diría


incluso por el espacio (2002: 60). Con todo y sus grandes autores y obras
previas, el autor afirmaba que se trata de una “ciencia inacabada”, pues es
una ciencia que, además de estar indebidamente abordada,1 limitada por lo
general a la geografía física, su descripción se ve rebasada por los hechos y
los grandes acontecimientos que afectan a la historia profunda, la cual, re-
clamaba el autor, no se debe dar por obvia o simplemente acaecida (Braudel,
2002).
La geografía, para Braudel, debe aterrizar en la sociedad, explicárnosla,
junto con la coordenada del tiempo; relatar y delatar razones de ser, de es-
tados actuales; exponer detalles como el tipo de alimentación del hombre,
144 su manera de vestir, lo que canta, la lengua que habla, lo que piensa, lo que
cree (Braudel, 2002).
Nos encontramos con una propuesta que no culmina, pues sus tres
hilos conductores espacio, sociedad y tiempo, se hallan en un paralelismo y
reciprocidad, cual si fueran categorías interrelacionadas para su existencia.
Claude Cortez afirma que justamente Braudel se convirtió en el repre-
sentante de esta nueva forma de entender y utilizar la geografía: “esta vez era
la geografía la que retroalimentaba a la historia, enriqueciendo la noción que
los historiadores tenían con respecto al espacio, entendido esta vez como un
campo de relaciones estructuradas, ordenadas y jerarquizadas. El represen-
tante más importante de esta nueva situación fue Ferdinand Braudel” (1991:
14).
La geohistoria vincula en una misma palabra, en un monomio, al es-
pacio y al tiempo. Da vida a dos ciencias “vecinas”, como diría el autor,
a la geografía y a la historia. Aún más, plantea explicaciones sociológicas,
antropológicas y económicas a partir de ella, pues “puede y debe entablarse
un diálogo entre las diferentes ciencias humanas: sociología, historia, econo-
mía” (Braudel, 1986: 48).
Braudel (2002: 60), en su intento por conjuntar las ciencias humanas
con un fin común, reclamaba que

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El aporte de Fernand Braudel... O. G. Hernández

La sociedad es el verdadero medio del hombre. La geografía es el estudio


de la sociedad en el espacio […] incluso por el espacio […] igual que
definí en mi anterior conferencia la historia como el estudio de la socie-
dad gracias al pasado, a ese medio [el temporal…] el espacio también
es un medio […] yo añado que es de la sociedad de donde a menudo
convendría partir (y no solamente de su entorno) […] en todo caso, es en
la sociedad donde hay que desembocar.

A partir de lo anterior cabe preguntarse si existe alguna situación o


problema social que no deba reubicarse en su marco geográfico, tal como lo
preguntaba Braudel.
El autor define a la geohistoria de la siguiente forma:

el acercamiento a los vínculos entre el medio humano y el espacio, de 145


esos dos polos que plantean la necesidad de ir de uno a otro y viceversa,
porque la sociedad se proyecta en el espacio, se adhiere a él, captar esa
adherencia como un moldeamiento y, a través de él, explicar la sociedad,
es lo que le pido a las viejas y nuevas potencias de la geografía […] si se
añade ahora a esos elementos [el espacio y lo social] la poderosa coor-
denada del tiempo, tendremos una formulación rápida pero neta de la
geohistoria (Braudel, 2002: 66).

Esta propuesta coloca al investigador y su trabajo tanto en diacronía


como en sincronía, pues plantea eventos encadenados, no sucesivos o con
parentesco temático, sino resultantes y consecuentes de anteriores sucesos.
Tiene como base la historia, definida en pocas palabras por el autor como “el
estudio de la sociedad gracias al pasado, ese ‘medio’” (Braudel, 2002: 60);
además, porque cuenta con el reconocimiento de un número importante de
teóricos y académicos. La historia es ese panóptico, espectador de lo que
sucede en el tiempo, necesaria para la explicación y análisis de aconteci-
mientos de diversa importancia y duración. Abarca procesos, etapas, edades,
generaciones, experiencias.
La historia se combina con la geografía para la explicación de lo que
sucede en el transcurso del tiempo, de lo que resulta de la relación sociedad-
naturaleza. Dice Carl Sauer que el geógrafo historiador se obliga a ser un

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especialista regional, pues no sólo debe conocer la región como es hoy; tam-
bién debe conocer sus lineamientos para poder encontrar en ellos las huellas
del pasado; para ello requiere desarrollar la habilidad de poder ver el terreno
con los ojos de sus antiguos ocupantes (Sauer, 1991).
La geohistoria es esto, además de la prospectiva que ese conocimiento
puede generar en cuanto a causas y efectos en cierta sociedad; es también
los acoplamientos y estrategias que la sociedad desarrolla en cierto espacio y
en cierta región, dadas las condiciones y potencialidades de su medio físico.
Espacio y tiempo encuentran un vínculo en esta propuesta, pues ambas
se encuentran en ella. Para Braudel son medios y escenarios para la observa-
ción de una sociedad.

146 La importancia de la historia en unión


con otras disciplinas. Una revisión breve

En los siguientes párrafos se cita a diferentes autores de diversas disciplinas


que en sus trabajos consideran a la historia, su importancia y su necesidad.
Las disciplinas de las ciencias sociales que otorgan importancia a la histo-
ria –además de académicos y de autores clásicos– van desde la geografía y
la sociología (urbana en esta revisión), hasta los regionalistas. El tiempo y el
espacio en los cuales estos autores se encuentran es variable, demostrando
que la postura discrimina posiciones y condiciones.
El espacio tiene historia, dice Milton Santos, y esta es necesaria para su
definición, pues el espacio

debe considerarse como un conjunto de relaciones realizadas a través de


las funciones y de las formas que se presentan como testimonio de una
historia escrita por los procesos del pasado y del presente […] se define
como un conjunto de formas representativas de las relaciones sociales
del pasado y del presente, y por una estructura representada por las rela-
ciones sociales que ocurren ante nuestros ojos y que se manifiestan por
medio de los procesos y las funciones (Santos, 1990: 138).

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Por su parte, John Holloway menciona que “es esencial ver a la historia
con relación no sólo al pasado, sino al proceso continuo del desarrollo social
[…]. La historia no es más que el movimiento de la lucha de clases, defi-
niendo y redefiniendo los frentes de batalla entre clases” (Holloway, 1991:
236). Esta concepción abarca no sólo el presente y el pasado, sino que los
contempla también para la construcción de escenarios del desarrollo social y
territorial y con ello permite hacer observaciones prospectivas. ¿Qué saberes,
eventos, decisiones se han conjugado para que “x” territorio y sociedad se
enlacen de cierta manera? ¿Qué movimientos y articulaciones en el interior y
en el exterior se han presentado, y se pueden realizar, para el mejor desarro-
llo y estado de tal sociedad? La prospectiva, fase del proceso de planeación,
es también una tarea en la cual la geohistoria tiene voz y voto.
La posición y papel de la sociedad en la historia, aunado a las condi-
cionantes que esta encuentra dentro de un sistema, más las ventajas o des- 147
ventajas de su terreno, son circunstancias para el desarrollo de ese continuo
llamado desarrollo social. Sin duda, los movimientos sociales, por ejemplo
la revolución mexicana y su materialización en el reparto agrario, han dado
vuelcos a las tendencias espacio-temporales dominantes.
Henri Lefebvre en tanto clásico de la sociología urbana, menciona a
su vez la necesidad de relacionar el tiempo con el espacio, la sociedad con
el territorio, cuando afirma: “tendríamos que estudiar no sólo la historia del
espacio, sino también la historia de las representaciones, así como con sus
relaciones […] la historia no sólo debe abordar la génesis de esos espacios,
sino también las interconexiones, las distorsiones, los desplazamientos, las
interacciones mutuas y los vínculos con la práctica espacial de una sociedad
en particular o modo de producción en consideración” (Lefebvre, 1991: 42).
Las prácticas espaciales dan forma al espacio y, a su vez, se combinan
con otros para crear regiones nodales, homogéneas, virtuales. La práctica
espacial, dice Lefebvre, “consiste en una proyección sobre un campo (espa-
cial) de todos los aspectos, elementos y momentos de la práctica social [el
autor argumenta que estos se encuentran separados unos de otros, pero que
no significa que] el control general sea abandonado ni por un momento”
(Lefebvre, 1991: 8).
La historia es clave en el argumento de Lefebvre cuando deduce que “si
existe un proceso productivo, si el espacio es producido, entonces se trata

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de la historia, nos encontramos ante ella” (Lefebvre, 1991: 46). Claro, pues
para producir cierto espacio, no sólo existió una cotidianidad, sino también
ocurrieron eventos y formas de aprendizaje y acoplamientos que dan a ese
espacio su especificidad.
Por ello se dice que el territorio y la región son construcciones sociales,
pues cuentan con ensamblajes y “acomodamientos” históricos, lentos o es-
pontáneos, de corta o larga duración, pero al fin, vividos y practicados por la
sociedad que ha dado forma a ese territorio. Un ejemplo puede ser el paso
del colonialismo a un Estado en ascenso y a su consolidación; este es el caso
de la ruralidad latinoamericana y, en concreto para este trabajo, la mexicana.
A continuación se presenta el enfoque regional latinoamericano, aban-
derado por José Luis Coraggio, “intelectual regionalista” quien, junto con
Alberto Federico Sabaté y Oscar Colman, editó recientemente el libro La
148 cuestión regional en América Latina (2010), que rescata trabajos anteriores y
actualiza el tema bajo el “nuevo” contexto de la globalización en la región.2

Regionalistas latinoamericanos

Desde un enfoque profundo de la cuestión regional, Coraggio (2010: 667-


670) plantea la importancia de las investigaciones históricas en la cuestión
regional, pues esa contribución e importancia se presentan “como una forma
de garantizar que la categorización que se utiliza para aprehender la realidad
regional actual, o para anticipar desarrollos futuros, sea la apropiada para el
tratamiento de estas cuestiones”. Es necesario, según las recomendaciones
del autor:

observar las determinaciones espacio-temporales, así como las caracte-


rísticas fundamentales como son: el origen del capital, la participación
de burguesías locales, el grado de control nacional de la producción y
las relaciones de producción en que se basó la organización de los dis-
tintos sectores […] debería realizarse un mapeamiento de los ciclos prin-
cipales y subordinados en toda América Latina […] incluir dimensiones
económico-sociales y políticas dentro de un esquema mínimo, válido
para todas las regiones [además] debería promoverse la realización en

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profundidad de historias regionales en áreas que se insertaron en forma


diferenciada dentro de los procesos dominados por los sectores primario-
exportadores.

Pero ¿qué es una cuestión regional? La cuestión regional, en América


Latina, según Coraggio es:

la cuestión de las formas espaciales contradictorias, resultantes de la or-


ganización y reorganización territorial de los procesos sociales domina-
dos por las relaciones capitalistas. Procesos de reproducción social que
implican relaciones con otros sistemas de producción y dominación […]
Es también la cuestión del desarrollo desigual de las fuerzas productivas y
de las condiciones de reproducción de amplios sectores de la población,
localizados en regiones periféricas al proceso de acumulación capitalis- 149
ta, pero pasibles de violenta modificación por los requerimientos que les
pone el sistema capitalista en su desarrollo, al integrarse a la reproduc-
ción ampliada de los medios de producción, o a la reproducción de la
fuerza de trabajo misma […] es asimismo la cuestión de la apropiación
del territorio, en lo que hace a la inserción en el proceso de reproduc-
ción capitalista, de las condiciones de la producción usualmente deno-
minadas “tierra” […] es, por otra parte, la cuestión de la constitución de
ámbitos de dominación político-ideológica, y por tanto de la regionali-
zación de las luchas sociales, donde el “regionalismo” deberá ser visto
en su aspecto de historia común, tradición y cultura diferenciadas, pero
también como posible manipulación ideológica por parte de las fraccio-
nes dominantes en su lucha por la hegemonía […] sólo cuando se dé un
conflicto social de base territorial […] puede constituirse en una cuestión
regional (Coraggio, 2010: 15-17).

El éxito para el planteamiento de una cuestión regional, continúa el


autor, está en reconocer en “la formación económico-social su carácter de
“procesador” de las causas “externas” sobre la organización territorial nacio-
nal” (Coraggio, 2010: 30). Además, a estas fuerzas externas también es nece-
sario agregarles los resultados. Es decir, la reorganización que implica en el
territorio cierta acción que lleva a hechos sociales, resultantes, por ejemplo,

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del subdesarrollo, y que son respuestas y adaptaciones sociales ante las ade-
cuaciones inducidas al territorio. Hay múltiples y diversas adecuaciones al
territorio, distintos fines y sucesión de reacciones a acciones y hechos pasa-
dos y presentes, además, hay distintas respuestas de la sociedad, que llevan
a diferentes expresiones sociales y territoriales de la cuestión agraria, de la
ruralidad, por ejemplo.
La región, especialmente desde la geografía, tiene una formación histó-
rica, “es un concepto histórico, politético, cuyo significado se modifica por
circunstancias de tiempo y lugar […] espacio privilegiado de investigación;
pero supone un planteamiento previo de problemas a partir de teorías y con-
ceptos ‘transregionales’; se trata de un recurso metodológico de particular
importancia” (Peña, 1991: 126).
En efecto, según Daniel Hiernaux y Alicia Lindón (1993) la región,
150 desde la geografía, es un medio y un enfoque (lo regional) para el análisis de
la articulación global-local, que busca prácticas sociales que construyen el
territorio en un análisis continuo.
En comunión con lo que este trabajo expone, los autores mencionados
plantean la región como la representación espacial de formaciones históricas
sociales y económicas:

la región es una realidad que carga en sus formas espaciales la huella


de la modalidad con que las formaciones socioeconómicas anteriores
y la presente han considerado el aprovechamiento del territorio, lo cual
se traduce en esas formas espaciales únicas e irrepetibles [con lo que la
región se hace pasado materializado en el presente y también dinámica
societal actual], espacio que no puede pensarse excluido de la tendencia
expansiva de relaciones globalizantes, como las relaciones de produc-
ción capitalista que, por el contrario, se basan en él, y también lo trans-
forman continuamente (Hiernaux y Lindón, 1993: 107-108).

Ligar región con historia parece cosa básica, obvia, sin embargo, es
necesario considerar contextos (energías macro y microformadoras, desde la
sociedad local y desde el mercado y/o Estado respectivamente, productoras
de espacio y región), tiempos y espacios específicos, es importante investigar
procesos empíricos y en particular su historia (Coraggio, 2010).

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La historia que interesa a la geohistoria, el tiempo en cantidades, se


mueve en ciclos e interciclos, con fases de cinco a diez, 20, 30, 50 años
(Braudel, 1986) o más. La propuesta metodológica de la larga duración es
el apoyo adecuado para la geohistoria, para aliviar la necesidad de una me-
dición del tiempo, de un tiempo largo y, así, abarcar y hallar la historia pro-
funda.
A continuación se presenta la propuesta de la larga duración, en pala-
bras tanto del mismo Braudel como de autores que participaron en la edición
de las memorias de las llamadas Jornadas Braudelianas, celebradas en el año
1991 en la ciudad de México y en 1994 en París, Francia.

La larga duración
151
La historia es para Braudel una historia integrada, Leviatán en la explicación
del aquí y del ahora; es decir, el conjunto de historias conjugadas, “la suma
de todas las historias posibles: una colección de oficios y puntos de vista, de
ayer, de hoy y de mañana. El único error […] radicaría en escoger una de
estas historias a expensas de las demás” (Braudel, 1986: 75).
Dice Carlos Aguirre (1993) que la propuesta de la larga duración, esa
teoría de las temporalidades diferenciales, es el mayor aporte metodológico
de Fernand Braudel. La larga duración es la postura que asume el historiador,
el investigador, el geógrafo, para observar y entender el transcurso del tiempo
y sus eventos. Se trata de observar a la historia de forma lenta y pausada en
sus factores y procesos.
Una definición cercana de esta propuesta la ofrece el mismo Aguirre
cuando aclara que no se trata simplemente de un ritmo lento o un periodo
amplio, sino que:

[Se trata del] conjunto de los arquetipos, estructurales o reales, que den-
tro de la historia humana han sido decisivamente operantes como fac-
tores esenciales presentes a lo largo de los procesos evolutivos históri-
cos, al conjunto de esas coordenadas más profundas que de una manera
persistente han funcionado efectivamente como realidades o elementos
relevantes dentro de las grandes curvas evolutivas de los movimientos

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históricos; estructuras o ensamblajes de hechos, lentas en conformarse,


en modificarse, en desaparecer, pero que han sido de modo esencial pa-
rámetro y ejes que permitirán explicar e interpretar esa historia profunda
que […] subyace como eje de gravitación de los restantes procesos de la
historia humana (Aguirre, 1993: 13).

La larga duración es útil en tanto relaciona, en un continuo temporal,


las coyunturas y estructuras de lo humano, en ellas se encuentran temas
como la economía, la vida social, que incluye lo político y lo cotidiano,
los hechos geográficos, las crisis, las catástrofes, las guerras, los eventos.
Aceptarla, dice Braudel, es “prestarse a un cambio de estilo, de actitud, a
una inversión de pensamiento, a una nueva concepción de lo social […] el
tiempo de hoy data a la vez de ayer, de anteayer, de antaño” (Braudel, 1986:
152 74-76). Aquí se entiende pues la verdadera esencia de la propuesta, pues no
es sólo lo añejo y lejano temporalmente lo que importa, sino que también
se incluyen las reacciones del pasado, del día anterior, pues son hechos de
la historia.
La larga duración y los estudios regionales están íntimamente relacio-
nados, pues como dice Coraggio en concordancia con las tesis braudelianas,
“[…] es necesario evitar […] la concepción unilineal del pasado” (Coraggio,
2010). Es necesario captar los procesos, pero también el porqué y el origen
de estos, y hacia dónde van, su prospección. Se trata de una perspectiva que
plantea la ida y vuelta del proceso y sus implicaciones.
De esta forma, “todo gravita en torno a ella” (Braudel, 1986: 74), en
torno a la larga duración, pues se trata de la descomposición del tiempo en
la forma lineal en la que se conoce, “el tiempo […] es inmóvil en el sentido
en que el pasado y el futuro están en todo momento inscritos en el presente”
(Lepetit, 1998: 22). Un ejemplo es la relación sociedad-tierra en ese entender
temporal de la larga duración, pues nos dirige a un imaginario añejo donde
uno y otro participantes de esa relación se conocen, se otorgan, se significan
uno a otro, pero que, sin embargo, su relación tiene un umbral, sometido por
ejemplo al crecimiento de la población, que conlleva a una “urbanización
del campo”; así, podríamos contar entre sus consecuencias las etapas, pero
también un porvenir distinto. Un ejemplo se representa en la figura 1.

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Figura 1. Relación tierra-sociedad en la larga duración

Sedentarismo
(dominio de
agricultura)

Factores Crecimiento
climáticos demográfico

Hechos Asentamientos/
geológicos
Actualidad
Ciudades 153

Fuente: elaboración propia.

En esta figura se muestra la relación en un territorio determinado, de los


hechos geológicos que dieron origen a tipos de suelo muy favorables para
la agricultura, que en combinación con factores climáticos hacen posible el
dominio de la agricultura y, con ello, han favorecido la creación y consoli-
dación de las grandes civilizaciones en la historia mundial. Así, la actuali-
dad se refiere a una sociedad arraigada en ese territorio, no necesariamente
laborando en actividades relacionadas con la tierra, pero que por hechos y
factores anteriores existe ese territorio (como espacio apropiado) o gran ciu-
dad que permite el desarrollo y crecimiento de la sociedad y sus individuos,
así como el dominio territorial de su periferia.
La larga duración fue creada por su autor estando consciente de la inte-
gralidad y vecindad de las ciencias del hombre, pues “todas, comprendida la
historia, están contaminadas unas de otras” (Braudel, 1986: 75). De ahí que
en la explicación de una investigación bajo esta propuesta se acuda a las
observaciones que han desarrollado ciencias como la sociología, la econo-

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mía, la historia, la demografía, la geografía, la antropología y hasta la ciencia


regional de Walter Isard.3
Ejemplos de autores “contaminados” por otras ciencias son Lucien Fe-
bvre y Carl O. Sauer (partidarios de la geografía histórica); Ratzel (padre de
la antropogeografía, en palabras de L. Febvre); Vidal de la Blache, que de-
nominó a la región como “un ámbito territorial privilegiado para el estudio
interactivo entre el hombre y su medio” (en Cortez, 1991: 9), precursor de
la geografía humana; Milton Santos, geógrafo clásico latinoamericano que
defiende la importancia e influencia del tiempo en la conformación del es-
pacio; Georges Gurvitch, sociólogo “definido […] hace tiempo, por un filó-
sofo, como el que arrincona a la sociología en la historia” (Gilles Granger
citado en Braudel, 1986: 100); Henri Lefebvre, sociólogo urbano, quien es
consciente del papel de la historia en la producción del espacio, pues se
154 halla detrás de cada etapa, determinando a su vez modos de producción y
desarrollo que modifican las prácticas espaciales, productoras del espacio.
Así, la larga duración, además de un método y una teoría, es en sí
misma una diversidad de puntos de vista en la explicación, pues dicta una
visión compleja de la situación, prohíbe desdeñar contigüidades y exter-
nalidades, implica una confrontación entre ciencias sociales, reclama una
investigación colectiva.
De lo anterior se desprende lo siguiente: ¿qué más integral y colectivo
que los estudios regionales? Capaces de conjuntar el espacio con el tiem-
po, el espacio con la realidad social que se nos presenta en la curiosidad
de un trabajo desde estas prácticas de dimensiones territoriales medias, ho-
mogéneas o planificadas (regiones), que hacen las veces de método y de
medida espacial comúnmente “bisagra” entre medidas territoriales mayores
y menores; ¿Qué más multidisciplinar que los estudios regionales? Abarcan-
do ciencias como la sociología, la antropología, la economía, la historia, la
geografía –en sus múltiples divisiones–, la demografía, en combinación con
técnicas digitales de la información.
Braudel, sin conciencia y ambición de serlo, resultó ser, a mi entender,
el precursor de este tipo de estudios integrales.

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Estudios agrarios, regionales y geohistóricos

Propongo definir la región como un territorio con historia (construcción so-


cial, con antecedentes específicos y explicativos, con identidades y luchas,
con saberes y elementos en común, definitorios, originales y exclusivos),
con piezas y variables (que pueden ser parte del medio físico, de los recur-
sos naturales, sectores o individuos de la sociedad), con flujos internos y
externos de dichas piezas (por ejemplo, prácticas sociales específicas que
dan lugar a esa producción y apropiación del espacio por medios propios
de esa sociedad), variables y flujos con otros semejantes y diversos de otras
regiones, que dinamizan el sistema mundo (referencia a unidades mayores y
aun menores), otorgando importancia y relevancia a la diferencia propia. Se
trata de un recorte espacial dinámico que se emplaza o permanece en sus
límites a través del tiempo, que da origen o se articula con otros territorios 155
con historia propia y/o regional en común, que pueden o no dar continuidad
al estado original.
Respecto a la historia y su aplicación en los estudios agrarios y regiona-
les, Leroy (1979) afirma que se han distinguido:

dos constantes en la multisecular historia de las sociedades agrarias.


Primera: la estructura que presenta cualquiera de ellas en un momento
dado es producto de largos procesos acumulativos; su historia es “estra-
tigráfica”; perdura el pasado –uno y múltiple– a través de los efectos de
la evolución tecnológica, los movimientos demográficos, las catástrofes
naturales, la sabiduría tradicional cristalizada en símbolos. Segunda: el
comportamiento de una unidad social determinada implica condiciona-
mientos de relaciones horizontales y verticales; un grupo agrario no se
basta ni explica a sí mismo, se inserta en una estructura de clases, en un
sistema de dominación más amplio (citado en Peña, 1991: 123).

En efecto, las sociedades agrarias son objeto de hegemonías con histo-


ria, se trata de una lucha de clases progresiva, “estratigráfica”, que acarrea
resultados que se descifran décadas después de que aparecen sus causas.
Las relaciones causales entre la evolución tecnológica, los movimientos e
incrementos demográficos, la urbanización, el cambio de modos y formas

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de producción y económicos, se presentan como obvios en el presente, pues


allí se encuentra su registro y estadísticas, pero los hechos son lentos, gradua-
les, escalonados, imperceptibles mientras suceden, y se vuelven evidentes
cuando la actualidad así los delata.
Pero aun con toda(s) esa(s) historia(s) previa(s), constitutiva(s), se admite
que tanto la sociedad como los factores externos e integrantes de la misma
se mantienen en influencia continua y, por lo tanto, en transformación. De
esa forma, cada sociedad tiene una genealogía propia, con procesos, hechos,
factores y eventos particulares, con una proyección particular y propia.
Un acontecimiento con historia previa (razón de su creación) otorga
lógica a aquellos sucesos futuros que se relacionan con el primero. Por ejem-
plo, y en el caso de los estudios agrarios con observación desde la geohisto-
ria, una reforma agraria, modificación referente a la tierra, no tendría senti-
156 do sin la apropiación previa de grandes extensiones de tierra, resultante de
largos y persistentes procesos de apropiación, dominio y batallas; de igual
manera, una reforma al artículo 27 constitucional4 no hubiera tenido objeto
ni sentido sin un reparto agrario efectivo, no como antecedente, sino como
sentido mismo de la reforma. A su vez, la existencia previa de una ruralidad
antes del reparto es también igual de importante, pues constituía una estruc-
tura por sí misma que una política de Estado vendría a transformar, dando
paso a una nueva fase de la cuestión agraria.
De esa manera, un análisis de lo agrario en México desde esta postura,
implica ligar eventos actuales y pasados y viceversa, implica “un presente
que construye y hace suyo, en un trabajo social, un pasado pertinente” (Le-
petit, 1998: 28).
El territorio es apropiado como recurso natural y como locus de la pro-
ducción, la circulación y el consumo (Coraggio, 2010: 665-666); para Cora-
ggio, en el ámbito regional latinoamericana desempeña un papel importante
la cuestión agraria porque se está frente a regiones agrarias o rurales. Este
autor señala los siguientes como elementos fundamentales a tomar en cuenta
en futuras investigaciones:
1. Las formas de expansión del capitalismo en la agricultura, que asu-
men características específicas en cada periodo histórico y en los diversos
modos que genera la acumulación de capitales.

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2. Las actuales formas que asume dicha acumulación en los países la-
tinoamericanos y que tienden a expandir el capitalismo en el campo, de
acuerdo con:
a) Modernización de los sectores de grandes y medianas propiedades.
b) Integración vertical de los sectores modernos y dinámicos de la agri-
cultura, la industria de la transformación y/o circuitos más complejos de dis-
tribución y comercialización.
c) Permanencia de formas campesinas de producción.
d ) Presencia creciente del gran capital productivo.
3. Desequilibrios entre regiones por la introducción desbalanceada de
tecnologías.
4. Cambios en la estratificación agraria y, por consiguiente, en las for-
maciones sociales provocadas por este proceso.
a) Las modificaciones que se producen en las clases dominantes agra- 157
rias, como efecto de la modernización y de los procesos de integración ver-
tical.
b) Los procesos de cambio que afectan a los subasalariados agrícolas
que pasan de una situación tradicional de relaciones de producción, a otra
plenamente capitalista.
c) Los cambios que afectan al campesinado parcelario, por lo que este
sector pasa a cumplir un papel de semiasalariado en las empresas industria-
les (Coraggio, 2010: 672-673).
Territorio (medio físico, tierra, agua, recursos históricos necesarios para
el sedentarismo y la creación de las polis) y sociedad encuentran así múlti-
ples caras en su relación. Unas forzadas por el capital, otras por los desequi-
librios y competencia entre regiones, los “remanentes” que cada periodo
histórico ha dejado en esa relación como una huella.
En este artículo se plantea la relación sociedad-tierra pues se liga, casi
por definición e imaginario, con el trabajo del campesino en la ruralidad, en
ese medio que constituye buena parte de los estudios regionales, como lo
arriba expuesto, retomado de Coraggio (2010).
La tierra, la altura, las propiedades edafológicas, los climas, etc., son
condicionantes de “una buena historia” agraria, dan pie a un buen caso de
estudio histórico, con el cual sea posible analizar tales relaciones.

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Ejemplo de análisis que vincula la sociedad y la naturaleza en México,


con una perspectiva desde la geohistoria, es el estudio de sociedades que se
desarrollaron en lo que Andrés Molina (1991) llamó la zona fundamental de
cereales,5 pues vincula las razones climáticas y edafológicas que favorecen
la plantación de maíz, trigo y frijol con el desarrollo y razón de asentamiento
y crecimiento de esas sociedades. Molina afirma así que:

todos los pueblos de la Tierra que han logrado multiplicar rápidamente


sus unidades, extender dilatadamente el círculo de su acción y desarro-
llar ampliamente sus facultades, cualquiera que haya sido la época de la
humanidad en que han vivido, han ocupado zonas ricas en la produc-
ción de algunos de los cereales, y han debido a esa producción su en-
grandecimiento […] sucede que su población y su dominio se desbordan
158 del territorio a cuya producción están sujetos y se extienden en todos
sentidos (Molina, 1991: 74).6

Otros ejemplos de estudios geohistóricos, donde se conjugan y encuen-


tran íntimas relaciones entre el territorio y las sociedades son: el estudio de la
erosión del suelo, causada por la acción del hombre y razón de la desapari-
ción/migración de sociedades, ayudaría a “comprender una época y registrar
el cambio en el rumbo de las regiones agricultoras” (Sauer, 1991: 47); el
calentamiento global bien puede ser objeto de un análisis desde la geohisto-
ria, pues implica, como lo demandaba Sauer, un estudio del “hombre como
agente geomorfológico” (Sauer, 1991: 47), capaz de modificar, en décadas,
el clima, la vegetación, los elementos hídricos, que durante la existencia de
las civilizaciones han influenciado el desarrollo de estas y que ahora, cuando
se habla de calentamiento global, significa lo contrario a lo que la natura-
leza ha aportado en fomento de las sociedades, pues ahora sus reacciones
resultan perjudiciales y extremas. La geohistoria demostraría ese intercambio
desigual entre la tierra (como elemento de la naturaleza) y el hombre.
Se trata de problemas a los cuales pertenece el presente y el futuro; fue-
ron y son acontecimientos constructores del presente tal como lo conocemos
y del futuro, de escenarios que han sido rebasados por esos acontecimien-
tos (Braudel, 1986). Ir a contracorriente, buscar las explicaciones del estado

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actual de algún fenómeno a partir de estos acontecimientos, es seguir este


método, ligar, en una explicación mutua, sociedad y naturaleza, es hacer
geohistoria. Encontrar una verdadera explicación de las situaciones enca-
denadas a partir de esa relación, que sea aprehendida como una, donde se
observen el territorio y las sociedades, explicándose una a la otra, es estable-
cer un análisis geohistórico. En este sentido: ¿qué mayor interrelación que la
creada y recreada entre las sociedades agrarias con su medio físico, depen-
dientes de los recursos naturales que este da, y al mismo tiempo obligadas a
estar atentas a la conservación y sostenibilidad del medio?
Esa relación, entre muchas otras, así como situaciones de menor tempo-
ralidad y estáticas (cortes temporales más discretos relativamente a lo plan-
teado por la larga duración), son objeto de estudio para los estudios regio-
nales.
Cada modificación, influencia, suceso en el interior o exterior de una 159
región dada, consolidada, puede analizarse haciendo geohistoria; esta es
capaz de cuestionar incluso conceptualizaciones estáticas y que terminan
por confundirse, dado el imaginario que representan, como es el caso de “lo
rural”.
Recientemente se ha acuñado y construido en América Latina la pro-
puesta de la nueva ruralidad, que en un principio se pensó como las condi-
ciones que la globalización trajo en el medio rural a raíz de la flexibilización
del trabajo, la liberalización de mercados, la reducción de apoyos al campo
y sus sociedades, entre otros elementos. Más tarde se habló de la feminiza-
ción de ciertas etapas de los procesos de producción, del trabajo de niños
en el campo, del envejecimiento y de los procesos migratorios. En otras pa-
labras, la “nueva ruralidad” busca dar cuenta de las “novedosas” formas que
el campo ha desarrollado y adaptado a raíz de diversos cambios ocurridos
a partir de la década de los ochenta del siglo xx, dando lugar a campesi-
nos pluriactivos, a una multiplicidad de orígenes de generación de ingreso
monetario y a una movilidad laboral y geográfica sin precedentes, en otras
palabras, a una nueva relación campo-ciudad.
Sin embargo, la geohistoria y la larga duración aparecen como métodos
y teorías capaces de cuestionar la novedad de la situación actual del campo
y, con ello, el planteamiento de la nueva ruralidad, pues son pertinentes para
demostrar las capacidades y relaciones diferenciales que se han presentado

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entre las sociedades campesinas y la tierra y su medio, demostrar las múlti-


ples relaciones cambiantes y novedosas que se han desarrollado en el medio
rural, así como las relaciones de este con las localidades mayores, como
las ciudades. Es decir, los usos/transformaciones territoriales envueltos en el
tiempo largo, en la coordenada del tiempo, demuestran que la pluriactividad
y el multiingreso en el campo se presentó aun antes del reparto agrario, y
que ese reparto agrario (fraccionamiento de la tierra) trajo a su vez un arraigo
distinto del campesino a la tierra, pues si antes se trabajaba a cambio de un
jornal y trato indigno, el ser ejidatarios llevó a los campesinos a poder incor-
porar estrategias no necesariamente ligadas a lo agrícola, demostrando así su
emancipación laboral y política.
Por ejemplo, se puede proponer un estudio de la ruralidad en el cual
se incorpore el tiempo largo en el planteamiento y método, donde se inte-
160 gren las sociedades y su medio físico y donde las consecuencias sobre uno
impacten sobre el otro, a tal grado que modifiquen sus estructuras, la forma
de entenderlos conceptualmente. De esa forma, sin duda encontraríamos
novedades históricas, encadenadas en su explicación, hasta llegar a momen-
tos actuales explicados por ese encadenamiento. Ese sería un planteamiento
geohistórico.
Como señala Hernández:

De esta forma, se podría afirmar que el concepto ‘rural’ es una morfo-


logía que se presenta localizada, enclavada, delimitada, distinta de un
momento y territorio a otro. Lo empírico cuestiona lo conceptual, dando
origen a tipologías y grados de ruralidades y demostrando que hallar lo
rural es un proceso de discriminación de variables definitorias, y que
estas se encuentran en distintos grados de existencia (2011: 4).

La geohistoria y la larga duración funcionan como herramientas que


ponen en entredicho tanto el concepto de ruralidad como el de nueva ru-
ralidad, pues al remontarse al ayer cuestionan, a partir de lo empírico, lo
conceptual.

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Comentarios finales

Braudel invitó pues, a unir perspectivas de análisis y de criterios para la ob-


servación del objeto de estudio en común: la sociedad, sus necesidades,
sus realidades, sus problemas. Para ello desarrolló una metodología y una
propuesta que en principio evoca a la geografía y a la historia en una sola
palabra; como decía el autor, “la sociedad rebasa los recursos de cada una
de esas ciencias tomadas por separado” (Braudel, 2002: 65). “La vida de
una sociedad está en la dependencia de factores físicos y biológicos; está en
contacto, en simbiosis con ellos; estos factores moldean, ayudan o estorban
su vida y por lo tanto su historia” (Braudel, 2002: 67), además de eso, los
factores físicos y biológicos están en dependencia con las decisiones de esa
sociedad.
La explicación de la geografía social, de un sitio y tiempo delimitados, 161
constituye el programa de la geohistoria. Por definición, hay un vínculo his-
tórico y una razón de permanencia y existencia de una sociedad en y con
su medio rural; por ello, ese medio ha sido explicado en conjunto con esa
sociedad y su nexo con la tierra y le ha otorgado sustento y autosuficiencia a
su sociedad ¿puede ser más clara una relación de interdependencia y vínculo
que esta?
Pero, ¿qué sucede cuando procesos tales como la urbanización o me-
tropolización “absorben” a estas sociedades y su medio? Ahí la geohistoria
cumple un papel fundamental para afirmar y reafirmar, por medio de la in-
corporación de la historia, que dicha sociedad puede mantener rasgos socia-
les y culturales, rurales, históricos de sí misma.7 La geohistoria busca las úl-
timas definiciones, las variables remanentes para la explicación y definición
de los fenómenos histórico-socio-territoriales. ¿La utilidad? Las proyeccio-
nes, la participación, conservación y reconocimiento de saberes, tradiciones,
trayectorias de territorios en el difícil (y desigual) juego del acoplamiento
regional.
¿Qué explicaciones se encuentran entre una sociedad rural y su medio,
ahora que cada vez más, en el actual contexto, estas sociedades parecen
desvincularse de su tierra, acercándose, ya sea a otras tierras distantes –ex-
tranjeras– o a otro medio diferente como son las ciudades?

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En la actualidad, y desde hace al menos tres décadas, autores como


Carton de Grammont (2004, 2009), Kay (2007) y Escalante et al. (2007) ha-
blan de desagrarización, de la “ex-articulación” y pérdida del lazo entre la
tierra y la sociedad rural, de la sustitución o pérdida de primacía de la tierra y
su labor. Esa es una pregunta incierta para la geohistoria; pero no cabe duda
de que esta herramienta puede ayudar a responder este tipo de interrogantes.
En efecto, lo expuesto en relación con la observación del tiempo largo, de
una historia global y profunda, de la relación (en constante transformación
y adaptación) entre la sociedad y su medio, sin duda aporta elementos ana-
líticos, mostrando una especie de partida de ajedrez en donde cada movi-
miento demora décadas en suceder-se, en dar un paso y avanzar, para dar un
cambio fundamental, para acoplarse en la(s) estrategia(s), en la(s) práctica(s)
del tablero entendido como estudios regionales. La figura 2 muestra los pasos
162 para llevar a cabo un análisis geohistórico.
Como ya se escribió, es posible considerar a Braudel y a su obra, espe-
cialmente su propuesta de la geohistoria, como precedente de los estudios
regionales en cuanto a la perspectiva integral y el planteamiento cabal entre
múltiples ciencias y la interrelación que la geohistoria plantea. Si la obra de
Braudel tiene actualidad es por la forma sencilla, pero magistral y coherente,
con la que conjuga las ciencias vecinas para analizar y resolver problemas
de las sociedades en el espacio y en el tiempo.
Otras problemáticas actuales y a las que es posible darle seguimiento
a contracorriente, con ayuda de la geohistoria, son: el envejecimiento de la
población, la incursión de la mujer en la actividad agrícola, la evolución
de las herramientas de labor como símbolos culturales y en transformación,
las consecuencias del cambio climático, de eventos y catástrofes naturales,
así como de los inducidos por el hombre, los procesos migratorios donde
las catástrofes naturales (sequías, huracanes, inundaciones, deslaves) sean la
explicación, por ejemplo. Evidentemente, estas propuestas de investigación
incorporan disciplinas como la demografía histórica (disciplina aún no incor-
porada de forma importante en los estudios rurales), los estudios de género o
la antropología (en el marco de los estudios rurales) y la geografía. Desarro-
llos analíticos que quedan pendientes.

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Figura 2. Hacia una metodología de la geohistoria

163

Fuente: elaboración propia con base en Braudel (2002: 53-87).

Notas

* Este artículo se inspira del primer capítulo de la tesis de maestría en Estudios


Regionales.
1 Querella entablada por Braudel hacia los trabajos de algunos geógrafos en el
tiempo en que escribió su ensayo “Geohistoria: la sociedad, el espacio y el tiem-
po“ (escrito por Braudel en 1944 durante su cautiverio, de 1940 a 1945) pues
mencionaba que se limitaban a la descripción geológica, sin descender al con-
junto de individuos que tiene relación directa con ese espacio, quienes modifi-
can o se adaptan a los aspectos y las modificaciones geográficas.
2 El libro al que se hace referencia, publicado en 2010 en su segunda edición, es
resultado del Primer Seminario sobre la Cuestión Regional en América Latina
realizado en 1978 en México, cuyos trabajos se publicaron en 1989, el cual fue
“convocado con el explícito propósito de plantear una aproximación crítica a

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los análisis y a las propuestas keynesianas-desarrollistas que por esos años ha-
bían logrado amplia difusión, especialmente por José Luis Coraggio y por Alberto
Federico” (Mattos, 2010: 693). La segunda edición de 2010, que trabajamos en
este artículo, se presentó en el Instituto de Investigaciones Económicas de la Uni-
versidad Nacional Autónoma de México los días 10 y 11 de agosto de 2010, con
la participación, entre otros, de José Luis Coraggio, Carlos de Mattos y Alfonso
Iracheta.
3 Ciencia de tradición neoclásica desarrollada en los años cincuenta, empero cri-
ticada, pero innegablemente necesaria ante la multidisciplina que los análisis de
diversas problemáticas y situaciones demandan, por ejemplo, la localización de
ciudades, de industrias, de vivienda, la relación entre territorios y sus sociedades
y mercados, su incidencia en el crecimiento y, por lo tanto, en la consolidación
de regiones. Se trata de una “ciencia” transdisciplinaria y compleja, sin prece-
164 dentes al momento de su concepción y no reconocida como parte de las cien-
cias sociales, sino como oportuna y servil, que analiza procesos territoriales con
ayuda de otras ciencias, por ejemplo la geografía y la economía; de ahí las apor-
taciones metodológicas del Lugar Central de Walter Christaller y August Lösch,
representantes de la Escuela Alemana, y las regiones homogéneas, nodales y
plan, propuestas por Francois Perroux y Jaques Boudeville, representantes de la
Escuela Francesa.
4 En el caso concreto de México, dicha modificación se realizó en el año 1992,
permitiendo legalmente la enajenación de la tierra ejidal a otros usos del suelo,
así como la venta de la tierra entre ejidatarios y no ejidatarios. Se trata de una
política muy criticada en el medio académico y social, pues planteó y facilitó el
inicio de la flexibilización del trabajo industrial y el paso a cadenas productivas
deslocalizadas, así como, el aprovechamiento de ventajas comparativas y com-
petitivas en el país, por ejemplo, localización y especialización de territorios y
sociedades. Sin embargo, existen casos en los que los mismos ejidatarios, con sus
respectivos Comisarios Ejidales al frente, prohíben la aplicación de ese derecho
por cuestiones decididas desde la misma comunidad, por ejemplo, conservar
el conocimiento previo y mutuo entre ejidatarios y habitantes y/o seguridad del
mismo pueblo. Este es el caso de los ejidos de Santa María Nativitas y Santiago
Michac, entre otros, en el municipio de Nativitas, Tlaxcala.
5 Así llamada por Molina, la zona más alta y central de México, según la descrip-
ción de Andrés Molina Enríquez, zona templada, con una estación anual de

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lluvias, zona de maíz, trigo y frijol, productos que sustentan a la población que
ahí se asienta.
6 El autor continúa su argumento, refiriéndose a los pueblos europeos por su ca-
pacidad para desarrollar la agricultura, especialmente dedicada al trigo; a los
grandes pueblos asiáticos, por su capacidad para la producción del arroz; a los
grandes pueblos americanos (contemporáneos), que deben su vida a la produc-
ción combinada de trigo y de maíz. La relación cultural e histórica entre un
determinado cereal y una civilización tienen un porqué y una vigencia actual,
según Molina Enríquez.
7 Un ejemplo puede ser ubicado en el sur del estado de Tlaxcala, con historia
agraria importante, basada en el sistema de haciendas y con modificaciones te-
rritoriales evidentes a partir de la instalación del ferrocarril, del reparto agrario,
de la instalación de corredores y parques industriales, así como de la autopista
México-Puebla, eventos que se suman a la localización intrínseca de la entidad 165
como bisagra entre el puerto de Veracruz y la ciudad de México. Esta historia se
desarrolla en la tesis de maestría.

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La sierra Tarahumara:
una historia de resistencia y continuidad*

Rubén Luna Castillo

167

Introducción

E l presente ensayo se suma a los esfuerzos por caracterizar al gran noroeste


de México, junto con las dinámicas de su población indígena, como una
gran región con procesos históricos únicos y anclados en matrices cultu-
rales distintas a las del centro y sur del país.1 Este enfoque dista mucho de
la percepción que entiende al gran noroeste, y particularmente a la sierra
Tarahumara, como el resultado de un proceso tardío o, en el mejor de los
casos, incompleto, como una mezcla de elementos y circunstancias propias
del centro y sur del país.
También es un esfuerzo, desde una perspectiva interdisciplinaria y con
un enfoque regional, por realizar un estudio y una reflexión pensada desde
marcos conceptuales distintos a los que suelen ser utilizados en el análisis de
sociedades indias en el país. Por ello, se consideran elementos de orden an-
tropológico, estadístico y geográfico que ayudan a dar cuenta de los ejes que
guían este artículo. El primer eje tiene que ver con la forma de organización
colectiva propia de los indígenas de esta región; el segundo, con el patrón de
asentamiento de las poblaciones indígenas rarámuri, como elemento central
de su organización colectiva; y el tercero, con las distintas experiencias de
intervención que a lo largo de los últimos siglos el Estado y la Iglesia católica

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han establecido bajo formas de organización comunal distintas a las de las


poblaciones locales.
El artículo está dividido en cuatro partes y una conclusión. En la pri-
mera, se hace un repaso de las distintas formas de entender la noción y el
concepto de comunidad, y cómo esta ha perfilado el trabajo del Estado y
la Iglesia con la población indígena rarámuri. En la segunda se abordan las
formas de organización colectiva de las poblaciones rarámuri desde la etapa
misional hasta el día de hoy; en la tercera parte se detallan las distintas eta-
pas de instauración del régimen comunitarista que la Iglesia y el Estado han
tratado de instaurar en esta región; por último, en la cuarta parte, se exponen
los elementos constitutivos de la organización comunal rarámuri que han
permitido la reproducción social del grupo.

168
La noción de comunidad como base del trabajo institucional

A lo largo de la historia de la Tarahumara han sido varias y distintas las for-


mas en que se ha pretendido modificar el llamado “problema indígena”
(Plancarte, 1954), es decir, la situación de aislamiento, marginación, pobre-
za, y demás costumbres de las poblaciones indias de la sierra. La urgente
necesidad de modificar esta situación ha sido el elemento aglutinador de
la gama de programas e intervenciones, principalmente del Estado y de la
Iglesia, y en las últimas décadas, de asociaciones y organizaciones civiles.
Estos y otros actores han basado sus estrategias de intervención en formas de
organización comunitaria ajenas a las que rigen la vida en sociedad de las
poblaciones indias de la sierra. Las experiencias de desarrollo implantadas
en la Tarahumara han demandado, y en ocasiones introducido en las po-
blaciones locales, formas de organización social colectiva diferentes y por
momentos opuestas a las que allí se reproducen (Sariego, 2002).
Para la historia de la Tarahumara, Juan Luis Sariego ilustra estos intentos
en cuatro grandes momentos donde la Iglesia y/o el Estado han tratado de
instaurar un régimen comunitarista: a) naciones indígenas, pueblos de misión
(1600-1767), la implantación del proyecto misional en la sierra Tarahumara;
b) la comunidad tutelada (1900-1936), el conjunto de políticas proteccio-
nistas del Estado y la Iglesia enfocadas a civilizar y tutelar a dichas pobla-

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La sierra Tarahumara... R. Luna

ciones; c) la cuestión de las nacionalidades (1936-1952), momento durante


el cual se pretendió organizar a las poblaciones indias como una unidad
política autónoma, lo que derivó en la conformación del Consejo Supremo
Tarahumara (cst); d) indigenismo (1952-), política oficial que ha asumido el
gobierno respecto a las poblaciones indias hasta el presente, caracterizada,
entre otras cosas, por los constantes intentos de querer trasplantar y aplicar
nociones sobre comunidad indígena de origen mesoamericano distintas y
ajenas a las concepciones y prácticas de las poblaciones de la Tarahumara
(Sariego, 2002: 78).
La amplia gama de políticas y programas orientados al desarrollo de los
pueblos indios de la sierra Tarahumara ha considerado el supuesto comunal
antes mencionado, como el único camino para el desarrollo de las comuni-
dades serranas, sin tomar en cuenta de manera suficiente las formas locales
de organización. Por ello cabe preguntarse: ¿qué se entiende por comuni- 169
dad?, ¿qué elementos articulan la vida en sociedad de los pueblos indios?,
¿en qué difieren las formas de organización de los pueblos indígenas del
país? Para una mejor comprensión de lo anterior, se expondrá el concepto
de comunidad, tanto en su contenido teórico como etnográfico, con la in-
tención de poder comprender y diferenciar los elementos indispensables que
articulan y caracterizan la vida en sociedad de las comunidades en cuestión.

El concepto de comunidad en la tradición mesoamericana

La noción de comunidad en los estudios antropológicos realizados en Méxi-


co, en particular sobre Mesoamérica, tiene una larga trayectoria. Desde los
conceptos clásicos de folk-urbano, de Robert Redfield; de sociedades de es-
tatus y sociedades de contrato, de Gonzalo Aguirre Beltrán; de comunidad
corporativa cerrada, de Eric Wolf, hasta los más recientes sobre comunidades
trasnacionales, comunidades fragmentadas y comunidades extraterritoriales,
han supuesto la idea de comunidades estables, armónicas, tradicionales y
aisladas, debido, en buena medida, a los referentes teóricos utilizados, ba-
sados en el culturalismo y el funcionalismo. Se les definió y estudió bajo los
parámetros de orden, cohesión, homogeneidad y autorregulación. De esta
manera, se ha explicado el funcionamiento y permanencia de estas comu-

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nidades en un contexto nacional ajeno y hostil (Lisbona, 2005: 30). La rela-


ción con las comunidades se ha caracterizado, además, por una política de
exterminio, marginación y asimilación respecto a la dinámica de la sociedad
nacional.
Algunos de estos estudios convirtieron a los sistemas de cargos cívicos
y religiosos en el elemento diferenciador, en el aspecto indispensable de
las características de las sociedades indígenas mesoamericanas. Por lo que,
tomando como referente la organización sociopolítica de dichos pueblos, se
les observó como un continuum entre “el antiguo calpulli y la comunidad
contemporánea de Aguirre Beltrán, como un producto colonial que persiste
hasta nuestros días, según Pedro Carrasco, o como una entidad social ensi-
mismada y autocontenida” (Pérez, 2005: 87) o en palabras de Wolf como
una comunidad corporada.
170 La percepción de comunidad como un ente armónico, estable y aislado
fue rebasada poco tiempo después. Nuevas propuestas sobre el papel diná-
mico y cambiante de estas fueron los referentes metodológicos para abordar-
las, además nuevos fenómenos sociales exigieron interpretaciones actuales
bajo otros lineamientos. Hasta esos momentos, los pueblos ubicados fuera
de las fronteras mesoamericanas, así como sus formas de organización co-
munitaria, no tenían un papel trascendente en los debates sobre la comu-
nidad; sea por desconocimiento o por falta de interés sobre las sociedades
“bárbaras” del norte, estas no aparecían de forma importante en las mesas de
reflexión (Sariego, 2008).
Son varias las acepciones y funciones que engloba la noción de comu-
nidad. Por el momento, nos interesa resaltar el referente territorial en tanto
forma de apropiación, delimitación y construcción de un territorio, como
dinámica fundamental en la conformación de comunidades, pero también
como mecanismo de conformación y regulación de una noción de conjunto.
Ahora bien, ¿cuáles son los elementos tangibles y de carácter etnográ-
fico que componen a la comunidad? Apoyándonos en el trabajo realizado
entre los mixes por Maya Lorena Pérez, los pilares básicos de una comunidad
son: a) tierra y tenencia comunal, ya que por su carácter comunal rige los
derechos y obligaciones entre los miembros individuales de la comunidad;
b) poder comunal, representado por las asambleas generales, que aunque
no tienen hoy reconocimiento legal –puesto que sólo tienen reconocimiento

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jurídico en el ámbito agrario– son la instancia máxima de decisión en las


comunidades, generando otro enfoque en el ejercicio del poder y en la re-
solución de conflictos; c) trabajo comunal; d ) disfrute de la fiesta, entendida
como un espacio donde se recrea, se fortalece y reconstruye la cultura y la
identidad (Pérez, 2005: 88).
De esto se desprende algo muy importante: en estos cuatro aspectos, la
comunidad es entendida como la unidad básica para la vida social, así como
para la reconstrucción de los pobladores indígenas, en tanto pueblo. La co-
munidad está por encima de otros niveles de adscripción como la familia
nuclear o extensa y/o el grupo doméstico. La tenencia de la tierra bajo la mo-
dalidad comunal, teniendo a la asamblea como la instancia máxima de toma
de decisión de las comunidades, perfila la centralidad en su organización
política; estos elementos básicos ayudan a conformar una noción de comu-
nidad que, hasta el momento, caracterizaría las dinámicas mesoamericanas. 171
Recapitulando: los componentes esenciales en la noción mesoamerica-
na de comunidad son: a) el territorio y la relación legal y simbólica con él,
sea la tenencia de la tierra en formato comunal o la delimitación y jerarqui-
zación de espacios internos, además de un sedentarismo relacionado con
una actividad agrícola que permite conglomerados de población llamados
comúnmente “pueblos”; b) las instituciones y gobierno centralizados que
ayudan a regir la vida y el orden en comunidad; algunas de las más im-
portantes suelen ser las asambleas ejidales y las autoridades tradicionales;
instituciones que suelen estar por encima de la familia o de los grupos de
vecinos, es decir, instancias que regulan la vida social de sus miembros;
c) principios, valores, normas y concepciones del mundo compartidas que
ayudan a organizarse bajo criterios particulares para la consecución de obje-
tivos en común, lo que contribuye a reforzar la identidad y permanencia de
la comunidad; d ) una comunidad ritual nucleada en torno al culto del santo
patrono, mediante la cual se sintetiza y expresan vínculos de solidaridad y
cooperación que definen la membresía comunal.
Todos estos componentes definen las formas de organización comuni-
taria característica de los pueblos indios mesoamericanos y es a lo que se le
conoce como comunitarismo indígena, es decir, “patrones de acción en los
que el individuo apareciera subordinado a la comunidad” (Sariego, 2008:

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260). Con sus excepciones, lo anterior engloba las distintas formas de organi-
zación comunitaria de buena parte de los pueblos indios de México.
En concordancia con lo señalado hasta ahora, considero que en la sie-
rra Tarahumara sucede algo distinto, por ello a continuación expongo con
detalle y de manera cronológica aquellos componentes que me parecen los
más importantes y característicos de la organización comunal en las pobla-
ciones indias de la Tarahumara, particularmente rarámuri.

Formas de organización comunal en la Tarahumara

Dentro de los elementos constitutivos de las formas de organización comu-


nal entre la población rarámuri, considero que el patrón de asentamiento
172 desempeña un papel fundamental. Por tanto, planteo al sistema de ranche-
rías dispersas, aisladas y con baja densidad poblacional, como el eje rector
del análisis histórico de la organización social rarámuri.
Previo al arribo de los primeros españoles a los territorios septentriona-
les, en el inicio del siglo xvii existían básicamente, según Edward Spicer, tres
formatos diferentes de apropiación y emplazamiento del medio por parte de
los grupos que habitaban en el norte del territorio colonial: aldeas, bandas y
rancherías. Estos formatos posibilitaban la concentración de miles de gentes
y estuvieron representados por una variedad de grupos étnicos, como los
indios-pueblo para el caso de las aldeas; navajos y apaches, para las bandas;
y rarámuri, para las rancherías (Spicer, 1962: 14).
El primer formato consistió en el asentamiento de la población en pe-
queñas aldeas compactas, gracias a un mayor desarrollo de técnicas agríco-
las como el sistema de riego y el aprovechamiento de las vertientes de los
ríos, lo que propició una agricultura intensiva. Los miembros de este forma-
to estaban organizados mediante un complejo sistema ceremonial regido
por los sacerdotes (iniciados o chamanes). Las villas estaban compuestas por
un continuo de casas hechas de mampostería. Se estima que alrededor de
40 000 personas vivían bajo este formato de aldeas previo a la llegada de los
primeros españoles. Las principales poblaciones se encontraban a lo largo
del Río Grande, en Nuevo México y en Colorado (Spicer, 1962: 14).

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En el gran territorio aún sin explorar también se encontraba una serie


de grupos cuya manera de habitar y configurar el espacio consistía, entre
otras cosas, en un constante desplazamiento a lo largo y ancho de grandes
extensiones territoriales. Tal es el caso de navajos y apaches, para el actual
territorio del país vecino, yumanos para lo que hoy es la península de Baja
California y tobosos, salineros y conchos, para el caso de la sierra Tarahu-
mara. Fueron grupos organizados en pequeños núcleos familiares que a su
vez conformaban otros mayores llamados bandas. La forma de subsistencia
se basó principalmente en la caza y recolección; aunque se practicaba la
agricultura no representaba el sustento básico, tenía un carácter de comple-
mentariedad. La caza de venados, guajolotes conejos y otras especies endé-
micas integraban su dieta, mientras que la recolección permitía el acceso a
un sinnúmero de productos propios de las regiones por las que trashumaban.
Por su condición de nomadismo, el número de integrantes de las bandas os- 173
cilaba entre los 50 individuos; sin embargo, el número total en este formato
llegó a ser de 15 000 personas. Este sistema fue el más afectado por el proce-
so de conquista introducido por los españoles, debido a que la organización
en bandas representaba lo contrario a la lógica de concentración impulsada
por Occidente (Spicer, 1962).
Coexistía otra forma diferente de apropiación del entorno que, a la llega-
da de los españoles, se le llamó rancherías, en donde la forma y temporalidad
de asentarse en el territorio se expresaba en la dispersión de las viviendas y en
una constante movilidad de la población, es decir, un sedentarismo atenua-
do o lo que Aguirre Beltrán llamó nomadismo estacional (Aguirre, 1991: 68).
Las rancherías estaban conformadas por pequeños asentamientos dispersos en
las montañas y barrancas, habitados por familias nucleares que generalmente
tenían vínculos de parentesco, con una constante movilidad que dependía
básicamente de los ciclos agrícolas y de las temporadas del año.
Esta descripción se encuentra también en las primeras crónicas de los
religiosos que ingresan a la Tarahumara. Por ejemplo, el misionero jesuita
Tomás de Guadalajara nos relata que los rarámuri “no viven congregados,
sino a buena distancia en sus ranchos por las orillas de los ríos, y es difícil el
conseguir se junten a formar pueblos. Y de continuo suelen andar de uno en
otro pueblo, dentro de su nación, que fuera no salen” (citado en González,

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1994: 136). Joseph Neumann, también miembro de La Compañía de Jesús,


dejó registro del aislamiento y baja densidad poblacional,

a cuantos habitantes cultivan el mismo valle a lo largo de un río o arroyo,


por los vínculos de amistad que los unen, generalmente los consideramos
miembros de un mismo pueblo y tratamos de reducirlos a un sitio y a una
iglesia, aunque estén diseminados en siete u ocho leguas […] y por el
número de valles se puede distinguir el número de pueblos, aunque estos
consten de pocas familias (citado en González, 1994: 136).

Con base en el registro hecho por los misioneros, observamos que el


formato de ranchería estaba definido por la dispersión, como forma caracte-
rística de asentarse en un lugar. Diseminados hasta en 40 kilómetros de largo,
174 emplazados comúnmente en valles o en las vertientes de los ríos, siendo
común la movilidad de un lugar a otro, los miembros de una u otra ranchería
se distinguían y reconocían por el parentesco. Una actividad constante e
importante en la vida cotidiana de los rarámuri del siglo xvii, que formó parte
de la manera en cómo se configuró un espacio físico y social, es sin duda la
movilidad. La movilidad junto con la dispersión, es decir los componentes
territoriales del formato de rancherías, fueron los principales problemas que
enfrentaron los jesuitas en el proyecto de evangelización basado en los pue-
blos de misión. Tanto la movilidad como la dispersión estaban tan arraigadas
en los indígenas que difícilmente accedían a permanecer concentrados du-
rante todo el año en un mismo lugar.
La movilidad respondía a una estrategia de adaptación al medio y fun-
cionaba como un mecanismo de supervivencia. Permitía aprovechar mejor
las características naturales de los lugares y posibilitaba el resguardo de la
población ante un clima extremo. En la zona llamada de barranca, por lo
accidentado y extremoso de su geografía, la parte alta suele ser fría, con
heladas y nevadas durante el invierno, y a poca distancia, en la parte baja,
el clima es cálido. Es principalmente en esta zona donde las poblaciones si-
guen trasladándose entre las partes altas y bajas, según la temporada del año.
Otro aspecto a considerar es que la economía –al estar basada en la
agricultura de temporal, así como en la caza y la recolección– requería que
después de haber recogido la cosecha y estar cerca el invierno, los rarámuri

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complementaran sus necesidades alimenticias mediante la recolección de


frutos en otros sitios cercanos de clima templado. Al pasar el invierno podían
volver a las zonas altas, ya que debido al clima y lo seguro de las lluvias, era
más factible que se diera una buena cosecha. La movilidad era una opción
ante climas extremos, permitía hacer frente a algún imprevisto como sequías,
plagas, incendios, desborde de ríos. La movilidad se presentaba como una
alternativa, pero también como un imperativo en la vida social del grupo.
Ahora bien, la escasa acumulación de bienes era un elemento impor-
tante para llevar acabo la movilidad. En efecto, la poca abundancia de ob-
jetos facilitó el traslado de un lugar a otro; debido a ello, la acumulación de
bienes materiales estaba limitada por el constante movimiento pero también
por el poco desarrollo tecnológico.
Otra de las ventajas de la movilidad es que permitía entablar y con-
servar nuevas relaciones con miembros de otras rancherías. Relaciones de 175
alianza, de parentesco, de reciprocidad, en un clima y un medio diferentes,
lo cual posibilitaba brindar y obtener ayuda en momentos difíciles.
A la llegada de los españoles y con ellos el proyecto civilizatorio de
Occidente, la movilidad, al igual que otras prácticas, sirvió como estrategia
de resistencia que les permitió a los rarámuri, entre otros, evitar ser incorpo-
rados totalmente a los pueblos de misión, ello posibilitó la conservación y
reproducción de hábitos y creencias fundamentales en su cultura.
En términos de organización política no hubo una estructura jerárquica
permanente, es decir, un sistema organizado de autoridades constantes, sino
que buena parte de las decisiones se tomaban a nivel de unidades familiares
extensas o de los grupos de asentamientos llamados rancherías. Hubo una
serie de figuras como caciques, líderes militares, shamanes, pero estos no
tenían permanencia ni capacidad organizativa; la importancia de algunos de
ellos se daba en momentos coyunturales, como guerras o catástrofes; por lo
que no hubo una estructura religiosa, civil o militar estable que organizara
y regulara la vida en comunidad. Tal parece que no hubo jerarquización o
subordinación entre grupos. Si bien es cierto las guerras fueron frecuentes,
no significaba ni conquista territorial, ni subordinación tributaria; la organi-
zación militar era momentánea. Por tanto, previo a la llegada de los espa-
ñoles, la sierra Tarahumara se caracterizaba por pequeños asentamientos,
dispersos, de distintos grupos étnicos, con una cierta autonomía política y
económica entre sí.
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Etapas de instauración del régimen comunitarista

Naciones indígenas, pueblos de misión (1600-1776)

Desde el inicio de la conquista y la colonización de las tierras septentriona-


les del territorio, que posteriormente conformaría la Nueva España, las órde-
nes religiosas desempeñaron un papel fundamental en la avanzada de dicha
empresa. Estas, junto con colonos y soldados lograron, a lo largo de varios
siglos, la colonización de estos territorios bajo los formatos de presidios,
pueblos de misión y haciendas.2
Desde su incursión en la Tarahumara, las órdenes religiosas fueron las
encargadas del proceso de conversión de los indios no sólo religioso, sino
también civilizatorio, y llevaron a cabo el primer intento de reorganización
176 comunitaria.3 El proyecto misional tenía como objetivo la conversión de las
poblaciones indias a un modo de vida occidental para el cual no era sufi-
ciente la conversión religiosa; por ello, el proyecto se basó, además de la
catequización, en un proceso de cambio en las pautas de vida local: el aban-
dono del politeísmo por la adopción del cristianismo como único credo; el
cambio en el patrón de asentamiento, es decir, el abandono de las constantes
prácticas de movilidad por un sedentarismo permanente, representado en las
misiones y no en las rancherías; la adopción de la agricultura sistemática, re-
gulada, como forma de vida y principal actividad económica, y no como uno
más de los sustentos. También se instauró un régimen centralizado de auto-
ridad y representación política basado en la figura del gobernador indígena.
Para ello, las órdenes religiosas fundaron las misiones y sus respectivos
pueblos de visita en sitios estratégicos, como centros de atracción de la po-
blación india. Al no poder mantener las poblaciones indias allí, las misiones
se habitaron con población mestiza y, en algunos de los pueblos de visita,
se dio el fenómeno de “centros vacíos o pueblos ceremoniales”, es decir,
poblados deshabitados que se utilizan sólo en ceremonias religiosas.4 Las po-
blaciones indias siguieron manteniendo el formato de asentamiento disperso
y se encontraban alejadas de los centros mestizos.
El proceso de evangelización introdujo una de las primeras regionali-
zaciones de la Tarahumara; la labor misional encabezada por franciscanos,
dominicos y, particularmente jesuitas, dividió la Sierra en tres partidos: Ta-

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rahumara Baja o Antigua (1604), ubicada en las fronteras de los territorios


tepehuanes y tarahumaras, al sureste de la sierra; Tarahumara Alta o Nueva
(1673), al norte, que ahora comprende la zona del Papigochi y los muni-
cipios de Carichí y Bocoyna, y la misión de Chínipas (1601) localizada en
la porción suroeste de la sierra o también llamada zona de barrancos.5 La
demarcación en partidos estaba compuesta por los pueblos de misión o ca-
beceras misionales, que a su vez se componían por los pueblos de visita, que
fueron las unidades mínimas de organización misional.
Esta primer etapa misional estuvo basada en los presupuestos comuna-
les antes mencionados, es decir, reunir a la población en las misiones y con
ello crear una vida en comunidad para, posteriormente, conformar pueblos;
esto permitiría su reducción, una vida en paz, la creciente catequización y
conversión religiosa, una autonomía económica y la erradicación de cos-
tumbres paganas como la poligamia y el alcoholismo. 177
Debido al sedentarismo agrícola provocado por las misiones, el aban-
dono de las prácticas de movilidad territorial entre rancherías permitió, ade-
más de la autosuficiencia económica de estas, la introducción de nuevas
formas de organización productiva, nuevas técnicas y tecnologías agrícolas,
es decir, un moderno complejo productivo. Por otra parte, la representación
y organización política centralizada y subordinada a una nueva estructura
política restó autonomía a las unidades domésticas; también se introdujo una
nueva organización política representada por figuras como fiscales, capita-
nes, soldados, tenientes, generales y gobernadores.6
La respuesta de las poblaciones indias fue diversa y cambiante. Durante
siglos hubo un abierto rechazo a esta empresa, manifestado tanto en rebe-
liones violentas como en estrategias de resistencia pasiva; sin embargo, la
gradual aceptación y modificación de elementos culturales propios y ajenos
fue inevitable. Los cambios en términos de organización comunal fueron
significativos, pero también la persistencia de algunos otros aspectos que
hasta la fecha siguen definiendo las dinámicas regionales. Por tanto, no fue
una aceptación abierta ni un rechazo total a todas las formas introducidas
por los misioneros, sino un proceso histórico complejo y diferenciado de
apropiación, modificación y asimilación de aspectos comunitarios distintos
a los hasta ese momento existentes; como ejemplo, se puede decir que aún

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existe la distinción entre pueblos pagotames (cristianos-bautizados) y pue-


blos gentiles o cimarrones (no bautizados).
Los pueblos de misión llegaron a tener un desarrollo considerable, fue-
ron en varios aspectos centros autosuficientes, productores y abastecedores
por momentos de alimentos a poblados mestizos. Además, fungieron como
refugio de poblaciones locales susceptibles de ser explotadas por los centros
mineros y cobraron importancia social y económica en la región; esto les
generó conflicto con las autoridades de otras actividades económicas como
la minería y la ganadería, ya que por un lado se complementaban, pero, por
otro, estos pueblos de misión acaparaban y protegían mano de obra indis-
pensable en las minas y en las haciendas ganaderas; estas y otras circunstan-
cias de mayor relevancia para la corona derivaron en el decreto de expulsión
de los ignacianos en 1776 de todo el territorio de la corona española.7
178

La comunidad tutelada:
colonización y educación (1900-1936)

Después del regreso de los ropas negras a inicios del siglo xx, entre 1920 y
1940 un nuevo proyecto religioso de organización comunitaria aparece en la
Tarahumara: las “misiones culturales”. Este proyecto propugnaba nuevamen-
te por convertir a las poblaciones indias bajo las formas de vida cristiana.
También se pensó en la “Colonia Agrícola Catequista” como el mecanismo
de evangelización y defensa de las poblaciones indias. Junto con el interna-
do, la colonia emulaba a los antiguos pueblos de misión, donde se impartían
y enseñaban las usanzas de la vida y religión cristianas. Apelaba nuevamente
a los mismos parámetros comunitarios mencionados en los pueblos de mi-
sión, pero ahora bajo la noción de tutela. En esta nueva orientación, tanto la
Iglesia como el Estado concebían la situación de marginación y pobreza del
indio como resultado de su atraso cultural.
Por su parte, el Estado también empleó políticas y programas orientados
al desarrollo de las poblaciones indígenas basados en supuestos comunales.
Estos intentos tienen su inicio en el siglo xx con la llamada Ley Creel. En ella
el gobierno estatal, en la figura del gobernador Enrique Creel, propuso en
1906 la llamada Ley de Mejoramiento de la Raza Tarahumara. Posiblemente

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es esta la primera acción del gobierno del estado, en sentido estricto, respec-
to al desarrollo o bienestar de las poblaciones indias de la Tarahumara.
Esta ley tenía como objetivo principal la conformación de unidades
agrícolas sedentarias en granjas, colonias y pueblos, mediante la dotación
de tierras, ganado e instrumentos de trabajo. En ellas se introducirían cos-
tumbres y creencias occidentales modernas y favorables para su desarrollo,
todo bajo la tutela del Estado. Buscaba “promover todo lo concerniente a la
civilización de los indios, a su mejoramiento social, a su educación, al ré-
gimen de sus bienes, al cuidado de sus colonias y a conseguir la protección
que el gobierno general, el Estado y la sociedad deben impartir a la tribu
Tarahumara” (Brouzez, 1998: 462).
La propuesta de mejoramiento llevaba de manera implícita una concep-
ción vertical y paternalista respecto de las poblaciones indias. Se buscaba
asimilarlas a los estilos de vida nacional, sin propiciar mecanismos, propios 179
o compartidos, para una relación de respeto e intercambio cultural; incorpo-
rarlas de forma unilineal a la dinámica económica del Estado y del proyecto
nacional. Para ello, las poblaciones indias tenían que dejar sus lugares de
origen al igual que sus costumbres arcaicas “para asumir de buen grado el
orden, la moralidad, las buenas costumbres, el amor a la instrucción y al
trabajo” (Sariego, 1998: 8). Esta nueva modalidad de reorganización comu-
nitaria, ahora bajo lineamientos laicos y liberales, no llegó a materializarse
en su totalidad, sólo se creó una colonia agrícola en Creel en 1907, de 191
personas rarámuris y mestizas.8
Décadas después, en el plan de desarrollo del estado de Chihuahua de
1928, se contempló un ordenamiento territorial para la zona de la montaña,
con el fin de llegar a las poblaciones indígenas “mediante programas espe-
cíficos de alimentación, salud, asistencia social y asistencia técnica para la
producción. Todo ello dentro de un marco de pleno respeto a su cultura y
sus tradiciones” (Brouzez, 1998: 466). Comienza así a contemplarse, por lo
menos en papel, el respeto a las formas de vida locales; sin embargo, este
ordenamiento no tuvo mayor repercusión en los niveles de bienestar local y
no logró trascender el nivel de la planeación.

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La cuestión de las nacionalidades (1936-1952)

Alrededor de esos años comienza a gestarse uno de los principales inten-


tos de organización desde el interior de las propias poblaciones indias: el
Consejo Supremo Tarahumara (cst). Este fue resultado de la organización
de un grupo de maestros formados en el proyecto de educación indígena
del gobierno del estado y de los internados jesuitas. Ambos proyectos, aun-
que de forma separada, coincidían en preparar a jóvenes indígenas fuera de
sus comunidades de origen dentro de internados en la ciudad de México
o de Chihuahua, para que, posteriormente, regresaran a sus comunidades
y fungieran como promotores de cambio. Se les infundía el trabajo por sus
comunidades en ámbitos como la defensa y reivindicación de la tierra, en
la formación y organización de grupos que representaran y vieran por los
180 derechos de sus pueblos.
Este es el origen del cst en 1938 y del Primer Congreso de la Tarahuma-
ra celebrado en el poblado de Guachochi en 1939. Nace bajo la lógica de
hacer las veces de interlocutor entre agentes e instancias gubernamentales y
población indígena. Los principales objetivos del cst eran la atención y re-
solución de los conflictos agrarios. Se pensó al ejido como la forma jurídica
para legalizar la tenencia de la tierra, y organizar el aprovechamiento y regu-
lación del uso de los recursos forestales, crear infraestructura al interior de las
comunidades, proveer servicios básicos como salud y educación mediante
la creación de escuelas y clínicas. Otro de los lineamientos del cst fue la
autodeterminación política de las poblaciones indias (Merino, 2007: 13-47).
Desde sus inicios esta organización estuvo basada en formatos comunitarios
tanto de organización como de representación y reconocía que “la autoridad
máxima en los asuntos internos de los indígenas son las asambleas del con-
sejo o congreso” (Merino, 2007: 13). También estuvo vinculada al gobierno
federal, por lo que tiempo después fue perdiendo autonomía, legitimidad y
representatividad entre las poblaciones indias.9

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El indigenismo (1952-)

En 1952 por decreto presidencial se funda el primer Centro Coordinador


Indigenista en la Sierra Tarahumara (ccit) en la localidad de Guachochi.10 Su
importancia radica en que por primera vez toma forma institucional, median-
te un departamento orientado específicamente a la población india como lo
era el Instituto Nacional Indigenista (ini), la atención por parte del Estado
hacia las poblaciones indias serranas; con ello inicia la historia del indige-
nismo en la Tarahumara.11 El ccit nace bajo las concepciones nacionalistas
de integración-asimilación de las comunidades indias al proyecto nacional,
pero específicamente como un “interlocutor institucional que tuviera poder
ejecutivo frente a la situación de creciente desventaja y marginación de los
indios” (Brouzez, 1998: 471). En este tiempo, las concepciones del indige-
nismo clásico, materializadas en propuestas como las “regiones de refugio” 181
caracterizaron la relación paternalista y asistencialista hacia las poblaciones
indias.
Tiempo después, la orientación de la acción indigenista da un vuelco
importante, se considera como fundamental en los programas de desarrollo
el reconocimiento del pluralismo étnico y el respeto a las culturas autócto-
nas. En el documento Bases para la acción, 1977-1982, el ini estipula que
“existe y hay que reconocerlo, en las comunidades indígenas, capacidad de
decisión y de avance material con dinámica propia, como sujetos y no como
objetos de las decisiones políticas, sociales y culturales” (citado en Brouzez,
1998: 476). En este contexto y durante varias décadas, el ini fue el principal
órgano encargado de la atención y el principal promotor del desarrollo de
las poblaciones indias de la Tarahumara; su acción se basó en políticas y pro-
gramas específicos, particularmente en el campo de la explotación forestal.12
Alrededor de esos años comienza la bonanza de los recursos made-
rables en la Tarahumara, por lo que años después (1972), debido a las irre-
gularidades en la utilización de los recursos naturales, se funda el Plan de
Desarrollo Regional, también conocido como “Plan Tarahumara”. Este plan
tenía como eje principal extender y racionalizar la explotación del bosque;
buscaba lograr un equilibrio entre la producción y la abundancia de materias
primas. A partir de él, se conformó la Productora Forestal de la Tarahumara
(Profortarah), organismo coordinador de la industria maderera ejidal de la

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zona Tarahumara destinado a regular el precio de la madera, comercializarla


con algunos ejidos y realizar diversos proyectos de desarrollo en la zona.
Debido a la crisis que vivió el ini durante la década de los ochenta,
a su polémica actuación clientelar y partidista, que por momentos parecía
servir a personajes locales y fines políticos, se funda en 1987 la Coordina-
ción Estatal de la Tarahumara (cet). Esta nace como un organismo público
descentralizado con personalidad jurídica, bajo el mandato del gobernador
Fernando Baeza Meléndez. Su objetivo primordial era “promover el desa-
rrollo socioeconómico de la región tarahumara y sus habitantes, respetando
su cultura. Es compromiso del ejecutivo estatal promover el respeto a su
cultura y formas de organización y combatir la injusticia y la explotación
que los empobrece y les impide una vida digna” (citado en Brouzez, 1998:
478). Además, tenía la intención de atender las necesidades de la población
182 serrana desde lo local y no a partir de políticas y programas hechos desde el
centro del país y para toda la población india.
Vemos cómo a lo largo de los últimos siglos, la Iglesia y el Estado han
tratado de revertir la condición de marginación de la población indígena ba-
sados en el presupuesto comunitarista. Las políticas o programas específicos
no han logrado los objetivos planteados, es decir, la incorporación plena de
las poblaciones indias a un proyecto cultural basado en formas de organiza-
ción comunitaria diferentes a las locales; tampoco han podido terminar con
el aún hoy vigente “problema indígena”.
De este breve repaso histórico, también se desprende que el formato
de asentamiento en rancherías ha estado presente a lo largo de varios siglos;
esto no implica que no haya tenido transformaciones sustanciales. Por el
contrario, ha estado sujeto a cambios, reacomodos y adaptaciones, pero de
alguna forma siguen estando vigentes los elementos básicos que lo confor-
man: aislamiento, dispersión, baja densidad de población, relativa autono-
mía respecto de formas centralizadas de autoridad y representación política.

La sierra Tarahumara y la distribución espacial de la población13

A lo largo del artículo se ha tratado de ver a la sierra Tarahumara como


un complejo físico social integrado, interrelacionado en sus componentes,

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como un territorio con límites difusos, como un continuum de característi-


cas (geográficas, lingüísticas, culturales, poblacionales e históricas) que se
pueden ir perdiendo o diluyendo en un espacio determinado, que común-
mente rebasan las delimitaciones político-administrativas. Por lo anterior, la
regionalización de la Tarahumara se extiende a los tres estados vecinos de
Chihuahua porque el continuum de características físicas y sociales que la
definen sigue presente en parte de esas demarcaciones.14
Una de las hipótesis planteada fue que la forma de organización co-
lectiva de estas poblaciones difiere al de otras regiones del país; por ello,
entre los distintos elementos que conforman lo que llamamos comunidad u
organización comunitaria en las poblaciones indias de la Tarahumara, des-
taco como aspectos centrales el patrón de asentamiento, las unidades y for-
mas de adscripción, la representación y organización política, y el llamado
“complejo del tesgüino”, todos como componentes básicos y distintivos de 183
la organización comunitaria. Son elementos dinámicos y maleables que les
han permitido reproducirse como grupo social mediante la adaptación y mo-
dificación de las particularidades físicas y de los contextos socioeconómicos
hegemónicos en la región.
Como se mencionó, el patrón de asentamiento disperso y de baja den-
sidad poblacional llamado ranchería ha sido fundamental en la subsistencia
y reproducción social de los rarámuri. Por ello a continuación se hace un
repaso de la situación actual del formato de asentamiento en la Tarahumara.
En el mapa 1 se muestra la forma en que se distribuye la población por
localidad en la Tarahumara para el año 2000. En él se observa cómo los asen-
tamientos clasificados como rurales son predominantes, es decir, y según
el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, localidades con población
menor a 2 500 habitantes; dentro de esta categoría, los asentamientos meno-
res a 500 habitantes predominan claramente, mientras que las poblaciones
consideradas como urbanas, con población mayor a 2 500 habitantes, se
encuentran en menor proporción.
Vemos de manera contundente cómo el patrón de asentamiento en lo-
calidades dispersas sigue vigente. Sin embargo, el mapa no permite observar
el tamaño y número de localidad según su población, ya que el rango de 0
a 500 habitantes sigue siendo amplio y no se enumeran totales. Por ello, en
el cuadro 1 se observa a detalle lo anterior, es decir, el tamaño y número de

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Se autoriza la reproducción total o parcial de este artículo, siempre y cuando se cite la fuente.
Mapa 1. Distribución de la población por localidad, 2000. Sierra Tarahumara

Fuente: elaboración propia con base en inegi (2000).


La sierra Tarahumara... R. Luna

Cuadro 1. Localidades y su población en porcentajes por municipio,


según tamaño de la localidad. Sierra Tarahumara, 2005

Total de
localidades
32 y su 1-49 50-99 100-499 500-999 1 000-1 999 2 000
municipios población habitantes habitantes habitantes habitantes habitantes y más

Localidades
10 787 82.41 8.47 7.89 0.62 0.32 0.27
Población 675 475 15.39 8.53 25.67 7.14 6.94 36.31

Fuente: elaboración propia a partir de inegi (2005).

185
las localidades según su población con un rango aún menor, y el total de
localidades y su población con los porcentajes correspondientes respecto al
total de la población.
Con estos datos se observa claramente, entre los años 2000 y 2005, la
distribución de la población en la Tarahumara, en localidades rurales, dis-
persas y de baja densidad poblacional. Las localidades de 1 a 49 habitantes
representan 82.41% del total de localidades y aglutinan a más de 15% de la
población local, si a estas se les suma las localidades de 50 a 99 habitantes,
en conjunto representan más de 90% del total de localidades con cerca de
una cuarta parte de la población total de la Tarahumara. Otra cuarta parte de
la población se asienta en localidades menores a 500 habitantes, por lo que
el 50% de la población vive no sólo en localidades rurales, sino menores a
500 habitantes.
Lo anterior nos da una idea clara y precisa del formato de asentamiento
en términos cuantitativos y espaciales. Desde un enfoque etnográfico, estas
localidades, habitadas principalmente por población indígena rarámuri, sue-
len encontrarse dispersas entre las montañas y las barrancas. Regularmente
se conforman por un número pequeño de cinco casas promedio y como lo
demuestran las cifras suelen ser menores a 50 habitantes. Al ser comunida-
des principalmente agrícolas, y en menor grado pastoriles, dependen de las
condiciones climáticas, por lo que la movilidad en busca de temperaturas y

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suelos favorables para la agricultura y el pastoreo, además del relativo aisla-


miento, han sido prácticas indispensables en la economía rarámuri.
En el mapa 2 se muestra el número de localidades con población indí-
gena en cuatro distintos rangos, esto ilustra de mejor forma la presencia de
población indígena en la mayor parte de las localidades. Cabe mencionar
que aquellas localidades donde la población indígena es menor, suelen ser
mayores a 1 000 habitantes y son frecuentemente mestizas, mientras que en
aquellas localidades donde el promedio es mayor a 30%, suelen ser menores
a 100 habitantes.
Los mapas y el cuadro anteriores reafirman de forma gráfica y estadística
el hilo conductor de este artículo: el patrón de asentamiento disperso y con
baja densidad poblacional, frecuentemente menor a 50 habitantes por loca-
lidad, sigue vigente. Este patrón de asentamiento llamado ranchería, no sólo
186 tiene la forma del emplazamiento disperso y con baja densidad poblacional,
sino que también refleja una forma de organización societal, de adaptación
a las difíciles condiciones geográficas de las barrancas; una forma de orga-
nización parental y económica con relativa autonomía y que posibilita la
reproducción social de los rarámuri.
Desafortunadamente, otro de los rasgos que sigue estando presente y
que ha sido la justificación de las acciones emprendidas entre las poblacio-
nes indias de la Tarahumara durante los últimos siglos, son las condiciones
de marginación, rezago y pobreza que privan en esta población. El llama-
do “problema indígena” sigue caracterizando la condición social que varios
programas y políticas no han podido revertir.
En el mapa 3 se muestra el grado de marginación que guardan las lo-
calidades en la sierra Tarahumara,15 tomando como referencia el nivel de la
localidad, que como vimos puede ser sinónimo de ranchería; se ilustra clara-
mente el grado de marginación entre Alto y Muy Alto en que se encuentran
las localidades de la Tarahumara.
Mediante el mapa 3 también se deduce la correlación que existe entre
marginación y dispersión. Es decir, a menor número de habitantes por loca-
lidad mayor grado de marginación, por lo que se infiere claramente que los
niveles más altos de marginación se localizan entre la población indígena
dispersa.16

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Mapa 2. Localidades y porcentaje de población indígena, 2000. Sierra Tarahumara

Fuente: elaboración propia con base en inegi (2000).


Mapa 3. Grado de marginación por localidad

Fuente: elaboración propia con base en Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad Conabio, Grado de margi-
nación por localidad, 2000.
La sierra Tarahumara... R. Luna

Esta correlación histórica supondría que, de no modificar el formato


disperso de la ranchería por el de concentraciones mayores como el pueblo,
los grados de marginación y pobreza continuarán. Entonces, cabe preguntar-
se si aquellos supuestos bajo los cuales han tratado las políticas y programas
a lo largo de los últimos siglos siguen vigentes. Es decir, ¿habría que renun-
ciar al patrón de rancherías y retomar de nuevo los pueblos de misión o las
unidades o colonias agrícolas sedentarias? ¿Se tendrían que abandonar estas
y otras prácticas arcaicas para asumir de buen grado el orden, la moralidad,
las buenas costumbres, el amor a la instrucción y al trabajo? Claro, todo
con vistas a su mejoramiento, bienestar y desarrollo social. ¿Qué no hemos
aprendido nada en los últimos cuatro siglos?
Es importante mencionar que esta correlación no es inevitable, que el
binomio aislamiento/marginación-pobreza no sólo es evitable, sino urgente.
Si bien algunos indicadores que conforman los índices mencionados suelen 189
ser resultado de servicios que tienden a concentrarse en localidades con
mayor población, los servicios de salud, educación y acceso a recursos bási-
cos no tienen por qué ser exclusivos de algunos poblados.

Consideraciones finales

La intención de este artículo ha sido colaborar con el entendimiento de las


distintas realidades indígenas en el país; para ello se ha puesto énfasis en el
tema del comunitarismo indígena, como estrategia del Estado y de la Iglesia
católica en sus acciones orientadas a la Tarahumara, ya que considero que
estas estrategias, desarrolladas a lo largo de los siglos, no han dado los resul-
tados esperados.
Por tanto, se partió del supuesto de que las rancherías son un elemento
base en la conformación de la vida en comunidad de las poblaciones rará-
muri. El seguimiento del tema a lo largo de los siglos permitió ver qué ele-
mentos se han modificado y cuáles siguen presentes y, a partir de ello, pensar
en la importancia y el papel de estos componentes en la reproducción social
y material del grupo.
Así, las estrategias de apoyo y acompañamiento por parte del Estado,
la Iglesia y demás actores civiles tendrán que considerar estas y otras formas

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particulares de organización, en una relación de respeto e igualdad, si es que


se pretende acabar con el llamado “problema indígena”. En la medida que lo
anterior se considere en la planeación y puesta en práctica de los proyectos,
estos tendrán más posibilidades de afianzarse en las comunidades indias,
haciéndolas partícipes bajo sus propias dinámicas. Por ello, no sólo es im-
portante sino indispensable tener presente la relación entre las dinámicas
locales de organización y los requerimientos comunitarios de los programas
sociales, de lo contrario seguiremos repitiendo la misma historia.

Notas

* El presente artículo resume varios capítulos de la tesis de maestría en Estudios


190 Regionales, del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora.
1 Sin embargo, hay que reconocer las múltiples e importantes diferencias que hay
en su interior; no puede pensarse al noroeste de México como una región ho-
mogénea y a la vez antagónica a Mesoamérica, sino como una gran región con
experiencias societales distintas entre sí, pero con un grado de similitud y fami-
liaridad social e histórica que permite agruparlas.
2 Por el momento nos interesa el papel de las órdenes religiosas respecto a las
poblaciones indias de la Tarahumara. Para el tema de conquista del septentrión
colonial, particularmente del estado de Chihuahua existe una amplia literatura,
por ejemplo: Aboites (1994 y 2005); Hadley (1979), y González (1984 y 1993).
3 La Compañía de Jesús se encargó de la evangelización en la mayor parte del
territorio del noroeste, principalmente la Tarahumara; los franciscanos se orienta-
ron al oeste, noreste y parte del noroeste; mientras que los dominicos estuvieron
en el sur; finalmente, los agustinos también se desplazaron, en menor medida, al
norte (Dunne, 2003: 30).
4 Actualmente algunos de esos pueblos de misión son polos de concentración y
distribución de bienes y servicios, son localidades con creciente densidad pobla-
cional y mayoritariamente mestiza, algunos de ellos son: Carichi, Bocoyna, Ce-
rocahui, Guagueyvo, entre otros. Algunos pueblos de visita siguen deshabitados,
pero con alta población indígena en las rancherías aledañas.
5 Los términos utilizados por los misioneros, Alta y Baja Tarahumara, originalmen-
te hacían referencia a su carácter septentrional o austral, no a la altitud. Actual-

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La sierra Tarahumara... R. Luna

mente se sigue dividiendo de manera coloquial la sierra en Alta y Baja Tarahu-


mara, sólo que en ocasiones es un tanto ambiguo a qué se refiere, si a cuestiones
físicas, alta como zona de cumbre y baja como zona de barrancos o al sentido
original que le dieron los religiosos.
6 Esta nueva organización política claramente emula los nombres y cargos del
sistema militar colonial e introduce la figura de gobernador tradicional o siriame
como la máxima autoridad indígena.
7 En el periodo en el que estuvieron ausentes los jesuitas de la Tarahumara (1776-
1900), el territorio fue asignado al clero secular y a los franciscanos y la labor
misional instaurada por los jesuitas no tuvo continuidad. Los pueblos de misión
fueron confiscados y en ocasiones asignados a españoles y mestizos, las pobla-
ciones indígenas tendieron a replegarse y a reproducir viejas prácticas paganas,
ahora mezcladas con nuevos elementos cristianos.
8 Las colonias agrícolas fueron sumamente irregulares debido al contexto revolu- 191
cionario imperante, primero por la hostilidad de Francisco Villa respecto al papel
de los extranjeros en el estado y posteriormente por la Ley Calles que confiscó
los bienes de la Iglesia católica.
9 Después de procesos de reconstrucción del cst (en 1992), se acuerda desligarlo
de partidos políticos, grupos religiosos y organizaciones, se intenta darle nueva-
mente un carácter autónomo y representativo de los pueblos de la Tarahumara.
Con esta intención se subdivide en Consejo Supremo de la Alta Tarahumara y
Consejo Supremo de la Baja Tarahumara. Actualmente, estos consejos forman
parte del Consejo Indígena de Chihuahua, A. C. Sin embargo, no ha logrado
recuperar representatividad entre la población indígena de la sierra.
10 El ccit es el segundo a escala nacional, fundado el 16 de agosto de 1952 en el
municipio de Guachochi, sólo después de la instauración del Centro Coordi-
nador de San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Tiempo después, a partir de los
setenta, se fundan los otros tres Centros Coordinadores Indigenistas de la región,
los que aun funcionan: Temoris-San Rafael, Carichí yTuruachi.
11 Antes hubo algunas secretarías estatales y federales, como la Junta Administrado-
ra de los Bienes de la Raza Tarahumara (1928), la Sección de Protección Indígena
(1933), el Departamento de Asuntos Indígenas (1936). Todas ellas son también el
antecedente de lo que hoy es la Coordinación Estatal de la Tarahumara.
12 El papel que ha desempeñado el ini, actualmente Comisión Nacional para el De-
sarrollo de los Pueblos Indígenas (cdi), en la Tarahumara, es un tema demasiado

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amplio; aquí me limito a remarcar los aspectos que para fines de la investiga-
ción son pertinentes. Por lo tanto, no es la intención en este artículo hacer una
descripción y balance de las posturas, programas y acciones que han guiado la
labor indigenista en la Tarahumara. Para este tema véase Sariego (2002) y Porras
(2002). Por el momento interesa establecer las bases de las actuales estrategias
de desarrollo local promovidas por la cdi.
13 Para este apartado se realizaron varias tareas: se hizo una síntesis de la situación
actual de la distribución espacial de la población indígena en la Tarahumara;
para ello se utilizaron los últimos censos y conteos disponibles además de los
Sistemas de Información Geográfica para ilustrar las estadísticas; se tomó como
unidad de análisis territorial la localidad, puesto que permite diferenciar desde
sitios compuestos por una sola casa con un habitante hasta ciudades con miles
de habitantes; además posibilita el análisis de densidad de población, permite
192 ver su ubicación y con ello inferir aspectos como aislamiento y dispersión.
14 En el estado de Durango se incluyó a los municipios de Guanacevi y Ocampo;
en el de Sinaloa, a Badiraguato y Choix; y en Sonora, a los municipios serranos
de Arivechi, Nacori Chico, Sahuaripa, y Yécora.
15 El índice de marginación elaborado por el Conapo es una medida que a través
del resumen de ocho indicadores mide el nivel de intensidad de exclusión so-
cial de tres dimensiones socioeconómicas como son: educación (porcentaje de
población de 15 años o más analfabeta, porcentaje de población de 15 años o
más sin primaria completa), vivienda (agua entubada, sanitario, piso de tierra,
energía eléctrica y ocupantes por cuarto) e ingresos monetarios (porcentaje de
población ocupada con hasta dos salarios mínimos). Y mediante la división en
cinco subintervalos se obtiene el grado de marginación (Consejo, 2002: 17-20).
16 Al igual que el grado de marginación, el Índice de Desarrollo Humano de los
Pueblos Indígenas idh-pi tiene los niveles más bajos entre los municipios del co-
razón de la Tarahumara. Este índice refleja tres aspectos que el pnud considera
fundamentales para la vida y el desarrollo humano: salud, educación y acceso a
recursos básicos que los individuos requieren para desarrollar sus capacidades y
participar en la vida en comunidad.

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La sierra Tarahumara... R. Luna

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Factores históricos y contemporáneos que han


transformado social y territorialmente la región
sureste de Coahuila*

Marcos Noé Maya Martínez

195

Introducción

G ran parte de la comprensión de fenómenos sociales, políticos y econó-


micos del mundo globalizado actual se encuentra a la luz del análisis regio-
nal, ya que es la región el lugar en donde se originan algunas respuestas de
la sociedad en general a eventos de afectación global. El concepto de región
está determinado por elementos tales como el medio físico (que comprende
las condiciones geográficas, geológicas y climáticas) así como factores socia-
les (asentamientos urbanos o migraciones rurales, actividades económicas
o cuestiones culturales e históricas, etc.). Dichas categorías o dimensiones
definen regiones que pueden ser nodales, administrativas, etcétera.
La hipótesis general del artículo sostiene que los factores de desarrollo
urbano y social de la región sureste de Coahuila, encabezada demográfica-
mente por el municipio de Saltillo y, en la actualidad, económicamente por
el municipio de Ramos Arizpe, se han dado históricamente por su cercanía
con Monterrey, Nuevo León, zonas mineras de Zacatecas y San Luis Potosí,
así como la Comarca Lagunera de Torreón; sin embargo, a partir de finales de
la década de 1970, el motor de crecimiento económico, urbano y social de
la región sureste ocurre por la inversión extranjera directa que ha incremen-
tado la producción manufacturera, específicamente en el sector automotriz.

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El artículo se divide en dos partes. En la primera, se hace un recuento


de los factores históricos, políticos y demográficos que han modificado el
municipio de Saltillo y que le dieron importancia como ciudad y más ade-
lante como capital de Coahuila, hasta el impacto espacial propiciado por el
cambio de actividades económicas antes de la década de 1970, momento en
que se dio la formación histórica de grupos empresariales que bajo el aus-
picio estatal, industrializaron no sólo a Saltillo sino también al vecino muni-
cipio de Ramos Arizpe, conformando la región urbana que hoy nos ocupa,
fenómeno que es brevemente descrito. En la segunda parte, se muestran los
cambios territoriales y demográficos más relevantes de esta región desde fi-
nales de la década de 1970 hasta la primera década del siglo xxi, periodo
en el que se registran a su vez dos fases: una de 1975 a 1994, que da cuenta
de la transición de la región hacia la apertura económica y momento en que
196 se registran las primeras inversiones extranjeras en el ramo automovilístico,
creando un agrupamiento industrial asociado con el empresariado local pre-
existente; y una segunda fase que comprende de 1995 a 2009, la cual pre-
senta la dinámica de la región en el marco del tlcan, periodo en el que se
acentúa la especialización productiva en la industria automotriz terminal y
de autopartes con un decreciente encadenamiento local y un descontrolado
proceso de urbanización que necesita replantear la política gubernamental.

Factores sociales, políticos y económicos que transformaron


la región sureste de Coahuila antes de 1970

La ciudad de Saltillo es la capital política del estado de Coahuila y la parte


central de la zona metropolitana del sureste del estado, donde se incluyen
las áreas urbanas de los municipios de Ramos Arizpe al norte y Arteaga al
oriente. Se ubica geográficamente en las faldas de la Sierra Madre Oriental,
en una zona considerada semiárida con clima de montaña cuyas coordena-
das se localizan a 25° 25’ de latitud norte y 101° 00’ oeste, y a una elevación
de 1 600 metros sobre el nivel del mar.
Asimismo, el municipio de Ramos Arizpe comparte al norte el valle,
del que forma parte el municipio de Saltillo, cuyas coordenadas geográficas
son 25° 32´26” latitud norte y 100° 57´2” longitud oeste, a una altura de

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Factores históricos y contemporáneos... M. N. Maya

1 380 metros sobre el nivel del mar. El centro de Ramos Arizpe está aproxi-
madamente a 10 kilómetros del de la ciudad de Saltillo. Ambas localidades
están divididas parcialmente por la sierra La Paila y a sus alrededores las
sierras que limitan con el estado de Nuevo León (véase mapa 1).
Hablar del poblamiento de estos municipios nos remite, en términos
generales, a las primeras poblaciones que habitaron las llanuras del norte
de México, conformadas por grupos nómadas de cazadores y recolectores
que, según la variada literatura histórica encontrada de la región sureste de
Coahuila, se les ha englobado con el nombre de chichimecas, en un periodo
histórico que va desde 1000 a. C. hasta 1800 de nuestra era. Pinturas ru-
pestres encontradas en lo que hoy es Ramos Arizpe dan testimonio de estos
grupos flecheros y de sus actividades productivas, las cuales consistían en
cazar jabalíes, venados, guajolotes, peces y tortugas, así como alimentarse
de semillas y tunas. 197
La gran extensión que abarca la región de lo que ahora es Saltillo estaba
cubierta de vegetación, desde la sierra a lo largo y ancho del terreno, donde
se veían ciénagas e innumerables manantiales. De hecho, el nombre de Sal-
tillo se debe a un pequeño salto del arroyuelo proveniente del manantial co-
nocido como Ojo de Agua, el más abundante y conocido por la población.
Este ramal de agua era una naciente de una incisión de la meseta del valle
que proveyó por más de 300 años de agua a la población hasta que el cre-
cimiento de esta obligó a buscar otras fuentes de abastecimiento en Saltillo.
Los beneficiados de esta afluente en tiempos de la colonización fueron los
propietarios de las primeras huertas cercanas (Cuéllar, 1975: 79).
A partir de siglo xvi, una vez consolidada la conquista del centro de
México, se abre el recuento de transformaciones del espacio del sureste de
Coahuila, ya que es desde este periodo que se dan leyendas sobre las rique-
zas minerales de esta región, las cuales condujeron a las primeras explo-
raciones realizadas por aventureros conquistadores que recorrieron el hoy
valle de Saltillo en busca de minas (O’Gorman, 1948: 20-24).
Saltillo fue fundada por el capitán Alberto del Canto entre los años de
1575 y 1578; quien hizo un reparto de tierras entre los pobladores, las cuales
se extendían desde lo que ahora es la zona norponiente de Saltillo hasta el
Valle de las Labores, conocido hoy como Ramos Arizpe, quedando todo este
territorio, para ese momento, bajo la jurisdicción del gobierno de la Nueva

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MAPA 1. UBICACIÓN DE LA REGIÓN SURESTE DE COAHUILA EN EL NORTE DE MÉXICO

Fuente: elaboración propia con base en el conjunto de datos vectoriales de la serie topográfica y de recursos naturales escala, inegi (2010).
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Vizcaya (García y Falcón, 1986: 13). Valle de las Labores fue fundada en
1577, y su nombre se debió a que los suelos que conforman el lugar estaban
dedicados a las tareas agrícolas (sembrar, arar la tierra, cosechar, etc.). En
1606 es rebautizado su nombre a Valle de San Nicolás de la Capellanía y es
hasta 1850 que recibiría el nombre de Villa Ramos Arizpe.
La formación de Saltillo como localidad influyó mucho en la coloniza-
ción, poblamiento y crecimiento urbano de muchas de las ciudades del norte
de México, aunque este proceso fue lento y demasiado hostil, ya que los
chichimecas opusieron una feroz resistencia, lo que retardó la colonización
de amplias zonas. Esto motivó a implantar un control militar del manantial
principal y de los arroyos laterales en 1570 para poblar y trazar territorios.1
En ese sentido, la política de colonización del virrey Luis de Velasco
en 1591 implicó edificar el pueblo de San Esteban, al norte de la villa de
Santiago de Saltillo, conformado por indios tlaxcaltecas (también conocido 199
como Nueva Tlaxcala). Este poblado sería políticamente independiente del
gobernador de Nueva Vizcaya y estaría bajo las órdenes directas del virrey y
serviría para constituir esta región en abastecedora de cereales y bestias de
carga para la explotación minera de Zacatecas.
Es hasta 1785 cuando, bajo las reformas borbónicas, se reordenó el
territorio segregando de Nueva Vizcaya los distritos de Parras y Saltillo, otor-
gándolos a la provincia de Coahuila o Nueva Extremadura,2 tiempo en el
que Saltillo se halla en el cruce de caminos que comunican al oriente con
Monterrey y Monclova, en dirección a la mina de San Gregorio. Hacia el sur
se comunicaba con Mazapil, Zacatecas y San Luis Potosí. Al poniente con la
hacienda de Patos, Parras, Mapimí, Cuencamé, Guadiana (hoy Durango) y
las minas de Parral. La posición estratégica de Saltillo y sus haciendas se con-
solidaron como paso obligado a las Provincias Interiores (Coahuila, Nuevo
León y Tamaulipas), lo que originó las ferias del mes de septiembre en la
Nueva Tlaxcala. Dichas ferias comerciaron la producción agrícola de la re-
gión, que incluía la uva y el trigo con que se surtían las provincias aledañas.
El ganado vacuno, ovino y caprino se criaba en abundancia, lo que incluía
la exportación de carne a Zacatecas, Querétaro, México y Puebla. La lana
y algodón se mandaba a San Luis Potosí, San Miguel, Celaya, Silao y León.
Desde la década de 1830, en los poblados aledaños de Saltillo y Mon-
clova se incrementaron los cultivos del algodón,3 factor que a la postre signi-

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ficaría la clave para el despegue de la industria textil en Saltillo bajo la direc-


ción de algunos empresarios locales y extranjeros que produjeron principal-
mente manta. Para esa década operaban en el país 55 fábricas textiles, dos
de ellas se instalaron en Saltillo: La Aurora Industrial, en 1840, y La Hibernia,
en 1842. En relativamente poco tiempo comenzaron a establecerse otras fá-
bricas textiles evidenciando los altos beneficios derivados de la producción
algodonera. Un total de seis fábricas textiles en Saltillo y sus alrededores, que
consumían en su totalidad el algodón producido por la región Laguna.
El crecimiento de Saltillo fue evidente gracias a la publicación de varios
mapas que hoy son documentos históricos. El primer mapa de Saltillo se
realizó en 1835 construido por los ingenieros del ejército de Santa Anna. En
él se describen manzanas no fincadas todavía pues aparecen situadas entre
la alameda y el arroyo del pueblo, donde no se construyó hasta principios
200 de la segunda década del siglo xix. Tanto al norte como al sur Saltillo estaba
delimitada por avenidas que en ocasiones eran demarcación de huertas y
plantíos o por el arroyo de la Tórtola en el oriente. Un aspecto muy impor-
tante es que, tras el respaldo militar a Santa Anna en los intentos de golpe de
Estado para derrocar a Gómez Farías y el incondicional apoyo político en la
guerra contra Estados Unidos, la ciudad de Saltillo es declarada capital de
Coahuila en 1838 (véase mapa 2).4
Para 1868, tras la intervención francesa, el gobierno estatal estimuló
fiscalmente a inversionistas de la industria del papel y de los tejidos de lana.
Para 1877 dichos incentivos fiscales se ampliaron para cualquier otra indus-
tria que deseara establecerse en la región sureste. La supervivencia de los
demás establecimientos textiles dependería de la acumulación de capitales
en la capital Saltillo (Morales, 2005: 57). El plano de Saltillo de 1878, dise-
ñado por Juan S. Sánchez y su hijo Francisco Sánchez Uresti (véase mapa 3),
da cuenta de estos asentamientos al noroeste, y en menor medida al sur de
la ciudad. Para estos años, otros elementos que contribuyeron a modificar
el panorama de Saltillo fueron las obras que se hicieron en materia educa-
tiva (la fundación del Ateneo Fuente en 1867, la escuela de bachilleres y la
Escuela Normal del estado para maestros); la instalación del telégrafo entre
Saltillo y Monterrey, y en 1870 de Saltillo a San Luis Potosí, lo que permitió
la comunicación con la ciudad de México y que derivó en la obsolescencia
de las diligencias. Por otro lado, la gestión gubernamental hizo mejoras en

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MAPA 2. PLANO DE LA CIUDAD DE SALTILLO, 1835

Fuente: tomado de Pablo M. Cuéllar Valdés, Historia de la ciudad de Saltillo, Saltillo, Coahuila, Editorial Libros de México, 1975, p. 35.
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MAPA 3. TOPOGRAFÍA DE LA CIUDAD DE SALTILLO, 1878

202

Fuente: tomado de Pablo M. Cuéllar Valdés, Historia de la ciudad de Saltillo, Saltillo, Coahuila,
Editorial Libros de México, 1975, p. 62.

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Factores históricos y contemporáneos... M. N. Maya

el trazo urbano, en la nomenclatura de las calles, en los letreros de edificios


y plazas públicas, así como obras hidráulicas para la toma de agua en las
huertas y sembradíos.
Para el año de 1883 se crea el Ferrocarril Nacional de México entre
Saltillo, Monterrey y Laredo, a la par de la ampliación de la cobertura eléc-
trica y el automóvil que modificaron los hábitos de la población en muchos
sentidos. Estos factores impulsaron el crecimiento en la industria textil, así
como la explotación del guayule y la candelilla. Se empezó a comerciar con
metales industriales como hierro y plomo de la región carbonífera, jabones,
aceites y cerveza.5 Aparecen corredores industriales y grandes bodegas a lo
largo de las vías al poniente y al sur de Saltillo. Estos nuevos polos de de-
sarrollo marcan la pauta para las futuras tendencias de crecimiento urbano.
En el mapa de Saltillo de 1902, mandado a hacer por el presidente Por-
firio Díaz, se detallan la aparición de teatros, plazas y edificios culturales; el 203
hospital civil, el rastro municipal, el mercado Juárez, el panteón de Santiago
y la creación en 1891 de la Compañía de Luz y Fuerza Motriz Eléctricas de
Saltillo, con la que se instala el alumbrado público en la capital. Las obras
públicas iniciadas en 1898 y concluidas en 1900 lograron palear las nece-
sidades de agua de los ya 30 000 saltillenses que usaban agua para el riego
de huertas, sobre todo en las zonas del poniente de la ciudad y en menor
medida al oriente.
La construcción de la catedral (entre los primeros años del siglo xvi y
1897) motivó el traslado de las Casas Reales del pueblo frente a la plaza, hoy
Plaza de Armas, que comparte espacio al poniente con la plaza conocida
como de Nueva Tlaxcala.
Hacia el fin del porfiriato e inicios del siglo xx (véase mapa 4), queda
terminada la vía del Ferrocarril Central que une a Saltillo con Paredón en
1906; en 1918, este se conectó con Tuxpan. En 1907, el municipio de Sal-
tillo6 reguló el crecimiento de la periferia urbana ampliando las obras de
pavimentación hacia el norte, dando origen a barrios con traza anárquica y
sin planeación urbana, cercanos al centro y cuyas actividades iban desde lo
artesanal e industrial (textil) hasta agrícolas, huertas que se extendían desde
el Ojo de Agua hacia el sur y al oriente desde donde transitaban las carretas
provenientes de Arteaga. Otras agrupaciones de viviendas cercaban la carre-
tera a Monterrey, al lado del ferrocarril.

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Se autoriza la reproducción total o parcial de este artículo, siempre y cuando se cite la fuente.
MAPA 4. PLANO DE LA CIUDAD DE SALTILLO, 1902

Fuente: tomado de Pablo M. Cuéllar Valdés, Historia de la ciudad de Saltillo, Saltillo, Coahuila, Editorial Libros de México, 1975, p. 107.
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Desde finales del siglo xix se establece en Saltillo la casa comercial de


Dámaso Rodríguez, primera empresa mexicana con capital importante en
todo el estado que no era controlado por extranjeros y que no era invertido
en terrenos o fincas. Esta empresa con el tiempo se extendió a la agricultu-
ra y a la industria, prosperando hasta el siglo xx.7 Surgen también desde la
década de 1890 las sociedades por acción, entre las que destacan el pro-
pio Dámaso Rodríguez y Marcelino Garza en unión con Guillermo Purcell,
quienes constituyen la Compañía Industrial Saltillera, que incluía actividades
como los textiles, el papel y los molinos de harina. Sin embargo, las unidades
productivas asociadas a la manufactura de fundición fueron la simiente de
una industrialización mayor, determinante en el crecimiento de la ciudad de
Saltillo cuando proliferaría la metalmecánica (García 2003: 130).
Sin embargo, antes de darse dicho impulso, dos acontecimientos po-
líticos obstaculizaron el camino del crecimiento industrial del sureste de 205
Coahuila: el primero fue la ambición del general Bernardo Reyes por suce-
der a Porfirio Díaz en el poder, quien con gran influencia política en el norte
de México, alentó con ventajosas concesiones a empresarios regiomontanos
cuando fue gobernador de Nuevo León, lo que impulsó el desarrollo econó-
mico e industrial de Monterrey, dejando a Saltillo no sólo muy atrás en este
rubro, sino supeditada a la capital regiomontana en muchas industrias. El
segundo fue que la industrialización de Saltillo se interrumpió cuando fábri-
cas textiles paralizaron temporalmente su producción, debido al estallido de
la revolución mexicana, con sus consecuentes incendios, destrucciones de
maquinaria y despojos de las estructuras para fines bélicos (Dávila, 1986).
En Saltillo, a las industrias textileras, harineras, curtidurías, zapateras,
refresqueras, entre otras, se sumó una pequeña fundición y herrería creada
por don Isidro López Zertuche en 1914; esta amplió su giro en 1928 con el
nombre de Isidro López y Hermanos (ilhnos) que, además de la comerciali-
zación se dedicó a la fabricación de tubos y codos para estufas y calentado-
res, vajillas de peltre, tinas de baños y otros artículos de lámina galvanizada
y artículos de aluminio o metálicos de uso doméstico. Este giro era acorde
con las exigencias de “un mercado que despuntaba hacia la prosperidad
y prometida modernidad pos revolucionaria”, así como respuesta al creci-
miento urbano del país y los nuevos patrones de acumulación que se estaban

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gestando (Santoscoy, 2000: 303). Fue aquí que se estaba consolidando un


verdadero núcleo empresarial endógeno a la región sureste de Coahuila.
Para 1925, al lado poniente de Saltillo y hacia el sur, las huertas con
gran riqueza en la producción frutícola fueron cediendo paso a fábricas de
hilados y a lo que se conoció en 1927 como La Pedrera, más tarde una co-
lonia habitacional.8
Para Saltillo, la década de 1930 significó el arranque industrial, ya que
las actividades económicas dedicadas a la fundición en la década anterior
crecieron hasta consolidar la Compañía Industrial Fundidora del Norte (Ci-
funsa) y logra diversificar en gran medida su producción con la fabricación
de artefactos de cobre y hojalata (Marroni, 1992: 94).
Por otro lado, en 1932 la herrería se convirtió en sociedad anónima, a la
que se bautizó con el nombre de Compañía Industrial del Norte (cinsa). Con
206 base en estas dos empresas (cinsa y Cifunsa), se consolida el Grupo Indus-
trial Saltillo (gis), logrando diversificar su producción al adquirir e impulsar
nuevas unidades productivas.
Para la década de 1930 se crea en Saltillo –entre 1934 y 1936– la Cáma-
ra de la Propiedad Urbana, lo que sentó las bases para mejorar las comunica-
ciones para la década de 1940,9 momento en el que se construyen carreteras
alternativas y se amplía la red eléctrica y se introduce agua y drenaje en co-
lonias populares. Estos cambios urbanos se consignan en el mapa de 1947-
1948, el cual también da cuenta de la formación de 43 ejidos en Saltillo.10
Para la década de 1940 se da una organización industrial11 no vista
hasta entonces que logra ampliar las antiguas zonas industriales, creando
nuevos polos de desarrollo. El aumento de la demanda de mano de obra para
actividades industriales, artesanales y domésticas, junto con la ampliación
de la oferta educativa, incrementó la migración procedente del campo y de
estados circundantes hacia Saltillo (véase mapa 5).12
En 1946 el capital extranjero siguió expandiéndose en la región y en
ese año se coloca la primera piedra en la construcción de la International
Harvester Company, para la construcción de manufactura de implementos
agrícolas y una planta armadora de camiones. Para 1947, la textil El Carmen
amplió sus operaciones en Saltillo. Finalmente, en 1953 se concluye la línea
de transmisión eléctrica que la Comisión Federal de Electricidad creó en San
Gerónimo, Monterrey, y que abasteció a Saltillo, lo que impulsó el desarro-

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MAPA 5. CIUDAD DE SALTILLO, 1947

207

Fuente: tomado de Pablo M. Cuéllar Valdés, Historia de la ciudad de Saltillo, Saltillo, Coahuila,
Editorial Libros de México, 1975, p. 143.

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llo industrial tras años de imposibilidad de dotar de energía a la industria


naciente.13
A mediados de la década de 1950 se da la expansión productiva del
gis; por ejemplo, la incursión potenciada en otros sectores de la economía,14
como las actividades de capital financiero, modernización, ampliación y
diversificación de la producción, así como la incorporación masiva de la
fuerza de trabajo. La influencia del gis significó un ejemplo importante de
inversión que contribuyó a modernizar, mantener y profundizar la cultura
industrial de la ciudad.
Otro ejemplo de la transformación territorial ocasionada por los cam-
bios económicos de esta región de Coahuila es el noreste de la ciudad de
Saltillo, donde existía una gran huerta a inicios del siglo xx. Hacia la década
de 1960 surge una zona proletaria que antes perteneció a una curtiduría
208 llamada La Huilota, nombre con el que se le llamó al barrio que se formó
cuando la mancha urbana llegó a cubrir esta región y que en la actualidad es
circundado por nuevas colonias.
En 1967, el mapa de Saltillo presenta sus primeros pasos a desnivel en
el centro de la ciudad a fin de evitar las recurrentes interrupciones del cruce
del ferrocarril a un creciente tránsito urbano y que obstaculizaba el traslado
diario de la ciudad hacia el norte. En este plano aparece la ruta Monterrey-
Saltillo de la Línea de Transportes del Norte, que potenciaba la comunica-
ción, el comercio, la migración y demás flujos que se daban en el norte
desde 1957. Así, para la década siguiente se crea el mayor proyecto habita-
cional para la clase media en las faldas de la sierra de Zapalinamé, al sureste
de la ciudad (colonia Lomas de Lourdes). La pérdida de zonas arboladas dio
paso al crecimiento urbano de Saltillo, limitado por lo que era el panteón de
Santiago y el rastro, que para 1967 sería la Ciudad Deportiva (véase mapa 6).
En esa década se instalaron nuevas industrias, como la paraestatal Zin-
camex, la cual era parte de la fundición Belg-W, que construyó su planta al
norte de Saltillo y fue inaugurada en 1964; años más tarde (1967) la Compa-
ñía Textil del Norte15 traslada su planta de la ciudad de Allende, Coahuila, a
Saltillo. En ese mismo año la planta de Inyec-Diesel empieza a fabricar filtros
y otros artículos para motores y se crea la empresa de azulejos y aparatos
sanitarios Vitromex, también integrante del gis.

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MAPA 6. PLANO DE LA CIUDAD DE SALTILLO, 1967

Fuente: tomado de Pablo M. Cuéllar Valdés, Historia de la ciudad de Saltillo, Saltillo, Coahuila, Editorial Libros de México, 1975, p. 162.
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Según la relación de los grandes grupos industriales del sector privado


nacional y el número de empresas de cada uno por actividades económicas,
el gis contaba ya para la década de 1970 con catorce empresas: nueve en
el ramo industrial; una en actividades bancarias, otra en financieras y una
más en aseguradoras; una en comercio, y una en servicios (Cordero, Santín
y Tirado, 1983: 141).
En el plano de Saltillo hecho a inicios de la década de 1970 (véase
mapa 7) ya se contemplaba la planeación y construcción del anillo periféri-
co, que descongestionó el centro de Saltillo y la conexión de las carreteras
con Monterrey y México, y a mediados de la década de 1970 se abre al trá-
fico la carretera a Guadalajara y Torreón. Con estas obras, Saltillo se conecta
con las tres urbes más importantes del país en población, relevancia política
y sobre todo por la preeminencia económica al ser los tres principales mer-
210 cados: el Distrito Federal, Monterrey y Guadalajara. La creación de estas vías
de comunicación trajo consigo la construcción de nuevas colonias alrededor
de ellas, mismas que al norte de Saltillo inician el proceso de conurbación
con Ramos Arizpe, fenómeno que se acentuará de forma singular a partir de
finales de la década de 1970.
Se puede abreviar, hasta aquí, que desde las décadas de 1930 y 1940
se forman los grupos empresariales locales como el gis; desde la década
de 1950 se consolida la industria metalmecánica en la región formada por
Saltillo y Ramos Arizpe y, desde la década de 1960 se fortalece una cultura
laboral obrera por parte de los habitantes de la naciente e incipiente conur-
bación, así como la promoción política por gobiernos como el del priista
Óscar Flores Tapia en 1975, quien realizó fuertes gastos en obras urbanas en
la capital; todos estos fueron elementos que incentivaron la llegada de la in-
versión extranjera con miras al mercado externo, como fue la instalación de
la armadora estadunidense de vehículos General Motors (gm) en el parque
industrial Saltillo-Ramos Arizpe en 1976.
A manera de resumen, se puede decir que a partir del siglo xx la indus-
trialización de la región sureste de Coahuila encabezada por Saltillo, y más
recientemente por Ramos Arizpe, se dio por fases: la primera, que compren-
de de 1925 a 1945, con la producción de bienes tradicionales, donde la prin-
cipal industria es la textil y donde la inversión es de origen local y la produc-
ción se enfoca al mercado interno; la segunda fase, que va de 1946 a 1975,

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MAPA 7. PLANO GENERAL DE LA CIUDAD DE SALTILLO, 1975

Fuente: tomado de Pablo M. Cuéllar Valdés, Historia de la ciudad de Saltillo, Saltillo, Coahuila, Editorial Libros de México, 1975, p. 237.
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es el lapso en que la producción de bienes tradicionales es desplazada por


la de productos modernos y en la que repunta como líder la industria metal-
mecánica, y, finalmente, el último periodo que comienza en 1976, cuando
la industria automotriz tiene una participación hegemónica, desplazando en
importancia a la industria textil y orientándose a producir para el mercado de
exportación. Otras industrias importantes que son visibles en la región son la
química y la farmacéutica.
Analizando la evolución de los montos de inversión privada extranjera
antes de la década de 1970, se observa que en 1940 se pasó de 449 100 000
dólares a 556 000 000 en 1950, y para 1960 era ya de 1 081.3 millones de
dólares, lo que significa que en 20 años se había duplicado. El dinamismo
en el indicador se hizo todavía mayor, pues el monto de la inversión privada
extranjera volvió a duplicarse, pero ahora ello ocurría en tan sólo diez años,
212 pues para 1970 la inversión extranjera directa (ied) llegó a 2 825.9 millones
de dólares, de los cuales 75% se canalizó a la industria manufacturera (Cor-
dero, Santín y Tirado, 1983: 58). En síntesis, la ied se quintuplicó de 1950 a
1970. La última fase industrial que comienza a mediados de la década de
1970 se detallará a continuación.

Evolución socioeconómica de la región sureste de Coahuila


desde finales de la década de 1970

Después de más de tres siglos de lenta evolución demográfica y produc-


tiva, y tras estar a la sombra de otras zonas como La Laguna y sobre todo
de Monterrey, la región sureste de Coahuila se ha abierto paso por sí sola
como una zona clave en la generación de riqueza industrial del norte del
país desde mediados del siglo xx a la fecha. Si bien desde la década de 1930
se configuraron grupos empresariales importantes que industrializaron la re-
gión –por ejemplo el Grupo Industrial Saltillo (gis) que se convirtió en uno
de los once grupos empresariales más importantes de México para 1972– no
es sino hasta finales de la década de 1970 cuando comienzan vertiginosos
cambios en el ámbito social y económico, potenciados por la llegada de
inversión extranjera en la industria manufacturera local.16

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Desde 1975, el gis reestructuró su organización y perfil para fortalecer


sus relaciones con el mercado internacional, redujo costos y diversificó sus
actividades; cerró empresas poco rentables, modernizó su tecnología y firmó
contratos como proveedor de grandes empresas extranjeras como General
Motors y Chrysler. Con ello, el gis contribuyó a crear las condiciones favo-
rables para la llegada de las armadoras automotrices, dando inicio a otra
etapa del crecimiento industrial acelerado de la región sureste de Coahuila
(Bracamonte y Contreras, 2008: 163).17
Para finales de la década de 1970 y principios de 1980, ocurrió un
vertiginoso incremento de los montos de inversión proveniente de las arma-
doras automotrices en la región sureste de Coahuila. Por ejemplo, el flujo de
capital ascendió de 17 000 millones de pesos en 1975 a 70 000 millones
de pesos en 1981, lo que se tradujo en una elevación del empleo a 145 000
trabajadores en Saltillo, concentrando 30% de los trabajadores del estado 213
en la región sureste, donde la industria automotriz para 1984 rápidamente
encabezaba ya dichos empleos.
Una primera manifestación de la apertura económica de México se dio
en el ámbito sectorial, donde el conglomerado automotriz de Saltillo-Ramos
Arizpe surge como efecto de la “ola de inversiones en plantas nuevas de alta
tecnología en el norte de México que prometían erigirse en plataformas ex-
portadoras de la industria” (Sosa, 2005: 123), las cuales se estimularon con
el Decreto para la Industria Automotriz de 1977.
En 1979 empezó la construcción del complejo automotriz de Ramos
Arizpe,18 el cual superó en magnitud a todas las inversiones que había reali-
zado la corporación General Motors en países latinoamericanos, y en el caso
de Chrysler fue en su momento una de las plantas de motores de cuatro cilin-
dros más modernas en su tipo.19 Este complejo se formó por tres plantas: dos
de la corporación General Motors –una de ensamble y otra de motores para
exportación– y una planta de Chrysler en la que se comenzaron a producir
motores también para el exterior.
Algunos de los factores de posicionamiento territorial20 o localización
que explicaron la decisión de estas corporaciones para colocarse en Ramos
Arizpe fueron: los suministros de gas natural, la ubicación cercana a la fron-
tera y el papel activo del gobierno estatal para atraer estas inversiones.21
Adicionalmente, Saltillo se ha vuelto un polo de llegada de migrantes rumbo

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hacia Estados Unidos, por lo que se podría pensar como una región clave
para la instalación de plantas industriales con ventajas salariales para las
empresas, ya que entre 1975 y 1990 los salarios en la industria automotriz
en Estados Unidos pasaron a ser entre 3.2 y 9.8 veces los salarios pagados en
México (Sosa, 2005: 132). En ese sentido, entre los factores determinantes de
la formación del agrupamiento o clúster 22 de la industria automovilística en
el distrito industrial de Saltillo figuran los salarios profesionales en Saltillo y
Ramos Arizpe, históricamente más bajos que en otras partes del país (aunque
en la actualidad se han elevado por arriba de los mínimos). Por todo lo ante-
rior, la región es atractiva en términos de costos para las empresas (Mendoza,
2001: 254).
Entre las grandes unidades de producción que generan 83% del ingre-
so en la actividad industrial de Coahuila y de la región sureste, se destacan
214 seis empresas principales, cuyo orden, de mayor a menor serían: General
Motors, Peñoles, gis, Chrysler, Micare y Altos Hornos de México, indicando,
en contraste, que el dominio histórico de empresas locales en la economía
coahuilense desde la década de 1930 es desplazado para la década de 1990
y hasta la actualidad.23
Tras las facilidades fiscales y al ser beneficiarios de la infraestructu-
ra que recibieron de parte de los gobiernos federal, estatal y municipal en
Coahuila, General Motors y Chrysler adquirieron varios compromisos con
la instalación de sus plantas en la región sureste de la entidad: la primera
era que en conjunto establecerían un complejo productivo con plantas para
la producción de motores de exportación, las que alcanzarían alrededor de
590 000 unidades en 1997, armado de vehículos y líneas de estampado y
pintura. Por otro lado, Chrysler instalaría otra planta ensambladora de ca-
miones y camionetas, que desde la década de 1990 tiene un alto índice de
exportaciones y de contenido de insumos nacionales usando monoblocks
construidos por el gis e impulsando empresas locales hasta ese momento.
Ambas plantas se instalaron en la capital del estado y en la zona conurbada
entre 1979 y 1982, convirtiéndose en las detonadoras de la industria regio-
nal debido a las relaciones que desarrollaron con las empresas existentes
y por el fenómeno de atracción que ejercieron con proveedores nuevos. El
total de las inversiones de Chrysler en el distrito para inicios de 1988 era de
350 000 000 de dólares en la planta de ensamblado y de 140 000 000 de

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Factores históricos y contemporáneos... M. N. Maya

dólares en la de automotores. La General Motors, en sus plantas productoras


de transmisiones y ensamblado, tiene un monto invertido de 450 000 000
de dólares (Mendoza, 2001: 255). La generación de empleos de estas dos
empresas alcanzaba para fines de la década de 1990, alrededor de 14 000
puestos de trabajo.
Estas inversiones24 darían fuerte impulsó a la inmigración impactan-
do en el patrón de crecimiento poblacional en áreas urbanas (Flores, 1986:
127). En efecto, si se toma como referente que desde 1950 la población ya
se concentraba en más de 50% en las ciudades, en las décadas subsecuen-
tes la aglomeración se acentuó. Para 1990, 86% de la población residía en
localidades de más 2 500 habitantes, quedando ubicado 75% de personas
sólo en trece ciudades con más de 20 000 habitantes. Los datos del Censo
de Población y Vivienda del 2000 permiten ver que 63% de la población
se concentraba en seis ciudades (0.2% de las localidades totales) de más 215
de 50 000 habitantes. Entre Saltillo y Ramos Arizpe concentran 28% de la
población del estado de Coahuila y según el censo económico del inegi de
2004, concentró 27.5% del empleo de la entidad en esa misma década.
Con base en los censos de población realizados entre 1930 y 1970,
observamos que el crecimiento demográfico en Saltillo, si bien era creciente
entre 1930 y 1970, a partir de esta década y en adelante aumentó notable-
mente (véase gráfica 1).
Apoyada por la migración hacia la zona, la demanda popular por el
territorio urbano, vivienda y servicios, da inicio al desmedido crecimiento
urbano, creando una nueva transformación territorial en Saltillo.
Los cambios sociodemográficos en las regiones productivas también se
reflejan en el pib estatal, ya que hasta la mitad del siglo xx predominaron
las actividades agropecuarias por encima de las industriales; luego, el cre-
cimiento de los servicios se rezaga fuertemente en la década de 1950 y la
industria surge como la actividad de mayor crecimiento. De 1970 a 1990,
el sector primario redujo su participación de 30% a poco más de 15%;25 los
servicios, si bien participaban en promedios cercanos a 50%, sufrieron un
estancamiento durante el periodo; mientras que el sector industrial manufac-
turero creció de 28 a más de 37 por ciento (véase cuadro 1).
Este dinamismo industrial se explica a partir de la década de 1990, por
las políticas económicas acordes con la globalización y a la nueva división

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Gráfica 1. Evolución de la población de saltillo entre 1930 y 2000

216 Fuente: elaboración propia con base en los censos de población de 1930 a 2000.

Cuadro 1. Coahuila: evolución de la estructura


de la población económicamente activa 1930-1990 (%)


Sectores de actividad
Año Agropecuaria Industrial Servicios

1930 29.9 6.3 63.8


1940 27.1 7.7 65.2
1950 49.2 21.0 29.8
1960 44.7 23.7 31.6
1970 29.6 28.0 42.4
1980 15.8 23.0 60.6
1990 12.1 37.7 50.1

Fuente: elaboración propia con base en inegi, censos generales de población y vivienda, de los
años referidos.

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social e internacional del trabajo. Con respecto a la industria automotriz, los


decretos automotrices de 1983 y 1989 redujeron la exigencia de insumos
nacionales en la producción terminal y ampliaron el grado de integración
vertical de las empresas terminales (comercio intrafirma). En ese sentido la
entrada de México al Acuerdo General sobre Aranceles y Tarifas al Comer-
cio (gatt, por sus siglas en inglés), en 1986, y la firma del Tratado de Libre
Comercio de América del Norte (tlcan), en 1994, ocasionaron “un reorde-
namiento territorial de las actividades industriales derivado del agotamiento
del modelo cerrado de industrialización por sustitución de importaciones”
(Garza Villarreal, 1998: 45), que sin duda ha impactado fuertemente en el
proceso de urbanización de las ciudades medias del norte de México, como
el caso de Saltillo en los últimos años.
El perfil industrial exportador del sureste de Coahuila impactará en su
dinámica poblacional. El mapa del área metropolitana de Saltillo para 1993, 217
diseñado por el inegi local, da cuenta del desbordamiento urbano hacia
todas las direcciones, pero más evidente hacia el noreste de la capital, en
franca cercanía con Ramos Arizpe (véase mapa 8).
Con base en el índice de Gini, indicador que sirve para medir, entre
otras cosas, la concentración demográfica, y con datos tomados del Conteo
de Población 2005 del inegi, se indica que aumentó la concentración en
pocas ciudades. Pero dicha fuente, también presenta que Saltillo es ahora
la ciudad más habitada de Coahuila, con 648 929 personas, desplazando a
Torreón, cuya población llegaba a 577 477.26
En ese sentido, el proceso de concentración demográfica está asociado
en parte a una agrupación porcentual muy alta de empresas o unidades eco-
nómicas que se ubican en Saltillo y en Torreón (véase mapa 9, lo resaltado
en color negro), las cuales aglomeran entre 6.5 y 24.3% de las empresas de
la entidad.
Ya para 1998 en el área que conforman los municipios de Saltillo y
Ramos Arizpe se encontraban ocho desarrollos industriales con 128 estable-
cimientos en los que había 25 019 personas ocupadas. Por actividad princi-
pal, 70 de las 128 unidades se dedicaban a la industria manufacturera (Gar-
cía, 2003: 205). La actividad industrial tiene una fuerte tendencia a seguir
siendo dominada por el sector automotriz, debido a los planes de inversión
que han anunciado armadoras como la Chrysler y que se han hecho patentes

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MAPA 8. CIUDAD DE SALTILLO EN 1993

218

Fuente: elaboración propia.

desde 2001 con la desaceleración de la economía de Estados Unidos, lo que


ha obligado a la empresa a hacer ajustes en las estructuras de producción y
administración de sus plantas en México, delegando más responsabilidad a
las plantas de Saltillo-Ramos Arizpe.
Según la Secretaría de Fomento Económico de Coahuila, en febrero
de 1998 el monto de la inversión extranjera canalizado por empresas del
exterior ascendía a más de 2 362 millones de dólares en todo el estado. De
ese monto, el sureste del estado, encabezado por el distrito industrial Saltillo-
Ramos Arizpe captó alrededor de 59% del total. En lo que respecta a las

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MAPA 9. CONCENTRACIÓN DE EMPRESAS, COAHUILA, 2004 (%)

Fuente: elaboración propia con datos del censo económico de 2004, elaborado por el inegi.
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fuentes de empleo generadas de esas inversiones, la región sureste participó


con 33% del total que se generó en el estado.
Por ello, en años recientes la región del sureste de Coahuila es la que
mayores montos de inversión recibe anualmente, siendo Ramos Arizpe,
junto con Saltillo, y en menor medida Monclova, quienes encabezan la lista
de municipios que más participación porcentual tienen en este indicador
generando a nivel estatal entre 14.7 y 34.6% (véase mapa 10).
De hecho, los últimos gobiernos estatales en Coahuila han promocio-
nado a la entidad como un lugar con “ventajas competitivas” para las empre-
sas, que al invertir pueden aprovechar las condiciones fiscales, laborales y de
un entorno industrial que sirve de proveeduría. Dada la implementación de
esa política dependiente de los flujos de capital extranjero, Coahuila ha cap-
tado, en el marco del tlcan, cuantiosos montos de inversión y la instalación
220 de 300 empresas fundamentalmente de origen extranjero y cuyo mercado es
la exportación.27
La mancuerna productiva que se genera entre Saltillo y Ramos Arizpe
concentra fuertemente la producción al interior de Coahuila. El mapa 11
muestra los municipios con mayor pib aportando entre 8 y 20.3%.
En 1998, de los 8 000 millones de dólares que Coahuila recibió por
concepto de ventas al exterior (ocho veces más de lo colocado diez años
antes en el mercado internacional), la industria automotriz y de autopartes
explica la mayoría de dichas transacciones. Lo anterior no sólo corrobora
la especialización de la región en un sólo sector, sino también el creciente
riesgo de una excesiva concentración y dependencia con relación al mismo
(véase cuadro 2).
No obstante, hay autores que aprecian cierta diversificación del dina-
mismo exportador al observar la participación creciente de productos quí-
micos, cerámica e incluso software para sistemas de ingeniería (Mendoza,
2001: 258).
Debido a la desaceleración de la economía de Estados Unidos, Chrysler
decidió hacer un cambio estructural de sus plantas en México programan-
do la reducción de personal, cerrando la planta de transmisiones de Toluca
en 2000 y trasladando su producción de camiones ligeros de la fábrica de
Lago Alberto, de la Ciudad de México, a la planta de Saltillo en 2002. Ese
mismo año, dejó de funcionar la planta de motores de Toluca y se llevó a la

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Mapa 10. CONCENTRACIÓN DE LA INVERSIÓN, COAHUILA, 2004

Fuente: elaboración propia con datos del censo económico de 2004, elaborado por el inegi.
Mapa 11. CONCENTRACIÓN DEL PIB en COAHUILA, 2004

Fuente: elaboración propia con datos del censo económico de 2004, elaborado por el inegi.
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CUADRO 2. REGIÓN INDUSTRIAL DE SALTILLO: ESTRUCTURA PORCENTUAL


DE LOS PRINCIPALES PRODUCTOS EXPORTADOS, 1996

Valor (millones Participación


Producto Municipio de dólares) porcentual

Automóviles Saltillo-Ramos Arizpe 2 305.6 60.21


Motores para automóviles Ramos Arizpe 893.7 23.34
Autopartes Saltillo-Ramos Arizpe 368.9 9.63
Productos Metálicos Monclova y Saltillo 73.8 1.93
Productos farmacéuticos
  y químicos Varios 62.3 1.63
Productos variosa Saltillo 21.2 3.25
Total   3 829.2 100 223
Fuente: Cuadro tomado de Dávila (1997).
a
Los artículos varios comprenden: productos agrícolas, papel higiénico, sanitarios, loseta de barro,
cerámica, software e ingeniería de proyectos, piezas de peltre para cocina y alimentos procesados.

ampliación de la planta de motores de Ramos Arizpe, la cual en su término


sumó 520 millones de dólares de inversión. Actualmente Chrysler ya invirtió
750 millones de dólares, principalmente en las plantas de ensamble de autos
y estampado en Toluca y camiones y estampado en Saltillo, así como la de
motores en Ramos Arizpe, Coahuila.
Resulta interesante analizar el cambio en la dinámica de la región su-
reste de Coahuila, sobre todo en el discurso oficial, el cual ha adoptado
como carta de presentación y símbolo de desempeño económico la capta-
ción de inversión. Según los datos del portal InvestCoahuila28 para 2009, de
la inversión extranjera que llega a Coahuila, 49% se canaliza al sector de
la industria metal-mecánica, 44% al automotriz, 5% al aeroespacial y 2%
está distribuido en otros sectores, sumando más de 503 millones de dóla-
res. Dicha inversión viene de Estados Unidos en 30%; coinversión México-
Estados Unidos, 33%; Alemania, 12%; Canadá, 9%; Corea 6%; Japón, 5%;
Finlandia, 3% y Francia 2 por ciento.

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De ese monto de inversión que Coahuila captó en 2009 es notoria la


supremacía de la región sureste en atracción de capitales, provenientes en
buen porcentaje de Estados Unidos y concentrada en la industria automotriz
y en la metalmecánica.
De las regiones de Coahuila, la captación de esta inversión se reparte
como se muestra en la gráfica 2:
Otro hecho importante es que la integración que ha adquirido Saltillo
en el proceso globalizador como receptora de grandes montos de inversión
extranjera directa en la industria manufacturera, sobre todo en la producción
automotriz y sus sectores proveedores, le da a la capital de Coahuila, y a
la conurbación de esta con Ramos Arizpe, detonantes endógenos de creci-
miento económico y generación de empleo fuera de la influencia o depen-
dencia con ciudades como Monterrey (García, 2003: 91).
224 Podemos empezar a inferir que el creciente flujo de inversiones ex-
tranjeras que han industrializado a Saltillo ha impactado en el crecimiento
demográfico de la región, sobre todo en la capital coahuilense y en Ramos
Arizpe. Este fenómeno de crecimiento poblacional se ha traducido en una
conurbación que demanda servicios y una interacción urbana creciente, lo
cual se evidencia en el incremento de unidades automotoras en circulación,
que se ha acentuado desde el año 2000 (véase gráfica 3).
Según el Plan para el Funcionamiento del Área Metropolitana de Salti-
llo-Ramos Arizpe-Arteaga, elaborado en 2003 por la Dirección de Obras Pú-
blicas del Municipio de Saltillo, se destaca la necesidad del establecimiento
de una organización especial que optimice la interrelación de las funciones
urbanas, estructuradas de tal forma que propicien el desarrollo equilibrado y
racional del conjunto metropolitano conformado por Saltillo, Ramos Arizpe
y Artega en los ámbitos urbano, habitacional, de servicios, espacios de re-
creación y zonas laborales, lo que implicaría un crecimiento de traza semi-
concéntrica con el fin de unir la zona industrial del norte y poniente con la
zona habitacional de alta densidad ubicada al suroriente, logrando también
su comunicación con el centro administrativo tradicional.29 Por lo tanto, se
plantea la reubicación del centro actual de Saltillo hacia el noreste, ubicado
en un sitio equidistante para las localidades de Saltillo, Ramos Arizpe y Ar-
teaga; de esta forma, el nuevo centro metropolitano tendría mayor jerarquía
y equidistancia entre los tres municipios. Otro indicador es el crecimiento

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Gráfica 2. participación de la ied en Coahuila por regiones


(millones de dólares, %), 2009

225
Fuente: elaboración propia con datos de Invierte en Coahuila, 2010, tomado de <www.in-
vestcoahuila.com/spanish/regions/region05.asp>. [Consulta: 24 de septiembre de 2010.]

Gráfica 3. Unidades automotrices en circulación en Coahuila

Fuente: elaboración propia con datos de Invierte en Coahuila, 2010, tomado de <www.in-
vestcoahuila.com/spanish/regions/region05.asp>. [Consulta: 24 de septiembre de 2010.]

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de la superficie urbana entre Saltillo y Ramos Arizpe, la cual no sólo forma


ahora una sola entre ambos municipios, sino que crece hacia los lados, sobre
todo hacia el noreste y oriente.
Pese a todo lo anteriormente expuesto, el proceso de industrialización
experimentado en Saltillo y su zona metropolitana no ha traído una mejora
sustancial en la calidad de vida de la mayoría de la población, pues el cre-
cimiento económico ha producido precariedad y pobreza, así como una
acelerada expansión física de la ciudad, provocando un crecimiento incon-
trolado –al ocupar áreas no aptas para el desarrollo urbano y, por otro lado,
ocasionando necesidades de equipamiento–, lo que ha incrementado los
déficits existentes que los gobiernos, en todos los ámbitos, no han resuelto.
En Saltillo se presentaron invasiones violentas por personas descontentas con
el crecimiento, industrialización y modernización desigual de la capital sal-
226 tillense que entre las décadas de 1980 y 2000 multiplicó los asentamientos
improvisados, aumentando el número de colonias inseguras y sin servicios,
con desorden y pobreza, así como fenómenos de agresión a la naturaleza,
típicos de la industrialización.
Como ejemplo de la contribución de la industrialización al fenómeno
de la urbanización de la Zona Metropolitana de Saltillo, García documenta
el retraso que presenta el Plan Parcial de La Angostura, cuyo objetivo era el
ordenamiento físico-espacial de la zona denominada La Angostura. El objeti-
vo era prever y encauzar el impacto social y ambiental que tendría el nuevo
desarrollo industrial de la parte sur del municipio de Saltillo. La instalación
de la empresa Chrysler en 1994 se ubicaría en un área de 700 hectáreas y
generaría entre 650 y 2 000 empleos entre el inicio de operaciones y hasta el
año de instalada la planta. Lamentablemente el plan urbano para esta zona
se publicó hasta 1997. La falta de una planeación urbana en esta zona pudo
prevenir posibles impactos ambientales ocasionados por la instalación de la
planta armadora (García, 2003: 146-149).

Conclusiones

Se pueden extraer interpretaciones generales de la transformación sociote-


rritorial de la región sureste de Coahuila, encabezada por Saltillo y Ramos

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Arizpe. Para empezar, encontramos que la década de 1970 es un parteaguas


en el análisis para identificar a los protagonistas de los mencionados cambios
en la región. Antes de la década de 1970, factores históricos (políticos y so-
ciales) motivaron a los gobiernos federal, estatal y municipal a ser los promo-
tores de la expansión urbana de Saltillo y Ramos Arizpe, invirtiendo en obra
pública e infraestructura. Asimismo, los factores económicos y geográficos
ocasionados por el cambio de actividades agrícolas, ganaderas y la expan-
sión industrial motivada por el surgimiento de grupos empresariales locales,
fue el detonante de los cambios sociales y territoriales más importantes en la
región. Por lo anterior, el crecimiento económico se propició por una indus-
trialización endógena principalmente en las ramas textil y metal-mecánica
con un proceso urbanizador semicontrolado y generado por el estado.
La transformación socioterritorial de la región sureste de Coahuila a
partir de mediados de la década de 1970 se da bajo el modelo secundario 227
exportador dependiente de la llegada de ied al ramo automotriz, que a su
vez presenta una dinámica en dos fases: la primera, que enmarca a la región
en el proceso de transición hacia la apertura económica implementada en
México entre 1975-1994. En este periodo es cuando se dan las primeras in-
versiones automotrices en plantas terminales de General Motors y Chrysler,
las que aprovecharon la base industrial preexistente (clúster) encadenando
a empresas locales como las pertenecientes al Grupo Industrial Saltillo y
algunas extranjeras como proveedores. Una segunda fase, que muestra la
consolidación de la apertura que va de 1995 a 2009, donde las inversiones
extranjeras en el sector automotriz se potencian con nuevas plantas termi-
nales de las empresas transnacionales existentes y de otras como Caterpillar,
Freighliner y una creciente inversión extranjera en empresas de autopartes
como Delphi, Lear Corporation, ZF Sach, entre otras, que han desplazado a
las empresas locales. Bajo este esquema se da un incontrolado crecimiento
urbano hacia el sur, el norte y el oriente que absorben los municipios de
Ramos Arizpe y Arteaga
Se puede concluir que la presencia de la inversión extranjera en el sec-
tor manufacturero de la región sureste de Coahuila detonó no sólo el empleo,
sino que motivó la migración a Saltillo y Ramos Arizpe, lo que incidió en la
conurbación de estos dos municipios y el de Arteaga en la medida en que la
creciente población demandó vivienda, transporte y servicios públicos.

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Por otro lado, una característica que es importante enfatizar de la re-


gión sureste de Coahuila, encabezada por Saltillo y Ramos Arizpe es que,
desde inicios de la nación, ha sido un lugar que conecta varios puntos en
el norte de México, que van desde Monterrey a La Laguna (de este a oeste y
viceversa) y paso obligado en el camino hacia la frontera norte con Nuevo
Laredo y Piedras Negras y hacia San Luis Potosí rumbo al centro del país y de
la ciudad de México en el sur, además de conexiones internas con el propio
estado de Coahuila. En una lógica de producción cuyo destino es el mercado
estadunidense, los flujos comerciales transnacionales ponen relevancia en la
región sureste como una zona en la que se reúnen factores productivos como
mano de obra, insumos y materias primas, así como inversión de capital.
Adicionalmente el factor político, a través de incentivos fiscales y otros, por
parte de las autoridades estatales y municipales, también son aliciente para
228 la llegada de la inversión.

Notas

* El presente artículo surge de la tesis de maestría en Estudios Regionales, del Ins-


tituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora.
1 Según el acervo histórico de Saltillo, en 1578 se dan los primeros registros de
matrimonios, bautizos y defunciones parroquiales que dan inicio al Archivo Mu-
nicipal de Saltillo.
2 En 1796 el territorio colonial quedó dividido en doce intendencias. Coahuila
resultó adscrito a la intendencia de San Luis Potosí. En 1824, Coahuila se integra
a la federación pero dentro del territorio de Texas. Para 1834 se decreta la unión
de la Villa de Santiago y el pueblo tlaxcalteca de San Esteban con el nombre de
Saltillo.
3 En 1840 se desvían los ríos de Aguanaval y Nazas para fluir hacia la laguna de
Mayrán, logrando acercar el agua a la Comarca Lagunera. Se inicia una moderna
producción de algodón que, para 1850, incluía inversionistas saltillenses aso-
ciados con regiomontanos en la compra de tierras fértiles de La Laguna con alto
valor comercial.

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4 Tras la pérdida de los territorios de Texas, Nuevo México, Arizona y California,


se da una repentina cercanía con Estados Unidos, lo que estimularía el comercio
internacional de Saltillo y de México, vía la región sureste de Coahuila.
5 Otros grupos de inversionistas lograron asociarse hacia finales del porfiriato,
momento en que el auge en la industria textil y la explotación del guayule y la
candelilla impulsaron las exportaciones agrícolas y ganaderas provenientes de
Saltillo. También se consignan asociaciones en los negocios financieros y banca-
rios (ahorro), transportes como la ampliación de ferrocarril y tranvías, entre otros.
Todavía hasta antes de la revolución mexicana, la minería fue polo de atracción
de importantes capitales saltillenses en Mazapil y Concepción del Oro, Zaca-
tecas, encabezados por Guillermo Purcell, británico radicado en Saltillo que
emprendió grandes inversiones en 1896 para fundar la Mazapil Copper Com-
pany, además de varias inversiones en minas de la Sierra Mojada. Sin embargo,
estas inversiones no constituyeron en sí mismas la simiente para la formación 229
de grupos empresariales duraderos o que detonaran el crecimiento sostenido de
la región sureste del estado. Incluso, como ya se mencionó, los empresarios de
origen saltillense invertían fuera de Coahuila, como fue el caso de La Laguna o
las minas de Zacatecas.
6 El primer alcalde o presidente municipal de Saltillo fue Francisco Rodríguez
González, quien cubrió un periodo que comprendió del 1 de enero de 1900
al 31 de diciembre de 1901, en <http://saltillo.gob.mx/saltillo/cronoalcal.php>.
[Consulta: 1 de mayo de 2011.]
7 Entre los que trabajaron en esta empresa se puede mencionar a don Nazario
Ortiz Garza y don Isidro López Zertuche, quienes serían futuros industriales que
impulsarían a Saltillo entrado el siglo xx y después de la revolución mexicana,
periodo en el que muchas industrias languidecieron, restando potencial de cre-
cimiento.
8 Al suroeste se hallaba una fábrica de guayule que trabajó durante las dos guerras
mundiales, lo que posibilitó el asentamiento de trabajadores que hicieron sus
viviendas; cuando la fábrica dejó de operar fue lugar de ladrilleras y hornos de
cal. Pese al cambio de producción, el barrio que se formó siguió llamándose la
Guayulera. Hacia el sur estaba una fundición de plomo y zinc, la que originó en
la zona un cerro formado por la escoria de los hornos. Este desperdicio fue usado
por los Ferrocarriles Nacionales como lastre. Hoy permanecen algunos edificios

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y casas de los trabajadores de esa época y que por ahí pasa la calzada Antonio
Narro a la salida sur de Saltillo.
9 El establecimiento de la línea de Autobuses Blancos por el general Francisco
Coss y la pavimentación del camino que iba hacia Monterrey, logró atraer tu-
rismo estadunidense lo que fue un aporte de divisas que se incrementó hacia
finales de la década de 1930.
10 La organización campesina en Saltillo fue fundamental para acceder a la tierra y
terminar la nula atención de la autoridad regional y las agresiones de terratenien-
tes. Hasta la llegada de Lázaro Cárdenas en la región sureste entre 1934 y 1940
se formaron, además de los de Saltillo, 26 ejidos en Ramos Arizpe, en Arteaga
19, en Parras 23 y en General Cepeda 31. Hasta 1960 se amplió el reparto de
tierras con lo que la agricultura comercial del algodón se transformó en ejidal y
se repartieron los terrenos de extranjeros a ganaderos.
230 11 Así, entre 1940 y 1950, además de aumentar el tamaño de las plantas pertene-
cientes al gis, se compraron otras empresas. En el contexto de la segunda guerra
mundial y la Guerra de Corea, este consorcio reforzó y modernizó su equipo,
diversificó aún más su producción, estableció lazos con otras empresas a manera
de filiales o subsidiarias y consolidó sus mercados (Santoscoy et al., 2000: 304).
12 El impulso económico impactó a la población urbana al incrementarse en 40%
entre las décadas de 1940 y 1950, pasando de 49 430 a 69 842 habitantes.
13 Ante la metamorfosis industrial que estaba experimentando la región sureste de
Coahuila, abre sus puertas el Instituto Tecnológico de Coahuila, cuyo perfil de
carreras va encaminado a proveer recursos humanos con un perfil técnico, pro-
pio a las necesidades de mano de obra de la industria local.
14 A finales de 1960, como parte del gis se fundó la fábrica Moto Islo que aprove-
chó la política federal de proteccionismo industrial para producir motocicletas
durante casi dos décadas.
15 La Compañía Textil del Norte comienza la construcción de viviendas para sus
trabajadores entre 1968 y 1970 en lo que se convirtió en la colonia Río Bravo,
lo que estimuló el desarrollo de otras colonias obreras vecinas como Virreyes
Obrera, Virreyes Popular y Lasalle.
16 Este nuevo elemento es síntoma en la región de una fase de transición hacia la
apertura económica y comercial de México, al menos en el ámbito sectorial, la
que se concretaría en su totalidad al entrar en vigor la zona de libre comercio
con Estados Unidos dos décadas más tarde.

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17 La estrategia del gis fue consecuente con las tácticas internacionales de las em-
presas transnacionales automotrices, las cuales buscan establecer “redes globa-
les de producción”, compuestas a su vez por “actores locales y sus capacidades
de influencia para que las armadoras transfieran capacidades técnicas y geren-
ciales a sus proveedoras locales y filiales para reducir costos y aumentar calidad”
(Bracamonte, 2008: 163).
18 La población económicamente activa del municipio de Ramos Arizpe se dis-
tribuía en los siguientes sectores: primario 15%; industrial 80%, y comercio y
servicios 5% según el más reciente censo económico del inegi (2004).
19 Para estas empresas, fabricar un automóvil de calidad global implica la coinci-
dencia entre armadoras y proveedoras en normas y procedimientos para cumplir
los requisitos establecidos internacionalmente para elaborar un producto vendi-
ble en cualquier parte del mundo. Lo anterior implicó para Chrysler y gm poner
en práctica importantes innovaciones tecnológicas hasta llegar a consolidarse 231
como empresa global (Bueno, 2003: 118-134). Entre las innovaciones más im-
portantes que se pueden mencionar se encuentran los procesos robotizados de
armadura de vehículos al interior de las plantas de Chrysler; pero en relación
con sus proveedores se han establecido intercambios electrónicos de datos, red
de información entre los proveedores asociados, transferencia de fondos elec-
trónicos y adecuaciones al sistema “justo a tiempo”, el cual tiene como fin una
mayor producción de alta calidad a menor tiempo y con el mínimo posible de
materias primas, logrando la calidad total al eliminar todo exceso de partes no
necesarias para fabricar el producto (automóvil, motores o sus partes), reducien-
do costos de operación y procesos más productivos.
20 El elemento de “territorialidad” es importante ya que la ied busca regiones donde
pueda recrear las condiciones propicias para asentar una de las fases productivas
en su cadena transnacional y así llevar a cabo la acumulación de capital a escala
global. En esta dinámica, la región en cuestión deberá contar con una dotación
de factores productivos, de incentivos económicos, políticos y fiscales conse-
cuentes con dicho propósito.
21 En Coahuila, el gobierno estatal del economista Eliseo Mendoza Berrueto en
1986, marcó la transición de la región hacia una mayor apertura económica,
lo que se tradujo en mayor inversión extranjera y mayor poder del capital em-
presarial. El gobierno de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) impulsó la con-
tinuidad de la apertura en Coahuila con la llegada al poder estatal de su amigo

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economista Rogelio Montemayor, quien inmediatamente profundizó el modelo


de industrialización hacia la exportación, cuyo eje ya era, en la región sureste de
la entidad, la industria automotriz transnacional.
22 La definición de cluster convencional es la que usa la ocde: “Las redes de em-
presas independientes, las instituciones productoras de conocimiento, las institu-
ciones de transición y los clientes vinculados en un valor añadido, la creación de
la cadena de producción” (1998: 43). En este trabajo se busca definir un cluster
regional que aglutina empresas, instituciones educativas y gubernamentales, las
capacidades conexas de investigación y desarrollo, entrenamiento, consultoría
técnica, etcétera.
23 Es importante señalar que la adquisición de un paquete importante de acciones
del gis, por parte de los grupos Alfa y Visa de Monterrey, no solamente quebró
la estructura tradicional del grupo, al excluir a los miembros de la familia funda-
232 dora de las presidencias de las empresas, sino que llevó a someter las decisiones
más importantes a los consejos de administración regiomontanos (Flores, 1986:
136).
24 De lo anteriormente señalado, podemos resumir que son tres las características
principales que ha adquirido la ied en México desde la década de 1940 hasta el
siglo xxi: la primera, es el aumento de la ied hacia la industria manufacturera; la
segunda, es un predominio de la inversión estadunidense sobre las inversiones
de otros países; y tercero, que la inversión estadunidense es canalizada funda-
mentalmente a subsidiarias de las empresas transnacionales.
25 El sector primario en el sureste de Coahuila reduce su participación hacia la
década de 2000 al deprimirse las actividades ganadera y minera. El algodón que
era un importante insumo para la producción textil, para la década de 2000 ha
desaparecido (Santoscoy, 2000: 298).
26 En el caso de La Laguna, la escasez de agua impidió la expansión del área de cul-
tivo, por lo que el campo coahuilense expulsó mano de obra hacia la industria
de Saltillo (Santoscoy, 2000: 294, 336), cuya población se halla absorbida por las
actividades de la industria automotriz, particularmente, metalmecánica.
27 Pareciera que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte ha contribuido
al cambio de los protagonistas empresariales en la región. El viraje de la pro-
ducción de la industria automotriz hacia la exportación, así como su expansión
originaron el crecimiento de empresas de autopartes abriendo plantas produc-
toras de monoblocks, suspensiones, vestiduras, cigüeñales, pistones, tableros,

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Factores históricos y contemporáneos... M. N. Maya

etc., que ya no sólo provienen del gis, sino cada vez en mayor porcentaje de
proveedores extranjeros, incluso filiales de las mismas automotrices asentadas en
la zona. Bajo el tlcan, la industria automotriz contempla la caída en la obligato-
riedad de insumos de contenido nacional (grado de integración nacional, gin), lo
que permite el aumento de integración vertical de las plantas terminales, es decir
se incrementó el comercio intrafirma, que consiste en la compra de insumos y
materias primas a filiales de la armadora automotriz especializada en autopartes.
Este comercio intrafirma puede implicar que dicha compra de insumos sea a
través de la importación o de una proveeduría de una filial asentada en el país.
Para ver más detalles de la evolución de la disminución del contenido nacional
en la industria automotriz mexicana, véase Ruiz y Dussel (1997).
28 Véase la página auspiciada por la Secretaría de Fomento Económico del Gobier-
no de Coahuila, <www.investcoahuila.com>. [Consulta: 24 de septiembre de
2010.] 233
29 Las recientes coinversiones realizadas en actividades manufactureras de alta
tecnología y de maquiladoras automotrices terminales y el crecimiento de di-
versas empresas subsidiarias desde la década de 1980, se han conjugado con
el surgimiento de un moderno sector terciario, con sus servicios bancarios y de
asistencia y apoyo al comercio internacional, lo que en conjunto ha impulsado
la educación superior en la región sureste (Mendoza, 2001: 250-259).

Fuentes

Archivos

ams Archivo Municipal de Saltillo.

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Sobre los autores

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Jorge Alberto Cano González


Maestro en Estudios Regionales, generación xi, 2007-2009.
Correo electrónico: <knogl@hotmail.com; jknogl@gmail.com>.
Título de la tesis: “Transformaciones en el uso y apropiación del espacio: la
comunidad indígena de Chacala, Cabo Corrientes, Jalisco”, dirigida por el
doctor Aaron Pollack.
Actualmente trabaja por cuenta propia bajo la figura de “servicios profesio-
nales” y se encuentra desarrollando un proyecto editorial.
Entre sus publicaciones relevantes se encuentran: “La actividad pesquera en
Ciudad Lázaro Cárdenas: de la utopía a la realidad”, en Gustavo Marín, El fin
de toda la tierra. Historia, ecología y cultura en la costa Michoacana, Méxi-
co, Colmex/Colmich/cicese, 2004, pp. 167-200; “Pon tus barbas a remojar.
Maremotos en México”, Nexos, febrero de 2005 (coautor).

Oscar Gerardo Hernández Lara


Maestro en Estudios Regionales, generación xii, 2009-2011.
Correo electrónico: <o.hlara6@gmail.com>.
Título de la tesis: “De la hacienda a la cabecera municipal. Geohistoria de
las transformaciones socioeconómicas y territoriales en Nativitas, Tlaxcala,

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1924-2010”, dirigida por el doctor Hernán Salas Quintanal. Actualmente es


alumno del doctorado en Geografía de la unam.
Entre sus publicaciones relevantes se encuentra: Guadalupe Hoyos Castillo y
Oscar Gerardo Hernández Lara (2008), “Localidades con recursos turísticos
y el Programa Pueblos Mágicos en medio del proceso de la nueva ruralidad.
Los casos de Tepotzotlán y Valle de Bravo en el Estado de México”, Quivera.
Revista de Estudios Urbanos, Regionales, Territoriales, Ambientales y Socia-
les, año 10, núm. 2008-2, julio-diciembre. ISSN 1405-8626, pp. 111-130.

Fátima Khayar Cámara


Maestra en Estudios Regionales, generación xii, 2009-2011.
Correo electrónico: <fatima.khayar@gmail.com>.
Título de la tesis: “Los migrantes en tránsito por Tapachula, Chiapas: usos del
238 espacio”, dirigida por la doctora Diana Guillén Rodríguez.
Segundo lugar del premio Gustavo Cabrera 2011 (cedua-Colmex).
Actualmente es coordinadora de investigación para el proyecto que conme-
mora los 30 años del Programa Nacional de Educación para Niños y Niñas
de Familias Jornaleras Migrantes (Pronim) de la Dirección General de Educa-
ción Indígena en la Editorial Artes de México y analista independiente.

Matthew James Lorenzen Martiny


Maestro en Estudios Regionales, generación xi, 2007-2009.
Correo electrónico: <mattlorenzen@hotmail.com>.
Título de la tesis: “La crisis agrícola como detonante de la migración rural
en el contexto de la globalización del sistema agroalimentario: el caso de
los Altos de Morelos”, dirigida por la doctora Alma Estela Martínez Borrego.
Actualmente se encuentra realizando el doctorado en Sociología en la Uni-
versidad de París 1, Panthéon-Sorbonne.

Rubén Luna Castillo


Maestro en Estudios Regionales, generación xi, 2007-2009.
Correo electrónico: <lunaruben15@hotmail.com>; <lunaruben15@gmail.com>.
Título de la tesis: “Desarrollo y participación indígena en la Sierra Tarahuma-
ra”, dirigida por el doctor Hernán Salas Quintanal.

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Sobre los autores

Actualmente se encuentra colaborando en varios proyectos, entre los que


destacan: Evaluación de los Programas de Fomento de la sra, por la fao-onu
y Continuidades y Transformaciones Socioeconómicas y Culturales en el Mu-
nicipio de Nativitas, del Instituto de Investigaciones Antropológicas-unam.

Marcos Noé Maya Martínez


Maestro en Estudios Regionales, generación xii, 2009-2011.
Correo electrónico: <mnmaya@unam.mx>; <marcosm@economia.unam.mx>.
Título de la tesis: “Evolución del agrupamiento automotriz de la región su-
reste de Coahuila: La existencia de un cluster físico o funcional en Saltillo y
Ramos Arizpe”, dirigida por el doctor Alfredo Pureco.
Actualmente es profesor en la ents y en la Facultad de Economía de la unam.
Entre sus publicaciones relevantes se encuentran: varios capítulos del libro
La encrucijada de los saberes. Una perspectiva de las ciencias sociales y las 239
humanidades en México, coordinado por Heriberta Castaños-Lomnitz, iie-
unam/Miguel Ángel Porrúa, 2008 (colección Las Ciencias Sociales, Segunda
Década).

Dora Nelly Martínez González


Maestra en Estudios Regionales, generación xi, 2007-2009.
Correo electrónico: <daura25@yahoo.com>.
Título de la tesis: “Hacia un desarrollo endógeno local. Una mirada a las
políticas de desarrollo: caso la Chontalpa, Tabasco, 1970-2000”, dirigida por
la doctora Regina Hernández Franyuti.
Profesora-investigadora con licencia de la Universidad Juárez Autónoma de
Tabasco; actualmente trabaja en la ciudad de México, en el gobierno estatal
y en la Cámara de Senadores; durante los últimos años se ha desempeñado
como asesora técnica.

Juan Pablo Quiñones Peña


Maestro en Estudios Regionales, generación xii, 2009-2011.
Correo electrónico: <jp_qp19@hotmail.com>.
Título de la tesis: “Un acercamiento a la gestión hídrica del Distrito Federal.
Un análisis territorial de las delegaciones Azcapotzalco y Xochimilco (2000-
2010)”, dirigida por la doctora Concepción Martínez Omaña.
Actualmente es consultor independiente.
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Se autoriza la reproducción total o parcial de este artículo, siempre y cuando se cite la fuente.
Espacios tatuados.
Textos sobre el estudio de las regiones y los territorios
se terminó de imprimir el 9 de octubre de 2012, en los talleres
de Solar, Servicios Editoriales, S. A. de C. V.
Calle 2, núm. 21, San Pedro de los Pinos, 03800,
México, D. F.
Edición realizada a cargo de la Subdirección de Publicaciones
del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora.
En ella participaron: corrección de estilo y de pruebas, Javier Ledesma
Estela García y Gustavo Villalobos;
edición del material gráfico, Marco Ocampo y Fabián Díaz;
portada y formación de páginas, Fabián Díaz;
cuidado de la edición, Javier Ledesma y Yolanda R. Martínez.

Versión disponible en formato pdf en www.mora.edu.mx


ISBN: 978-607-7613-86-2

9 786077 613862

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